El advenimiento (Prólogo, capítulo 1, 2 y 3)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

PRÓLOGO

Todo empezó en el mes de abril de hace 1 año. Por aquel entonces, ella se había consolidado como una potente abogada dentro de uno de los bufetes de abogados que había en la ciudad. Vivía felizmente junto a su familia en una zona acomodada, que disponía de todas las comodidades que cualquier familia desearía. Su nombre es Alejandra, una mujer elegante donde las haya.

Fue una de las mujeres con mejor expediente académico dentro de su facultad, eso le permitió disfrutar de una de las escasas y prestigiosas becas en Harvard justo el último año de carrera.

Años después se lanzó a la aventura y, junto a dos socios más, fundó un bufete de abogados. Los primeros años fueron duros, como cualquier empresa que está en pañales, pero año tras año iban incrementando su popularidad y su valía, llevando cada vez mejores casos y viendo como poco a poco el bufete iba dando sus frutos.

Fue en los últimos años de carrera cuando Alejandra conoció a quién sería su futuro marido, Iván. Se podría decir que hubo esa conexión especial que se ven en las películas de amor. Él estudiaba la titulación de ingeniería industrial y durante aquellos duros años de estudios se apoyaron mutuamente hasta que mi padre empezó su carrera profesional dentro del sector eléctrico. Todo ese compromiso y ayuda mutua hicieron que su relación se afianzara mucho más. Confiaban el uno en el otro, se apoyaban en los momentos duros, y todo ello empezó a dar sus frutos dentro de la pareja. A los pocos años de terminar la carrera, Alejandra se quedó embarazada del que sería su primer y único hijo.

Con la ayuda inestimable de Iván, compaginaba como podía su vida laboral con mi cuidado y, tengo que decir que lo supo hacer a las mil maravillas.

En la actualidad tiene 46 años; morena, aunque tirando a castaña, media melena. La longitud necesaria para ir siempre cómoda y a la vez elegante, algo necesario para el día a día dentro de su trabajo. Su tez morena, la cual conserva durante todo el año (y cuando llega el verano acentúa hasta límites que rozan lo exagerado), hacía que los conjuntos le quedaran muy bien. Nunca lucía un escote demasiado pronunciado, ni una falda demasiado corta. Sin embargo eso no significaba que aunque llevara ropa más recatada, no llamase la atención por su porte, elegancia y belleza. Su silueta es la de una mujer que se cuida y lo consigue a base de un mantenimiento constante con rutinas de gimnasio y una dieta muy equilibrada. Todo ello le permite ponerse todo tipo de prendas que no le quedan bien a todo el mundo, pero a ella sí. Desde faldas de tubo con camisas, americanas, pantalones vaqueros ceñidos, blusas y un largo etcétera que siempre va acompañado con los mejores pendientes, collares y zapatos, que sabía conjuntar a la perfección.

Siempre han sido una familia modélica de las que todo nos ha salido siempre bien y hemos conseguido lo que mis padres se han propuesto. Pero todo cambió cuando decidimos comprarnos un nuevo piso en uno de los barrios de la ciudad.

Mi padre siempre ha querido comprarse un ático y poder disfrutar de todas las comodidades que una vivienda así aporta. Durante mucho tiempo tuvo la idea rondándole por la cabeza y acabó convenciendo a mi madre de mirarnos uno que satisficiera sus demandas. Tardó en llegar, pero al final mis padres encontraron uno que reunía todo lo que querían y acabamos mudándonos. Terraza amplísima, muchas habitaciones, un salón acogedor, y todo un largo de comodidades que haría nuestra familia una de las más felices de toda la ciudad. Pero eso fue uno de los mayores errores que podíamos haber hecho y nos iba a salir caro.

CAPÍTULO 1

Aún recuerdo aquel fatídico día como si fuera ayer.

Volvía a casa después de una mañana muy dura de clases, de las que te hacen cuestionarte si realmente merecía la pena terminarla y, sobre todo, si sería capaz de hacerlo. El viaje en el autobús me abstraía con los mil y un trabajos que debía entregar, exposiciones, problemas y sobre todo los temidos exámenes. Estaba tan ensimismado que no me di cuenta de que había llegado a casa hasta que escuché mis propias llaves abriendo la cerradura. Desde la entrada se podía oír el ajetreo de la cocina, señal de que mi madre estaba en casa. Escuchar los sonidos metálicos de las ollas y los cubiertos, la televisión de fondo, todo esos ruidos particulares que, en su conjunto, me hacían sentir de nuevo en calma.

Seguí el rastro de esos sonidos y pude ver a mi madre sin parar de andar de un lado a otro de la cocina, el repiqueteo agitado de sus tacones revelaban que tenía prisa. El sol entraba nítidamente por la puerta de cristal y revelaba parcialmente su silueta.

—Hola mamá, buenos días. —dejé la mochila en una de las sillas de la cocina. —¿qué tal estás?

Fue al girarme hacia ella cuando pude ver lo perfectamente conjuntada que iba, incluso para estar por casa. El delantal cubría toda la parte delantera, que sorprendentemente iba a juego con unos vaqueros algo ajustados azules que se ceñían a lo largo de su figura,  y una blusa beige holgada. Tenía el pelo recogido, aunque se notaba que lo había hecho muy rápidamente, debido a un mechón rebelde se le escapaba y le molestaba constantemente.

—¡Hola cariño! bien, preparando algo para comer, ¿y tú qué tal? ¿qué tal las clases? —no paraba de un lado a otro de la cocina, mirándome escasas dos veces. Notaba su voz suena cariñosa y una sonrisa dibujada en su cara.

Me acerqué hasta la olla que estaba en ebullición para oler lo que estaba cocinando.

—Bien, aunque muy cansado… Los exámenes del cuatrimestre están al caer y tenemos que terminar un montón de trabajos —levanto la tapa, curioso de ver qué es lo que está preparando.

—Ánimo cielo, ya verás cómo tú puedes con lo que te echen —Se acerca dándome un besito en la mejilla para animarme.

—¡Qué bien huele!

—¿Sí? —un brillo cruzó sus ojos —Es una de tus comidas favoritas. Ya no sé el tiempo que llevo preparándolo… —me contesta mientras cierra la olla para que no pierda calor.

—Gracias mamá, esta carrera de industriales me está llevando al límite…

Se me queda mirando para decirme. —Vamos Juan, tienes que poder con todo, tu padre no tuvo problemas en sacarse la carrera año a año. Piensa que cuando termines, seguramente papá pueda hacer algo para que puedas hacer carrera profesional en la misma empresa. Siendo jefe de ventas no creo que vean con malos ojos que te incorpores tú también.

—Ya mamá, ¡pero no es lo mismo! Cuando papá estaba sacándose la carrera te tenía a ti, tú le ayudabas, ¡yo estoy solo!

—Bueno, eso se puede solucionar cariño. —me contesta sonriendo.

—¿Cómo? —la miro sin entender.

—Sacándote una novia, ¿no? —Dice acariciándome levemente la cabeza. —Además un chico tan guapo como tú, no creo que le cueste nada encontrar alguna chica.

—¡¿Pero qué dices mamá?! —me pongo un poco nervioso. —¡Yo-yo no quiero novias!—No puedo evitar mirar hacia abajo y apartar la vista.

—Tranquilo cariño, encuéntrala cuando a ti realmente te apetezca —Y me da un leve beso en la frente, queriendo tener complicidad conmigo.

Eso hace darme la vuelta y volver a la silla donde tenía la mochila. Estoy acostumbrado a que mi madre sea cariñosa conmigo, sobre todo de puertas para dentro. Ella siempre ha sido muy cercana conmigo, lo que se ha dado cuenta es que estos últimos años, a mi no me gusta tanto que lo haga por la calle y ha aprendido a hacerlo solo por casa.

—¿No trabajas hoy?

—¿Te parece poco este trabajo? —Esa frase me pilla a contrapié, pensando que he metido la pata hasta el fondo. Pero al darme la vuelta y mirarla, ella me mira sonriendo. —Tengo bastante papeleo y cosas que preparar para la semana que viene, pero aprovecharé y las haré aquí en casa, hoy no iré al despacho.

—Cla-claro mamá... lo-lo siento, no quería que sonara así de mal… me... me refería a eso... a que si no vas al despacho...

—No cariño, hoy trabajo aquí. Cuando acabemos de comer, me daré una ducha y me pondré de madre abogada. —me replica segura de sí misma, mientras no para de hacer cosas por la cocina.

—Vale mamá, sé que trabajas mucho, no quería menospreciar lo que haces. —intento que suene a disculpas. —¿Papá vendrá a comer?

—Ya lo sé mi niño. —me coge la cara con las dos manos, manchándome un poco mientras me da un beso en la frente. —No, ya sabes que está de visita a unos clientes y no vendrá hasta mañana, recuerda que vendrá justo para ir el cumpleaños del tío Luis.

—¡Es verdad! Aunque para un día que podíamos comer los tres juntos... Pero bueno, no pasa nada...

La calma reina en la casa, todo avanza como un día cualquiera, hasta que de pronto, el estruendo repetido del timbre se hizo oír en su conjunto.

CAPÍTULO 2

¡¡DING DONG!! ¡¡DING DONG!!

—¿Quién es? —miro hacia la puerta completamente desorientado— ¿Esperas a alguien mamá?

—No, para nada, no tengo ni idea de quién es. ¿Puedes ir a abrir tú?, estoy demasiado ocupada para hacerlo… Seguramente será alguien intentando vendernos algo, si necesitas que vaya, me lo dices cariño.

—No sé quién será… —me giro hacia la puerta, alejándome cada vez más de mi madre.

Me encamino por el pasillo hasta la puerta de casa. «Quién podrá ser… ¿visitas a esta hora del día y sin pararme a mirar por la mirilla, abro directamente la puerta y la imagen que aparece ante mí me deja horrorizado. Aparece ante mí una apariencia espantosa. Tanto que retrocedo un paso inconscientemente al ver cómo le sobresale la inmensa barriga al hombre que está de pie frente a nuestra casa, formando una imagen doblemente grotesca por lo alto que es y las canas que coronan su cabeza sudorosa. Un hombre viejo, gordo, que su prominente barriga hace que sea aún más grande de lo que parece, y que rondará los 70 años. Su pelo entre blanco y gris envejecen aún más si cabe esas marcas faciales que denotan los años de vida. Su camiseta blanca, se pega casi sudorosamente a su piel y se observan diferentes manchas de grasa por todos lados. Su pobre look se completa con unos pantalones cortos que llegan casi hasta las rodillas. Es Don Fernando, nuestro vecino del tercero. Vive justo debajo nuestro. Hace años que vive solo, se divorció y no ha vuelto a juntarse con nadie. Todo el vecindario pensamos que su personalidad y su forma de ser es incompatible con la convivencia con él. Discute bastante con todos los vecinos y en la última reunión de vecinos tuvo un par de discusiones fuertes con mi padre. Todos lo odiamos, pero lo peor es que parece que él disfruta con ello…

—Hola joven, ¿están tus padres por casa?

Su mirada imponente me hace titubear levemente, solo consigo decir… —eh.. un.. un momento por favor..

Me giro hacia el  pasillo y me encamino hacia la cocina, dejándolo plantado en la entrada de casa.

—Mamá… —le digo a mi madre cuando aparezco por el contorno de la puerta de la cocina, visiblemente preocupado.

—¿Qué pasa hijo? —Mi cara hace que mi madre deje lo que está haciendo para prestarme atención. Se encamina hacia a mi limpiándose las manos en el delantal mientras me pregunta. —¿Ha pasado algo? ¿Quién era?

—Es... Don Fernando…

—¿Qué? ¿Don Fernando? Qué narices querrá ese ahora. —dice mi madre lavándose las manos y soltándose el pelo para no aparentar tan “maruja”.

Mi cara refleja un poco la preocupación después de lo que pasó en la última reunión de vecinos. Me quedo en el contorno de la puerta mientras la veo. Pasa a mi lado con paso firme y con cara de pocos amigos se encamina por el pasillo en dirección a la puerta de casa.

—Buenos días Don Fernando, ¿en qué puedo ayudarle? —La voz de mi madre suena muy firme, mostrando la poca gracia que le hace ese señor.

—Buenos días Alejandra, ¿Está tu marido por casa? —Su voz suena sorprendentemente educada..

—¿Mi marido? No, no está, me temo que tendrá que conformarse conmigo, ¿qué quiere? —dice ella tajantemente. Debido al trabajo que desempeña mi madre, unas de las cosas que más le han molestado a lo largo de todos sus años trabajando como abogada son los comentarios machistas. Comentarios que pongan en duda su capacidad tanto de afrontar problemas como de solucionarlos.

—Vaya, espero que tú puedas solucionar el problema.

—Pues me temo que no le queda otra opción que decírmelo a mí, ¿Acaso dudas que no pueda solucionarlo? —su tono cada vez muestra más su enfado.

—Jajaja, bien, es un asunto importante. —El viejo mira hacia atrás, hacia el rellano mientras dice —¿Podemos entrar y hablarlo? No creo que deba enterarse todo el vecindario, ¿no?

—¿Entrar? ¿dónde? ¿en mi casa? —dice sorprendida. —¿Cómo va a entrar en mi casa? ¿desde cuando tenemos esa confianza? —mi madre está visiblemente enfadada y a la defensiva. Sin embargo, eso no afecta a Don Fernando, que muy serenamente le dice que no va a gustarle que los vecinos nos vean en el rellano discutiendo estas cosas.

Eso deja pensativa a mi madre. Por un lado sabe que tiene razón, a nadie la importa las cosas que tengan que discutir. Pero por otro lado, lo que realmente le molestaría es que el vecindario la viera hablando con él, simplemente que le puedan relacionar con un tipo así hace que se atormente.

—Esta bien, pase… Espero que sea importante, tengo muchas cosas que hacer.— Le dice muy a su pesar.

—Claro.— Dice sonriente.

Al pasar detrás de mi madre veo como una sonrisa se dibuja en su cara. Me fijo en qué esta mirando y veo como se fija en la figura y el culo de mi madre sin que ella se dé cuenta. No me esperaría que hiciera algo así, tan sorprendido me encuentro que no me atrevo a decir nada..

Veo como llegan al final del pasillo y entran al salón…

CAPÍTULO 3

Si hay una cosa que siempre ha caracterizado a Alejandra es el saber estar en todas las situaciones. En esta ocasión, debería de haber enviado al viejo a la cocina, despachar el asunto en unos minutos y echar a este odioso vecino enseguida. Pero sé de sobra que mi madre no llevaría a nadie a la cocina por lo revuelta que estaba por la preparación de la comida, y por muy desagradable que sea, nunca llevaría a nadie de fuera allí. Aunque sea hasta el mismo Don Fernando.

Tardé en reaccionar y darme cuenta de que sí, ese viejo que tanto quebraderos la dan a mis padres acababa de entrar en mi casa, había seguido a mi madre por nuestro pasillo y no había perdido detalle de cada punto de su silueta sin que ella se diese cuenta de nada.

Al entrar, encontré una situación que era de esperar. Mi madre de pie, con los brazos cruzados y cara de enfadada en mitad del salón mientras que el viejo estaba sentado en una de las sillas que rodeaba nuestra mesa de madera, de tal forma que esa barriga parecía que crecía por momentos.

—Bueno, aquí estamos, ¿Vas a hablar ya? O vas a soltar a algunas de las mentiras que tanto te gusta inventarte. —Con solamente la presencia del viejo en nuestro comedor hacía que mi madre expresase un enfado que pocas veces había visto. La mirada segura de él me ponía algo nervioso…

—Tranquila Alejandra, ¿no te he dicho nada, pero puedo sentarme? —dice sentado en la silla, pero no lo hace en cualquier lado, justo lo hace donde todas y cada una de las noches se sienta papá a cenar. No tiene nada de especial ese sitio, es algo simbólico, pero aparentaba reemplazar el lugar de mi padre.

Su solamente presencia dentro de nuestro hogar hacía que todo me rechinase demasiado. «¿Desde cuando este hombre es bienvenido a mi casa? ¿Mi padre estaría conforme de que entrara? ¿Mi madre tenia toda la situación controlada?». Todas y cada una de las preguntas se repetían continuamente en mi mente, y no habían ninguna en las que tuviera clara una respuesta.

—¿Tu marido tardará mucho en llegar? —el viejo le habla a mi madre, sentado en la silla. Mientras ella, de pie con los brazos cruzas y cara de pocos amigos, contesta contundentemente. —Mi marido trabaja, y no vendrá hasta por la noche, ¿Qué es lo que quiere?

—Esta bien, está bien… —Se acomoda en la silla, tranquilo—Es un tema importante, pero antes quiero asegurarme, dime una cosa, ¿os habéis duchado hoy?

Esa pregunta retumba en todo el salón. Nos pilla desprevenidos tanto a mi madre como a mí. No nos esperábamos una pregunta así. Ella, incrédula ante lo que acaba de oír, su boca se entreabre ante lo que acaba de oír, pero aún así responde.

—¿Perdone? ¿Qué es lo que acaba de decir?

Sin embargo, en vez de asustarse, el viejo sonríe un poco al ver su enfado.

—Mire Don Fernando, como le he dicho tengo cosas que hacer, así que prefiero que se marche, no sé a qué viene ese tipo de preguntas.

—Vecina, es una pregunta importante, sé que puedes pensar mal y que me interese por saber si te duchas o no, pero no es por eso.

—Pe-pero, ¿Cómo se atreve? Aquí en mi casa, en mi salón… márchese, no quiero seguir hablando con usted. Desde cuando le importa cuando nos duchamos en esta casa, ¿qué se ha creído Don Fernando?

—Y-Yo.. yo sí… —respondo sin saber muy bien por qué.

La cara de mi madre se gira hacia el marco de la puerta, su cara evidencia una gran sorpresa.—Pero hijo, ¿qué estas diciendo? ¿Por qué contestas?

La cara de sorpresa poco a poco pasa a ser cara de enfado de nuevo.  No le ha gustado que participe en la conversación y menos para decir algo así. Sin embargo, el viejo sonríe, satisfecho de lo que acaba de oír.

—Pues claro que hace falta que lo sepa vecina. Sobre todo por el tema que nos concierne…

—¡Pues hable de una vez! —cada vez más exaltada.

—Tranquila vecina, no te pongas nerviosa —su serenidad hasta sorprende.

—Mire Don Fernando, como ya le he repetido, tengo cosas que hacer. Por favor, venga por la noche y hable directamente con mi marido.

—Alejandra, existe una fuga de agua en tu bañera. Se está filtrando y cae por diferentes zonas en mi cuarto de baño. —empieza a hablar, sin dejar de mirar a los ojos a mi madre. —Me he tomado la amabilidad de agilizar todo esto y he llamado a mi aseguradora, la cual me ha respondido que la reparación asciende aproximadamente a 5.000€. El hecho que esté aquí es para solucionar este problema.

—¿Y por eso tiene que saber usted cuando nos duchamos? ¡Que me lo pregunte la aseguradora a mi directamente!

—Tranquila vecina, no te pongas nerviosa, era solo para asegurarme.— recostado en la silla, con su enrome barriga, su actitud es de tener todo controlado.

—¿De que me había duchado? ¿Y qué será lo próximo? ¡¿Entrar para verme?!

—Jaja, no me importaría vecina, no te voy a mentir.

—No, si que no le importaría ya lo sé yo— mi madre se enfada, cada vez yendo a mas.

—Mama... —digo algo asustado desde la puerta del salón al ve tu visible enfado…

—¡Qué! —me contesta algo borde inclusive a mí... eso me asusta…

—Vamos Alejandra, tranquilízate, anda siéntate, ¿no quieres solucionar el problema? Me gustaría que llamaras al seguro, ¿de acuerdo?

—Mire don Fernando, llamaré al seguro, pero lo llamaré a lo largo de la tarde, tengo la comida a medio hacer y tengo otras obligaciones antes que eso.

—¿Qué? De eso nada, he venido hasta tu casa a solucionar este problema.

—Verá, si le digo que llamaré, es que llamaré, ¿de acuerdo?

—¿Y a qué esperas?— dice sin amedrentarse.

—¿Es que acaso, Don Fernando, tengo que hacerlo delante de usted? Si le digo que llamaré es que lo haré, ¿de acuerdo? —Parece que intenta imitar sus palabras. —Deme su seguro y el mío se pondrá en contacto con el suyo.

—Vecina, si he subido hasta vuestra casa es por algo, quiero solucionarlo ya, ¿acaso no lo entiendes?

—Claro y yo, ¿se cree que no tengo nada mejore que hacer? —mi madre no se achica y se queda quieta en mitad del salón esperando su teléfono.

—¿Crees que poniéndote así se solucionarán las cosas? Mi seguro necesita el tuyo y no al revés.

—Perdón, pero según el artículo 16 de la Ley de contrato de seguro, el causante de los daños se pondrá en contacto con el que recibe el daño. Y por favor, le ruego que no alce la voz en mi casa.

Yo me quedo impresionado con su faceta de abogada.

—Además, ¿Cómo sabe que es por culpa de nuestra bañera y no es un escape de su cañería? Dígale a la aseguradora que mande un perito, ¿ellos lo han confirmado? Veremos que dice mi seguro, ¿No? En cuanto los llame les diré que manden un perito.— Mi madre saca a relucir su lado de abogacía, dejando a Don Fernando sin articular palabra. Pero a mi no me gusta la conversación, como le habla a mi madre, como actúa, pero no me atrevo a decir nada.

—¿Eso significa que quieres verlo con tus propios ojos? —dice él ante la sorpresa de mi madre. A la cual pilla desprevenida. A mi me asusta la proposición de que bajes a su casa.

—Tengo que hacer las cosas a ciegas, ¿no cree? Ya lo verá el perito, ahora yo estoy terminando la comida.

—Necesito que llames al seguro ya, no puedo estar pendiente más tiempo de arreglar esto, para eso he subido hasta aquí, joder.

—Le he repetido por activa y por pasiva que lo llamaré en cuanto usted se vaya.

—Joder Alejandra, no. Quiero que lo llames ahora.

—Oiga, a mi no me hable así.

—No te hablo de ninguna manera. —el viejo tampoco parece achantarse. —Te estoy hablando bien.

—Bueno ya está bien. Antes de llamar al seguro, quiero que lo mire mi esposo esta tarde.

—¿Tu esposo? Pero si me has dicho que no viene hasta esta noche.

Mi madre empieza a estar harto de este hombre. Hasta tal punto que se da cuenta que está intentando quitárselo de encima como puede.

—Insisto, si no me crees, puedes verlo tú misma.

—Don Fernando, yo no quiero bajar a su casa. Tengo cosas que hacer y además no quiero hacerlo, punto. Esperaré a que venga mi marido, ya sea esta tarde, esta noche o mañana. —dice contundentemente.

—Lo que digas vecina. Creo que esto lo podemos solucionar. Vienes, ves las goteras, subes, llamas al seguro y todo solucionado.

Eso deja a mi madre en silencio. Se le nota algo indecisa ante la necesidad de quitarse a este hombre de encima. A los pocos segundos veo como una mirada se dirige hacia mi. Como intentando decirme que está por aceptar lo que le dice. Cosa que a mi me hace sentir un vértigo jamás sentido. ¿De verdad es capaz de bajar hasta su casa?

—Bueno...— Veo a mi madre dudar.— Está bien, bajo un momento y terminamos esto.

—¡¿QUÉ?!— Solamente me sale decir al oírle decir eso. Al momento giro a ver al viejo y veo como sonríe levemente.

—Está bien vecina, como quieras, vamos entonces. —Sin esperarte se levanta y sale de casa sin esperarla, sin decirle nada más. Es un maleducado.

Mi madre y yo nos quedamos solos. Veo como mi madre tiene los ojos fijado en la nada, sin duda está pensativa. Valorando si de verdad el bajar a casa de ese hombre es la mejor opción, pero mi pregunta la saca de su ensimismamiento.

—¡Mama! ¿pero qué dices? ¿Como vas a bajar a su casa? —Esas palabras salen de mi boca con un tono de profunda preocupación.

—No pasa nada hijo, sé defenderme.

—No deberías bajar ahí mama, no es buena idea…

—No soy una cría Juan.

—Pero mamá… de-deberíamos esperara a papá… —Le digo mientras veo que sale del salón. —Además, tú lo sabes perfectamente… No es buena idea.

Ella sale del salón en dirección a su habitación conmigo detrás. Mientras se pone los zapatos y sin mirarme, me responde.

—Es que él no va a parar de incordiar. Lo conozco.

—Pu-pues.. dé-déjame bajar contigo…

— Estás seguro de querer venir? —Mi madre deja de ponerse los zapatos y me mira.

—Sí.. sí mamá, v-voy contigo…— Mientras cojo mis zapatillas deprisa y corriendo.

—¡¿ALEJANDRA?! —Desde el rellano oímos su voz..

—Venga, no le hagamos enfurecer más— Mientras me lo dice, veo como se suelta el pelo, como si haciéndolo se sintiera más segura. Coge la chaqueta gris perla. Parece que quiere tener aspecto de abogada.

Una vez en el rellano, cerramos la puerta de casa y al bajar las escaleras, en el rellano del piso inferior, vemos al viejo en su puerta. —Venga vamos Alejandra, no tengo toda la mañana.

—Ya le he dicho que no me hable en este tono Don Fernando.

Eso no ofende al viejo, más bien lo contrario. Veo como una pequeña sonrisa se le dibuja en la cara mientras dice —Venga pasa.

Sin decir nada más, mi madre pasa detrás del viejo. Adentrándose en la boca del lobo…