El advenimiento (Capítulo 8 y 9)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPÍTULO 8

Un escalofrío parte a Alejandra en dos al oír esa voz. La reconoce, es mi voz. Suena demasiado, como si estuviera dentro del cuarto de baño. No se dio cuenta, pero momentos antes, ella misma fue quien quitó el pestillo de la puerta, me dejó el acceso para poder entrar y no podía permitir seguir esperando ahí sin saber qué estaba ocurriendo.

La situación me horrorizó. Ver a mi querida madre con las manos rodeando el cuello del viejo que tanto he oído hablar mal de él. Mi madre está de puntillas casi encima de él, su mitad del cuerpo está apoyada en su enorme barriga.. Además, no me creo lo que veo... ¿El viejo está desnudo de cintura para abajo? Me dijo en ese detalle mientras él me mira y sonríe.

—¡¡DIOS!!—Alejandra se aparta de él, se gira y pone las manos en su boca ahogando un grito.

Veo su cara de horror…

—¿Q-Qu-Qué sig-signi-significa todo esto?— digo sin salirme casi las palabras…

—Cariño… Y-yo… No… no ha pasado nada… Él… Él me ha obligado...— Se tapa la cara y empieza a llorar.

—Pe-pe-pe-pero mamá...

No lo puede aguantar más y decide salir de allí corriendo, huyendo. Si por ella fuera desaparecería de cualquier lugar de la tierra. Al pasar por mi lado me da un golpe en el hombro, pero ni siquiera se atreve a mirarme al pasar. Sale corriendo hacia casa. Yo la sigo con la mirada, me giro y veo al viejo sonriendo y con esa polla semierecta mirándome… Y decido salir de esa casa, intentando perseguir a mi madre.

Temblando, con la cara llena de lágrimas, intenta introducir la llave en la puerta de casa. Las llaves caen al suelo. Las recoge, consigue abrir la puerta. Dentro de ella resuena «Pero qué he hecho.. qué he hecho..». Entra en la habitación y se tira en la cama, llorando «Dios mío, qué he hecho…».

Al cabo de unos 20 minutos oye un sonido en la puerta.

TOC-TOC…

TOC-TOC..

—Ma..má.. Soy.. soy yo… —digo desde el otro lado de la puerta, pero no obtengo contestación…

—Mamá…

—… —Está en shock.

Vuelvo a llamar una tercera vez… —Mamá por favor.. abre la puerta. Necesito hablar contigo… —Pero no recibo contestación. Así, a los pocos segundos, decido darme la media vuelta, cabizbajo, desistiendo. Me meto en mi habitación, con esa imagen grabada en su mente.

Mientras Alejandra en su habitación, sigue ensimismada. «Tengo su olor metido en la nariz… Y… Y su sabor… Dios santo.. Qué he hecho…»

En día pasa, pero mi madre no sale de la habitación. Ni siquiera ha salido a hacer la cena. Nunca había pasado algo así. Yo me preparo algo para cenar, papá ha llamado que regresará de madrugada. Tiene mucho trabajo que hacer.

A la mañana siguiente me levanto. Son las 8 de la mañana y oigo ruidos en la cocina… Al levantarme, la veo en la cocina…

Al entrar la veo haciendo cosas, con la mirada perdida.

—Hola mama, buenos días. —solamente me atrevo a decir eso… Observo su mirada perdida sin que conteste. Me siento a tomar café.

¿Está enfadada?¿ida?¿deprimida? o simplemente está destrozada por dentro.

—Mamá, hoy no comeré en casa. Tengo clase por la tarde. —intento decirle para que hable conmigo, pero sigo sin obtener ninguna contestación. Me fijo en su cara, tiene una mirada vacía.

Termino de desayunar y me retiro a mi habitación a prepararme para ir a la universidad. Cuando voy a salir por la puerta, desde el recibidor vuelvo a hablarle. —Bueno, adiós mamá… —Y salgo por la puerta cerrándola detrás de mi.

Alejandra deja el trapo que sostenía en su mano y se las lleva a su cara… Cayendo varias lagrimas por sus mejillas… «Me siento sucia…»

Así van trascurriendo los días… Y el ánimo de Alejandra vuelve a recuperarse. Su marido, ajeno a todo y sin ni siquiera imaginar lo que ha llegado a sucederle, parece que le ayuda a recobrar su estado de ánimo. Como si lo que hubiera ocurrido fuese solo parte de una pesadilla, de una muy mala pesadilla…

Yo por mi parte, tampoco ha querido poner mas leña en el fuego. He preferido actuar por su bien y no volver a sacar el tema. Aún así, para mi esa escena también pertenece a una pesadilla. Una pesadilla que ambos compartimos, y que queremos enterrar muy profundo... lo más profundo que podamos... dentro de nuestro ser…

Todo dentro de la familia vuelve un poco a la normalidad, ha pasado 1 semanas desde aquel incidente y la vida rutinaria de todos hace que lo que pasó aquel día fuese un mero y desagradable sueño. Mi madre vuelve a sus rutinas de trabajo, informes, sentencias,  y el torbellino de trabajo con el que siempre se ha caracterizado para sacar el bufete adelante. Pero no solo vive para el trabajo, ella intenta compaginar su frenética vida laboral con sus imperdonables sesiones de pilates y yoga que tan bien le sientan. Cuando nos sentamos a cenar, vuelvo a ver la complicidad de siempre entre mis padres. Parece que mi madre ha conseguido olvidar lo que pasó aquel día en casa de ese indeseable. ¿Pero qué es lo que le ha pasado para hacer eso con ese viejo? Sé que lo detesta, no puedo entender como pudo consentir tal cosa, ¿por qué lo hizo? ¿Le habrá dicho algo a papá? No lo creo, es algo demasiado fuerte como para contárselo. Yo tampoco lo voy a hacer, creo que solamente traería problemas a esta casa. Y yo no quiero que existan problemas entre mi madre y mi padre. En cuanto al vecino, tampoco hemos oído nada más de él. No sé si habrá conseguido solucionar lo de las goteras. Lo único que estoy casi convencido es que mi madre y él no han vuelto a hablar desde ese incidente, o eso creo…

Al día siguiente me levanto para entrar a la cocina a desayunar, mientras como de costumbre, mi madre está preparando el desayuno y termina de prepararse para irse al trabajo. En unas semanas tiene un caso importante y se le nota inquieta.

—Hola mamá, buenos días.

—Hola cariño, buenos días. —Ella no para de moverse por toda la cocina. Cogiendo y dejando cosas. Dejando todo recogido. Su pelo suelo se va moviendo a cada compás suyo, dejando una fragancia fresca por toda la cocina. Lleva una camisa blanca abrochada hasta casi el último botón junto una falda roja que llega hasta la rodilla. Ella siempre cuida su imagen y se nota.

—¿Qué tal mamá? ¿Tienes mucho trabajo hoy?

—Sí Juan, ya sabes que tengo un caso importante que se resuelve en unas semanas y necesito que salga perfecto. Vendré a comer, pero antes tengo que ir a comprar algunas cosas al supermercado para la comida de hoy y la cena, ¿vale? Había pensado en que podíamos hacer ese Risotto que tanto te gusta, ¿qué te parece?

—¿Ah si? Genial! Te sale riquísimo mamá. ¿Pero donde vas a ir a comprar?

—¿Cómo que donde Juan? Pues al supermercado de siempre, ¿donde voy a ir?

—Ah vale... Yo que se.. Yo hoy no tengo clases, ¿necesitas que te ayude?

—¿Quieres ir tú? ¿o lo dices para que vayamos juntos? a mi me da igual —dice sonriendo amablemente.

—Es que, yo no sé que tengo que comprar… Pero te puedo acompañar si quieres…

—Mmmmm… —ella se pone pensativa, intentando cuadrar todas las cosas en su cabeza. —¡Está bien! Hagamos una cosa, ¿qué te parece si vamos ahora al supermercado y así me ayudas y luego ya me voy hasta la oficina?

—¡Vale mama!

—Genial, ¿vamos entonces?

—¡Sí!

Ella sale de la cocina hasta su habitación para recoger sus cosas. Pero sin saber por qué, en su cabeza vuelve lo que pasó aquel día.

«¿Por qué? Hacia ya días que no me acordaba de ello, porque ahora?» Piensa mientras mete sus cosas en su bolso beige. «¿Acaso tengo miedo de que Juan saque el tema? Espero que no lo haga, ya estoy mucho mejor. Ya no tengo pesadillas, por suerte ya no las tengo. Pensé que necesitaría ayuda psicológica, pero ya pasó.. Menos mal…»

La veo salir de la habitación y nos encaminamos hacia la puerta de casa, salimos al rellano y ambos bajamos por el ascensor y salimos a la calle. Un día soleado inunda toda la explanada mientras Alejandra se pone sus gafas de sol. Nos encaminamos hacia el supermercado que está cerca de casa.

Cuando llegamos, Alejandra coge un carro mientras le pregunto. —¿Qué hay que comprar?

—Lo tengo todo apuntado, tranquilo cariño. —me contesta mientras nos ponemos a buscar todas las cosas que necesitamos.

Todo transcurre con normalidad, es primera hora de la mañana, por lo que la afluencia de gente es todavía pequeña. Gente mayor está comprando sus cosas mientras mi madre no deja de mirar cada estante buscando la marca en concreto que desea. La veo moverse, su silueta es casi perfecta, una ensoñación. Su camisa blanca y su falda roja con el pelo suelto, conjuntan a las mil maravillas. Aún me pregunto qué ha podido pasar para que haya sucedido ese evento con ese viejo, me parece increíble, tanto que ya no sé si realmente pasó o no. Ver ahora a mi madre actuar con la misma naturalidad de siempre, después de ese evento por un lado me reconforta, pero por otro lado me inquieta. ¿Hasta qué punto ella ha olvidado todo lo sucedido? ¿Qué ocurriría si nos lo volviéramos encontrar? Dios… Son preguntas que realmente no quiero contestar…

Absorto en mis propios pensamientos, llegamos al pasillo de las leches.  Mi madre, como siempre, busca la marca que tanto le gusta, pero le cuesta encontrarla.  —¿Dónde está la leche? ¿Se ha terminado? —dice sin dejar de hablarme mientras se inclina a buscarlas.

Saco el móvil mientras espera a que ella termine de buscar la leche que necesita. No tardo más de 15 segundo en mirar los whatsapp de los compañeros de clase. Una vez bloqueo el móvil, me da por mirar hasta el fondo del pasillo… Y lo veo, veo a la última persona que querría que apareciese, a esa persona indeseable que tanto ha angustiado a mi madre,  que tanto me ha angustiado a mi... Don Fernando…

CAPÍTULO 9

Lo primero que me pide el cuerpo es salir pitando de allí, evitando así que mi madre lo llegue a ver. Pero sé que si lo hago, puedo llamar la atención. Me giro hacia ella y la veo inclinada, se le marcan las nalgas, pero no le digo nada. Rezo para que no nos vea. Indeciso, nervioso, me siento bloqueado, no sé que hacer.

Demasiado tarde, Don Fernando mira a través del pasillo y nos ve. Me doy cuenta, pero no sé como actuar, presa del pánico. Don Fernando con paso tranquilo se acerca. Con una actitud cobarde, casi propia de mi, no aviso a mi madre de quien se acerca… Mientras ella por fin se ha decidido por una botella, que sostiene en la mano. Ella se incorpora poco a poco, con tranquilidad y sosiego, sin saber que esa persona indeseable  se acerca a nosotros, hasta que su voz le sorprende.

—Hombre, ¿Cómo está mi vecina favorita?— Sonríe mientras llega a nuestro lado.

Alejandra reconoce la voz. Se sorprende. Tanto que se le cae la botella al suelo al oír su voz. Yo me mantengo callado, con una cara entre miedo, sorpresa y rencor.

—Alejandra, señora Alejandra, Don Fernando. —Le contesta cuando se gira a mirarle, mientras la leche aun está en el suelo. Aunque se siente aturdida, con una mezcla entre asco y temor, ella se muestra firme y decidida, como haría en cualquier situación de su profesión.

—Está bien, está bien, ¿qué tal estás Alejandra?—Rebaja el tono para no armar un escandalo. —Cuantos días sin verte…

Me mantengo callado, mirándolos.

—Bien. Gracias ¿y usted? Espero que bien. Tenemos que irnos. —Responde seca y esquiva a la par que educada.

Sin embargo, Don Fernando parece muy tranquilo y no le sorprende su actitud. —Bien, estás guapísima Alejandra.

Ella evita responder a eso. No delante de mi, no en mitad de ese supermercado.

—Recoge la leche, por favor hijo. —Solamente se atreve a contestar. Ella no quiere agacharse delante de él.

—S-sí mamá.— La recojo y la meto en el carro.

—Bueno Don Fernando, ya nos íbamos, que pase una buen día.—Contesta mientras se da la vuelta. Ni siquiera sigue la conversación. Se gira, mientras le sigo.

—¿Ya Alejandra? —ella lo deja ahí plantado. Con la palabra en la boca.

Observo de soslayo mientras nos alejamos de él. Veo una cara muy seria de mi madre. Tan seria que no me atrevo a preguntar. Se le nota enfadada.

Cuando llegamos a la cajera, me atrevo a preguntarle. —¿Mamá, estás bien?

—Sí. —Responde escuetamente. —Vámonos ya. —Su tono de voz cambia, de ser normal y dulce durante la mañana, a este tono seco. Parece dolida.

—Esto apesta —dice con tono seco dejando la compra en la cinta de la caja.

La miro sin atreverme a contestar. Por un momento, observo un pequeño temblor en la mano de su madre mientras deposita la compra. ¿Todo viene provocado por ese indeseable? Necesito que salgamos de aquí, y apuesto a que ella quiere salir corriendo igual que yo. En tono serio paga la compra, guardamos todo en las bolsas y salimos a la calle. Estoy preocupado por ella, no quiero verla así.

—Entonces... ¿vas a hacer el risotto? —Digo para rebajar la tensión.

Ella sin mirarme, me contesta. —Vamos a casa y dejemos esto. Yo tengo que marcharme y no quiero entretenerme. Volveré sobre la una del medio día, antes de comer. —Me contesta sin volver a hablar. Se le nota enfadada, y yo sé que estos momentos es mejor no molestarla.

Todo el trayecto lo hacemos en silencio. Miro a veces hacia ella, concentrada en la carretera, en sus pensamientos, ¿qué se le pasará por la mente? ¿cómo puede una simple persona trastocarla tanto? ¿de verdad puede influir tanto en ella? Se le nota irritada, la presencia simple presencia de ese viejo ha alterado toda la mañana a mi madre. Y para mas inri, al entrar en el portal, vemos un cartel en el ascensor que lee:

“AVERIADO”

—¿Averiado? —me atrevo a decir.

—Joder, ¿ahora como subimos todo esto? Lo que me faltaba. —Responde ella.

Yo quiero actuar como su hijo protector, frente a ella que veo como cada vez se va torciendo más cosas durante la mañana. —Tranquila mamá, yo puedo con todo.— E intento coger todas las bolsas.

Ella me observa, sabe que no podré.  Pero sabe lo que estoy intentando hacer, que estoy intentando ayudarla para que no se le tuerzan más las cosas. Sabe que la quiero proteger, y un atisbo de compasión surge hacia mi.

—¿Seguro que vas a poder cariño? Tranquilo.—me dice medio sonriendo. —No vas a poder con todo, no te preocupes por mi, si hace falta haremos varios viajes, ¿vale hijo? —dice mientras pone una mano amablemente mi espalda mientras intento abarcar todas la bolsas inútilmente.

Pero justo en ese momento, mientras hablamos y vuelve un poco la complicidad entre nosotros, se abre la puerta del portal. Ambos giramos la cabeza al unísono y lo vemos entrar. Don Fernando, con una pinta horrible, desaliñado, descuidado, si lo vieran por la calle, podría pasar por un vagabundo perfectamente.  Entra por el portal y nos mira. Por su expresión, creo que sabía perfectamente que nos vería aquí…