El advenimiento (Capítulo 38)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 38

Son las ocho de la mañana, mi madre ya vestida con una falda de tubo azul turquí junto con una blanca anudada y un cinturón a juego está preparando el café para ella y para papa. Esa presencia, combinada con una apariencia estética cuidada la termina de completar con un perfume suave y un maquillaje discreto. Bajo esa ropa, se esconde un precioso conjunto de sujetador y bragas de color blanco palo, con dibujos florales por los bordes y una pequeña transparencia que no permite intuir nada. Su combinación es impoluta, se avecina una mañana larga y tediosa con varios clientes importantes.

Pero yo no me levanto a desayunar con ellos. Extrañados, mi madre decide salir de la cocina en dirección a mi cuarto y decide abrir la puerta de mi habitación encontrándome aún en la cama, con la oscuridad que la luz de la mañana me permite obtener.

—¿Juan? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —dice desde el contorno de la puerta.

—Hola mamá…

Ella al oír mi voz decide entrar hasta llegar a la orilla de mi cama. —¿Qué te pasa?

—No me encuentro muy bien…

—¿Y eso? ¿Tienes fiebre? ¿Algo te ha sentado mal?

—No lo sé…

—Déjame verte…

—No mama… Estoy bien… Solo necesito descansar un poco… —digo intentando que ella no me toque ni me vea.

—¿Pero tienes fiebre?

—Creo que sí…

—Si tienes fiebre, quédate en la cama, llamaré al médico.

—¿Al médico? —digo asustado.

—Sí claro. Cuando uno está enfermo, se llama al médico.

—Ya… Ya lo sé… Pero… No… No creo que haga faltan, ¿no?

—¿A ver? —dice poniéndome la mano en la frente. —Fiebre no tienes. Pero si te encuentras mal, prefiero que te visite.

—Mamá… no… no hace falta que llames al médico. Me quedo descansando hoy y ya está.

—Bueno tú mismo, pero si no te medicas y te pones peor vas a perder las clases. Yo voy a avisarlo de todas maneras.

—Creo que solo necesito descansar hoy…

—¿Descansar? ¿Estás enfermo o no?

—Un poco sí “tos”, la garganta “tos” —hago para disimular.

—Haces muchas faltas en la Universidad, al final vas a perder el curso.

—Es que.. me encuentro mal… —digo sin saber muy bien como responder a eso.

—Oye, ¿te pasa algo? ¿no te gusta lo que estás estudiando o que? —dice intentando saber qué me pasa. —Si te pasa algo, dímelo, soy tu madre.

—So… Solo…. Solo necesito descansar un poco mamá….

—Vamos hijo, todos necesitamos descansar. Si no estás enfermo te levantas y ya y si lo estás llamo al médico, pero no me hagas perder más el tiempo.

—Pero mama… —digo intentando obtener su compasión.

—No estoy para monsergas. —su actitud al hablarme denota bastante su mal humor, provocado por el viejo y de sus dudas sobre Verónica. —Ya tengo bastantes problemas.

—Está bien… —digo desarropándome y levantándome poco a poco. —Ya me levanto, ¿vale? —digo con sorna.

—Venga cámbiate y vete a clase. O ahora querrás que te vista yo. —dice ella de mal humor. —Y no me contestes así.

—¿Eh? Pero si no te he hablado mal…

—¿Qué quiere decir ese vale? —dice autoritaria.

—¿Eh? Na… Nada mamá… —digo con algo de miedo hacia ella. Pero relaciono lo de los problemas con cosas de su trabajo.

—Pensaba. —Zanja ella. —¿Te ocurre algo en la universidad?

—¿Por qué me preguntas eso? —digo sorprendido.

—No sé, esta actitud de pocas ganas.

—Es que últimamente las clases… —digo intentando explicarme.

—Sabes que nos cuesta un esfuerzo que vayas, ¿no?

—Sí, claro que lo sé… Es que últimamente en las clases… No consigo… Aprender nada… —digo mintiendo.

—Pues espabila, que si no se saca el curso no se qué vamos a hacer. ¿No consigues aprender o no te esfuerzas en aprender? Si no sirves te pones a trabajar.

—Pero mamá… No… No quería decir eso… —digo sin atrever a mirarle a los ojos — solo es que… —Y no termino las frases.

—¿Qué? ¿Es que qué?

—Nada… Nada… Ya me visto…

—De acuerdo, yo me voy a ir. Espero que cuando regrese ya no estés aquí.

—A… A qué hora vendrás… ¿Comeremos juntos?

—Tú espabila y si no estoy te preparas algo. Que ya eres mayorcito.

Pero yo en el borde de la cama, me quedo parado. No quiero ir a clase pero lo estoy haciendo solo porque mi madre me lo dice. No quiero ir y no debo ir.

—Mama… —digo parado en el borde de la mesa, aún vestido con mi pijama gris. —No quiero ir a clase…

—¿Qué no quieres ir a clase?

—No… —digo sin atrever a mirarle.

—Seguro que tendrás alguna razón, ¿no?

Me quedo callado, no me atrevo a decírselo, mientras oímos su móvil vibrar varias veces en su bolso.

—Bueno, mira hijo —dice sin hacerle caso al móvil. —A mi la paciencia y el tiempo se me acaban. Si no quieres ir más a clase, te buscas un trabajo. No vas a estar vagando por aquí o por la calle. Eso no.

—¡No mamá! No es eso.. —digo sin mirarla. —Quiero sacarme la carrera… Me gusta lo que estudio… Quiero sacarme la misma carrera que papa… Pero es que…

—¿Es que qué, hijo?

Yo cojo aire sin mirarla.

—Pues.. es que… Hay un chico…

—¿Un chico?

—Sí, un chico… Y… No para de molestarme…

—¿Qué quiere decir molestarte? —dice sorprendida.

—Pues que me molesta mamá… Que no me deja en paz… Y cada vez va a más…

—¿Pero cómo te molesta? —pregunta mirándome.

—Le he tenido que dar los apuntes de dos asignaturas, ¿vale?

—¿Qué? —dice sin creer lo que le digo.

—Los apuntes que tanto me han costado de hacer… —digo armándome de valor.

—¿Y por qué lo haces? —me mira incrédula.

—Por… Porque… Es que… —digo dubitativo, sin encontrar las palabras. —es… es demasiado grande… Y… Es agresivo…

—¿Te amenaza? ¿Eso quieres decir?

Me quedo callado.

—¡DI! —Oigo como alza la voz. —¿Qué pasa? ¿Te amenaza?

—Sí… —digo acto seguido en voz muy baja. —y… y me insulta…

—Pero tú… Enserio… Ya no estás en el parvulario, ¿no?

—Mamá… no estoy orgulloso de esto, ¿Vale?

—Le dices que si te hace algo lo vas a denunciar y ya está.

—Mamá… No… No es tan fácil… —digo mirando al suelo.

—¿Cómo que no es tan fácil? ¿Sabes que tu madre es abogada?

—Eso… Eso le da igual mamá… Además, no quiero que se entere todo el mundo…

—Oye hijo, espabila. No puedes ir por la vida en este plan. ¿No ves que harán contigo lo que quieran?

—Ya mama, ¿pero qué quieres que haga? —digo intentando que me comprenda.

—Siempre serás un don nadie si sigues así.

—Pero… Pero mamá…Entiéndeme…

—No irá tu mamá a sacarte las castañas del fuego como cuando eras pequeño.

—No… No quiero eso… —replico con la cabeza baja.

—No. No te entiendo, la verdad. —dice sin mirarme, negando con la cabeza.

—Creo que lo conoces… —le contesto intentando buscar su complicidad.

—¿Lo conozco?

—Sí…

—¿Quién es?

—¿Te acuerdas de Mari Carmen, la amiga de Isabel?

—Sí.

—Pues un primo de su hijo. —digo sin estar orgulloso de lo que te digo. Parece que soy un chivato.

—¿Un primo de su hijo? ¿Y por esto lo tengo que conocer?

—Sí, estuvo en el cumpleaños que hizo Mari Carmen el año pasado.

—Hubo mucha gente.

—El que celebramos en aquél restaurante.

—Además, esto qué importa. —dice despreciándome.

—Es por si querías saber quién es… —intento excusarme.

—No pretenderás que llame a Mari Carmen para que le diga algo, porque no lo voy a hacer.

—Nono! No lo digo por eso… —digo mirando al suelo intentando ablandecerla un poco. —Lo siento mama…

—Ya no sé qué hacer contigo, la verdad. —dice levantándose de la cama y cruzando los brazos.

—Además, si se enterara de algo, estoy muerto. —digo cogiéndole de los brazos que tiene cruzados. —lo siento mama.. de verdad…

Ella deja de cruzar los brazo para que deje de tocarla.

—Mamá, mamá, mamá… ¿sólo sabes decir eso? —dice en tono muy serio. —crece de una vez hijo.

—Pero, ¿por qué eres tan dura conmigo? —te respondo mientras volvemos a oír la vibración de su móvil.

—No soy dura, eres tú que eres muy débil. —me termina por decir mientras se gira y sale de la habitación sin dejar que le conteste.

Al salir ni siquiera me dice que me vista para ir a clases, le da igual. Cierra la puerta de un portazo y yo me quedo en mitad de la habitación sin saber qué hacer. Después de todo lo que le he contado y aún me ha recriminado cosas. ¿Tanto le molesta que no me enfrente a él? Después de lo que le he contado, ¿por qué es tan dura conmigo?

Quizás siempre lo ha sido, pero nunca tanto como ahora. Puede ser que por culpa de Don Fernando poco a poco toda la estabilidad que tenia se va agrietando, y es algo que no se da cuenta. Sus amistades, su familia, ¿cuánto tardará en afectarle al trabajo?

Ella recoge sus cosas, enfadada como está, se despide de papá pero oigo como cierra la puerta de casa sin despedirse de mí.

En el ascensor, saca el móvil del bolso y se dispone a leer.

Mensaje +346XXXXXXXX:

Hola zorra

Solamente quería comentarte lo bien que me lo pasé con la foto que me pasaste  Verónica

«Qué cerdo que es…» piensa mientras lee el mensaje.

Mensaje +346XXXXXXXX:

Acuérdate que tienes que traerme las naranjas y los pepinos

Que no se te olvide

Y no se te olvide ponerte guapa para tu amigo

—Cerdo… —dice en voz baja al leer el mensaje para acto seguido bloquear el móvil y lo volver a guardar en el bolso.

La mañana transcurre sin ninguna otra novedad. Clientes, papeleos, reuniones… Sin embargo, durante un par de veces se sorprende a ella misma mirando el móvil, como si esperara algún mensaje. Al salir del despacho, llega a casa y se cambia de ropa antes de ir hasta la frutería de nuevo. Esta vez aprovecha y se pone una camisa de tonos oscuros con unos vaqueros algo ceñidos. Sale de casa y al llegar se asoma para comprobar que no hay nadie en la tienda. Justo antes de entrar se desabrocha 3 botones de la blusa. Al entrar ve a Ahmed al final de la tienda, al otro lado del mostrado que abre un poco los ojos al verla entrar.

—Hola Ahmed… —dice mi madre avergonzada. —quería unas naranjas y un par o tres de pepinos… —pero intenta aparentar seguridad.

—Hola Señora Alejandra… —él no puede evitar mirar el escote según se acerca al mostrador.

—¿Qué… qué quiere? —dice saliendo del mostrador, sus miradas se pierden cada poco por su escote y su sujetador blanco.

—Un kilo de naranjas y tres pepinos, por favor.

Nervioso la mira, no se esperaba que se atreviera a ir así como le dijo el cerdo. Por su cabeza está pasa lo que ocurrió ese domingo en casa de Don Fernando.

—¿Me-me acompaña a ponerlas en la bolsa?

—Sí, claro. —ella se alivia al oír como le habla de usted y con respeto.

Ambos se mueven por la frutería, afortunadamente ha decidido ir al mediodía, sabiendo que no habría nadie a esa hora.

—Estas mismas, ¿no? —dice mi madre al verlas en varios cajones.

Él en silencio coge una bolsa de una esquina de la tienda y se acerca donde está ella. Ella nota como no para de mirarle. Intenta ser disimulado, pero se da cuenta de todo.

—Ne… Necesito coger un guante… —y pasa por detrás suyo, a propósito, pegado a ella. Una acción que jamás lo hubiera hecho antes.

Coge el guante y vuelve a pasar detrás de ella. Ella nota el roce. Aun siendo una acción que en otra circunstancia jamás hubiera permitido, esta vez lo ve casi normal después de lo que pasó el otro día. Y no puede evitar que se le pase por la mente cuando besó su oscuro pene…

Él empieza a meter las naranjas en la bolsa, en silencio.

—¿Pu.. puedes decirme cuales quieres? —ella nota como por primera vez la tutea.

Ambos están frente a las naranjas, ella con el escote abierto y él mirándola de vez en cuando de reojo.

—Usted mismo, Ahmed. Las que ve que están en su punto. Yo no sé escoger la fruta, la verdad.

—Eso no es verdad Alejandra, siempre que has venido, has elegido la fruta.

—Y casi nunca acierto…

—Señora Alejandra… —le dice casi saliéndole natural. —señora Alejandra, está muy guapa hoy. —dice envalentonado.

—Gracias…

Y torpemente deja caer una naranja al suelo. Ella ve como cae, sabiendo que ha sido algo a propósito.

—Lo… lo siento Alejandra… ¿puede cogerlas? —dice no muy seguro de si mismo.

Ella en silencio mira las naranjas, lo mira a él y accede sin decir nada. En lugar de agacharse por la cintura, ella dobla las rodillas y las coge. —«No me va a pillar este a mi» —piensa mientras se agacha —Tenga señor Ahmed…—le contesta mientras las coge del suelo.

Pero justo cuando se encuentra agachada y levanta la cabeza, lo ve, y se da cuenta de que ha caído en su trampa. Con su cara a la altura de su paquete, se da cuenta de que está en una posición parecida a la del otro día en casa de Don Fernando, donde terminó con ambas pollas frente a ella… Desde su perspectiva lo ve, allí en lo alto. Y ve como se intenta acercar un poco más antes de levantarte, acercando su paquete aún más a ella.

Ella como acto reflejo se levanta en un instante, pero al hacerlo quedan demasiado cerca el uno del otro. Ella sabe que debería retirarse un poco. —Bueno… ya está, ¿no? Ahora deme los pepinos por favor… —dice ella parando un poco todo.

Pero él está envalentonado y posa sus manos en la cintura. —¿lo… los pepinos?

—Sí. Los pepinos. —dice ella retirando ostensiblemente sus manos de la cintura.

Eso lo devuelve un poco a la realidad.

—Está bien… están ahí…

—¿Me puede traer tres o cuatro?

—Acompáñeme, están allí al fondo.

Ella sabe perfectamente donde se encuentran, justo donde dejó que Don Fernando le tocara su sexo por primera vez.

—¿Me lo puede traer usted Ahmed? —sabe que si va tan al fondo, todo se puede complicar aún mas.

—¿No me va a acompañar? Será solo un momento…

—Está bien… —dice ella accediendo. Sabe que en el fondo no se atreverá a nada, es demasiado tímido, no es como Don Fernando.

Él lleva ya unos cuantos minutos que está sudando, sabe que está ahí porque se lo dijo Don Fernando.

Ambos se dirigen donde están los pepinos. Ella lo sigue un paso por detrás

—¿Cuántos quieres? —vuelve a tutearla cuando llegan.

—Tres o cuatro…

—Le ayudo a elegir mejor la pieza Alejandra…

—Claro Ahmed…

—Lo… los pepinos tienen… que estar duros y rugosos… —dice Ahmed insinuamente.

—Ajá —dice mi madre amable pero cortante.

—Como por ejemplo ese de allí… —dice señalándole uno para que lo coja.

—Esta bien… —dice ella notando como Ahmed no para de mirarle los pechos cada vez que puede. Se siente muy incómoda.

—Señora Alejandra… —dice volviendo a respetarla. —intente cogerlos con las dos manos… ve-verá lo que le digo… —a él le cuesta decírselo pero lo consigue.

Ella se da cuenta que vuelve a llamarla Señora. Es mucho tiempo llamándola así, quiere perderle el respeto pero a veces se lo olvida.

—¿Con las dos manos? No entiendo…

—A… Así… —coge las manos de ella y las abraza entorno al pepino. —¿lo… lo notas duro y rugoso?

Ella se deja hacer, en silencio. Con las manos de Ahmed abrazando las suyas propias alrededor de ese pepino. Pero ella quiere terminar con esto lo antes posible, no se ha olvidado de que parte de sus pechos están a la vista y no quiere que nadie entre y los pille así.

—Bueno… A ver… otro, ¿no?

—Sí… ¿Ese de allí? —dice para que lo coja ella directamente.

—El que usted diga Señor Ahmed…

—Recuerda… recuerda hacer lo que te he dicho… —le dice sin poder evitar mirar su escote varias veces.

—¿Qué lo coja con las dos manos?

—S-sí…

Y ella sin decir nada mas, agarra el pepino con las dos manos, como si fuera una polla. Justo como él quiere, ella no es tonta, sabe a lo que están jugando.

—Así… —y pone una mano sobre la de mi madre, tocándose de nuevo mientras lo dice. —¿Está duro el pepino señora Alejandra?

—Sí… está como usted dice…

Su torpeza por los nervios hace que le de una patada sin querer a la bolsa de naranjas situado en el suelo, saliendo varias naranjas disparadas.

—Señor Ahmed… Tenga cuidado…

—Lo siento… —contesta él.

—No pasa nada… —dice mi madre antes de agacharse para volver a meterlas en la bolsa.

—Te ayudo… a recogerlas A… Alejandra… —le dice mientras también se agacha a por las naranjas.

Uno al lado del otro, agachados en ese pasillo escondido en la frutería…

Ambos se ponen a recogerlas para justo en ese momento en el que recoge una naranja situado justo frente a ella, puede ver descaradamente su escote. Ella lo pilla, sabe que agachada su escote es más pronunciado. Pero él, aún sabiéndolo, aún pillándole, no aparta la mirada.

—Señor Ahmed… Hará que me sonroje…

—Señora Alejandra… Me… Me encanta su escote… Su… Su sujetador…—dice sin dejar de mirarle los pechos, como hipnotizado.

Pero ella se incorpora, poniéndose de pie. Justo unos segundos después también lo hace Ahmed.

—Señora Alejandra, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Por favor… —dice mi madre sorprendiéndose a si misma. «Ya empiezo con las súplicas, ¿qué me pasa?» —dígame señor Ahmed.

—¿Le… Le gusta Don Fernando?

—¿Por qué me pregunta eso? —dice muy sorprendida.

—Me gustaría saberlo… usted… está casada, ¿no?

—Sí… Y no… No me gusta…

—Entonces, ¿por qué hace lo que él quiere?

—No lo sé… —intenta terminar esa conversación.

—Al… Alejandra… —dice armándose de valor antes de decirlo. —Me gustaría que conmigo… Fueras… Fueras igual…

—¿Cómo? —dice ella muy sorprendida. —No sabe lo que dice señor Ahmed. —Usted es distinto a él.

—¿Por qué? —dice confundido.

—Porque usted es un buen hombre…

—¿Buen hombre? —repite sin enterarse.

—Sí, lo es.

—¿Don Fernando… no lo es?

—No… Pero… No sé… —dice empezándose a confundir también. Esas simples preguntas hace que dude sin saber muy bien qué le ocurre con ese viejo.

—¿No sé? —él quiere indagar aún más.

—No sé porque… puede hacer estas cosas conmigo… —dice admitiendo. —¿Usted sabía que estaría en su casa el otro día?

—Me… Me lo dijo… y me dijo que no te importaría…

—¿Y qué le dijo de mi? —dice ella interesada. —Dígame la verdad señor Ahmed...

—Me… Me dijo… Que no le importaría que estuviera… —dice él pensándoselo antes de hablar. —que… que ibas a ser buena conmigo… que… que íbamos a ser amigos… —él vuelve a perderse en el escote de mi madre mientras le contesta. Sin saber muy bien porqué, estira un poco el brazo en la dirección del escote mientras dice. —¿pu-pu… puedo?

—¿Qué? —dice mi madre sorprendida. —¡No! ¿Qué se ha creído? — apartándole la mano de un golpe. No se esperaba esa acción después de estar hablando así con él.

—Don… Don Fernando… me dijo que… que lo seguirás siendo… que seguirás siendo buena conmigo… To-todo lo que yo quiera… Me dijo que ven… vendrías así… con un sujetador bl-blanco… —dice él cada vez más excitado, cada vez más entregado a la posible lujuria.

—¿Pero si no lo soy no le dirá nada, ¿verdad? —le dice mi madre para calmarlo.

—¿Qué? —asciende su mirada hasta la de ella por primera vez.

Mi madre coge la mano de Ahmed, para persuadirlo.. —Por favor…

—No… Si… Si no eres buena conmigo… Se… Se lo contaré… —termina diciendo él. Dejando de ser tan amable como hasta ahora.

—No por favor… —le dice ella mientras observa como Ahmed no quita la vista de su escote. Intenta otra odisea para tocar algo de ella.

—So-solo un momento… —avanza de nuevo su mano hacia su pecho.

—No me toque… Por favor… No se lo diga… —Pero no puede evitar que su mano roce por primera vez la piel de su escote. Entre sus pechos. —No… Por favor…

—Ah… Ah… —él no se cree que la esté tocando con su consentimiento. Su mano se desvía levemente hacia la derecha, entre el sujetador y la camisa con la mera intención de poder tocar su pecho.

—Si… Si alguien entra Ahmed… Su… Su esposa… —dice suplicando pero dejándose hacer. —No me haga esto… Por favor…

Ahmed no contesta y nota como poco a poco empieza a tocar su pecho, por encima del sujetador, intentando abarcarlo con su mano. Su mano izquierda quiere su otro pecho también.

Ella mira suplicante. Como hace a veces con Don Fernando pero sabe que él es más humano.

—Sus… sus tetas… —dice mientras las amasa por primera vez. Su mano derecha en su pecho izquierdo nota el pezón que acaricia su textura con la palma de su mano. Sabe que son muy sensibles, ya lo notó el otro día.

—No me puede hacer esto… Por favor… Pare… —desvía la mirada, sonrojada.

En un intento, poseído por la excitación, intenta meter las manos por dentro del sujetador pero ella le para los pies.

—Eso sí que no Ahmed —sabe que cabe la posibilidad de que si se enfada, se lo diga a Don Fernando, pero ella tiene su dignidad.

En un intento desesperado, se coloca detrás de ella, con sus manos manoseando los dos pechos de mi madre, mientras ella se debate en qué debe hacer.

—Déjeme Ahmed…

—Ah… Alejandra…

—Dios mío… ¡No! —alza la voz al notar el paquete de él, duro, en su culo. Mientras nota su aliento y sus labios cerca de su cuello.

Ella intenta zafarse, Ahmed se está convirtiendo en un pulpo. Se remueve intentando quitárselo de encima, pero le cuesta él es más fuerte que ella.

—Don Fernando me aseguró que si venias serías buena… —dice mientras intenta meterle mano mientras ella ofrece resistencia.

—Sea bueno conmigo, por favor… ¿Qué se ha pensado que soy? ¡Me hace daño! —y consigue darse la vuelta poniendo enfrente de él y poniendo sus manos en su pecho intentando poner distancia entre sus cuerpos.

—Ah… Ah… Ah… —Sus ojos está muy abiertos, con la boca medio abierta, está deseoso del cuerpo de esa mujer. La mira ahora de frente, e intenta besarla.

—¡NO! —intenta apartarlo como puede, apartando la cara, sin dejar que logre besarla. Lo empuja y separa, pero sin mucho premio. Hasta los pelos empieza a tenerlos alborotados.

Y justo en ese momento, aparece una persona por la puerta, alertándolos a ambos.

Ambos se giran, ven a esa persona. La cara es reconocida…