El advenimiento (Capítulo 35 y 36)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 35

Y lo oye, oye como una lata se abre detrás suyo.. a unos metros por detrás. Don Fernando está abriendo una lata de comida de gato y la deja en una especie de bol en el suelo.

Ella no quiere escuchar el ruido, está en un punto de éxtasis que hace como si no lo hubiera escuchado, llegando a pensar que si no hace caso es como no hubiera existido, ahora solo piensa en una cosa, saciar eso que le come por dentro, saciar sus ganas de follar…

Pero nada más allá de la realidad, Don Fernando se acerca poco a poco donde están Alejandra y Ahmed. Ella nota una mano en su pelo mientras le oye decir. —Aún no has comido, ¿Verdad?.

—No… no quiero comer.. quiero… por favor… —dice dejándose besar de nuevo los pechos por Ahmed que absorbe sus pezones con rudeza.

El viejo estira de los pelos de mi madre y lo separa de Ahmed.

—Ahh… —dice al notar el último chupetón en el pezón de Ahmed.

Ella se levanta al son del viejo, con los ojos llorosos y la cara enrojecida, con los pechos fuera hinchados de la excitación y los pezones durísimos. Apenas puede articular palabras, apenas tiene el control de su cuerpo.

—Vamos zorra, yo también te he hecho la comida… —le dice mientras la gira hacia donde ha depositado la lata…

—¿¿Qué??

—¿No querías que yo también te hiciera la comida? —dice con una sonrisa dibujada en la cara mientras sigue arrastrando a mi madre por los pelos.

El pakistaní no se cree lo que está pasando.

—Eso no… Me da asco Don Fernando…

—¿Asco? ¿por qué?

—Es… es comida para gatos…

—Tu me has hecho la comida a mí… lo justo es que yo también te la haga a ti… ¿no?

Está como ida, todo lo que ha pasado no le hace pensar claramente, en otra situación se hubiera escandalizado, pero ahora mismo está en una especie de trance. Está casi llorando, excitada, solo desea una cosa… y es ser penetrada. Si no estuviera en ese estado, nunca aceptaría algo así.

—Es lo justo, ¿no?

—No… no es justo… Me da asco Don Fernando… Por favor… —Pero sin embargo avanza, tambaleándose, como una autómata estirada por él hasta situarse delante del bol. —Dios mío… No por favor…—Ella ya no anda como una señora erguida y algo engreída que es… Que era… Con la cabeza baja, con el sujetador bajado mostrando sus pechos y con la falda, con el viejo a su lado y el pakistaní sudado con la camiseta abierta y los pezones chupados por ella..

Ella queda inmóvil de pie delante del bol, como esperando un gesto de compasión que sabe que no tendrá.

—¿A qué esperas?

Ella, con la ayuda del viejo, se arrodilla. Más que arrodillarse, cae de rodillas. Siente su mano, autoritaria en su cabeza…

Una vez de rodillas, ella se acerca a gatas al bol, hasta quedar enfrente de él. Huele a pescado, es algo que jamás ni en los peores sueños pensaría que sucediera. Nota como una mano presiona su cabeza.

«Dios mío… qué asco… qué asco me da…»

La comida queda a escasos centímetros de su boca hasta que no puede evitarlo más e introduce algo de esa comida en la boca, prueba su sabor, le da un tremendo asco.

Pero aún sin saberlo come un bocado… Otro…

—Vamos… no tengas vergüenza… —le dice mientras que con un gesto le indica a Ahmed que se levante y se acerque a ellos.

—Vino por favor… no puedo… por favor vino… —dice mi madre levantando la cabeza. Casi con arcadas. Ella se imagina a si misma así… Se puede ver como si se viera desde fuera de si misma. «Qué perra he llegado a ser… hasta como como una…»

Ella vuelve a dar otro bocado mientras espera a que alguien le traiga algo de vino. El viejo, sin embargo, le dice al pakistaní que no tenga vergüenza, que aproveche y que se haga una paja…

Alejandra tiene las nalgas levantadas mientras sigue introduciendo algo de comida en la boca… Y el pakistaní obedece.. se baja el pantalón y el calzoncillo y se la empieza a tocar mientras ve como mi madre come del bol…

Mi madre no sabe lo que pasa, solo oye su respiración acelerada.

—Vaya, mira lo que has provocado… —y mi madre al levantar la cabeza ve a su lado al pakistaní con una polla bastante negra y llena de venas, pero algo más grande que la del viejo. —Mientras levanta la cabeza y ve la polla, Don Fernando le da un vaso de vino que ella agradece enormemente, bebiéndose toda la copa de un trago, hasta caer algo de vino por la comisura de sus labios.

—Gracias.. gracias…

—¿Nos vas a dar un beso de gratitud por habernos portado tan bien contigo?

Ambas pollas están encima de ella, a escasos centímetros…

—¿Quiere.. quiere que se las bese Don Fernando? ¿Eso es lo que desea?

—Sí… Creo que deberías darnos las gracias besando nuestras pollas…

Y ella, sin rechistar avanza hasta besar la polla de Don Fernando… Él coge de la cabeza mientras ella le besa y chupa el capullo levemente… —Gracias Don Fernando…

—¿A él no le vas a dar las gracias? —dice triunfante.

—Sí… sí…

—A ver…

Gira su cabeza buscando su polla, al verla delante de ella se da cuenta que está a punto de reventar…

Sin embargo la suya no la chupa, solo la besa, dos besos escuetos. —Gracias… gracias Señor Ahmed…

Pero de repente, un sonido quita todo el climax formado en ese salón… Un móvil empieza a sonar dentro del bolso situado en el sofá…

“RING RING… RING RING… RING RING…”

Tanto el viejo y el pakistaní como mi madre miran hacia el sofá. Todos saben que es el móvil de ella.

Mi madre se aparta momentáneamente de las pollas mientras oye hablar a Don Fernando. —Joder quien cojones es ahora. —le dice mientras se acerca al sofá y rebusca en su bolso hasta sacar el móvil. —Te llama tu puto hijo. —le dice mientras le da el teléfono.

En la pantalla de su móvil ve como pone “Juan Cariño”. Sabe que es su hijo y duda por un momento si coger el teléfono en el estado en el que está…

Al final descuelga asustada, mientras las pollas del viejo y Ahmed aun siguen a la altura de su cabeza a escasos centímetros.

—¿Mamá? ¿Donde estás? Acabamos de llegar a casa ¿Dónde estás? Papá y yo pensábamos que estarías en casa.

—¿Ya habéis llegado?

—Mamá, te dijimos que llegaríamos después de comer.

—Es verdad…

—¿Dónde estás?

—Ahora voy cariño, es que he salido a dar un paseo…

—¿Un paseo? ¿Dónde?

—Es que necesitaba… necesitaba que me diera el aire…

—Papá y yo estábamos preocupados…

—Estoy paseando por el lado del río…

—Papá está preocupado…

—Tranquilos, ya vengo pronto…

—Vale mama, te esperamos.

—Oye que casi no hay cobertura aquí… te oigo mal… ahora nos vemos.. besos..

Y cuelga el teléfono. Dejándome con la palabra en la boca…

El hecho de que le llamara hace que se despierte de todo lo que estaba pasando. Intenta volver un poco en si misma.

—Dios mío… Qué he hecho… Don Fernando tengo que irme… —dice sin levantar la mirada, sin saber muy bien qué hacer o donde ir. Recoge su ropa que esta por el suelo antes de levantarse. —Dios mío… Esto es una locura… Qué hemos hecho… —dice mientras recoge sus pertenencias y se levanta.

Intenta coger aire mientras se levanta. El viejo no parar de sonreí, ve la cara de preocupación de ella, sabe perfectamente como se encuentra en este momento. Ella se coloca bien el sujetador una vez de pie, con los pezones por dentro del sujetador poniéndolo todo en su sitio. Ahmed, se guarda la polla mientras la observa, algo compungido por ella.

—Deb-debo irme…

—Te vas en el mejor momento Alejandra… —dice sin la parte inferior de su pantalón, sin vergüenza de mostrar su polla a los presentes.

—Dios… Debo salir de aquí… —dice para sí misma, sobrepasada por todo lo que ha pasado.

Una vez que recoge  todas su pertenencias y termina de vestirse para posteriormente. Casi sin mirar a ninguno de los dos, sale sin de ahí en silencio ante la pasividad del viejo que no hace nada para retenerla.

CAPITULO 36

Una vez en el rellano, empieza a recapacitar en todo lo que ha hecho. Para un momento mientras piensa «La blusa está sucia… está manchada… mierda… No puedo ir de esta manera a casa… No puedo presentarme allí vestida así, con esta blusa y con la minifalda…» La excitación le había pasado de golpe aunque no para de pensar en todo lo que ha pasado hace justo un momento. Cogió el bolso y sin llamo por teléfono:

—Isabel, soy Alejandra…

—Hola. ¿Qué tal Alejandra?

—Perdona que te llame. ¿Estás en casa?

—Si, ¿por qué lo preguntas?

—Estoy en un apuro, ¿puedes ayudarme?

—Haré todo lo que esté en mi mano, ya lo sabes Alejandra, ¿pero qué te ocurre?

—¿Puedo ir? Ya te contaré. Es algo privado.

—Vale, ven, ¿te quedarás a dormir?

—No, no

—Bien, te espero.

—Si te llama Iván dile que estás en tu casa esperándome para ir a tomar algo juntas.

—De acuerdo. Ya me contaras, besos.

—Besos.

Acto seguido, coge aire y llama a Iván:

—Hola cariño.

—¿Si? ¿qué pasa cariño? ¿Dónde estás? ¿quieres que te vaya a buscar?

—No, no. Es que me ha llamado Isabel, dice que si puedo ir a su casa y salir con ella a tomarnos algo. Creo que le ocurre algo. ¿te molesta que vaya? Es que no sé a qué hora llegaré…

—Bueno, estaba preocupado porque no sabía que saldrías hoy. Tenía ganas de verte, pero es tu amiga y si crees que está mal debes ir cariño.

—Gracias amor, dale un beso a Juan.

—Sí, besos y que no sea nada. No creo que tardemos mucho en irnos a descansar. Estamos cansados del viaje, no te enfades si no te espero.

—¿Cómo iba a enfadarme? Besos amor.

-Besos..

Sin ese peso encima, ella baja las escaleras a toda prisa, esperando a que nadie la vea,  sale a la calle y sube a un taxi que la lleva hasta casa de Isabel.

—Isabel, es que no se como contártelo… Es que hoy Iván y Juan han ido a Barcelona y han llegado más pronto de lo esperado… y … bueno… no puedo presentarme así en casa…

—Bueno, si no quieres contármelo todo no me lo cuentes. Espero que no estés metida en un lio gordo.

—Es que… Es que estaba en casa de un hombre… fui a hacerle la comida… No pienses mal, de verdad… A comer juntos… Y encima de ir con esta minifalda… me he manchado la blusa y bien manchada… y bueno…

—¿Tú? ¿Alejandra? Vaya no me lo esperaba. —dice sorprendida pero dentro de sus cabales.

—Es por si me podías dejar algo para vestirme… Algo discreto…

—Sí, sí, espero que al menos lo hayas pasado bien. —ella se muestra comprensiva. Su personalidad le hace quitar hierro al asunto.

—La verdad es que me he quedado a dos velas.

—Bueno, esto si quieres te lo arreglo yo.

—Isabel, por favor… solo me faltaría esto…

—No seas boba, lo decía en broma. Ya sabes que yo me las apaño bien. Lo que no pensaba es que tú también… Te dejo el vestido a cambio de que me prometas ir una noche al Karma y así me lo devuelves, que mi sueldo no es el tuyo.

—Vale Isabel, prometido.

—¿Te parece bien este finde?

—Sí, sí. Gracias.

—Bueno póntelo y vamos a tomar algo, así haces tiempo y te tranquilizas un poco. Luego te llevo en mi coche.

—Gracias de verdad… Quédate con mi falda y la blusa la limpias y te la quedas o la tiras, tu misma.

—Hoy por ti y mañana por mí… —dice ella sonriéndola en confianza.

Bajan a un bar cercano y pasan un rato charlando como si nada hubiese ocurrido hasta que ella poco a poco vuelve a la normalidad tranquilizándose…

Por la noche, al llegar a casa, había silencio.. solo los ronquidos suaves de Iván…

«Dios… que mal lo he pasado… Suerte tener una amiga como Isabel… Mañana llamaré a Verónica…» Se dice para sí, mientras entra en su cuarto de baño y se empieza a quitar la ropa. Se quita el sujetador negro que hasta hace un rato ha mostrado a esos dos. Se mira en el espejo y ve lo bien que le queda. Pero no quiere entretenerse en eso, algo arrepentida de lo que ha ocurrido. Desabrocha desde atrás el sujetador hasta que se desliza por sus senos y quedan a la vista del espejo. Se ve, y no puede evitar palpar sus pechos que han sido chupados por ese frutero. Cuando desciende sus braguitas, las nota pegadas a su sexo. Al descenderlas puede observar como una mancha está esparcida por toda la zona que estaba en contacto con su sexo. Sabe que todo eso refleja la excitación que ha sentido esa misma tarde. Intenta olvidar lo evidente mientras se da una ducha. En la cama lo espera su marido.

Cuando se acostó al lado de mi padre, no puede evitar oler su esencia, el olor de siempre, de las sábanas, el olor de lo que está acostumbrada, el olor de su familia de tu casa y acto seguido le vinieron las locuras que había hecho esa misma tarde y que estas semanas atrás está haciendo, cada vez permitiendo más y más cosas.. esta vez hasta ha metido por medio al frutero… ¿Cómo lo ha llegado a permitir? ¿Vale la pena todo esto? Ese era uno de sus limites, el que no la dejase en evidencia delante de nadie, el que nadie se enterara… Y ha terminado por besar hasta  la polla del mismo pakistaní.

Ella, una mujer hecho a si misma, respetada, ejemplo para la mayoría de mujeres. Ve como su mundo se tambalea, como todas esas cosas empiezan a atormentar su mente… Pero tiene que ser fuerte, tiene que hacer que todo eso no le afecte a su vida familiar y laboral y como casi como un acto reflejo, no puede evitar tocar el brazo de mi padre, buscando cobijo. Le toca el brazo y lo abraza levemente, sintiendo un reconforte, hasta protegida por él. Hasta que poco a poco se queda dormida por el cansancio acumulado en las últimas horas…

Al día siguiente, sobre las 16:00, se encuentra en el despacho, recogiendo papeles y carpetas para ir a casa. En ese mismo momento, oye como vibra su teléfono móvil..

Mensaje Verónica Vecina:

Hola Alejandra

Qué tal todo?

Espero que todo vaya bien

Oye… llevamos muchos días sin hablar, ya son dos semanas en las que no hemos hablado nada… y quería preguntarte como estás

Espero que tu ausencia signifique que todo haya ido a mejor

Me alegraría que fuera así

Ya sabes, me refiero a ese tema…

No sé si estás enfadada o molesta conmigo por algún motivo, llevo días pensándolo y no sé si te he dado motivos para estarlo… de todas formas me gustaría que nuestra amistad no se perdiera, somos amigas…

Besos

Ella coge el móvil y lee detenidamente su mensaje. Con una media sonrisa se dispone a escribir.

Precisamente hoy quería llamarte, yo también te echo en falta

He estado muy liada con trabajo

Quedamos hoy a las cinco en la cafetería de siempre?

Acto seguido, se vuelve a iluminar su teléfono móvil.

Mensaje de Verónica Vecina:

Siiiii

Ella camina por la calle, dirección a la cafetería que ha quedado con Verónica. Ella va vestida de manera impoluta, sin poder ser más convencional. Un vestido de una pieza, de color azul oscuro, algo ajustado que termina con una falda de tubo por la altura de las rodillas que resalta su espléndida figura.

Ella entra en la cafetería donde ve a Verónica, esperándola. Sentada en una mesa con dos sillas, su belleza hace acto de presencia. Un vestido negro de una sola pieza contrasta con el pelo rubio que cae por sus hombros. No está muy ceñido, ni tampoco muy holgado, justo para dejar entrever su espléndida figura pero sin llegar a ser provocativo. Sin apenas maquillaje, no necesita adornar sus dulces fracciones. Sus ojos tan azulados como el mar la ven acercarse a ella mientras le sonrie levemente.

Se acerca y antes de sentarse, le da un beso en la mejilla.

—Hola Alejandra.

—Cuantos días sin vernos… Te extrañaba…

—Sí, han pasado algo más de dos semanas… Acabo de llegar, he pedido un café para mi.

«No es raro que los hombres la miren…» Piensa mientras la mira. —Yo pediré un capuchino. Los hacen buenísimos aquí.

—Bueno y ¿qué tal? ¿Qué tal estás?

—Bien, bien… Atareada —dice ella mientras levanta su mano con autoridad llamando a la camarera.

—¿Sí? ¿Mucho trabajo?

—Sí, por eso no te he llamado. Después de la baja, tengo cantidad de trabajo acumulado. —La camarera se acerca. —Un capuchino, por favor.

—¿Sí? ¿Has podido coger la dinámica del trabajo? —le contesta Verónica mientras la camarera toma nota.

—Sí… Qué remedio…

—Ya me imagino, pero eso significa que ya estás recuperada, ¿No?

—Mientras no recaiga, lo estoy… Estas cosas cuando se tienen una vez, nunca se sabe… Pero esperemos que no pase..

—Ya… Hay que andar con cuidado, tener la cabeza despejada y centrada. Es complicado a veces…

—Sí, lo es. —contesta mientras recibe el capuchino y Verónica el café con leche.

—Pues me alegro mucho Alejandra. Me preocupaste bastante estas semanas de atrás.

—Déjalo mujer. —dice intentando quitarle importancia. —¿Y tú como estás?

—Bien, sigo liada en la gestoría. Mucho volumen de trabajo…

—Y tan guapa como siempre. —dice sonriendo.

—¿Ehh? Ay mujer, tú siempre tan cumplidora… —dice Verónica llenándose de vergüenza.—Raúl sigue trabajando muchísimo de comercial… Y la pequeña está dándome mucha guerra…

—A esta edad… no debes tener horas para ti…

—La verdad es que no… Siempre llego a casa se me pega como una lapa hasta que se queda dormida por la noche.

—Y que sepas que no soy nada cumplidora. No era un cumplido…

—Pues conmigo lo eres. —le dice Verónica sonriendo.

—¿Pero por qué dices esto? Te digo que eres guapa porque es verdad.

—Gracias… conmigo siempre eres muy buena…

—Es que me siento muy bien contigo…

—Pues pensaba que estabas enfadada conmigo o algo así…

A ella le viene a la mente la última imagen de su amiga caminando sola por las afueras mientras piensa «aún no entiendo qué hacía aquél día paseando por las afueras de la ciudad.. pero prefiero no sacarle el tema…»

—¿Por qué tendría que estarlo?

—No sé… porque llevábamos unas semanas de mucho contacto… Fuimos a la piscina juntas… Nos veíamos bastante… ¡Hasta salimos de vinos! Y de golpe… Se paró todo… Y deje de saber de ti… Como si te hubiera molestado algo que hiciera o dijera… No sé… —dice algo apenada. —Pero supongo que serán imaginaciones mías… —prosigue dibujando una sonrisa dulcemente como intentando disculparse.

—Que no Verónica. De verdad.

—Vale. Gracias Alejandra.

—Sabes que te quiero un montón… Ha sido el trabajo… Solo eso.

—Te creo Alejandra, no quiero que pienses que dudo de ti o algo así…

—Porque ibas a dudar… hija mía… A ver si al final me sales complicada… —sonríe con complicidad. —Bueno, ¿y tú? Aparte del trabajo, ¿no tienes nada que contarme? ¿qué has hecho estos días?

—¿Qué he hecho estos días? ¿contarte algo? ¿a qué te refieres? —su cambio de actitud se hace palpable, como si se pusiera a la defensiva o es simplemente una reacción normal.

—No sé… Salir con Raúl… Con amigos… No sé… —dice ella invitando a que su amiga se explaye un poco más.

—¡Ah vale! Pues… —se pone a pensar mirando por la ventana. —Salí con Raúl a cenar, ah sí, sí, salimos el viernes, a una hamburguesería que hay por la calle Tolosa. Y luego, mmmm, he ido a ver a mis padres con la pequeña para que estén un rato con ella… y luego, bueno… sobre todo rutina…

—¿Estás bien Verónica? Ya sabes que yo te ayudaría en todo…

Ella ha notado que a Verónica no se encuentra cómoda hablando de las cosas que ha hecho, como si no quisiera hablar del tema, hasta en algún momento ha evitado mirarla, apartando la vista, mirando por la ventana o hacia el fondo de la cafetería.

—¿Eh? ¿Qu-que si estoy bien? Claro, ¿por qué no iba a estarlo? —Se le nota que es joven e inexperta, cualquier reacción le cuesta camuflarla, no es una mujer de tablas.

—No sé, te veo preocupada. Oye, si necesitas dinero o algo… No sé… Solo tienes que decírmelo…

—¿Pero qué dices Alejandra? ¿Dinero para qué? —dice poniéndose a la defensiva, como recriminándoselo.

—Bueno, yo solo quería decir que a veces se pasan baches. Solo lo digo para que sepas que puedes disponer de mi para lo que haga falta.

—¿Cómo voy a necesitar dinero? Raúl y yo trabajamos y aunque no tengamos unos trabajos como el tuyo y el de Iván, tampoco nos va mal ¿eh? —parece que está enfadada, como molesta.

—No te ofendas Verónica, es solo que sepas que aquí estoy para lo que sea.

El tono reconciliador de mi madre hace que verónica se dé cuenta de que no está contestado adecuadamente.

—Ay… Alejandra… Lo siento… —se pone las dos manos en la cara apoyados en la mesa. —tengo que confesarte algo y no sé como decírtelo. Creo que lo deberías saber…

—¿Qué pasa? ¿qué es lo que tienes que decirme, somos amigas, ¿no?

Verónica levanta la cabeza y la mira directamente a los ojos…