El advenimiento (Capítulo 33 y 34)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 33

—Vamos, es mi invitado, ¿a qué estás esperando? —le dice en modo autoritario. —¿Acaso quieres que no sea un buen anfitrión?

Sigue parada, de pie, sin contestar, muda, solamente arropando con sus manos sus dos pechos sin poder dejar ver a la vista los detalles del bordado de su sujetador.

—Venga, siéntate como lo has hecho conmigo. —Ella sigue mirando al suelo parada entre ambos con las manos abrazando sus pechos. Con los ojos humedecidos, como tantas otras veces le ha pasado. —Vamos Ahmed, deja que se siente en tu pierna.

El pakistaní, aún sin contestar, mueve sus piernas, echando un poco la silla hacia atrás, como dejándole sitio.

Mi madre levanta la mirada mirándolo. Interpretando como una invitación para que lo haga. —¿Eso es lo que quiere Sr. Ahmed?

El pakistaní, con varios hilos de sudor bajando por su sien, no se atreve a contestar.

—¿Quiere que se lo dé?

El pakistaní traga saliva. No se atreve a hablar. Aún se siente intimidado por sus palabras la cual siempre la ha mirado con el máximo respeto.

—Debe prometerme que esto no saldrá de aquí… —dice dando un paso hacia él, tapando aún sus pechos con sus manos.

Avanza hasta sentarse sobre una de sus piernas. Las piernas de ella quedan entre las de él en una situación surrealista… El viejo sentado sigue sonriendo al ver que poco a poco ella cede a su chantaje, a sus órdenes.

Ella sabe que tiene que coger el tenedor y en el momento que lo haga dejará ver la forma de sus pechos vestido por ese sujetador negro de encaje, sacando de si las manos que la protegían.

Ella nota un olor particular, un olor que no lo ha notado con otras personas, un olor característico de su raza… Saca una de sus manos, mientras que con la otra intenta taparse como puede. Nota como los ojos del pakistaní van directamente a sus pechos, a escasos centímetros de ella, sin poder hacer nada. En una situación que jamás pensaría que sucedería.

—Vamos cariño, dile que abra bien la boca. Sé buena… —Oye desde el otro lado de la mesa, donde Don Fernando se recrea mirando la escena. Disfrutando.

Mi madre sin responderle coge unos cuantos espaguetis con el tenedor e intenta llevárselos a la boca de Ahmed.

—Coma Sr. Ahmed… —le dice mientras avanza con el tenedor. Ahmed abre la boca. Mi madre ve como los espaguetis entrar en su boca dibujada con ese característico bigote. Se da cuenta que él no para de mirarle los pechos que se encuentran a escasos centímetros de él. No puede hacer nada para evitarlo, pero allí se encuentra sentada encima de él dándole de comer y mostrándole parcialmente ese sujetador de encaje.

Ahmed traga los espaguetis, los mastica, los traga…

—¿No le vas a ofrecer más? —le sigue hablando Don Fernando desde la otra parte de la mesa. —¿Come bien cariño? ¿Se come bien los espaguetis?

—Sí… Sí Don Fernando… —le contesta mi madre mientras le vuelve a acercar el tenedor con más comida.

El hecho que esté ocupada dándole de comer a Ahmed hace que no se de cuenta que con su mano cada vez se tapa peor los pechos, dejando prácticamente a la vista de él esos pechos.

Y vuelve a tragar los espaguetis que mi madre le vuelve a dar.

—¿Lo ves? Así se hace Alejandra. Ahora, ¿Por qué no le das un besito de premio? Creo que se lo merece, ¿No?

—¿¿Cómo?? —dice sorprendida ante la nueva ocurrencia del viejo.

—Sí… ¿por qué no le das un besito de premio por comerse bien los espaguetis?

—¿Pero qué está diciendo? —le responde incrédula ante tal pregunta. Mira a Ahmed el cual la mira sin decir nada. Por un momento se miran ambos a los ojos.

—¿No crees que se merece un premio por hacerlo tan bien?

—Por favor Don Fernando… —Se gira a mirar a Don Fernando de manera suplicante.

—Venga… solo uno…

El pakistaní no dice nada, está expectante ante tan situación.

Ella se vuelve a girar hacia Ahmed. Lo mira, ve su cara asustada. Jamás ha tenido una mujer como ella entre sus piernas y menos que sea ella.—Además… Su esposa… No sé si quiere algo así… —le dice mirándolo directamente. Ella conoce a su esposa, alguna vez han coincidido en la tienda. Ambas se llevan bien. —«Quizás esto haga que Ahmed diga que no quiere nada de mi…» —piensa ingenuamente.

—No digas tonterías Alejandra, seguro que su esposa no pondría problemas… ¿Verdad Ahmed?

Ella lo mira, esperando su respuesta.

—N-n-no… —dice sorprendentemente.

Ella oye su respuesta y se queda mirándolo unos segundos. Sabe que ha dicho que no. Que no le importa que lo bese, que quiere que lo haga.

Y poco a poco… acerca sus labios a los de Ahmed… Tocándose ambas bocas, dándose un beso, corto pero preciso… Sintiendo la textura de los labios el uno en el otro. Sin creer que algo así esté pasando. Nota una boca diferente, con ese bigote que es incapaz de no tocar y se separan al tocarse esos labios.

—Joder Alejandra, que manía tienes de dar unos besos de mierda. —le recrimina el viejo desde el otro lado de la mesa.

Ella se gira en silencio sabiendo perfectamente a qué se refiere.

—Anda Ahmed, dale tú un beso ahora a ella. No me defraudes.

—¿Qué? —dice ella asustada.

Ahmed la mira indeciso y ella se da cuenta que empieza a cerrar los ojos mientras se acerca a ella. Hace ademán de pararlo pero sabe que es algo inevitable que va a suceder sí o sí. Se deja avasallar por él hasta que nota como su boca vuelve a entrar en contacto con sus propios labios. Pero esta vez se prolonga el beso. No es un morreo, simplemente sus labios permanecen unidos. Pero de una manera diferente. Sus labios, sin entrar en la boca de ella, besan toda la superficie, sintiéndose asqueada por ese beso ansioso, algo torpe.  Ella abre los ojos ante ese raro beso mientras ve como él tiene los ojos cerrados. En ese momento Don Fernando se levanta y se acerca a ellos sin que se den cuenta. El pakistaní al verlo al lado suyo deja de besarla.

—Joder Ahmed, ¿no sabes besar o qué cojones te pasa? ¿esa es tu forma de besar a las mujeres? Ven aquí Alejandra. —le coge del brazo arrebatándola del regazo de Ahmed. —¿por qué no le enseñamos un poco como se besa? Creo que le vendría bien.

—Esto… yo… Lo siento señor Fernando. —dice Ahmed disculpándose. Alejandra se ha dado cuenta de que le ha besado de manera atolondrada, demasiado ansioso. Como si le fuese la vida en ello. El ansia ha podido con él, nunca se esperaría que la tuviera en esa posición, ni en sus mejores sueños. A la señora abogada. Viéndola en la frutería muchos días, con sus pintas de bien vestida, muchas veces con el maletín del despacho y ahora en su regazo… dejándose besar… Su olor, de mujer de clase, jamás había tenido cerca de alguien así. Él, casado con su mujer desde los 16 años, ha tenido 4 hijos con ella, pero no ha conocido otra cosa, ninguna otra mujer, y  que Alejandra también conoce.  Ha visto como ha sido obediente a Don Fernando, dándole la comida, algo que jamás pensaría de ella, obediente a ese viejo gordo y feo, eso fue demasiado para él.

—¿No has besado a ninguna mujer o qué? —le contesta dejándolo en evidencia.

—Por favor Don Fernando… paremos esto… —le suplica mi madre. Ella ya no se tapa los pechos, ya ni se acuerda que está enseñando sus preciosos pechos con ese sujetador de encaje.

Ella se da cuenta de que el viejo se está riendo de él. «Le está diciendo que no sabe besar, se está riendo de él, y me está pidiendo que le enseñe como se hace…».

—¿Te ha gustado la forma en la que te ha besado? —le pregunta el viejo directamente.

Ella duda, no quiere dejarlo en evidencia como ha hecho él. Pero no puede evitar decir la verdad. No puede mentirse a si misma y evidenciar que en ese salón solo hay un macho y ejerce como tal.

—No… No me gusta que me bese cualquiera y no me ha gustado su forma de hacerlo…  —Mira a Ahmed, que lo mira de manera compungida, sintiendo algo de lástima por él. —Disculpe Sr. Ahmed, pero es la verdad…

—¡JAJAJA! Lo ves Ahmed, te lo he dicho. —dice riéndose de él.

—No… No quiero ofenderlo… —dice mi madre arrepintiéndose de su comentario.

Ahmed no sabe qué responder. Empieza a sudar, incómodo. La situación le supera.

—Esas no son formas de besar a mujeres como Alejandra. —le dice mientras ve como las gotas descienden por su sien. —Vaya, ¿qué tienes calor Ahmed? —le contesta mientras con una mano intenta secarse por su comentario. Ella también lo ve. —Mira cariño, mira qué goterones lleva. —le dice buscando la complicidad de mi madre que lo observa sin decir nada. A ella le da algo de lástima.

—Anda, desabróchale un par de botones de la camisa.

—Don Fernando.. Pero no ve que está nervioso… Seguro que está pensando en su esposa… —dice ella intentando defenderlo.

—¿En su esposa? Jajaja anda Alejandra no me hagas reír.

—Él no es como usted, ¿verdad Ahmed?

El pobre pakistaní no contesta sobrepasado por la situación.

—Está pensando en ti joder, está pensando en que tiene a la señora Alejandra en sus piernas, ¡EN SUJETADOR! —El pakistaní no dice nada, se mantiene callado y mirándote mientras escucha las palabras del viejo. —A ver Ahmed, ¿estás pensando en tu esposa?

—Eh… no, no, señor Fernando..

—¿Entonces en qué estás pensando? ¿Estás pensando en Alejandra?

—S-si… si… estoy pensando en ella señor Fernando…

Ella la mira en silencio, pensaba que le estaba facilitando una salida, pero se ve que en el fondo, sabe que es difícil que se le presente otra ocasión en la que esté así encima suyo. No va a dejar pasar la ocasión…

—Vamos cariño, se buena.. ¿por qué no abres un poco más su camisa?

—Ahmed… Por favor… No diga nada de esto… —le dice mientras desabrocha dos botones de su camisa, de forma afable.

Al desabrocharle un par de botones, los pelos del pecho empiezan a aparecer. Tiene la piel muy morena.

Mi madre nota todo el sudor impregnando su piel mientras se deja hacer.

—Oye Alejandra. —Oye del viejo que está de pie a su lado. —¿Entonces te ha besado tan mal?

—No vuelva a preguntarme lo mismo Don Fernando, ya le he dicho que sí… No me haga hacerle sentir más mal… —dice ella mientras se tapa con un brazo su sujetador.

—¿Entonces por qué no le enseñas?

—No me gusta hacer esto Don Fernando… —le contesta a Don Fernando que está a su lado mientras ella vuelve a estar en el regazo del pakistaní.

—¿No te gusta hacer el qué?

—Besar… Besar a cualquiera…

Don Fernando posa una mano en su hombro.

—¿A cualquiera? Vamos, estamos en confianza… Como si no lo conocieras lo suficiente. Aquí solamente estamos 3 buenos amigos pasando un buen rato…

—Pe… Pero él.. él no tiene por qué gustarme… no tiene por qué gustarme el besarle… —dice bastante nerviosa. «Y porque debe de gustarme para hacerlo, seguro que debe de pensar Don Fernando conociéndolo como lo conozco.»

—Solamente quiero que le enseñes… Solo que le enseñes como besa una mujer europea… una mujer española como tú… —El pakistaní solo hacer que mirarla, pero ella intenta evitar que sus miradas coincidan.

—Y debo hacerlo porque usted quiere, ¿es así?

—Porque los dos queremos cariño… —Y te toca levemente el hombro moviéndose por tu clavícula hasta llegar a su pelo. El viejo está sonriendo, detrás de ella. —¿No crees que debes enseñarle? El pobre Ahmed solo ha conocido a su esposa… Anda cariño, enséñale como besa una española… seguro que le gusta…

Mi madre mira a Ahmed mientras escucha todo lo que le dice Don Fernando. Indecisa, continuamente incitada. —Esto debe de quedar aquí…

Mi madre pone una mano en su mejilla mientras con el otro brazo mantiene tapada sus pechos… Lo mira… «Nunca más podré ir a la frutería…». Acaricia su mejilla quitándole el sudor mientras le mira a los ojos…

Poco a poco acerca sus labios… hasta que ambos se tocan.. Y ella le da un beso, un beso corto, casi sin rozarse.. dos besos… tres… y ahora.. ahora sí… Mi madre pasa su lengua por sus labios y le besa… Él abre un poco la boca, sacando levemente su lengua… Es un beso suave, pero profundo, buscando su lengua… sensualmente…

—Eso es… —Ambos oyes desde atrás procedentes del viejo…

A pesar de su olor característico, ella intenta imaginar que está besando a otra persona, a alguien mejor… y por un momento en su mente, se dibuja la figura de Verónica…

La mano de Ahmed pasa del muslo a su cintura y empieza su aventura buscando también la lengua de mi madre, sin ser tan atolondrado como antes. La mano de ella acaricia sus cabellos como puede mientras que la otra mano poco a poco abandona la defensa de sus pechos y su sujetador para posarse sobre su hombro…

—Creo que sigue teniendo mucho calor… Desabróchale algún botón mas..- —oye decir al viejo detrás de ella.

Y ella sin decir nada hace lo que Don Fernando le ordena. Ellos se siguen besando y el viejo aprovecha y deja caer un tirante de su sujetador, por el hombro…

Ella no responde a la osadía del viejo, sino que el beso se prolonga, sus salivas se mezclan, mientras oyen del viejo un “eso es…” que oyen sin más. Ambos tienen los ojos cerrados mientras se entregan el uno al otro.

El viejo aprovecha para dejar caer el otro tirante por tu hombro mientras le dice. —Sigue teniendo mucho calor cariño…

Mientras mi madre le besa, oye todo lo que le dice el viejo. «Sé lo que quiere Don Fernando…» Y termina de desabrocharle toda la camisa. «Los dos somos juguetes para él… no sé como he llegado a esto…» Piensa, pero sin parar.

—Bésale el cuello también cariño.. —le escucha decir al viejo.

Y sin rechistar, desciende de su boca por su mejilla hasta llegar a su cuello, su cuello sudado…

—Eso es… Bésaselo bien… enséñale como se besa un cuello… —le dice el viejo desde atrás sonriendo.

«Soy como sus putas.. ¿cómo puede ser que haga esto? ¿Qué haga todo lo que quiere?» ella piensa mientras le besa el cuello con ternura, pasando sus labios, pero también su lengua de manera algo obscena.

Ella nota la mano de Don Fernando, acariciándola, mientras le oye decir “¿por qué no sigues bajando?. Ella sigue sin rechistar, dándole una mezcla perfecta entre besos suaves y obscenos por todo el cuello mientras la mano le dirige hacia su pecho. Ella deja el rastro de sus besos por su clavícula… hombro… hasta llegar a su pecho… como si ahora ella se estuviera recreando y todos los aromas le invaden de una persona que jamás pensaría que estuviera besando.

—Eso es cariño… esfuérzate… haz que disfrute… —se le oye decir a Don Fernando mientras el pakistaní con cara de excitación, la boca semiabierta y los ojos cerrados se deja hacer.

¿Acaso en algún momento de su vida Alejandra llegaría pensar que tendría una faceta tan sumisa? ¿Qué llegara el momento en que podría entregarse de esta manera? ¿Qué se pudiera encontrar tan humillada? Pero lo peor de todo… ¿Llegaría el día en el que con todo esto se encontrara tan excitada?

«¿Cómo puede estar ocurriendo esto? Jamás pensé que esto pudiese ocurrir…»

—Eso es… sigue así cariño, haz que disfrute… bésalo… chúpalo…

Ella se da cuenta que ha dicho chúpalo… «¿Que lo chupe? ¿Está pidiéndome que lo chupe?» Piensa ella mientras no para de besarlo por el pecho. Sabe perfectamente a lo que se refiere.

—¿Por qué no le pides permiso para hacerlo?

—¿Permiso? —dice ella sorprendida, susurrando. —¿De verdad cree que debo pedirle permiso? —Dice girándose levemente hacia Don Fernando para hablarle.

—Claro, tienes que pedirle permiso cariño, tienes que pedirle permiso para saber si quiere que le chupes el pezón. Tienes que ser una buena sumisa.

Ella se queda mirándolo en silencio y se gira de nuevo hacia Ahmed. —Seguro que tengo que pedirle permiso ¿Verdad Ahmed? –dice ella con una cara totalmente diferente a la de unos minutos atrás, sus ojos brillantes, casi llorosos y sus mejillas encendidas, se le ve excitada.

Mientras el pakistaní la mira, sin responder, sin saber qué hacer o qué decir. La situación le supera.

—¿Tengo o no tengo que pedir permiso Sr. Ahmed? —pregunta insistente…

A Ahmed no le cuadra esa pregunta, no sabe de qué va todo esto y no sabe qué responder en el momento.

Pero ya es demasiado tarde para mi madre. Se ha dejado llevar por la excitación. —Me da permiso para besar su pezón Sr. Ahmed? —le dice sin pensárselo, con los ojos encendidos, abocada a una excitación que jamás ha sentido.

El pakistaní traga saliva, sin responderle mientras le cae una gota por la sien. Hasta que un leve movimiento de la cabeza responde la pregunta, asintiendo.

—Gr-gracias… —termina diciendo mi madre, para acto seguido volver a su pecho.

Le empieza a dar besos alrededor de los pezones para poco a poco llevárselos a la boca. Los nota duros, rodeados de algunos pelos morenos. Los mordisquea con mucho cuidado, sabe que nunca le han hecho algo así. Se recrea, intenta esforzarse, hasta ella misma disfruta de ello. Acaricia su torso mientras tiene sus pezones en la boca, una mezcla extraña se apodera de su boca. La textura es extraña que se mezclan con los pelos. Con su otra mano intenta acariciar su barriga.

Ella sigue besándolo, disfrutando de algo tan obsceno, casi rozando lo depravado. Don Fernando situado a su lado, aprovecha para desabrocharse el pantalón. Su cabeza está a la altura de su cintura. Se los baja y a los pocos segundos también se baja los calzoncillos, para enseñar su polla prácticamente erecta. Empieza a acariciársela a escasos centímetros de ella, a su espalda, mientras sigue esforzándose, dándole placer en sus pechos, sin que ella se de cuenta de lo que está haciendo.

—Eso es… bésale… así… enséñale como besa una mujer como tú… —Don Fernando le empieza a jadear mientras tiene su polla en la mano tocándose.

Ahmed ha visto como el viejo se ha sacado la polla pero no dice nada al respecto. Solo la ha mirado un par de veces. Ella sigue sin darse cuenta de lo que está haciendo el viejo.

CAPITULO 34

—¿Te gusta verdad? Te gusta besar a Ahmed… —ella oye todo lo que le dice Don Fernando sin contestar, solamente limitándose a darle placer al pakistaní.

Pero para sorpresa de ella, una mano del viejo se pone entre ella y su pecho, intentando separarla de él. Se sorprende, como si la hubiera despertado de un sueño. Ella se gira y mira hacia Don Fernando, no se esperaba ver lo que aparece ante sus ojos.

—Seguro que prefieres esto… —le acaricia la mejilla mientras Alejandra se da cuenta de que ante ella aparece la polla de Don Fernando a la altura de su cara.

Una cara de sorpresa la invade. Pero ahora mismo no piensa con detenimiento. La vuelve a ver, desde el día del parking no la veía. Ya estaba empezando a olvidarla, pero de nuevo aparece frente a ella. Su glande rosado, descapullado y sus venas recorren todo el tronco mientras no para de acariciarla con su mano. La desea, no sabe por qué pero la desea. Cada vez que la ve, la encuentra más atractiva, más apetecible, más grande. Ella sin mediar palabra, acerca su boca a ella, sabe lo que espera de ella. Así, aguantándole la mirada, pronuncia unas palabras que hacen que en la cara de Don Fernando se le dibuje una sonrisa. De satisfacción.

—¿Puedo Don Fernando? Por favor…

Don Fernando le aguanta la mirada, entre ellos se crea algo que deja totalmente fuera a Ahmed. Él solamente puede ver como ella, totalmente sumisa, engloba su polla en su boca, creándose un clima al que sin querer Ahmed está invitado a presenciar. Ella aún en el regazo de Ahmed gira su torso y empieza a lamela. Sigue encima de él, pero ahora está muy lejos, tan lejos que para ella ahora ya no existe, solo Don Fernando, solo su polla. La mano de Don Fernando se posa en la cabeza de Alejandra y acerca su cabeza hacia su polla. Ella abre la boca sin rechistar y su polla inunda el interior de su boca, disfrutando, creándose un sitio donde solamente existen ellos dos y Ahmed pasa a ser un simple espectador de este espectáculo. Observa como ella no para de mirar al viejo a los ojos mientras su polla está dentro de la boca de ella, mientras ella la saborea, juega con su lengua dándole placer.

—Eso es… —le dice mientras le acaricia el pelo. —Eso es cariño, es tu premio…

Ella estúpidamente se siente agradecida… Su boca y su polla forman parte el uno del otro. Su saliva por todo su glande y dentro de su boca juega con su lengua. Jamás se había esforzado tanto en dar una mamada como lo hace con ese viejo.

El pakistaní la mira, como se la besa, como pasa la lengua, como se la introduce en la boca, aún estando en su regazo. No quiere que se escape. Empieza a acariciar con su mano a la altura de su cintura desnuda… Ella no lo ve, solo siente la polla de Don Fernando y su barriga en su frente.

La mano de él empieza a acariciar su cintura, y poco a poco empieza a subir… Ahmed no pierde detalle de cómo mi madre le chupa la polla a ese viejo, como se entrega a él. Aprovecha y no para de acariciar su piel desnuda de su cintura mientras no para de mirar los pechos de ella. Don Fernando se da cuenta y sonríe. Ella sin embargo, no se da cuenta de nada, está solamente para la polla del viejo.

—Zorra… —le dice a ella mientras sus ojos siguen conectando el uno en el otro.

Pero ella no contesta, sigue mamando su polla…

—¿por qué no dejas que Ahmed toque tus pechos?

Pero ella sigue sin contestar con la polla en su boca esforzándose en darle una buena mamada. El pakistaní lo toma como una invitación. Ella nota como una de sus manos asciende por su cintura hasta llegar a la altura de su pecho…

Poco a poco nota como mano de Ahmed empieza a abarcar uno de sus pechos, por encima, aún con la tela del sujetador de encaje separando las dos pieles. Al cabo de los pocos segundos Ahmed nota una superficie más dura. Sabe que es el pezón de ella. No puede evitar que se endurezca ante la situación.

Aprovecha y con la otra mano abarca el otro pecho, acariciándolo también.

Ella no puede más, mientras chupa la polla de ese viejo, nota como sus dos pechos están siendo masajeados, recreándose en ellos, y sus pezones duros no puede esconder una gran excitación. Hasta que el pakistaní, con un atrevimiento y sin el consentimiento de nadie, baja el sujetador hasta que los pezones de mi madre se muestran visibles, dejándolos a su vista…

Pero ella no se lo recrimina, sigue chupándole la polla al viejo. Le deja hacer, ella lo sabe, lo necesita, necesita sentir placer y necesita que haga algo con sus pechos.

El pakistaní al no oír reproche, desciende el sujetador hasta debajo de su pecho y lanza su lengua hacia sus pezones. Esos pezones oscuros que apenas hacen contraste con el moreno de su piel. Son de un tamaño justo, ni muy grandes ni muy pequeños, y son acordes al volumen de los pechos de ella. Ahmed los observa, están duros, muy duros. Saca la lengua y empieza a recorrer cada centímetro de esos pezones cada vez más endurecidos.

Ella sigue con la polla en la boca, mamándosela al viejo mientras nota como un escalofrío la parte en dos ante las mordidas y lametones de Ahmed en sus pechos. Se deja hacer, lo necesita, está a punto de estallar. Jamás sehabía estado tan excitada… La imagen es impactante, ella sentada en el regazo de Ahmed, con su cabeza sumergida en sus pechos mientras le sigue mamando la polla a ese viejo…

Don Fernando ve desde su perspectiva como es la misma Alejandra quien coge la cabeza del pakistaní y la hunde aún más en sus pechos, como dándole la bienvenida  sus duros pezones…

—¿Te gusta que te chupe los pezones Ahmed, verdad?

Ella no responde mientras la cabeza del pakistaní va de un pezón a otro..

—Sí… gr-gracias…

—¿Gracias? Así no joder… dale un beso de gratitud…

Ella no para de mamar su polla…

—Dale un beso de gratitud a Ahmed, con pasión, como si fuese tu marido… —dice humillante.

Ella sin pensárselo dos veces, se gira para besar a Ahmed y le un beso apasionado, casi desesperado. No solo es el beso, ambos mezclan sus salivas de nuevo, ambos recorren sus lenguas en un beso violento, obsceno. Pero ambos tienen el sabor en la boca de quien realmente está por encima de ellos. Ambos notan el sabor de la polla de Don Fernando pero ambos lo aceptan.

Un beso desesperado, con su lengua en su boca, parece hasta violento. Los brazos de Alejandra cogen su cabeza, con los ojos llorosos.

—Por favor… no puedo más… —dice mi madre suplicando. —Hacedlo por favor… hacedlo de una vez… no puedo más…

Pero Don Fernando abandona la posición al lado de mi madre, mientras ella sigue entregándose aun más si puede al Ahmed. Los besos no le permiten darse cuenta de que el viejo se ha ido de su lado. Pero un ruido alerta a Alejandra, un sonido de un objeto abrirse, a unos metros detrás de ella. Algo se ha abierto, algo que a Alejandra le resulta familiar…