El advenimiento (Capítulo 25 y 26)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 25

Andando por la calle, detrás de él, aún ruborizada, con la mirada perdida, con esos dos botones de la blusa desabrochados, sin poder dejar de pensar: «Esto es lo que les hacía. Seguro que eran mujeres respetables. Terminaba con su autoestima, las vejaba, acrecentaba sus deseos sexuales, las humillaba, las ponía en evidencia hasta que sus vecinos la miraban de otra manera. Hasta que sus amistades se alejaban de ella. Hasta que rompía su propia familia. Arruinaba su trabajo. Solas. Solo les quedaba él… ¿Y después? Después las prostituía, las castigaba si no cumplían con sus deseos. Hasta que ocurrió algo y terminó en la cárcel. Tengo que salir de esto. Ahora que aún me queda algo de dignidad, algo de fuerza… Cada vez menos de lo uno y de lo otro.. No puedo pedir el informe completo a Isabel, la pondría en un compromiso, pero no me hace falta… era eso…»

Ella ensimismada en sus pensamientos, ayuda al viejo a no intercambiar muchas palabras por las calles del barrio. Él sabe que ha estirado suficiente la cuerda en la frutería y ella ha obedecido en todo lo que le ha pedido, se encuentra satisfecho, hasta sigue con dos botones de la blusa desbotonados. Llegan al portal y suben las escaleras en silencio.

—Hasta pronto Don Fernando… —dice ella despidiéndose del viejo sin que él le conteste y sube hacia casa. En silencio, pensando en todo lo que ha pasado hace muy poco en la frutería. Ya en la puerta de casa, suspira, sabe que todo está yendo en picado, pero también sabe que no puede hacer nada para evitarlo. La gran duda que tiene es que si no puede evitarlo… o si realmente no quiere evitarlo.

Una vez entra en casa, el silencio de nuevo hace presencia. No hay nadie. Por un ladro lo agradece; se siente sucia, no quiere contaminar a las personas que más quiere. Pero por otro lado, echa de menos la calidez de su familia. Las únicas personas que pueden sacarla de ese pozo cada vez más oscuro y profundo.

Sin darse cuenta, entra en su habitación. Empieza a quitarse la ropa, primero la camisa, luego la falda, hasta quedarse en ropa interior. Levanta la mirada y se ve en el espejo. No puede evitar fijarse en su sujetador y en la forma que le hace el escote. Eso es lo que le ha enseñado al hombre de la frutería, ese pobre diablo que jamás se ha atrevido a mirarle casi a los ojos y que ahora ha sido ella quien se ha mostrado a él.

Decide quitarse esos pensamientos, se termina de quitar la ropa  la ropa interior. Desengancha el sujetador y sus bonitos pechos quedan en libertad para después coger desde los laterales la goma de las bragas y bajárselas poco a poco hasta que se pierden por sus tobillos. Una mano no puede evitar llevársela a su sexo, palpando el lugar donde ha dejado entrar a ese viejo. Y lo nota, entre sorprendida y asustada como tiene toda su sexo mojado, hacia tiempo que no se veía tan mojada, hasta casi llegar a sus muslos. Decide no seguir martirizándose y se encamina a su cuarto de baño para meterse en la ducha. Una vez bajo la lluvia de agua que le ofrece su ducha, vuelven otra vez los pensamientos. Pensamientos impuros, mezcla de excitación, vergüenza, morbo y arrepentimiento. Sus manos empiezan a enjabonar su cuerpo, cada centímetro de su piel. Esa piel que siempre ha sido tan recelosa de no dársela a nadie y que ahora siente que cada vez está más profanada. Siente vergüenza, asco, culpa, arrepentimiento, pero sin querer, su mano poco a poco desciende por su vientre, hasta llegar a su zona íntima, a su cosa más preciada, a su sexo.

Lo más sorprendente de todo es que ella se nota mojada, lo sigue estando… Sin poder hacer nada para no estarlo. Como si fuese una señal que no puede controlar. Su mente se pierde de nuevo recordando la mirada del hombre de la tienda en sus pechos, la mano de Don Fernando en sus nalgas mientras el frutero no paraba de mirarlos, todo ello recorre su pensamiento hasta que su mano llega, como si tuviese vida propia, a acariciar su preciado sexo.

Y no puede… no puede evitarlo… desliza sus dedos por su orgulloso sexo, mientras recuerda como ese viejo profanó su exclusiva sexualidad, como si aún sintiera los gruesos dedos recorriendo arriba y abajo produciéndole un placer casi desconocido para ella, sintiendo un placer que hasta ahora nunca había sentido.

La imagen es la de una mujer que está descubriendo cosas que jamás pensaría que descubriría, una mujer que siempre ha tenido todo lo que ha necesitado, que disfruta de una vida privilegiada, pero que no puede evitar dejarse arrastrar por ese indeseable hacia un sitio desconocido para ella. Apoyada en la pared, tocando delicadamente su coño, con los ojos cerrados, moviendo sus nalgas en un movimiento casi imperceptible, adelante y atrás, adelante y atrás, pero siendo insuficiente para sofocar todo lo que siente por dentro.

Esa misma imagen es la que veo yo mismo al entrar a casa y ver la puerta del cuarto de baño entreabierta. Como ella acaricia su cuerpo y desciende su mano hacia su sexo, como mi propia madre apoyada en la pared, con sus movimientos, con los ojos cerrados, siente cada masaje de su mano, a punto de caerse. Jamás había visto el cuerpo de mi madre desnuda, levemente girada, pero veo sus pechos proporcionados, bien formados, su cuerpo estilizado sin prácticamente imperfecciones, un cuerpo que cualquier persona le encantaría disfrutar. En un movimiento se gira, dándome la espaldas, evitando así que pueda verme. Y me doy cuenta de que no puede más. Acaba cayendo en sus propias piernas, arrodillada y veo como un grito ahogado se apodera de ella. Acaba de tener un orgasmo, largo, profundo.

Cierro la puerta lo más sigilosamente que puedo, jamás me imaginaría ver a mi madre en esta situación. Nervioso vuelvo a mi habitación, inquieto, sin saber qué hacer. Su imagen no puede desaparecer de mi mente, mientras siento como un calor empieza a apoderarse de mi. Sin poder estar sentado en la silla, me vuelvo a levantar, sin tener claro hacia donde ir y al salir al pasillo, veo como mi madre abre su puerta y sale con una toalla envolviendo su cuerpo.

—Hola hijo… No sabía que estabas aquí… —dice ella cogiéndose la toalla con ambas manos en la altura del pecho, mirándome. Como si lo que ha pasado hace unos instantes no hubiera ocurrido.

—Hola mama… —digo notándome la cara caliente.

—Estás colorado, ¿qué te ocurre hijo?

—Na-nada… acabo de llegar de clase… ¿T-tú qué tal?

—Yo bien, pero tú estás raro. ¿te ha pasado algo?

—N-no.. no me ha pasado nada mamá… ¿q-qué me iba a pasar?

—Bueno, voy a vestirme y a preparar la comida para los tres.

Mientras la veo darse la vuelta en dirección a su habitación, la imagen de ella de espaldas, totalmente desnuda, de nuevo, se apodera de mí. Siempre ha sido tan reservada que jamás pensaría verla así. Su imagen arrodillada… mientras su mano estaba entre sus piernas… jamás había visto algo así… Jamás habría pensado que ella hiciera esto…

—Va.. vale mama… —La imagen no desaparece de mi mente. ¿Desde cuando mi madre se toca en la ducha? ¿Desde cuando mi madre hace eso? ¿Qué le ha pasado para que al volver a casa haya ido directa a la ducha? Las preguntas invaden mi mente mientras veo como se cierra en su habitación. ¿Por qué? El texto que leí en el ordenador aún no lo he olvidado, hoy la veo en la ducha… ¿Qué está pasando? Jamás la había visto así, pero solamente la he visto de espaldas… me hubiera gustado verle mejor los pechos… ¡¿QUÉ?! ¡¿Pero que estoy pensando?! Me digo sorprendiéndome a mi mismo haciéndome esa pregunta.

Al poco oigo la voz de ella.

—Venga hijo, pon la mesa mientras yo lo preparo todo.

—Esta bien… —digo un poco culpable por todos los pensamientos que me han surgido.

Mientras tanto, en casa de Verónica…

—¿Cómo puede ser que haya visto lo que he visto? Dios… Alejandra… Al lado de ese viejo… pero… ¿por qué? Después de toda la conversación que tuvimos… y lo dura que ha sido… ¿por qué? Además… ¿por qué iba mirando al suelo? ¿por qué parecía que tenia esa actitud tan pasiva? ¿Detrás de él? No entiendo nada… Dios… Esto no puede ser… —susurra en voz baja mientras lleva sus manos a su cara —¿Se está aprovechando de ella? Pero… No… No lo puedo permitir… Sé que ella está sufriendo… Seguro que está sufriendo por intentar defenderme… y yo… yo soy una mujer adulta… debería defenderme yo misma… y que no lo haga ella… no debe soportar todo el peso ella sola… —se dice a si misma,  apoyada en sus propias piernas, sentada en el sofá de su salón.

—Qué debo hacer… qué debo hacer… qué debo hacer… —se repite una y otra vez muy indecisa.

—Tengo que ser fuerte… —Se dice nerviosa. Cogiendo las llaves y saliendo de casa…

Cuando se da cuenta, está enfrente de la puerta del viejo. Sin ninguna seguridad sobre si misma, mira la puerta de Don Fernando. Duda… Duda mucho… tanto que se arrepiente en el último momento de llamar. Pero ya es tarde. La puerta se abre justo en ese momento, apareciendo ante ella ese viejo que tanto detesta. Con una camiseta a rallas, manchada, con el pelo despeinado y la barba que acompaña a esa sebosa papada.

—¿Verónica? ¿Qué haces aquí?

Ella palidece. Tarda un rato en poder articular palabra, pero algo tiene que decir…

—Venía a verle…— Dice casi tartamudeando. —A-a… a hablar con usted. —dice ella queriendo aparentar que tiene el dominio sobre si misma.

—¿Ah si? ¿Venias a verme? Pues dime, ¿qué quieres? —dice el viejo, dibujándose una sonrisa.

—Pues sí. —intenta sonar dura.

—Dime… ¿qué pasa?

—Quería hablarle de mi amiga…

—¿De Alejandra?

—Sí. De Alejandra —dice intentando aparentar seguridad.

Verónica nota como el viejo la mira de arriba abajo, sin disimular.

—Bien, dime ¿qué pasa?

Verónica lo observa, con cara seria y dura. Sabe que tiene su oportunidad de demostrarse a si misma que también puede afrontar estos problemas ella sola.

—Ella está enferma y usted se aprovecha de ello. Quiero que la deje en paz. —dice ella orgullosa de si misma, consiguiendo que le haya salido todo seguido y con cierto aplome.

—¿qué quieres que la deje en paz?

—Así es Don Fernando.

El viejo apoya su brazo a la altura de la puerta, apoyándose. Mostrando así una pose relajada ante su tan preciada y codiciada vecina. Sin parar de mirar su busto y su silueta.

—Pero vamos a ver Verónica, para decir eso tienes que pensar en ella está sufriendo mi acoso o algo así.

—Es lo que está haciendo Don Fernando. No son figuraciones mías —dice ella intentando ser contundente mientras piensa al verlo como la desnuda con la mirada; «debía de haberme puesto otra cosa para venir aquí…».

—¿Y crees que lo estoy haciendo? —dice mientras suelta una carcajada —yo creo que no… ¿y si te equivocas? ¿y si ella está de acuerdo en que hagamos todas las cosas que estamos haciendo?

—Eso es imposible. Es mi amiga, sé como es. No me equivoco.

—Vaya… yo no sabía que erais tan tan amigas.. Pero me encanta que lo seáis —dice mirándola con ojos acosadores. —Por cierto Verónica, estás preciosa.

—Que seamos amigas o no es cosa nuestra.

—Qué envidia me da Raúl… —dice él mirándola de arriba abajo sin prestarle atención.

—Deje a Raúl de lado, si se entera de lo que hace le mata.

—¿¿Qué Raúl me mata?? —repite sorprendido. —JAJAJA —sus carcajadas se oyen en todo el rellano.

Verónica ante tal risa, mira a su alrededor, sabe que su risa puede llamar la atención y eso es lo último que quiere.

—Us-us.. Usted no lo conoce… ¿De qué se ríe? —dice enfadándose.

—Tranquila Verónica, no quiero hacerte enfadar.

—Pues deje a mi amiga en paz, ¿de acuerdo?

Verónica con un conjunto sencillo de una sola pieza de color pardo abotonado por delante y que acompaña dulcemente con un pelo rubio lacio, da la sensación que viste de una manera sencilla, pero a la vez muy sensual. Está preciosa, y es algo que no pasa desapercibido para el viejo, que no para de mirarle continuamente toda su figura mientras hablan.

—Creo que te estás equivocando Verónica. —contesta medio sonriendo.

—El otro día mismo. Cuando nos vio en las escaleras. Qué le hizo usted. Qué hizo sino aprovecharse porque ella me quería proteger.

—¿Aprovecharme? ¿Aprovecharme de qué?

—De que ella me protegía de usted.

—Pero dime Verónica —dice sin inmutarse. —¿Cómo me aproveché de ella? ¿Tienes pruebas?

—¿Pruebas? No necesito pruebas, basta con lo que vi y con lo que me ha contado ella misma.

—¿Qué cosas te ha contado? Vamos a ver Verónica, crees que me estoy aprovechando de ella, ¿Verdad? Pero, ¿no has parado a pensar en que a ella le gusta lo que hace conmigo? ¿Eso lo has pensado? —dice mientras sus ojos no paran de perderse por su tímido escote.

—Estoy segura de que no le gusta —dice ella mientras ve como el viejo le mira el escote. Ella aguanta estoicamente. —¿Se lo ha preguntado acaso? Usted es de los que no pregunta, ¿verdad?

—Ella sería capaz de hacer cualquier cosa que yo le dijera…

Esa frase categórica sorprende a Verónica. No pensaba que fuera tan tajante. El viejo sonríe al ver su cara después de oír una frase así.

—N-no.. no es lo que dice ella. Y yo me la creo… So-solo… solo que está enferma y eso la debilita…

—Mira Verónica, si quieres podemos hacer una prueba. Puedo hacer que vaya a tu casa vestida como te diga. ¿Qué pasaría si eso pasara? ¿Me creerías?

—Pero que está diciendo… Eso jamás ocurriría. Y… y si eso ocurriera sería porque usted de alguna manera la obliga…

—Mírame Verónica, ¿Crees que puedo obligar de alguna manera?

—Sí… por cosas que le hizo y no debía haber hecho.. ella misma me lo ha contado…

—Hagamos una cosa vecinita… —le llama por primera vez así. —Si consigo que dentro de una hora baje a tu casa vestida con una minifalda y una camisa blanca sin sujetador, ¿me creerías? Si lo consigo, ¿vendrás otra vez hasta aquí a pedirme perdón?

—Don Fernando, yo no quiero saber nada de usted. Le he dicho lo que tenía que decir y basta. Vaya con cuidado.

Verónica se da la vuelta y desciende por las escaleras. Con el pulso acelerado. Sabiendo que ha sacado un coraje que no sabia que tenía. El viejo ve como su codiciada vecina desciende las escaleras acompañada con ese vestido parto arropada por su pelo rubio, pero sonríe por alguna razón.

CAPITULO 26

Son las tres del mediodía, mi madre y yo acabamos de comer. Todo ha ido como siempre. Nuestras conversaciones redundantes han acompañado toda la comida mientras mi mente cada poco se escapaba hacia lo que un rato antes vi nítidamente con mis ojos. Cuando terminamos, intento despejarme un poco y aprovecho este momento para encender un rato la consola mientras mi madre está limpiando las cosas de la cocina. Todo transcurre con naturalidad hasta que el sonido de la puerta de casa quiebra dicha armonía.

—¡¡DING DONG!!

—¡Mamá! ¡Llaman! ¿Puedes abrir? ¿O voy yo? —digo desde el salón

—Sí, sí, voy yo. —dice mi madre secándose las manos y saliendo de la cocina en dirección a la puerta de casa. Con tranquilidad se dirige a la puerta y al abrir, se encuentra con el viejo de nuevo

—Hola cariño.

—¿qué haces aquí? —dice muy seria girándose hacia el pasillo esperando que yo no lo haya oído. —Hay gente en casa.

—No quiero nada de ti ahora mismo, tranquila. Solamente quiero que hagas una cosa por mi, ¿de acuerdo?

—¿Una cosa para usted?

—Sí.

«Qué me va a pedir ahora?»

—Quiero que te cambies y bajes a casa de tu amiga Verónica. —dice sin titubear mientras mi madre la mira. —Quiero que te pongas una minifalda y una camisa blanca sin sujetador.

—Ni loca voy a hacer eso Don Fernando.

—Sé que serás buena y lo harás cariño. Si me entero de que no lo haces, te castigaré.

Mientras ambos oyen mi voz proveniente del salón. —¡¡MAMA!! ¡¿QUIEN ES?!

—No es nada hijo. —dice mi madre girándose hacia casa.

—¿Y como me vas a castigar Don Fernando? —dice ella mirándole. «Quizás sea mejor recibir un castigo que hacer esto…»

—Tendremos que hacer otra visita al pakistaní, ¿Te gustaría?

—No… —dice bajando la mirada. —Usted no puede obligarme a ir allí…

—Aunque quizás esta vez igual podemos hacer que te vea con la camisa abierta, pero sin sujetador.

—No… No puede obligarme… —dice mi madre insistente.

—Joder… sería muy morboso… ¿no crees? —se toca el paquete delante suya y de nuestra puerta de casa —ya sabes qué tienes que hacer sino quieres que pase eso.

El viejo se da la vuelta mientras termina diciendo. —Vete a ver a Verónica como te he dicho.

—No… no me podrá obligar ni a una cosa ni a otra… —le responde ella, pero el viejo desciende las escaleras sin prestarle atención, dejándote sola mientras le replicas. Poco a poco desparece bajando por las escaleras.

Cierra la puerta seria y en silencio.

«No voy a hacer esto ni loca» piensa mientras se encamina de nuevo hacia la cocina. Desde el pasillo mi voz la sorprende

—Mama, ¿quién era? —digo serio.

—Nada, era de la compañía de la luz. Nos querían vender una promoción. —dice en tono muy serio. «¿Si no obedezco que pasara? Nada… y si lo hago… Verónica pensará cosas extrañas de mi… y eso no lo quiero…» Se dice para si misma mientras me contesta cualquier cosa.

«No es más que un cerdo engreído…»

«Ya me ha puesto suficientemente en evidencia…»

«¿Sería capaz de hacerme ir a ver al pakistaní con la camisa abierta y sin sujetador?»

«Pero Verónica pensará que quiero algo con ella…»

«No me gustaría que esto terminara con nuestra amistad…»

«¿Y si lo hago y le digo a Verónica que él me ha obligado?»

«Bajaré y terminaré con esto… ¿pero como sabrá el cerdo que lo he hecho?»

Mi madre se debate moralmente ante la propuesta del viejo mientras yo le intento indagar más sobre quien ha venido a casa con casi la seguridad de que no me está diciendo la verdad.

—Hijo, me ha surgido una cosa, tengo que bajar a hablar con Verónica, ahora subiré, ¿vale?

—¿A casa de Verónica?

—Sí, solo será un momento. —dice mi madre mientras se encamina a su dormitorio.

—Mamá, ¿qué te pasa?

—¿Qué me va pasar?

—Dime la verdad, ¿quién ha venido a casa ahora?

—Ya te lo he dicho —dice mientras no me mira y se pone a buscar su ropa.

—¿Ha sido Don Fernando? —digo en tono serio mirándola fijamente.

Al escuchar ese nombre, ella se gira a mirarme quedándose unos segundos en silencio.

—¿Don Fernando? ¿Qué dices hijo? Ese indeseable hombre no lo he vuelto a ver desde aquél incidente que todavía intento olvidar de mi mente.

—Si fuera él… Me gustaría que me lo contaras… Te ayudaría en lo que fuera falta.

Ella deja el armario y se acerca a mi.

—Anda cariño… No te preocupes tanto por tu madre, que es mayorcita. Eres un amor —y me da un beso en la frente mientras huelo su perfume y las imágenes de la ducha vuelven a mi mente al tenerla tan cerca. —sé que puedo contar contigo hijo mío…

El calor vuelve a invadirme mientras solo puedo responder un “vale mamá…”

—Ahora sigue tranquilo jugando, yo me cambio un momento, bajo a casa de Verónica a comentarle una cosa y subo, ¿vale?

—Esta bien mamá… —digo con miedo a que me vuelva a preguntar por qué me estoy poniendo rojo de nuevo y me alejo de ella dejándola en la habitación.

Una vez sola, empieza de nuevo a buscar entre su ropa. No es asidua a ponerse minifaldas. Hace muchos años que no usa una prenda así. Mientras en su cabeza se repite una y otra vez la misma pregunta… «¿Cómo sabrá el cerdo que lo he hecho? ¿Verónica sabe que el cerdo me obliga a cosas…?» Sigue rebuscando en el armario, sumergida en sus pensamientos. «Intuyo lo que puede estar pasando… ¿Sino como sabría Don Fernando que lo he hecho?»

Por fin encuentra algo acorde a lo que le ha pedido el viejo, una minifalda vaquera de color marrón oscuro, con botones que se abrochan por la parte de delante. «Esto cumple con lo que me ha pedido y al mismo tiempo no desentona conmigo…» Piensa mientras poco a poco accede a lo que le ha pedido el viejo.

Ahora busca una blusa blanca, que la encuentra fácilmente. Ella la sostiene en las manos, mientras piensa que el viejo le ha pedido que lo se la ponga sin sujetador.

Evita pensarlo más de la cuenta, se quita la camiseta, se desabrocha el sujetador, saliendo sus bonitos y bien formados exuberantes pechos que los esconde rápidamente en la blusa sin poder evitar que sus pezones se marquen a través de la fina tela.

Antes de salir de la habitación, se pone por encima una gabardina. Quiere evitar a toda costa que nadie le va con esas pintas y piensen cosas.

Afortunadamente, yo vuelvo a estar delante de la consola. Mi madre desde el pasillo me dice. —Ahora subo hijo, no tardo.

—Vale mamá, hasta ahora. —digo sospechando aún por todo esto.

Una vez en el rellano, baja rápidamente hasta casa de su vecina. Cuando se encuentra enfrente de la puerta de Verónica, desabrocha un par de botones la blusa, pero cuida de abrocharse la gabardina de nuevo

¡DING DONG!

—¿Si? —la voz de Verónica suena desde el otro lado de la puerta.

—Hola soy yo…

—Alejandra… —dice abriendo la puerta poco a poco.

—¿Está Raúl?

—¿Raúl? —dice sorprendida.

—Sí, Raúl.

—No… ¿por?

—Entonces déjame pasar, por favor… —dice avanzando hacia dentro de casa de su amiga y vecina.

Verónica le deja pasar, sorprendida de que vaya a verla con esa gabardina.

—Pasa… pasa… —dice, sabiendo el porqué ella se ha presentado en su casa.

Una vez en el salón, ella se desabrocha la gabardina, dejándola encima del sofá. Mostrándole a su vecina una minifalda y una blusa blanca que marcan perfectamente sus pechos. Justo como el viejo le había dicho.

—Pe-per Alejandra.. —dice ella al verla.

—Solo venía a verte así… me siento cómoda así… y contigo puedo ir así. Pero si te hago sentir mal me marcho… —dice más nerviosa de lo que ella cree.

—Pero por qué… —dice incrédula al verla así.

—¿No te gusta? ¿crees que soy demasiado mayor? Yo no me atrevo a llevarla pero me siento bien con ella. —intenta desviar la atención del motivo por el que se encuentra así vestida en casa de su vecina.

—Pero tú… Nunca te he visto con minifalda…

—Ni me verás, sino es a solas, contigo o con Isabel.

—¿Quién es Isabel?

—Una amiga, no la conoces. Un día tenemos que salir las tres, aun que para ella eres un verdadero peligro. —le contesta mi madre, sonriendo, intentando quitar peso a sus pintas en su casa.

Verónica es un mar de dudas, su cabeza empieza a hacerse muchas preguntas «¿Cómo ha conseguido ese viejo que se vista como él quiere? ¿y si es verdad? ¿y si es verdad que a ella no le disgusta lo que le pide ese viejo?»

—¿Un verdadero peligro? ¿a qué te refieres? —le contesta, disimulando, mientras su cabeza se plantea otras preguntas.

—Bueno… a ella le gustan más las chicas que los chicos, por decirlo de alguna manera. —sonríe. —pero nunca se pasaría, no temas.

Pero Verónica está preocupada por otra cosa. Tanto que no puede evitarlo.

—Alejandra.. te-tengo que hablar contigo…

—Ya estamos hablando.

—¿Estás bien? —pregunta primeramente.

—Sí, con mis altos y bajos…

Verónica prefiere no comentarle que la ha visto con él en la calle.

—¿Sigues mal por lo de la baja? ¿Te sigues medicando? —intenta ser cuidadosa con las preguntas.

—Sí, así es.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, ¿Verdad?

—Sí… gracias…

—¿Tienes algo que contarme? —insiste Verónica.

—No… ¿por? —dice ella mintiéndole, pero en su cabeza pasan otras cosas distintas; «Si Don Fernando sabe lo que estoy haciendo es porque ella se lo diría, pero prefiero no decir nada…».

—No… Por nada…

—¿Y tú? —preguntándole, ella es abogada, es lista.

—¿Yo? No.. todo está bien… no se por qué lo dices.

—¿Sabes que tenemos que hacer? —le contesta ella intentando desviar la conversación hacia otro lado. —Tenemos que salir las tres a bailar… bueno tu ya sabes que yo no bailo, pero vosotras sí. Aprovecha que en unos días Raúl se va de viaje por trabajo y salimos.

—¿Quiénes somos los 3?

—Isabel, tú y yo… ¿En quienes estabas pensando sino?

—Eh… sí sí, Isabel tu y yo…

Pero Alejandra se pone seria. No puede callárselo más. No puede evitar sacar a la palestra lo que ambas están evitando hablar.

—Has hablado con él, ¿verdad?

—¿Q…qué? —dice ella poniéndose nerviosa y quedando en evidencia.

—Lo sabes perfectamente. Ha venido a mi casa a ordenarme que me vistiera así y viniese a verte. —Verónica se pone roja mientras mi madre continúa. —Me ha amenazado con cosas que no quiero ni contarte.

—Esto… Yo… Yo…

—Te dije que no lo hicieras. —La voz de mi madre suena dura.

—¡Pero Alejandra! Os he visto esta mañana juntos por la calle. —suelta finalmente.

—No… No interfieras…

—No puedo permitir que haga de ti lo que él quiera…

—Soy mayor y responsable…

—¡NO! ¡¡No debes dejarle!! —dice casi tartamudeando de los nervios. —¿te estás oyendo? ¿cómo que eres mayor y responsable? ¿acaso no te importa que te haga esas cosas?

—Lo siento… Hay una parte de mi que siente asco… Un profundo asco… Pero otra parte de mí… Tengo dudas Verónica..

—¿¿Pero que dices?? —se acerca a Alejandra y la zarandea levemente de los hombros. —¡Debes parar esta locura! Tienes marido! ¡y un hijo! ¡¡que te quieren!!

—No puedo… —contesta bajando la mirada.

—¡¿Qué?!

—Yo… yo también los quiero…

—¡Pero qué estás diciendo! ¡Si es un viejo de 70 años! Está gordo! Es Don Fernando! ¡Mira que pintas lleva siempre!

—Eres muy joven… No sabes nada…

—¿Te está extorsionando? ¿Te está chantajeando?

—En cierto modo… En cierto modo… Sí…

—¿A qué te refieres?

—No es esto… todo es mucho más complicado…

—¡Vayamos a la policía! ¡Tenemos que ir y denunciarlo!!

—Me hubiese obligado a ir a la frutería con la blusa totalmente desabrochada… y eso… no quiero que suceda…

—¿Enserio?

—No puedo denunciarlo… Si el primer día no hubiese cedido… Ya lo habría hecho…

—Pero Alejandra… Por favor… tienes que cortar esto… —Verónica recuerda como los vio salir de esa frutería justamente.

—Es… es un manipulador…

—Pe… pero Alejandra…

—Tan manipulador… que… que les haría creer que yo lo busqué… Tú no lo conoces…

—Es un viejo… no me creo que sea tan manipulador…

—Lo que tienes que procurar es que no lo haga contigo…

—¿Conmigo? —pregunta sorprendida Verónica —Pero… ¿conmigo? ¿Qué estás diciendo?

—Lo ha hecho con otras… lo sé…

—¡Jamás me acercaré a ese viejo! ¿Con otras? —termina exaltándose.

—Sí… cuando era más joven…

—Pe… Pero…

—No te diré como lo sé… Pero ha sido proxeneta… embaucaba a mujeres… —prosigue.

—¿Prox-proxeneta? —contesta Verónica incrédula.

—Sí…

—¿Tú… tú sabes lo que estás diciendo?

—Sí… si que lo sé…

—¿Y cómo permites que te siga haciendo cosas? —contesta Verónica que pasa de estar nerviosa a asustada.

—No lo sé… Quiero evitarlo… De verdad que quiero evitarlo…

—Alejandra… He ido a verle hace un rato… Y justamente me ha dicho que bajarías tal cual te has presentado aquí…

—No… No quiero que esté cerca de ti…

—Alejandra… Yo ahora mismo no soy importante. ¡La importante eres tú! Tienes marido e hijo, una vida laboral impecable y envidiable, ¡lo tienes todo!

—Puedo separar las cosas… Es lo que intento hacer… —dice sin mirar a Verónica —No ves que haciendo lo que has hecho, ahora ya tiene excusa para preguntarte… ¿no te das cuenta?

—Y… y yo… no sabré que responderle… —su voz suena a dudas.

—La verdad.