El advenimiento (Capítulo 21 y 22)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 21

—¿Qué?— Dice sorprendida ante tal atrevimiento. «¿Me ha pedido que le bese la mano?»

—Vamos, bésala como tú sabes… —Le sigue diciendo mientras le ofrece su dedo índice y corazón para que los bese también.

Mi madre es un hervidero. No sabe que hacer. Empieza a pensar que solo lo hace por Verónica. «Solo la estoy protegiendo… solo la estoy protegiendo…». Se gira hacia ella y la ve casi con los ojos cerrados mientras lo piensa. Coge la mano de Don Fernando y la besa para posteriormente besarle los dos dedos.

El viejo aprovecha para jugar con los labios de mi madre, su sonrisa perturbadora no la abandona.— Venga, chúpalos…

Mi madre apurada, con miedo a que Verónica levante la cabeza y la pille, entreabre los labios… Dando acceso a que los dedos de ese viejo asqueroso entren en su boca.

—Eso es cariño…

«Cerdo…» Piensa mi madre mientras empieza a notar el sabor de sus dedos dentro de su boca… Sus dedos juegan dentro de su boca, con su lengua. Intenta introducirlos un poco más y ella no para de mirarlo mientras lo hace con cara seria, desafiante. Viéndose humillada pero pensando que aún tiene su amor propio. «Es lo que hago.. sabía que pasaría esto desde el momento en que dejé que los pusiera… Espero que no vaya más lejos… No delante de ella…»

Verónica sigue con su cabeza recostada en el hombro de Alejandra, ignorante de lo que ella está haciendo.

—Alejandra, vámonos por favor…— Dice sin levantar la cabeza del hombro.

Mi madre, incapaz de contestarle por los dedos en su boca, mira suplicante a Don Fernando.

Él, saca sus dedos llenos de la saliva de mi madre y los desciendo por su cuello, dejando un rastro de saliva.

—Deje que la lleve a su casa, por favor, Don Fernando… Si quiere… luego… luego podemos vernos…— ella se sorprende a sí misma diciendo tal cosa, casi entregándose como última opción.

La mano desciende por su cuello hasta llegar a su escote, el cual profundiza un poco hacia dentro, tocando levemente sus pechos.

Mi madre, dejándose manosear, solo le vuelve a repetir.— Por favor…

—¿Sí? ¿Eso es lo que quieres?— Dice sin sacar sus dedos del escote.

—Sí… Don Fernando…— le responde dejándose hacer.

Quita los dedos de tu escote y pasas sus dedos por encima de su pecho izquierdo. Abarca toda la copa con su mano, mientras ella no puede evitar cerrar levemente un ojo.

—¿Y por qué no quieres jugar ahora?

—Te… Tengo que cuidar de ella… Por favor…

Y su mano deja el pecho y lo desciende por su vientre, mientras continúa hablándole.—Ya estás cuidando de ella… ¿No?

Su mano no para en su vientre, sigue bajando notando como recorre su cuerpo con sus dedos.. Ella no deja de mirarlo, con mirada seria. Su mirada no corresponde con sus palabras.

Pero para ella, más allá de lo que le está haciendo Don Fernando, tiene una preocupación mayor. Y es Verónica. Se gira hacia ella y mientras el viejo con su mano esta bajando por su vientre acaricia la cabeza de Verónica. De una manera maternal.

Nota como la mano de Don Fernando, llega casi a su pubis, mientras él ve como acaricia a su amiga.—Eres una madre para ella, ¿Verdad?

—Una hermana…

—Mmm… me gustan las hermanas…

Su mano baja hasta el corte de su falda, subiendo ahora su mano… Quiere llegar por primera vez a tocarle un sitio inexpugnable, un sitio donde nadie había legado a excepción de su marido.

—¿Quieres cuidar de ella, verdad?

—S… Sí…— dice sin oponer resistencia a Don Fernando.

—¿Y no puedo tocar a tu hermana?

—No.. por favor.. no estando así… Ella no puede decir nada… No esta bien…

—Solamente quiero tocarle la mejilla…— Y con la mano libre, la que no está subiendo la falda de Alejandra, la posa en la mejilla de Verónica, acariciándola…

—Por favor…— Dice ella de forma suplicante…

—Joder, que piel más tersa.— Dice pasando la mano por la mejilla de Verónica, que tiene los ojos cerrados. Recreándose en cada caricia.

Ella por primera vez deja que toquen a su amiga. Al final ha conseguido tocarla.

Termina de acariciar su mejilla. Complacido de que no se lo haya impedido. Esa misma mano que acariciaba la mejilla de una Verónica muy aturdida por la bebida, va directamente a la mano libre de Alejandra, que se deja hacer. Expectante nota como coge su mano y la lleva hacia él. En silencio, mientras ambos se miran.

El viejo posa la mano de mi madre en su barriga, sin parar de sonreír y sin decir nada, la va bajando poco a poco… Tocando toda su barriga, recreándose, mientras con la otra mano ha conseguido subir su falda, recorriendo la parte interna de sus muslos, casi lo suficiente como para llegar a la entrepierna de mi madre.

—Pare… pare por favor… Aquí no… Yo… No… No puedo hacer esto…. Verónica…. Yo… no…— Mientras se lo dice, hace fuerzas con su mano para que no la baje más.

El viejo sonríe.— Tranquila cariño…—La mano de ella está en la base de su enorme barriga… «Dios mio…»

El viejo intenta bajar un poco más su mano, mientras mi madre se resiste pero no puede con su fuerza…

La mano de ella llega a su paquete, la mano de mi madre y su polla apenas los separa una tela de pantalón.

—Vamos… Solo un poco…— Le dice a mi madre, intentando que acepte tocar su paquete. La mano que el tiene bajo la falda sube por sus mulsos llegando a tocar parte del dibujo de sus bragas.

La situación es inverosímil: ella con la mirada aparentando una falsa seguridad, mira al viejo mientras él con una mano ha conseguido poner la mano de ella en su paquete y con la otra llega hasta su lugar prohibido.

—Venga… Cógela… —Y no hace falta que insista, ella abarca con su mano el paquete de ese viejo. Entregándose un poco más si cabe.

Por primera vez la nota dura, por encima de su calzoncillo y pantalón. Ella la mira a los ojos

—Eso es… te gusta?

—Está muy dura…

—Dentro de poco será lo único que vas a querer…

Ella nota la mano del viejo empieza a tocar o por encima de sus bragas, como jugando por encima de ellas hasta tal punto que las piernas de ella empiezan a flaquear.

—Súbete un poco la faldita anda, quiero ver qué braguitas te has puesto hoy…

Sin rechistar, con la mano libre, empieza a subirse la falda… Lo hace justo para que vea sus bragas. Que se las enseña mientras aparta la mirada y ve la mano de él allí, casi tocándola en plenitud por encima de las bragas, con su otra mano en su paquete, acariciándolo…

Aparecen a la vista del viejo unas bragas negras. Por primera vez se muestra ante él. Aparece unas bragas de puntilla, con un bordado alrededor. La mezcla con su piel hace que le queden muy bien.

—¿Estas braguitas te las pones para tu maridito?

Pero no encuentra respuesta por parte de Alejandra, sabe que intenta humillarla de nuevo.

Pero una voz corta toda la situación que se había creado.—¿Alejandra? ¿Donde estamos?— Empieza a decir, mientras sale del trance soñoliento, intentando levantar un poco la cabeza de su hombro

La voz de Verónica la alerta y baja de golpe su falda quitando la mano del viejo de allí. A su vez, aparta la mano de su paquete.

—Ya ha tenido suficiente, déjenos ir.— La cara de Alejandra es una mezcla de enfado y excitación. Ayuda a Verónica a que se ponga totalmente de pie y se reincorpora de su hombro, mientras coge la mano de Verónica. —Nos vamos.

Verónica, recupera un poco la cordura y se fija en el viejo. Se fija en sus pintas asquerosas, pero no dice nada, solamente se dedica a seguir detrás de Alejandra, subiendo las escaleras y dejando a un lado al viejo, que se aparta y las observa sonriendo.

Cuando suben las escaleras, Verónica no puede evitar mirar hacia abajo, en dirección al viejo que la está mirando sonriendo.

Ambas llegan al piso de Verónica.

—Verónica, ¿Dónde tienes las llaves?

—En… En… el bolso…

Ella coge el bolso y lo remueve hasta encontrar las llaves. Abre la puerta de su casa y pasando dentro ella coge a Verónica por un hombro. Verónica sigue a Alejandra sin decir nada.

—Vamos a la cama Verónica.

—Si.. por favor…

—¿Esta es la habitación?— Dice mi madre señalando una puerta.

—Sí…

Alejandra percibe el buen olor que desprende la casa. Una vez en la habitación, consigue sentar a Verónica en la cama.— Venga.. Siéntate en la cama…

Ella se sienta a duras penas con la cabeza mirando a sus piernas. Mi madre, intentando ayudarla, se arrodilla y le saca los zapatos. Mientras lo hace, empieza a recordar todo lo que ha pasado escasos minutos antes. Mira hacia arriba y ve a Verónica, como se deja hacer. Por la mente de mi madre existe una duda, una duda muy grande y es saber hasta qué punto Verónica ha visto de lo que ha pasado entre ella y el viejo.

—Bueno, te dejo… ¿O quieres que te ayude a acostarte?

—A… Ayúdame… Por favor.. Alejandra…

—Está bien…— Se incorpora y le quita los vaqueros ajustados y la blusa blanca— A ver, ponte de pie…— Le dice mientras la coge por debajo de los brazos para ayudarla a levantarla…— Lo de hoy tiene que quedar entre nosotras.— Le dice mientras tanto Alejandra.

Mi madre se siente responsable de la borrachera que ha cogido, mientras le quita la ropa poco a poco, quedándose en ropa interior frente a ella.

Ella se deja hacer como una autómata. Pero mi madre se da cuenta del cuerpo que tiene delante, del cuerpo por el que suspira tanto ese viejo. Y no le falta razón, ella sabe que en el fondo él tiene razón y ha llegado hasta un punto en el que entiende que el viejo le hable de ella. Aprovechando que Verónica está aturdida por el alcohol y estando ambas de pie, Alejandra se fija como los sujetadores presenta una leve transparencia, dejando intuir levemente sus pezones, al igual que se da cuenta de que tiene un tanga. Una bella combinación de ropa interior negra que contrasta con su pelo rubio y piel algo clara.

Se da cuenta de que sus pechos son grandes, más grandes que los de ella. Parecen mas turgentes, más bellos… Y sin querer pensarlo, más… Apetecibles…

Jamás se había fijado en el cuerpo de una mujer. Nunca había sentido excitación por la feminidad. De hecho, no tiene claro si se trata de excitación o de qué. Quizás todo esto le ocurre por todas las cosas que le ha ido diciendo Don Fernando. Empuja hacia un abismo que ni siquiera ella sabe si será capaz de salir.

Ella intenta salir del trance en el que se encuentra, preguntándole a Verónica. —¿Vas a dormir con sujetadores o quieres que te los quite?— dice sin saber muy bien qué respuesta quiere oír.—Verónica, espabila un poco por favor… ¿Qué quieres que haga?

—No… no sé…

—No debes tener vergüenza conmigo…

—Bueno… no pasa nada…

—Supongo que estarás más cómoda… —Dice poniendo las manos por detrás de Verónica, quitando el enganche de su sujetador.

Poco a poco, el sujetador de Verónica cae por los brazos apareciendo unos pechos grandes, turgentes, con unas aureolas algo grandes. Mi madre se da cuenta de lo tersas que son, a pesar de su tamaño. «Dios mío… qué hermosa es…».

—Venga… Tienes que acostarte…

—Sí…

Ella no puede dejar de mirar los pechos de Verónica a cada movimiento que hace. Por pequeño que sea. Parece que jamás ha visto unos pechos así.

Y su mente empieza a fallarle de nuevo, sin saber por qué motivo, empieza a pensar en todas las cosas que le ha ido diciendo el viejo. No puede quitárselo de la cabeza. «Acariciaría sus pechos… Dios mío… ¿por qué imagino las manazas de Don Fernando en sus pechos? ¿por qué me imagino a mi besándolos?» Piensa mientras intenta que se meta en la cama.

Los pechos de Verónica se tambalean torpemente de un lado a otro al meterse en la cama. Abre las sábanas e intenta meterse dentro. Ella le ayuda a hacerlo, sin dejar de mirar sus pechos.

—Gracias… Muchas gracias por todo…— Le dice Verónica mientras se termina de arropar y apoya su cabeza en la almohada.

—Descansa amor. —Le dice acariciando su brazo.

Ella al arroparse se deja un pecho medio fuera, se le ve un poco el pezón.

—Esperaré a que te duermas… —Contesta mi madre mientras la ve cerrando los ojos. Pero ella ya no contesta. Por su respiración se nota que está dormida.

Mi madre le da un beso en la frente, a punto de irse. Pero al levantarse, su mirada no puede apartarse del pecho que ha quedado fuera y que enseña.

Mi madre duda, la mira, pero su mano parece que cobra vida propia y llega hasta su pecho. No puede evitarlo y se lo acaricia. Nota su piel, la acaricia, hasta su pezón. Nota como se pone duro con su contacto, pero ella se nota sucia, sabe que está sucia…

Decide parar, no sabe por qué lo ha hecho. Arropa su pecho y la deja descansar. Sale de su habitación y abandona su casa. «Mañana la llamaré, a ver como se encuentra y así saber hasta donde se ha dado cuenta de lo que ha pasado con Don Fernando. Es mejor que me lo diga, así evitaré que se lo cuenta a Raúl… Mejor que me lo diga que no se lo quede dentro…» Piensa mientras sube hacia casa.

Al llegar a casa, yo ya estoy acostado y papá está en la cama también. Al entrar en la habitación, saluda a mi padre como siempre, intentando disimular como si nada hubiera ocurrido. Decide ducharse y limpiarse antes de meterse en la cama. No tarda mucho en conciliar en sueño.

Al día siguiente, cuando yo me he ido a la universidad y papá se ha ido al trabajo llama a Verónica.

CAPITULO 22

—Hola Verónica. ¿qué tal estás?

—Hola Alejandra… Ufff menuda tarde la de ayer… —dice sentada en su mesa de la cocina mientras una taza de café la acompaña.

—Si bueno… Es culpa mía… dejé que bebieras demasiado.

—No entiendo aun como me pudo subir tanto…

—¿Estás con resaca?

—Sí…

—Bueno hacía tiempo que no bebías… Yo tomé lo mismo que tú y no me pasó nada grave… Solo un poco achispada.

—Bueno… Me he tomado un paracetamol… A ver si se me quita este dolor de cabeza. Menos mal que Raúl y la pequeña no están por aquí.

—Tengo Alka-Seltzer , va muy bien… ¿Quieres que te baje?

—Vale… Pásate si quieres…

—Te lo bajo y tomamos un café…

—Vale. Pásate cuando quieras.

Cuelga el teléfono y no pasan ni 30 minutos cuando ella se planta en la puerta de casa de Verónica.

Llama a su puerta y al cabo de unos segundos Verónica abre la puerta. Va con una camiseta negra de tirantes, el pelo recogido de malas maneras en una coleta.

—Hola Alejandra…

—Hola Verónica.

Ambas se miran en silencio, hasta que una de ellas es el que lo rompe.— ¿Aún andas así?

—Me ha costado mucho levantarme… —dice Verónica rascándose un costado.

—Ya me imagino…

—Disculpa… Ahora mismo me cambio…

—No, tranquila, no pasa nada.

—Pasa, pasa, no te quedes ahí. ¿Quieres un café?

Ella entra de nuevo en la casa de Verónica, vuelve a recordar la decoración y el olor que solamente unas horas atrás ya probó. La sigue hasta llegar al salón. No puede evitar desviar una mirada a sus piernas desnudas, solo tapadas por esa camiseta negra de tirantes que intentan esconder un bonito cuerpo y que ella ya pudo contemplar la noche anterior. Ella sin embargo, ha querido vestirse acorde a su autoridad. Una camisa blanca de seda acompaña a una falda gris de tubo. Los pendientes de perlas que usa normalmente y el pelo suelto acompañan una vestimenta que sabe que agrada.

—Siéntate, ahora vengo con los cafés… —dice Verónica mientras desaparece por el pasillo. Alejandra aprovecha para observar detalles de ese salón. Mira diferentes fotos, de los tres. Son felices. De alguna manera se siente culpable. No quiere que su amiga pase por lo que está pasando ella. Y sobre todo, no quiere… Ensuciarla…

A los pocos minutos, Verónica aparece con una bandeja con los cafés y unas galletas para acompañar.

—Bueno… Tampoco fue tan mal la tarde… —dice Alejandra cuando se dispone a coger el café. No puede evitar fijarse como Verónica al sentarse cruza las piernas. «Qué bonitas las tiene…»

—Sí… Pero la verdad es que se notó que hacia mucho que no salía… —empieza a darle vueltas al cabe para disolver el poco azúcar que le ha añadido.

—Y que no bebías… —apuntilla.

—¡Por cierto! Muchas gracias por invitarme ayer… No eran baratos los vinos que nos tomamos…

—No hay de qué Verónica. Ya te lo dije ayer —acompaña la frase con una sonrisa —además, fui yo quien te dijo de ir…

—Otra cosa, ¿Me metiste tú en la cama verdad?

—Sí, sí.

—¿No lo recuerdas?

—Vagamente… Tengo recuerdos…

—La noche en términos generales no estuvo tan mal. Si no llega a ser por Don Fernando… —dice para sacar el tema.

Verónica bebe café y mira hacia el suelo… —Ese cerdo… ¿Nos lo encontramos en las escaleras verdad?

—Sí, ¿No lo recuerdas?

—Sí… Tengo recuerdos… Recuerdo que te pusiste muy dura con él… Recuerdo sus pintas… muy desagradables…

«Ufff… parece que no se enteró de nada…» Piensa ella mientras le da un sorbo al café.

—Esa camiseta de rallas que tenía sucia… —dice sin quitar la mirada del suelo, como si tuviera la imagen en la cabeza. —Tengo destellos, Alejandra. Y ya no sé si son verdad o los soñé.

Ella se pone alerta ante esa última frase.— ¿Qué quieres decir?

—Pues… —No se atreve a decirlo, parece que le entra algo de vergüenza.

Ante la indecisión, mi madre insiste.— Dime Verónica, ¿a qué te refieres?

—Pues… ¿Te llamo cariño?

Ambas cruzan sus miradas. No sabe muy bien qué contestar hasta que no tiene más remedio que hacerlo. —Sí… Bueno… Tampoco es tan grave… Chochea… —dice intentando salir del paso.

—Pero tú no lo decías nada a eso… ¿por qué?— Pregunta insistiendo.

—Yo lo único que quería es que nos dejara pasar y protegerte.

—Gra-gracias… —dice Verónica dándose cuenta hasta qué punto su amiga intentó protegerla.

—No quise que hubiese bronca… que salieran los vecinos…—continúa —mira como íbamos las dos. Como para llamar la atención de todo el vecindario.

—Recuerdo… Recuerdo más cosas Alejandra…

—¿Qué cosas?— dice prestándole mucha atención. Algo tensionada.

—También recuerdo… que intentó acariciarte la cara… o algo así… ¿Es cierto?— dice volviendo a mirar hacia el suelo, como si le diera vergüenza decírselo. —Como si para él fuera normal hacerlo… No sé como explicarlo… Aunque no sé si lo que vi fue eso… o que ya no me daba cuenta de la realidad…

—Olvídalo. Ya te digo que solo quería protegerte. Con lo que te desea y en el estado en el que estabas, hubiera abusado de ti. Eso es seguro.— dice tajante —preferiría que no comentases nada de esto.

—¿Pero entonces es cierto?— Dice insistente y sorprendida.

—¿El qué?

—Que… que te acarició… que te acarició la mejilla… y… que tú no ponías problema a eso…

—Olvídalo de verdad…

—¿Entonces es cierto? —dice elevando la mirada y mirando a Alejandra directamente a los ojos.

—Lo único que te pido es que te alejes de él… No puedo protegerte más de lo que he hecho hasta ahora.

—Vi… vi… como si estuviera muy seguro de lo que hacía ese viejo… —pero ella insiste.

—He dicho que lo dejes. —responde en tono seco, duro y autoritario.

—Pe… pero…

—¿Pero qué?

—¿Por qué? ¿por qué le dejabas acariciar tu mejilla? No lo entiendo…

—Mira Verónica, no quiero darte explicaciones. Ya he hecho demasiado protegiéndote como lo estoy haciendo. Y no solo ayer.

—¿Cómo? ¿Cómo que no solo ayer? —Pregunta Verónica sin saber muy bien a qué se refiere.— ¡Alejandra! ¡No deberías permitir que ese viejo haga esas cosas contigo! No… No deberías dejar que te toque…

—Ya soy mayor para saber lo que puedo o debo dejarme hacer. ¿No te parece?

—Pero… Alejandra… No lo entiendo… ¿Dejarte acariciar por ese viejo? ¡No tiene sentido!

—Es mejor no tenerlo enfadado, créeme.

—¿A qué te refieres con que no me has protegido solo ayer? ¿Cuándo me has protegido?

—No haciendo cosas que él me pedía. O mejor dicho, me exigía.

—¿Cómo? —dice confusa, sin entender lo que le está diciendo.

—Déjalo Verónica, de verdad. No deberíamos hablar de esto.

—¿Don Fernando a ti? ¿qué te exigía? —un obús de preguntan le llegan, agotando la paciencia de ella.

—¿Quieres saberlo? ¿De verdad quieres saberlo?

Verónica aguarda silencio. Mira a Alejandra, sin saber qué decir. —Alejandra… Pero de qué estás hablando…

—Nada, déjalo.—

—No entiendo nada, ¿qué cosas te pedía?

—No debes entender nada. Mejor así. Yo ya he hecho lo que tenía que hacer.— Le contesta Alejandra con mucha autoridad.

—¡No dime!

Unos momentos de silencio, hasta que le contesta.—Cosas de ti.

—¿Cosas de mi? ¿A qué te refieres? —dice visiblemente nerviosa.

—Aléjate de él. Con esto basta.

—N-No.. No dime… Cr-creo que de-debería saberlo… Por favor…—Sin embargo ella es todo lo contario. No muestra ninguna autoridad. Se nota joven, inexperta, insegura.

—¿Quieres saberlo? ¿De verdad? —dice casi alzando la voz, como si estuviera recriminándoselo. —Que te preguntara qué talla de sujetadores usas y cosas peores… y seguirá insistiendo en por qué no te lo he preguntado.

—¿Qué? ¿mi.. mi talla de sujetador?— Dice sorprendida.

Ninguna de las dos sabía que la conversación de esta mañana llegaría este punto. O quizás sí.

—¿Eso te lo ha preguntado Don Fernando a ti? ¿para que yo te lo diga? —pregunta incrédula.—Esto es de locos… ¿Qué está pasando aquí?

Alejandra aguarda silencio.

—¿Tú Alejandra? ¿Cómo es posible que tú permitas que te haga ese tipo de preguntas?—Verónica cada vez está más visiblemente nerviosa

—Lo que no hago es responderlas.

—¿Qué estás diciendo? ¿Qué cosas más fuertes?

—Solo te lo explicaré si te tranquilizas y te comprometes a no decir nada de esto a nadie. —dice aparentando normalidad y seguridad.

—¡Pero a quién crees que se lo voy a decir! —dice visiblemente nerviosa, elevando la voz. —¿Tú sabes lo que me estás diciendo? La peor persona que hay en esta ciudad es el vecino que tenemos y, ¿me estás diciendo que ese viejo te hace esas preguntas a ti sobre mi?— Se toma un respiro ante su silencio como si estuviera esperando a que se tranquilizase un poco.— No-No sé… lo que está pasando aquí… —Se pone ambas manos a la altura de la frente y se apoya en sus propias piernas.

—Nada. Ya te he dicho que nada. Que lo olvides. ¿Vale?

—Creo que tengo derecho a saberlo…

—No quiero que sufras.

—Quiero saberlo, ¿Qué preguntas te ha hecho sobre mi?

Ella aguarda unos momentos de silencio, hasta que decide contárselo. —Me dijo que te preguntara si se la mamabas a Raúl… y si te gustaba hacerlo… Ya está. Ahora ya lo sabes. Dejemos esto.

—¿Cómo? —Se lleva las manos a su boca, sorprendida.

—¿Que si se la chupo a Raúl?

—¿No querías saberlo? Pues ya lo sabes.

—Pero bueno... ¡¡Y eso que le importa a ese viejo gordo!!— Dice Verónica alzando la voz.

—Por eso nunca te lo pregunté. Precisamente por esto.

—Madre mía… No me esperaba para nada algo así…

—Verónica… —intenta cogerla de la mano más próxima a ella. —ese viejo gordo te desea. Apártate de él. Yo ya no puedo protegerte más de lo que hago…

—Alejandra… No entiendo nada… No entiendo como el viejo te hace ese tipo de preguntas sobre mi. ¿Cómo que me desea? ¿pero que estás diciendo?— dice cada vez más asustada.

—¿Acaso no has visto como te mira?

—¿Cómo me mira? A qué te refieres…

—Verónica, no sé si realmente eres tan inocente como pareces o solo lo aparentas. La verdad. —Dice intentando se dura con ella. «Quiero que sienta culpa, así no contará nada…» Piensa mientras la mira, realmente preocupada.

—¿Cómo? Alejandra, creo que estás siendo demasiado dura conmigo. Parece que tengo la culpa de algo… Cuando toda la culpa la tiene el viejo ese.

—No me dirás ahora que no viste como te miraban ayer los hombres en el bar…

—¿Qué hombres? No sé de qué estás hablando Alejandra.

—¿Qué hombres? Todos los que había cerca Verónica. ¿No te diste cuenta? Con el conjunto que llevabas… Y luego a la hora de salir. Recreándote al ajustarte la blusa…

—¿Pero qué estás diciendo Alejandra? Yo… Yo no me doy cuenta de esas cosas…— dice pareciendo sincera —no sé porque me estás hablando así… Parece que estás enfadada conmigo…

Pero ella sigue —y el traje de baño que levabas el otro día… ¿Te extraña que sus ojos se claven en tus pechos? ¿De verdad?

—No… No lo hacía con ninguna intención… De verdad…— Dice viniéndose un poco abajo.— ¿Los ojos de quién?

—De quién va a ser… de Don Fernando.

—¿En la piscina?

—Sí, en la piscina. Y en el ascensor por ejemplo. Tú mismo me lo dijiste.

—¿De verdad? Yo… Yo… no… Yo no lo hago a propósito… De verdad…

—Bueno… Debo creerte. Como tú debes no decir nada de lo que pasó ni de lo que te he contado. Con alejarte de él ya es bastante.

—Alejandra… Evidentemente no voy a contar nada a nadie… Pero esto que me estás contando… No sé que pensar… No entiendo nada… Que el viejo te pregunte esas cosas de mí… No lo entiendo… La próxima vez que lo vea, huiré corriendo.

—Eso es lo que deberías hacer.

—Dios… —Sus manos no paran quietas, sin saber donde ponerlas. Casi a punto de llorar. —¿Crees que debería hablarlo con Raúl?

—¡NO!.— Dice tajantemente. —Me comprometerías a mi.

—Pero tú… tú eres… ¿Cómo permites.. que eso te lo haga ese viejo?— No le salen casi las palabras.— ¡Tú eres la mujer que más respetan en el vecindario! Nada se hace aquí sin tu consentimiento…— Dice intentando entender lo que está sucediendo.—Sin embargo… Lo que cuentas…

—Ya lo sabes Verónica, es un manipulador. Me dejé enredar e hice cosas que no debía. Ahora me tiene en sus manos y no quiero que me tenga más aún. ¿Lo entiendes?

—¿En sus manos?—Dice repitiendo lo que Alejandra dice, incrédula.—No lo tienes que permitir.

—Yo sé lo mío. Déjalo, de verdad.

—¡Alejandra! Yo puedo ayudarte si lo necesitas… No puedes permitir que el viejo haga contigo lo que quiera.

—Solo quiero que no se enrede todo más. Se cabreará conmigo cuando le diga que no te he preguntado nada aún. Y ni pienso hacerlo. Pero pararé el golpe. Tú no puedes ayudarme.

—¿Cómo que pararás el golpe?— dice sorprendida por lo que dice. —No quiero que sufras las consecuencias por mi culpa.

—No es tu culpa. Ya me lo has dejado claro.

—Eso no lo puedo permitir… No quiero que sufras por mi culpa. Eso si que no. Y no debes permitir que se cabree contigo.

—¿Y qué vas a hacer cariño? —Le contesta a Verónica usando la misma palabra que tantas veces Don Fernando le dice a ella.

—Si… Si… si quieres…— Dice indecisa mirando al suelo.—Si quieres… puedo responderte a las preguntas… Si… eso te ayuda a que no sufras…

—Pero si sabe que me has respondido, irá a por ti. ¿No lo entiendes?

—¿A por mi? —dice temerosa —¿por qué?

—Porque pensará que eres manipulable como lo fui yo. Prefiero que se cabree conmigo.

—Yo… Yo solo quiero ayudarte…— Dice insegura. La situación empieza a sobrepasarle.

—¿A... A ti... también te ha hecho ese tipo de preguntas?

—No…

—¿No?— Pregunta de nuevo sorprendida.

—No.  La verdad es que no.

—¿Y por qué dices entonces que pensará que seré manipulable como fuiste tú?—

—Porque has contestado a estas impertinentes preguntas. A mi no me ha preguntado nunca nada.

—¿No?— Se queda callada, para proseguir. —Pero… Dices que has sido manipulable…

—A mi me manipuló e hice cosas que no debía. Cedí en cosas que no debía ceder.

—No te entiendo…

—Por favor… No sigas preguntando. Como yo no te he preguntado a ti. —Dice de manera tajante. —Respeta mi intimidad.— Responde muy seria.

A ella le choca tu actitud. —Alejandra… Déjame ayudarte… Por favor… —dice muy insegura —no quiero que cargues todo este problema sola… So-somos… somos amigas, ¿No?

—Sí… Por supuesto que lo somos… Aunque no te merezca… Pero no puedes ayudarme en nada. No en esto. —vuelve a poner una mano sobre su mano que descansa en su muslo desnudo.

Verónica pone su otra mano encima de la de Alejandra. —No quiero que sufras todo esto tú sola… Déjame ayudarte… Dime como puedo ayudarte y lo haré…

—¿Sabes qué me pidió? Que un día te llevara a su casa borracha… Por eso te protegí en la escalera.

—¿Que me llevaras tú a su casa borracha?

—Es un cerdo.

—¿Pe… pero cómo se atreve?

—No puedes ayudarme. Solo puedes alejarte de él. De verdad.

—No quiero que lleves toda esta carga tú sola. No sabía nada de esto. No sabía que estabas sufriendo tanto —dice intentando entender a su amiga —Déjame ayudarte… somos amigas…

—¿Pero como vas a ayudarme? Ya te lo he dicho que no puedes.

Verónica es un manojo de nervios.—N.-no.. sé…— Insegura. Débil. Delicada.

—No puedes y no quiero que te metas en líos con él. De ninguna manera.

—Dios… —pero coge fuerzas de flaqueza y mira a Alejandra directamente a los ojos. —¡Si respondo a tus preguntas dejará de molestarte!

—¿Lo harías? Ya te he dicho que no creo que sea bueno para ti responder a las preguntas…— Prosigue.— Además, esto no me salvará de él, solo de su cabreo.

—A-acarrearé… acarrearé con las consecuencias, si así consigo que te deje de molestar.

—No creo que deje de molestarte… —dice de manera compasiva —en todo caso… No me castigará…

—¿Castigar?

—Sí, castigar.

—Pero que estás diciendo? No te reconozco. ¿Me estás diciendo que si no te contesto a esas preguntas, te castigará?—

—Sí. Lo hará.— Dice tajante —ya te dije que me tiene en sus manos… Me siento humillada y avergonzada por ello… Pero al mismo tiempo… No sé por qué… Siento un extraño placer.— Responde mi madre, sincerándose por primera vez.

—¿Qué?

Alejandra abandona la mano de Verónica y le acaricia el cabello… —Lo siento… Sé que realmente no merezco tu amistad… —Verónica la mira en silencio. —Estoy sucia y tú eres tan dulce…

—Alejandra… no quiero que te castigue…

—Ni yo lo quiero. Pero menos quiero comprometerte a ti…

—Déjame ayudarte… De verdad… —le contesta mientras se deja acariciar el cabello.

Ella la observa en silencio, acaricia su pelo. Hasta que coge un mechón suelto y lo pone detrás de su oreja...

Verónica, ajena a ese gesto, le sigue hablando.—Vamos Alejandra, debemos apoyarnos en esto… tenemos que ganar a ese viejo.

—No quiero defraudarte…

—¿Por qué dices eso?

—Porque lo sé… Cuando estoy con él… Termina haciendo todo lo que quiere. Y es algo que no puedes cambiar.

—¡Mentira! ¡Ayer conseguiste protegerme! ¡Recuérdalo!

—Pagando mi peaje…

—¿Pe-peaje?— Dice tragando saliva.

—No sigamos por favor…

—Yo… Yo… solo quiero ayudarte…—Dice cada vez con menos fuerza. Se siente débil al lado de la actitud tan fuerte que tiene Alejandra respecto a ella.

Pero Alejandra, deja su pelo y acaricia su mejilla… —Sigamos como si no hubiese pasado nada. Como si no te hubiese contado nada…

—Déjame ayudarte… —Le contesta al notar la mano en su mejilla…

—¿Cómo pretendes ayudarme? Ahora ya lo sabes todo…

—No.. lo se…— Dice insegura. —Lo… Lo único que sé es que tengo que ayudarte a librarte de él…

—No dejes de ser mi amiga… Con esto me ayudas más de lo que crees…

—Pero Alejandra, ahora no puedo hacer como si nada hubiera ocurrido. Lo que pasa es grave y tenemos que solucionarlo.

—¿Por qué te crees que tengo un principio de depresión? Mi psicóloga dice que tengo que aceptar esta parte de mi…

—Po… podemos salir juntas de esto…

—¿Juntas? Pero qué dices Verónica…

—Yo… somos amigas… ¿no?— mira hacia el suelo, insegura.— No puedo dejarte sola en esto…

Mi madre le coge de la barbilla, levantando su cara… su mirada… Hay ternura en su gesto. Sutileza. La mira fijamente, y un silencio se apodera del salón.

Hasta que Alejandra se acerca a ella, sin saber muy bien qué está haciendo coge su mejilla y le acaba dando un beso…