El advenimiento (Capítulo 19 y 20)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 19

Pero algo llaman su atención, Verónica se ha revuelto un poco en la tumbona. Se empieza a poner nerviosa.

—¿Po… Podemos terminar ya? Verónica… Está… a punto de despertarse…

Don Fernando se sube el bañador haciendo antes de que ella tenga la oportunidad de limpiar su culo.

—No… Me castigará… ¿Verdad? —sin saber por qué le dice algo así. Se siente sometida por él.

Sin contestar, él se gira y con semblante serio y se sube el pantalón mirándola.

—He.. he sido buena… Don Fernando… lo he sido…

Con su semblante totalmente serio, se da la vuelta y pretende salir del agua.

—¿Dónde va Don Fernando?

—Hemos terminado por hoy —le contesta saliendo del agua.

Ella se queda impresionada por su actitud, mirándolo como sale del agua y se dirige a su tumbona. No sabe muy bien como describir lo que siente, ¿alegría? ¿tristeza? Lo que parece que predomina es una profunda desazón.

El viejo sonriendo sin que ella le vea.

Ella poco a poco sale del agua, con la cabeza cabizbaja volviendo a las tumbonas. Su espléndida figura contrasta con su cabeza mirando al suelo, sintiendo una extraña sensación. Como su figura mojada, con el bañador pegado a su piel se contonea por el césped hasta llegar donde está Verónica. Ella poco a poco intenta despertar a Verónica, mientras un vistazo fugaz va en dirección del viejo, viendo como sale del recinto de la piscina. Verónica se despierta y ambas charlan un poco sin que Verónica se haya dado cuenta de nada.

Ambas salen del recinto y se dirigen a casa, una vez en el ascensor, para en el piso de Verónica.

—Adiós cariño.—le responde ella pareciéndose demasiado al viejo cuando se lo dice a ella…

Al entrar a casa, no ve a nadie. Piensa en todo lo que ha pasado en la piscina. En como cada vez cede más a los deseos de ese viejo. Intenta recapacitar, sin llegar a darse cuenta de que lo que hace es por voluntad propia. Entra en su habitación, se quita el bañador que huele a cloro de la piscina, se cambia y sale a hacer la comida.

Al cabo de una hora, abro la puerta. Entro en casa.

—¡Hola mamá! ¿Qué tal?

—Hola hijo, bien. He estado en la piscina con Verónica.

—¿Ah si? ¿y qué tal? Hacia buen día, ¿No?

—Me gusta mucho esta chica. Es muy buena chica. Me ayuda mucho. Me siento bien con ella.

—¿Si? Me alegro mucho oír eso. ¿Y tú como estás? ¿Estás mejor?

—Pues bien… Ya sabes…— Dice mi madre mientras piensa. «Ojalá nunca sepas las cosas que he hecho…»

—Recuerda que mañana tenemos que ir al centro comercial. A mirar el traje para la comunión de la prima.

—¡Es verdad! Ya no me acordaba…

—Sí, dijimos de cambiar el traje que tengo por otro nuevo. ¿No te acuerdas?

—¿El traje? Ah.. perdona, pero con las pastillas creo que pierdo la memoria.— Dice intentando escudarse en eso. Sabiendo perfectamente por qué está perdiendo la memoria. Su móvil encima de la mesa recibe un mensaje.

—¿Vamos a eso de las 6?

—Eh… si claro… A eso de las 6…— Me contesta mientras escucha otro mensaje.

Veo como coge el móvil y empieza a leer.

“Mensaje de Verónica Vecina: hola Alejandra! Ya he hablado con Raúl sobre lo que me dijiste de ir a tomar algo! tengo buenas noticias! mañana Raúl me ha dicho que quiere ir a ver a su madre al pueblo y se llevará a la pequeña con él. Le he dicho que tú me habias propuesto el salir a tomar algo, por lo que mañana por la tarde si quieres salimos”

—Hijo… hay un problema…

—¿Qué pasa?

—Que mañana no podremos ir a mirarte el traje…

—¿Por qué?

Mientras me habla, veo como escribe en su teclado sin saber con quien y qué está hablando:

Estupendo. Invito yo. Ponte guapa. A qué hora te paso a buscar?”

—Es que… no recordaba que mañana había quedado con Verónica.

—¿Otra vez?— Le pregunto mientras oigo otro mensaje.

“Mensaje de Verónica Vecina: Pues quedamos a eso de las 17:00?”

—Hijo… Entiéndelo por favor… Estoy en tratamiento…— dice excusándose de nuevo.

—Ya pero… —veo que mi madre casi no me presta atención, mientras escribe en su móvil. Diciéndole que la recogerá a esa hora.

—Vale… Está bien… Ya iremos cuando podamos… —Digo cabizbajo porque veo que prefieres ir con Verónica antes que acompañarme.

—No seas tonto… No te pongas así. A ti te veo cada día. Déjame disfrutar un poco… Lo necesito…

—Vale… Está bien mama… lo entiendo… —digo intentando ser comprensivo.— ¿Se lo has comentado a papá?

—Se lo diré. No hay problema seguro.

—¿No? Vale... vale…

—¿por qué tiene que haber problema?— Dice mi madre molestándose por mi comentario.—No me salgas ahora machista tú, mi hijo.

—¿eh? Nono… Lo siento… Yo… Solo lo decía porque no os veis casi entre semana e igual quería hacer algo el sábado contigo…

—No soportaría que tú fueras machista…

—No… No lo decía en ese tono mamá… De verdad… Lo-lo siento…

—Vale, tranquilo hijo. —Se acerca a mi y me da un beso en la frente.

Noto su seguridad, su seriedad. Su profunda decisión. Sin embargo la realidad es muy distinta. Pero sin saberlo de primera mano, contrasta mucho su actitud comparada cuando está con el viejo.

«Este hijo mío.. que poco carácter tiene…» piensa mi madre. « Por nada ya le tiembla la voz. Pero bueno, seguro que ya espabilará. Quizás he sido demasiado rígida con él.»

Sin darse cuenta ella me compara con Don Fernando. «No quiero que salga un machista como ese viejo… pero tampoco que vaya de apocado por la vida…»

—Bueno mama, me voy a cambiar y comemos, ¿Vale? —digo despertándola de su ensimismamiento.

—De acuerdo hijo. Cámbiate y pon la mesa, que esto estará listo enseguida.

El día pasa de lo más normal y cotidiano. Al día siguiente, a eso de las 4 y media. Oigo los andares característicos de mi madre. Unos tacones resuenan por el pasillo. Abre la puerta de mi habitación y la veo aparecer.

—Oye… ¿Qué tal me ves con este vestido?

La veo aparecer con un conjunto de color verde grisáceo. Falda de tubo hasta las rodillas y parte superior ceñida con unos tirantes que le hacen aparentar un poco menos los pechos que tiene. El pelo suelto, con unos pendientes que caen ligeramente. Pintada, pero no excesivamente, labios rojos.

—Qué guapa estás mamá… —le digo sinceramente.

—Gracias… Quiero llevar a Verónica a un sitio bien bonito…

—Te veo encantada con ella mama… —intento fiarme de lo que dice ella.

—Ya te dije que me gustaba su compañía.

—Pasadlo muy bien, ¿Vale?

—Besos hijo.— Me dice mientras veo como cierra mi puerta desapareciendo tras ella. No puedo desconfiar de ella. No así. Sé que va con ella, la vi hablando con ella ayer con el móvil. No me puede estar engañando. Ella no es así.

Mi madre baja la por el ascensor hasta llegar a su puerta. La recibe, ya lista.

—Hola Alejandra. —aparece con una camisa blanca y unos vaqueros ajustados. Reafirmando su imagen.

—Qué guapa.— Le dice mi madre sonriendo.

—Madre mía, la que va guapa eres tú… No sé si estoy a la altura Alejandra… —dice mirándola con ese conjunto.

—Anda Verónica, no digas tonterías. Hoy es un día especial. Venga, que te llevaré a un sitio especializado en vinos. No queda lejos.

—Bueno… vale… ¿Nos vamos?— Dice cerrando la puerta detrás de sí.

«Don Fernando se volvería loco si la viera..» Piensa e inmediatamente intenta retirar ese pensamiento de su cabeza.

—Uff.. hace tiempo que no salgo de vinos la verdad… Ando un poco perdida… —dice Verónica con algo de nervios.

—Tranquila, tú confía en mi…—intenta relajar a su amiga. —Me dijiste que hacia tiempo que no bebías alcohol. ¿Verdad?

—Sí… Desde que he tenido a la peque… no he bebido mucho…

Ellas encaminan las calles de la ciudad. Llegan a la puerta del bar. Es uno especializado en catas de vino. Al entrar, ven el decorado del lugar precioso. Una pequeña joya ubicada en pleno barrio judío. Al entrar denotan los aires de un tradicional bistró francés o quizás de un wine bar londinés Aparte de la madera que inunda toda la estancia, sus flores por doquier dan una sensación de acogimiento perfecto para dos mujeres como ellas.

—Anda que sitio más bonito… Qué elegante… —dice Verónica mirando alrededor.

Ella sin contestar, avanza hasta llegar al camarero para pedirle una mesa. Hay varias personas por las mesas, incluso alguien en la barra. El camarero las hace sentar en una mesa al lado de la bodega que perfectamente debe tener más de un centenar de referencias. Cuando se sienta, ella no puede evitar fijarse en la silueta de ella.

—Yo quería vino blanco, por favor…—dice inexperta cuando se acerca el camarero a pedirles nota.

Pero la voz de mi madre interviene. —Camarero, por favor, ¿nos trae dos copas de Mártires del 2016? Y unas lonjas de jamón, por favor. Que esté fresquito el vino.

Verónica se queda mirándola. Se da cuenta de lo experta que es.

—¿Es bueno ese vino?

—Te va a encantar.

—Va-vale.. gracias… —Sin querer coge la carta de vinos y ve que vale 110 euros la botella. Pero se mantiene callada.

—Deja la carta mujer. Déjate guiar. —Le dice sonriendo. No quiere que se sienta mal por lo caro que es.

—No estoy acostumbrada a salir con este nivel…

El camarero aparece con las copas, el vino blanco y la bandeja de jamón. Descorcha la botella y les ofrece una copa.

—Pruébalo y dime qué te parece.

Verónica le da un trago mientras mi madre observa que hay un hombre en la otra mesa mirándola… «No me extraña» piensa. «Seguro que no lo hace a propósito. Es demasiado ingenua para llamar la atención de los hombres…»—Bueno, ¿qué tal?

—Mmmm está muy bueno. ¡No había probado un vino blanco tan bueno!

Ella satisfecha, sonríe.—Después probaremos un vino tinto, con queso manchego… Ya verás.

—Uff…  No sé si aguantaré… esto del vino me sube enseguida…

—Venga mujer. Ya te llevaré yo a casa. —dice intentando ser graciosa.

Ella se da cuenta que, aunque está acostumbrada a que se fijen en ella, todas las miradas van hacia Verónica.

—Sí ¡porfa! No me dejes tirada por ahí ¿eh? ¡Sino no sé que hare! Jaja

—Nunca lo haría cariño. —«Parece que soy invisible… Es tan guapa…» Piensa mi madre mientras conversan. Pero sabe que ella no se da cuenta de ese tipo de cosas.

—No sabes lo bien que me siento contigo Verónica. Eres tan guapa y tan dulce que te comería a besos… Como hermana… Como la hermana pequeña que no he tenido.

—Gracias.— Sonríe.—¿Estás mejor de lo tuyo?

—Voy llevándolo… El tratamiento parece que funciona —dice mintiéndose a si misma.

—La verdad es que yo a ti también te tengo como una hermana mayor, Alejandra. Siempre estás dispuesta a ayudarme, es algo que siempre te agradeceré…

—En todo lo que pueda lo haré… —dice mi madre sin realmente saber qué quiere decir con eso…

—¡Brindemos!— Dice Verónica levantando la copa de vino.

Ambas levantan la copa y beben.

—Mmmm que bueno está… Anda comamos algo, que el jamón también tiene muy buena pinta…

Empiezan a tener una conversación animada, hablando de sus cosas, divirtiéndose y no pasando desapercibidos para las demás personas del local.

—Vamos a pedir el tinto y verás… ¿O prefieres seguir con este? —dice ella al rato de estar bebiendo.

—Eres mi hermana mayor… hoy me dejo guiar por ti…— Sonríe. Risueña, algo colorada. Parece que el vino empieza a hacer efecto.

Ella le devuelve una sonrisa mientras vuelve a llamar al camarero. —Camarero, ¿nos puede traer una copa de Vega Sicilia? De la mejor añada que tengan por favor… Y unos tacos de queso manchego.— Dice sintiéndose espléndida.

—Alejandra… Ese vino es muy caro… —dice Verónica conociendo ese vino.

—Puedo pagarlo y tú te mereces lo mejor… Tú eres responsable en gran parte de que yo esté mejor.

—¿Ah si? —sonríe. —Me alegro muchísimo. ¡¡Brindemos otra vez entonces!! —Como consecuencia del vino, Verónica parece un poco achispada.

Ella sonríe y levanta la copa. —No merezco tener una amiga como tú…

Ambas beben de nuevo.

—Alejandra… —dice después de beber, posando la copa en la mesa. —¿Sabes que no he podido evitar acordarme de lo que me contaste del vecino? Ya sabes… De lo que hizo en la piscina… ¿No crees que deberíamos llamar al administrador?

—No me hables de él por favor... hoy no… —Contesta, con mala cara, se siente mal por el hecho de que saque el tema. Se le nota en la cara.

—Pero… es que… ¿Es algo que deberíamos hacer, no?

—Yo… Yo no puedo hacer nada… —Dice sin llegar a mirarla. «Que no siga que terminaré llorando… por favor…»

—¿Por qué no?¿No puedes hablar con el administrador o algo así? Lo que hizo en la piscina es bastante fuerte…

—Si… lo sé…

—Cada vez que lo pienso… Me parece mas increíble… No se lo he podido ni contar a Raúl… —Dice mientras da otro trago al vino. —Me da tanto asco que no sé como actuaré cuando lo vea algún día por el ascensor… —piensa en alto. —Después de que aquél día lo pillara mirándome el escote… Dios que asco…— Parece que el vino le hace que hable sin tanto reparo de esos temas.

—¿Te miró el escote?

—Si… En el ascensor, con Raúl y la peque presentes.— Dice sin mirarla a los ojos.—¿Recuerdas que te lo conté?

—Ah si, es verdad. —recordándolo. —No le digas esto a Raúl, se pondría hecho una fiera.

—Sí… El motivo más importante es por eso mismo…

—Haces bien.. créeme.— Pero sin embargo, el pensamiento de ella se traslada a ese momento en el que el viejo le miraba los pechos en el ascensor. Y sin saber muy bien por qué, empieza a imaginar como el viejo empieza a manosear sus pechos… —Te debiste sentir asqueada… —Dice aparentando normalidad. —¿Nos tomamos la última?

—Ufff… Alejandra.. Yo no sé si podré con una tercera copa… —Pero sin embargo, coge la copa y envalentada, se la acaba. —Venga va, la última.

Debo de contarte algo yo también Verónica. —dice dándole un trago de nuevo al vino, como queriendo coger fuerzas para lo que le va a decir. Agacha la cabeza y sin poder mirarla ni contenerse, le contesta.— A mi… A mi también me hace estas cosas que has contado… —Le dice con menos seguridad de la habitual en ella…

—¿Cómo?— contesta Verónica extrañada.

—Mirarme…

—¿Don Fernando? ¿Cu-cuándo?

—Si… siempre que me cruzo con él…— Sin mirarla. Dudosa.

—¿De verdad?

—Si… No me tiene ningún respeto…— «Dios… Si supiese la verdad…»

—¿Y no le has dicho nada? Dios Alejandra… por quién eres.. Si quisieras… Lo echarías hasta del vecindario…

—No te creerás, pero me tiene intimidada…— Dice sintiéndose cada vez peor.

—¿Qué? ¿Cómo que intimidada?

—No sé… No sé por qué… pero es la verdad. Nunca me había pasado esto. Quizá no sea tan fuerte como crees… Como aparento… —Dice sometida a las copas que ya lleva encima.—Camarero… traiga dos copas más, por favor…

—Pero Alejandra… Eso es imposible. Si tú eres prácticamente la que manda en el vecindario. Nada se hace sin tu visto bueno…

—Me avergüenzo de ello… Pero es así…

Verónica no nota como se le están humedeciendo los ojos. —Bueno Alejandra, no te preocupes. Yo me he dado cuenta como me miraba el escote y tampoco le dije nada… No te preocupes…— Mientras le habla, el camarero les trae el vino.

—Pero es distinto… Yo soy una mujer madura, con fama de recta. —Mientras le contesta no puede quitarse la imagen del viejo. En el ascensor… Manoseando a su amiga…

—Alejandra… —Posa una mano encima de la suya, en la mesa.—Quiero que sepas que estoy aquí para todo lo que necesites… Y más si es ir contra ese viejo…— Ella deja de mirar la mano de Verónica que está encima de la suya y la mira a los ojos. —Haré lo que haga falta. —Por primera vez, no ve a Verónica como una inocente mujer, sino una que tiene bien claro qué es lo que dice.

—Mejor tenerlo lejos… Créeme… —Mientras en la cabeza de ella retumba el “Haré lo que haga falta” varias veces.

—¡Me da igual! Me enfrentaré a él si hace falta!

«Si supiese lo que quiere de ella no diría esto…»—Déjalo Verónica…

—De verdad, puedes contar conmigo para lo que quieras… —La mano aún está encima de la suya.—¿Por qué no quieres mi ayuda?

—Ya me ayudas… Mucho más de lo que crees… —Parece que se pondrá a llorar en cualquier momento.

Levanta el otro brazo, como haciendo fuerza, intentando sacar musculatura y aparentar fortaleza, pero a esa pose le acompaña una sonrisa muy sincera.— ¡¡Que yo cuando me pongo doy miedo!!

—No seas boba…— Sonríe ella dulcemente. —¿Lo ves? Has logrado que sonría… —Dice sinceramente.— Te quiero Verónica, eres un amor…

—Es lo mínimo que puedo hacer…

«Si supiera que quiere que le pregunte sobre su talla de pechos… como se la chupa a su esposo…» Piensa Alejandra para sí.

—Lo mejor que puedes hacer es beber vino conmigo y olvidar a este cerdo.

—De acuerdo, ¡brindemos de nuevo! ¡Por nosotras!— Sonríe dulcemente, tiene los colores subidos.—

—Sí… Por nosotras…— Dice mi madre mirándola. «Está algo bebida…»

«Esta será la última, si bebe más se me va a caer por la calle…» —Otro día te llevaré a un bar musical, ¿Te gusta bailar?

—Ufff… Hace muchísimo que no bailo… Ya casi ni me acuerdo.. ¡Pero vale! Iremos a bailar si quieres.

—Yo no bailo nunca, pero si quieres podemos ir. Me encantará verte bailar.

—¿A mi? ¿Por qué?— Dice sonrojándose más aún.

—No sé… Seguro que estás encantadora…

—Gracias, pero creo que te vas a llevar una decepción…

—Seguro que no…

—Pero bueno, si eso te hace salir del bache, lo haremos. —le contesta risueña.

—Te lo recordaré cariño… —Le contesta mientras se gira hacia la barra.— Camarero; la cuenta, por favor.

—Sí… así me mentalizo para la ocasión. A ver como me libro de Raúl otra vez…

El camarero se acerca con la cuenta. Mi madre velozmente la coge para que Verónica no vea lo que sube.—Pagaré con tarjeta. ¿Le importa?

Verónica la mira.—¿No me vas a dejar pagar nada?

—No. Te dije que te invitaba. Ni se te ocurra. —Le dice mientras mira la cuenta, que sube a 3 dígitos.

—Vale…

El camarero se cobra mientras ella se guarda la cartera en el bolso. —¿Nos vamos?

—Sí… —Dice mientras se levanta. Se ajusta el vestido. Pero al levantarse se tambalea un poco. —Uy… Cómo sube este vino… —Dice en su ignorancia, mientras varios hombre la miran.

—Es que llevabas mucho tiempo sin beber… —le contesta cogiéndola del brazo. Nota como las miradas se clavan en su amiga. Tanto es así que ni ella misma puede evitar mirar hacia sus nalgas empujada por las miradas de los mismos hombres.

—Ufff… Gracias Alejandra, voy un poco mareada. —Contesta Verónica ayudándose de ella sin enterarse de las miradas de todos los hombres del bar.

Salen por la puerta del bar y empiezan a andar por la calle. Ambas, morena y rubia, cogidas de la mano, sonríen, hablan y parece que se lo pasan bien. El vino ha hecho que ambas se desinhiban  y hablen más alto de lo normal mientras las calles, ya al anochecer contemplan a ambas como sobresalen ante la demás gente.

—Qué mareo… No sabía que estos vinos subieran tanto… —dice Verónica apoyándose momentáneamente en la pared de un portal cerca del suyo propio.

—Ya te dije que te llevaría. Anda, que ya estamos casi —Contesta mi madre sonriendo.

—Vamos…

—Mejor te cojo por la cintura… Estás un poco mal…

CAPITULO 20

El camino de vuelta a casa se hace corto. Demasiado corto. Y casi sin quererlo, se encuentran enfrente del portal de casa. Ambas entran algo avispadas, pero Verónica se le nota mucho más. Tanto que no para de sonreír y hacer gracia. Se ríe al hablar. Alejandra sin embargo, aguanta más el tipo. Cuando llegan al ascensor, vuelven a encontrarse con el mismo problema; “ASCENSOR AVERIADO”.

—Joder… ¿Otra vez vuelve a estar el ascensor estropeado? ¿pero qué pasa aquí? Voy a tener que llamar a la administradora.

—¿Y ahora que? Tendremos que subir andando…

—Venga… Te ayudaré a subir… —dice haciendo de hermana mayor.

Ambas empiezan a subir los escalones, pero Verónica está más afectada por el alcohol de lo que parece. La mira en silencio mientras ve como sube torpemente cada escalón. «Vaya como está…» Piensa mientras la mira de soslayo.

—Ufff… Hacía tiempo que no subía las escaleras en este estado… —Dice sin ser consciente de lo torpe que está subiendo las escaleras. —Desde la facultad creo yo… —dice riéndose y sonándole gracioso. Ella no se da cuenta, pero desde unas escaleras por encima, se oye bajar a alguien. Ella no se da cuenta, pero mi madre sí.

Ambas ven como una cosa grande, muy grande está bajando las escaleras enfrente de ellas. Una vez en los mismos peldaños, ven más nítidamente que es un hombre muy gordo, mal vestido, mal afeitado…

—Por favor…— Se le escapa en un aliento muy bajo.

Don Fernando las mira.

—No le hagas caso… —Le susurra a Verónica.

—Vaya… no esperaba veros por aquí a ambas. Qué suerte la mía…— dice Don Fernando, con una sonrisa dibujada en la cara. Una sonrisa característica suya que conoce muy bien.

Tanto Alejandra como Verónica lo miran. Es una mirada desafiante, de mucho odio.

—Ni nosotros a usted.— Dice mi madre cortante.

—¿Qué tal estás Alejandra?

—Bien, bien. Ahora déjenos pasar.

—Eso… Déjenos pasar! —dice Verónica cada vez peor.

Él, haciendo oídos sordos, baja escalón a escalón hasta situarse a escasos metros de ellas. Mi madre, en modo protectora, se pone delante de Verónica, evitando el contacto directo con ella.

—Claro que os dejo pasar. Ya veo que estáis ocupadas. —El viejo se da cuenta que hay algo extraño.

Él actúa sin ningún tipo de miedo. Su mano avanza hasta coger la mano de Verónica que con un gesto limpio y rápido, se lo lleva a la boca, besándola en la mano, como si fuese un caballero.

—Vas guapísima hoy Verónica.—

Verónica retira la mano, con cara de asco. Su estado no le permite actuar como le gustaría.

—No me toque… —dice ella con el tono más desagradable que puede.

—Ni se le ocurra tocarla Don Fernando. —Dice mi madre poniéndose entre él y ella.

—Solo estoy siendo educado. —Dice Don Fernando sin ningún tipo de nerviosismo.

—Bueno, pues ya está. Déjenos pasar. —Responde mi madre, intentando salir de este trance lo más rápido posible.

Pero el viejo mira a mi madre de arriba abajo y luego a Verónica, de manera algo lasciva.

—¿Qué de donde venís vecinita?

—¿Vecinita?— Responde sin querer Verónica en una especie de susurro, algo confusa al tono que ha utilizado con su amiga.

—Le he dicho que nos deje pasar. —Contesta obviando su comentario. Intentando aparentar seguridad y determinación.

—Vamos… Solo quiero saber de donde venís.— Dice el viejo sonriente. Mientras la cara de Alejandra es de autentica seriedad.

—No le importa de donde venimos.

—De… de tomar algo por ahí… No le importa lo más mínimo.— Mi madre se gira y mira a su amiga sorprendida por el comentario de Verónica.

—Déjalo Verónica. No le contestes. —Le responde. Entiende que se le haya podido escapar, debido a su estado de embriaguez. Sabe que está mal. Consciente de que corre peligro si se mantienen más tiempo enfrente de ese viejo.

—¿Ah, si? Veo que os habéis arreglado para la ocasión, ¿no?. Vecinita, no me habías comentado nada…

—Déjese de monsergas y de vecinita. Apártese y déjenos en paz.— Mi madre se hace la dura. En presencia de su amiga, debe serlo.

Pero el viejo ya la conoce un poco y sabe que todo esa fachada cada vez es más fácil de derribar. Mientras la mira, intenta coger su mano y llevársela a los labios, en el mismo gesto que hizo antes con Verónica.—Tú también vas muy guapa con ese vestido verde.

—Apártese y déjenos pasar de una vez. Verónica no se encuentra bien, ¿Vale? —le contesta apartando la mano justo cuando roza sus labios. Justo en ese momento Verónica se tambalea como si se fuera a caer. Don Fernando, aprovecha el momento y aparta a mi madre de un manotazo y la coge, ayudándola a no caer. O más bien, intentando arrimarse a ella.

Ella reacciona tarde, pero reacciona y aparta a Don Fernando, poco para lo que le gustaría, suficiente para mantener algo de distancia.—Déjela. Ya la cuido yo.— mi madre se gira hacia Verónica, que cada vez le cuesta más mantenerse consciente.

—Vamos a casa Verónica. No te encuentras bien…— Dice mi madre girándose e intentando hablarle.

—Sí… Vámonos, no quiero estar aquí…— llega a decir.

Mi madre vuelve a girarse y mira a Don Fernando.—Bueno, dese por saludad y ahora déjenos pasar por enésima vez. No es el momento para más charla. Debo llevarla a su casa, no se encuentra muy bien.

—¿Dónde habéis ido? —dice sin apartarse de en medio.

Mi madre por primera vez toca al viejo, intentando apartarlo con una mano. Pero es demasiado grande como para ni si quiera moverlo un centímetro.—Déjenos pasar…—

—¿Por qué no se encuentra bien? ¿Qué le ocurre?— Le pregunta a mi madre haciendo referencia a Verónica.

—¿Que no ve que le ha sentado mal el vino? —ella intenta no decir que ha bebido demasiado.— Necesita acostarse.

—¿Vino?—Intenta acercarse de nuevo a ellas. Más concretamente, quiere hacerse hueco para llegar a Verónica. —¿Necesitas acostarte? —Dice claramente refiriéndose a Verónica. —Puedo ofrecerte una cama si lo necesitas…

Ella lo mira con cara seria. Casi rozando el enfado. —Ya me encargo yo de todo Don Fernando. Ella tiene su propia cama. —Dice imponiéndose en todo momento.

Pero Don Fernando sonríe mientras Verónica está callada. Le da mucho asco el viejo pero no está en posición ni de quejarse.

—Además ¿por qué no me habéis invitado a ir? Esas cosas se avisan, cariño.— ella sabe que que ahora se refiere a ella.

—¿Cariño?— Vuelve a repetir extrañada Verónica.

—Deje de llamarme así y déjenos pasar. ¿Quiere que grite y que salgan los vecinos?— Dice intentando aparentar normalidad frente a Verónica después de haberse referido a ella en esos términos.

—¿Sí? Venga, te invito a que lo hagas.— Dice Don Fernando desafiante.

Ella ya no sabe cómo convencerlo para que se aparte. «Sabe que no gritaré… Que no puedo hacerlo… He dejado que vaya demasiado lejos conmigo… no me interesa el escandalo…» Piensa mientras lo mira, sabiendo que tiene todo por perder.

Mientras el viejo intenta relajar la tensión y con una mano intenta ponerle el pelo detrás de la oreja, en un movimiento que empieza a resultarle familiar— Tranquila Alejandra… No te pongas nerviosa, somos buenos vecinos… —Dice sonriendo.

Y se deja poner el pelo detrás de la oreja, es un movimiento que empieza a aceptar. No sabe como quitárselo de en medio, empieza a temer que todo se complique más. —Por favor, Don Fernando… No ve como está… Tenga un poco de humanidad y deje que la lleve a su casa. —Dice mirándolo suplicante, consciente de que está siendo una estúpida, sabe de sobra que de eso Don Fernando no tiene nada. Sabe que ese no es el tono que debe usar, y menos delante de Verónica.

—¿Tan mal está cariño?— Le responde sonriendo Don Fernando.

Verónica se sujeta a la baranda.— Ale-Alejandra, venga… Vámonos.

—Sí, sí, ya nos vamos…

Don Fernando hace intención de acercarse de nuevo a Verónica y la toca en el hombro.—¿Estás bien?—

—¡Ni se le ocurra tocarla!— Dice apartándole la mano. —¡Apártese!

—Desde cuando te he dado permiso de hablarme así?— Dice volviéndose un tono muy seco. Mientras Verónica algo aturdida apoya la cabeza en el hombro de mi madre. —La toco si me da la gana. O acaso me vas a prohibir tú que la toque.

En un acto casi instintivo, mi madre empuja a Don Fernando con todas sus fuerzas, haciéndolo retroceder y casi tropezándose en las escaleras.

—¿Pero qué cojones estás haciendo Alejandra? ¿Acaso quieres que te castigue? —dice sorprendido por el acto de Alejandra. Él no pensaba que aún tuviera esta fuerza para resistirse.

—Déjeme en paz… Quiero que se vaya de una vez.— Después de mucho, parece que recobra fuerzas para enfrentarse al viejo, pero una voz sale de su amiga, desmontando toda su fuerza.

—¿Ca-castigar?— Dice en voz no muy alta.

Mi madre gira su cuello hacia Verónica que está apoyada en su hombro, maldiciendo que haya escuchado eso. —No le hagas caso Verónica, es un viejo loco. No sabe lo que se dice.

—Creo que me debes una disculpa.

—Déjenos en paz.

—Pídeme perdón por el empujón, joder.— Y da un pequeño paso hacia ellas. Su barriga está a menos de medio metro de ellas.— Sino, atente a las consecuencias.

—Está bien, perdóneme. ¿Está contento?— Dice cada vez más apurada.— Pero déjenos pasar.

—Dilo bien…

—¿Como quiere que se lo diga?

—Tú sabes como me gusta que lo digas cariño.

—¿Qué?— Dice Verónica medio escuchando toda la conversación.

—Cállate Verónica… Salgamos de este atolladero. —Por primera vez las palabras de Alejandra no son buenas respecto a ella.

El viejo sonríe.—Vamos Alejandra, lo estoy esperando.

—Por favor… perdóneme… Don Fernando…

Verónica levanta un poco la cabeza, extrañada.

—¿Lo ves? No es tan difícil que te portes bien cariño. —Su mano va directamente hacia ella, intentando acariciar su mejilla.

Mi madre coge la mano, pero esta vez sin brusquedad.

—Shh… Tranquila… Vengo en son de paz… Solo quiero saludaros…

—Es que... de verdad… Tengo que llevarla a su casa… pe-perdóneme si he sido brusca Don Fernando… Pero no se encuentra bien…

—No pasa nada cariño.— Se acerca un poco más.—Solo quería saludaros y ya esta… — decirte que te queda muy bien este vestido verde… Y a Verónica decirle que le queda muy bien esa blusa blanca.

—Está bien Don Fernando…— Dice mi madre, cediendo cada vez más.

El viejo mira hacia las piernas de Verónica, que sigue apoyada en el hombro de Alejandra.— Tiene unas piernas muy bonitas, ¿Verdad? Seguro que los hombres no han podido dejar de mirar su silueta.

—Pe-pero qué dice…— Dice Verónica al oír tal cosa.

—Déjalo Verónica… Solo pretende ser amable… A… Su manera…

—¿No son bonitas cariño?

—Sí… Sí lo son…

—¿Todas las miradas iban a ella?

—Ya sabe que sí Don Fernando…

—¿Y qué hay de ti? ¿Para ti no había ninguna mirada? ¿Si quieres puedes venirte conmigo a mi casa…

—Déjeme que lleve a Verónica a su casa… Por favor…— Intenta aparentar que no ha oído nada mientras el viejo intenta otra vez ponerte el pelo detrás de la oreja.

Esta vez consigue hacerlo, y eso le permite dar un pequeño paso más hacia ellas. El viejo, mientras pone el pelo detrás de la oreja, aprovecha e intenta bajar con su mano a la mejilla de Verónica.

Mi madre, sin saber muy bien qué hacer. Le coge la mano y se la lleva a su propia cara…

El viejo se sorprende ante tal acción, nunca antes había cogido la mano y se la había llevado a su mejilla. Ella lo mira, con cara seria, pero ya no muestra la furia que tenia hace un rato.

Esto le brinda una buena ocasión a Don Fernando que no la desaprovecha. —Bésala