El advenimiento (Capítulo 17 y 18)
La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.
CAPITULO 17
Verónica, atareada con un bolso abultado, lleva una camiseta marrón en la que se le pueden ver sus voluminosos pechos. Una trenza bien hecha cae por su hombro derecho. Sorprendida de ver a mi madre, le responde. —Uy Alejandra, no te había reconocido. ¿Dónde vas?
—Justo ahora estaba pensando en ti…— Dice mi madre devolviéndole una sonrisa. —Pues no lo tengo muy claro. Iba a ir al parque a dar un pase… o a tomar algo… no estoy muy decidida.— Miente.—¿Y tú? ¿Te vas a casa?
—Sí… Salgo ahora de la tienda, he encontrado todo lo que necesita…
—¿Quieres… Quieres venir conmigo?—Dice mi madre indecisa.
—¿Ahora? Pero si ya nos hemos tomado un café esta mañana —contesta Verónica mirando el reloj.
—Venga… Ven conmigo mujer, tómate un rato, lo de esta mañana me ha sabido muy a poco…— Le contesta mi madre. «No me extraña que Don Fernando esté loco por ella…». Piensa mi madre mientras la mira y le habla.
—Pero… No tengo mucho tiempo…
—Nada, un café. Bueno yo igual un gin tonic .— Contesta mi madre sonriendo.
—¿Hoy martes?
—Estoy de baja. No te lo había dicho.
—¿Ah si? ¿Y eso?
—Bueno… Algo de depresión por estrés laboral. Poca cosa, la verdad. Pero no me irá mal parar dos semanas…
Indecisa, contesta Verónica.—Bueno, venga, pero un café rápido, ¿Vale?
—Genial.— Dice mi madre sonriendo. Mientras deciden a qué cafetería ir.
Se encaminan hasta llegar a una cafetería que hay en un parque, cerca de la zona donde viven.
Mientras se sientan en la mesa. No puede evitar mirar disimuladamente los pechos de Verónica sin que ella se dé cuenta. Don Fernando le ha hablado tanto de ellos que no puede evitarlo.
—¿Entonces estás de baja?— Dice Verónica retomando la conversación de antes.
—Sí…
—A ver, por un lado lo entiendo, es difícil llevar un departamento entero sin que no acumules mucho estrés…
—Bueno… ya te digo… Según el psiquiatra, es algo frecuente…
—¿Estás yendo a tratamiento?
—Sí… Fui a visitarla porque estaba muy decaída.
Una amiga fue a un psiquiatra por un problema parecido de estrés y le fue muy bien. Ya verás como a ti también te va muy bien. —le contesta sonriendo dulcemente, como acostumbra a hacer.
—¿Qué tomarás tú?— Le pregunta mi madre. Mientras la camarera se acerca a ellas.
—Un café con leche.
—Un café con leche y un gin tonic por favor.— Le dice a la camarera que apunta en una libreta. —Yo como estoy medio de vacaciones… me lo voy a permitir…— Le contesta mirando de nuevo a Verónica.
Verónica y mi madre empiezan a hablar de sus cosas. La conversación parece animada. Mientras tanto, aparecen las bebidas y ambas se ponen a beber mientras hablan. Siempre se ha dicho que la medicación y el alcohol… nunca deberían mezclarse.
—Por cierto Alejandra. Si estás yendo al psiquiatra… ¿Te estás medicando?
—Sí…
—¿Qué? Alejandra… No es recomendable medicarse y beber alcohol…
—Me ha subido un poco.. Pero no pasa nada mujer… Aún me mantengo en pie.— Contesta mi madre, medio en broma.
—Ten cuidado Alejandra… —Dice Verónica, con cara de preocupación.
—Tranquila mujer…, ¿Y qué me cuentas? ¿Todo va bien?
—¿Yo? Sí… Todo va bien. De hecho ahora en casa me espera mi marido y Anita, que estará deseando que llegue.
—Ay perdona, te estoy entreteniendo…
—Nono, tranquila Alejandra.— Dice sonriendo dulcemente.— Hemos quedado para tomarnos un café rápido ¿No?— Dice en confianza.
—Sí, sí. Claro.
—Por eso te tomas el café con leche y no me acompañas con esto, ¿no?.— Dice refiriéndose al gin tonic.
—Bueno… Yo desde que está Anita, no he probado el alcohol…
—Llevas una vida sana… haces bien…—Dice intentando ser comprensiva.— Pero no sé como puedes resistirte a un buen vino… De buena calidad…
—Me acostumbré desde el embarazo y he intentado seguir así…
—El día que quieras romper tu abstinencia, te invito a un buen vino blanco, bien fresquito. —Ahora la que sonríe en confianza es ella.
—¡Vale! Aunque a Raúl no le gustará la idea. Podríamos salir los cuatro si quieres.—Pregunta inocentemente.
—Sí Raúl te va a poner problemas, salimos tu y yo. —Dice mientras no puede fijarse en la belleza que transmite Verónica. Como poco a poco se está dejando influir por ese viejo. Hasta hace nada, no se fijaba en ese tipo de detalles. «De ninguna manera voy a preguntarle lo que quiere Don Fernando. Además no quiero verlo más» Se dice a sí misma.
—No sé… Aunque ahora que lo pienso… Raúl salió hace dos fines de semana con los amigos.. Así que tengo la escusa perfecta…— Contesta, transmitiendo toda la inocencia y dulzura que tiene.
—Raúl seguro que es uno de estos que quiere a la mujer en casa y con la pata quebrada…
—Nono, Raúl es muy bueno. Nos cuida mucho a Anita y a mi…
—Y si lo es no deberías permitírselo…
—Nono… Claro que no… Pero es muy bueno… De verdad…
—Cuidar también es dejar espacio al otro… Aunque no dudo que os cuida… —habla como una mujer mayor que ella.
—Sí claro, nos dejamos el especio que necesitamos.
—Es que hay algunos que la verdad… Aunque en el fondo, lo que pasa es que son inseguros… No creo que Raúl lo sea…
—¿A qué te refieres?— Pregunta Verónica.
—Pues eso… Los hombres celosos… lo son.. porque son inseguros. Piensan que no son suficientes para su pareja.
—Conoces a Raúl, Alejandra. Es muy bueno.
—Sisi… Lo sé. Por suerte no es vuestro caso. Ni el de Iván, claro.
—Hasta la fecha, nunca ha sido celoso conmigo. —dice defendiendo a su marido.—Iván tiene pinta de ser muy bueno también.
—Ni motivos le doy para que se ponga celoso, claro.— Dice ella segura de sí misma.
—¡Claro! ¡Nosotras también somos muy buenas! ¡Tienen unas esposas que no se merecen!
—Eso seguro. Aunque bueno… También tiene sus debilidades… Ya te conté.
—¿Debilidades? ¿Quién, Iván?
—Te conté lo de Iván… Que se le van los ojos…
—Sí… lo recuerdo…
—Pues eso, la verdad es que no le doy importancia. Es un buenazo.
—Sí… Aún que ellos son distintos a nosotras. Menos fiables. Más débiles a las tentaciones del mundo y la carne…
—¿Por qué dices eso?— Le pregunta Verónica sin entenderle.
—Porque son así, Verónica. —le habla como una mujer mayor que ella.
—No te sigo… Mi marido me quiere… Y yo a él.
—Yo veo a un hombre guapo y no pienso en nada… bueno, como mucho que es guapo… A ellos se les va la mente…
—¿Tú crees?
—No tiene nada que ver… Es biológico… O cultural… Eso ya no lo tengo tan claro…
—Yo nunca he visto a Raúl que se le vaya la mente con ninguna…
—Bueno… Su mente no la ves… Pero es más fácil a una mujer seducir a un hombre que a un hombre seducir a una mujer. Eso es así Verónica.
Verónica escucha sin contestarle.
—Y con esto no digo que nuestros esposos se dejen seducir… Y menos teniendo unas esposas como tienen, que no se las merecen— Contesta medio sonriendo. Intentando transmitir confianza.
—¿Dónde quieres llegar, Alejandra?
—A ninguna parte. Era solo hablar por hablar…
—Yo sé cuidar bien de mi marido, si es a lo que te refieres —dice en un tono más serio de lo habitual.
—Seguro que sí.. Verónica. No he querido molestarte. No te lo tomes como algo persona. Nada más lejos de mi intención… Hablaba de hechos… Generales…
—Tranquila Alejandra. No me ha molestado nada de lo que has dicho —Contesta sonriendo.
—Pero intento cuidar mi relación con mi marido.. Solo eso…
—Eres un sol Verónica.
Verónica se sonroja.—Gra-gracias…
—Seguro que sí Verónica. Además son cosas personales. Y a él se le ve feliz contigo. Muy feliz. Así como a tu hija.
—Sí.. Somos muy felices…
—Es que si Raúl se fuese con otra mujer siendo tú su esposa, sería para matarlo o encerrarlo en un manicomio…
—Jajaja.. ¡Se la corto!— Dice bromeando.
Mientras le contesta en tono jocoso, en la mente de ella se dibuja el momento en el que Don Fernando le hablaba de sus piernas… Se siente rara con estos pensamientos revoloteando por su cabeza. Como si de alguna manera la traicionara. Vuelve a su mente las preguntas que le hizo el viejo. La medicación junto con la bebida, hace que todas esas cosas la perturben continuamente. «No quiero preguntarle esas cosas… no sé ni cómo hacerlo… Ni creo que esté bien hacerlo… Además no quiero perderla como amiga… Espero que nunca se entere de las cosas que he hecho…» Piensa mientras sigue mirando a Verónica, haciendo como si la escuchara. «Qué dulce es… Nunca he pensado en el cuerpo de una mujer… Pero es hermosísima… ¿Qué se debe sentir besando unos pechos así? Pero no… No… Nunca lo haría… ¿Pero que pasaría si ella me los ofreciera? No… Eso no puede ser… Y por suerte… Eso no ocurrirá nunca…». Pensamientos que jamás habían pasado por su cabeza. Todo por culpa de Don Fernando.
Con todos esos pensamientos en la cabeza a ella se le escapa otro vistazo sin querer a su pecho, mientras ella bebe su café.
—¿Quieres que te acompañe a casa?
—Nos vamos ya?
—Pensaba que tenias prisa… Yo estoy muy bien aquí contigo. En casa solo está mi hijo…
—Cuando quieras nos vamos. Mientras no estemos aquí hasta muy tarde. Que a mi sí que me están esperando.
—Tú mandas Verónica. Yo estoy de vacaciones— Sonríe.
—Termino de tomarme el café y nos vamos, ¿vale?—Dice tomando otro sorbo de su taza.
—¿Y qué vas a hacer estos días que estás de baja?
—No sé…. Pasear… Leer… Ir a la piscina cuando no haya nadie…
—Por la mañana hay poca gente de normal…
—Sí… mañana tenia pensado ir.— Miente.
—Sí, yo bajé la semana pasada con Anita, el día que tenia libre y la verdad es que se estaba muy bien.
—¿Quieres que vayamos juntas el día que libres?
—¿Juntas?
—Con tu hija… así la cuido mientras tú te bañas…
—Libro el jueves… Podemos ir si te apetece…
«¿Qué estoy haciendo? Porque estoy quedando con Verónica en ir a la piscina… Joder…»
—¿Estás bien Alejandra?— Le dice al notarle un poco ida.
—Sí… sí… Solo que de vez en cuando me da el bajón…
—Vaya… Espero que estés bien… —le contesta mientras que ahora es ella quien pone una mano encima de la de mi madre… Ella ve como Verónica lo hace.
—De alguna manera… Supongo que estoy enferma…— «Si supiera… Me entran ganas de llorar… Tendría que haberme tomado otra pastilla antes de salir…» Mientras las imágenes de Don Fernando le atormentan. Su presencia. Sus preguntas. Sabe que volverá a la carga… —pero tranquila.. estoy bien… —«No quiero que sus manazas la toquen… Eso no…».
—¿Bueno, nos vamos?— La pregunta de Verónica la saca de sus pensamientos.
—Sí… Vamos… No hagas esperar más a Anita. Es tan guapa como su madre.
Verónica nota un poco desmesurada su adulación hacia ella, pero no te dice nada. Pagan, recogen las cosas y se van. Siguen hablando por la calle hasta llegar al portal. Su hija, el trabajo y otras cosas rellenan el camino de vuelta a casa. Suben en el ascensor, durante el camino, Alejandra se ha fijado disimuladamente en sus piernas… Entendiendo que le gusten a Don Fernando.
Para en el piso de Verónica.—Bueno… Hasta el Jueves verónica…— Y le da un beso en la mejilla.— Cosa que nunca lo había hecho.
—Bueno.. has-hasta el jueves…— Se sorprende de ese beso en su mejilla.
«Qué bien huele…»
—Dale recuerdos a Raúl y dile que si te has retrasado es culpa mía.
—No te preocupes Alejandra. Siempre viene bien un café y ponernos al dia.—Consigue contestarle a mi madre mientras se cierra la puerta.
Cuando se cierra la puerta, le viene una imagen a la cabeza. Una imagen que hace que sienta asco… Intenta quitárselo de la mente. No quiere volver a pensar en ver a su amiga Verónica, arrodillada.. mientras está chupando la polla de ese cerdo… Mientras ella está acariciando su cabeza…
CAPITULO 18
Los días pasan bajo la mas absoluta normalidad. Mi madre sigue con sus quehaceres cotidianos. Parece que aprovecha el día en plenitud, intentando mejorar de ese estrés laboral al que está sometido. Yo por mi parte sigo vigilándola, buscando un ápice de eso que leí aquel día en el ordenador. Intermitentemente entro al ordenador cuando tengo ocasión para ver si hay nuevas entradas, pero no encuentro nada. La realidad es que aunque piense que ella le está pasando algo más allá de lo que expresa cotidianamente, ella cada día se encuentra mejor y más animada, mostrando una contradicción difícil de entender. Solamente me queda esperar y ver si lo que leí aquél día fue algo real o se entiende como un sueño en el que mi madre no tiene nada que ver.
Es miércoles por la tarde. Mi madre se encuentra en el salón, con un pantalón de lino verde y una camiseta negra, mientras está leyendo un par de informes. La coleta mal hecha denota cotidianidad. Mientras está leyendo los informes, ve que su móvil está encima de la mesa central.
—Voy a llamar a Verónica —dice para si mientras coge el móvil y busca el número de Verónica en su agenda y le da al botón de llamar.
—Hola Verónica. Soy yo Alejandra.
—Hola Alejandra.
—Quedamos mañana, ¿no?
—¡Ah! ¡Ya no me acordaba!
—Mujer… Si no te va bien no pasa nada. Yo iré igualmente.— Dice algo desilusionada. —Era para quedar e ir juntas…
—Mmmmm… A ver, déjame pensar un momento… Mañana.. tengo que ir a la guardería a las 9. Podría ir un rato a eso de las 10 y media. ¿Lo tienes mal a esa hora?
—Nono, para nada. Llámame y bajo. Así vamos juntas, ¿No?
—Vale, pues te aviso si quieres.— Le contesta a mi madre mientras la niña se oye alrededor.
—Una cosa…— Parece que es una pregunta que ya la tenía premeditada.— ¿Qué te vas a poner, traje de baño o bikini? Lo digo por no desentonar…
—Mmmmm…. Creo que bañador. No quiero quemarme.
—Genial. Yo el bikini solo me lo pongo en la playa, o sea que mejor así.
—Genial— Aun se oye a su hija molestando a Verónica. Intentando llamar su atención mientras habla por teléfono.
—Bueno Alejandra, te dejo que no puedo hablar bien. Nos vemos mañana ¿vale? Chao!— pip..pip..pip
Ella sonríe mientras cuelga el teléfono, aún recuerda cuando ella misma estaba en una situación parecida hace ya muchos años. Pasa el dia con normalidad. El Jueves a las diez y media Verónica llama por el interfono a mi madre. Ella se arregla y baja. Al encontrarse, ambas se sonríen dulcemente, solo un “Vamos allá” de mi madre. Juntas se dirigen a la piscina, caminando por el bloque de edificios mientras llegan a la parcela de la piscina.
Verónica va vestida con un vestido muy fino de playa, junto con un sombrero. Un bolso de playa le acompaña. Mi madre, va con un vestido playero de color grisáceo. Elegante y cómodo a la vez, acompañada de unas sandalias de color pistacho.
—¿Llevas el bañador debajo?— Pregunta mi madre.
—Sí… Lo llevo debajo, mejor así, ¿No?— Dice dubitativa.
—Mejor, así no tendremos que ir al vestuario.
Llegan a la piscina y mi madre se dispone a ir a la parte más alejada de la entrada. Donde hay dos tumbonas. Verónica va a su lado, ambas junto a sus bolsas de playa. No hace el calor de pleno verano, pero ya en vísperas de junio, invita a tomar el sol en las zonas donde pega el sol.
—¿Nos ponemos allí? —le pregunta Verónica.
—Sí… Creo que es un buen sitio. —dice dejando las primeras cosas en las tumbonas.— Aquí estaremos tranquilas, creo yo.
Ella quiere mostrarse fuerte, pero es inevitable que le lleguen recuerdos a su mente de lo que pasó el otro día. Intenta armarse de valor, sin aparentar que le sucede algo.
Poco a poco, y casi sin hablarse, ambas se deshacen de la ropa, quedándose con el bañador. Mi madre aparece con un bañador azul. El mismo que usó la última vez, con la espalda descubierta. Se sienta en la tumbona mientras intenta sacar la crema solar y mira hacia Verónica. No puede dejar de verla. Mira como de espaldas se quita la camiseta que llevaba. Aparece un bañador blanco, radiante, que pega mucho con su tono de piel y su pelo rubio.
Ella la observa, pero de una manera que hasta entonces no la había observado nunca. Justo en ese momento Verónica se gira a mirarla, ella se queda quieta, como creyéndose que le han pillado, pero nada más lejos de la realidad cuando Verónica le devuelve una sonrisa típica.
—Te.. Te importaría ponerme un poco de crema en la espalda?— le dice a Verónica intentando mostrar normalidad.—Es que tengo la piel un poco delicada al sol…
—Ay Alejandra, que tranquilidad. Sin que el bicho esté alrededor tuyo todo el rato…—dice refiriéndose a su hija.— Si claro, voy.— Dice alargando la mano y cogiendo el bote de crema solar.
Ella extiende su toalla por encima de la tumbona y se tumba, dejándole la espalda accesible a Verónica. —Seguro que en una hora la echas en falta.
Verónica se esparce crema por las manos y posas sus manos sobre los hombros de mi madre…—Si.. enseguida la echaré de menos…—Dice mientras esparce la crema por tus hombros poco a poco.
Tumbada boca abajo, sin mirarla, le dice.— Qué buenas manos tienes hija mía…
—Jajaja gracias Alejandra.— Dice sonriendo.— Raúl también me dice lo mismo.
—Qué suertudo es…
—Jajaja qué mal ha sonado eso Alejandra…—Se le suben un poco los colores.
—No seas tonta… Es un piropo… —dice mientras nota sus manos pasando por su espalda. Le gusta, sin tener pensamientos extraños, simplemente le gusta. Sin embargo, cuando pasa sus manos por la parte más abajo del bañador, siente un escalofrío.
—Ale, ya está. —Dice Verónica.
—Tendré que venir siempre contigo hija… Porque Iván y mi hijo lo hacen de cualquier manera, son unos brutos.
—Jajaja muy típico de hombres. —dice en confianza.
—No hay nadie.. Qué bien se está… —dice mientras se incorpora.
Ella al ponerse de pie, hace visible de nuevo su bañador. Y mi madre no pierde la oportunidad de verlo de nuevo. Le queda muy bien, se nota que es joven.
—Ponte en los pechos… —Le dice alargándole el tubo de crema.—Se te quemará la piel…
—Ah si claro, ahora me pongo…
Verónica coge la crema y empieza a esparcirse por su pecho, hasta llegar a la goma que cubre su piel, dándole la espalda a mi madre. Mientras ella, tumbada en la tumbona, puede ver sus nalgas. Preciosas. Duras.
—Qué tranquilidad… Voy a tumbarme yo un poco en la tumbona también.
—Tenemos que venir más. Lástima que cuando se me acabe la baja solo podré venir los fines de semana. O a última hora de la tarde…
—Ufff… Yo a ultima hora de la tarde lo tengo muy complicado… Quizás algún finde…
—Bueno.. Disfrutemos ahora de lo que tenemos…
Poco a poco, van entrando algunas personas. Algunas parejas. Pero dispersas por el recinto.
—Sí… Tengo que aprovechar esta tranquilidad de no tener a nadie…
—Recuerda que tienes una salida conmigo… —dice recordándole lo que hablaron en la cafetería.
—Jajaja, sí. Pero tendré que negociarlo con Raúl antes… —Mientras hablan, Verónica se tumba, con la cabeza girada y cerrando los ojos, relajada.
Poco a poco, la conversación se hace más dispersa. Ambas tumbadas en las tumbonas, se ponen a descansar. Ambas parecen dormidas, pero no lo están. Están tranquilas, relajadas, acompañadas con esta calma que invita a la relajación. Sin embargo, a mi madre algo le perturba. No puede dejar estar alerta a la puerta de la piscina. No quiere que este momento se estropee. Por nada del mundo. Hasta que cae vencida y cierra los ojos, abrazando la relajación.
Pero la realidad golpea a mi madre nuevamente. Por la puerta, entra la última persona de la tierra que querría que entrase. Va sin camiseta, con un bañador apretado, lleno de pelos. Ni siquiera le da vergüenza ir así. Nada más entrar, se queda parado. Le da igual que la gente le mire y se fije en él.
Como un sexto sentido, mi madre abre apenas un ojo y lo ve. Allí en mitad del recinto. «No, por Dios…». Tumbada, sin moverse. Intentando pasar desapercibida, mientras él no para de mirar a la gente desde la entrada. Sin cortarse.
Respirando aliviada, mi madre ve como él se tumba en una tumbona algo alejada de donde están ellas. Ella no quiere mirar, no quiere que vea que sabe que está. Pero la duda se apodera de ella, sin saber muy bien si Don Fernando las ha visto o no…
«A ver si tenemos la fiesta en paz…». Piensa mientras está tumba, intentando aparentar que no se ha dado cuenta de que lo ha visto entrar. Pero la cabeza de mi madre empieza a ser un carrusel. Varias imágenes le vienen a la mente. Le perturba la presencia de ese viejo en el mismo recinto. Su mano palmeando sus nalgas… apretándolas… sus labios carnosos… sus dientes amarillos… Su pecho… Su barriga peluda…
Pasan los minutos y el sol empieza a asomar entre los edificios, dándole los primero rayos de sol en la espalda de mi madre. Esos rayos son totalmente bienvenidos. Pero son un arma de doble filo cuando pasados varios minutos, pasan a ser un agobio para ella.
«Qué calor… Tengo ganas de bañarme… pero no me atrevo a moverme…». Piensa mientras mira hacia Verónica, que parece que se ha dormido. Lo que no hace es mirar hacia el viejo. Evita mirarlo, no quiere que monte un número estando Verónica presente.
Hasta que no puede más y se gira hacia donde se supone que está él tumbado. Y cuando lo mira, mi madre se da cuenta de que está sonriendo. Mirándolas.
«Mierda… No tenía que haber mirado…» Piensa mientras vuelve a quitar la mirada en la dirección del viejo. «Qué estúpida he sido… «¿Pero por qué sonríe?». Está inmersa en sus pensamientos, y se da cuenta de que algo se mueve. Algo se está moviendo, pero no se atreve a mirar y confirmarlo… «¿Se atreverá a venir a molestarnos? Es muy capaz…». Ella se empieza a poner nerviosa. «Voy a girar la cabeza para el otro lado.. Que se dé cuenta de que no quiero que venga… aquí con Verónica no…». Pero al cabo de unos instantes, se da cuenta de que no se acerca… No se está acercando a ellas. Eso la sorprende.
No lo puede evitar y termina girando la cabeza de nuevo, queriendo confirmar sus pensamientos. Intenta mirar con una mirada dura. Queriendo marcar distancias. Pero lo que sucede es que Don Fernando no se ha acercado a ellas, sino que se ha ido a la piscina.
Se queda mirando algo sorprendida. No pensaba que pasaría de ellas. Pero el viejo se gira hacia ella y cuando las miradas se conectan, el viejo le hace un gesto como diciéndole que se bañe con él. Después de hacer el gesto, se gira y deja de mirarla. Tirándose a la piscina, haciendo una gran ola, debido a su enorme peso.
«Estaría loca si le hiciese caso…» Dice mirando hacia la piscina, sin que el viejo ahora pueda verla, siguiéndolo con la mirada. «¿Cómo tiene la cara tan dura de decirme que me bañe con él?»
Verónica sigue girada, no se ha enterado de nada. Ella se gira hacia ella, confirmándolo, mientras en su cabeza, sus pensamientos la perturban. «El otro día… cedí… cedí demasiado… Siempre cedo demasiado… hoy será distinto… Que se dé cuenta que no soy su cariño, como dice él.». Ella deja de mirar a su amiga y vuelve a mirar hacia el agua, donde ve a Don Fernando nadar lentamente. Está en el agua y no le presta atención.
«Siempre me busca en lugares que me puedan ver, el muy cerdo…» «¿Pero como sabía que hoy íbamos a venir a la piscina?».
Ella intenta mostrar normalidad. Sus miradas fugaces hacia el agua, intentando que todo se quede ahí. Esperando que no se acerque por nada del mundo. «Es despreciable.. claro que yo.. yo he hecho demasiadas tonterías ya… y ahora lo estoy pagando…».
Ella se da cuenta que las veces que mira hacia la piscina, el viejo no las está mirando. ¿De alguna manera, está pasando de ellas?
«Cuando Verónica espabile, le diré de irnos…» dice apartando la mirada de la piscina y mirando a su amiga.
«Míralo como nada. Si casi no puede nadar…»
«¿Pero por qué no ha mirado ni una sola vez hacia aquí? Ahora hace como si yo no fuese nada, no? El muy…»
«¿Qué pretende? ¿Castigarme? Que se joda…»
Mientras ella piensa cae inmersa en esos perversos pensamientos, no deja de mirar hacia la piscina. Hacia donde está el viejo. Sin que él devuelva ni una sola mirada.
«Seguro que si no estuviese Verónica, estaría aquí dándome la tabarra. Si me metiese en la piscina, se me echaría encima» «Se hace el duro ahora el muy cerdo»
Mi madre vuelve a mirar hacia Verónica. La ve dormida… Sin saber muy bien porqué, se levanta. Desafiante. Mira hacia la piscina, con el pelo recogido. No quiere que se le moje… «Ya verás como viene el muy…»
Pero mientras se encamina hacia la piscina, ni una sola mirada le brinda ese viejo. Nada plácidamente por la piscina, sabedor de que tiene compañía. Ellaa entra por las escaleras, cubriéndole por encima de las rodillas el agua. Se encamina hacia adentro, hasta que le agua le cubre por debajo del pecho. Se fija en Don Fernando, ni siquiera le ha mirado ni una sola vez. Ella se ve dentro de la piscina, como una idiota. Como una mujer con el amor propio herido, buscando redimirse de algo que no quiere para ella.
El viejo para de nadar y se para cerca del bordillo. Mira en dirección a las tumbonas, mientras mi madre está en el agua, mientras se da cuenta de que se está fijando en Verónica. Ella también mira hacia la tumbona y ve a su amiga en la misma posición. «Por suerte está boca abajo, porque con este bañador… la verdad es que se le notan muchos los pechos…». Entre ambos hay una separación de 3 metros. Mi madre intenta mojarse un poco más, intentando no fijarse en él. Intentando no mirarlo. Pero él se para y mira directamente hacia ella. Sonriendo. Una mirada directa, que consigue hacerla sonrojas, mientras ella piensa: «¿Me estoy sonrojando? No sé porqué me pasa esto… a mi.. con lo dominante que soy…» mientras aparta la vista de él.
—¿Y-ya.. ya ni saluda Don Fernando?— Al momento se da cuenta de lo estúpida que es. Es ella misma quien se mete en sus trampas. Ella misma. ¿Qué le pasa?.
—Hola cariño. ¿Qué tal estás?—
—Alejandra, por favor.— Le contesta intentando recuperar un poco la dignidad.— Bien, gracias.
—Pensaba que no te ibas a decidir a probar el agua. Con lo buena que está.
—No… Solo que ya no aguantaba el calor.
—Sabía que tenias ganas de bañarte conmigo. —dice sonriendo.— ¿Sólo porque no aguantabas el calor, cariño? —Dice con sorna.
—Porque otra razón sino.
Don Fernando tiene la situación bajo control. Sabe que en el fondo Alejandra ha ido a bañarse porque está él. Aunque ni ella mismo se lo reconozca.
Él baja sus brazos y gira un poco la cara. —¿No le vas a dar un beso a tu vecino favorito?— Dice ofreciéndole la mejilla. —Llevamos días sin vernos…
Desde esa posición, con el agua por debajo de los pechos y el bañador mojado, el viejo puede ver el volumen de pechos de ella, con exactitud, hasta la forma que le hacen con el bañador.
Ella, sin saber muy bien qué responder y sin mirarle a los ojos, le contesta.—Si es uno de buena vecindad sí…
—Claro, de buena vecindad.. ¿Cómo iba a ser sino?
Se da cuenta como se recrea mirándole los pechos. Ella se acerca un poco a él y le da un pequeño beso en la mejilla. Acercándose lo justo para no rozar su cuerpo, lo cual no es fácil para ella. Pero una mano de Don Fernando rodea su cintura, acercándola a él.
Ella mira esa mano, y posteriormente no puede evitar mirar alrededor, para que nadie los vea. Intenta zafarse de él, pero no puede. —Bueno… Voy a tumbarme otra vez Don Fernando que no quiero dejar a mi amiga sola… —dice intentando persuadir al viejo.
—¿Pero te vas ya?
—Ya… Ya nos vemos otro día…
—¿No quieres quedarte un rato aquí conmigo?
—No puedo Don Fernando…
—¿Por qué?—
—Ya lo sabe… He venido acompañada y creo que ya tiene que irse…
El agua toca levemente la parte de debajo de los pechos. Al viejo, le cubre a mitad barriga, dejando ver todos sus pelos.
—Pero si está durmiendo.. déjala que descanse. Estará agotada de toda su vida familiar…
—Es que… Debo despertarla Don Fernando… Se va a quemar…— Su actitud en cada encuentro es cada vez más pasiva.
—No se va a quemar. Es joven, tranquila. Déjala descansar mientras estamos aquí charlando…— Dice con sorna, sabiendo que puede hacer lo que quiere.
—Lo... Los jóvenes… también se queman al sol… —le contesta algo molesta por tratarla a mujeri de mayor aun sin decirlo. De un pequeño golpe consigue separarse de él.
—¿Ya se que las jóvenes también se queman, pero no crees que ahora está a gusto durmiendo?— Contesta como si nada hubiera ocurrido.
—Cuéntame, ¿desde cuándo vienes aquí con Verónica?
—Es… Es la primera vez…
—¿Y eso? ¿Por qué quieres venir ahora con ella? ¿acaso quieres mostrármela? ¿para que no te castigue?
—¿Para que no me castigue? Pero… qué está diciendo… Hemos venido porque ella libraba hoy… Y yo estoy de baja gracias a usted…
—¿Gracias a mi? JAJAJA— Se oye demasiado su carcajada. Y hace que mi madre tenga que mirar alrededor para ver si ha llamado la atención. —Cariño, deja de engañarte. A ti no te pasa nada, solo que poco a poco estás viendo algo que te gusta y no quieres reconocer.
—Además… Usted… Usted… no tiene derecho a castigarme…
—¿Ya no recuerdas como el otro día te arrodillaste pidiéndome perdón?
—No… No sé… Si lo hice.. Pero no pienso volver a hacerlo…
—Alejandra Gómez, la prestigiosa abogada, arrodillada pidiéndome perdón… Solo de pensarlo me pongo un poco cachondo… —Y con desparpajo, se coge la polla por encima del bañador, ante la mirada de ella.—Tenía que haberlo grabado… —aparta la mirada y la baja, sintiéndose avergonzada.
—¿No volverías a hacerlo?— Dice dando un paso hacia ella.
—No..— Dice sin mirarlo.
—¿Por qué no?— Saca la mano de su paquete e intenta de nuevo ponerle un mechón de pelo detrás de su oreja. Un gesto, que está empezando a ser cotidiano. Con la diferencia que las otras veces, encontraba una resistencia por parte de mi madre. Pero esta vez no. Esta vez deja que lo haga…
Ante el silencio de mi madre, el viejo continúa.—La verdad es que te queda muy bien este bañador cariño…— Mientras se lo dice, baja su mano por su mejilla.. hacia el cuello… bajando a la clavícula…
—No empiece por favor…— Es la única queja que sale de la boca de ella.
Cuando llegue a la clavícula, se topa con su tirante del bañador. Lo agarra y lo deja caer por su hombro, mientras su mano sigue su recorrido.
—No quiero que ella me vea así… Don Fernando…
—¿Así cómo, cachonda?— Sonríe.
—Débil… Estoy enferma…— Dice autoengañándose…
Ella cada vez más colorada y acalorada, consigue subir el tirante de nuevo. Mientras oye como el viejo le dice esas cosas.
—Es que este bañador te queda muy bien…— Su mano baja del hombro y lo pasa ligeramente por encima de sus pechos, rozándolos. Un ligero contacto entre la yema de sus dedos y la forma de sus pechos…
Ella está a punto de volverse loca. Se está dejando hacer, inmóvil, indefensa, incapaz de pararlo. Pero para su sorpresa, de golpe, quita su mano, deja de tocarla y se da la vuelta.— Cariño, hazme un favor, ¿puedes lavarme la espalda? No llego a lavármela bien…—
Tal comentario, despierta a mi madre de la situación. Levanta la mirada y ve su espalda, grande, llena de pelos. —No… Aquí no… por favor…
—Venga, se buena conmigo cariño.. límpiamela, que no llego…— De espaldas, da un paso hacia ella.— Solo un momento… venga cariño.. hazlo… sé buena…
Mi madre mira hacia un lado y hacia otro. No sabe qué hacer. —Por favor… Don Fernando, se buena conmigo, ayúdeme…— Dice mientras se tapa la cara, avergonzada.
—Joder Alejandra, tampoco te pido tanto, ayúdame hostia. —Dice más duro de lo normal. —No hay nadie en la piscina, nadie nos va a ver. Mientras antes lo hagas, antes terminaremos…
—¿Po-por qué no me ayuda?— dice de nuevo sobrepasada por la situación.
—La que tiene que ser buena aquí eres tú. Venga… Pon tu mano en mi espalda.
Para que todo termine se moja la mano y asciende hacia la parte de arriba de su espalda, mirando a su alrededor, esperando que nadie los esté viendo, ella se ve obediente, obediente una vez más… y sus ojos cada pocos segundos se dirigen donde está adormilada Verónica…
Empieza a frotar su mano por su espalda. Sus dedos cuidados, de una mujer de su clase, se entremezclan con los pelos de ese viejo. Sabe que si ahora la pillase Verónica, se moriría. Sería el fin.
—Venga cariño, límpiame, que apenas noto tu mano… ¿Hace falta que me junte más a ti?
Ella sin decir nada, intenta cubrir el máximo de superficie posible, sin parar de mirar a su alrededor. «Tengo que hacerlo, me va a castigar por ello sino…» Piensa, sin darse cuenta de que está aceptando el hecho de que pueda hacerlo.
Vuelve a mirar hacia Verónica, que sigue tumbada. Su otra mano también se moja y la posa sobre la espalda del viejo. Ahora son dos manos las que frotan las espalda de ese viejo. Con cuidado, despacio… Casi parece que esté acariciándosela.
—Eso es… —se le oye decir a él mientras se da cuenta que todo está lleno de pelos, con una piel fofa… Se siente sucia… Sucia como él. Sus manos frotan toda su espalda, hasta llegar a la parte de abajo, llegan justo al borde de su bañador. Al fijarse ve un poco la raja de su culo.
—No tengas vergüenza mujer, puedes meter la mano por dentro del bañador…
—No… No pienso hacerlo…
El viejo sonríe levemente mientras le deja hacer.
«Pero que estoy haciendo… pero que estoy haciendo…»
En un gesto, el viejo se baja un poco el bañador, dejándote ver más su raja del culo.
—Límpialo.
Ella se siente turbada, acalorada. Mira el culo del viejo sin llegar a tocarlo, solo lo mira, debatiéndose si realmente debe hacerlo o no…