El advenimiento (Capítulo 15 y 16)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 15

Al cabo de un rato vuelvo a entrar al recinto de la piscina con mi amigo Nacho y Pepe. Las pertenencias de mi madre no están por ningún lado. Observo todo el recinto y no aparece por ningún lado.

—¿Y mi madre? —llego a decir junto a mis dos amigos.

—Estaba allí, ¿no?—dice uno de ellos señalando la tumbona vacía donde se encontraba ella.

—Sí… Pero ya no está… ¿Habrá subido para casa sin decirme nada?

Empiezo a observar a la gente que hay por la piscina y un par de butacas al lado, veo a Verónica acompañado por su marido y su pequeña Ana.

—Ah mira, ahí está Verónica, ahora vuelvo.

—Joder, es verdad… Madre mía como está… —oigo decir a uno de ellos mientras me alejo. —joder quien la pillara…

Sin hacer mucho caso a sus comentarios me acerco a donde están ellos.

—Hola Verónica.

—¡Ah! Hola Juan, ¿qué tal estás? —me responde con la misma sonrisa risueña que siempre tiene.

—Pues… Nada, estaba aquí con mi madre y veo que ya no está, ¿la has visto?

—¿A tu madre? —dice mirándome —pues sí! Sí que la he visto. De hecho hace nada se ha ido.

—¿Ah si? —digo extrañado. —Es que no me ha dicho nada…

—Pues se acaba de ir, si te das prisa hasta puede que le pilles de camino por los pasillos. —dice sonriéndome. —Aunque bueno, también la he visto un poco rara. Iba cabizbaja y no sé, no me ha parecido la misma Alejandra de siempre?

—¿Cabizbaja?

—Sí… —prosigue —además, no me ha saludado. No sé si es porque no me ha visto o por qué pero no me ha dicho absolutamente nada. Ha salido del agua, ha recogido sus cosas y ha salido del recinto.

—Qué raro…

—Vale, gracias Verónica. Iré a casa a buscarla.

Me doy la vuelta y me encamino hacia mis amigos. Sus preguntas sobre Verónica no hacen que salga de mi preocupación por saber por qué mi madre se ha ido de esa manera del recinto. Abandono el recinto no sin antes dar una última ojeada a toda la piscina. Personas mayores, algunos jubilados y alguna pareja son los que comparten esa tranquila mañana en la piscina. De toda esa gente, no reconozco prácticamente a nadie. Algunos vecinos de otro bloque, alguna persona conocida, pero nadie que me haga sospechar de nadie. Solamente hay una persona en la piscina bañándose, que no la consigo ver muy bien y la cual no me da tiempo a ver con nitidez e identificarla.

Solamente al abrir la puerta de casa me hace saber que ella está allí. La oigo en su cuarto, como de costumbre.

—¿Mamá?

—Estoy aquí hijo. —dice desde su habitación.

—¿Puedo pasar?

—Claro hijo, ¿qué pasa? —la veo con un pantalón de lino beige y una camiseta oscura doblando algo de ropa. Tiene el pelo mojado, seguramente de darse una ducha.

—Nada, nada… Es que estaba un poco preocupado por ti, he ido a la piscina y no estabas.

—Ah, es que me había subido… Hacía mucho sol y no quiero quemarme.

—Vale… pero ¿todo bien?

—¿Qué es lo que no iba a estar bien? —me responde con toda la naturalidad del mundo.

—Es que… He visto a Verónica y me ha dicho que ni siquiera le has saludado.

—¿Estaba en la piscina? No la he visto… —dice con total naturalidad —estaba un poco adormilada y no me habré dado cuenta que estaba allí. —ella sigue doblando la ropa —con la amistad que tenemos… Espero que no se haya enfadado… Mañana mismo iré a verla y la invitaré a tomar un café.

Yo la observo, mis sospechas se diluyen al verla actuar con tanta naturalidad. Cuando termina de doblar su ropa, sale de su habitación y nos ponemos a hacer la comida como de costumbre. Todo el día restante pasa con total naturalidad.

Por la noche, una vez en la cama, no paro de pensar en todas las cosas que están ocurriendo. Tengo la sensación de que algo ocurre y no me estoy enterando de nada, pero ¿el qué? ¿de verdad está pasando algo? ¿hasta qué punto soy un conspiranoico? Confío en mi madre y sé que si le ocurriera algo, nos lo diría sin ningún reparo.

Al día siguiente, a media mañana me levanto de la cama y una paz reina toda la casa. Tanto mi madre como mi padre están trabajando. Me dispongo a desayunar mientras miro el móvil, pensando en que tengo que aprovechar el día y ponerme a estudiar. Busco el ordenador y lo veo en el mismo lugar donde encontré el historial borrado. Con la mañana por delante, me siento delante del ordenador y empiezo a mirar diferentes carpetas, buscando algo, buscando algo que ni siquiera sé si realmente existe. Pero todo está igual que siempre, todo es tan normal como siempre. Pero una carpeta en mis documentos me alerta. Dentro de ella se encuentra un documento Word con el nombre “Clave.docx”

—¿Qué es esto? —susurro.

Sin darme cuenta, ya he abierto el documento y ante mi aparece unos pequeños párrafos.

“Mañana mismo iré a hablar con él… Sé que no puedo apelar a su humanidad ni a su compasión, no creo que tenga ya nada de esto, pero si a su ego. No puedo hacer lo que quiere que haga a Verónica, ya hice demasiado ayer, en la piscina, propiciando que hablase, aunque ha decir verdad, no se comportó como lo asqueroso que es…

Verónica es tan linda.. tan inocente.. Yo tengo un lado oscuro, ya lo acepto pero él, él es todo oscuridad. Le hablaré de mis límites, de que debe respetarlos.. Todo ello adulándolo.. iré vestida como toda una señora, se que es lo que más le excita, tener a una señora a sus pies, a una señora o a una chica inocente como Verónica. Estoy dispuesta a ser humillada. Ya lo he sido.. a ser su.. Pero pondré unos límites y no aceptaré que haga trampas”.

Justo cuando termino de leerlo todo, cierro el documento y apago el ordenador. Me quedo blanco, casi sin respiración. Jamás me esperaría leer lo que he leído. Una mezcla de rabia e impotencia me invaden sin saber muy bien como actuar. Lo primero que se me pasa por la cabeza es ir a hablar con ella para pedirle explicaciones. Quiero saber qué le está pasando, qué le está haciendo ese viejo y por qué ella se está dejando manipular. El motivo por el que se fue ayer de la piscina fue ese viejo, pero ¿por qué no me dijo nada? ¿Acaso no confía en mi?

Mis manos se apoyan en mi cara con los codos encima de la mesa, angustiado, impotente, con un dolor en el pecho que no puedo remediar. Me dispongo a coger el teléfono y llamarla al trabajo, pero justo cuando tengo el móvil para marcar su número me invaden las dudas… ¿Hasta qué punto he hecho bien en leer esto? ¿ella se enfadará si se lo digo? ¿Acaso soy un buen hijo espiando los archivos de mi madre? Todas esas dudas empiezan a recorrer mi mente mientras no paro de pensar en ella.

—Joder… Debo descubrir qué es lo que está pasando aquí y debo descubrirlo por mi mismo. —me digo intentando mantener la poca tranquilidad en un momento así.

Decido recoger mis cosas e ir a la universidad a estudiar. Allí podré concentrarme mucho más que si me quedo en casa.

La tarde transcurre sin que todos esos pensamientos se vayan de mi cabeza. A ratos me dan ganas de hablar con ella y preguntarle qué le esta pasando y a ratos me invaden las dudas de que sea la mejor opción hablar con ella.

Con todo esto me planto en casa justo a la hora de cenar, cuando mis padres ya están casi sentados para cenar. Justo cuando nos sentamos y nos ponemos a cenar, no puedo evitar mirarla y me doy cuenta que ella sigue igual que siempre. Pero mi madre nos tiene una sorpresa tanto a mi padre como a mi.

Durante la cena aprovechó que estábamos los tres para contarnos que había ido a la consulta de la psicóloga y a la psiquiatra. Nos contó que hacía días que rondaba por casa algo alicaída, casi no comía, silenciosa, por la noche dormía mal, incluso nos reconoció que había perdido algunos kilos. Nos contó que le habían diagnosticado un principio de depresión por estrés laboral y el psiquiatra le había dado de baja del trabajo unos quince días, unos antidepresivos, pastillas para dormir y otras pastillas que no sabía si tomar. Nos contó que había ido al despacho a llevarles la baja y a ver como se lo tomaban. Nos dijo que por parte del despacho no había problemas, que lo entienden perfectamente. Se ha cogido unos dossiers para trabajar un poco en casa, con calma. Dentro de un mes tiene que volver con la doctora. Nos dijo que intentará aprovechar para leer, pasear e ir a la piscina entre semana cuando no hay nadie… En fin, que tuviésemos, tanto yo como papá, un poco de paciencia con ella.

Pero lo que ella no sabía era que yo ya había leído su documento del ordenador. Unos meses después de esa cena, me enteraría que en realidad la visita al psiquiatra fue algo distinta a lo que nos contó en la cena. Le habló de lo que le pasaba, de lo que sentía, sin entrar en detalles escabrosos que tampoco le pidió. Dijo que era más habitual de lo que pensaba en personas con trabajos de responsabilidad y mando. Que muchos terminan aceptándose en sus contradicciones, evitando que ello perjudicara a su entorno, tanto familiar como profesional. Otros caían en la depresión y algunos más llevaban las cosas al extremo y el resultado era una vida de desorden. Que ella era una mujer fuerte, que podía sumir sus contradicciones, que era lo mejor que podía hacer, aceptarse…

Pasadas unas semanas, yo intento vigilar a mi madre, intento ver qué hace o donde va y todo parece tan normal… Tan cotidiano, tanto que empiezo a dudar si realmente leí bien lo que leí. Sin embargo, es ella quien nota su propia mejoría, hasta el punto que es el primer día que mi madre duerme bien. Al levantarse me ve desayunando, he madrugado para estudiar.

—¡Hola mamá!— Digo al verle entrar en la cocina.

—No sabes lo bien que he dormido hijo.

—¿Si? ¿Te está sirviendo eso que te han recetado?

—Para dormir al menos… Y para la depresión aún es algo prematuro, no han pasado suficientes días… Supongo…

—Vale mama. Toma, siéntate. Te he hecho café, ¿quieres? —intento ser más atento con ella después de todo lo que nos contó aquel día.

—No sé si salir hoy o quedarme en casa a leer y trabajar un poco… —ella espera a que le recomiende mientras se sienta enfrente de mi y coge una tostada con mantequilla untada.

—Como tú veas mamá. Creo que las dos cosas te sentarían igual de bien. —le contesto mientras le echo algo de café en una taza y se la ofrezco.

—No sé… Quizás salga a dar un paseo. Hace un día muy bonito e igual lo aprovecho…

—Ahora ya llega el buen tiempo. Apetece ir a pasear. ¿Quieres que te acompañe? —le contesto mientras veo como muerde la tostada mientras se oye el tintineo de su cucharilla al remover el café en su taza.

—No tranquilo hijo. Me estoy medicando, no soy minusválida. Además tú tienes que estudiar, que los exámenes están a la vuelta de la esquina y no quiero que bajes tu rendimiento.

—Esta bien… —digo escuchándola y dándole la razón.

—Tomaré el café, un par de tostadas y salgo un rato.

Desayunamos con la tranquilidad de un día entre semana, charlando de nuestras cosas. Como si todo transcurriera con la misma normalidad de siempre. Como si mi madre no estuviera inmersa en una encrucijada que hasta la había obligado a empezar a medicarse. Y lo peor de todo, se lo guardaba todo para ella, sin compartir nada con nadie, sin saber que había un viejo asqueroso acechándola incansablemente para llegar a su objetivo. Su sonrisa, mientras charlábamos, parecía un disfraz que ocultaba todo lo que sentía por dentro.

Cuando terminamos de desayunar, le dije que recogería todo, que no se preocupara por nada, que se cambiara y que saliera un rato a pasear. Ella accedió, se encaminó a su habitación y al cabo de un rato apareció en la cocina cambiada.

Impregnaba elegancia por todos lados. Apareció con una falda azul de tubo, que le llegaba hasta las rodillas en conjunto con una blusa cian, abotonada hasta justo por encima del escote. Sabiendo separar su elegancia con la provocación que siempre intentaba evitar. El pelo recogido en una coleta y unos pendientes de oro que reconocí fácilmente de las veces que se los había visto.

—Bueno Juan me voy. —Me contesta desde el marco de la puerta, despidiéndose de mi.

—Vale mama… Vas guapísima.

—¿Si? Muchas gracias. Nos vemos dentro de un rato, ¿vale? —me contesta sin mirarme mientras coge un pequeño bolso donde está su cartera, llaves y algunas cosas más.

—Vale mama.

Ella se encamina hacia la puerta de casa y sale hasta llegar al ascensor. Pulsa el botón y se pone en movimiento. Pero para su sorpresa, para en el rellano…

Es ella, Verónica. Mi madre se sorprende al verla entrar, va guapa, con su hija cogida en brazos. Risueña e inocente como señas de identidad. En cualquier otra circunstancia, Alejandra simplemente le habría saludado y ya está, pero el último pensamiento que tuvo en la cabeza fue la imagen que Don Fernando le puso cuando estaban en la piscina. Ella va con una camiseta color beige, algo holgada, pareciendo que quiere disimular un poco los grandes pechos que tiene y unos vaqueros bastante ajustados que reafirman el buen tipo que tiene.

—Uy, hola Alejandra ¿qué tal estás? —le dice a mi madre, sonriendo dulcemente.

—Hola Verónica… Bueno bien.. he tenido unos días de bajón y me he cogido unos días de fiesta.

—¿Si? Vaya, ¿pero estás bien?

—Sí, no te preocupes, se me pasará en unos días.

—Si necesitas cualquier cosa…

—Oye, ¿quieres que vayamos a tomar un café? Hace tiempo que no hablamos. —Dice mi madre se sopetón, aprovechando su disposición a ayudarla.

—¿Sí? Pues iba a ir al parque con Ana. —Dice haciendo referencia a su niña. —Podemos ir a tomar un café si quieres. —Le responde a mi madre sonriendo dulcemente, con esa cara de inocencia que siempre le acompaña.

—Me encantaría.

—Mira Ana…—Dice mientras le habla a su pequeña.— Vamos a ir con la vecina tomar un café ¿vale?

—Estás muy guapa Verónica. ­—le dice mientras la observa dándose cuenta de que es una mama joven muy guapa.

—¿Eh?— Dice levantando la cabeza, mirándola, quitándole la atención a su niña, mirando a mi madre, sin saber muy bien a que viene eso. —Gracias Alejandra. Tú también estás tan guapa como siempre.— Le vuelve a sonreír.

—Bueno, algo desmejorada estos días…

—¿Y eso? ¿es por lo que me has dicho de los días de bajón? —ambas salen del ascensor y salen a la calle mientras conversan.

—Sí, estoy algo estresada del trabajo.

—Bueno, si necesitas cualquier cosa, puedes contar conmigo, ¿vale?— Dice Verónica siendo amable. —¿Te apetece ir a las bolas?

—Sí, sí, claro. Vamos donde quieras.

Ellas se encaminan por las calles de la ciudad, hablando de sus cosas, la cordialidad está siempre presente y se nota que ambas se tienen aprecio. Cualquier persona se giraría a mirarlas, se complementan a la perfección, desplegando un aura hermosa que evoca en su conjunto.

Entran a la cafetería, se sientan en una mesa y ambas piden un cortado para acompañar la conversación. Pero Alejandra no puede aguantar más y le dice. —Oye Verónica… Te quiero comentar algo íntimo, es que tengo una duda y no sé con quién hablarlo. Ya sabes que en mi casa solamente hay hombres y esto es una duda más bien enfocada a alguien femenino.— Intenta bajar un poco la tensión de la pregunta.

—Claro Alejandra, ¿Qué pasa?

CAPITULO 16

—Es que mi esposo está muy pesado con que… —Se para, indecisa. Algo raro en ella. Nunca se había visto en una situación con esta.—Con que.. bueno… ya sabes… con que me depile.. pero yo no lo veo bien…—Sigue armándose de valor.— En confianza Verónica, ¿Tú lo haces?

Verónica la mira, no se esperaba una pregunta así. —Bueno… mmm… no me esperaba una pregunta así de tu parte Alejandra…

—¿Te ha molestado? Discúlpame Verónica, no era mi intención. Mejor olvida la pregunta.— Dice mi madre intentando salir del apuro.

—¿Eh? No, no, tranquila.— Dice intentando ser comprensiva.

—Perdóname si te ha molestado..

—Tranquila Alejandra, no me ha molestado. —Sonríe dulcemente como está acostumbrada a hacerlo.

—Déjalo, déjalo, es verdad… vaya preguntas se me ocurren.

—Bueno, a ver… No es una cosa que hable con mucha gente de esto la verdad…— Dice en tono bromista.— De hecho no lo hablo con nadie.— Pero sonríe levemente.

—Yo no te lo hubiese preguntado si no fueras tú… perdona…

—¿Te está insistiendo tu marido que te lo depiles?

—Sí… eso es…

—Yo, si te soy sincera, sí me lo suelo depilar, completamente. Sé que a Raúl le gusta así la verdad.— Dice mientras se empieza a sonrojar. Se le nota tímida y buena mujer.

Ella le coge de la mano por encima de la mesa. —Tranquila y perdona… No quiero ponerte en un apuro.

Su mirada se clava en su mano y se posa por encima de la mano de Verónica, mientras sigue.— Al final terminaré haciéndolo, gracias por compartir algo así conmigo.

—¿Sí? A ver, una vez te acostumbras es lo mejor, la verdad, porque no molesta nada.

—Mi pobre esposo ya sufre bastante girando la cabeza cuando ve una mujer con pechos más jóvenes como para que encima no le satisfaga en esto… —dice riendo en tono bromista, intentando suavizar la conversación.

—¡Jajaja! Calla anda, ya quisieran todos los hombres tener una mujer como la que tiene tu marido…

—Se cree que no me doy cuenta cuando las mira…— Prosigue.

—Alejandra, créeme, ya me gustaría estar como tú cuando llegue a tu edad.

—Bueno, yo creo que no estoy mal, pero él ya ves… A ti no te lo hace por eres su amiga… bueno nuestra amiga… Pero a veces hasta me da un poco de vergüenza… —continua, mintiendo, sin que Verónica sepa a qué se refiere.

—¿El qué le da vergüenza a Iván?— Dice desubicada.

—Como se le va las miradas a los pechos de otras mujeres… y tú… bueno.. no eres una excepción, sino todo lo contrario. —Indirectamente hace referencia a los grandes pechos que tiene Verónica.

—¿A mis pechos? —se sorprende.

—Sí… Creo que los míos están bien para mi cuerpo, pero no sé, se ve que tiene que tener alguna fijación.

—Bueno… —Ella intenta salir del apuro. —No creo que tengas que preocuparte la verdad, yo también he visto a Raúl mirar más de la cuenta a alguna chica. —Dice intentando sonreír. —Creo que es algo que acompaña a los hombre. Y muchas veces tienen fijación por cosas…  —Dice de manera muy sutil.— Aun que yo creo que a Raúl le gustan más los culos… No me he dado cuenta que se haya fijado en los pechos de otras mujeres.

Mi madre, intenta ir un poco más allá… sin saber muy bien por qué lo está haciendo… Como sintiendo la necesidad de saber ese tipo de cosas. Como si en el fondo de ella sí quisiera saber las respuesta a las preguntas que el viejo le hizo en su momento. —Es que… Verónica… Tú estas muy dotada por delante.— Dice mi madre sonriendo, intentando aparentar normalidad.

—¿Cómo?—Dice Verónica sorprendida ante esa afirmación.

—Bueno.. que tus pechos.. ya le debe satisfacer y por eso se fija en otras cosas…— Dice rebajando su afirmación.

Verónica se lo toma de una manera relajada. Como una conversación entre dos mujeres, vecinas, amigas.— Jajaja — Se ríe a su comentario. Le ha hecho gracia.— ¡Pues puede ser! No me había dado cuenta de que puede ser por eso jajaja

—La verdad es que Alejandra, me alegro mucho de que seamos vecinas y amigas, no tienes pinta de ser tan alegre y simpática si no te conocen. Y no sabes lo que se pierden al no conocerte.

—Bueno… ya tengo que ser suficientemente seria en el trabajo… —dice de manera complice —Yo no paso de la talla 90, pero para mi está bien, ¿no crees?

—Una 90 está muy bien Alejandra. No creo que sea necesario más, sobre todo para el tipo que tienes. —contesta a su pregunta.

Pero lo que Verónica no sabe que todo esto es para sonsacarle qué talla usa ella… Aunque ella no tiene pinta de decirle que talla usa. «Después de lo de la depilación, no puedo plantearlo directamente» Piensa mi madre. —Pero al parecer no le basta.

—¿No? ¿Enserio? ¿pero te lo ha dicho directamente que no le basta?— Pregunta Verónica, inocentemente, creyéndose que le hace las preguntas con buenas intenciones.

—No… No me lo ha planteado directamente… Pero sino, ¿por qué mira como mira a otras?

—Igual no son las tetas.. sino que mira a más jóvenes… Es hasta normal, ¿no?

—Bueno… No sé si es normal la verdad.. no quiero que se convierta en un viejo verde…

—Bueno… Mientras no se convierta como una persona como esa del tercer piso… ¿cómo se llamaba…? —dice pensativa, mirando hacia el techo, intentando hacer memoria para su nombre… —¿Alejandro?

Y en la mente de mi madre se clava ese nombre hasta lo más profundo de su ser, lo odia, lo odia con todas sus fuerzas.

—No… Se llama Don Fernando…

—¡Eso! Ya no me acordaba de su nombre. —Dice al recordar su nombre, sin pararse a pensar por qué mi madre sí lo sabe. —Mientras no se convierta tu marido en alguien así… —dice en tono bromista. —He coincidido un par de veces con él en el ascensor… y la verdad es que huele muy fuerte… y… bueno entre tú y yo Alejandra… es muy descarado…

—¿¡Cómo quieres que se convierta en alguien tan cerdoso!?—Dice sin querer pensar ni siquiera en ello.— ¿Descarado? ¿¿Pero te ha dicho algo??

—No, no, tranquila… no me ha dicho nada…—Responde sacándole hierro al asunto.—Pero es que una vez coincidí un momento con él en el ascensor… y… no paraba de mirarme… parecía que me desnudaba con la mirada… pero lo peor de todo es que una de las dos veces iba con Raúl en el ascensor… y le daba igual…

—Mejor no tenerlo demasiado cerca… —Responde ella.

—Sonreía… y me miraba… lo pasé muy mal… —la mirada se pierde en el infinito, como si por un momento se trasladara en ese momento en el ascensor.—Además, está muy gordo.

—Y va sucio…— Añade mi madre.

—Dicen que lleva divorciado mucho tiempo y que ni siquiera los hijos van a visitarlo…

Ella se empieza a poner nerviosa que le hable de él, intenta aparentar normalidad, apuntillando las frases que dice Verónica, pero por dentro empieza a sentir nerviosismo.

—¡Pero lo que más me sorprendió es que lo hiciera delante de Raúl! ¡Qué cara tiene!

—¿Y Raúl no dijo nada?

—Sí, lo peor de todo es que Raúl se dio cuenta, me lo dijo después… —Prosigue —pero no quería liarla delante de ese viejo.

—Bueno, no era culpa tuya…— la mira y se arma de valor.—El otro día en la piscina no paraba de preguntarme tonterías… ¿No lo viste?— Le dice a Verónica por si los vieron en la piscina juntos.

—¿Quién? ¿Don Fernando? ¿A ti?— Dice sorprendida.—¿Cuándo? No lo vi.

—Sí… Creía que lo habías visto.

—Nono, no vi nada Alejandra.

—¿Pero pasó algo?—Dice Verónica en tono muy serio.

—No por Dios.. solo que me agobiaba.

—Tengo que reconocer que te vi mala cara cuando saliste. Me sorprendió que no me dijeras nada y te fueras con esa cara…

—Pues todo fue porque ese cerdo no paraba de agobiarme mientras me bañaba.

Pero Verónica recuerda como cuando salía se colocaba el tirante de su bañador, algo que a ella no le cuadra.

—Vaya, no sabía que hablabas con él Alejandra… ¿Y qué te preguntaba?

—Nono, yo no hablo con él, Verónica.—Dice asustada al pensar que su vecina cree que se lleva bien con Don Fernando. Aunque haya tenido acercamientos con él, no quiere bajo ningún concepto que lo relacionen con él. Intenta inventarse algo rápidamente, para salir del paso con convicción.—Solamente… no sé, me preguntaba cosas de la comunidad.. de cuánto teníamos que pagar de derrama, que se yo…

—Ah.. menos mal, lo despacharías enseguida… jajaja —dice Verónica, ingenua, creyéndose el argumento. —Como buena abogada que eres.

—Es que el tipo es una lapa. Enserio…—apuntilla.

—Creo que ese viejo, con la única persona que se cortaría seria contigo, por miedo hacia ti.

—Espero no volver a verlo en mucho tiempo —Dice ella excusándose, pero sobre todo con ella misma, como una catarsis que le permite sobrevivir a la odisea que le está haciendo ese viejo.

—Yo igual… —dice Verónica posicionándose a favor de ella. —No quiero que me vuelva a mirar así en un ascensor con mi familia delante…

—No sin tu familia… que aún sería peor… el mal rato que pasarías…

—¿Peor? ¿Peor porque?

—Hombre, tú veras… si ya te miró así delante de tu esposo, que no haría si no estuviera él…

—Joder, espero que no.. ¿Crees que intentaría algo?

—No me extrañaría de él. —Dice mi madre intentando avisar a Verónica. —Verás Verónica, no quería decirte nada para que no te asustaras, pero el otro día él si te vio y me comentó lo guapa que eras y los pechos que tenías, tus piernas… Le corté en seco… claro…—Le suelta de sopetón, sin poder aguantarlo más, cogiendo de nuevo la mano para que no se asuste.

—¡¿Qué? ¿Qu-qué… Qué estás diciendo?— Dice Verónica, asustada, mientras quita su mano.

Teme por ella, más allá de obtener la información que le pidió el viejo, que lo intenta obtener sin saber muy bien porqué, en el fondo teme por la delicada, inocente y asustadiza vecina. No puede pensar qué le pasaría si cayera en las manos de ese indeseable. —Tú procura evitarlo y si no, lo cortas en seco. Es de esas personas que cuento más lejos, mejor. —Continua diciéndole mi madre, ya sin cogerle la mano.

—Pero Alejandra, ¿por qué te dijo eso?

—No creo que sea violento… Eso no…— Dice defendiéndolo sin ser consiente de que lo está haciendo. —Porque él es así… es un machista de mierda. —Le dice contestándole a la pregunta.

—¿Pero te lo dijo de repente? —Pregunta Verónica sin entender por qué le preguntó sobre ella. —Es que no lo entiendo… —Ella tiene cara de asustada, pero al tener la cara tan blanquita, enseguida se le nota algo colorada.

—Me dijo… mira… tú amiga Verónica.. qué guapa es.. y tal y cual…

—¡¿Enserio!?— Dice sin creérselo.—¿Pero tanta confianza tiene contigo para decirte algo así?

—Olvídalo mujer.. no tenía que haberte dicho nada. No creo que le haga falta tener confianza para decirme algo así. Es un engreído y lo sabes.—dice escudándose. Sabedora que cada vez sus argumentos son menos creíbles.

—Pero Alejandra, entiende que me asuste. —Dice Verónica insistente.—No creo que sea muy normal que el viejo ese te comente nada de mi, ¿No? ¿Tan cerdo es?

—Claro que lo entiendo… por eso no quería decírtelo. —ella intenta ser convincente. —Por lo visto sí, o un inconsciente, quién sabe. —Responde más aliviada, sabedora de que Verónica no piensa que ella y Don Fernando realmente hablaban de Verónica en otros términos. Se da cuenta que Verónica le tiene tan idealizada que no le permite pensar que ella y Don Fernando realmente sí estaban hablando en la intimidad del cuerpo de su vecina y amiga.

Ella ve como Verónica traga saliva, sin saber muy bien qué decir. Y decide continuar para intentar zanjar el tema lo antes posible. —Vamos, tranquila mujer… Si se sobre pasa contigo, me lo dices y le metemos una denuncia.

Verónica se pone cada vez más nerviosa.—¿Crees que debería hablarlo con Raúl? —Se nota que es joven, no es una mujer madura y segura.

—No se… Quizá reaccione mal y se monte una bronca innecesaria… Si no hace nada mejor dejarlo así como está… ¿No crees? —Intenta que parezca normal las cosas que hace ese viejo. Sin saber muy bien por qué lo hace.

Verónica mira hacia el suelo, no sabe qué hacer. —Pe-pero.. ¿Entonces qué hago? ¿Cómo que si no hace nada?

—Nada… yo creo que deberías mantenerte lejos de él.. y nunca provocarlo… Claro que esto ya se que no lo harías ni loca.

—¡¿Provocarlo?! ¡¿pero qué dices?! ¿Por quién me tomas?— Dice Verónica molestándose.

—Ya sé que no, tranquila. Entiende bien lo que te digo Verónica. —Usa ese tono serio de abogada, haciendo que Verónica no se tome tan mal lo que dice.

—Va-vale.. pero yo quiero a mi marido y jamás me insinuaría a nadie. Y menos a él.

—Sólo que si le metemos una denuncia no tiene que tener ni un resquicio de excusa.

—Va-Vale.

—Este tipo de hombres creen que nosotros somos sus piezas de caza.

—Confío en ti Alejandra… —A Verónica se le nota cara de preocupada.

—Gracias Verónica. Soy tu amiga, que no se te olvide. —le contesta apaciguándola — no le des más vueltas. —Verónica no responde a eso, está asustada, pero en el fondo confía en ella.

Mientas prosigue —Venga Verónica, hay muchos hombres así… No tenemos que asustarnos frente a ellos. Es lo que quieren. —Dice medio sonriendo y consigue tranquilizar a Verónica. Mientras piensa «Si supera lo que he llegado a ceder yo…».

—Vale, olvidemos a ese engendro. —intenta zanjar Verónica.

—Así me gusta.— Responde ella.

«Ojalá yo lo olvidara para siempre» Piensa. «El daño que me ha hecho y aun me hace no lo quiero para ella.», piensa ensimismándose. «En el fondo no soy más que una cobarde y una mujer débil» Pero las palabras de Verónica la devuelven a la conversación.

—Estos hombres… son todos iguales.— Responde Verónica rebajando la tensión. —Solo piensan en una cosa.— Dice sonriendo.

—Ya.. y se creen muy machos…

—Jajaja sí. Eso es verdad. —Y Verónica suelta una carcajada, risueña, demostrando que la guapura no es algo ajeno a ella.

Ella se fija en ello, mientras piensa. «Dios… No puedo ni imaginármela con Don Fernando sobándola… qué asco de hombre…»

Verónica continua devolviendo a mi madre a la realidad. —Bueno, ¿de qué estábamos hablando antes de que saliera ese viejo en la conversación? —dice mientras sonríe dulcemente.

—¡De tetas! Jajaja— Dice mi madre de sopetón, en plan guasa.

A verónica le pilla desprevenida y abre los ojos sorprendida.— ¡¡Ah si!! ¡¡Es verdad!! Jajaja.— Dice riéndose. El tono de la conversación es distendido. Ella ha conseguido reconducir la conversación hasta el punto de que Verónica se ría olvidando a ese viejo.

Se le dibuja una sonrisa en la boca. —Es verdad Verónica —prosigue.— Pero bueno… Mejor nos vamos retirando, que si nos oyesen… No te digo lo que pensarían de nosotras…

—Jajajaj vale Alejandra.

Se levanta y se dirige al a barra de la cafetería, con sus andares característicos, enfundada en esa falda de tubo azul y esa blusa color cian, haciendo girar varias cabezas de la cafetería. Paga, como mujer que siempre intenta quedar bien y salen del bar.

Una vez en la calle, Verónica le dice —Mi familia y yo ha tenido mucha suerte de teneros en el vecindario.

—Gracias Verónica… Es el mejor cumplido que podías hacerme.

—Es la verdad Alejandra. No tienes que agradecerme nada. —Ellas se ponen hablar, encaminándose hacia el bloque de piso. La conversación es distendida, se llevan bien, ambas sonríen, aun con la diferencia de edad, existe complicidad. La relación es buena.

La conversación se alarga hasta llegar al portal. Esta vez es Verónica quien abre el portal y ambas se introducen con la pequeña en brazos de Verónica. Llaman al ascensor…

Pero justo antes de darle al botón de subir, se escucha la puerta de la calle abrirse…

Verónica alza las cejas, sin saber muy bien quién puede ser. Como acto reflejo deja a Verónica entrar en el ascensor, se teme lo peor y quiere saber quien ha entrado. No quiere que sea esa persona, pero en el fondo, sabe que es él…

—Verónica, entra tú.. creo que es Don Fernando…

—¿De… de verdad?— Dice asustada.

—Me parece que sí. —Dice en un tono serio.—Tranquila, voy a entretenerle. No quiero que coincidamos en un sitio como este con él.

—¿Se-segura? —responde muy asustada, casi abrazando a su hija a modo de protección.

—Soy abogada, ¿qué crees que me va a hacer? —Dice aparentando seguridad. —Pero hazme un favor, pulsa el botón del cero cuando salgas del ascensor, ¿vale? Quiero estar el mínimo tiempo posible con él…

—De.. de acuerdo Alejandra…— Dice asustada, sin saber muy bien qué hacer.

—Besos… —Insegura, ve como la puerta del ascensor se cierra… «Dios… que no sea él… no quiero verlo… estoy muy débil aún… no puedo afrontar esto…» Piensa mientras mira hacia el portal y ve adivinarse una figura grande y gorda, muy parecida a Don Fernando.

Y ahí está, aparece con una camiseta blanca, manchada de grasa, la barriga sale levemente por fuera de la camiseta. Con semblante sonriente, no se sorprende que allí esté ella, ¿acaso sabía que se la encontraría?

—Hola vecina.

—Hola. —Dice en tono muy serio.

—¿Subes conmigo? —Dice en tono tranquilo.

—No, mejor no subo. Iré a comprar algo.

—Vas tan guapa como siempre… —Dice llegando a su lado. Pero ella decide irse de ahí, salir otra vez a la calle, cualquier lado mejor que estar ahí enfrente del ascensor con ese indeseable. Pero justo cuando se da la vuelta para salir, una mano le coge de la muñeca.—¡Espera!

—Déjeme Don Fernando.

—¿No me vas a saludar?

—Ya le he saludado.

—¿Por qué no te quedas y hablamos aunque sea 5 minutos?

—Déjeme— Nota la poca fuerza hasta en su voz.

—El otro día te fuiste muy rápido de la piscina. No te despediste de mi…

A mi madre, se le notan los ojos llenos de lágrimas. Recuerda todo lo que pasó en la piscina, junto con la medicación que está tomando, haciendo de ello un cóctel que está apunto de explotar.

—Vamos, tranquila cariño. —Don Fernando la coge por la espalda, medio abrazándola. Lo hace en mitad del portal. Pero a él no le da pena.

A ella le falta el aire… mientras ese viejo aprovecha para seguir diciéndole.—Shhh… tranquila Alejandra… Venga, subamos, se te pasará si subimos andando… —Y le coge de la mano encaminándola por las escaleras.

—No, prefiero subir en el ascensor… de verdad…—Dice a punto de echarse a llorar.

—Shhhh…. Confía en mi cariño. —mientras la intenta encaminar hacia las escaleras.

Casi en estado de shock por volver a verlo, oírle hablar y junto con la medicación que se está tomando, se deja arrastrar por él. Suben un tramo de escaleras, posicionándose de nuevo entre el portal y el primer piso. La para. Deja de subir escaleras. Se pone enfrente de ella y le dice—Anda cariño.. tranquilízate…— y con ese movimiento tan característico, le  vuelve a poner el pelo detrás de la oreja.

Ella a punto de derrumbarse le contesta.—M-me.. Me estoy… me estoy medicando.. me estoy medicando por culpa suya…— Es lo único que llega a decir. Esa es toda su protesta.

—¿De verdad? ¿medicando? Vaya.. no sabía que te gustase tanto. No hace falta que te engañes a ti misma y pienses que estás enferma. —Sonríe mientras se lo dice.

—Déjeme… por favor… estoy… estoy enferma…

—¿Enferma? No lo creo… deja de engañarte… y disfruta… sé que conmigo disfrutas más que con tu marido… Y eso que aun no hemos hecho prácticamente nada… —le contesta mientras intenta quitar las manos de su cara. —Mírame.

Ella mantiene la mirada baja, con los ojos llenos de lágrimas, a punto de estallar. El viejo acaricia una mejilla, pero intenta apartarlo sin muchas fuerzas.

—Te he dicho que me mires. —Dice en tono serio. Cogiendo su barbilla y levantando su cara.

Ella no puede evitar no hacerlo, cuando levanta su cara, lo mira a los ojos.

—Estás guapísima cariño. —Y se acerca a ella y le da un beso en los labios.

La respuesta de ella no se hace esperar y le golpe con fuerza en su pecho, una y otra vez.

Pero nada fuera de la realidad. El beso se mantiene en el tiempo. Mientras el viejo coge con fuerza sus muñecas para evitar que le siga golpeando.

Un segundo… dos.. tres… cuatro… cinco… seis… Y se separa de ella.— Me encanta como saben tus labios, cariño —Dice cuando termina el beso pero ella mantiene la boca cerrada. No le devuelve el beso. Resistiéndose.

—Me encanta como saben tus labios, cariño. —Le dice intentando poner sus manos en su barriga, por encima de esa camiseta blanca asquerosa. Él sigue su odisea. Deja de besar sus labios para empezar a besarla por la mejilla, mientras poco a poco baja a su cuello… «Me siento tan débil… tan nada…» Piensa mientras nota como desciende por su cuello.

—Disfruta… —Dice en voz baja cerca de su oído y baja por la superficie perfecta de su cuello. La fuerza sobre sus manos, disminuye, cada vez hace menos falta que el viejo retenga sus manos en su barriga. Hasta que después de varios minutos, el viejo deja de hacer fuerza en sus manos…

Y sorprendiendo a todos los presentes las manos de ella se mantienen en su barriga… Vencida… humillada…

El viejo, creyéndose triunfador, continua besando su cuello mientras ella siente siente su penetrante olor… — Veo que sois muy amigas Verónica y tú… ¿No?— Dice sorprendiéndola.— Os he visto en la cafetería San Remo…

—Dé-déjela a ella… por-por favor…

—No sabía que eráis tan amigas..

—Apártese de ella por favor. —Dice mientras aún tiene la cabeza del viejo entre su cuello y su clavícula.

—En la cafetería… ¿tenías buenas vista de sus tetas?— Dice osadamente, mientras ella sigue sin apartarlo de ella misma, con los ojos medio cerrados, debatiéndose entre la rendición y la resistencia.

—No me haga más daño… ya no puedo más…

—Si quieres que la deje… ¿eso significa que solamente me quieres para ti?— Sigue diciendo sin parar de besarla.

—Si, si, eso es…—miente para que así deje en paz a Verónica.

—Pero yo os quiero a las dos…

—Haré todo lo que desee… pero por favor… déjela en paz…

—¿Has indagado por las cosas que quiero saber de ella?— Sus manos se posa en su cintura, acercándola más a él.

—E-es-esta depilada.. si es lo que quiere saber…— Dice ella medio tartamudeando.

—¿Se lo has preguntado?

—Sí…

—Muy bien… te mereces un premio…— Dice humillándola.— Quiero que le preguntas esas cosas por mi… Así me gusta que seas buena…— Mientras llega al lóbulo de la oreja y lo chupa levemente.

Consigue estremecerla por primera vez. No puede controlar su cuerpo y sus respuestas. Y ya casi entregada, los labios de mi madre, buscan los del viejo. Pensando que así dejará en paz a Verónica, pero ante la increíble sorpresa de ella, es él quien se separa de ella.— ¿Qué coño haces? —dice separándola levemente de él.— Acaso te he dado permiso para que me beses?

Eso la descoloca completamente, que lo mira a los ojos, sin saber muy bien que está pasando. —N-no… Pe-pe-pensaba.. pensaba que.. que le gustaría… —Dice totalmente humillada.

—Quiero que obedezcas ¿de acuerdo?

—Pe-perdone Don Fernando… —dice sin saber muy bien por qué, su cabeza es un inmenso lío. «Pero que estoy haciendo…»

—¿Sabes qué talla de sujetador usa? —le pregunta e en tono serio. Sabiendo perfectamente que decir a cada momento.

—No… —su mirada está perdida. «Dios.. qué me está pasando, me estoy comportando como una simple sumisa…»

—Pe-pe.. pero he intentado que me lo dijera… —Dice totalmente ultrajada, humillada. Casi sin saber por qué le da las explicaciones a ese viejo.

—¿Pero te lo ha dicho?

—No… ella no me ha dicho nada…

—Joder… —Dice con semblante serio. —Gírate.

—¿Qué? —Eso le pilla de improvisto.

Pero sin esperar a que digiera eso que le ha dicho, el viejo coge la coge y la gira bruscamente dándole la espalda. Hace que se incline levemente hacia la pared de la escalera y sin esperar que hiciera algo así, sin imaginárselo, siente un azote en la nalga derecha… ¡¡PLAS!!. El sonido retumba en toda la escalera. Tu cara es una mezcla de sorpresa, miedo y enfado.

—¿Pe.. pero qué haces? —contesta sorprendida, dándose la vuelta de nuevo, aun digiriendo lo que le acaba de hacer el viejo.

Pero el viejo no pretende acabar ahí. Con tono serio y mirándola a los ojos le dice —Arrodíllate y pídeme perdón.

—¿Perdón?— Dice mi madre incrédula.

—Me has oído perfectamente.

—¿Pero quién se cree que es? ¿se piensa que soy su sumisa o algo parecido? Se está aprovechando de que estoy enferma…

—Hazlo, me merezco una disculpa. —Dice en un tono serio.

—Pe-pero… —Ella empieza a dudar. Hasta para hacer eso.

—Te has portado mal…

—¿La.. la dejará en paz? Dí-dígame que.. que la dejará en paz… Que.. Que no le hará nada…

—Está bien… No le haré nada…

Ella aguanta la mirada al viejo. Sabe que no puede fiarse de él. Sabe que posiblemente esté mintiendo, solamente para conseguir su propósito de verla postrada frente a él. Ver arrodillada a la vecina que tanto tiempo le ha mirado por encima del hombro y que ahora la tiene frente a él a casi su disposición.

Ella lo mira, dudando si hacerlo o no, pero algo le hace acceder… Y sin perderle la mirada, se arrodilla frente a él.. en las mismas… Y una vez está arrodillada, él continúa. —Venga, dilo.

—Pe-pe-perdóneme Don Fernando.—

Mi madre nota como una mano se posa en su cabeza.

—No le haré nada que ella no quiera…—Sonríe en esa situación tan humillante para ella.

Ella nota como acaricia su cabeza. Dejándose hacer. Intentando auto convencerse que no le queda más remedio que acceder a tal humillación. Arrodillada, frente a él, acariciándole la cabeza como si fuera una niña pequeña. Con la cabeza a la altura de su paquete…

—¿Te vas a comportar bien cariño?

Duda… duda si contestar… pero un hilo de voz sale de su boca. —S-sí…

Don Fernando sonríe, teniéndola justo donde quería. Totalmente entregada, totalmente humillada. Se acerca un poco más a ella, dejando su paquete a escasos quince centímetros de ella. —Espero que no se vuelva a repetir, ¿entendido? —totalmente dominante. —Si quiero saber algo de ella, tu tienes que intentar descubrirlo.—

Temblorosa, aún sin creerse que está arrodillada frente a ese cerdo le contesta.—N-no.. Don Fernando.

Con la cabeza mirando hacia el suelo, él posa dos dedos en su barbilla, intentando levantarla. Ella no quiere mirarlo. Pero sin embargo, él aprovecha y acerca un poco más su paquete.

«Dios mio…» Piensa mi madre, antes de que suceda lo inevitable. Y es que, sonriendo, Don Fernando coge su cabeza y la aprieta contra su paquete. Por primera vez nota el miembro de ese viejo, nota su pene duro. —Lo notas, ¿verdad?

Ella suplicantemente, lo nota en su mejilla. Mientras solo puede decir.—No.. por favor.. aquí no Don Fernando…

—Pronto vas a querer esto más que a tu hijo y a tu marido… —Dice triunfante, con la cabeza de ella pegada a su entrepierna. —¿quieres que la saque?

Mi madre se queda muda, notando su pene duro en su mejilla.— Aquí no.. de… de verdad Don Fernando…

—¿No?—

—No quiero que nos vean…

—Esta bien… no pasa nada… —Sorprendentemente, el viejo se separa de ella. Y no solo es que se separe, sino que la coge de las axilas y la incorpora poniéndola de pie. Ella, sorprendida se deja hacer, sin entender muy bien qué está sucediendo. —Ya que no quieres que la saque, entonces bésame. Pero no quiero un beso normal. Quiero probar tu lengua. Un beso que nunca le hayas dado ni si quiera a tu marido.

Mi madre mira a los ojos al viejo. La situación le supera por momentos. No le salen las palabras. Ese abyecto personaje está llevándola al limite. Pero no le queda otra opción. Sin decir nada, se acerca a él, mientras ve como el viejo sonríe. «Qué estoy haciendo… que asco.. que hago…» Nota como las manos del viejo se ponen en su nunca, acercándola aún más a él hasta que los labios turgentes de ella se unen con los del asqueroso vecino.

Nota como el viejo abre la boca, intentando acceder a su interior. A un lugar donde solamente han podido entrar muy pocos elegidos. Sin evitarlo, ella abre la boca apenas unos milímetros, suficiente para que la lengua de ese viejo entre en su cavidad bucal, notando su lengua como la profana. Sin parar su odisea, el viejo posa sus manos en sus nalgas, acercándola más a él. Ella, sin poder hacer nada, se siente apretada contra él, pero solo puede cerrar los ojos, no quiere ver su cara. Mientras sus manos están posadas en su barriga, haciendo una fuerza estéril para apartarse de él. Fuerza apenas inexistente.

—Bésame… Como nunca has besado a nadie…— Dice en voz baja.

Sin decir nada y sintiendo un profundo asco. Le vuelve a besar ella a él. «Siento asco, pero lo hago.. lo hago por Verónica.. o por mi… Ya no lo sé…» Y mientras piensa, nota como el viejo intenta jugar con su lengua. Cosa que consigue muy levemente.

Se vuelve a separar de ella mientras le dice.—Quiero que le vuelvas a preguntar a Verónica qué talla de sujetador tiene, ¿de acuerdo?

Apretada contra él, siente la dureza de su pene… de su polla…

—Pare Don Fernando… Aquí nos pueden ver… Por favor…— Dice mi madre escapando de su boca.

Pero él coge tu mano posada en su barriga y la baja, hasta llegar a su paquete… Notando la dureza de su pene, ahora con su misma mano.

—Quiero que averigües su talla de sujetador.

—Intentaré sonsacárselo, Don Fernando.. De verdad…— Responde mi madre, sin decir nada de su mano en su paquete.

—Prométemelo.

—S-se lo prometo… pe-pero no sé si lo conseguiré…

—¿Cómo que no?—

—Lo intentaré…— Y nota como una mano que tiene posadas en sus nalgas, le da un pequeño azote… “¡PLAS!”.

—¡¡Ay!!

—Quiero que me digas que sí.

—Don… Don Fernando…— Pero ella ya no se queja por el azote…

—¿Si o no?

—Pero.. y si no me lo dice… ¿qué hago?

—Insistir joder. Invéntatelas, ¿acaso no eres una abogada? Si quieres le puedes decir que te lo he preguntado yo, igual así te lo dice encanta.— Dice con sorna y superioridad el viejo, sonriendo levemente.

—Usted no conoce a Verónica, Don Fernando.

El viejo empieza a besarla otra vez por el cuello, esta vez pegado a ella completamente, su barriga está pegado a su torso y su mano está en el paquete.—¿Y? Qué mas da que no la conozca?

—E-es.. es muy suya y no le gusta que le saquen según qué temas…

—¿No? Pero te dijo que lo tenia depilado, ¿No? ¿O me has mentido también?

—¡Nono! No le he mentido. Eso si que me lo dijo…— Dice excusándose.

Mientras su mano derecha va acariciando tosa su espalda, casi desde el cuello hasta el culo.— ¿Me prometes que no mientes?

—S-se.. se lo prometo…— Le contesta mientras nota como le besa el cuello y su lengua dibuja círculos sobre su pie …

—Y como castigo, quiero que le preguntes algunas cosas más… —Dice sin quitar la cabeza de su cuello.

—¿Qué?—

—A parte de su talla de tetas.— Dice siendo muy ordinario hablando, algo que le da mucho asco a mi madre. —Quiero que le saques dos cosas mas; quiero saber cuantas veces folla a la semana con su marido… Y quiero saber si le gusta chupársela…

—Don Fernando… Por Dios… Quítese esas ideas de la cabeza… ¿Cómo quiere que le pregunte algo así? —Dice asustada.

—¿Lo harás por mi?

Ella intenta salir del paso como puede.—¿Acaso no tiene suficiente conmigo?—

El viejo sonríe.—¿Prefieres responder tú a esas preguntas? ¿Tú se la chupas a tu marido? —Sonríe, con sorna. Sabiéndose superior en todo momento.

—No meta a Iván en esto… por favor…

—Responde joder. ¿Te gusta chupársela?

A ella jamás le habían preguntado por algo asi… «Qué cerdo llega a ser…¿por qué lo soporto?» Piensa. «¿Cómo he permitido que pase algo así?»

—¿No vas a responderme cariño?

—…—Se mantiene callada. Con semblante serio. Intentando resistirse.

Pero el viejo coge la mano de mi madre que está en su paquete y la aprieta aún más…

—Es algo íntimo Don Fernando…

El viejo, aun besando su cuello y su oreja le susurra… —Nuestras cosas íntimas puedes contarlas.. no me importa…

—Está usted loco Don Fernando. Nadie debe de saber esto… No… No lo irá contando por ahí, ¿Verdad?

—¿Yo?—Dice sonriendo—No te preocupes, es nuestro secreto.— Dice confiado.—¿Quieres que sea nuestro secreto?

—Sí, por favor…— Dice admitiéndolo.

—¿Si que?

—Quiero.. quiero que sea nuestro secreto.. Na-nadie debe saberlo…— Sin darse cuenta, está cayendo en la trampa tendida por Don Fernando. Creando una especie de relación en la que ambos se guardan secretos.

—Muy bien cariño, será nuestro secreto. Hasta que lo quieras contar…

—Nunca lo contaré, Don Fernando… Nunca…

—¿Segura cariño?— Se ve muy seguro de si mismo.—Igual llega un momento en que quieres contárselo a todos…—«Me moriría de vergüenza que alguien supiera lo que he hecho y me he dejado hacer ya...» Piensa mientras el viejo sigue.—Y que sólo desees que todos sepan que soy tu AMO.

—¿Amo? Nu-nunca ocurriría esto Don Fernando y… nunca será mi.. mi amo…— Dice indecisa, sin que jamás pensara que pronunciaría una frase así.

—Bésame.—

—No.. No quiero seguir… us-usted se cree que soy suya.. que es mi amo.. no.. no puedo admitir eso…

—Vamos bésame, sé que quieres. —Pero mi madre no retira la mano de su paquete.—Si no, no estarías aquí conmigo cariño. Mira donde está tu mano derecha…—Dice haciendo referencia a la mano que tiene en su paquete…

—Vamos, dame un beso…—

«Dios…»

Y sus manos se vuelven a posar en sus nalgas. Ella acerca de nuevo los labios a los suyos, obedeciendo estúpidamente. Mientras él sonríe cuando la ve moviéndose hacia él. Deja que su mano acaricie su nalga. Él es sabedor que tiene unas nalgas que ya quisieran muchas de su edad. Y él también sabe que un tío como él jamás podría tocar un culo como ese, ni en sus mas profundos sueños.

Ella nota como su mano se mueve por su glúteo, por encima del vestido. Nota su mano fuerte, intentando abarcar toda su nalga. Sabe que su marido jamás le ha tocado el culo como lo está haciendo el viejo, porque más que tocar, está sobándoselo. Ella misma ni se reconoce.

—Bésame cariño —Mientras que la otra mano la aparta de la mano que tenía apretando su paquete… Con la sorpresa de ella misma, viendo como se queda sola apretando el paquete, sin que él la esté agarrando.

Por primera vez, busca sus labios, con asco, con deseo. Mientras su otra mano acaricia su paquete, nota como la mano del viejo acaricia su nalga. Llenándose de contradicciones.

Y se besan, se vuelven a besar. Ambos abren la boca y sus lenguas juegan levemente. Ella se deja llevar, mientras piensa «Estoy vacia… Ya ni siquiera pienso en que alguien nos pueda ver.. simplemente no pienso…».

El viejo se separa un momento para decirle.—Vas a ser buena y le vas a preguntar eso a Verónica?—

—Sí…—Dice momentáneamente para seguir besando sus labios.. esperando su lengua…

El viejo se responde el beso, introduciendo su lengua en su boca. «Tengo ganas de llorar… de llorar por mi…» Piensa mi madre, mientras el viejo busca tu lengua.

Ambos cuerpos se arriman, están completamente pegados y mi madre empieza a notar las babas que inundan su boca. «Viejo cerdo…» Se atreve a pensar mi madre.

—Mmmmmmhhh…—El viejo hace ruidos mientras la besa… Ruidos de cerdo…

Eso le asquea, pero ya es tarde, sabedora que ya no puede volver atrás.

Mientras él nota como ella cada vez está mas entregada. Cada vez es más suya… La separa momentáneamente y la mira. Se encuentra a una mujer con los ojos medio cerrados, sonrojada y con saliva alrededor de los labios, después de esos besos tan obscenos. El viejo sonríe al verla.—¿Entonces qué le vas a preguntar cariño?

—Por.. por sus tetas.. po.. por si.. por si se la chupa a su esposo… —hasta utiliza su lenguaje ordinario. Su sucia manera de hablar. —Si.. si le gusta hacerlo… y… cuantas veces lo hacen…

Y el viejo acaricia su pelo. En modo aprobación por acceder a sus peticiones.

—Seguro que casi no follan, su marido tiene pinta de maricón.— Dice intentando humillar a Raúl. —Tiene pinta de maricón como tu marido.—

—No hable así de Iván.— Dice dejando de besarle, de tocar su paquete y alejándolo lo suficiente como para que él no pueda tocarle el culo. Justo en ese momento, se oye como entra gente en el portal. Ella se pone totalmente alerta. «Mierda, ya se me había olvidado que estamos en las escaleras… Dios mío… Nos van a ver…»

El pánico se apodera de mi madre y le da un empujón, subiendo las escaleras para arriba. Dejando a ese viejo en mitad de la escalera que la observa como sube apresuradamente hacia su casa. Ella, se gira levemente para ver qué hace el viejo y cuando se gira lo ve mirándola, sonriendo, acomodándose el pantalón y mirando hacia abajo para ver si coinciden con las personas que han entrando en el portal.

Pierde de vista al viejo hasta llegar a casa. Tarda en abrir la puerta debido a sus nervios, se siente sucia. Va directamente a la ducha. Quiere sacarse el olor… el olor de él..

Yo desde la habitación oigo como entra alguien en silencio. Sin ni siquiera saludar.  Algo extraño. Pero por las horas que son, sé que es mi madre. Salgo de la habitación y solamente es el silencio quien hace acto de presencia.

—¿Mamá?— Le digo desde el pasillo.

—Ahora vengo hijo… —me responde desde la habitación.

—¿Ya estás en casa?

—Necesito una ducha.—dice desde la habitación con la puerta entornada.

—¿Pero qué te pasa?

—Nada. ¿Qué quieres que pase? Hace mucho calor ahí fuera…

Ante frase autoritaria me quedo callado. Veo como termina de cerrar la puerta, sin mirar atrás.

Mi madre una vez en la habitación, deja la blusa en su sillón esquinero. Nerviosa, temblando del susto… Aunque más bien, temblando de todo. Busca en su neceser. Se toma la pastilla. «Me ayudará…», piensa mientras se la traga. Se queda parada durante unos instantes, intentando calmarse. Se deshace de toda su ropa y se pone un batín de seda negro. Inspecciona su ropa y mira sus bragas. «Por Dios… Mis bragas están mojadas…». Intenta quitarse la imagen de la cabeza. Sin saber muy bien qué está haciendo, debido a los nervios, se mete en el cuarto de baño que está en su misma habitación.

—Necesito una ducha… —dice para si mientras enciende el grifo y el agua empieza a caer por la alcachofa. A los pocos segundos ya se encuentra debajo del agua, sin que sus pensamientos puedan desviarse de todo lo que ha vivido. La pastilla que se ha tomado, tampoco ayuda a eso. «Dios.. Qué vergüenza… ¿Cómo he podido?» Piensa en silencio mientras el agua golpea su cara y su cuerpo. «Cada vez consigue más cosas… Todo lo que se propone…». Ella empieza a pensar en ese viejo, su asqueroso cuerpo, su asquerosas manos, le da hasta algo de grima. Pero también piensa en su osadía, en como no tiene complejos de hacer todo lo que hace y decir todo lo que dice. A ella. A toda una señora a la que el mundo la trata con respeto, hasta con algo de admiración, y sin embargo él no tiene ningún complejo en arrodillarla delante suyo y ponerle su paquete en la cara. Sin saber muy bien porque, coge la alcachofa… Ella sigue con los ojos cerrados mientras el agua cae en su cara, inmersa en esos pensamientos cada vez más perversos, cada vez más bajo los efectos de esa pastilla euforizante… Y el chorro del agua… cada vez llega hacia más abajo… hacia abajo… hasta llegar a su entrepierna… Hasta enfocar directamente a su sexo… a su clítoris… «Mierda… Ya no puedo más…»

—Ah….— Se le escapa mientras se apoya con una mano en la pared.—Dios mío… qué.. qué estoy haciendo…— Pero en su mente aparece su figura arrodillada frente a él. En las mismas escaleras, viendo la imagen poderosa de ese viejo que consigue todo lo que quiere de ella. —Ah… No.. no puedo parar…— La imagen de las palmadas en sus nalgas…—Ah… mierda… qué me pasa…— Y de repente…

Se oye la puerta de tu habitación.

¡¡TOC TOC!!

—¿¿Mamá?? ¿¿Estás bien??— Digo yo desde el pasillo, fuera de la habitación.

Mi madre al oírme, quita la alcachofa de entre sus piernas, con la cara visiblemente colorada.—Me.. me estoy duchando hijo…— Dice ella entrecortadamente.

«Dios mio… Qué estoy haciendo… Iván… mi hijo.. no puedo caer en esto…» Piensa entre la excitación y el arrepentimiento.

Pero no puede parar. Sabe que está a punto de correrse y no puede parar. «Los quiero… los quiero a ellos… solo a ellos…» Piensa mientras la alcachofa apunta directamente a su clítoris. La imagen mía y de papá se dibujan en su mente, a modo de redención mientras se empieza a correr. Un grito sordo. Su boca entreabierta con su cara pegada en la pared avecina un orgasmo silenciado. Sin saber muy bien si se debe a su repentino arrepentimiento o su sucio pensamiento, mientras por su cara resbalan algunas lagrimas. «Nunca más… nunca más…». Se siente mal, muy mal, pero también más relajada.

Ella sale de la ducha, evidentemente más relajada. Mientras se seca, por su mente solo pasa una cosa y es arrepentimiento. Termina de secarse mientras se promete a si misma que nunca más volverá a pasar.

Al cabo de unos minutos, oigo a mi madre salir de la habitación mientras yo estoy en la cocina.

—Hola mamá. —Le digo mientras la veo aparecer en la cocina con un batín negro. —¿Qué… qué haces así?

—Hola hijo.— Veo como me sonríe. —¿Así? No sé, ahora me vestiré.

Yo nunca la he visto pasearse con batín por casa. No me explico que está pasando. La noto rara.

—¿Sabes hijo? Te quiero, te quiero, te quiero. —Dice de forma acaramelada. Nunca se ha comportado así.

—¿Qué?—Digo yo sin entender nada.

—¿Qué? ¿No puedo decírtelo?

—¿Qué te pasa? Estás rara…

—¿Qué me va a pasar? Estoy bien… Mejor que nunca hijo.— La pastilla está haciendo su efecto.

Mientras yo la miro, sorprendido ante su nuevo comportamiento.—Pero mama… ¿Dónde has ido?

—Ya te lo dije… A dar un pase… Lo necesitaba.— Se acerca a mi y pasa la mano por la cabeza, revolviendo mi cabello.— Estoy de baja para esto hijo…— Me dice mientras juega con mi pelo y yo la miro, dejándola hacer.— Para pasear… leer… disfrutar un poco de la vida…— Su falsa euforia, provocada por el euforizante recetado por la psiquiatra hace que se comporte de esa manera. Inducida y simulada al mismo tiempo.

Yo la miro sin saber muy bien qué decirle. Ante mi mirada, mi madre quita la mano de mi pelo.— ¿Qué te pasa hijo? ¿No te parece bien?—

—¿Q-qué? Claro.. claro que me… me parece bien…— Noto su actitud rara.

Ella se separa de mi, mientras me dice.—Me voy a poner algo que nunca me has visto… Ya me dirás si te gusta.

—¿El que mamá?

—Quiero ponerme guapa para tu padre…

—¿Qué? —digo asustado y a la vez sorprendido por sus palabras.

La veo desaparecer de la cocina y al cabo de unos minutos aparece otra vez en la cocina. Aparece totalmente arreglada. Con una falda de cuero, negra. Muy elegante, que llega hasta las rorillas. Una camisa de seda de color grisáceo y unos tacones negros, con tacón.

—Estoy segura de que a tu padre le gustará…— Dice mientras la observo así de radiante. Yo me quedo mirándola, sin decir nada. No sé que decir.

—Creo que voy a ir a buscarlo al trabajo, ¿Crees que le gustará si lo hago?— Dice mi madre mientras valora el ir a buscar a mi padre. Llevada por las ganas que tiene de verlo, por el arrepentimiento de todo lo que ha hecho. O eso es lo que ella se intenta creer. Porque lo cierto es que la imagen de Verónica y del viejo no consiguen salir de su mente. Sabe que ella está apunto de salir de trabajar y valora seriamente encontrarse con ella.

—¿Vas a ir a buscarlo al trabajo mamá?— Digo sin entender tu comportamiento.

—Sí, creo que sí. —Me miente mientras la veo coger las cosas para salir de casa.

—Luego nos vemos hijo. —Se acerca a mi, la veo imponente, guapísima, hasta casi más radiante que nunca y me da un beso en la mejilla. Puedo oler su precioso aroma. El que siempre le acompaña. Sé que mi madre está un poco rara, pero no le digo nada.

Ella una vez en la calle, sale en la dirección donde se puede encontrar con Verónica, tomándose algo esa misma mañana le dijo que iría a comprar unas cosas al centro comercial. Una vez allí, se fija en la gente que se cruza, sin encontrarla. Pasa tanta gente que empieza a dudar si realmente se encontrará con ella. Pero una melena rubia al final de la calle, ilumina la cara de mi madre.

—Hola Verónica… Qué casualidad…