El advenimiento (Capítulo 13 y 14)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPITULO 13

Sobre el mediodía la puerta de casa se abre y un olor a perfume nuevo inunda toda la casa.

—¡Hola mama! —salgo de la habitación al oírle entrar en casa. Huelo un perfume que hasta la fecha no había olido nunca.—¿Qué tal? Qué tarde vienes…

—Hola hijo… Voy a preparar la comida… —Su actitud no es la misma que la de siempre. Casi ni me mira, como si escondiera algo.

—Con lo tarde que es, pensaba que ya no vendrías a comer…

—Si bueno... El trabajo… Ya sabes… En un momento hago la comida... Lo siento…

—Vale mama, no te preocupes. —la veo pasar por el pasillo hacia tu habitación. Va tan guapa y elegante como siempre. Con su camisa blanca, falda roja, tacones y ese pelo ondulado y moreno que tan bien le queda.

Oye, ¿Y la otra bolsa donde está? —me pregunta una vez entra en la cocina, haciendo un recorrido visual a toda la cocina mientras se pone el delantal.

Yo no sé como decírselo. Sé que se vas a enfadar. Solo me sale un titubeo. —Es-esto… bueno… Di-dijiste que tenia que venir a traer la bolsa de la compra, ¿no? —pregunto evitando decir su nombre.

—Sí, ¿no vino?

—N-No… —digo sin mirarle directamente a la cara.

—Pues ya puedes ir a buscarla mientras yo preparo la comida, sino no tendremos cena.

—¿Qué? ¿pero que dices mamá? ¿cómo quieres que baje a su casa? —digo algo asustado. —Es una broma, ¿no?

—Que bajes a su casa a buscarla te he dicho. —sus palabras denotan mal humor.

—Pe-pero mama… —Digo temeroso de su reacción.

—Vamos, ya eres mayorcito. Yo no voy a ir, eso seguro.

—Pero mama, ¿cómo quieres que baje a su casa?

—Pues caminando.

—Da igual, que se quede la bolsa.

—Pues bajas, o esta tarde vuelves al supermercado a comprar, yo tengo cosas que hacer.

—Pre-prefiero ir al supermercado..—Digo asustado.

Mi madre con el delantal puesto se me queda mirando. —No te va a comer.

—¿Qué no me va a comer? —digo incrédulo ante ese comentario. —Mamá, mientras más lejos de ese hombre mejor…

—Pues sí. Bueno, tengamos la comida en paz.

—Vale, ¿habían muchas cosas en la bolsa?— digo tragando saliva, no me gusta estar en esta situación.

—No, solo unas hamburguesas y verdura. Así que vete a comprar esta tarde y no le digas nada a tu padre, que te va a reñir.

—Menos mal… Era poco…

—La verdad no pensaba que le tuvieras tanto miedo.

—¿Qué?

—Tienes que aprender a afrontar las situaciones. No siempre vas a tener a tu mamá.

—N-no… No le tengo miedo… Es-es que… N-no me gusta ese hombre…— Me pongo muy nervioso de repente. La noto algo distinta —es-es que... Mi-mira... Mira lo que pasó la otra vez que bajamos…

—¿Crees que a mi me gusta? Si bueno... mejor lo olvidamos… ¿No te parece?

—No… Claro que no, no lo decía por eso… Si.. Vale… mejor lo olvidamos. No-no.. no quiero que se vuelva a repetir algo así… —se me nota el nerviosismo.

—No se repetirá, no temas. —De repente, la voz de mi madre vuelve a sonar serena, autoritaria, llena de personalidad.

Miro hacia el suelo, no me atrevo a mirarle, de mi boca solo sale un “vale” fino y escueto.

—Por cierto, ¿qué día nos bajamos a la piscina?, empieza a hacer calor.

—¡Sí! ¡creo que la abrieron hará una semana! —respondo mas animado —podríamos bajar este sábado papá, tú y yo, que hace tiempo que no hacemos nada juntos…

—Espero que pueda venir.

—Aunque bueno, el sábado… Creo que me comentó que tenía que ir a visitar a la abuela.

—¿Enserio? Oh.. vaya…

—Aunque bueno, si quieres podemos ir mañana mismo que no habrá prácticamente nadie.

—¿Mañana? vale, yo mañana jueves no tengo clase, por la mañana podría bajar un rato.

—Vale, yo llamaré a la oficina y ya está.

—¿Segura? ¿estás bien con eso? Sino lo podemos dejar para otro día, tranquila.

—Sí, sí, no te preocupes. Después trabajaré en casa y ya está. —Yo nunca me acostumbro que al ser la coordinadora de la sección de derecho laboral del bufete, puede permitirse ausentarse un día presencialmente.

—Por algo mando, ¿no? —Por primera vez veo media sonrisa dibujada en su cara con algo de complicidad hacia mí.

El día pasa con normalidad, mientras ambos comemos. Más tarde, yo me encierro en mi habitación para estudiar un poco mientras ella se sienta en el salón con la Tablet, mientras la televisión suena de fondo. La paz vuelve a reinar en esa casa, pero no es una paz normal, parece que es una paz inquietante, como algo o alguien inquietante que poco a poco está cerciorándose encima nuestro. Yo no paro de dar vueltas a su actitud a la hora de comer, ¿por qué estaba tan arisca? ¿Será por culpa de ese viejo? ¿acaso ha tenido un encuentro con él? Espero que no… pero, ¿por qué me ha dicho que no me va a comer? ¿qué quiere decir? Ella lo odia, ¿pero de verdad estaba dispuesta a que yo bajara a su casa a por la bolsa? Dios… Tengo que dejar de pensar en estas cosas y evitar que me siga atormentando. Yo confío en mi madre, sé como es y estoy seguro que es capaz de pararle los pies a él y a cualquier persona.

La tarde pasa, consigo concentrarme en el temario que tengo que estudiar hasta que la sed me obliga a hacer un parón y salir de mi habitación. Ahora es el mejor momento para ir a comprar eso. Aprovecho y entro en el salón.

—Mamá, voy a comprar eso, ¿Vale? —Yo ya estoy preparado para salir de casa. —Ahora vuelvo.

De camino al supermercado me enfrasco en mis propios pensamientos de nuevo. Los acontecimientos que pasaron hace una semana, han vuelto a salir a flote, y no puedo evitar pensar en ello. Ella me ha dicho que vaya a su casa a por la comida, con mucha naturalidad. Parece que no le hubiera importado que bajase, ¿realmente estaba de acuerdo con que bajase a su casa? ¿por qué ahora no le importa que hiciera tal cosa? ¿por qué habla con esa naturalidad de un acontecimiento tan escabroso como ese? ¿qué está pasando aquí? Espero que todo esto sean pensamientos míos…

Sin darme cuenta llego al supermercado y me pongo a comprar las cosas que tenía esa bolsa. Al rato, vuelvo a casa.

—¡Ya estoy en casa!— Te veo con la mirada perdida en la Tablet. —¿Lo guardo en la nevera? —Ella ni siquiera me mira.—¿Mamá?

—Sí.— En una afirmación seca, suena bastante rara. Mientras yo sigo como si no ocurriera nada. —Ya Está todo en la nevera. Al final tampoco ha sido para tanto, ¿no?.

—Bueno, no ha sido normal volver a comprarlo, pero bueno, ya está.

Yo no respondo a eso. La noto seria. Pero intento aparentar normalidad. —¿Entonces mañana vamos a la piscina? ¿Qué te vas a poner mañana para el baño?

—Mejor el bañador que el bikini. No me gusta llevarlo delante del vecindario.

—Esta bien… ¿El azul oscuro?

—Sí, tenía pensado ese mismo.

Justo en ese momento, oímos abrirse la puerta de casa. Es papá, que ha llegado de trabajar. Al llegar él, toda la tarde/noche ocurre como cualquier otro día. Cenamos y a las 11 nos vamos todos a dormir.

Al día siguiente, sobre las 10 de la mañana, oigo a mi madre desde la cocina.

—Hola mama, buenos días.

La veo preparando tostadas, el café y organizando todo para bajarnos a la piscina. —Es tarde ya, toma unas tostadas y nos vamos.

—Vale. Me doy prisa mama. —Digo mientras me pongo a desayunar, algo apresurado. Al terminar, voy a mi habitación, me pongo el bañador y le hablo desde la puerta.—¡Mamá, ya estoy!

—Muy bien hijo, voy a cambiarme. Me preparo y bajamos.

—Está bien mamá.

Al cabo de unos 10 minutos veo a mi madre salir de su habitación con un vestido estampado de flores muy holgado, de los típicos que se utilizan para ir a la playa, lleva un pequeño bolso de mimbre donde tenemos todo lo que necesitamos para bajarnos a la piscina.

—¿Vamos hijo?

—Eh… sí sí… —me quedo mirándola, está preciosa.

Bajamos por el ascensor hasta la planta baja y nos adentramos por el patio en común que tenemos en nuestra vivienda. Todo parece normal, la temprana hora de la mañana hace que no se oigan muchos ruidos por el vecindario. Hasta tal punto que cuando llegamos al recinto donde está la piscina solo vemos unas pocas hamacas donde hay sobre todo gente mayor leyendo el periódico o desayunando.

El recinto no es muy grande, pero es lo suficiente como para tener una piscina comunitaria no muy grande junto a una pequeña parcela de césped artificial donde la gente nos solemos poner con las hamacas.

Mi madre me indica donde ponernos más o menos y cojo un par de hamacas para ponernos cómodos. Ponemos nuestras cosas al lado y me dispongo a sacarme la camiseta y quedarme en bañador. Hay algo que hace no perderme detalle de los movimientos de mi madre, como si estuviera deseando que se quite el vestido y verla en bañador. Ella actúa de manera normal, no se siente observada por mi. Agarra el vestido de manera cruzada con sus manos y se lo quita por la cabeza. Aparece ante mi un bañador de color azul oscuro que se ciñe perfectamente a su silueta. Ni muy holgado, ni muy apretado. Lo suficiente como para darse cuenta que le sienta espectacularmente bien. Ella actúa con naturalidad, se sienta en la hamaca mientras se pone algo de crema y se tumba para relajarse.

Así empieza nuestra mañana en esa piscina, recibiendo esta tranquilidad que tan bien nos sienta y que tanto anhelamos. Ambos nos tumbamos a tomar el sol que empieza a asomarse por diferentes zonas de la piscina. Ese sol mañanero que no quema y que te da la sensación de rejuvenecimiento.

Pero unas voces me despiertan de mi relajación y me hacen girarme. Son mis amigos Nacho y Pepe, vecinos de otro bloque con los que mantengo una buena amistad.

—Juan, ¿qué pasa? No te esperábamos por aquí.

—Hombre, yo a vosotros tampoco.

—Podrías habernos avisado.

—No sabía que estaríais por aquí también. He decidido bajarme con mi madre un rato, ha sido dicho y hecho —mientras digo eso la miro, pero ella sigue tumbada, ¿adormecida quizás?

—Íbamos a ir a mi casa a echar unas partidas al ordenador, ¿te apetece venirte? —dice uno de ellos animadamente.

—¿Ahora?

—Sí claro, ahora. Que mañana me tengo que poner a estudiar para el parcial que me queda. —dice uno —Sí, yo también —dice el otro.

—Mmmmm… Bueno… —digo dubitativo mientras miro a mi madre. —está bien. —me giro hacia mi madre y poso una mano en su hombro —mamá, me voy con Pepe y Nacho a casa de uno de ellos a echar unas partidas al ordenador, ¿vale?

Ella sin devolverme la mirada, me indica con una mano que me vaya, que no pasa nada, que la deje relajándose.

—Bueno, venga, vámonos —digo poniéndome la camiseta. —luego vengo mamá. —le contesto mientras me incorporo y salgo con mis amigos.

Así transcurre la mañana, Alejandra adormecida, se deja llevar por la relajación hasta que Morfeo se la lleva completamente encima de la hamaca. Al cabo de un buen rato, el sol con más fuerza que antes hace que los rayos alrededor de la espalda, nuca y cabeza la terminen de despertarla. Se incorpora levemente y se da cuenta que hay más gente que antes. Sobre todo gente mayor jubilada y alguna pareja aparecen por el césped. Se gira hacia mi hamaca y recuerda que yo me he ido con mis amigos a casa de uno de ellos. Coge una botella de agua y bebe un trago mientras se incorpora y se sienta. Cuando mira hacia la piscina, ve a un par de personas mayores nadando tímidamente y a una hombre con su hija ayudándole a nadar. Es una estampa tranquilizadora, ella está a gusto y se le nota.

Pero todo cambia cuando ve a entrar a ese hombre por la puerta del recinto. Otra vez ese hombre, otra vez Don Fernando. Parece que le persigue, ¿cómo sabe, acaso, que ella se encontraba en la piscina?

Parece que no la ha visto, ninguna mirada se cruzan entre ellos. Observa como coge la hamaca y se sitúa casi en la otra esquina de la piscina. Se tumba y se pone a leer un periódico deportivo. La entrada en escena del viejo perturba la tranquilidad de Alejandra. Intenta actuar con serenidad, como si no existiera ese viejo, como si realmente no hubieran existido los diferentes encuentros con él. Para tranquilidad de ella, parece que el viejo no se ha dado ni cuenta de que está justo allí.

Actúa de manera normal mientras medita qué hacer. «Lo mejor será que me vaya…» piensa mientras rebusca en su bolso su teléfono móvil. «pero… si me levanto y me ve, es capaz de hacer cualquier cosa… Lo conozco…». Piensa mientras toquetea sin saber muy bien qué está haciendo. Vuelve a guardar el móvil en el bolso y sin querer, como esas miradas que se pueden evitar, mira hacia el viejo…

Y esta vez sí, su mirada y la del viejo se encuentran, él sonríe, parece que sabía perfectamente que ella estaba allí. Ella deja de mirarlo, pero al ver que se mueve no puede evitar volver a mirarlo ante el miedo de que vaya hacia donde se sitúa ella.

El viejo dobla el periódico y lo deja encima de la hamaca, se levanta y mira hacia ella. Eso hace que se ponga muy nerviosa, parece que está dispuesto a ir donde está ella. Aparta la mirada, no sabe muy bien qué hacer «¿será capaz de venir hasta donde estoy yo? ¿Con toda la gente que hay?». Pero un gesto de él la sorprende, con un aspaviento de mano, le indica que vaya a la piscina con él. Ella, estupefacta ante el atrevimiento de que le invite simplemente con un gesto y que piense que ella acepte hace que lo mire mientras se encamina a la piscina.

Lo sigue con la mirada hasta que llega al borde de la piscina. «¿Realmente me ha dicho que lo acompañe hasta el agua? ¿pero quién se ha creído que es?». Ella aún incrédula por su acción lo mira. Se da cuenta que para ella es un alivio encontrarse sola en esa piscina.

Su mirada hacia ella antes de meterse en la piscina la quita de sus pensamientos. La sonríe, esa sonrisa que tanto conoce ella. Que tantos problemas le han dado. Ella mira alrededor y todo parece tan normal como siempre. Nadie parece darse cuenta que ese viejo le está invitando a introducirse en la piscina con él.

Alejandra empieza a recoger todas sus pertenencias, quiere salir de ahí lo antes posible y el hecho que el viejo se encuentre en el agua le da la oportunidad idónea para que no le moleste al salir del recinto. Consigue meter todas sus pertenencias en la bolsa de mimbre mientras su cabeza es un hervidero:

«¿Acaso cree que me voy a introducir en la piscina simplemente porque él me lo pida?»

Lo mira… Él sigue nadando tranquilamente en el agua, parece que la ignora.

«Tan seguro es de si mismo que ni siquiera va a ver como me voy a ir? ¿pero quien se ha creído que es?»

Termina de recoger las cosas y se levanta de la tumbona. Solamente tiene que ponerse el vestido holgado de estampado de flores y salir de ahí, pero una nueva mirada se dirige a él.

«¿Va a dejar que me vaya tan fácilmente? ¿Qué es lo que está tramando? Seguro que todo esto forma parte de sus trampas…»

Lo sigue mirando…

«No puedo soportar esa superioridad que siempre muestra. Desde aquél incidente no ha parado de mostrarse así…»

Deja el cesto de mimbre encima de la tumbona mientras no deja de mirarlo.

«Voy a darle una lección, se la merece.»

Y ella misma, por su propio pie, se encamina hacia la piscina…

CAPITULO 14

—Chicos, ahora vengo. Voy a casa a por el pen y os paso el archivo para que tengáis el nuevo parche.

—Vale Juan, te esperamos aquí.

Salgo de casa de mi amigo Nacho para ir un momento a casa y coger el archivo que ellos necesitan. No me encuentro muy a gusto por lo que estoy haciendo, le he dicho a mi madre de ir juntos a la piscina y la he dejado sola allí. Sé que ella no me lo va a echar en cara, se le notaba tranquila y a gusto encima de la tumbona tomando el sol. Ahora cuando vuelva a casa de Nacho les daré el archivo y me bajaré con ella. Quiero disfrutar un poco de la compañía de mi madre también.

Al entrar en casa, busco el pen por mi habitación, sin encontrarlo por ningún lado. Mi búsqueda hace que llegue hasta el salón, donde lo veo insertado en el ordenador.

—Joder mamá, te he dicho mil veces que quites el USB cuando cierres el portátil, sino se estropeará… —murmuro para mi mismo mientras me siento en la mesa y abro el portátil. Nada más abrirlo, aparece la ventana del navegador, pero algo raro noto en todo ello. Decido entrar a cualquier página que hayamos entrado anteriormente, pero para mi sorpresa el historial está completamente borrado…

Me quedo totalmente pensativo… ¿por qué motivo mi madre ha borrado todo el historia? No entiendo nada…

Decido cerrar la pestaña y coger pen para llevarlo a casa de Nacho, mientras en mi mente no para de pensar en el motivo por el que mi madre haya borrado el historia…

Casi al medio día, la piscina presentaba una aspecto bastante tranquilo. Se nota que es un día entre semana y la calma reina entre las personas que hay. Casi todos están tumbados en las diferentes toallas o hamacas distribuidas al azar por todo el césped.

Ella, como si el viejo no estuviera metido en la piscina, se da una pequeña ducha y se introduce poco a poco por las escaleras, ignorando complemente al viejo que nada plácidamente.

Solamente ella y ese viejo están en el agua. Ella nada tranquilamente como si nada fuera con él hasta que ambos coinciden en la parte donde menos cubre.

—Vaya, has decidido a entrar vecinita. —dice a unos dos metros de distancia.

—No me he metido porque lo haya dicho. Solo he venido a refrescarme. —dice sin mirarle mientras intenta seguir nadando.

—¿Ah, no? Yo pensaba que habías entrado para estar un rato conmigo…

—Ni lo sueñe, enseguida me iré.

—¿Ah, no estás sola?

—No, mi hijo está con unos amigos.

—Bueno, así mejor, tendremos más intimidad.

—Ni se le ocurra acercarse a mi.

—Vamos, ¿entras en el agua conmigo y te pones tan arisca?

—Ya se lo he dicho claramente, no estoy aquí porque me lo haya dicho, Don Fernando.

Pero con esta conversación, ambos están parados en la zona que no cubre. A ella le cubre el agua por encima del pecho, sin embargo a Don Fernando le cubre por debajo de sus tetas, dejando a la vista de ella todo el torso mojado lleno de pelos.

—No se acerque a mi, hay mucha gente que nos podría ver.

—¿No te das cuenta que aquí no nos ve nadie? —el viejo intenta acercarse un poco más a ella.

—¿Pero qué dice? ¿no ves que la piscina está llena de gente? aunque no se estén bañando, están por todo el césped. —asoma su cabeza por encima del bordillo, observando toda la gente que está en las toallas.

—Y tú y yo estamos en el agua, refrescándonos un poco —Una sonrisa se dibuja en su cara mientras la mira, y ella le evita la mirada.

—Además, hoy has bajado a la piscina porque sabías que nos íbamos a encontrar, ¿cierto?— Su mano se aproxima a ella, poniendo el pelo por detrás de su oreja.

—¿Qué haces? No te acerques tanto —quita su mano cuando aun no había dejado todo el pelo detrás de su oreja. —Nos van a ver, y si lo hacen, estamos muertos —dice mientras empuja con sus manos el enorme pecho del viejo, acción totalmente en vano. Intenta separarse de él, pero todas las acciones las hace con visible suavidad, se nota que no quiere llamar la atención.

Aún recuerda por qué ha entrado en la piscina. No para seguirle el rollo al viejo, sino para darle una lección. No quiere sentirse por debajo de él.

—¿Has pensado en lo que pasó el otro día en las escaleras? —dice sin apenas alejarse de ella.

—Cállese, deje de tratarme así. Solamente he entrado para que sepa que va a conseguir absolutamente nada de mi.

—Seguro que has pensado en ello y te has tocado al hacerlo ¿no? —dice sin hacerle caso a sus palabras.

—Pero qué dice, ¿cómo se atreve a hablarme así? —intenta que su tono no se oiga más allá de ellos dos.

—Te imagino tocándote en la ducha mientras te duchas y recuerdas todos nuestros encuentros…

—¿Qué? ¿pero qué dice? ¿cómo quieres que piense en eso? —ella mira alrededor visiblemente nerviosa y molesta. A parte de la intención de su pregunta, la cual la siente como algo muy fuera de lugar, no quiere que oiga la gente ese tipo de cosas provenientes del viejo.

—Lo del otro día no puede volver a suceder… —su mirada se pierde hacia la nada, como si eso le recordara a un mal sueño… —Además, soy una mujer felizmente casada, ¡¿acaso no ves esto?!— Le enseña el anillo de casada, mientras él la mira con sonrisa y mirada confiada — ¡Tú tendrías que estar por ahí! Que estés aquí en la piscina conmigo.. está mal.. muy mal… y lo sabes… —Termina su recriminación perdiendo cada vez más fuerza a cada frase que dice. Lo mueve levemente y hace el amago de irse.

—¿Pero donde vas? —dice el viejo agarrándole del antebrazo.

—Fuera a secarme. —dice caminando hacia las escaleras, cuando nota su mano en el antebrazo. —ya le he dicho que no tiene absolutamente nada de mí.

—Aquí en el sol no tendrás tanto frío, ya verás. —Hazme un poco de compañía, anda cariño. Y enseguida salimos…

—Joder…—ella nunca dice esas palabras, pero llega a un punto que no puede más.—Puedo hacer lo que quiera, ¿no?

—Venga, hazlo por mi cariño, te queda muy bien este bañador azul… —dice sin soltarle del antebrazo.

—Deje de llamarme cariño.

Pero el viejo le contesta como si no la hubiera escuchado. —Algo recatada, pero te hace muy buena figura.

—Que no soy su cariño.

—Además, lo que pasó, pasó. —Ella intenta soltarse de la mano. No quiere caer en sus trampas. —Hay cosas en las que prefiero no pensar ni recordar.

Sin embargo, Don Fernando, no hace caso a tus recriminaciones. —¿Entonces no has pensado en ello? Yo sin embargo, sí que he pensado en ello…

—Naturalmente no.. ¡Suélteme! Tengo otras cosas en las que pensar —intenta zafarse del viejo sin llamar mucho la atención, resulta casi insultante la comparativa entre las dos personas, entre ese viejo y asqueroso hombre y la refinada mujer que es ella.

—Quiero hacerte una pregunta cariño… Tengo una duda… —observa callada la frase.

—¿Cuántas has chupado? —en la cara de ella se forma una expresión de descuadre.

—¿Pe.. pe.. pero que se ha creído usted?

El viejo sonríe y continua.—No me refiero a pollas… Sé que seguramente una, la de tu marido, y gracias…— La mano que tiene agarrada de ella, la levanta.. hasta que llega a su teta flácida.— Me refiero a esto…

Ella se queda muda, no se esperaba algo así. Mientras él insististe.—Venga… dime cuantas..

Atónita, se debate entre la sorpresa, la vergüenza y la osadía. Roja como un tomate a pesar del frío, pero por alguna razón, responde a su pregunta —Las suyas. Ya lo sabe. ¿Está contento ahora?

—¿Solo las mías? ¿Soy el único al que le has chupado los pezones?

—¿Pero quién se piensa que soy?— Su cara está seria. Sabe perfectamente que le está intentando humillar de nuevo. Por lo que contraataca.—Lo-los hombres no suelen tener tetas—Le responde para ser ella quien lo humille, estando de espaldas a las tumbonas.

Pero el viejo no se humilla. Sino más bien se dibuja una pequeña sonrisa en su cara, sin darse por humillado.—¿Eso quiere decir que te gustan mis tetas?

—Don Fernando, ya sabe lo que hice, ¿no? Pues ya está, no lo pienso volver a hacer. Jamás.

—Puedes tocarla si quieres… —Le dice haciendo caso omiso a las palabras de ella. Lentamente busca su mano debajo del agua, pero ella la aparta cuando ve su intención mientras en la cara del viejo no para de dibujarse esa sonrisa que empieza a ser característica.—Shhhhh… tranquila… aquí nadie nos ve…

—¿Y qué que nadie nos vea?

—Que las puedes tocar si quieres… —dice sin parar de buscar su mano. Ella casi de manera desesperada intenta irse hacia atrás, mientras la mirada se hace esquiva para no ver sus tetas, hasta llegar al bordillo.

—Confía en mi… —Dice mientras se acerca, dejando muy poco espacio entre los dos. Ella se da cuenta de que ha llegado al bordillo y no puede ir más atrás.

—¿Qué confíe en usted? ¿Lo está diciendo enserio? —dice arrinconada.

—Claro cariño… —Encuentra su mano…

A ella cada vez le suena mas normal que le llame cariño. Hasta tal punto que no le dice nada sobre ello. Mientras nota como le coge de la muñeca, desfalleciendo de nuevo poco a poco. Aprovecha, sonriendo, cogiendo la mano de ella y llevándola hacia él. Pero no la lleva directamente a su teta, sino que primero hacer que su mano toque su barriga… Avanza hacia arriba, sin dejar de sonreír.

—Po-por favor.. pare…

El viejo sigue subiendo la mano de ella hasta llegar a su teta.—Cógela.

Sin escapatoria, no sabe qué hacer «Dios mío… Qué hago… como puedo escapar» piensa mientras su mano flácida sin coger nada, se posa encima de su teta.

—Venga cariño, cógela bien…

Intenta sacar fuerzas de flaqueza. —Déjeme…

—Vamos… Solo un momento… —Sabe que así va a conseguir derruir ese muro que ella ha construido alrededor suyo.

—Nos van a ver… Déjeme… —Dice de manera suplicante, mirándole a los ojos. «No… No quiero… No quiero hacer esto…» Se dice a si misma «No puedo volver a hacer esto…»

—Nadie nos ve… Vamos, Cógela… Solo un momento… —Dice insistentemente sosteniendo aun su mano por la muñeca.—Venga cariño, se buena conmigo…— sonríe —Sé que quieres hacerlo.

Ella pone su mano plana sobre su teta, siente rabia, pero no lo puede evitar. «Dios mío… ¿Qué estoy haciendo?» Piensa para sus adentros. «¿En qué me estoy convirtiendo?»

—Eso es… Cógela…— Su  mano se cierra, agarrándola.

Pero la mirada de él se pierde hacia el césped. Poco a poco la sonrisa se dibuja en la cara del viejo mientras ella no puede ver nada.

—Anda, mira cariño, gírate, mira quién se ha puesto al lado de nuestras tumbonas.— Al decir eso, ella deja de tocarle el pecho y se gira hacia donde indica Don Fernando. Ve como Raúl y Verónica con su pequeña se ponen al lado de la hamaca de ella sin saber que esa es su hamaca. Ella con la mano en la teta del viejo, se maldice a si misma por la inoportuna aparición. «Dios no… Justo ahora no…»

Parece que ya están casi acomodados, por lo que seguramente lleven un rato allí. Puede que el viejo los haya visto y no haya dicho nada.

Mientras aún está mirando hacia ellos con la boca algo abierta, maldiciendo la inoportuna aparición, oye como le dice el viejo. —Mira qué bañador más bonito lleva Verónica, ¿No crees? —La distancia entre ella y el viejo cada vez es menor, casi tocándose cuerpo con cuerpo. Ahora situado él detrás de ella.

Ella oye eso y no puede evitar fijarse en el bañador de Verónica. Es un bañador blanco, de una única pieza. Unas líneas azules horizontales dibujan su esbelta silueta de adulta joven. Desata su melena rubia mientras ella la observa.

Ella se vuelve a girar hacia el viejo y le pregunta directamente —¿Por qué no lo intenta con ella y me deja tranquila de una vez?

—¿Eso quieres? ¿qué lo intente con ella?

—Sí. —se gira y lo mira a los ojos, desafiante. —Haga lo que quiera pero déjeme tranquila.

Esa acción no desata más allá que una sonrisa pícara por parte del viejo. Parece que sabe qué hacer en todo momento. —Vamos, tranquila. Mírala, ¿no crees que le queda muy bien el bañador? Se nota que es joven… —El viejo pone una mano en la cintura de ella  por debajo del agua.

Sin casi darse cuenta de que la mano se ha puesto en su cintura, mira a Verónica. Está gira completamente, dándole la espalda al viejo. Verónica se da la vuelta y se inclina hacia la tumbona sacando alguna cosa del bolso. Desde la posición de ella y el viejo, lo ven bien.—Tiene buen culito, ¿No? —suelta el viejo de nuevo cerca del oído de ella.

La mano del viejo pasa de la cintura de ella hacia la nalga derecha. Al notarlo le coge la mano y se la retira. Pero no le dice nada al respecto. Ni un reproche sale de su boca. Solo para defender a su inocente vecina.—No… No le haga nada… No quiero que pase por esto…— Mientras la mano del viejo pasa de su nalga a su cintura de nuevo. Ese silencio a su mano en la nalga de ella, invita a Don Fernando a arrimarse un poco más a ella. Tanto que empieza a notar su barriga en su espalda, en su espalda desnuda.

—¿Por qué? Si tú estás disfrutando.

—Es buena persona y la aprecio…

—¿La quieres?

—Sí… Déjela en paz Don Fernando…

—¿La quieres tanto que no quieres compartir tu macho con ella?

—¿¿¿Mi.. mi macho???

—Mira… Tiene buenas tetas la zorra, ¿no crees? —obviando totalmente tu pregunta, como si nada hubiera pasado.

—No sé de qué está hablando. Déjeme salir antes de que se den cuenta de algo.

—¿Quieres que nos vean saliendo del agua? —mientras su otra mano se pone en el otro lado de la cintura.

—Cada uno por su lado… —Nota su barriga, no se aparta.

—Esta bien... Te haré caso, pero respóndeme a las preguntas.

—Es… Está bien… Tiene unos pechos muy bonitos ¿Y qué? —ella necesita acabar esto de una vez.

—¿Son mejores que tus pechos?

—Joder… ¡Sí! ¿Y qué pasa? —Nota la barriga en su espalda. Le dan escalofríos. Pero sin saber por qué, no se aparta.

El viejo intenta que el cuerpo de ella y el suyo estén cada vez más juntos, cada vez se notan mas el cuerpo el uno al otro. —Nada, solo quería saber si para ti eran mejores que los tuyos. Ya no me acuerdo qué me dijiste ayer, ¿crees que lo tiene depilado?— dice mintiendo.

—Le dije que no, ya basta con el tema ese.

—Vaya… te la has imaginado desnuda entonces. ¿No?— Ella nota como la voz del viejo cada vez más cerca de su oído. Ha arrimado su cabeza por el hombro derecho.

—No… —Ella no quiere girarse a mirarlo. Lo nota muy cerca.

—¿Qué pasaría si ahora viniera ella a bañarse y nos viera a los dos?

—¿Qué? Ni se le ocurra. Es usted un cerdo…

—¿Crees que se asustaría? O quizás… se pondría cachonda de vernos aquí a los dos…

—Déjeme ya —intenta no pensar en lo que dice el viejo. Pero no se lo quita de encima.

Dime… ¿Te la has imaginado con tu ropa interior puesta?— al oír eso abre los ojos. Nota como el viejo chupa levemente el lóbulo de su oreja derecha.

Se queda callada. Avasallada sobre la osadía del viejo.

—¿Sí o no? —insiste el viejo.

—No… No puedo hacer eso…

—¿Cuánto te costó ese conjunto?

—Me lo regaló mi esposo —Dice aún sin saber muy bien por qué está contestando.

—¿Y se lo darías?

—No se la daría. En todo caso se la dejaría… Mi esposo se enfadaría…

—Ella te diría: “Alejandra, mi amo me ha pedido que te pida la ropa interior”

—¿Mi amo? ¿pero qué dice? No creo que me lo pidiera nunca así.

—¿Y si lo hiciera?— Su boca cerca de su lóbulo pasa a dar pequeños besos por su cuello y clavícula.

—Sentiré pena por ella…

El sigue dándole besos por el cuello ante la pasividad de ella.

—¿Quiere hacerme llorar? ¿Eso es lo que quiere?

—Nunca te haría sufrir como para que llorases… —él sigue sin dejar de darle pequeños besos por su cuello y clavícula.—Mírala… Mírala bien.. como le queda el bañador… ¿Has visto como se le marca la cinturita? Dios quiero ese cuerpo de mami joven para mí…

No puede dejar de mirar lo que el viejo le dice. «Dios mío… Qué cerdo es… Qué cabrón…»

—Quiero que me ayudes a conseguirlo…

—No haré eso… Antes cualquier cosa que algo así…

—¿Sí? ¿Cualquier cosa? Está bien… ˛Porque no empezamos por un beso?

—¿Qué?— Dice intentando separarse un poco de él. Pero entre el bordillo y su corpulento cuerpo, apenas puede moverse.—¡No! Y menos aquí.

Su mano izquierda pasa de su cintura a su mejilla, intentando girarle levemente la cara hacia él.—Solo uno…

—¡NO!— Dice haciendo fuerza con su cabeza hacia el sentido contrario.

—Confía en mi.. será uno rápido…

—¡No quiero! No quiero que me vean así… Váyase a…

—Solo uno rápido. Quiero que me lo des delante de Verónica.

Los ojos de ella miran para todos lados. No quiere que nadie los vea. Mientras nota que su cara está prácticamente en su mejilla. Fugazmente, consigue girarla y le da un pequeño beso en los labios… Rápido, corto. Pero no cabe duda que el viejo se ha salido con la suya.

La mano derecha que estaba en su cintura desciende un poco hacia su nalga de nuevo.

—¡Basta ya Don Fernando! Me voy a enfadar…

—Mírala, mira qué culo, qué tetas… Fíjate…

Ella calla, la mira de nuevo en silencio. Y eso no pasa desapercibido por el viejo. Está consiguiendo lo que se propone.

—Qué pezones mas ricos tiene que tener… Me encantaría que estuvieran en mi boca…

Ella sigue callada. Verónica está ajena a todo. Ni siquiera ha notado que están en la piscina.

—¿La desnudarías para mi?

—No

Y mientras se lo dice, coge su tirante derecho y lo quita del hombro.

—¿No? ¿Por qué no cariño? Si tiene que estar muy buena… —Dice sonriendo.

—N-no.. no quiero que le haga lo mismo que me hace a mí…— Su voz denota inseguridad. Temor ante lo evidente.

—¿No quieres que disfrute?

—Es usted un cerdo, no quiero que la humille. Ella ya disfruta y no sufre como yo.

El viejo sonríe. Esa sonrisa malévola. —Fíjate en Raúl, es un marica para Verónica. ¿Preferirías estar con un maricón como Raúl antes que conmigo? —Le contesta sin parar de descender su tirante izquierdo por su hombro.

—¿Qué hace? —dice impidiendo que baje los tirantes. Saca fuerzas de flaqueza, fuerza que le ha faltado durante todo este periodo de tiempo con él. —Estoy aquí por no montar un número. No porque usted me guste.

Mientras Verónica se levanta a la hierba a jugar con su hija mientras su marido sigue tumbado en la tumbona.

—¡DEJEME MARCHAR YA!

—Mira… se ha levantado…— Se estaba zafando de él, casi lo había conseguido, pero ese comentario hace que se vuelva a girar hacia Verónica. La mira otra vez en silencio, con la boca algo abierta. —¿Querrá que la veamos?— Sigue diciendo el viejo. Se da cuenta de que vuelves a fijarte en la vecina.—Mírala cariño, fíjate en sus piernas…— Le contesta mientras le vuelve a bajar los tirantes poco a poco por los brazos mientras la atención de ella recae otra vez en Verónica.

Su escote empieza a peligrar un poco pero el agua cubre por encima del pecho.

—Me encantaría saber si lo tiene depilado… ¿A ti también verdad?

No contesta.

—¿Por qué no se lo preguntas un día y me lo cuentas?

—N-no.. no me importa como lo tenga…

—¿No?

—No.

—¿No te la imaginas desnuda? ¿Desnudándola para mi?

—No… M-me.. me da igual como lo tenga.. y.. y no quiero desnudarla para usted…— Su voz es mas insegura que nunca.

—Quiero que hagas una cosa por mí… Quiero que le preguntes un día como lo tiene depilado. Quiero que también le preguntes qué talla da sujetador usa.— Esto ya no suena a pregunta. Parece una orden.

Ella escucha lo que dice el viejo en silencio, mientras mira a Verónica.

—A mi me gustan las mujeres depiladas cariño, no cerdas con pelo.

—¿Me está llamando cerda? ¿A mi?— Le contesta mientras sus tirantes están por el brazo. Pero eso le hace reaccionar y se sube un tirante de los dos.

—¿Tú no te depilas? ¿No me dijiste ayer que si te lo recortabas?

—No, yo no soy una cría. Solo me lo recorto.

Lo mas sorprende de todo es que ese viejo diga que no le gustan las mujeres con pelo después de cómo es él…

—¿Acaso se ha mirado usted? ¿Por qué no se depila usted?

—Porque yo soy un hombre.

—Y-y.. y yo una mujer… y.. y qué…

—Las mujeres deben depilarse. Para eso son mujeres. Los hombres no.

Sin darse cuenta, ella contesta a todo lo que le pregunta. Le está siguiendo el juego. Y ella se da cuenta. «Dios mío, me estoy convirtiendo cada vez más en lo que él quiere».

—Venga Don Fernando por favor. Salgamos del agua que tiempo habrá para discutir estas cosas. —Opta por el discurso conciliador. Parece increíble que le hable de esa manera después de todo lo que ha hecho él.

—Mierda, mi hijo está a punto de llegar. Debemos salir ya por favor… Haré lo que quiera, pero déjeme salir ahora… por favor…— Dice con pavor al recordarlo. «Qué estoy haciendo, Dios mío…».

—¿Harás entonces lo que yo quiera? Sabes perfectamente lo que te he pedido.

—Sí, está bien. Déjeme salir…— Dice admitiendo que le dirá lo que quiere saber. Lo empuja fuerte.

Sin embargo, el viejo sabe que si los veo, todo se puede ir a la mierda y es algo que no se puede permitir. Él le deja espacio a ella para que salga.

—Gra-gracias…— Dice muy bajito.

Ella sale del agua, la mirada de ella está hacia el suelo, algo perdida mientras Verónica la reconoce mientras ella sale colocándose un tirante del bañador.