El advenimiento (Capítulo 10 y 11)

La vida de una madre modélica se ve truncada por la intromisión de una persona que le enseñará un mundo que no conocía. Todo ello bajo la visión de su único hijo, el cual será testigo de como su madre va cambiando poco a poco.

CAPÍTULO 10

—Hombre, nos volvemos a ver vecina. —Llega hasta donde estamos, sonriendo.— Vaya, ¿averiado? ¡Qué lástima! —por su actitud parece no sorprenderle que esté averiado. ¿Ya lo sabía? ¿O esa reacción es fruto de la simple presencia de ella?

Mi madre ve como no puedo abarcar todas las bolsas. Sin contestarle a Don Fernando —está bien hijo, déjame coger alguna bolsa y subamos por las escaleras, pero rápido que llego un poco tarde —la presencia de Don Fernando hace que su cara se vuelva otra vez muy seria.

Sin embargo, el viejo se aproxima a nosotros—o te ayudo si quieres vecina —e intenta coger una de las bolsas que tiene ella.

—No gracias. Mi hijo y yo ya podemos—evita que coja la bolsa de su mano.

Ella se fija en qué lleva él en las manos. Sostiene una única bolsa, pero para su sorpresa, dentro de ella ve que hay unas 6 lastas de comida de gato… ¿Qué significa eso?

—Venga vecina. —sonríe —¿acaso crees que no soy un caballero y no ayudo a las señoritas? —dice intentando parecer amable.

—No soy ninguna señorita Don Fernando.

—Vámonos mamá —digo aturado con tantas bolsas. Mi único objetivo es salir de ahí lo antes posible y alejar a mi madre de ese indeseable.

Pero en el momento que nos encaminamos hacia las escaleras, Don Fernando introduce dos dedos por el asa de una de las bolsas de mi madre.

—Insisto.

—¡Deje la bolsas! ¡Yo puedo!— Grita, aunque se reprime un poco. Ella no quiere dar el espectáculo delante de mi. Aún así no puede evitar mirarle con cara de malas pulgas, en silencio.

Ella nota sus dedos en contacto con los dedos de él. El cual al mirarlo solamente observa una sonrisa.

—¡Deja a mi madre! —digo en mitad de las escaleras.

Para no armar un escandalo delante de mi, ella baja el tono, respondiendo.

—Don Fernando, usted ya está mayor y ya tiene bastante con lo suyo. Venga déjenos que tenemos prisa —yo lo observo todo, pero algo me impide actuar con decisión. Solamente puedo asistir y ver como mi madre intenta deshacerse de ese hombre. Veo como la bolsa la tienen cogida entre los dos. Veo como sus dedos tocan con los suyos e imágenes del último encuentro empiezan a volver a mi cabeza.

—Vamos, soy un caballero Alejandra.

Ella al dase cuenta que su mano en contacto con la del viejo, su acto reflejo es mirarme y se da cuenta de que les estoy mirándolos. Como acto reflejo, aparta esos dedos del asa de la bolsa, ahora es él quien tiene la bolsa cogida. Se le nota el gesto de querer recriminárselo, pero no quiere armar un escandalo y ella sabe que ese viejo es capaz de hacerlo. Un suspiro de hace que se aparte de él, lo mira con condescendencia y empieza a subir las escaleras.

—Está bien, pero dese prisa, tengo que irme enseguida —dice dejándolo atrás —vámonos hijo, subamos rápido —yo al ver a mi madre como le deja la bolsa al vecino, trago saliva y me maldigo por dentro por no haber actuado y haberla ayudado. Ella parece visiblemente afectada mientras se pone a mi altura.

Don Fernando observa a mi madre mientras sube las escaleras, mirándole la silueta que le marca esa falda roja que tan bien le queda. Coge la bolsa y se encamina detrás de nosotros.

—Tranquila vecinita, te la subo enseguida —dice mientras sube el último.

—ALEJANDRA, SEÑORA ALEJANDRA. —dice a mi lado mientras suben, girándose un momento a contestarle.

Yo la miro, ¿cómo es posible que este viejo pueda sacarle tanto de sus casillas? Realmente lo odia. En los días posteriores a que llegara a ver a mi madre en ese posición junto a Don Fernando, llegué a pensar varias veces en la posibilidad de si fue ella la que lo hizo por decisión propia. Siempre he rehuido de ese pensamiento, pero no dejaba de atormentarme esa posibilidad. Estas acciones me dejaban claro que me estaba equivocando.

—Venga, sube hijo — su frase me saca de mis pensamientos, mientras ella empieza a subir las escaleras detrás de mi con una bolsa.

—S-sí mamá… —Empiezo a subir mientras ella me sigue a dos escalones.

Don Fernando, con mas dificultad por su físico está subiendo a unas cuantas escaleras de distancia de Alejandra. Ella no se gira a mirarlo, no quiere hacerlo.

—Alejandra, un momento.—Visiblemente sudado, aminora su ritmo.

Ella se gira y lo ve. Ve como se sienta en una escalera. Su camiseta verde empieza a estar sudada.

—¿Qué le pasa? Anda deme la bolsa y vaya a su piso. Allí podrá descansar —le contesta mientras se para y se gira hacia él con la intención de cogerle la bolsa.

Esta interrupción hace que me pare a unos 5 o 6 escalones por encima de ellos.

—Tranquila Alejandra, solo necesito descansar un momento.

Ella lo observa, esperando unos instantes mientras me oye decir. —¿Mamá? ¿Donde estás?

Ella gira su cabeza hacia arriba. —Aquí estoy hijo. Un momento que Don Fernando no puede con su vida. Espérame.

—¿Bajo?

—Nono, cojo la bolsa y subo. Un momento. —dice alzando la voz, comunicándose conmigo. Vuelve a girarse a Don Fernando, que está sentado en la escalera. Se está secando la frente con su camiseta. Es inevitable que ella no vea un poco su barriga mientras lo hace. Intenta quitar esa imagen de su mente. Una barriga llena de pelos, mojados debido al sudor.

—Venga Don Fernando, deme la bolsa. Mejor váyase a su casa y échese un poco en la cama —le contesta con intención de coger su bolsa.

—Estoy bien vecina, no te preocupes —se resiste a darle la bolsa. No la suelta. —Te dije que te iba a ayudar, ¿no?

Ella aún no puede quitar de su mente esa barriga sudorosa. Mientras le contesta con una reprimenda.—Pues vaya ayuda es usted…

—¿Por qué no te sientas aquí y me haces compañía? —con descaro, el viejo aprovecha cualquier situación para tensar la cuerda. Ella lo sabe, y por primera vez actúa con calma. Sabe que si le contesta mal, estará jugando a su juego.

—Tengo prisa y no estoy para monsergas.

—Está bien, está bien… Anda, ayúdame a levantarme… —dice mientras le ofrece su mano.

—Ya se levantará solo. Seguro que puede —dice sin hacer caso a esa mano que pide ayuda.

—¿Mamá?

—¡Ya subo! —dice alzando la voz.

—Mire Don Fernando, haga lo que quiera, pero yo tengo prisa y mi hijo me está esperando. No quiero hacerle esperar más.

—Ahora cuando me recupere te subo la bolsa.

Pero ella no quiere dejarle la bolsa, aunque no puede esperar mucho más. Sabe que no le va a dejar que se lleve la bolsa. —Por favor, deje estar la bolsa ya. Sino, mandaré ahora a mi hijo a que la coja.

—Vamos ayúdame y la subo. —Don Fernando sigue ofreciéndole la mano. Quiere tener contacto con ella, quiere que ceda. Quiere tensar la cuerda.

Sin embargo, y ante su sorpresa, Alejandra se gira y deja a Don Fernando allí tirado, sube las escaleras hasta encontrarse conmigo. Yo la veo subir hasta que llega a mi altura, no me mira prácticamente y yo sé que es un momento delicado para ella. se le nota tensa, se lo nota que no está para bromas.

—Venga, sube.

—¿Y la otra bolsa?— digo al verle solo con una.

—La tiene él. Cuando llegue el Don este le coges la bolsa y guardas las cosas. Me voy al trabajo que llego tarde —ambos subimos por las escaleras hasta que llegamos a casa y dejamos las bolsas en la cocina.

—¿Puedes encargarte de guardar todo, cariño?

—Sí, no te preocupes mamá.

—Me voy pitando que llego tarde —me dice mientras me da un beso en la mejilla.

—Qué tengas un buen día mamá.

—Gracias, nos vemos luego.

Ella recuerda que tiene que bajar las escaleras. Por suerte, y si todo va bien, él no estará allí y podrá irse a trabajar. Dentro de lo que cabe no le importa no tener esa bolsa. Sin embargo, cuando baja, lo ve en el mismo sitio, en la misma posición. Alejandra se pone histérica, pero disimula.

Él la ve llegar. Sonríe. —¿dónde vas con tanta prisa?

Ella lo ve sudado. Con la camiseta sudada.

«A ver si ahora este se muere aquí de un infarto.»  piensa al verle en ese estado. —¿Qué le ocurre?

Sin contestarle, vuelve a ofrecerle la mano, ¿en busca de su ayuda? No lo creo, seguramente en busca de su contacto.

Ella lo mira, mientras piensa. «Joder, no puedo negarle la ayuda… está fatal...»

—¿Has venido a ayudarme?

Le coge la mano e intenta levantarlo sin decirle nada. Pero ella se da cuenta de que con una mano no puede levantarlo. «No puedo dejarlo aquí así, si le da algo…» piensa.

—Venga, ponga algo de su parte Don Fernando —no puede levantarlo, no tiene fuerzas suficiente.

Poco a poco consigue incorporarlo, mientras piensa «Joder con el asco que me da, pero no es más que un pobre viejo demente...».

Sin embargo, ella nota el contacto de sus dedos con los suyos… Intenta no pensar en ello...

—¿Ve como si puede Don Fernando?

—Gracias cariño, sabía que volverías a por mi.

—No se equivoque, nos hemos encontrado porque tengo que irme a trabajar y el ascensor está averiado, no lo olvide. Venga cójase fuerte. —Le dice mientras piensa «Joder que sudado está, como huele... Pero no puedo dejar una persona así en este estado por mucho asco que me dé..»

Él se incorpora del todo. —Gracias cariño —le contesta una vez incorporado, intentando que sus manos y las suyas sigan en contacto…

Ella lo suelta, mientras le pregunta.—¿Cree que puede llegar solo a su piso Don Fernando?

—Por supuesto cariño. Muchas gracias. Estás guapísima —dice mirándola de arriba abajo.

—Me voy a trabajar Don Fernando, tome su bolsa. —Dice dándole la bolsa con las latas de comida de gato. «Aún en su lecho de muerte, mirará como un cerdo..». Piensa al verle como la mira de arriba abajo.

—Llevábamos muchos días sin vernos…

—Tome su bolsa. Tome.

Pero él no la coge aun.

—Tengo prisa Don Fernando, tengo que irme. —dice mientras hace el gesto de pasar a su lado para seguir descendiendo los escalones. Sin embargo, Don Fernando pone la mano entre tu paso y la pared e impide que siga bajando las escaleras.

CAPÍTULO 11

—¿No voy a poder hablar ni un segundo con mi querida vecina? llevamos muchas semanas sin vernos.. ¿No me has echado de menos?

—No diga tonterías. Tengo prisa y ya lo veo mejor. Déjeme pasar. —dice intentando apartarlo de su trayectoria.

—Vamos… Sólo quiero hablar un minuto...—sabe que la fuerza que ejerza sobre él no va a poder apartarlo. Ella sabe que es una batalla perdida.

—Diga entonces Don Fernando, pero solo un minuto. —dice dejando de hacer fuerza, cruzando sus brazos enfrente de él.

—Solo quiero saber como está mi querida vecina…

—Muy bien, ¿Contento?

—¿No me has echado de menos? —mientras vuelve a decir eso, intenta acariciarle una mejilla. Al notar un leve contacto, aparta la cara, evitando el roce. —Ya he solucionado la gotera…

Ella seria, evita el contacto directo de su mirada.—Muy bien, ya se lo comentaré a mi marido.

—¿No crees que se pondrá celoso si se entera que viniste a mi casa a mirar las goteras? porque seguro que no se lo habrás contado…

Ese comentario le molesta. Parece que intenta reírse de ella. Sabe que la está provocando y no quiere perder la batalla.

—Tranquilo Don Fernando. Si quiere un día quedamos los 3 y charlamos sobre ese incidente. Mi marido es muy comprensivo.

—¿Si? pues en la reunión de vecinos no lo parecía tanto. Pero me gusta la idead de que estemos los 3 y que tú y yo estemos sentado en un sofá y tu maridito en el otro…—intenta acercarse un poco más a ella.

«¿Pero qué se ha creído este hombre, como puede contestarme algo así?» piensa, mientras intenta mantener la calma. Pero antes de que le conteste, Don Fernando sigue hablando.

—¿Puedo hacerte una pregunta, cariño?

—Qué quiere. —contesta sin decirle nada sobre el cariño.

—¿Has pensado en lo que pasó en mi cuarto de baño?

Poco a poco, con cada comentario, está sacando a Alejandra de sus casillas. Pero no es el momento de decirle nada. Tiene que irse ya. Por lo que opta por una contestación más suave.

—Prefiero no pensar en ello. —dice subiendo un peldaño al ver que el viejo intenta acercarse.

Pero él sigue insistiendo. —No te he preguntado eso.

—¿Usted qué cree Don Fernando?

—Que sí, todas las noches, ¿No? —dice de una manera prepotente. Inusual para una persona vieja como él y más teniendo enfrente a una mujer como ella. Ella intenta mirarle a los ojos directamente.

—No diga tonterías. He pensado en como nos encontró mi hijo…—por primera vez le habla sin ser esquiva.—¿Cómo crees que me he sentido al ver como nos encontró?

—Es verdad, ya no me acordaba. Qué bonita estampa se encontró.—dice con sorna. —¿No te ha dicho nada al respecto? —contesta mientras sube otro escalón.

—No. No lo ha mencionado.

—¿No? —dice con sorpresa —jaja joder que maricón.

—Ni se le ocurra insultar a mi hijo.

—No me extrañaría nada que le gustara la estampa que se encontró. No me extrañaría nada…

—No le permito que hable así de él. —dice cada vez más enfadada, pero a él le da igual.

—¿Crees que se ha puesto cachondo estos días al recordar la imagen?

—¿Pero qué se ha pensado? Venga, déjeme bajar.— Intentar apartarlo de nuevo, esta vez con más fuerza.

Mientras hace fuerza, le sigue presionando. —No creo que todos los días encuentre a su querida madre, que tanto quiere a su marido, abrazado al vecino del tercero, ¿No? —dice hiriente.

—Basta Don Fernando, ¡basta ya!— Alza la voz, sin poderlo evitar.

—¿Te imaginas que se ha hecho una paja pensándolo?—dice sonriendo, viendo que a ella le molesta.—Seguro que tiene una mierda de polla. —No para de apretarla psicológicamente.

—Es usted un cerdo. —Sin quererlo. Alejandra vuelve a tener su olor dentro. Recordándole a ese preciso momento de semanas atrás en su casa.. Su sudor se marca en la barriga.. en sus tetas..

—Si nos vio y le gustó que disfrute, ¿no?— Sabe que está poniendo a Alejandra al límite y aprovecha para darle la puntilla mientras coge un mechón de su pelo y lo pone detrás de su oreja.

—Déjeme ya —se aparta levemente. Pero demasiado poco para lo que debería apartarse.

—Si tu fueras mi madre, estaría todo el día haciéndome pajas... Pensando en ti…—no se corta ni un poco... Nadie nunca le había hablado así.

«Qué lenguaje por Dios. Es un cerdo» Pero a ella le viene todo lo que pasó aquel día.. No quiere que se dé cuenta, se le están humedeciendo los ojos..

—Me encanta tu carita, vecina…—su acción es acariciarle la mejilla. Sin embargo ella parece que poco a poco se vuelve a quedar sin fuerzas.

Don Fernando se da cuenta, observa unas gafas de sol que están colocadas en su pelo. Con un desparpajo que asombra a Alejandra, coge las gafas de su pelo, las dobla por las patillas y se las cuelga en su camisa, haciendo tope en el botón abrochado de su camisa blanca. ¿Cómo tiene tal valentía? ella se queda impresionada.

—Pero ¿Quién se ha pesando que es? —eso es algo que colma su falsa tranquilidad. Acaba explotando. —No es más que un viejo gordo sucio.

—¿Acaso no se cuelgan aquí las gafas?

—¡Sí quiero ya me las cuelgo yo! ¡¿Entendido?! —su paciencia parece haber llegado a su límite. Le empuja, pero su acción queda en balde.

—Vamos cariño, no te enfades, solo te las he colocado en su sitio. Si sigues gritando así, vas a llamar la atención del vecindario, ¿eso es lo que quieres?

Ella lo mira con rabia, odio..

—Además, aquí hace bastante calor, ¿no crees?— Y sin decirle nada más, se quita la camiseta enseñándote su barriga y su pecho totalmente peludos…

—¿Pero qué hace? —dice asombrada, perpleja ante esas acciones tan osadas por la parte del viejo. Jamás ha conocido a nadie que tuviera ese comportamiento. Que se atreviese a tales cosas. Y menos delante de ella. Sobre todo por el respeto que infunde. Pero parece que ante él eso no funciona, parece inmune.

«Dios mío, si sube o baja alguien… Y nos ven…» Piensa. —Déjeme…— Pero ya no suena como una orden, sin quererlo, suena a súplica…

Ella no puede evitar ver su torso. Su enorme torso lleno de pelos, nunca había visto un hombre gordo así. Sus tetas. Todo le produce un profundo asco. Aun así, se sorprende así misma, aguantando aún esta situación ¿Por qué?

El viejo sonríe, se le ve incómoda, pero eso le gusta.

—¿Quieres que nos vayamos?

—Quiero irme. —Dice directa.

—Está bien, nos iremos —dice para tranquilizar a Alejandra. —Pero creo que deberíamos terminar lo que se quedó a medias el otro día antes que nos pillase tu hijo, ¿no?

—¿Qué? Está usted loco.—Da un manotazo a su brazo. No quiere continuar.

—Solo quiero el beso que me pertenece… —El viejo aguanta los manotazos que ella le propina.

—¡Déjeme en paz! ¡No se acerque a mi!

Aun recibiendo los manotazo, Don Fernando sonríe. —Está bien, solo dame el beso que me pertenece y nos vamos.

En los ojos de Alejandra, asoma una lágrima oportuna que desciende por su mejilla.

—Por favor, ya basta…

Él ve la lágrima y sin decirte nada, coge con un dedo y te la quita.

—No le corresponde nada de mi. No ahora, ni antes, ¿me escucha?—Dice retándolo, mirándolo a la cara. Pero dejándose secar la lágrima. Ella sorprendida, ve que el dedo que recoge su lágrima va hacia su boca, saboreándola.

—Vamos Alejandra, tranquila. Sabes que me corresponde, el otro día me la ibas a dar. Si no hubiese sido por tu inoportuno hijo que apareció molestando, me lo hubieses dado. Ahora no nos molesta nadie.

Ella tiembla levemente, otra vez empieza a sentirse débil. Otra vez...

Ante su silencio, Don Fernando sigue atacando.—¿Prefieres que te lo dé yo?

—No, por favor… Basta…

—Venga ven…— Coge su mano intentando que baje a su escalón.

Ella estira con fuerza, para huir de él. Está a punto de perder el equilibrio. Se tiene que apoyar en su hombro para no caer.

Él no le contesta al notar su mano en el hombro, solamente sonríe. En un acto de osadía, intenta coger tu otra mano y la intenta poner en su otro hombro. Eso provoca que Alejandra vuelva a tirar con fuerza de su mano. Va a caer. «Mierda, si no bajo al escalón caeré encima suyo.»

Don Fernando para evitarlo, pone sus manos en tus muslos para que no pierda el control y finalmente su mano acaba apoyándose en el pecho de él.

Nota sus pelos, sudados. Ella se da cuenta «Dios, que estoy a haciendo. Tengo que parar esto como sea, tengo que irme. Se va a envalentonar»

Con sus manos en tus muslos intenta bajarla a su escalón.

—Así estamos mejor, ¿no crees? —le responde al conseguir bajarla a su escalón.

Los dos están frente a frente. Alejandra está a escasos centímetros de su cuerpo. La estampa choca a simple vista. Una mujer como Alejandra, vestida elegantemente, frente a un viejo gordo peludo que además está sudado.

—¿Prefieres que te bese yo a ti? —su mano busca su mejilla.

Ella gira su cara, para evitar el contacto, nota sus pelos en su mano, su sudor…

—Shhh… tranquila, solo te voy a dar el beso si tú quieres...

—Déjeme…

—Solo lo que me pertenece… Lo quiero aquí… —dice señalando su cuello.

Lo mira, lo detesta, pero por alguna razón, ahí esta ella con él enfrente. «Otra vez no..» Piensa.

—Solo uno cariño… Vamos el otro día te vi más decidida. El otro día si no llega a ser por el marica de tu hijo me habrías besado el pezón si te lo hubiera pedido…

—¿El pezón? Pe… pero qué está diciendo...— Se le nota nerviosa.. dubitativa.. «Joder ¿qué hago?» piensa.

—Vamos cariño, sé buena…—le dice atrayéndolo para él. Juntándose su cuerpo y el suyo. Entrando en contacto por primera vez.

Alejandra vencida, agotada, avergonzada, no tiene fuerzas para separarse. Lo mira, aparta la mirada, lo vuelve a mirar.

—Déjeme irme… Lo haré, pero tiene que prometerme que me dejará irme..

—Está bien cariño..-

Poco a poco la cabeza de Alejandra se arrima a él para hacerlo, mira su cuello. Poco a poco acerca sus labios... Esta a escasos centímetros de su piel sudada… «Dios mío, que estoy haciendo. Qué humillada me siento..» piensa mientras oye…

—Eso es cariño… Besa mi cuello, sé que tienes ganas…

No responde a eso, mientras que sus labios tocan su piel. Nota su piel algo mojada. Su olor, ese olor que lo transporta a aquel día en su cuarto de baño. A aquél día donde a todavía duda por qué hizo eso.

El beso es corto, se separa con prisa.

—¿Cómo? ¿Ya está? Ni siquiera lo he notado. —Ella lo mira, con disgusto, angustiada, con furia, pero no contesta.

Vuelve a besarlo, pero esta vez, de manera mas suave, un beso más prolongado. Aparta la cara de su cuello y retira la mano de su pecho…

—Qué pasa, ¿que no le besas a tu marido en el pecho?

Esa pregunta le pilla desprevenida.—¿Qué? —dice mirándolo.

—No lo sueles hacer, ¿Verdad?

Ella le pilla de sorpresa. Jamás ha sentido que la dejaran tan en evidencia. Duda… Pero lo admite… —No… —Se sonroja.

—Se nota Alejandra. Mira, se hace así.— Dice acercándose a ella poco a poco.

Ella lo ve llegar y golpea con sus puños en su pecho. Aunque con la fuerza insuficiente como para evitar que se acerque. Aparta el pelo de su cuello para hacerse paso. Nota los golpes.

—¡Basta! ¡Déjeme! ¡Ya he hecho lo que quería!— Dice enfadada. Con rabia contenida. Siente rabia, impotencia. Pero no evita que Don Fernando se siga acercando, y nota como poco a poco su cara se mete en tu cuello… Ella nota su olor, el sudor. Ese olor que poco a poco está entrando en su cuerpo, queriendo llegar hasta su alma. Su boca cada vez más cerca de su piel. En el fondo sabe que es algo inevitable.

Hasta que sucede. Sus labios tocan tu piel. Ella nota varios besos suaves. Pero nota algo más. «¿Qué es eso? ¿Su lengua?». Sorprendida, siente asco, mucho asco. Pero inclusive, siente asco de sí misma. De cómo ha permitido de nuevo que suceda algo así.

Sin poder evitarlo, nota cómo la lengua del viejo da pequeños círculos en la piel de su cuello. Se recrea, recorre su fina piel dejando un rastro de babas a su paso.

Ella cierra los ojos con fuerza, con cara de asco, quiere que pase ya. Oye un beso prolongado tocando su piel. Y poco a poco se separa..

Ella ve como se aleja, lo mira a sus ojos, directamente. Pero tiene los ojos llenos de lágrimas, temblando, ya no es aquella mujer dura y segura de si misma.. «De-debo recuperarme». —¡BASTA!.—Lo empuja, separándose.

Justo en ese momento, se oye una puerta abrirse. Ambos se quedan parados, sin moverse. A mi madre le invade una sensación horrorosa de peligrosidad. Sabe que si llegan a pillarla allí, jamás se recuperará de semejante disgusto. Él sigue sin su camiseta, con su enorme panza y sus pelos mojados por el sudor casi en contacto con ella. Se encuentra en una situación que jamás podría perdonar si alguien les viera. Necesita salir de ahí como sea, pero se encuentra débil, sin salida aparente . Sus piernas tiemblan, él lo nota. Parece que ante él nunca nada funciona…