El Adonis
Madura pierde la verguenza... entre otras cosas.
El Adonis
ste verano Carlos, mi marido, y yo pasamos una semana en un precioso hotel en los Pirineos. A Carlos le encanta la montaña. A mí me gusta el paisaje pero sin su entusiasmo. Yo estoy encantada de dejarle a él trepar por las rocas y competir con las cabras montesas en su territorio. Además, aunque no gorda, estoy un poquito entrada en carnes y con el bien desarrollado trasero no estoy para saltar de peña en peña. Antes de salir de vacaciones, ya nos habíamos puesto de acuerdo que él podía ir a escalar cuanto quisiera, yo me quedaría en el hotel, tomando el sol en la piscina y leyendo algunas novelas. Carlos se iba alrededor de las once de la mañana y solía llegar a de seis a siete de la tarde. Tomaba una ducha, nos cambiábamos, bajamos a cenar y luego nos quedábamos un rato en la terraza tomando café y una copa. La primera noche hicimos el amor, pero la segunda y tercera noche Carlos decía que estaba reventado de tanto trepar como había hecho.
El cuarto día continuamos con nuestra rutina. Después de desayunar juntos, Carlos se fue a escalar, a eso de las once y media yo bajé a la piscina que estaba prácticamente vacía. Coloqué una tumbona, me tendí con la cabeza a la sombra y empecé a leer mi novela que no era ninguna gran cosa: Una historia de una periodista alemana viajando por Marruecos a principios de siglo. La alemana encuentra una tribu de Tuaregs y se enamora del Jeque; el Jeque no solo es guapísimo, si no que en vez de oler a estiércol de camello y sudor de tres semanas, va siempre limpísimo, con sedosas túnicas y huele a frescas hierbas humedecidas por el rocío del alba. El jeque es un moro dominante que nada mas ve a las mujeres como objeto sexuales. Al ver a la germana se prenda de ella y la convierte en su esclava. La novela no proporcionaba detalles de las actividades sexuales. Describía cabalgadas por el desierto, románticos ocasos en oasis paradisiacos, hashish, fru-frus de sedas, abundantes cojines sobre el suelo de la tienda, abrazos de éxtasis... pero por a pesar de la falta de énfasis sexual, yo la estaba encontrando tremendamente erótica y excitante; sin darme cuenta estaba restregando mis muslos. Al notarlo, inmediatamente baje el libro para ver si alguien me había visto. La piscina seguía prácticamente vacía excepto por un adonis que estaba haciendo gimnasia. No me estaba mirando y no parecía que hubiese notado nada. Era un chico joven (yo tengo treinta y ocho años, así que veo mas "jóvenes" de los que veía antes), debía estar por los veintidós, veintitrés años. Era alto, rubio, tostado por el sol, obviamente hacia pesas, pues cada músculo de su cuerpo estaba bien marcado y desarrollado; los brazos y muslos particularmente grandes y fuertes. Llevaba un minúsculo biquini, azul oscuro, bien distendido y estirado por el "paquete" entre las piernas. Mientras yo hacia este examen, me puse colorada. La verdad es que no soy particularmente pacata, pero soy un ama de casa, respetable miembro de la sociedad, entrada en años y carnes y normalmente no evalúo a cada chico que veo como si fuera un semental listo para hacer copular. Decididamente la novela me estaba poniendo tonta. Volví a mis desiertos, oasis, y puestas de sol.
Al poco tiempo bajé el libro para mirar al chico. Él seguía haciendo sus ejercicios pero ahora estaba solo a tres o cuatro metros de mí. Hacia flexiones ¡Dios que trasero! Abdominales ¡caray tenia la tripa como una tabla! Los bíceps ¡Jesús, que brazos! La verdad es que cada parte y músculo de su cuerpo estaban pero que muy bien, además con los ejercicios se había puesto sudoroso y con el sol reflejándose en las gotitas de sudor, resplandecía como un dios griego. Quizás no era la novela, quizás mi calentura se debía a la altura, las montañas... ¡Carmen! ¡a tus ocasos, dunas, dátiles y huríes!
Oí un chapoteo, el chico se debía de haber cansado después de tanta gimnasia y se había tirado a la piscina. Parecía nadar muy bien, claro que con esos musculazos cualquiera... Hizo unos largos, salió y se tumbo sobre una toalla a dos metros de mí. Así tumbado boca arriba, viéndole desde sus pies, admiraba aquellos muslos sólidos como columnas con músculos esculpidos a cincel. Puestos a admirar, el bulto en el biquini también era digno de admiración y si estaba así después del agua fría de la piscina... Yo ya no sabia que hacer estaba totalmente excitada. Lo único que se me ocurrió fue quitarme el sujetador del biquini coger aceite bronceador y restregarme los pechos como una tonta. De repente el Apolo muscular se levantó se acercó a mí, extendió sus manos hacia mi botella de bronceador y, sin perder el tiempo con introducciones, dijo:
¿Te ayudo?
Yo, en un ataque de dignidad, estuve a punto de mandar a aquel niñato, que se permitía el lujo de tutearme, a tomar viento. ¿Que se había creído? Carlos es ingeniero, ocupa un alto cargo en el ministerio, conocemos a personas importantes, yo soy la distinguida esposa de un alto funcionario y ¡el niñato me tuteaba! Actuando en consecuencia, sin decir palabra, con superioridad, le tendí la botella del bronceador. Él la cogió, derramó algo de aceite en sus manos, se puso detrás de mí y empezó a darme un masaje en la espalda. Yo me quedé un poco decepcionada, cuando él me ofreció su ayuda yo esta tocándome los pezones, pense que él iba a continuar, sin embargo estaba trabajando mi espalda. A pesar de mi decepción inicial, el niño sabía lo que hacia, magistralmente movía sus manos, ora acariciando ora estrujando; de vez en cuando, las yemas de sus dedos se insinuaban por mi cuello. La mezcla de caricias y masaje no ayudó a calmar mi calentura; por fin el Adonis, con mucho cuidado, rozo mis pezones, al mismo tiempo se inclino y junto a mi oído, dulcemente dijo:
¿Subes a mi habitación?
¡Caray! Una cosa es tener fantasías con jeques de papel durante sobrecogedores ocasos, y otra cosa es saber que hacer si algo increíble te sucede a ti misma. A mis treinta y ocho años ya no estoy en edad de merecer, y a parte de algún bastorro por la calle alabando a grandes gritos el bamboleo de mis pechos o el contoneo de mi trasero, hace tiempo que no he tenido que sufrir un avance sexual. El chaval estaba muy bien; por la forma en que hablaba y se comportaba, claramente era educado, se me hacia la boca agua de limón mirando aquellos musculazos. Pero, por otro lado, yo era la respetable esposa de un alto funcionario, una mujer mayor, de respetable y respetada condición social, casada, católica y responsable, así que inmediatamente establecí las diferencias y le puse en su sitio; con voz firme dije:
No, ven tú a la mía.
Al oírme decir aquello con tanta desfachatez me quede de piedra. ¡Que golfa! ¡Que perdida! ¡Que guarra! Bueno de piedra, de piedra, tampoco me quedé, porque nada mas decirlo me puse el sujetador del biquini, metí deprisa todas las cosas en mi bolsa y fuimos a la habitación. Entramos, cerré con llave y le dije:
Estamos aquí con una condición.
¿Cual?
Tú haces todo lo que diga yo y nada mas que lo que yo te diga.
Es una buena cosa que yo nunca he creído en marcianos, telepatías u otras majaderías por el estilo, porque si no... tendría que pensar que alguien estaba controlando mi mente. ¡Yo que siempre he sido tan recatada y discreta! De alguna forma, o las puestas de sol, o los dátiles, o los jeques dominantes se me habían subido a la cabeza.
¿Cuánto tiempo vais a estar aquí?
Pregunto el Adonis
Y a ti, ¿qué más te da?
Porque acepto tu condición únicamente si mañana tú haces todo lo que yo te diga y nada mas que lo que te diga yo.
Vale, estamos de acuerdo.
¡Increíble! Si hace dos días alguien me hubiera dicho que mirara una película pornográfica, probablemente le habría abofeteado y ahora le estaba diciendo al niñato-adonis del que no sabia ni su nombre, que mañana seria su esclava sexual y haría todo lo que él me pidiera.
Coge lo que quieras del minibar. Me voy a dar una ducha rápida para quitar el bronceador.
Como una loca entré en el cuarto de baño, me quite el biquini, me duche en treinta segundos me seque en un tiempo récord y salí, completamente desnuda, a ver al niñato aquel.
¿Te gusto?
Me encantas, sobre todo tus pechazos y tus nalgas.
Vale chato, haz posturitas y enséñame esos musculazos que tienes.
Mientras decía esto me senté en la cama, me acariciaba el sexo y me dispuse a hacer de espectadora. El se ponía de perfil, contraía ora los bíceps, ora los abdominales, me mostraba un trapecio y... ¡que glúteos! La verdad es que el niño estaba para comérselo.
Anda ven aquí y dame besos en la entrepierna.
El vino a la cama, me separo las piernas y con gran suavidad y ternura me besaba los muslos, la ingle, con sus labios acariciaba mi vulva mientras metía sus poderosas manos por debajo de mis nalgas y, suavemente, las levantaba para mejor exponer mi sexo. Con gran paciencia su lengua iba y venia: los muslos, los labios, poco a poco empezó a insinuar su lengua entre los labios, yo empezaba a anticipar cuando tocaría mi clítoris. Él siguió pacientemente, yo estaba a punto de chillar ¡chúpame el clítoris! Cuando él abrió mi vulva, y como animal sediento empezó a chupármelo. Cambio de juego, alternaba lametazos y chupadas del clítoris con hondas metidas de lengua en la vagina mientras con sus manos amasaba mis nalgas y de vez en cuando ponía un dedo haciendo presión en mi culo. Yo estaba como loca, me frotaba los pechos, me relamía los labios, la cabeza me daba vueltas.
Sí, sigue, sigue, chupa, chupa. ¡Aahhh!
Yo que raramente tengo orgasmos acababa de tener uno impresionante en tiempo récord. Cuando me recupere, dije:
Gracias guapo, ahora quiero ver que es lo que tienes que ofrecer.
Sin mas ceremonia le quite su biquini.
¡Madre del amor hermoso! ¡que instrumento! No es que yo sea una experta, pero aquel nabo era varios centímetros mas largo que el de Carlos y, sobre todo, era casi el doble de grueso. No sé si se pueden hacer pesas con ese órgano, pero algunos ejercicios especiales ya debía hacer para tenerlo así. Además, el niño se afeitaba o depilaba todo el pubis y aquella verga imperial estaba tan carente de vello como la de un bebe. Afortunadamente, por su tamaño nadie la confundiría con la de un bebe. Cogí el vergón con ambas manos y con temblorosa admiración lo desencapulle. ¡Que maravilla! No pude contenerme y empece a chuparlo. Poco a poco me lo metí en la boca. Por muchos esfuerzos que hice no conseguí poner dentro mas de media polla. Antes de que se me dislocara la mandíbula saque la picha.
Anda capullo, ponte a cuatro patas y da vueltas a la habitación como un perrito.
El se bajó de la cama, y empezó a andar a gatas por la habitación. No sé que me excitaba mas, mi comportamiento irresponsable y alocado, la idea de que aquel magnifico ejemplar de belleza humana estaba allí obedeciéndome a mí, poniéndose a mi completa disposición o el ver, según se movía, por debajo de sus tersos glúteos, como los colgantes huevos se bamboleaban mientras su enhiesta y amenazante picha imperial le tocaba el ombligo. Si poderme contener me baje de la cama y me senté a caballito sobre él. Mientras él andaba yo le daba azotes en las nalgas.
Demuéstrame lo fuerte que eres, ¡follame de pie!
Sin decir palabra, se puso en pie, me cogió por los sobacos y me levanto como una pluma (como ya he dicho, hace años que dejaron de compararme con una pluma), coloco mis piernas alrededor de su cintura y sin comentarios ni prolegómenos, de una embestida, me ensartó con su pollón. ¡Bendito niño! Menos mal que de mi orgasmo anterior estaba bien lubricada; si no allí me despelleja la vagina de por vida. Me quedé sin aliento, pero antes de que pudiera recobrar la respiración el ya estaba diestramente moviendo mis nalgas con sus potentes brazos ensartándome y desensartándome de su divino instrumento. Me movía en el aire, sin ningún esfuerzo, como si fuera una muñequita. Yo notaba sus testículos golpeándome el culo, mis pechos aplastados contra sus poderosos pectorales, mis manos agarradas a su cuello y mi boca fundida con la suya. Empezó con un ritmo lento, pero sobre ese ritmo, como un nuevo Beethoven compuso una sinfonía. ¡Que virtuoso! Con un crescendo lento pero sostenido, sin cambios bruscos, aceleraba y aceleraba hasta que yo note algo creciendo en mi vagina, hinchandose y, por fin, como ese algo estallando en mi vagina y se extendiendose por todo mi cuerpo. En ese preciso momento él me metió un dedo en el culo y me dio aun más placer. No sé cuanto duré así, yo esta ba traspuesta, ensimismada en mi placer.
Cuando recobre el uso de la palabra lo único que pode decir fue:
¡Gracias! Nunca en mi vida se me habían follado así, ni nunca había tenido dos orgasmos seguidos tan intensos.
Por primera vez desde que estabamos en la habitación él habló para expresar un pensamiento profundo:
Te quiero encular.
Ni hablar, a mí nunca me han dado por el culo. Primero la idea me da mucho asco, y segundo una amiga mía, a la que el cabrón de su marido la fuerza a tomar da por el culo de vez en cuando, dice que duele mucho. Pero me puedes follar como a una perra.
Él ni protesto ni insistió. Yo me puse a cuatro patas en el suelo y él me ensartó desde atrás. ¡Que maravilla! Aquella verga mágica parecía poderse mantener empalmada para siempre. Él empezó otra vez con su mete y saca rítmico. Se inclino sobre mi espalda y mientras me besuqueaba el cuello y las orejas con sus manos ora acariciaba mis pechos, ora los estrujaba con fuerza. Aquellas pruebas de destreza manual no le impedían seguir con su magnifico crescendo . Yo creía que me iba a desfondar la vagina, él bajó una mano y empezó a frotar mi clítoris... Que bárbaro, como conocía el cuerpo de la mujer. ¡Como me manejaba! Me tocaba como el virtuoso toca su violín, con la presión justa, en el sitio preciso y en el momento adecuado. Una tercera y aun más poderosa explosión recorrió mi cuerpo, al mismo tiempo él grito ¡Siiii! y exploto dentro de mí y los dos caimos al suelo al unisono.
Cuando recobre algunas fuerzas, como pude me subí a la cama completamente exhausta. Mientras me aupaba a la cama él sobó mis nalgas y dijo.
Tienes un culazo precioso. Me vuelve loco, te quiero encular.
Con mis ultimas energías grite:
Ya te he dicho que no, que me da mucho asco y además duele.
El no protesto, ni insistió. Se limito a decir bajito:
Mañana...
Sin decir mas, se puso su minúsculo biquini azul, me dio un beso en la frente un cariñoso azote en las nalgas y con un ¡hasta mañana! se fue. Yo, exhausta, saciada, feliz, relajada como no lo habia estado nunca me quede dormida.
Cuando desperté, eran mas de las cinco. Llame a recepción y pedí que mandaran a alguien a hacer la habitación otra vez. Corrí a ducharme, salí de la ducha a tiempo de abrir a la camarera... Mientras ella hacia la habitación yo me arregle y maquille, me sentía guapa, atractiva, deseable y deseada, así que me puse un vestido que me estaba un poco ajustado y resaltaba mis curvas, con amplio escote y corta falda. Remate con unos zapatos de tacón alto. Me mire en el espejo y pense:
Un poco jamona, pero... ¡que buenas carnes para quien las sepa aprovechar!.
Le di una propina a la camarera y baje a la terraza a tomar el fresco (¡para fresca yo!) y un aperitivo mientras esperaba a Carlos como había hecho otras tardes. En mi estado de animo, casi me hubiera parecido natural que todos los machos que pasaban por la terraza vinieran a decirme que me deseaban y me encontraban irresistible. Mire el reloj, las seis y media, ¡magnifico! Había llegado a tiempo para no levantar sospechas en Carlos. Mientras esperaba, seguía sin poder explicarme que es lo que había pasado por mi cabeza, como podía yo haber hecho una cosa así. Al mismo tiempo sentía una sensación de plenitud y satisfacción que me vacunaba contra excesos analíticos.
Carlos llegó, contento y sudoroso.
Hola cariño, no te beso que vengo pringoso. Voy arriba a ducharme y bajo enseguida.
Al cabo de media hora, bajo Carlos.
Carmen, me lo he pasado de maravilla, he encontrado unas cascadas y unas grutas preciosas, pero vengo muerto. Que te parece si hacemos una merienda cena, y mientras comemos te cuento lo que he visto.
Pedimos unas cervezas, aperitivos y un par de bocadillos. Él me contaba con todo lujo de detalles y obvio entusiasmo las cornisas, cascadas, restos de hielo, musgos, helechos, grutas y otros descubrimientos. Tengo que confesar, que no prestaba mucha atención. Hacia esfuerzos para, mientras pensaba en aquellos músculos exquisitos y aquella polla gloriosa, poner cara de atender a lo que decía Carlos. De repente, mientras pensaba en el órgano maravilloso recordé las frases del adonis: " Te quiero encular". "Mañana "
¡Y yo había prometido que mañana haría todo lo que él quisiera! Sin darme cuenta, al pensar en aquel gigantesco instrumento entrando por mi virginal trasero se me escapo un grito. Carlos, solicito, pregunto:
¿Que té pasa Carmen?
Nada, nada, ha sido un pinchazo de repente, pero ya ha pasado.
Acabamos nuestra merienda-cena y subimos a nuestra habitación. El "te quiero encular" no se apartaba de mi mente y notaba como un cosquilleo en el trasero. En nuestra habitación mientras me desnudaba seguía pensando en aquel instrumento glorioso y en el "te quiero encular". Un picor extraño se apodero de mis nalgas. Carlos se echó en la cama y dijo:
Carmen, lo siento si parece que no te hago caso. Si quieres hacemos el amor, pero la verdad es que yo estoy muy reventado y mañana me gustaría salir temprano para tener mas tiempo el ultimo día.
Mientras él hablaba, mi picor aumentaba y con disimulo seguía rascándome el trasero. Con mi voz mas dulce y amorosa conteste.
No te preocupes cariño. También podemos hacer el amor en casa y... tampoco venimos a los Pirineos todos los días. Lo importante es que tu descanses bien para que mañana estés mucho tiempo en la montaña y disfrutemos mucho los dos.