El adolescente en la sauna
Un adolescente deprimido entra en una sauna de Sevilla, sin saber que es un local gay, donde encontrará placeres inimaginables...
El adolescente en la sauna
Esta historia comienza hace un mes, aproximadamente. Me presentaré: me llamo Ignacio, tengo 18 años y vivo en Sevilla. Aquella tarde era Viernes, y yo estaba, literalmente, hecho polvo. Mi novia, con la que llevaba saliendo casi un año, me había dejado por otro, y además me echó en cara que en la cama era un pequeño desastre, y que con el otro chico se lo pasaba mucho mejor que conmigo.
Imaginaros mi estado: me faltaba poco para la depresión. Me puse a pasear sin rumbo, ensimismado en mis pensamientos, que más negros no podían ser. No entendía cómo podía haber pasado. El caso es que, andando, andando, llegó un momento que me detuve para ver donde estaba. Reconocí entonces que había llegado hasta la Resolana, casi frente por frente a la calle Feria. Miré hacia la fachada en la que estaba y vi entonces un local que indicaba en la puerta "Nordik. Sauna Masculina". No me preguntéis por qué, pero pensé en aquel momento que, a lo mejor, una buena sauna me hacía olvidarme de mis problemas, o al menos me ayudaría a sudarlos
El caso es que, sin pensármelo demasiado, entré en el local. Pagué al chico que estaba en recepción, que me entregó una llave para la taquilla. Entré en la parte de vestuarios, que era la primera que uno se encontraba al entrar en el local, y me llamó la atención que por allí, aparte de un chico que se estaba desnudando un poco más allá, había algunos otros hombres, con sus toallas anudadas a la cintura, paseando. No le di mayor importancia al tema, y me dirigí a mi cabina, que localicé pronto. Dentro había unas zapatillas de goma y dos toallas, una roja y otra blanca. Me desvestí, ensimismado todavía en mis negros pensamientos, intentando saber en qué había fallado con mi novia Cuando termine de quitarme la ropa, me puse las zapatillas y me lié la toalla alrededor de la cintura, cerré la taquilla y me encaminé hacia el fondo, donde imaginaba que estaba la sauna. Por el camino me encontré con otros hombres que iban y venían, todos con sus toallas en la cintura, y me extrañó tanto trajín, pero yo iba a lo mío: estaba demasiado deprimido para ver las señales que, sin duda, habría percibido si hubiera estado en una situación normal.
El caso es que, por fin, encontré la sauna, a mitad de un pasillo a la izquierda. Abrí la puerta y dentro, efectivamente, hacía un calor tremendo. Había un primer habitáculo en el que había dos hombres sentados en los bancos. Yo quería, a ser posible, estar solo, así que, como vi que había otro habitáculo más adentro, me encaminé a él; tenía un visor exterior, una especie de ventana protegida por un cristal y miré a ver si había alguien. Lo que vi me dejó petrificado. Allí delante de mí, a apenas metro y medio, separado sólo por la puerta de madera, pero perfectamente visible a través del cristal, había un hombre en cuclillas chupándole la polla a otro. Mi perspectiva era ideal, porque estaban colocados de lado hacia la ventana, de tal forma que podía ver con todo detalle cómo el que estaba agachado se metía en la boca aquel gran carajo (porque era bien grande, y gordo), cómo lo lamía con fruición, cómo le chupaba los huevos y cómo, finalmente, cuando el otro se corrió, recibió toda la leche sobre la lengua trémula. Yo no pude, o no supe, quizá no quise retirarme: estaba como pegado al suelo, sin saber qué hacer; sólo sabía que aquella escena, que por primera vez veía en mi vida, me había puesto el nabo a reventar. No entendía qué me estaba pasando, cómo era posible que me empalmara viendo a un tío mamársela a otro; yo jamás había tenido ninguna fantasía con hombres, ni siquiera me la había jalado en el colegio con otros compañeros, como sabía que hacían algunos. Sencillamente, nunca pensé que pudiera excitarme el sexo entre hombres; y, sin embargo, allí estaba yo, delante de aquella ventana que me había posibilitado ver una mamada de campeonato en primer plano, y mi rabo se había puesto a cien.
La pareja que estaba dentro de aquel cuarto de la sauna a las que había estado contemplando se recompusieron y fueron a salir de su habitáculo. Aquello fue como un interruptor, porque verlos venir hacia mí me hizo reaccionar, y me aparté, sentándome en el banco más próximo, justo a tiempo de que los dos abrieran la puerta del habitáculo y salieran hasta el departamento en el que estaba yo y los otros dos hombres. Los de la mamada sonrieron pícaramente y salieron de la sauna.
Entonces miré de nuevo a mis dos acompañantes: vi en sus rostros esa lujuria que se refleja en aquellos que están muy excitados, e incluso pude ver cómo, debajo de las toallas anudadas, se veían ciertos bultos que no eran precisamente inocentes Sinceramente, no sabía que hacer; lo único que sabía es que mi calentura continuaba, que tenía el nabo a reventar (cosa por la que procuraba ponerme las manos delante de la toalla, para que no se me notara, aunque era evidente que se me notaba), así que decidí salir de la sauna, entre otras cosas porque el calor allí era ya infernal.
Salí del habitáculo de la sauna y no sabía qué hacer. Por una parte, estaba mi parte de "machito", que me decía que lo que tenía que hacer era salir cuanto antes de aquel antro de maricones; pero por otro, había otra parte de mí, extraordinariamente excitada, que se había sentido muy atraída por aquella mamada que había contemplado inesperadamente. En la lucha entre ambas opciones, y para no quedarme allí parado como un pasmarote, decidí andar un poco, así que continué hacia adentro en el local, por el mismo pasillo que me había llevado hasta allí. Ahora, ya con los ojos abiertos y la certeza de la naturaleza del lugar en el que estaba, mi mirada era otra: veía cómo había chicos apoyados en la pared, sin duda esperando ser contactados por otros, y cómo otros hombres paseaban por el lugar, mirando paquetes y culos. Seguí adelante, a falta de otra cosa mejor que hacer. Al final del pasillo había, a la derecha, una entrada sin puerta, y a la izquierda una puerta con cristal traslúcido. Decidí entrar en la primera, aunque no supe muy bien por qué. Dentro había una estancia bastante grande, en semipenumbra; a la izquierda había un pasillo ancho, donde algunos chicos estaban recostados sobre la pared. A la derecha había un pequeño pasillo y, algo más allá, una entrada sin puerta a lo que parecía otra habitación; después había otro pasillo que giraba hacia la izquierda.
Avancé, despacio, con el corazón a punto de salírseme por la garganta y mi tranca a toda potencia. Como no sabía hacia donde ir, opté por entrar en el primer pasillo a la derecha, el estrechito, a ver de qué iba aquello. A mitad de aquel pasillo, en la penumbra, vi que había una entrada sin puerta a otra habitación, bastante oscura, aunque se divisaba el contorno de algunos cuerpos. Entré allí, con el corazón batiéndome en el pecho, y me eché sobre una pared, como observé que estaban dos hombres más allá. Entonces vi que uno de ellos tenía a otro agachado a sus pies y que éste le mamaba la polla, aunque sólo lo intuía porque se apreciaba sólo el contorno de los cuerpos. Ambos estaban desnudos, con las toallas colgadas al cuello. Oía el chupeteo del tío que se la mamaba, y aquello hizo que mi polla diera un salto. Tragué saliva: mi parte excitada estaba ganándole la batalla a mi parte "machito" Entonces, el otro chico que estaba sobre la pared se acercó al que estaba agachado y le pasó la mano por la raja del culo; el agachado incorporó las piernas, sin dejar de chupetear el nabo, y se puso en pompa. El otro chico se puso tras él y supongo (no podía verlo desde mi posición) que se la encalomó por el culo, porque enseguida empezó a menear las caderas. El que chupaba debía estar en el nirvana, porque, con la boca ocupada y todo, se podían escuchar los gemidos de placer que daba
Turbado, pero deseoso por primera vez de saciar mi excitación, salí de aquella habitación y seguí mi recorrido. El estrecho pasillo hacía un recodo a la izquierda y allí me crucé con un chico que estaba recostado sobre la pared; éste, al pasar, me tocó el paquete, y yo, con lo salido que estaba, no hice nada, sólo seguí adelante. Un poco más allá había otra entrada sin puerta, a la izquierda, en lo que debía ser una entrada por atrás del otro cubículo que advertí al entrar en aquella gran sala. Entré en aquel sitio, que estaba también en semipenumbra. Allí había dos chicos pegados a la pared, y vi que uno le tenía metida la mano al otro por debajo de la toalla; un momento después, como no había rechazo, el tío que se la estaba meneando al otro chico se puso de rodillas, le levantó la toalla y se metió la polla en la boca. Estos estaban apenas a un metro de mí, y, a pesar de la semipenumbra, mis ojos ya acostumbrados pudieron contemplar cómo aquel hombre se estaba tragando enterita la polla, con grandes chupetones. Tan cerca estaba que el agachado echó su mano hacia mí y, por debajo de la toalla, me cogió el nabo. Yo no supe cómo reaccionar y, simplemente, le dejé hacer. La mano del chico me la meneó despacito, recreándose en mi tranca. Yo estaba en éxtasis, sintiendo aquella mano ajena pajearme con maestría. Cerré los ojos, dejándome llevar, y por eso no me di cuenta del siguiente movimiento: un momento después noté algo húmedo y cálido en mi glande, y entonces abrí los ojos; el chico había dejado de chupar al otro y me la estaba chupando a mí. La sensación era extraordinaria; el tío sabía hacerlo, porque aplicaba su lengua en todo el glande, en especial en la parte inferior, donde es tan sensible; chupaba todo el vástago de mi carajo, demostrando tener unas grandes tragaderas, hasta el punto de que enterró su nariz en mi vello púbico (y tengo unos buenos 17 centímetros de nabo). Después se sacaba la verga de la boca y se dedicaba a chupetear los huevos, con una sensualidad que pensé imposible de igualar. En ese momento recordé las mamadas que me hacía mi novia, y comprendí de que jamás me dio, ni de lejos, el placer que me estaba proporcionando aquel hombre desconocido en la semipenumbra de una sauna (ahora ya lo sabía) gay.
El otro chico que había estado siendo mamado por éste que ahora estaba a mis rodillas reclamó su parte, y entonces dejó mi nabo, para centrarse en el del otro. Entonces yo decidí seguir, porque las sensaciones que estaba sintiendo tenía la certeza de que no se acababan ahí. Salí por la entrada sin puerta del habitáculo, a la sala general en la que había entrado, y entonces me decidí a seguir por el pasillo a la derecha. En aquella parte había algunas puertas que daban a pequeños habitáculos en los que había unos ventanucos. Entré en uno de ellos y miré a través de la ventanita: se veía una especie de sala, que debía estar al final del pasillo que estaba recorriendo. En aquella salita había un gran televisor, en el que se proyectaba una peli porno, en la que un chico rubito le estaba mamando la tranca enorme a un negro cachas. Delante del televisor había una serie de sofás negros; en la semipenumbra que era habitual en aquella gran sala en la que estaba, vi como había algunos hombres sentados viendo la película; pude ver como alguno tenía la mano metida bajo la toalla de otro, haciéndole una paja, y pensé que yo quería sentarme allí también. Salí del cubículo, continué hasta el final del pasillo y allí me senté en un sofá que estaba vacío. Casi al momento se sentó, a mi lado, otro chico, como de 28 ó 30 años. Me miró, sonriente, y me puso la mano sobre el muslo, como sondeando. Yo no hice nada, entre otras cosas porque no sabía qué debía hacer, y esa fue la señal para que el chico metiera su mano debajo de la toalla y me cogiera el nabo. Empezó a pajearme, despacito, y yo me dejé hacer. Cerré los ojos, y, como antes, casi instantáneamente sentí aquella sensación de que algo húmedo y caliente se cerraba sobre mi capullo. Abrí los ojos, sorprendido de que, en aquella sala, con varios hombres alrededor y cuya iluminación (gracias a la luminosidad de la pantalla del televisor) era superior al resto, aquel chico me la estuviera mamando. Los otros hombres, cuando se dieron cuenta, dejaron de lado lo que ocurría en la pantalla y se acercaron a nuestro sofá. Había otros cuatro hombres, de edades dispares: dos de ellos no tendrían 30 años, otro alrededor de 40 y el cuarto estaría rozando los 50. El caso es que uno de los treintañeros, quizá el más lanzado, se colocó a mi lado y se levantó la toalla: vi entonces, en un primer plano, a apenas 15 centímetros, un buen vergajo empalmado, con el glande rosáceo brillando por los jugos seminales. El chico dio un golpe de pelvis, como ofreciendo aquel manjar, y yo, sin pensar lo que estaba haciendo, abrí la boca. Un momento después, algo caliente, húmedo, duro y tierno a la vez, se introdujo entre mis labios. No sabía qué hacer, pero creo que el instinto es sabio. Empecé a lamer aquel pedazo de carne, como si en ello me fuera la vida. Recordando lo que había visto en las mamadas que acababa de contemplar, chupeteé el glande, lamí el mástil, rechupeteé los huevos Mientras, el otro chico seguía mamándomela, proporcionándome un placer indescriptible. De repente, el chico que me la tenía metida en la boca me cogió con fuerza por la cabeza. No sabía qué pasaba, aunque enseguida me enteré: se estaba corriendo en mi boca, y no quería que me separara confieso que, al principio, me dio asco sentir su leche en la lengua, pero casi al momento me di cuenta de que sabía bien, muy bien incluso, y que aquello estaba redoblando mi placer y mi excitación. Así que dejé que se corriera largamente dentro de mi boca, y fui tragando, poco a poco, aquel semen, calentito, espeso, un tanto viscoso, de sabor agridulce. Cuando dejaron de salir churretazos, le busqué un poco en el ojete del nabo, a ver si había alguna gota más, y mi gula fue recompensada con tres gotitas más de leche
El chico que me la estaba mamando dejó de hacerlo porque otro le puso la tranca a tiro, y decidió cambiar de montura (por hablar en términos hipicos ), así que mi nabo se quedó libre. Sin embargo, los otros tres hombres que estaban en la sala parecieron más interesados en mi boca, porque el que tenía sobre 40 años se acercó con la polla en la mano; yo no me podía resistir, así que saqué la lengua en señal inequívoca, y el tío me la enchufó en la boca. Ahora ya tenía más práctica, y además disfrutaba más, sin la tensión de la primera vez, así que a éste se la mamé ya casi como un maestro: era grande y gorda, pero pude metérmela entera en la boca, ahuecando la garganta, como había visto hacer a otros minutos antes. Tenía unos huevos grandes, que le chupeteé con delectación; le oí decir, "me corro, me corro", y enseguida me metí el glande en la boca: no quería que se desperdiciara ni una gota de aquel néctar; se corrió una, dos, tres, hasta seis veces, y yo los recibí en mi lengua, mientras seguía chupándole la polla, ahora rebozada en su propia leche. Después, poco a poco, me la fui tragando, hasta que le dejé el glande limpio como una patena.
Tras él estaba el otro treintañero, que se acercó sin más dilaciones y me la metió en la boca: yo se la mamé bien mamada, como a los otros, y no tardó en correrse. Por último se aproximó el casi cincuentón, y éste tenía un cacharro considerable, que, con algún trabajo, conseguí meterme en la boca hasta que se corrió.
Me había quedado solo en la sala de televisión, tras irse todos los demás, ya bien servidos. Así que decidí que había que seguir explorando, ahora que había encontrado aquellos placeres nuevos y tan excitantes. Salí por la parte izquierda y así llegué al pasillo que aún no había explorado. A la derecha había una entrada sin puerta pero con una especie de cortinilla de tiras. Sin pensármelo dos veces, me introduje en él. Este habitáculo, en contra de lo que ocurría con los otros en los que había estado, se encontraba totalmente a oscuras. Después supe que era, claro está, el "cuarto oscuro". Sin ver nada, me pegué a la pared para no golpearme con algo. Allí encontré a un chico recostado contra la pared. La verdad es que, tan salido como seguía, lo único que me apetecía era seguir mamando, así que, sin pedir permiso, me agaché, le tanteé bajo la toalla y, como no opuso resistencia, saqué el carajo, que estaba a medio empalmar, y me lo metí en la boca. Experimenté entonces otro de los placeres de chupar pollas, hacerlo cuando todavía no están erectas y sientes en tu boca cómo van ganando en grosor y en longitud, como se van llenando y poniendo tiesas como estacas Éste no tardó en empalmarse, y tras una buen ración de lengüetazos en el glande y de meterme la verga hasta las amígdalas, se corrió en mi boca con generosidad.
Había encontrado un nuevo filón en aquel cuarto oscuro, así que, haciendo las cosas con cierta organización, fui recorriendo la pared. De vez en cuando me encontraba un chico allí recostado, y sólo uno rehusó que se la mamara. Fueron siete u ocho los que consintieron, con pollas de diversas medidas y calibres, aunque la calidad de la leche era siempre excelente. Cuando ya estaba a punto de dar la vuelta completa, mientras estaba mamándole el nabo a otro tío, noté como alguien me tocaba por detrás, en el culo; me subió la toalla, dejando mi trasero al aire; no sabía qué iba a hacer, pero enseguida lo supe. Note algo húmedo, aunque no muy grande, introducirse en el ojete virgen de mi culo: el tío me lo estaba chupando, y aquella lengua dentro de mi agujero más íntimo me produjo un escalofrío tremendo; se me pusieron los vellos de punta y culeé, como una maricona salida, queriendo más. El tío me estuvo chupeteando el culo un rato, mientras yo me comía una buena tranca; finalmente, el de atrás dejó de chuparme el agujero, por lo que yo culeé como una perra; pero era que me iba a dar otra cosa: sentí algo grande, caliente y duro, en la puerta de mi culo, y supe lo que iba a suceder, entre la alarma por el tamaño de lo que intuía en mi agujero virgen, y el deseo de que lo hiciera. El tío no se anduvo con miramientos y me la encalomó, entera, de un solo golpe de pelvis. Menos mal que tenía la boca ocupada, con el carajo metido hasta la garganta, porque si no hubiera gritado de dolor. Aguanté como pude, pero enseguida aquel dolor extremo se convirtió en un placer inusitado, algo grande y caliente que te barrenaba por detrás, como si te fuera a partir en dos, pero proporcionando un gozo indescriptible
Se corrió el tío al que se la mamaba en mi boca, y casi simultáneamente noté la leche del otro en mi culo.
Cuando ya no hubo más leche que tragar en el cuarto oscuro, salí de allí. Me di cuenta de que la leche del tío que me había sodomizado corría por mis piernas abajo, y que la boca la tenía todavía rezumante de la mucha lefa que había recibido, y me sentí como una gran puta. A todo esto, seguía sin correrme; siempre he tenido mucha capacidad de aguante, y estaba claro que en este caso me estaba permitiendo acceder a placeres inimaginables.
Salí de la sala grande y decidí volver a la sauna, que era el sitio inicial donde empezó todo. Allí, dentro del cubículo, me encontré, qué cosas, con el chico al que vi mamando polla al entrar en el local de la sauna. Pensé que sería ideal que todo empezara y terminara con él, así que, sin muchos miramientos, me levanté la toalla, dejándole ver mis 17 centímetros, totalmente empalmados, con el glande rezumante de jugos preseminales. El chico, que no tendría más allá de 25 años, sonrió pícaramente y se agachó ante mí. Se metió mi nabo en la boca y me lo mamó con maestría. No tardé en correrme, tan excitado como estaba, y el hombre se tragó todo mi semen, que fue mucho, porque había sido también mucho el tiempo de excitación continuada.
Cuando salí de la sauna ya era de noche. Miré a la entrada, donde estaba el letrero de "Nordik", y supe que, a partir de entonces, frecuentaría mucho aquel lugar donde los placeres eran indescriptibles