El adivino - 5

Carla por fin visita al adivino. Descubrirá que su vida aún se puede volver más complicada de lo que ya estaba

El adivino - 5

Al día siguiente no pudo ir a verle, tampoco al otro, al final tuvo que posponerlo para el fin de semana, hasta el sábado por la mañana no tuvo el tiempo necesario y puede que incluso en cierto modo, el coraje, de presentarse ante las puertas de su casa. Curiosamente y sin darse realmente cuenta, se vistió con lo mejor que encontró en su armario para esa ocasión, pero no con lo más elegante o adecuado, no, se vistió con la ropa que a su juicio le hacía parecer más atractiva y tentadora para los hombres. Se vistió de forma, que más que para ir a hacer una entrevista, parecía que fuese a ir de conquista.

Cuando llegó aparcó frente a la casa y espero un tiempo que considero prudencial antes de ir a llamar a su puerta, quería estar segura de que no le sorprendería con ningún "cliente", pensó que eso no sería empezar con buen pie. Cuando consideró que había pasado un tiempo prudencial, ya que nadie había entrado o salido de la casa, salió del coche, cerró la puerta, mirándose en el reflejo del cristal de que todo estuviese en su sitio y nada descolocado, arreglándose los pequeños defectos que pudo imaginar en su vestimenta por ir sentada al volante, y armándose de valor se dirigió hacia la casa.

Para su sorpresa nadie contesto a su llamada en la puerta que tenía en un lateral para el consultorio, de modo que se dirigió a la puerta principal, llamando en ella. Él abrió la puerta a los pocos segundos, Carla se dio cuenta enseguida de que no parecía nada sorprendido de verla allí, se hizo a un lado y la invitó a entrar a la casa, tras cerrar la acompaño al salón, donde se sorprendió al encontrar sentada a Isabel Márquez.

  • ¿Quieres un café Carla? -preguntó él amablemente.

  • Si por favor, gracias –aceptó, mirando a la otra mujer, calibrándola inconscientemente.

  • ¿La leche como la prefieres? ¿Azúcar, sacarina...? -indagó.

  • Si es posible templada y con azúcar, gracias.

  • Bien, enseguida los preparo para los tres, no tardo nada. ¿Isa por favor, podrías sacar las pastas en un momento?.

  • Claro Pedro, no te preocupes que yo las saco -respondió Isabel sonriente y de muy buen humor.

Nada mas irse el por la puerta tras la que debería de estar la cocina de la casa por lo que Carla sabia, la cara de Isabel cambio por completo, abandono su aspecto alegre y divertido para volverse fría, dura como el pedernal. Sacó las pastas y se volvió a sentar, colocándose justo frente a Carla, mirándola fijamente con el ceño levemente fruncido.

  • Mantente alejada de él, no intentes nada o te las tendrás que ver conmigo, ¿está claro?.

  • ¿Perdón?, no entiendo a que viene esto -dijo perpleja Carla por la salida de tono repentino de la otra mujer.

  • Sabes más que de sobra a que viene, puede que él quizá no se dé cuenta... aún, pero yo sí. Esta muy claro que es lo que quieres realmente y no pienso permitírtelo, de modo que mantente alejada. Pedro es mío, ¿queda claro?, no te quiero cerca –terminó dejando clara su postura con respecto al vidente.

  • Perdona pero creo que te estás confundiendo, yo no estoy interesada en él de ese modo, solo quiero que me responda a unas preguntas, es todo meramente profesional, solo interés periodístico -aseguró.

  • Mira guapa, eso te lo creerás tú, pero a mí no me la das, no hay más que ver cómo has venido vestida a verle.

  • ¿Según tu como vengo vestida? -preguntó Carla empezando a enfadarse.

  • Pues creo que está bastante claro, estas vestida para ir de conquista, no para hacer una entrevista a nadie. Pareces una perra buscando al perro que la monte, estas detrás de él, y usas la estúpida escusa de un nuevo reportaje, así que déjate de escusas estúpidas –contestó Isabel agresiva.

  • No tiene ni idea de lo que dice, solo son locuras suyas –respondió poniéndose a la defensiva.

  • De locuras nada. Estoy segura de que ya tienes más que suficiente como para tres reportajes y medio, estas aquí porque estas detrás de él, y no te lo voy a permitir. Él es mío -dijo tajante una vez más.

-Perdona Isa, pero de eso ya hemos hablado muchas veces, y sabes que no será así, que no sucederá como quieres -dijo Pedro apareciendo por sorpresa con los cafés.

  • Pedro, me da igual lo que me digas, voy a seguir intentándolo una y otra vez, las que hagan falta, y lo sabes -dijo con firmeza mirándolo fijamente.

  • Lo sé, pero tú también sabes de sobra que solo te estoy diciendo la verdad, no te miento, y lo que quieres, no podrá ser nunca Isa, deberías de aceptarlo de una vez.

  • ¿Es ella? -Preguntó Isa.

  • ¿Que si soy quien? -preguntó Carla sorprendida.

  • No lo sé Isa, sabes que eso es algo que no sé, no sé de hecho si habrá una ella o no algún día.

  • No te creo, puede que no sepas quien, pero sí que habrá una ella, recuerda que se cómo funciona porque tú mismo me lo explicaste, aunque no te creyese en ese momento -dijo Isabel.

  • Entonces también sabrás que es verdad cuando te digo que desde luego, incluso si es así, si es como dices, esa ella, no serás tú, ¿verdad?

  • No me pienso rendir contigo Pedro, para nada, ya me equivoqué una vez por estúpida, elegí muy mal y lo pagué muy caro, no pienso cometer otra vez el mismo error.

  • Tampoco es eso Isa, cierto que elegiste mal, pero también que eso trajo consigo algo bueno, ¿o no? -dijo Pedro con dulzura.

  • Lo único bueno que saque de aquello es mi hija, pero es lo único, todo lo demás fue negativo, y tú lo sabes –le señalo con el dedo índice-. Sabes de sobra a que me refiero, no intentes conmigo tus juegos de palabras, no funcionan -dijo levantándose.

  • ¿A dónde vas? -preguntó él.

  • A casa, os dejare tranquilos para que podáis hablar, pero tú -dijo mirando a Carla-, recuerda lo que te he dicho, mantente alejada de él.

  • Isa ya vale –se puso repentinamente muy serio-, te estás pasando, sabes que lo que dices no lo sabes, no tienes ni idea de lo que estás haciendo y... –Isabel le interrumpió.

  • No me hace falta que tú me lo digas. Te recuerdo que solo tengo que observar a Anubis para saberlo, míralo, ella está a tu lado y él permanece tumbado tranquilamente en su sitio, de ser cualquier otra mujer, y colocada tan cerca tuyo, a estas horas estaría entre medias o muy cerca de ambos, paseándose, dejando las cosas claras de hasta donde se te puede acercar. Incluso ha cogido su propio café de tu mano sin que Anubis se inmutara, y sabes que lo que digo es cierto. Me voy, ya te llamare Pedro -dijo despidiéndose de él con un beso.

Carla sintió un escalofrió cuando escucho lo del gato, recordando la vez anterior en que toco al vidente y como este salto para defenderlo, atacando. Miró al gato y se dio cuenta de que los felinos ojos de este estaban clavados en ella fijamente, aunque permanecía tranquilo, completamente tranquilo, tal y como Isabel acababa de decir. A los pocos segundos de estar mirándole, Anubis se desentendió de ella para fijar su mirada sobre la espalda de Isabel Márquez que ya se dirigía hacia la puerta de salida.

Vio como la mujer salía por la puerta bajo la intensa mirada de Pedro y de Anubis, y aquello no termino de gustarle, pero no por nada en especial, o quizá si, quizá tuviese que admitirse que era por el interés que mostraba el hombre en ella. Pero aunque ella estaba acostumbrada a medio interpretar como mira la gente a otras personas, en esa mirada fue incapaz de distinguir nada en absoluto, le resulto totalmente inescrutable por completo. Nada más cerrarse la puerta tras Isabel la cara de Pedro volvió a ser la de siempre, de nuevo volvía a ser ese hombre de apariencia buena y bonachona que siempre daba al exterior. Carla no pudo evitar preguntarle por lo que sucedía con Isabel, y para su sorpresa cuando pensaba que nuevamente como en sus anteriores encuentros esquivaría cualquier tema personal, le contestó a sus preguntas.

  • ¿Que es lo que ocurre con ella?, no sé porque se ha puesto así conmigo.

  • Es porque creo que piensa que estas tratando de seducirme -la miró fijamente con una sonrisa divertida en su cara-, ¿estás tratando de hacer eso conmigo Carla?.

  • No por dios -casi se atragantó con el café haciéndola toser, a su mente regreso la imagen de sus labios y las ganas de besarlos que sintió, lo que no es que le ayudase precisamente a parar de toser.

  • Entonces no hay problema -dijo riéndose.

  • Y si lo estuviese intentando, ¿qué? -dijo un poco picada por las risas.

  • Nada, pues que entonces Isabel tendría razón, ¿no te parece? -dijo irónico.

  • Si claro -quedó desconcertada durante unos segundos-. ¿Se puede saber qué es lo que le pasa? -se repuso.

  • Bueno, quizá no debiera de hablar de ello, pero creo que al menos mereces una especie de explicación, dentro de unos límites claro, al fin y al cabo es sobre ella, no sobre mí.

  • Si, vale, pero que pasa con ella.

  • Supongo que tu amiga y tú habréis investigado a fondo sobre mí, ¿correcto? -el gato por sorpresa se levantó velozmente, y de una carrera saltó sobre los brazos de Pedro, sobresaltando a Carla que no se esperaba verle aparecer de ese modo.

  • Si, lo cierto es que hemos averiguado bastantes cosas –dijo sin poder dejar de mirar disimuladamente a Anubis, cuyos ojos permanecían fijos sobre ella mientras su amo lo acariciaba.

  • Supongo que averiguaríais sobre el accidente de unos íntimos amigos míos, se mataron junto a sus hijos en un accidente de tráfico -preguntó, sin dejar de acariciar al gato, con la mirada como perdida en la distancia.

  • Si, un camión que se quedó sin frenos se estrelló contra el coche en que viajaban -admitió Carla.

  • Si, eso mismo. Por diversos motivos me culpé a mi mismo de ese accidente, y de hecho, aún me culpo por él, pero bueno, eso ahora no tiene nada que ver. Al caso es que en esa época Isabel era mi prometida, nos faltaban solo ocho meses para la boda, estábamos planeando los detalles por esas fechas, cuando ocurrió el accidente.

  • Entiendo, era su prometida y usted la dejó, ¿no? –preguntó completamente asombrada por la noticia, ya que era un dato que desconocían, maldiciendo no haber averiguado algo tan importante.

  • Jajajajaja -su risa sonó triste e igual que el aspecto que tomaron sus ojos-, no, fue al revés, cuando dejé el trabajo y me empecé a dedicar a esto, intentó que recapacitase, pero no le hice ningún caso, seguí adelante. Al final me dio un ultimátum, o entraba en mí, o rompía conmigo, no estaba dispuesta a estar con un loco. No es muy difícil averiguar lo que ocurrió, ¿verdad? -dijo con tristeza y en esta ocasión con los ojos claramente perdidos en el infinito.

  • Rompió el compromiso con usted -dijo Carla, dándole tiempo.

  • Si, exactamente –al minuto volvió a ser el de siempre-. Al poco de dejarme se enamoró de un hombre que le avise que no le convenía, pero no me hizo caso, pensó que era por celos de mi parte, y término contrayendo matrimonio con él rápidamente, de hecho todo en esa relación fue excesivamente rápido. Al año de nacer la niña, recibió la primera paliza, con la segunda y presionada por mí le denuncio, pidiendo el divorcio, quedándose con la custodia de la niña. Después de eso su marido tuvo una racha mala suerte en los negocios y acabo suicidándose, lo que, siento decirlo así, no fue una gran pérdida para la humanidad y si un gran alivio para Isabel, para su hija y para mí.

  • Sigue enamorada de usted –murmuró Carla para sí misma-, ¿y usted de ella? –preguntó seria.

  • Si, ella sigue enamorada de mi -se quedó mirando su café unos segundos abstraído antes de continuar-, pero lo nuestro ya es imposible por completo, cuando se casó y tuvo a su hija, nuestra puerta se cerró para siempre –nuevamente pareció abstraerse-, no se volverá a abrir de nuevo.

  • Me parece muy drástico por su parte, todo porque tenga una hija, mas cuando he visto personalmente como le quiere esa niña, me está decepcionando -dijo Carla con voz de enfado.

  • Creo que no me ha entendido, yo quiero muchísimo a esa niña, no me importaría ser su papá, me encantaría de hecho. Pero desgraciadamente no es lo que debo de hacer, precisamente porque las quiero a ambas, es algo que no debe de pasar, nunca –dijo secamente, mirando fijamente a los ojos de Carla.

  • Usted... usted... -tragó saliva, pensando en algo al escucharle, algo que la produjo un escalofrió. Reunió valor para su pregunta-, usted sabe algo de su futuro, ¿no es así?.

  • Jajajajajajajaja -estalló en carcajadas sorprendiéndola y enfadándola-. Perdón, -se disculpó al ver su cara-, siento las risas, pero mujer, ¿de verdad cree usted que yo puedo saber algo semejante?

  • Si- dijo Carla muy seria- lo creo a pies juntillas. Usted, de alguna manera conoce el futuro, por mucho que me cueste aceptarlo-.

  • Muy bien -dijo sacando un mazo de cartas de un cajoncito que había sobre la mesa-, ¿quiere que le averigüe el día de su muerte? –le preguntó, mirándola con una extraña sonrisa en los labios y unos ojos que parecían desprender esquirlas de hielo.

Carla sufrió un sobresalto al escuchar la proposición, se puso pálida, de repente perdió toda su seguridad, solo fue capaz de sentir miedo al escucharle decir eso, al comprender lo que le estaba preguntando y ofreciendo con total naturalidad, con esa sonrisa y esos ojos que le daban escalofríos. Carla solo tenía deseos de salir corriendo de allí, pero estaba completamente paralizada, entonces vio como el abandonaba esa especie de pose para reírse con ganas, dejando el mazo de cartas otra vez en su sitio.

  • Es una broma mujer, eso no se puede saber nunca de nadie, como voy a saber el día de su muerte solo por echar unas cartas.

  • De mi lo supo, lo supo cuando me metió la galleta en el bolsillo para que el perro me salvase -dijo enfadada por la supuesta broma.

  • No sabe lo que dice, yo no hice nada de eso, yo simplemente le coloque una galletita de perro untada con jalea porque traía suerte. Según creo, además, ya hablamos de esto -sonrió.

  • No me tome por idiota, también sabemos lo del avión, hemos hablado con el capitán y la tripulación sobre usted, ha sido muy interesante la conversación, puede creerme -dijo con suficiencia, intentando dar la impresión de que era verdad.

  • No llegaron a hablar con nadie –movió la cabeza de un lado a otro negando-, el capitán me llamó nada más colgó, al que por cierto, su compañera y amiga se presentó fingiendo ser también una amiga personal mia. ¿Porque me miente cada dos por tres? -preguntó muy serio.

  • Porque quiero saber lo que hace y como lo hace, porque no veo otra forma de poder conseguirlo, porque lo único que consigo hablando con usted es que de un rodeo detrás de otro, porque parece que se esté cachondeando de mi todo el tiempo, por eso le miento para conseguir lo que quiero -dijo una Carla completamente frustrada en un ataque de sinceridad y un poco de furia irracional contra él.

  • Bien, me preguntaste por la galleta con jalea que puse en tu abrigo, ¿verdad? -preguntó.

  • Sí, quiero saber porque lo hizo y como lo supo.

  • Bien, es muy simple, y a la vez muy complejo. Y en cierto modo, increíble -dijo muy serio.

  • No temas, soy muy abierta de mente –se cruzo de brazos esperando.

  • No sabía que ocurriría, solo vi en las cartas que si llevabas esa galleta en ese bolsillo tendrías un futuro aunque incierto, pero sin ella, no veía para ti nada más que oscuridad, sin futuro -dijo mirándola fijamente a los ojos.

  • ¿Y lo de mi amiga? ¿La persona con la quería hacer las paces? -pregunto Carla, sin creerle semejante explicación, aunque se sentía inquieta por algún motivo.

  • Bueno, eso fue más simple. En las cartas vi un gran dolor por alguien, al encontrarlo aun mucho más dolor, pero tras un corto espacio, muchísimo alivio, un alivio que eliminaba casi todo el dolor anterior. Las cartas simplemente me indicaron una dirección que yo le indique a tu amiga, seguirla o no, eso debía de ser cosa de ella, y tampoco es que pusiese mucho de su parte cuando vino a mi consulta como para poder afinar algo más.

  • El hombre que cambiaria mi forma de ver las cosas... ¿eso como lo supo? -preguntó poniéndose un poco colorada.

  • Siento defraudarte, pero vosotras me investigasteis y yo hice lo propio, accidentalmente averigüe que tu novio te engañaba con un chico, de modo que no fue nada... -hizo una pausa mientras sonreía-, místico.

  • Oh, vaya, claro, nos investigó... –le miró reticente a creerle, volvió a la carga-, pero lo de su gato arañándome, y que fuese a mi apartamento para curarme... -dijo.

  • Es mentira -dijo sonriendo con ironía-, solo bromeaba con usted. Las cartas me indicaron que un hombre le enseñaría algo, y luego que probablemente se quedaría sin pareja, en ese instante. De modo que bueno, añadí mi pequeño toque para hacerlo más interesante.

  • ¿Y qué fue lo que...? -la interrumpió no dejándola terminar la pregunta.

  • Pare, pare, un momento Carla –dijo alzando las manos-. Mire qué hora es, se ha hecho muy tarde y tengo mucho que hacer. Déjelo para otro día, por hoy creo que ya respondí a muchas cosas y ya le di suficiente en que pensar. ¿Le importaría que lo dejásemos para otra vez?, Por favor... -pidió con voz cálida mientras Anubis se ponía de pie entre los dos, mirándola fijamente de nuevo.

  • Claro, por supuesto -se levantó un poco aturullada por la reacción del gato y todo lo escuchado-, si, desde luego. Podemos seguir otro día que le venga bien –aceptó, deseando salir de allí.

Cuando se levantó se dio cuenta perpleja, que realmente casi no le había explicado nada, salvo haberle contando un montón de tonterías que no tenían ni pies ni cabeza y que encima en lo último que le contó había admitido que le estaba tomando el pelo. Pero por algún motivo no le importaba para nada, lo único que quería de verdad en ese instante era salir de allí. Realmente no sabía que pensar, todo lo que dijo le resultaba casi un insulto a su inteligencia, pero sin embargo por algún motivo, se sentía inclinada a creerle en lo que le contó. Decidió irse y luego cuando estuviese en casa pensar en todo lo que se había hablado allí, se sabía incapaz, por algún motivo, de hacerlo en ese momento.

Pero lo más sorprendente para Carla estaba aún por llegar. Pedro le acompaño hasta la puerta de su casa, con el fin de despedirla en persona. Como es normal en muchos de estos casos, la intención era despedirse con dos besos en las mejillas, pero sucedió que ambos fueron a poner la misma, con lo que se produjo una situación un tanto cómica, que les hizo reírse con ganas. Al final, en tono de broma, Pedro le dijo:

  • Tu hacia mi izquierda y yo hacia mi derecha... -dejo la frase a medias.

  • ..Y luego al revés -continuo ella, riéndose con la broma.

Ambos en esta ocasión con deliberada lentitud y medio riéndose se dieron sendos besos en las mejillas, sin embargo, tras el segundo beso y tan solo un segundo después, Carla se lanzó hasta que sintió sobre sus labios los de él, notó como la punta de su lengua los recorría delicadamente. Para su sorpresa, de forma inconsciente, su lengua salió al encuentro de la de ella en cuanto sus labios se entreabrieron, dando de ese modo inicio a un beso en toda regla. Solo diez escasos segundos después, ambos se separaron un poco, tan solo unos centímetros, mirándose a los ojos, para de inmediato volver a juntar sus labios, solo que esta vez, fue un beso muy apasionado. Se fundieron en un abrazo, besándose, devorándose mutuamente los labios, incluso recibiendo algún mordisquito por parte del otro.

Estuvieron así por espacio de poco más de medio minuto, completamente perdidos, uno en los labios de otro, comiéndose mutuamente a besos, jugando sus lenguas con la del otro, metiéndola en la boca del otro todo lo profundo que podían, intentando saborearle. Por fin pareció que regreso la razón a ambos, se separaron un poco cohibidos, mirándose a los ojos, un poco jadeantes, intentando recobrar el aliento. Entonces ella fue la primera que rompió el silencio que parecía haber caído sobre ambos...

  • Bueno, yo me tengo que ir ya, sabes..., así que, bueno, adiós -se marcho a toda velocidad hacia su coche, sintiendo que le ardían las mejillas.

  • Adiós Carla..., vuelve cuando quieras... -fue todo lo que le dio tiempo a decir, mientras ella se marchaba casi a la carrera.

Carla se montó en el coche y arranco a toda velocidad, salió de allí casi haciendo ruedas, cuando miro el retrovisor, vio que estaba completamente ruborizada. Una vez que doblo la esquina y la casa de él quedo atrás, aun condujo durante un par de kilómetros antes de pararse en un lado de la calle. Una vez puesto el freno de mano, apoyo la frente contra el volante, maldiciéndose y preguntándose mentalmente, como había podido permitirse llegar a esa situación con él. Levantando la cabeza se miro al espejo retrovisor de nuevo, especialmente sus mejillas, encontrándolas aún levemente encarnadas. Poco a poco iban recuperando su color normal. Se sentía poco menos que como una quinceañera que acababa de dar, y de recibir, su primer beso del chico que le gusta.

Por su parte Pedro aún seguía con una sonrisa cuando el coche de Carla doblaba la curva, desapareciendo de su vista. Isabel había tenido razón cuando dijo que era ella, estaba casi seguro desde que la vio, aunque las cartas aún no le habían definido el camino del todo, señalaban muchas cosas, muchas variantes, y no todas ellas agradables, de hecho, la inmensa mayoría no lo eran. De todos modos se había visto sorprendido, pensaba besarla, tenia intención de hacerlo desde el principio, estaba preparado para hacerlo, pero no tenía muy claro realmente, que quien de los dos había partido ese primer beso, si de él, o de ella.

Carla cuando llego a casa, se sentó en el sofá, apoyo los codos en sus rodillas y se llevo las manos a la cabeza sujetándosela, en un claro gesto de desconcierto, de necesidad de tranquilizarse para poder pensar con claridad. No entendía que era lo que había sucedido en esa despedida, solo que de repente se había encontrado con sus labios sobre los suyos, y aunque le hubiese gustado pensar que todo fue cosa de él, en su fuero interno pensaba que era muy posible que hubiese sido ella quien besó en primer lugar. No lo entendía, jamás en su vida había hecho algo así, era de esas mujeres a las que las gustaba que las sedujeran, que se ganasen el premio de sus labios y su cuerpo, sin embargo con él parecía ir al revés, -tragó saliva-, debía de reconocer que le atraía. El problema es que sentía que su atracción era un poco como la de la mariposa por la llama, una atracción fatal.

Por si todo esto en que ahora tenía que pensar con calma, no fuese suficiente complicación, sonó el teléfono. Vio que era Irene, cuando la dijo que se encontraba en casa, la risueña voz de Irene le dijo que fuese preparando algo de cena para las dos, que iba en seguida a que le contase con pelos y señales toda la entrevista con el adivino, tras lo cual, sin dejarla decir nada colgó. Lo último que Carla quería en esos momentos era la visita de Irene, y mucho menos, para que hablasen de Pedro, o el adivino, como ella misma se corrigió, al darse cuenta de que le acababa de llamar de nuevo por su nombre de pila. Estaba hecha un autentico lio.

CONTINUARA