El adiestrador: capítulo 9

La gatita descubre porque debe temer a las perras

Tu dueño se duerme a la hora de la siesta sentado en el sofá mientras le haces una suave mamada, despacio, relajante, para que se duerma con sensación agradable y sin excitarse. Su respiración se relaja, te detienes, no se mueve, no dice nada; se ha dormido.

Te levantas y sales de la casa. Te acercas despacio a la jaula, miras hacia la casa temerosa, pero nadie te sigue, te paras junto a la verja y apoyas una mano en ella.

-Psssst. Chicas. ¿Estáis ahí?.

Una de ellas se asoma por el agujero de una caseta de hormigón

-Venid, quiero hablar con vosotras.

Un ladrido te avisa de que has cometido un error, la perra salta contra la verja lanzando ladridos y gruñidos. Tras ella sale otra y golpea la verja a su lado. Mientras retrocedes ves a la tercera dando vueltas tras ellas, también ladrando. Te das la vuelta para correr hacia la casa, a la zona mas cuerda de la finca, pero cuando das dos pasos ves a tu dueño salir de la casa y caminar hacia ti.

Estas segura de que tu cara refleja el miedo y el arrepentimiento que sientes. Cuando llega hasta a ti te empuja contra la valla. Los ladridos retroceden.

-Por favor... amo, perdón...

Mientras con una mano corre el pestillo de la puerta, con la otra te agarra del pelo.

-Si mi gata quiere perros, tendrá perros.

Primero estira de tu pelo para separarte del a verja, y después te empuja al interior de la jaula. Oyes que la puerta se cierra tras de ti. Gateas hacia ella y das un rápido vistazo al pestillo, una lamina metálica impide alcanzarlo desde dentro.

-Por favor, amo ¡no! ¡están locas! - le gritas mientras vuelve a entrar en la casa.

Te giras acuclillada contra la valla, se acercan a ti trazando semicírculos, como perras hambrientas. Esta vez no ladran ni enseñan los dientes, esta vez esbozan sonrisas muy humanas. Una de ellas estira sus manos hacia ti, se las apartas a manotazos, una tercera mano agarra una de tus muñecas, y respondes con la otra, pero antes de que te liberes otra mas aferra tu pelo, empiezas a patalear, te sujetan la otra mano y estiran de ti, caes al suelo separada de la verja; te das la vuelta a tiempo de ver a la que ladro la primera sentándose sobre tu abdomen, alzas las manos hacia su cara pero otras dos manos te las agarran y estiran de ellas, las juntan por tus muñecas, las aplastan contra el suelo y notas un peso sobre ellas.

Te parece ver a la tercera entrar en la caseta. Forcejeas contra las dos que te aprisionan. La tercera vuelve, le da algo metalico a la que te retiene las manos, un sonido metálico te confirma que un candado acaba de unir tus muñecas; se agacha sobre tu cabeza y tiende una especie de mordaza compuesta por un anillo metálico atado a una correa de cuero, te mete el anillo entre los dientes y te ata la correa a la cabeza, para en seguida apartarse del todo.

La que te sujeta los brazos, se inclina sobre tu cara.

-Las gatitas no deben entrar aquí, porque las usamos para jugar.

Te lame una mejilla obscenamente y se sienta a horcajadas sobre tu cara.

-Acaríciame con tu lengua, minina.

Gruñes desafiante. Te retuerce un pezón con saña.

-He dicho que me lamas, no que me bufes.

Asqueada sacas la lengua por la anilla de la mordaza y notas algo de piel húmeda, mueves la lengua arriba y abajo, como crees que hace tu dueño.

-Mas rápido gatita, no me obligues a incentivarte otra vez.

Obedeces, con tus brazos aprisionados sobre tu cabeza por su mismo peso no te queda mas remedio.

Mientras tanto la que parece la líder mete sus dedos en tu vagina.

-Me parece que le gustas, solo de ver que le entregas tu coño ya se ha mojado. Eso merece un castigo, ¿no crees?

Rodea tus espinillas con un brazo y te levanta las piernas unidas, reteniendolas entre su brazo, su hombro y su cuello, mientras con la otra mano retoma la violación de tu vagina.

No ves lo que hace la tercera, pero lo sientes claramente. Con una varilla de madera azota las plantas de tus pies. Gritas de dolor. Un fuerte apretón en un pezón te recuerda que tu lengua tiene que estar dentro de alguien, no gritando. Otro azote, otro grito, y otro castigo en el pezón.

No sabes cuanto tiempo te tienen en ese juego sádico, pero cuando se levantan de encima tuyo estas dolorida, con todos tus músculos agarrotados por la resistencia.

-Esta empezando a oscurecer, vamos dentro.

Unas manos te agarran las muñecas, le das un empujón y te pones de pie. No tienes ni idea de que habrá dentro, pero no quieres saberlo. Una mano apresa tu tobillo, caes al suelo; otra se le une, y dos mas en el otro tobillo. Te levantan las piernas del suelo y estiran, arañas el suelo con las manos atadas, buscando algo a lo que agarrarte mientras te arrastran a la caseta, te meten dentro y te agarras desesperada al borde del agujero que hace de entrada, una patada en el estomago te disuade de seguir peleando, te agarran por los hombros y te lanzan a una esquina, donde caes acuclillada y sollozando.

Miras a tu alrededor, la caseta es pequeña, pero tiene las paredes cubiertas de juguetes, casi como la mazmorra del amo. Te levantas rápidamente y te lanzas sobre la salida, una mano aferra tu larga melena, estira de ella doblandote el cuello y te arroja de vuelta a la esquina. Se mueven entre risas, volviéndote a crear la ilusión de que la salida esta libre, quieren que vuelvas a intentarlo. Permaneces quieta. Observas como se quitan sus “colas” y se ponen unas especies de vragas con penes, dos penes cada una, uno hacia dentro y otro hacia fuera. No puedes evitar darte cuenta de que solo lubrican los de dentro. Avanzan hacia ti las tres a la vez y te sujetan mientras te atan las piernas con una correa de cuero cada una, cada tobillo con su muslo, obligándote a permanecer de rodillas. Después la que se ha sentado antes en tu cara se tumba en el suelo.

-Ven aquí.

Niegas con la cabeza, lanzando gotas de babas por la boca abierta. La mas grande de las tres aplasta tus muñecas atadas contra la pared; después, la otra agarra dos cuerdas finas y con movimientos rápidos te las ata, primero una y después la otra, alrededor de tus tetas, las aprieta muy fuerte, por lo que en seguida se enrojecen ante tu mirada anegada en lagrimas.

-Te las quitaremos cuando te metas mi polla en el coño.

Te planteas resistir, pero tu busto te duele horrores y quieres que termine. Avanzas hacia la perra tumbada como puedes, caminando con tus rodillas y con las manos unidas. De alguna manera logras levantar una de tus piernas, poner la punta del pene de plástico en tu vagina, y metertelo por el sencillo método de dejarte caer. Alzas la cabeza y gritas dolorida por la rápida penetración sin lubricante.

-Ahora mueve las caderas, gatita.

Apoyas las manos en su pecho y obedeces. Dudas que ella este notando nada por tu movilidad limitada, pero haces lo que puedes.

Al poco de empezar la mas pequeña se pone ante ti, te coge el pelo y te mete la polla en la boca. Acostumbrada a las humillaciones, ves el lado positivo, te ayuda a moverte.

La tercera perra se pone sobre tu espalda, notas que tu cola se mueve, intentas gritar, suplicar, llorar, pero te es imposible con un consolador en la boca; te arranca la cola de un tirón. Se te saltan abundantes lagrimas mientras notas cada bola abrir y cerrar tu culo. Por el rabillo del ojo ves que la tira fuera. No te da tiempo para prepararte, presiona con las manos tu espalda hacia abajo y te encula con su imitación de pene. Al follarte por el culo y la boca a la vez tus caderas empiezan a moverse solas, ya no tienes que hacer nada, solo dejarte usar como un juguete mas hasta que se cansen de ti.

Tres o cuatro horas después confías en que estén profundamente dormidas. Las dos mas grandes te están abrazando, una por delante y otra por detrás, la mas pequeña esta tumbada sobre tus pies. Te escurres con cuidado entre ellas y sales de la caseta, dando gracias de que tus tacones no hacen ruido sobre la tierra suelta. Fuera esta lloviendo, pero no te importa, prefieres la lluvia a permanecer con ellas. Recoges tu cola del suelo llena de barro y te acurrucas contra la verja, junto a la puerta. Mientras te dices que el amo no te dejara allí, te sorprendes lamentándote de que tus orejas y tu cola se estén empapando y llenando de barro; desconoces si se estropearan del todo o podrán arreglarse, pero deseas que si se pueda, seguro que el amo puede arreglarlas.

Cuando amanece oyes pasos tras de ti. Te giras cuando oyes el ruido del pestillo al moverse. Tu dueño abre la puerta y se hace a un lado; te metes tu cola en la boca y sales de la jaula, con la cabeza baja, la mirada en el suelo. La puerta se cierra tras de ti y le sigues al interior de la casa. Él se sienta en el sofá y tu te desmoronas, rodeas su pierna con los brazos, aplastas la cara contra su muslo y rompes a llorar. Te permite llorar y desahogarte mientras te acaricia la cabeza despacio, comprensivo. Espera paciente a que se agoten tus lagrimas.

-Hoy te libero de tus tareas durante dos horas para que puedas descansar.

Agradecida le preguntas si el pelo de tus orejas y de tu cola se pueden lavar.