El adiestrador: capítulo 8

La mascota comete su primer error como gatita y comprueba que la paciencia de su dueño se esta agotando

La rutina se adueña de tu vida. Te despiertas antes que él, le haces de despertador sexual e inicias tus tareas de limpieza y cocina.

Hoy estas cansada, la casa estaba llena de barro del día anterior, y la tarde tumbada no te esta ayudando mucho. Miras a tu alrededor, no le ves, así que te pones en pie y estiras tu espalda con placer, buscando darle un descanso entre barrer, fregar, y moverte a cuatro patas. Oyes sus pasos tras de ti.

-Gatita mala, ¿que habíamos acordado?

-Amo, es que me duele y...

Una bofetada te hace callar.

-Esa no es la respuesta correcta, prueba otra vez.

Tomas aire y resistes las ganas de acariciarte la cara.

-Mi amo quería que me moviera como la gata que soy en mi tiempo libre.

-Exacto, intento ser paciente, explicarte las cosas despacio, pero a veces siento que no me escuchas. Ahora tengo que hacer algo para corregir esa postura. Ven.

Se encamina hacia el salón y le sigues.

-Adopta tu postura – señala el suelo entre el sofá y la televisión

Te tumbas a cuatro patas y se arrodilla a tu lado. Con tirones suaves pero constantes te quita tu cola. Suspiras de alivio, hasta que le ves coger un artilugio metálico “Lo llevaba encima, el muy cabrón estaba esperando que lo hiciera”. Se trata de una barra metálica pulida y curvada en forma de anzuelo, pero con una bolita metálica en vez de una punta afilada. Tras lubricarla te mete en el culo la bolita y toda la barra hasta que la curva hace de tope, de forma que solo se ve una barra que sale de dentro de ti, se curva y asciende pegada a tu espalda. Después une con una cuerda el extremo visible de la barra con tu pelo, tensándolo bien todo. Te ves obligada a tener la cabeza torcida hacia atrás, y dada tu postura, mirando hacia delante. Mira su obra satisfecho, sale de tu campo de visión dos minutos y vuelve con una varilla de madera de medio metro de larga; se sienta en el sofá a tu lado y enciende la television. Apenas le ves por el rabillo del ojo, por lo que mas que verla, oyes la varilla zumbar en el aire antes de azotarte el culo. Rápidamente una linea de fuego se extiende por tus dos nalgas, nunca te había azotado con nada que doliera tanto.

-Para que te concentres en el ejercicio y maximices tu aprendizaje, vas a maullar con cada caricia ¿entendido?

-Si, amo – respondes tras intentar asentir.

No te hace esperar, en seguida viene el zumbido y el azote.

-Miau.

Otro azote.

-Miau.

Otro mas.

-¡Ay! Miau.

Treinta azotes mas tarde tus maullidos apenas se oyen, aunque no te los corrige. Te arde el culo, las lagrimas inundan tu cara, probablemente te duela durante días. Entonces, cuando crees que ha terminado, le oyes recostarse en el sofá, se estira, y apoya sus pies en tu espalda.

Poco a poco tu cabeza se cansa de la postura forzada y se deja caer, entonces la tensión se acumula en tu pelo y en el culo, por lo que vuelves a forzarla, pero cada vez se cansa antes, y cada vez te ves obligada a dejar aumentar la tensión mas tiempo. Es un castigo a largo plazo, en el que casi se puede decir que te castigas tu sola.

No sabes cuanto tiempo pasa, pero por la televisión crees que te ha debido de tener así una hora, haciendo de reposa pies. Para tu alivio retira los pies, te libera la cabeza, y te cambia la barra metálica por tu cola.

-Descansa un rato.

Entre lagrimas y sorbiendo tus mocos, te tumbas enroscada en tu manta.

Te despiertas cuando alguien te agita el hombro. Abres los ojos y miras hacia arriba.

-Ven.

Se da la vuelta y se va hacia la puerta del sótano. Te levantas y le sigues; por si lo habías olvidado, un agudo dolor en tu culo te recuerda que debes moverte con gracia felina, como la adorable gatita que puedes llegar a ser.

Bajas las escaleras por primera vez y miras a tu alrededor, observando una autentica mazmorra medieval. Argollas, cadenas y jaulas por todas partes, artilugios e infinidad de látigos saturan las paredes.

Tu amo se acerca a dos cadenas que cuelgan del techo.

-Ponte en pie.

Obedeces de inmediato, aguantándote el dolor de tu piel castigada. Ata cada muñeca a una de las cadenas, y después tus tobillos a dos cadenas cortas que están ancladas al suelo, obligándote a mantener una postura en forma de X. Las cadenas de tus manos no están tensas, por lo que todo tu peso recae en tus pies separados, y sus dolorosos zapatos.

Toma un flagelo y da unas vueltas a tu alrededor, examinándote. Con los dedos de la otra mano roza tu piel, tus muslos, tus caderas, tu espalda, contienes un grito cuando roza tu culo. Se detiene. Casi ves como alza su brazo. Un azote cae sobre tu espalda, después otro, y el tercero lo da de cierta forma que las tiras de cuero rodean tus costillas y alcanzan uno de tus pechos. Dos azotes mas. Se acerca a ti, te coge del pelo y estira tu cabeza hacia atrás para susurrarte al oído

-¿Donde esta mi gatita?

-Mi... miau.

-Eso esta mejor, empezamos de nuevo.

Cierras los ojos y rezas porque ninguno de los azotes te de en el culo.

Vuelve el primer azote.

-Miau.

-¡Mas fuerte! - otro azote.

-¡Miau!

-¡Otra vez! - vuelve a azotarte.

-¡Miau!

-¡Eres una gata! - ¡Zas!

-¡Miau!

-¡No eres una persona! - ¡Zas!

-¡Miau!

-¡Metetelo en la cabeza de una vez! - Azote directo a tus pechos.

-¡Miau!

Se detiene diez azotes y maullidos mas tarde. Vuelves a llorar de dolor y humillación mientras se retira a las sombras, unos segundos después vuelve empujando un pequeño carrito de madera. Del carrito saca un enorme vibrador, te lo mete en la vagina sin lubricar y lo sujeta con diversas correas de cuero a tus muslos y tu cinturón. Lo enciende y una suave vibración empieza a recorrerte el cuerpo.

Después abre un cajón del carrito y saca una pequeña maquina, que parece una bomba de aire. Coge dos tubitos de plástico, los lame y te los pega uno en cada pezón; mueve una palanquita y la maquina se pone en marcha, hace una leve succión estirando tus pezones y los libera, vuelve a succionar y los suelta de nuevo, y así una y otra vez. Es una sensación un tanto sosa, pero te recuerda vagamente a la succión que harían unos labios. Mueve otra palanquita y la maquina aumenta la velocidad y la fuerza de succión un poco. Se agacha y aumenta también la fuerza del vibrador.

Finalmente pone frente a tu cara una mordaza de bola un poco especial, en lugar de ser una bola lisa, la cara interna tiene una forma de pene no muy largo. Obediente abres la boca y te dejas amordazar.

Da la vuelta, se pone a tu espalda, y en seguida sientes sus uñas arando tu dolorida espalda. Gimes, que te estimulen por tus tres sitios mas sensibles a la vez inmediatamente después de la paliza que te han dado es algo totalmente nuevo para ti. Te acercas al extasis mucho mas rápido de lo que creías posible. Alzas la cabeza, arqueas la espalda tanto como te lo permiten tus ataduras y te corres.

Entre suspiros y jadeos le oyes moverse, se acerca a la maquina para pararla, toca otra palanca y la maquina no se detiene, va aun mas rápido; vuelve a agacharse y también acelera el vibrador, poniéndote a un ritmo brutal, extenuante. Se levanta, toma tu cabeza entre sus manos y te besa la frente. Sin decirte nada se marcha del sótano mientras intentas suplicar bajo la mordaza.

No tienes ni idea de cuanto tiempo llevas ahí, pero crees recordar haber dejado de contar con el cuarto orgasmo consecutivo. ¿Eran cuatro realmente? ¿cuantos han habido desde entonces? ¿dos? ¿ninguno? ¿es posible tener tantos sin descansar? No tienes ni idea, pero el dolor y el agotamiento no te permiten ser apenas consciente de que las maquinas se paran, liberan tus pezones y te quitan el vibrador y la mordaza, desatan tus muñecas y tus tobillos; si eres plenamente consciente de que caes al suelo, lo palpas con las manos, esta empapado, encharcado con tus jugos.

En cuanto te levantan en brazos y dejas de tocar el suelo, musitas un apenas audible “miau” y te duermes de puro agotamiento.