El adiestrador: capítulo 6

La yegua pasa a convertirse en mascota domestica

Llevas dos días sin entrenar. Hoy también te has puesto tu uniforme al amanecer, como siempre, por si le daba por aparecer, pero no ha sido así, por lo que has terminado quitandotelo. Ya casi esta atardeciendo. Te examinas, no debes retrasarlo mas, o se terminara enfadando.

Vas a tu arcón y sacas tus útiles de depilación, consistentes en un tubo de crema hidratante y un rollo de esparadrapo.

-Lamento que tenga que ser así, pero no puedo fiarme en darte nada eléctrico o cortante, tendrás que hacerlo a la vieja usanza.

Muerdes la mordaza de yegua y poco a poco te depilas toda la piel. Después, te untas entera con crema, no te alivia realmente, pero hará que el escozor dure menos.

Te tumbas en tu cama de paja dispuesta a pasar otra noche mas, pero enseguida oyes pasos acercándose, te asustas, “¿no querrá entrenar a estas horas, verdad? ¿y si quiere? ¡No estas vestida!”. Tomas una rápida decisión y te pones en pie en la pared del fondo, en la postura que te enseño tu amo, confiando en que eso sea suficiente.

La puerta se abre y alguien avanza hasta ponerse detrás tuya, toma tus esposas y las suelta de la cadena, te da la vuelta y engancha una correa de cuero en tu collar; estira de la correa atrayéndote hacia él, te besa, acaricia toda tu boca con la lengua y el culo con la mano libre, se toma unos segundos para disfrutarte. Cuando termina se da la vuelta y sale de tu establo. Le sigues, incentivada por la correa.

Entráis en la casa, pero esta vez te lleva al piso de arriba. Entráis en un amplio y vacío dormitorio. Tan solo ves una cama en el centro, llena de argollas, al igual que las vacías paredes. Una puerta entreabierta te permite intuir un baño, la puerta cerrada deduces que sera un armario.

Te tumba sobre la cama y despacio, te ata cada miembro a un extremo, manteniéndote estirada en forma de X. Te venda los ojos y te pone una mordaza en forma de bola; después te pone unos auriculares pequeños y activa algún aparato de música. Escuchas música clásica, suave, tranquila, a un volumen tan estudiado que no te molesta, pero te impide oír ninguna otra cosa. Te ha aislado por completo, tienes la sensación de estar en medio de la nada, lo único que sabes a ciencia cierta es que estas sobre una cama cubierta con seda... y plumas, plumas sobre tu barriga, se mueven, suben hacia tu pecho, perfilan una a una tus tetas, después las escalan, suben a la cima y se entretienen con uno de tus pezones, suspiras, saltan al otro pezón, otro suspiro. Debe ser algún tipo de plumero. Las plumas recorren tus brazos, deteniéndose brevemente en tus recién depiladas axilas “¿lo habrá notado?”. Suben por la cara externa hasta las ligaduras de tu muñeca y bajan por la interna, vuelven a pasar por tus tetas, tus pezones, y recorren el otro brazo. Esta vez bajan por tu costado, acarician tu cintura, la cruzan, y bajan por tu otra cadera hasta el muslo, bajan por la cara externa de tu pierna hasta la ligadura en tu tobillo, suben por la pantorrilla, se detienen tras la rodilla, y suben muy, muy despacio por el interior de tu muslo. Tomas aire con fuerza, preparándote, pero las plumas se detiene justo antes de llegar a tu vagina. Aguantas la respiración, no se mueven, sigues aguantando, permanecen quietas, no van a dejar que tomes ninguna decisión; exhalas y justo en ese momento de debilidad las plumas se abalanzan sobre tu clítoris Las hace girar, intentas gemir, pero no tienes aire, llenas tus pulmones, pero se te vacían al instante cuando cambia la dirección del giro y aumenta la velocidad. Logras gemir, arqueas la espalda, no logras controlarte, el placer inunda todo tu cuerpo y... desparecen las plumas. Te dejas caer en la cama y gimes frustrada, has estado a punto. Respiras entre cortadamente un par de minutos y pruebas las ligaduras, mas para dar rienda suelta a tu frustración que porque esperes poder soltarte.

Una gota cae en tu barriga, la gota arde, te quema, gritas bajo la mordaza. Una rápida sucesión de tres gotas mas caen cerca, forcejeas mientras sientes que se secan y se convierten en costras sobre tu piel. El goteo recorre tu abdomen trazando círculos Se detiene. Caen en tu brazo, lo recorren, tensas las ligaduras. Salta la otro brazo, pero te controlas un poco mejor. Es doloroso, pero la sensación de quemazón pasa rápido, tu piel se enfría en seguida. Empieza por la base, vuelves a gritar, va cubriendo tus tetas poco a poco, con calma; aquí es muy concienzudo, no crees que te deje nada de piel expuesta, y sabes lo que eso significa cuando llegue a la cima. Muy a tu pesar gimes por la espectacion, gemido que se convierte en aullido cuando las malditas gotas caen en tus pezones. Salta a tus piernas, las recorre rápido, tiene prisa, pero en seguida se entretiene con tus muslos, los cubre bien y se detiene. Espera unos minutos. Jadeas y tensas todas tus ligaduras, preparándote Esta vez no te hace esperar, el dolor ardiente cubre los labios de tu vagina y tu clítoris, vuelves a gritar y se detiene por completo. Jadeas, no tienes muy claro si el cansancio es por el dolor y la tensión.. o por algún tipo de placer oculto.

Tras unos minutos de descanso el flagelo te arranca toda la cera. Es tan meticuloso como lo fue con las pinzas, no crees que te haya dejado ni una sola manchita en la piel.

Después del calor viene el frio. El hielo recorre toda tu piel sin detenerse ni un segundo en ninguna parte. Cuando llega a partes sensibles, como tus pezones o tu clítoris hace pasadas igual de rápidas, pero consecutivas, no deja que te queme, pero tampoco te da descanso. Tu respiración se acelera, y de nuevo cuando te tiene al borde del orgasmo retira el hielo. Bufas contrariada.

Ahora algo te rasca, las uñas, te araña las costillas, mete las manos debajo de ti, dobla los fuertes dedos obligándote a arquear la espalda y los saca rasgando toda tu piel. Vuelve a hacerlo, y otra vez. Cambia de angulo, de altura, no permite que te canses, pero tampoco que descanses. Se retira, su peso se concentra entre tus piernas, mete los brazos bajo tus muslos, sube a tu culo, y llega a la parte baja de tu espalda; vuelve a flexionar los dedos, vuelves a levantarte, y en el mismo instante en que retira sus manos mete la lengua dentro de ti. Empujada por la sorpresa intentas lanzar un fuerte gemido, mas bien un grito, que queda ahogado por la mordaza; parece excitarle, pues su lengua aumenta la velocidad y vuelve a arañarte la espalda. Repite muchas veces mas, te parecen infinitas. Tensas todas tus ligaduras para poder mantener la parte baja de tu espalda levantada, no quieres molestarle, no quieres que pare. Cuando estas mas cerca del éxtasis que en las anteriores veces, se retira, su peso cambia sobre la cama, te aferra los muslos con fuerza y te penetra con una embestida brutal, si no llegas a estar atada te habría movido de tu sitio. Te embiste una y otra vez con un ritmo frenético desde el principio. Tal vez sea por tus sentidos cegados, pero tienes la impresión de no haberle sentido tan excitado nunca. Intentas descansar tu espalda, pero no te deja, te obliga a permanecer encorvada. Sacudes la cabeza, quieres gemir, quieres gritar, y quieres que se oiga; la mordaza permanece firme, haciendo caso omiso a tus deseos. Os corréis casi al mismo tiempo.

Caes rendida sobre la cama, te retira la venda de los ojos, esta sentado a tu lado, jadeando, parece haber disfrutado. Te acaricia un pecho con aire distraído, como si no supiera que lo esta haciendo. Al poco se levanta, abre el armario y saca una manta que extiende a los pies de la cama. Te quita la mordaza, suelta tus muñecas y las une con unas esposas; después libera tus tobillos y te incorpora en la cama, engancha una cadena a tu collar y la une a una argolla a los pies de la cama. Se levanta, te acaricia el culo y señala la manta.

-Es hora de dormir pequeña.

Obediente bajas de la cama y te tumbas en la manta. Con todo lo que has pasado apenas ves la humillación en dormir en el suelo a los pies de su cama, al contrario, te parece una gran mejora.

Cierras los ojos. Sigues desnuda y tratada como una mascota, pero estas en su habitación. Sonríes mientras el agotamiento te lleva a un profundo sueño.