El adiestrador: capítulo 5

El adiestramiento acaba y llega el examen. ¿Esta lista la yegua?

Dos días después te has hecho totalmente al carro. Te saca a pasear por los terrenos de alrededor de su finca y os desplazáis cada vez mas lejos, aguantas cada vez mejor el peso y el ritmo que te impone.

Cuando tu dueño te saca del establo, en vez de llevarte a la salida de la finca, volvéis a la plaza de adiestramiento. Te engancha al carro como siempre, y te hace ponerte de pie.

-Hoy es un día especial, vamos a alcanzar el máximo nivel. Para que una yegua tan hermosa como tu luzca bien, tiene que demostrar una plena confianza en su jinete, así que vamos a trabajar la confianza.

Sin mas palabras te coloca un antifaz de cuero en la cara, privándote de la vista. Sus pasos se alejan y el peso del carro aumenta. Te preparas, oyes el chasquido del látigo en el aire y arrancas con fuerza. Estas asustada, “¿Y si me choco con algo, alguna piedra o la valla?”, dudas, te azota la espalda, avanzas, no te queda mas remedio. Notas que se tensa una rienda, giras hasta que desaparece la tensión, sigues recto; tensión en el otro lado, giras. Tras un rato dando tumbos a ciegas tira de las dos riendas con fuerza, te paras. Se alivia el peso del carro, le oyes andar, abrir la puerta de la valla y volver al carro. De nuevo un chasquido, te pones al paso. Ahora no estas en la zona llana de la pista, el resto de la finca es mas escabrosa, tienes mas miedo, no sabes ir a ciegas, ni siquiera sabes si estas levantando bien las rodillas o si estas mirando al frente. Oyes el motor de la puerta de la finca. Entras en pánico, no puedes caminar por fuera de la finca, zona totalmente asilvestrada, a ciegas y con las horribles botas de herradura. Vuelves a dudar, das un traspiés, dos azotes en la espalda y el culo te liberan de las dudas, sigues andando. Otro azote, no es posible, no puede querer que te pongas al trote, el látigo vuelve a caer, aceleras y deja descansar tu piel. Te ordena una curva, la trazas, una recta que te parece eterna, otra curva en la misma dirección, y después otra, estáis trazando un circulo, algo mas o menos seguro, otra curva mas, pero al intentar girar una bota se te engancha en algo, adelantas la otra e intentas mantenerte en pie, el látigo vuelve a rozar tu piel, te pones al trote como puedes y vuelves a tropezar, caes de rodillas, otro azote, te encoges sobre ti misma, mas azotes llueven sobre ti, no te mueves, estas a oscuras en un terreno traicionero, ya no notas los azotes, el miedo no te deja moverte ni pensar, solo puedes encogerte temblando.

Tira de tus riendas hacia arriba hasta ponerte en pie. Los golpes han parado, esta a tu lado y ni te habías dado cuenta. Te desengancha del carro y te lleva casi a rastras al interior de la finca, supones, pues oyes la puerta abrirse. Durante el camino tropiezas muchas veces, casi tienes que trotar para seguirle el ritmo, pero no te deja caer, solo puedes avanzar o verte arrastrada. Os detenéis. Notas que algún tipo de grillete se engancha a tu pierna izquierda, luego lleva tu pierna derecha hasta otro grillete. Pruebas tus cadenas, no puedes juntar las piernas. Te suelta la mordaza, tragas saliva y abres la boca para decir algo, suplicar, disculparte, lo que sea que le apacigüe, pero esos breves segundos son todo lo que necesita para meterte otra mordaza, esta consistente en una bola grande que te obliga a mantener la boca totalmente abierta. Te libera los brazos y te pone otros grilletes que cuelgan de algún techo o palo elevado, obligándote a estirarte por completo con las piernas separadas. Te quita el corsé y cuando notas que estira de tu cola te asustas, temes que te la arranque, pero lo hace despacio, con cuidado, por lo menos no esta fuera de si. Finalmente te destapa los ojos. Miras a tu alrededor, estas encadenada a una estructura de madera, un gran cuadrado, vestida solo con las botas y el collar.

Tu dueño abre una bolsa de plástico y saca de dentro una pinza, sin ninguna ceremonia te la pone en un pezón, intentas gritar, pero tu mordaza no te deja espacio, no puedes abrir mas la boca. De inmediato saca otra pinza y te la pone en el otro pezón. De nuevo el acto reflejo de gritar. Sigue sacando pinzas, hace pliegues con la piel de tus tetas y te las va poniendo. Tras lo de los pezones apenas las sientes, te parece una tonteria, hasta que se te empieza a acabar la piel, tras una buena cantidad de pinzas, toda la piel de tus pechos esta tirante y te duele cuando respiras. Lo peor son los pezones, pero descubres que le resto también duele.

Da la vuelta hasta tu espalda, coge un pliegue de piel de tu culo y pone una pinza, luego otra, y otra, y muchas mas. Pronto tienes el culo tan tirante como tus tetas. Es poco mas que una molestia, pero ya debes de llevar como 20 minutos con esa molestia. Cuando ya notas que no tienes mas culo para pinzas, sube y te las pone por la espalda. Entre las cadenas y las pinzas acabas con toda tu piel tensa y tirante.

Da una vuelta a tu alrededor y ves que lleva un látigo en la mano, un látigo corto con varias colas; por tu experiencia en la forma de pensar de tu dueño, deduces que duele mas que el que has estado probando. Coge una ultima pinza, se agacha frente a ti, estira los dedos de una mano y aparta los labios de tu vagina. Intentas gritar, estiras de las cadenas, tensas todo tu cuerpo, y cuando finalmente notas la presión en tu clítoris la mordaza es incapaz de contener tu alarido de dolor. Te dejas caer en tus ataduras, él se pone en pie ignorando tus lagrimas de dolor, alza el brazo derecho y te azota un muslo, el látigo te rodea alcanzando el culo con las puntas y notas saltar algunas pinzas; tus nervios se reactivan de golpe y notas severas punzadas en donde estaban las pinzas. Te azota el otro muslo y mas pinzas saltan de su sitio. Comienza una sesión mucho mas breve en la que te arranca todas las pinzas a latigazos, con calma las va buscando todas, no se deja ni una; tetas, culo, espalda, y finalmente te azota tres veces en la entre pierna. El agudo dolor del maltrato de la zona mas sensible de tu cuerpo trepa por tu espalda hasta encontrarse con las llamadas de auxilio de tus pechos. Te retuerces en tu agonía, llorando desesperada.

Cuando vuelves a percibir tu entorno te das cuenta de que no esta, te ha dejado colgada a solas, rodeada de pinzas tiradas en el suelo. Decides que no puedes continuar así.

Media hora después regresa. Te quita la mordaza y suelta tus manos de los grilletes, tienes ganas de desplomarte, pero haces un esfuerzo y solo caes de rodillas, te esposa las manos, se lo permites, necesitas trabajar la confianza, pero en cuanto te las suelta agarras su pantalón, lo bajas lo suficiente y te metes el pene en la boca. Te agarra la cabeza y estira para alejarte, peleas, haces fuerza y vuelves a metertela, hace un suave intento por volver a apartarte, pero sin fuerzas ni ganas. Se la acaricias con la lengua sin sacártela hasta que queda patente que no va a apartarte.

Arrodillada en el suelo con las piernas abiertas y encadenadas te dispones a hacerle la mejor mamada de su vida. Te retiras y lames la punta, sientes como se estremece entre tus dedos, le permites recrearse en ese punto y comienzas a pasear la lengua desde la punta hasta la base, primero por un lado y luego por el otro, haces unas cuentas pasadas mientras le acaricias los testículos. Cuando crees que ha alcanzado el punto máximo de erección te la introduces de nuevo en la boca, no paras de acariciarla con la lengua y los labios, te la llevas tan profundamente como puedes, la sacas, y vuelves a por ella. Notas su cada vez mayor estremecimiento en las manos y la lengua, no tardara en acabar. Te suelta la cabeza, te recoge el pelo con cuidado acompañando tus movimientos, jurarías que le tiemblan las manos; en uno de tus movimientos hacia atrás notas que te tira el pelo, te lo aferra con fuerza y empuja él, apenas te has recuperado de la sorpresa y te estira del pelo para inmediatamente volver a empujarte. “No lo puede evitar, tiene que controlarlo todo”, se lo permites, tienes la esperanza de haber conseguido ya suficiente. Te marca un ritmo frenético mientras te esfuerzas con acompañarle acariciándole con tus manos esposadas. En poco tiempo sus jadeos son casi un único jadeo prolongado, estira de ti, te aparta, rodea su miembro con la otra mano, rápidamente pones tus dos manos mas cerca de la base que la suya y le masturbas, de nuevo la sorpresa juega en tu favor y te deja hacer, apartas ligeramente la cabeza y lo llevas al final.

Dejas caer las manos y levantas los ojos. Te mira sorprendido y lujurioso al mismo tiempo. Se agacha a tu lado y te libera las piernas, te agarra las esposas y te conduce a tu establo, une tus esposas a la cadena de la pared, pero al mismo tiempo las cuelga de un gancho que hay en la pared, dejándote a apenas un palmo de altura del suelo. Se toma unos segundos para respirar y te quita las botas.

-Debería de haberlo sabido, era evidente por la cara de puta que tienes que sabrías hacer tan bien algo así.

Aprovecha que esta agachado para pasar tus muslos sobre sus hombros y meter la lengua en tu vagina. No le dedica tiempo al exterior, va directo al grano. Ahora si esta fuera de si, pero no de enfado. Le devuelves el control y te dejas llevar, te corres mucho antes que él. Suelta tus piernas y se levanta poco a poco. Te lame el abdomen, el ombligo, el esternón, los pezones, sube por el cuello, te muerde un labio, jadeas, finalmente te besa, hunde su lengua en tu boca, y tu le devuelves le beso con tu lengua, le acaricias toda la boca; cuando se separa haces acopio de fuerzas, adelantas la cara y le besas tu a él, te lo acepta y lo devuelve, esta ansioso, sediento, y estas decidida a saciarle. Te rodea la cintura con los brazos, baja las manos hasta tu culo, te levanta y te penetra, te aplasta contra la pared entre jadeos, le muerdes el cuello, luego una oreja, acelera el ritmo y te da un azote en el culo, gimes con fuerza, otro azote y otro gemido, al tercer azote le rodeas con las piernas la cintura y ejerces presión, acelera todavía mas el ritmo y vuelve a correrse, esta vez dentro de ti.

Se separa y te mira, examina tus curvas aprovechando que estas totalmente expuesta, te acaricia los muslos, la cintura, las costillas, los brazos, y aferra tus esposas; te besa, esta vez mucho mas brevemente.

-¿Quien es tu dueño?

-Tu.

-¿A quien perteneces?

-A ti.

Te descuelga del gancho y te deja en el suelo. Estas agotada, así que caes al suelo en cuanto te suelta. Te da la espalda y sale del establo, pero no le ves su típico andar decidido. Dirías que hoy se va cansado.

El resto del día no hay adiestramiento, solo aparece para darte tu comida. Esta claro que le has dado que pensar, solo esperas que sea para beneficio tuyo.