El adiestrador: capítulo 4

Tras progresar en su adiestramiento, la yegua da su primer paseo por el mundo exterior

Te despiertas al amanecer. Gateas hasta el pequeño arcón que hay junto a una de las paredes de tu establo. Al cumplir tu primera semana de adiestramiento te regaló el derecho a tener algunas cosas propias. Abres el arcón y sacas tu uniforme. Te cepillas el pelo, pues a tu dueño le gusta liso y limpio de paja; examinas tu entrepierna, aun no hace falta depilarla. Te pones las botas y el corsé, que al estar esposada es lo que mas se te complica, te lo ajustas y lo aprietas un poco mas, justo en el limite entre la molestia y el dolor, a tu dueño le gusta que realce tus caderas. Muerdes la mordaza y te la atas tras la nuca y bajo el pelo, tu dueño es muy escrupuloso con los detalles; después enganchas las riendas y las dejas cae por tu espalda. Finalmente vas a lo mas difícil, te muerdes un labio y te pones la cola; aun te cuesta. Ya vestida con tu uniforme, te pones en pie, apoyas las manos en la pared del fondo de tu establo, separas bien las piernas y le esperas.

Es muy importante que estés lista cuando él llegue, a pesar de que nunca viene a la misma hora. Aun te duelen las nalgas de la ultima vez que te dormiste. A veces te hace esperar hasta media hora en esa postura, pero teniendo en cuenta que llevas dos semanas con un extenuante programa de 6 horas diarias de adiestramiento, la espera apenas te incomoda.

Oyes como se retira el cerrojo de tu establo, hoy llega pronto. Abre la puerta y avanza hacia ti, se para justo detrás de ti, te rodea con los brazos, toma las esposas y libera tus muñecas. No haces nada mientras te ata las manos a la espalda, con esas botas te seria imposible correr mas que él, y luchar sin motivo solo acarrearía mas dolor. Sigues agachada, solo que sin tocar la pared; sientes las suyas acariciando tus muslos suavemente, en seguida le sientes dentro de ti. Comienza con movimientos suaves, parece que hoy tiene uno de esos raros días tranquilos, sus manos suben por tus muslos hasta la cintura, y después hasta tus pechos, los masajean mientras se inclina sobre ti, notas su pecho sobre tus brazos y tu espalda, baja las manos y te rodea la cintura mientras acelera, te muerde el cuello, luego la oreja y estira; da un ultimo aceleron y os corréis los dos. No te paras a pensar en que no lo has fingido, haces lo que debes para sobrevivir.

Coge tus riendas, las pasa por encima de tu cabeza y te conduce al patio de adiestramiento. Permaneces dos horas corriendo casi sin parar. Ya no usa el látigo para incentivarte a correr, si no para corregir tu postura o tu velocidad. Un azote significa aumentar la velocidad en un grado, del paso al trote, y del trote al galope. Un tirón de las riendas descender un grado. Cuando estas corriendo te permite hacerlo como quieras, mientras lleves la velocidad correcta, pero cuando vas al paso hace mucho inca pie en la postura y el ritmo: con mucho dolor te ha enseñado que debes levantar las rodillas hasta formar ángulos de 90 grados, llevar la mirada alta, noble y orgullosa, y dando cada paso a un ritmo preciso y concreto.

Cuando acabáis la primera sesión del día te devuelve a tu establo, te encadena y se va. Te liberas de todo el uniforme salvo la cola, te cuesta tanto ponértela que no te la quitas entre sesiones salvo que lo necesites para hacer tus necesidades. Bebes, comes y descansas. Tres horas después vuelves a vestirte y a esperarle en la misma postura. El adiestramiento fue eficaz.

Al salir para la segunda sesión ves algo nuevo en la pista, una especie de silla de ruedas de la que salen dos barras metálicas hacia delante. Con las riendas te pone entre los dos palos y te arrodilla, levanta los palos y los engancha con mosquetones a dos anillas de tu corsé

-Vamos a añadir dos señales mas, si tenso una de las riendas significa que gires hacia ese lado, hasta que deje de tensar, ¿entendido? Buena chica.

Mientras se sienta te preguntas si podrás arrastrar su peso mas el del artilugio, no parece que vaya a ser poco, por mucho que tenga ruedas. No puedes pensártelo mas, pues oyes como azota el aire, señal de arrancar. Estiras hacia delante, nada, vuelves a estirar, apenas desequilibras la silla, te azota el culo, inclinas todo tu peso hacia delante y estiras con fuerza, te vuelve a azotar, la silla cede, avanzas un paso, te azota de nuevo, avanzas otro paso, dos azotes mas; logras arrancar, ayudada por la inercia, un ultimo azote y logras alcanzar el trote de forma mas o menos estable. Puedes hacerlo, has logrado que se mueva, gracias al ejercicio eres mas fuerte de lo que creías, ¡has logrado moverlo!, no entiendes porque, pero te sientes contenta de haber superado el reto.

Te tiene dos horas arrastrándole por la pista, dibujando círculos y ochos en el suelo, cambiando de velocidad y dirección constantemente. Al principio te cuesta identificar bien la tensión en las riendas, el lado correcto del que viene, pero no tardas en cogerle el truco. Ademas te cansas antes debido al esfuerzo extra, por lo que le obligas a volver a usar el látigo para evitar que bajes la velocidad por ti misma, pero en general la sesión te salen bien, parece que te estas adaptando al carrito.

De nuevo te devuelve al establo y te deja tiempo para beber y descansar como quieras, hasta que vuelve a buscarte.

-La de ahora va a ser una sesión especial.

Tras engancharte al carrito te hace ir al paso por la finca, supones que le pareces elegante, y os dirigís a una gran puerta para coches que no habías visto, pues estaba oculta tras una zona arbolada de la finca. Tu dueño pulsa un botón en un mando a distancia y la puerta se abre. ¡Vas a salir! ¡tras dos semanas de cautiverio vas a volver a salir! Con dos azotes del látigo te hace avanzar al trote, alejándote de la finca mientras oyes la puerta cerrarse. Paseáis por un infinito campo de colinas bajas y maleza pequeña, y sin un solo rastro de civilización aparte de tu prisión No hay caminos, así que te obliga a arrastrarle por zonas lisas y sencillas, pero también por zonas mas rocosas y complicadas, pero no te permite bajar el ritmo ni un momento, tu dueño es muy escrupuloso. Tras una hora de paseo le oyes decir:

-Veamos cuanta resistencia has ganado y que velocidad alcanzas.

Y de inmediato te azota la espalda. Aceleras al galope. Al poco oyes el látigo a tu lado, te esta recordando que no bajes el ritmo. Te tiene así otra media hora, corriendo contra la extenuación, oyendo el látigo a tu lado constantemente. Te cansas, estas agotada, pero sorprendentemente no te sientes desfallecer, aun no has llegado a tu limite, a tu nuevo limite. Te hace subir una colina mas alta que las demás al galope, y al llegar a la cima tira con fuerza de las riendas para que pares del todo junto a un solitario árbol

Baja de la silla, ata tus riendas al árbol y te desengancha del carrito. Respiras con dificultad por el esfuerzo, tras la dura subida a la carrera si que te encuentras un poco mareada, por lo que no te das cuenta hasta que estas de espaldas al árbol con sus manos en la cintura. Te tiene acorralada, sube sus manos hacia los pechos e inclina su cabeza junto a la tuya, te muerde la oreja y te susurra “hoy lo has hecho muy bien, pequeña”, retira su cara un poco, la acerca la tuya y te muerde el labio inferior que sobresale bajo la mordaza. Se agacha, separa tus piernas y mete la cara entre ellas, te acaricia la vagina con la lengua, se entretiene con el clítoris, lo lame, lo chupa, lo succiona, lo lame otra vez; vuelves a jadear, pero no por cansancio. Pasa dentro de ti, se mueve por todo tu interior durante interminables minutos, pero cuando sale y vuelve al clítoris un dedo ocupa su lugar. Estimulada por dentro y por fuera no tardas en correrte con un fuerte gemido ahogado a medias por la mordaza.

Se pone en pie frente a ti, te masajea un pecho con una mano, la otra la mete bajo tu muslo y lo separa un poco, se toma un solo segundo para liberar su erección y te penetra contra el árbol mientras te lame el cuello y estimula uno de tus pezones. Se lo toma con calma, va cambiando de ritmo, acelera o desacelera como le parece, a veces incluso se detiene, apresada contra el árbol no puedes hacer nada por marcar el ritmo, así que te dejas llevar. Se corre dentro de ti, pero tu te aguantas esta vez, aun no.

Cuando se retira entre jadeos aprovechas, apoyas el culo contra el árbol, tu pecho contra el suyo y empujas, tu dueño esta momentáneamente débil y relajado, le pillas por sorpresa y cae al suelo de espaldas, saltas sobre él y te sientas a horcajadas, afirmas las suelas de las botas en el suelo a ambos lados de sus caderas, te levantas y te dejas caer, te levantas de nuevo y caes, y repites, como las clásicas sentadillas que hacías en el colegio, cuando aun eras dueña de tu cuerpo. Te mira sorprendido, pero te coge de la cintura y te ayuda, pero solo te ayuda, ahora marcas tu el ritmo. Aceleras todo lo que puedes dada tu pésima postura, a él le gusta duro, e intentas que sea memorable. No tarda mucho en correrse dentro de ti, no te importa, hace días que empezó a darte píldoras anticonceptivas; levantas la cabeza, miras al cielo y te dejas llevar, no estas cómoda, pero dado que ya venias caliente logras correrte tu también con algo mezcla de gruñido y jadeo mientras muerdes la mordaza.

Ahora si estas agotada, totalmente extenuada, te dejas caer al suelo, rendida. Te da un suave azote en el culo y después te lo acaricia.

-Eso ha sido a traición, ahora te vas a enterar.

Se incorpora, sentándose a tu lado, levanta uno de tus muslos con una mano, mientras que con la otra te introduce dos dedos en la vagina, juega con ellos mientras el pulgar entretiene tu clítoris. Esta vez no empieza despacio, te da un ritmo frenético desde el principio. Jadeas, acabas de correrte y no te has recuperado aun, no puedes volver a activarte, pero no te quedan fuerzas para hacer nada. Te estimula con gran velocidad, pero estas mas que lubricada y no notas ningún tipo de fricción o dolor. Jadeas cada vez mas rápido. Con la mano libre te toma del collar y te incorpora.

-Vas a correrte a mi antojo, y vas a hacerlo mirándome a los ojos.

Esta sonriendo como un niño travieso que sabe que sus padres se enfadaran y reirán a la vez. Tu cuerpo se resiste, estas agotada, pero finalmente alcanzas el éxtasis, te suelta el collar y vuelves a caer en el suelo. Te acaricia el pelo.

-Descansa, pequeña, en una hora volveremos a casa.

Y efectivamente tras una hora de total descanso, emprendéis el camino a casa. Tiras del carro, pero él va a tu lado, ahorrándote peso. Camináis tranquilamente, sin ritmos y posturas, de vuelta a casa.