El adiestrador: capítulo 11

La gatita confirma una vez mas que pertenece a un hombre imposible de saciar

El castigo llegó esa misma tarde. Tu dueño te lleva a la mazmorra bajo la casa, cierra la puerta tras de vosotros y enciende una tenue luz artificial. En el centro de la mazmorra pone dos taburetes separados medio metro.

-Súbete a ellos.

Te cuesta mucho con los tacones altos, pero logras subirte poniendo un pie en cada taburete. El amo une tus muñecas a tu espalda y las engancha a una cadena que cuelga del techo; tensa un poco la cadena, pero si levantas un poco los brazos inclindandote hacia delante la destensas, por lo que no te hace daño.

El amo mueve una estructura de madera con ruedas hasta ponerla entre los taburetes, en donde fija las ruedas para que no se mueva. Se trata de un prisma triangular tumbado sobre uno de sus laterales, dejando el vértice opuesto hacia arriba. Te asustas. Une tus tobillos con una cadena muy corta, pero por debajo del prisma de madera.

-Déjate caer y apóyate en esto.

Le miras confiando en no haber entendido lo que quiere. Te azota con la mano en el culo.

-Cuando cuente tres voy a quitar los taburetes, puedes elegir sentarte despacio o de golpe.

-Amo, por favor.

-Uno.

-Mi amo, esto no.

-Dos.

-Haré lo que sea, pero no me hagas esto.

-Tres.

Al mismo tiempo que se agacha tomas aire y bajas las caderas hasta sentir la madera entre tus muslos. Cuando te retira los taburetes ya tienes casi todo tu peso puesto sobre la madera, pero aun así sientes un dolor terrible cuando la enorme cuña se clava en tu entrepierna como un cuchillo que intentara cortarte en dos solo con presión.

Doblas las piernas hacia atrás, intentas pasar tus pies por encima de la cuña para descargar ahí tu peso, pero la cadena es muy corta, te es imposible levantarlos tanto. Al bajar tu posición la cadena que retiene tus brazos se ha tensado mas, retorciéndotelos hacia atrás, por lo que tampoco te sirven para repartir tu peso, que esta casi en su totalidad descargado en tu vagina.

-Amo, me duele, me duele todo.

-Y así tiene que ser, gatita, si no no aprenderás a respetarme.

Oyes ruidos metálicos y la cadena que te sujeta se tensa un poco mas, llevando tus hombros al limite. Después se agacha y ata dos grandes pesos a tus tobillos de medio kilo cada uno. Coge dos pequeñas pinzas metálicas con un peso de pescar cada una, y te las pone en los pezones. Te muerdes el labio para no gritar. Aprovecha que estas inclinada hacia delante para quitarte la cola despacio, la deja en una mesita enfrente de ti, y coge en su lugar un pene de plástico bastante mas grueso, que lubrica con cuidado y paciencia.

Despacio, te lo mete en el culo, poco a poco, dejando que tu ano se vaya dilatando, pero sin detenerse hasta que lo tienes bien dentro. Respiras con fuerza, gritar no serviría de nada, y a lo mejor hasta le enfada.

Para terminar toma un largo látigo de cuero y te azota el culo y la espalda. Un azote, dos, tres, crees contar hasta veinte, y entonces te acuerdas.

-Miau...

-Vaya, te ha costado acordarte mas de lo que creía, es evidente que me he relajado en mi tarea de disciplinarte. Volvemos a empezar.

Treinta azotes y maullidos después se detiene, deja el látigo a un lado y te acaricia el torturado culo.

-¿Has aprendido la lección, gatita?

-Si, amo, no volvere a acercarme a su jaula.

-No es eso pequeña, no es solo la jaula, es la desobediencia.

-Lo siento, amo, no volveré a desobedecer a mi amo – empiezas a llorar de dolor – seré una gatita buena y obediente.

-Eso espero, voy a tomarte la palabra, pero antes quiero que hagas algo por mi.

-¿El que? ¿que quiere mi amo? Haré lo que sea.

-Así me gusta, pequeña – te acaricia la cara y la barbilla – vas a pensar en cual sera tu castigo si vuelves a portarte mal, y procura que me guste.

-¿Castigarme? ¿yo misma?

-Si, tu misma vas a imponerte tu propio castigo, así sabrás exactamente que te espera si desobedeces.

-Pero... yo no se... el amo eres tu... solo tu sabes educarme...

-Déjate de halagos. Vas a estar ahí hasta que me lo digas.

Aterrada de seguir en esa horrible postura con tu vagina tan torturada, pero a la vez aliviada de poder terminar ya, pones en marcha tu cerebro. Un castigo que le guste. Repasas todos los sádicos juegos en los que te ha metido hasta ahora, intentando encontrar algo, una opción, una idea, una pista, algo que te saque de ese maldito potro de madera.

-Si... si me porto mal... el amo...

Suspira.

-Me voy un rato y te dejo pensar.

Te da la espalda, te desesperas

-¡Espera, amo! ¡Si me porto mal cabalgare con esto por el campo!

Se detiene un segundo y se gira sonriendo.

-Es una idea estupenda. Habría que pensar algunos detalles, pero me parece una magnifica idea. De yegua a amazona... - se relame – me gustara verlo.

Te quita las pinzas y los pesos, te suelta los tobillos y pone los taburetes para que te apoyes de nuevo. Te levantas aliviada y observas como retira el potro, para después soltar tus muñecas del techo. Te ayuda a bajar de los taburetes, ya que no te ha liberado las manos entre si, te engancha una correa en el collar y tira de ti hacia abajo. En cuanto te arrodillas te mete el pene en la boca sin darte tiempo a preparar ni a empezar nada, te agarra del pelo y te viola la boca, tu no haces nada, simplemente mueves la lengua todo lo que puedes y le dejas hacer a él. Una vez se ha calentado lo suficiente te tumba en el suelo de un empujón y se pone encima tuyo y te penetra con los mismos miramientos y preliminares que con tu boca. Tras varias fuertes embestidas te agarra los pechos con las manos, los aprieta con fuerza para afianzarse y te embiste mas fuerte ignorando tus quejidos de dolor, que aumentan junto con su ritmo y sus gemidos. Finalmente coreas su éxtasis con un corto grito.

Se pone en pie sobre ti, te da la vuelta usando su bota, que después pone sobre la parte baja de tu espalda, se agacha y te saca el consolador del culo con menos cuidado que al meterlo. Gimes aliviada al notar como tu ano vuelve a su estado normal. Se arrodilla y cambia la bota por la rodilla, estira de tu pelo y te mete en la boca una mordaza en forma de bola, se pone en pie y estira de la correa para que le sigas

-Ahora vas a estar un rato en el rincón de pensar.

Te acerca a una de las esquinas de la mazmorra, que esta cerrada por una pequeña reja a modo de jaula triangular de medio metro cada lado, abre la puerta y te empuja dentro; la cierra de inmediato y se va. Estas estrecha, muy estrecha, y maniatada; solo tienes dos opciones, quedarte de pie o sentarte con las rodillas pegadas al pecho, pues no tienes mas espacio. Intentas articular la mandíbula, que ya te empieza a doler por la mordaza, y rezas porque no te tenga mucho tiempo pensando.

Un par de horas después tu dueño te saca de la mazmorra desatandote del todo salvo por la correa.

-Hoy va a ser una noche muy especial, y quiero que te vistas para la ocasion.

Te hace ponerte unas altisimas botas de látex que te llegan hasta la mitad de los muslos, con tacones aun mas altos y finos que tus zapatos habituales; también guantes de látex que se quedan a medio camino entre tus codos y tus hombros, y lo remata todo con un arnés hecho con tiras de cuero y anillas metálicas: las tiras recorren todo tu tronco, rodean las tetas y la cintura, bajan por tu espalda y tu pecho, y una tira rebelde pasa por entre tus piernas; tu amo se asegura de que pasa también entre los labios de tu vagina. Por ultimo vuelve a ponerte los cuatro grilletes, y te une los de los tobillos con una cadena cortita, suficiente para caminar, pero dificultaría enormemente correr. Te observa unos segundos, asiente satisfecho, se carga la misma bolsa que viste el día de tu captura, te coge de la correa y salís de la casa. Te alegras brevemente al pasar frente a la jaula de las perras; dos de ellas agachan las cabezas y se alejan de la verja en silencio, a la pequeña ni la ves.

Salís de la finca y camináis durante un rato, una hora aproximadamente, y en cierto punto tu amo se sale del camino y se adentra en una arboleda un poco espesa.

Al poco rato de esquivar arboles intentas detenerte sorprendida, pero la correa no te lo permite, tira de ti inclemente, obligándote a avanzar hacia el árbol en el que ves atada y amordazada a una chica que parece mas joven que tu.