El adiestrador: capítulo 10

La gatita demuestra que tiene garras e intenta escalar puestos en la jerarquia del zoo que su dueño ha montado

Escuchas en silencio su respiración, es pausada. Sujetando como puedes tu cadena para que haga el mínimo ruido posible te acercas a la mesita y coges la llave, abres el candado, te pones en pie y sales de la habitación con cuidado. Abres tu arcón y sacas tus botas de yegua; nunca pensaste que las volverías a usar, pero necesitas algo duro en los pies. Tras un momento de duda te pones tu cola, crees que es importante hacerlo como gata. Por ultimo le robas al amo un buen puñado de bridas de plástico y sales al exterior. Es noche cerrada, te tomas unos segundos para acostumbrarte al nivel de luz, respiras hondo y te encaminas hacia la jaula. Abres la puerta con mucho cuidado, entras y la cierras tras de ti, confiando en que no se den cuenta de que el pestillo no queda puesto. Te agachas y entras en la caseta, de nuevo esperas a que la vista se adapte; tu vista de gata sera tu mejor ventaja.

Observas cada bulto, tratando de identificarlos. Das una fuerte patada con la herradura metálica en el abdomen a la líder del trío, que se despierta sorprendida y jadeando; rápidamente agarras el pelo de la siguiente mas fuerte, golpeas su cabeza contra el suelo y la sacas a rastras del exterior. Manotea y patalea ciega, aun no sabe lo que esta sucediendo, miras un segundo atrás para confirmar que no os persigue nadie y le das otra patada en el estomago. Ahora que se esta mas quieta atas sus muñecas con una brida, la sientas de espaldas a la verja y atas las muñecas a la verja con otra brida mas. Cuando alza la vista pestañeando, intentando enfocarte, le das una bofetada que le gira la cara.

Te das la vuelta y ves a las otras dos avanzar hacia ti, te preparas. Tal y como esperabas la líder se lanza contra ti con la cobarde detrás, tu pie sale a su encuentro y la golpeas en uno de sus pechos; cae al suelo casi inconsciente mientras la otra retrocede gimoteando.

Levantas a la líder del suelo y con calma atas cada una de sus muñecas y tobillos a la verja dándote la espalda y obligandola a adoptar una postura de X. Para terminar te acercas a la pequeña que tiembla mientras la agarras del cuello, acercas tu cara a la suya e imitas un bufido. Te vas al centro de la jaula y observas tu obra con calma, te quitas las botas y entras en la caseta para surtirte de material.

Amordazas a la líder con una bola, coges un consolador grueso, tan grueso que dudas que nadie quiera usarlo en si misma, lo lubricas y se lo metes en la vagina con un único empujón. Se despierta entre gritos y se agita contra las ligaduras; atas el consolador a su muslo enlazando un par de bridas, coges uno de los arneses con penes que usaron contigo, le arrancas de un tirón el pene interior y te lo pones. Después le pones dos pinzas unidas por una cadenita en los pezones, dejando la cadenita fuera de la jaula; cada vez que se mueva las pinzas se tensaran.

-Este va sin lubricante, perra.

La estiras del pelo, pasas tu otra mano por su barriga obligandola a sacar el culo y la penetras sin miramientos. Al principio te cuesta, no tienes muy claro como moverte para que entre y salga rápido, pero no tardas en cogerle el truco, y hasta te puedes imaginar que el pene interior puede estar bien y ser placentero, pero ya es tarde y no hay necesidad de probarlo, no es el momento.

La penetras una y otra vez hasta que notas que deja el peso muerto, cuando ni pelea ni gime de dolor o placer. Te apartas de ella, pensando.

-No te creas que voy a aceptar tu rendición tan pronto.

Sales del a jaula cerrándola tras de ti, pero vuelves en seguida arrastrando una manguera de riego con el paso del agua abierto. No quieres embarrarlo todo, así que se la metes en el culo rápido y la sujetas al otro muslo con bridas. Rematas el trabajo acariciando su culo y espalda con un flagelo. Casi entiendes al amo cuando lo usa; te agrada ver que cada azote es respondido por un quejido. Realmente el flagelo logra despertar al esclavo, la perra vuelve a pelear. Tras veinte azotes paras, te acercas a ella y acaricias su estomago; esta tenso y abultado. Te asustas un poco, temiendo haber ido demasiado lejos, por lo que cierras el agua en una rápida carrera. Haces una especie de cinturón de castidad con bridas que le rodea la cintura y pasa por entre sus piernas, tapas con un dedo el ano mientras cambias la manguera por otro consolador, y lo sujetas con el cinturón de castidad para que no se salga, reteniendo todo el agua dentro.

Te apartas de ella y te encaminas hacia la que tienes atada agachada.

-Dado que te gustaron mis muslos te voy a dejar meter la cara entre ellos otra vez, abre la boca y comete el juguete.

-No, por favor, ha estado en su cu...

Le metes el pene en la boca antes de que termine, no te interesan sus remilgos.

-Mojalo bien, perra, tu saliva va a ser el único lubricante.

Se lo sacas cuando deja de tener arcadas, te agachas sobre ella, aferras sus caderas con ambas manos, la estiras todo lo que puedes en el suelo y la penetras por delante. Esta vez lo haces mejor y la perra se pone a gemir en seguida. Acercas tu cara a su oído.

-Hoy no te toca disfrutar, puta.

Le muerdes la oreja, no con pasión, si no con rabia, apretando los dientes con fuerza; casi al mismo tiempo retuerces los dos pezones. Esta no tiene mordaza, por lo que grita con ganas; se debate, pero sola no puede contra ti. Esta vez si lamentas haber arrancado el pene, te aburres en cuanto dejan de luchar, no tienes tu propio disfrute.

Te pones en pie, atas a la verja uno de sus tobillos con la pierna totalmente estirada y coges el flagelo.

-Por favor, ahí no, te lo suplico, no ahí.

La amordazas, cansada de interrupciones, y azotas el interior de sus muslos, sus pechos y su vagina. Esta si que se debate con ganas. Cuando llegas a los 20 azotes, te animas con 20 mas. Cuando te cansas te agachas sobre ella y le pones una pinza en el clítoris.

-Para que pienses en mi.

Para rematar la jornada te acercas hacia la ultima perra. Sigue en el mismo sitio en el que la dejaste, temblando.

-Ya has visto lo que les ha pasado a las otras, puedo ser muy mala o muy buena contigo, y eso depende de ti. ¿Vas a ser obediente?

Asiente.

-Bien, ponte a cuatro patas en el centro.

Te obedece de inmediato, le pones una mordaza con forma de palo, como la que usabas cuando eras una yegua y la penetras sin mas, primero por la vagina, y luego por el culo. Gime, pero no grita ni pelea, se deja hacer. Ante lo aburrida de la que te has dejado para el final se te ocurre aprovechar su cobardía. Recuperas el flagelo.

-Date la vuelta, ponte a cuatro patas pero mirando hacia el cielo.

Te mira sin entender, así que incentivas su cerebro con un azote. En seguida se tumba con la espalda en el suelo, flexiona las rodillas, retuerce los brazos y levanta la espalda del suelo apoyándose en los pies y las manos.

-Solo te voy a azotar diez veces, pero volveremos a empezar si te caes, ¿lo entiendes?

Mueve la cabeza, supones que ha asentido; apenas aguanta la postura, le tiembla todo el cuerpo. Sonríes, va a ser divertido.

Cae al suelo con tan solo dos azotes. Le das tiempo a recuperar la postura y la azotas, esta vez aguanta cuatro.

-Arriba otra vez – le dices cuando ves que tarda en levantarse.

La azotas con mas suavidad que antes, lo que le permite aguantar siete.

-Vamos, si no te concentras vas a acabar recibiendo tanto o mas que las otras.

Vuelves a usar el flagelo, pero esta vez te detienes en ocho. Dudas que te reclame los dos azotes que le faltan.

-Vamos a hacer una cosa mas y seras libre. Te dejare en paz en cuanto te pongas estas tres pinzas de madera en los pezones y el clítoris, pero te las tienes que poner tu misma.

Extiendes la mano izquierda con las pinzas hacia ella, mientras que la derecha sostiene el flagelo como amenaza. Ella gime de miedo y dolor, toma una pinza, y con manos temblorosas la abre y la pone alrededor de un pezón, la suelta y contiene un grito, cierra los ojos y se inclina hacia delante.

-Otra, cuanto antes lo hagas antes acabamos.

Aun mas despacio si cabe, coge la otra pinza, la abre y la acerca a su pecho, duda, azotas el aire a su lado; se encoge de miedo y suelta la pinza sobre el pezón. Se muerde el labio.

-Ya solo queda una, venga.

La perrita se mira la mano que sostiene la pinza. No lo va a hacer.

-Hazlo perra, o envidiaras a las demás.

Te mira a la cara y niega despacio, esta pensando en suplicar. Levantas un pie, lo apoyas en su hombro y descargas tu peso sobre ella, tumbándola. Balanceas el flagelo suavemente.

-Hazlo de una vez o te azotare la cara. Tendrás suerte si los dos ojos salen intactos.

Llora, su cara se tensa, sus brazos se mueven detrás de ti, cierra los ojos y grita de puro dolor. Miras detrás tuya y compruebas satisfecha que la pinza esta en su lugar. Apartas el pie, la aferras del cuello con una mano y acercas su cara a la tuya.

-Como vuelva a verte te haré lo mismo que a ellas.

La empujas con fuerza hacia la caseta y apenas toca el suelo corre a esconderse en el interior. Usas unos pequeños alicates para cortar las bridas de las otras dos, liberándolas, y las arrojas al centro de la caseta.

-Mas os vale no olvidar que esta gata tiene garras. Sera lo mejor para todas.

Les das la espalda y sales de la jaula sin dedicarles ni una mirada, cierras la puerta con el pestillo y te vuelves hacia la casa. Te quedas paralizada. Él esta de pie mirándote, no tienes ni idea de cuanto puede llevar ahí; tan absorta estabas con tu tarea que podría haber salido en cuanto empezaste y ni te habrías dado cuenta. Piensas rápido, le has desobedecido, no tiene remedio, solo puedes intentar minimizar tu castigo.

Despacio te arrodillas en el suelo, alzas los brazos y extiendes las manos, entregándole el flagelo a él. Te lo quita de las manos con un movimiento tranquilo, no parece enfadado, parece mas bien confuso o dubitativo. Miras a sus pies durante segundos que se hacen horas, pero finalmente la tensión se rompe cuando posa su mano sobre tu cabeza y te acaricia el pelo.

-Vamos dentro, gatita, es tarde.