El adiestrador: capítulo 1
Ultimo capitulo. ¿Doblegara el programa de adiestramiento la voluntad de la fiera o resultara indomable?
Estas arrodillada en el suelo frente a él, con las manos esposadas, con la boca abierta por una mordaza de anillo y un gran vibrador dentro de ti, sujeto a tu cintura y tus muslos por varias tiras de cuero, esta puesto a máxima potencia. Estas esforzándote por hacerle la mejor mamada de tu vida, pues te ha prohibido correrte sin su permiso, y el vibrador te lo esta poniendo muy difícil; confías en conseguir su permiso cuando él se corra. Le recorres todo el pene con la lengua y los labios tan rápido como puedes, mientras le acaricias los muslos y los testículos con las manos. Te esta acariciando la cabeza con calma, no parece estar muy cerca del orgasmo, mientras que tu si lo estas.
Pasas a una táctica desesperada que nunca habías hecho antes, metes las manos entre sus piernas mientras masajeas sus testículos, subes hacia la espalda, te detienes, haces acopio de valor y metes un dedo en su culo. Tienes cierta idea de que hacer, dadas las veces que te han violado el tuyo propio, así que empiezas a follarle a él con tu dedo, pero al no notar diferencia en su actitud metes un segundo dedo. Sus manos se tensan en tu cabeza por la sorpresa, así que aceleras el ritmo tanto de tu boca como de tu mano. Por fin notas una brecha en su firme actitud. No sabes si es sorpresa o placer, pero lo averiguaras pronto. Estas cerca del limite, así que decides meter un tercer dedo, pero en cuanto nota la presión te agarra del pelo, estira alejándote de él y sacándote la polla de la boca y te lleva hasta la cama; te sube y te pone a cuatro patas, se pone detrás tuyo y estirándote del pelo te mete el pene en tu culo. Sigues sin tener muy claro si has logrado empujarle o darle una mala idea.
La respuesta te llega con una rápida corrida en tu interior.
Se tumba en la cama y tu te tumbas a su lado. Te mira a los ojos, te quita la mordaza y te da un largo, lento y apasionado beso, ignorando el hecho de que tu aun no has terminado y estas que te subes por las paredes. Cuando cierra los ojos te atreves a hablar, metiendo las manos bajo la almohada e intentando poner una mirada tierna y suplicante.
-Amo ¿me dejas terminar?... ¿o al menos me apagas el vibrador?... por favor...
Te mira unos segundos, parece dudar, pero al final estira el brazo hacia el vibrador y baja la mirada. Es tu única oportunidad. Sacas el tenedor de debajo de la almohada y lo clavas en su cuello tan fuerte como puedes, sabiendo que no es suficiente al estar tumbada con las manos atadas, no tienes punto de apoyo. Se queda paralizado por la sorpresa y el dolor, aprovechas y subes sobre el, desclavas el tenedor y lo vuelves a clavar descargando todo tu peso, y lo clavas otra vez, y otra mas, y ahora en el pecho, y cuatro mas, tienes que asegurarte de que muere o nada podrá protegerte.
Lo primero que notas es que ya no se mueve, lo segundo es que en algún momento el vibrador te ha vencido y te has corrido. Te levantas de la cama despacio, buscas la llave de los grilletes y te los quitas todos, tirándolos contra su cadáver; les siguen tu cola y orejas. Después te metes en la ducha para lavarte toda la sangre, y meses de sudor, dolor, semen y cera caliente. Rebuscas en su armario algo de ropa que te venga minimamente bien y por fin te vistes. El calor de la tela sobre tu piel te resulta gratificante y hasta placentero. Una vez vestida y calzada sales al sol a saborear tu libertad.
Tras unos minutos vuelves a entrar, arrancas todas las cortinas de la casa, recoges todas las sabanas y la ropa que encuentras y lo apilas todo encima y alrededor de su sillón. Vas al botiquín y usas el alcohol para empapar un trapo, encenderlo en los fuegos de la cocina, y lo arrojas sobre la montaña de telas; después abres todas las ventanas para que entre aire y oxigene la hoguera en la que ven a arder todos tus problemas.
Satisfecha sales de la casa, y tras unos minutos de observar como arde, te das cuenta de que el viento esta dirigiendo el humo hacia la jaula de las perras. Tuerces el gesto, eso no esta bien. Recorres la finca buscando cajas y cosas pesadas, que apilas contra la puerta de la jaula, no sea que logren quitar el pestillo de alguna forma y salir. Finalmente te diriges a la pequeña puerta de la finca por la que entraste la primera vez. En algún sitio en aquella dirección esta su coche, pero hace meses de aquello, no sabes cuanto tardaras en encontrarlo, ni si lo encontraras. Podrías andar horas en vano, en dirección equivocada, por lo que necesitas reducir tu cansancio al mínimo.
Media hora después se abre la puerta grande de la finca, por la que sales montando el carro de tu antiguo dueño tirado por su yegua. Agitas el látigo en el aire. Te ha costado un poco convencerla del cambio de jerarquía, pero su anterior dueño le inculco muy bien el miedo al látigo. Con las riendas la guías para que rodee la finca y tome el camino que debería llevar a vuestra libertad, ya la soltaras cuando tengas un vehículo mejor. Emocionada, no te das cuenta de que se te ha olvidado quitarte el collar.