El acuerdo 3

“Todo llegará, cornudín mío”, me dijo, “en cuanto lo aceptes de buen grado y me lo pidas, te permitiré que me veas en acción con Fabián. Cielo, tú no sufras por eso, te prometo que serás galardonado con la cornamenta más grande jamás vista y disfrutada y, además, con tu total complicidad y consentimiento, pero hasta entonces tendrás que conformarte con lo que te cuente yo”.

Acuerdo 3

Pasaron unos días relajados sin nada digno de mención salvo por la actitud, digamos, simpática y bromista que fue adoptando mi mujer.

Cuando hablaba en serio de nuestro acuerdo y nuevas experiencias, lo hacía de manera totalmente normal y como si fueran cosas cotidianas. Que si habíamos acertado de pleno con nuestra nueva forma de vida. Que estaba muy feliz por habernos decidido a dar este paso adelante en nuestras vidas. Que tendríamos que acoplar nuestras agendas para hacer coincidir mis viajes con sus encuentros. Que si a la más mínima duda de que nuestra relación se pudiera complicar cortaríamos por lo sano, etc. Hasta ahí, digamos que todo bien.

Pero cuando se ponía a bromear me cabreaba sobremanera escuchar como frivolizaba acerca del asunto que nos traíamos entre manos o, mejor dicho, entre piernas, como decía ella.

Como aquel día en el que para cenar colocó una ensalada en el centro de la mesa y en el medio de la escarola, entre dos huevos duros, sobresalía un calabacín entero sin pelar en el que ella había grabado a lo largo de la hortaliza y con la afilada punta de un cuchillo el nombre de Fabián. Había rematado la obra tallando burdamente el glande y el frenillo de un miembro masculino y todo ello lo puso enfrente mío para que lo viese y me cabrease.

Se partió de risa viendo la cara de bobo que se me quedó observando semejante composición. Pero más se partió de risa cuando rápidamente y sin darme cuenta estiró por debajo de la mesa su pie descalzo y lo apoyó en mi entrepierna apresando con los dedos de su pie mi incipiente erección. De nuevo mi polla me dejaba en evidencia.

Ella se descojonaba de risa y me decía que estaba totalmente salido y enfermo y que sólo la vista del calabacín me llevaba a imaginarme a Ana taladrada por un miembro asombrosamente parecido en tamaño pero de verdad.

"Todo llegará, cornudín mío", me dijo, "en cuanto lo aceptes de buen grado y me lo pidas, te permitiré que me veas en acción con Fabián. Cielo, tú no sufras por eso, te prometo que serás galardonado con la cornamenta más grande jamás vista y disfrutada y, además, con tu total complicidad y consentimiento, pero hasta entonces tendrás que conformarte con lo que te cuente yo".

No la dejé seguir hablando, la agarré del pelo y poniéndola de rodillas metí mi duro miembro en su boca evitando así que saliera más ponzoña maligna de ella. Y al grito de "¡¡come calabacín guarra!!" empecé a bombear y no paré hasta que me vacié en su garganta y escuché el inconfundible ¡glup! ¡glup!

Otro día, empezó a torturarme diciéndome que tenía que empezar a comprarse lencería más sexy pues a Fabián le enloquecía. Se probaba algún vestido y venía a preguntarme "¿crees que le gustará este? ¿o mejor este que es más corto?, ¿y si me pusiera bragas transparentes?, ¿o si no me las pusiera…?...por cierto, también tendré que comprarme alguna pomada para la irritación vaginal porque si no me va a dejar inservible para joder durante una semana y tú tendrías que conformarte con lamer mi dilatada herida "

Al final terminaba cabreándome de alguna forma y para calmarme sólo podía echarla al suelo y follármela a lo bestia. La cabrona estaba disfrutando de lo lindo sacándome de mis casillas. Conseguía mantenerme en vilo, pensando continuamente en el jodido Fabián y eso me enervaba teniendo que follármela a diario para descargar mi ira y mala leche.

Al cabo de dos semanas a este ritmo yo ya estaba agotado y ella estaba más lozana que nunca. Encima me picaba diciendo que no iba aguantar mucho tiempo a ese ritmo y que iba a enfermar y, en ese caso, tendría que buscar un substituto para su ración de sexo diario a la que yo mismo la estaba acostumbrando. Sacando fuerzas del interior de mis tripas la volvía a empalar para demostrarle lo contrario.

Había notado también, que muy al contrario a lo que yo jamás me hubiera podido imaginar, ahora mi mujer gozaba mucho más con mi actitud dominante, expeditiva y sin miramientos, pero sin llegar a ser nunca violenta, que cuando practicábamos el sexo cotidiano de forma cariñosa y relajada. ¿Se había vuelto una perra? ¿Y yo un castigador?

Creo que ni lo uno ni lo otro. Yo experimentaba una rabia que exteriorizaba de forma un poco salvaje y a mi mujer le encantaba ese puntito brutal y esa forma autoritaria de recibir lo suyo. Este pensamiento encajaba perfectamente al recordar lo que ella misma me contó de la forma en la que Fabián la había poseído, en sus propias palabras me dijo: "Me manejó y dominó de tal forma que quedé totalmente sometida, no se si voluntaria o involuntariamente. Ese estado de sumisión y entrega total no lo había experimentado nunca"

Todo parecía encajar, la debilidad de mi mujer era ser follada sin compasión y diestramente por un macho dominante sin llegar a desvaríos tipo sadomaso ni nada por el estilo. Yo mismo y, sin quererlo, había despertado a la zorra que había en su interior.

Esto era un descubrimiento nuevo que podía intentar usar en mi propio beneficio y alcanzar una meta largamente deseada.

Y tuve mi ocasión sin ni siquiera haberlo yo propiciado.

Fue una tarde de sábado en la que había invitado a mis dos mejores amigos a casa a ver un partido de fútbol, de estos trofeos de verano sin importancia.

Preparamos una cena ligera y algunas cervezas para disfrutar el partido y Ana se quedó jugando con los críos. Pero cuando el partido tocaba a su fin, apareció ella con una sorpresita.

Hola chicos. Ya estoy aquí. Ya he acostado a los peques.

Hola Ana – respondieron a coro

¿Habéis cenado bien?

Todo estupendo, gracias – respondimos a coro

Pero ¿aún no has invitado a tus amigos a los nuevos habanos que has traído de Canarias? – dijo dirigiéndose a mí, que puse cara de no comprender.

¡¡Ah canalla!! Que calladito te lo tenías, querías que nos fuésemos sin gorronearte un purito ¿eh? – saltó Jaime

Tomad – dijo Ana alargando una cajita de madera color caoba y finamente decorada. Antonio alargó la mano y tomando la caja la abrió y ofreció un habano a Jaime, otro tomó él y ofreciéndome después la caja me dijo:

Anda sírvete tacaño, menudo amigo estás hecho.

Me quedé estupefacto, la marca del habano que lucía en su vitola era "Don Fabián", en vez de los famosos "Don Julián".

¡Coño!, qué buena pinta tienen. "Don Fabián" . Serán parecidos a los "Don Julián", ¿no, nene? – me preguntó Jaime, que al igual que ninguno de los presentes, no tenía ni puta idea de habanos.

Pues sí – se me adelantó Ana – según creo son una variedad de " Don Julián" que han salido hace poco al mercado y que tienen un sabor PROFUNDO y PENETRANTE, ¿verdad cariño?

Esos dos adjetivos los dijo mirándome directamente a los ojos con una sonrisa traviesa y subiendo el tono de voz para enfatizar sus palabras. Mis amigos, que los pobres no tenían ni puta idea del trasfondo de esa conversación, halagaron mi buen gusto.

¡Joder con el niño!, que sibarita se nos ha vuelto, no sabía que te hubieses aficionado al buen tabaco.

Sólo a los grandes habanos y puros de marca reconocida y sabor acreditado. Cuando los trajo de Canarias yo fui la primera en probar un " Don Fabián" y le di un aprobado con sobresaliente pero él aún no los ha catado, estaba esperando una oportunidad para llevarse a la boca semejante exquisitez – añadió Ana y quitándome el puro de las manos se lo puso en la boca y aplicó la llama del encendedor mirándome con unos ojos brillantes y sonrisa del todo malévola.

Todos comenzaron a fumarse el puro y mis amigos dieron su aprobación.

Sí. Es fuerte y profundo en boca – dijo Antonio

Te colma plenamente el paladar con su sabor natural y su textura es casi de terciopelo – dijo Ana semicerrando los ojos con cara de vicio.

No sabía que tú fueses también una experta en habanos – comentó Jaime.

No lo soy. He empezado a degustarlos hace muy poco y para mí ha sido como descubrir un mundo nuevo de sabor. Yo sólo estaba acostumbrada a un par de cigarrillos a la semana como mucho y cuando probé un gran habano como Dios manda me quedé totalmente enganchada, ¿verdad cielo? – me inquirió con mirada falsamente inocente.

Sí, cariño, pero recuerda que todo llega a cansar y volverás a fumar los cigarrillos de siempre – le respondí.

Claro, claro, si no voy a dejar de fumar mis pitillos, pero de vez en cuando degustar un buen habano no tiene comparación, es más grande y dura más, parece que nunca se consume, no como los pitillos que te dan un placer efímero – añadió con una sonrisa divertidísima. Se lo estaba pasando en grande la hija de puta y yo estaba a punto de explotar de la mala leche que me corroía por dentro.

Por supuesto – aseveró Jaime – de momento a mí este puro me está dando una sed enorme así que con vuestro permiso y, para rematar la faena, me voy a servir un whiskey cargadito.

Me apunto yo también – dijo Antonio – te vamos a dejar sin existencias por tacaño – se levantaron y se dirigieron al mueble bar a servirse ellos mismos.

Ana aprovechó esos segundos para mirarme divertida y susurrarme al oído que porqué no le pegaba unas caladas profundas al habano y me lo puso en los labios prietos que contenían una ira desmedida. Tenía ganas de asesinarla ahí mismo. Esto pasaba de castaño oscuro. Se iba a enterar.

Un par de horas y una botella de whiskey más tarde mis amigos se marcharon a sus casas.

Cariño, ya recojo yo. No hace falta que me esperes levantada.

Gracias cielo. Me voy a descansar entonces.

"Sí, sí, descansar…" me decía a mi mismo, "…verás tú la que te espera en cuanto suba".

Recogí el salón y la cocina y encendí la televisión un rato para dar tiempo a que Ana se quedase dormida. Al cabo de una hora entré en el dormitorio y comprobé su respiración profunda.

Entré en el cuarto de baño de nuestro dormitorio y en el armarito donde guarda todas sus cremas y potingues de belleza encontré un bote de leche hidratante para pieles secas.

Me dirigí a la cama con sigilo y sin encender las luces retiré la colcha y la sábana que la tapaba. Como apenas veía, levanté con cuidado la persiana de la habitación para tener al menos el resplandor de las luces de la calle. Me detuve a observar las curvas de mi hermosa mujer que confiada dormía en posición boca abajo recogiendo un poco su pierna izquierda.

Llevaba puesto un pantaloncito corto de pijama de esos de algodón que se le ajustaba a su cuerpo como un guante. Más de una vez le había metido mano cuando la veía con él puesto.

Poco a poco, le bajé el pantalón lo suficiente como para dejar su raja depilada al descubierto. En ese momento despertó.

¿Qué haces?, ya te he dicho que quiero descansar, ya habrá tiempo mañana.

De eso nada cariño, estoy caliente y quiero comerte el coño.

¿No puedes esperarte a mañana?

Sin hacerle caso hundí mi boca, barbilla y lengua en su entrepierna y empecé a surcar su intimidad desde atrás hasta adelante deleitándome con su clítoris.

¡Uff!, para te he dicho…¡¡mmmh!!, que nooo….guarro, ….quita ya

Le sujeté las muñecas con mis manos y proseguí mi profunda prospección en busca de sus jugos más íntimos.

Joder, que bien, …¡uf!, no sigas que…quiero dormir por favor, …¡sí!, ¡ahí!...¡ahh!.. pero noo

No la hice ni puto caso, de todas formas ella ya se empezaba a aflojar y poco a poco sucumbía a mis caricias sin oponer resistencia.

Había llegado el momento.

Empecé a alargar el recorrido de mis lengüetazos por su desfiladero alcanzando ahora su pequeño ano rosadito. Ella al notarlo dio un leve respingo. Le inmovilicé las manos y empecé a lamer fuertemente su ano y a introducir mi lengua.

¿Pero qué haces?...

No respondí. Inmediatamente y con cuidado introduje mi dedo corazón y después el índice.

Para cerdo…, sabes que no me gusta.

Calla y déjame hacer que así te dolerá menos luego

Ni se te ocurra, ya te dije que de eso te olvidaras.

No. me dijiste que te lo pensarías, con lo cual me abriste parcialmente la puerta a esa posibilidad. Ahora voy a abrir totalmente esa puerta.

Eres un cabrón …pues ahora te digo que no quiero.

Le dí cuatro fuertes azotes en las nalgas para relajarla un poco y, como no se lo esperaba, se quedó un tanto aturdida por la rudeza. Acto seguido introduje un tercer dedo y empecé un mete saca moviendo los dedos dentro suyo para dilatarla. Empezó a gemir de dolor pero no paré hasta que se quedó callada y creo que resignada. Era el momento.

Tomé el bote de crema y apliqué un buen chorro en su ano. La crema estaba fría y al notarla cerró instintivamente los glúteos con fuerza consiguiendo que se le cerrara un poco el orificio. De nuevo, tuve que introducirle implacablemente los tres dedos a pesar de sus nuevas protestas.

Sin soltarle las muñecas me bajé el pantalón, administé otro buen chorro de crema en mi glande y con la polla más dura que una maza la apunté a su entrada posterior.

Lo siento cariño, pero te voy a estrenar el culito. Si eres la clase perra que sospecho lo vas a disfrutar mucho.

No, por favor…, te lo suplico déjalo

Ahora soy yo quién disfruta de la situación, antes te lo has pasado en grande con tus frasecitas malintencionadas delante de Antonio y Jaime, pues ahora voy yo a disfrutar tomando posesión de lo que te he pedido tantas veces.

Hice un poco de presión en su ano, pero no entraba.

¡¡AHH!!, ¡bestiaaa!, ¡animaaaal!

Apreté con más fuerza pero se me resbaló la polla hacia arriba por la raja de su culo.

¡Joder!, ¡para ya!, me está doliendo mucho, ¡¡cerdo!!

Con la mano libre, tuve que apuntar mi bastón de nuevo a su orificio y apretándolo fuerte presioné con más fe y no paré hasta que la pequeña entrada cedió un poco dejando entrar por primera vez la cabeza del ariete invasor.

Ella ejecutó un giro extraño con su cuello y después ahogó un grito de dolor en la almohada. Empezó a sollozar. Me quedé inmóvil y le susurré al oído que ahora sería más cuidadoso, que lo iba a disfrutar y que seguro luego me daría las gracias. En realidad cómo lo iba a saber si nunca me han dado por culo, pero algo tenía que decirla.

Mi polla no era descomunal como la de su amante pero en grosor estaba bastante bien proporcionada, no me extraña que le doliese tanto. Esperé dos minutos inmóvil para dejar tiempo a que su esfínter se dilatara y que el dolor remitiese al menos un poco.

Después le saqué como un centímetro la polla y se la volví a introducir. Todavía se quejaba fuertemente. Repetí este corto movimiento como cien veces hasta que parecía que ya no se lamentaba tanto y empezaba a confiar un poco en mí. Después muy lentamente fui avanzando centímetro a centímetro hasta que le enterré todo mi aparato en sus entrañas. Aunque comenzó de nuevo a quejarse de dolor ya no fue como al principio.

Llegado al final y alojada la integridad de mi miembro dentro de su recto, me dejé caer sobre ella y le propiné caricias y besos acompañados de palabras dulces y amables. Le dije lo orgulloso que me sentía de tener una esposa tan bella como ella y que me hacía tan feliz. También le dije que me sentía orgulloso de haber sido el primero en desvirgarla analmente y que eso lo recordaría para siempre. Ella seguía callada, pero al menos noté como el agarrotamiento de los músculos de piernas y brazos cedía e, incluso, dejó de apretar los dientes y sólo tenía la respiración algo fatigada de tanta lucha infructuosa.

Entonces, cuando la noté más relajada, empecé a follármela lentamente y a disfrutar del tan deseado primer polvo anal que le prodigaba a Ana.

Cada vez notaba menos resistencia a la penetración, y en menos tiempo de lo que creía mi pistón entraba y salía de su engranaje con total libertad.

En ese momento noté un ruidito casi imperceptible que salía de la garganta de mi mujer que con los ojos cerrados y la boca abierta parecía concentrarse sólo en la agitada respiración.

Acerqué mi oído de nuevo a ella y comprobé que ese ruidito se convertía en un gemidito lastimero cada vez que hundía mi garrote hasta el fondo. Aceleré el ritmo de la enculada y el gemidito se convirtió en gemido y cuando aumenté la velocidad el gemido era casi grito de placer y su cara desencajada esbozaba una amplia sonrisa desconocida para mí.

Ana estaba disfrutando de lo lindo y conociendo un nuevo placer.

Por fin era amo completo de su cuerpo y subiéndome encima suyo como si fuese mi yegua la cabalgué a galope tendido, inmisericorde y con un ritmo frenético no paré de follarla observando como mi pene era tragado totalmente por su cada vez más grande agujero. Continué la galopada salvaje hasta que exploté dentro de ella y me quedé tumbado encima suyo con el pene dentro hasta que él solo, ya blandengue, fue expulsado por los músculos del esfínter que intentaban recuperar su tamaño.

Para terminar esa magnífica noche, como no sabía si se había corrido o no, terminé dándole la vuelta y adoptando la postura de cunnilingus aprendida de Fabián me apliqué con denuedo y pasión a devorar su sexo hasta que le arranqué dos fuertes orgasmos.

Luego la dejé dormir. Ni siquiera se levantó para limpiarse. Estaba definitivamente rota y exhausta.

Orgulloso de haberle estrenado el culo por fin, me levanté, me limpié la polla y me fui abajo a servirme una reconfortante copa que me supo a victoria.

Mientras degustaba la copa y superado el primer momento de euforia, me paré a pensar que podía haberle hecho daño de verdad a Ana y que ni siquiera había reparado en ello. Lo último que quería era lastimarla. Así que subí de nuevo a la habitación y la encontré en la misma posición, boca abajo, y profundamente dormida. Encendí la luz de la mesilla de noche y observé los desperfectos en su trasero. Aparte de los restos resecos de suciedad que habían fluido desde su ano bajando por una ingle hasta la sábana, no vi el más mínimo rastro de sangre, y su agujerito se había contraído de nuevo, lo cual me tranquilizó. No obstante, tomé una esponja suave mojada en agua tibia y jabón y se la apliqué en la "Zona Cero". Se despertó y me suplicó que la dejase en paz y que le escocía muchísimo. La calmé diciendo que sólo le estaba lavando y que después se sentiría aliviada del escozor. Al cabo de un momento se durmió de nuevo con los muslos separados facilitándome la labor. Me dediqué con cariño a dejarle limpia toda la zona e incluso le di un tierno beso en su apetecible almeja. Luego me dormí yo también.

A la mañana siguiente me desperté tarde, y comprobé que Ana ya se había levantado. Podía oír a los niños abajo jugando. Todo parecía como cualquier domingo, pero no creo que para Ana todo fuese igual, ¿echaría de menos su virginidad anal?, ¿estaría cabreada después de lo de anoche?

De repente se abrió la puerta del dormitorio y entró Ana con el desayuno en una bandeja. Llevaba puesto el albornoz y el pelo recogido con una toalla. Se había duchado hace poco y cuando se acercó a mí y me besó pude oler la fresca fragancia que emanaba.

Hola cariño, ¿qué tal has dormido?, te he traído el desayuno para que repongas fuerzas, hoy vamos al Zoo con los niños y luego a casa de mis padres a comer, ¿te acuerdas?.

Hola cariño, sí, sí, me acuerdo. Gracias por el desayuno. Siéntate y compártelo conmigo.

Vale – dijo mientras se sentaba de costado mirándome.

¿Qué tal has dormido tú? – le pregunté mirándola fijamente.

¿Tú que crees? – sostuvo mi mirada.

No lo se, creo que has dormido profundamente.

Sí y boca abajo toda la noche. Tengo toda la zona dolorida y resentida.

Lo siento mi vida, intenté no ser brusco. Entendería que no quisieras volver a hacerlo.

Hubo una pausa en la que los dos nos limitamos a masticar las tostadas.

Jamás me hubiera imaginado de ti que me hubieses tomado a la fuerza como lo hiciste ayer. Prácticamente fue una violación y creo que técnicamente podría definirlo como tal.

¿Hablas en serio?

Lo primero que pensé esta mañana era en vengarme. En contratar a un par de macarras y que te diesen de hostias y luego te estrenaran el culo también a ti, para que aprendieses de tu propia medicina.

Jooooooder

Luego, pensándolo mejor, creo que no ha sido para tanto y salvo por el dolor y escozor que me imagino se me pasarán rápido no hay que hacer un drama, si no sacar el máximo partido de una nueva experiencia y aprender de ella, o sea, ser positiva.

¡¡Muy bien mi amor!! Ya te dije que te iba a gustar.

Me fastidia mucho reconocerlo, pero tengo que admitir que una vez mi ano se acostumbró a tu grosor dejó de dolerme y empezó a gustarme, casí lamenté el que todo terminara tan rápido.

Estuve bombeando casi veinte minutos

Pues me supo a poco.

¡Caray! Entonces, ¿no estás enfadada?

No, ni mucho menos. ¿Sabes una cosa?, has conseguido que deje de pensar en "Fabián" al menos de momento. Me has dejado del todo abstraída del sexo que conocía hasta ayer. Estoy como alelada.

Genial. Eso significa que podemos volver a hacerlo hasta que te acostumbres y deje de dolerte, ¿no?

Quizá, no estoy muy segura todavía, me imagino que sí. Y además contigo puedo tener el entrenamiento necesario para dar elasticidad y resistencia a mi esfínter y que pueda alojar sin problemas otros miembros más grandes.

Ya…,

La verdad es que con lo mal que lo pasé ayer sería del todo imposible practicar esto con Fabián. Me podría hacer daño de verdad. Así pues, entrenaré contigo hasta que esté preparada, ¿qué te parece?, ¿quieres ser mi entrenador personal?

¿Para que otro te de por culo?, si te mete ese cipote te dejará abierta de por vida

¿Es eso lo que te preocupa, cielo?, ¿qué luego cuando me la quieras enchufar por detrás no te lo encuentras tan apretadito como ayer si no ensanchado por otra verga más grande? – en ese momento y como viene ya siendo costumbre mi polla empezó a despertarse y a levantar hacia arriba la sábana.

A ver que me encuentro por aquíiii…, ¡¡Tacháaan!!, - tiró de la sábana hacia abajo y apareció mi polla guerrera. – Já, já, já, lo tuyo es incurable cielo, bastan dos frases oportunas y ya estás empalmado.

No empieces otra vez, sabes que no me gusta.

Eso no es verdad. Te encanta. Mira como tienes el pito. Estás en mis manos cuando te relato mis puteríos y puedo manejarte a mi antojo, salidorro.

Acto seguido cogió la mantequilla restante y la mermelada de melocotón y me la untó en el capullo y después se la desayunó a grandes lametones dejándome la polla limpia pero no terminó el trabajo y se levantó para vestirse.

Joder, no me dejes así.

Sí, que luego te quedas otra vez dormido y se nos hace tarde. Vístete y no te la casques en la ducha que tienes que mantener tus reservas para darme mi ración diaria, si no ya sabes lo que te puede pasar, ¿eh?

Y se marchó de nuevo riéndose a carcajadas. Ahí me quedé empalmado como un burro. Decidí ducharme con agua fría para bajar la calentura.

WYATT 11