El acuerdo (3)

Los primeros orgasmos en el despacho.

El acuerdo 3

Bien creo que eso es todo, Irene. Ya te daré más instrucciones cuando acabemos la evaluación.

Sí señor me he tomado la libertad de cancelar los demás compromisos que tenía usted para última hora de esta mañana por que me parecía que la entrevista se alargaba.

Has hecho bien. Ya veré como puedo recompensarte por tu eficiencia.

Irene se marchó y cerró la puerta tan silenciosamente como había entrado. Sandra miró de nuevo a Don Ramiro. Seguía con sus piernas abiertas ofreciéndole un primer plano de su sexo. A pesar del continuo masajeo sobre su clítoris éste parecía no reaccionar. Y Don Ramiro parecía esperar a que ella hiciera algo aunque no sabía el qué.

Don Ramiro empezó a hablarle en un tono cariñoso y conciliador. Quería tranquilizarla, si la humillaba demasiado fuerte se podría romper y no la disfrutaría tanto. No, era mejor ir poco a poco, sin prisas. La experiencia le había enseñado que el peor fiscal es el que se tiene en la conciencia. Así que dejaba que Sandra se auto-culpara y rebajara por lo que estaba haciendo. Ella misma se torturaría acusándose y reprochándose su conducta y él podría disfrutar del dolor y la vergüenza reflejados en su rostro. Eso sólo pasaba con las putas nuevas, con las que empezaban a trabajar una vez se insensibilizaran al ejercer su oficio había que buscar otras formas... Por eso le gustaba ir sin prisas dedicando todo el tiempo preciso a cada paso de su evaluación preliminar. La pérdida de autoestima debía ser gradual, a fuego lento pero constante. Así además de prolongar el sufrimiento de la puta y aumentar su propio placer obtenía un beneficio añadido; la puta no lo culpaba por prostituirla, se culpaba a sí misma y a sus circunstancias. Alternaba por tanto el trato duro y vejatorio con el paternalista y cariñoso. Sus putas no deberían creer que vendían su cuerpo coaccionadas o porque Don Ramiro las empujara a ello, debían creer que eran las circunstancias las que las obligaban a ello. Don Ramiro no debería ser un frío proxeneta interesado únicamente por la ganancia económica, debería ser un desinteresado hombre de negocios que las ayudaba a salir del apuro con lo único que les podía ofrecer un puesto de trabajo...

No te enfades con la señorita Irene. Siempre actúa así con las nuevas. Creo que se siente celosa de vosotras. En realidad es una chica muy maja y atenta. Ya la conocerás y os llevareis la mar de bien seguro. (Vaya de si estoy seguro pensó Don Ramiro)

Yo... Don Ramiro, no... Empezó a disculparse Sandra.

No te preocupes Sandrita, entiendo que estés nerviosa y no atines al principio. En realidad te he interrumpido para darte algo más de tiempo, para que te tranquilices, te pongas cómoda y puedas relajarte. Mira, vamos a hacer una cosa. Yo examino durante un rato estos informes que me ha traído Irene, y mientras, tú te vas calentando a tu ritmo, ya sabes que no tenemos prisa. Cierras los ojos si quieres y te concentras en cualquier cosa que te excite. Será como si estuvieses sola ya que apenas te daré atención. ¿Qué te parece?

Gra... gracias Don Ramiro, es usted muy considerado. Sandra se sentía enormemente aliviada con la propuesta y por el cambio en el modo de tratarla.

Bien, me alegro. ¡Ah! por cierto esta cajita es para ti, para que la uses si quieres. Tengo entendido que esas cosas les gustan mucho a las putas como tú.

Don Ramiro no quería que Sandra olvidara cual era su posición y aprovechó aquella ocasión para recordárselo. Sandra sintió una nueva oleada de vergüenza cuando escuchó las últimas palabras de Don Ramiro. Era una puta, una mujer que vendía su cuerpo por dinero. Y Don Ramiro no era ningún amante, novio o marido; era su jefe. No debía olvidarlo. No obstante alargó la mano para poder abrir la cajita que le extendía Don Ramiro intrigada por cuál podría ser su contenido. La curiosidad guiaba ahora sus pensamientos. La cajita de madera negra era funcional y sencilla, aunque no estaba ornamentada transmitía una sensación de refinada elegancia. No tenía bisagras por lo que Sandra estuvo un ratito dándole vueltas averiguando cómo se abría. Por fin deslizó la tapa sobre su base y pudo ver su contenido. Dentro había un par de consoladores eléctricos, uno metálico de tamaño normal y otro de látex, enorme, con forma de pene. Sandra se sobresaltó por el tamaño de éste último y lanzó una exclamación.

¿No habías visto ninguno?

Tan grande no. No creo que eso entre en mi cuerpo.

Te sorprenderías de las cosas que caben en algunos cuerpos querida. Pero no te preocupes no tienes por qué usarlos si no quieres sólo te los he traído por si te eran de ayuda. Bueno, si te parece me pongo a revisar estos papeles un rato y tú sigues con lo tuyo...

Don Ramiro abrió su carpeta y comenzó a leer los documentos que le había traído su secretaria. Los documentos no eran sino un completo dossier sobre las características y circunstancias de la vida de Sandra; así como una serie de estimaciones sobre el posible rendimiento y ganancias que se podrían obtener con ella. Además, se incluían una serie de fotografías tomadas recientemente, muy recientemente, en realidad eran unas fotos tomadas en aquel mismo despacho... Eran unas fotos realizadas muy discretamente por varias cámaras hábilmente camufladas, mientras Sandra se desnudaba para Don Ramiro.

Sandra al no sentirse ya observada cerró sus ojos y comenzó a estimularse con suaves movimientos alrededor de su clítoris pero sin llegar a tocarlo. Con la otra mano empezó a estimular sus pechos acariciándolos muy suavemente y acercándose poco a poco hacia sus pezones que pronto volvieron a erguirse. No queriendo pensar en su difunto esposo trató de imaginarse un galán al que entregaba su amor completamente enamorada. Tratando de conseguir mayor realismo se imaginó que Don Ramiro era su amante que la quería con locura y la poseía con increíble ternura. Razonó falazmente que si se imaginaba que los clientes eran en realidad sus amantes no le resultaría tan difícil prostiuirse. Su cuerpo comenzó a responder al estímulo recibido. Sus dedos que tan bien conocían su intimidad comenzaron a actuar de un modo automático casi involuntario. Su vagina empezó a humedecerse y lubricarse anticipándose a una penetración. Sus dedos ya no se conformaban con rozar su botoncito, buscaban llenar su vagina y se introducían cada vez más profundamente, primero uno, luego dos. Seguía sentada, con los ojos cerrados y completamente abierta, mucho más que antes, ya que ahora era ella la que buscaba aumentar la superficie a ser estimulada y el mejor acceso a su intimidad. Buscando una mayor comodidad se recostó sobre la mesa emitiendo un pequeño gemido de disgusto. "Interrumpiendo su lectura" Don Ramiro levantó la vista y preguntó...

¿Qué te pasa Sandrita?

El cristal está frío.

Sí he pensado varias veces en cambiarlo. La semana que viene ya no estará aquí.

Mientras decía esto se levantó y descolgó un hermoso abrigo de piel de mujer que estaba en un perchero y lo extendió encima de la mesa...

Túmbate aquí.

Lo puedo manchar...

No te preocupes por eso quiero que esté cómoda y disfrutes. ¿Lo estás consiguiendo?

Sí. Admitió tímidamente Sandra a la vez que aumentaba su rubor.

Bien, yo termino enseguida no te preocupes por mí.

Don Ramiro volvió a centrarse en sus papeles y parecía ignorarla de nuevo. Sandra a pesar de la interrupción seguía estando excitada. En realidad el detalle de Don Ramiro con el abrigo la ayudaba a imaginárselo como su amante y esto la calentaba aún más. Volvió a recostarse sobre la mesa que ahora casi parecía una cama y cerrando los ojos volvió a centrarse en su fantasía. Ahora ya no acariciaba con suavidad sus pechos rozando sus pezones con la yema de sus dedos sino que los apretaba con firmeza y pellizcaba ligeramente sus pezones. Los dedos que ingresaban en su vagina ya no le eran suficiente, necesitaba algo más grueso. Se acordó de la cajita y cogió el dildo metálico. No estando segura lo comenzó a lubricar con su saliva lamiéndolo e introduciendo su punta en su boca. Cada vez más se dejaba llevar por la lujuria y se olvidó de dónde estaba y de por qué se estaba masturbando. Ahora sus pensamientos giraban constantemente alrededor de una misma idea, el placer que le producía estimular su sexo. No dejaba de imaginarse a su amante buscando satisfacerla y ella a él. Buscando aumentar su gozo encendió el consolador. Éste comenzó a emitir un suave zumbido apenas audible que despertó la curiosidad de Don Ramiro. Éste había estado mirando de hito en hito las evoluciones de su puta sobre la mesa pero se había concentrado más en las fotos que acompañaban al dossier. Empieza el espectáculo comentó para sí.

Sandra se mostraba ante él generosamente, se notaba que no estaba actuando forzadamente sino que se dejaba llevar por su lujuria. Sus piernas abiertas le permitían observar con todo detenimiento la manipulación que Sandrita efectuaba sobre su sexo. Observaba absorto como sus dedos entraban y salían cada vez más rápido de su empapado coño y como su pelvis se movía acompasadamente buscando la mayor estimulación para su clítoris. Sandra se sacó el dildo humedecido con su saliva y comenzó a recorrer su cuerpo con él. Al llegar a sus tetas lo acercó a sus pezones que se endurecieron aún más con la vibración que les transmitió el aparato. Primero uno, después otro y así alternativamente el consolador fue estimulando sus pezones provocando oleadas de placer que provocaron un primer gemido ahogado. Don Ramiro apenas podía contenerse y hacía esfuerzos ímprobos por evitar que sus manos comenzaran a masajear su paquete o se dirigieran al cuerpo de Sandra. Lentamente, sin prisas como tantas veces le habían repetido Sandra fue llevando el dildo hacia su concha. Se entretuvo bastante tiempo sobre su vientre plano pero inexorablemente se acercaba a su destino. Al llegar a su pubis, Sandra paseó el falo metálico por los alrededores de su húmeda entrada. Primero los labios mayores recibieron las correspondientes atenciones, después con los dedos índice y corazón separándolos lo más que pudo recorrió el borde de su cueva llegando a rozar su enhiesto clítoris que descargó una señal tan intensa que la hizo arquearse y emitir un gemido mucho más intenso...

AAHhhhhm...

Esta zorra me está poniendo a cien. Don Ramiro a penas pudo contenerse esta vez, el espectáculo que se le ofrecía era mucho mejor de lo esperado. Sí esta puta valía su peso en oro. Aferró con fuerza los lados del sillón, la polla parecía querer estallar, estaba más dura que una llave inglesa si la dejaba caer sobre la mesa rompía el cristal.

Sandra tampoco podía contenerse mucho más volvió a rozar su clítoris con la punta del aparato dos o tres veces antes de comenzar a introducirlo en su cálida abertura. Las paredes de su vagina recibieron ansiosas la intromisión del consolador, ensanchándose levemente para poder acogerlo y apretarlo. Los gemidos de Sandra eran ya más continuados. Se había olvidado de todo. Ahora sólo pensaba en el cercano, buscado y deseado clímax. Sin dar descanso a su vagina comenzó un cadencioso vaivén acompañado por los movimientos de su pelvis, su mano libre dejó de estimular su pecho para ahogar los gemidos de placer que amenazaban con hacerla gritar. Sandra había sido siempre muy tímida y aún estando a solas siempre reprimía la expresión de sus emociones.

UUMmmm, OHHhmmmm...

Era evidente que Sandra no tardaría mucho en venirse, su respiración entrecortada el rápido ritmo con que se agitaban sus bamboleantes pechos, los espasmódicos movimientos de sus caderas y el frenético metesaca del consolador auguraban un cada vez más inminente orgasmo. Entonces cuando más descontrolado estaba el cuerpo de Sandra, cuando más próximo estaba el punto de no retorno del máximo placer,,,, Don Ramiro intervino. Detuvo el vaivén del dildo apretándolo suavemente pero con firmeza contra la matriz de Sandra. Sandra que hasta ese momento ignoraba la febril atención que le dedicaba su patrón, abrió sobresaltada sus hermosos ojos y miró al causante de su frustración. Por un lado la abochornaba el ser consciente de su condición de puta expuesta a los caprichos de un desconocido, pero por otro le asaltaba la rabia por no poder satisfacer su desbocada búsqueda de placer. Antes de que dijese nada Don Ramiro la sonrió y comenzó a acariciar el interior de sus muslos suavemente con la yema de los dedos. Apoyó enseguida la palma de sus manos pero sin ejercer ningún tipo de presión. Con una lentitud exasperante acercó su rostro al coño de la chica, como si saboreara los aromas de un buen vino fue aspirando los efluvios que de él provenían. Abrió su boca y con los dientes sujetó el falo artificial que seguía enterrado hasta la empuñadura vibrando a la máxima potencia. Lenta, muy lentamente con una parsimonia pasmosa fue extrayendo el aparato metálico del cuerpo de Sandra. Sandra trató de guiar el movimiento de Don Ramiro asiéndole la cabeza. Sin embargo, Don Ramiro no lo permitió y sujetando las manos de la chica siguió con su tarea, sin prisas... había tiempo de sobra.

OHHHMmmmm... Don Ramiro... Yo...

¿Te gusta zorrita?

SIiii... AHHhhhmmmm... Por favor... UUUMMMmmmmm

Sandra no podía ahora reprimir sus gemidos pues tenía las manos inmovilizadas sujetas por su jefe. Estos a su vez aumentaban la libido de Don Ramiro que hacía verdaderos esfuerzos por contenerse y dar rienda suelta a sus instintos. Pero Don Ramiro tenía muy presente su objetivo y para ello debía dominarse. Los movimientos pélvicos de la chica buscando su orgasmo hacían más difícil la extracción del aparato que estaba más o menos por su mitad. Pero el metódico proceso de extracción seguía su curso... poco a poco la cabeza vibradora se acercaba a la entrada, los temblores que provocaba se transmitían cada vez con más intensidad al mágico botón de placer. Las manos de Sandra se crispaban ante el aumento de las sensaciones recogidas. Don Ramiro las sujetaba con fuerza pues no deseaba que Sandra ahogase sus gemidos. Sin embargo no podía seguir luchando contra la chica y sujetar el consolador al mismo tiempo y una mano se le escapó. Ya fuese por casualidad, por el instinto femenino que le decía qué le gustaba a su jefe o por la enorme tensión que se acumulaba en el cuerpo de Sandra; el caso es que no la dirigió a su boca sino a su pecho, buscando incrementar la estimulación nerviosa y lograr así el ansiado orgasmo.

Dooonnn... Don Raaamiro... AHHHYYYyyyymmmm

El consolador salió por fin del cuerpo de Sandra y como esperaba Don Ramiro la temblorosa punta alcanzó a rozar el más que sobre-excitado clítoris haciéndolo estremecerse con su zumbido. La descarga fue inmediata. La vagina se inundó con un mar de flujos. El cuerpo de Sandra se arqueó con movimientos espasmódicos y descontrolados. El chillido que salió de la garganta de Sandra inundó toda la sala...

AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHRRRRRGGGGGGMMMMMMmmmm

Don Ramiro no perdió el tiempo y tirando el consolador se apresuró a saborear el néctar que se le ofrecía. Al tiempo que seguía aprovechando para animar al clítoris a realizar otra descarga. Sandra no se lo podía creer, su cuerpo no le respondía... El clímax alcanzado no sólo no había liberado su tensión sino que ésta parecía acumularse de nuevo incontenible en la entrada de su cueva. El segundo orgasmo no tardó en llegar con mayor fuerza que el primero si cabe. Y Don Ramiro no parecía satisfecho seguía sorbiendo goloso la fuente que manaba interminable. Impotente ante las increíbles sensaciones que experimentaba Sandra asió con fuerza el borde de la mesa y el abrigo sobre los que estaba. Su garganta era ya incapaz de expresar ningún sonido más y el placer recibido parecía no acabar nunca. Después del tercer orgasmo Don Ramiro pareció darse por satisfecho y dejó de estimular el clítoris con tanta insistencia para irlo dejando descansar poco a poco. Sandra aún se movía descoordinadamente, se convulsionaba con los últimos espasmos de placer. Progresivamente iba tomando el control sobre su agitada respiración y sobre el resto de sus miembros. Don Ramiro se regocijaba ante el éxito obtenido, seguramente había conseguido llevar a su puta al primer gran orgasmo de su vida. ¡Qué hembra! Será la mejor de todas.. Habrá que cuidarla... Decía para sí.

Gra... gra... gracias Don Ramiro. Logró articular al fin Sandra después de un buen rato recuperando la compostura... Y profundamente turbada.

De nada, me gusta que mis putas disfruten con su trabajo. Y es evidente de que tú disfrutas con el tuyo...

Sandra se volvió a incorporar en la mesa quedando otra vez sentada delante de su jefe con las piernas abiertas. No se atrevía a mirarlo a la cara pues las últimas palabras le habían recordado su situación. Seguía siendo una puta. Don Ramiro a pesar del extraordinario momento que la había regalado no era su amante era su jefe. Y su examen todavía no había terminado. Su pecho seguía respirando agitado y su pulso volvía a la normalidad. Don Ramiro la seguía mirando como si no quisiera perderse ni un solo detalle de la anatomía y los ademanes de su zorra... Sonrió al comprobar que Sandrita seguía esquivando su mirada seguramente por que se sentiría avergonzada. Bien, vamos a trabajar esto...

¿Te lo has pasado bien, putita?

Sí Don Ramiro.

Es evidente de que sí. Pero ¿quién tiene que pasárselo bien, zorrita?

El cliente...

Bien yo me lo he pasado bien haciéndote gozar. Pero creo que es hora de que me correspondas...