El acuerdo (18: Final alternativo)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra? Este es otro final.

El acuerdo 18 (Final alternativo)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

  • Eso es Sandrita, eres una gran puta y tu hija ha heredado de su madre las ganas de follar. Mírala, está a punto de caramelo, otra vez. ¿Verdad de que estás deseando correrte, zorrita?
  • Sí… Don Ramiro… (Mintió enrabietada y humillada.)
  • Ja,ja,ja,ja,ja…(Rió Don Ramiro con ganas.) Mira a la hija de puta. Es tan zorra como su madre… ¿Creo que es tan puta como su madre o más, no crees Sandrita? ¿No crees que será una zorra tan buena como su madre?
  • Sí… Don Ramiro… Tiene… tiene madera de puta… (La ira se iba apoderando de Sandra. Pero el miedo a caer en las terribles manos del sádico general Gea, el ministro de interior del país la hicieron contenerse.)
  • De tal palo tal astilla. Eso lo he dicho siempre. ¿Verdad de que estás deseando aprender el oficio y ser tan zorra como tu madre muñeca?
  • Sssí… Don Ramiro… quiero ser tan puta como mi madre. (Helena, cabizbaja, no se atrevía a contradecir a su nuevo jefe. Y por si fuera poco, la humillación y la vergüenza le impedían mirar a su madre en busca de un poco de apoyo emocional y ayuda ante su continua y progresiva degradación.)
  • Te gusta el oficio a que sí
  • Sí Don Ramiro… me encanta follar, me encanta ser… puta
  • Pues folla y aprende, aprende y folla. Eso es lo que tienes que hacer ahora. ¿No crees Sandrita?
  • Sí Don Ramiro le falta práctica
  • Menos mal que te tiene a ti para que la enseñes… ¿Vas a ser una buena alumna y vas a estudiar mucho para ser una buena furcia?
  • AAYY Sssí… Don Ramiro
  • Así me gusta putitas. Que seáis obedientes. Ya conocéis el lema de la empresa. "Siempre hacemos lo que desea el cliente". Así que vamos correos delante de mí zorras. No quiero que se diga que mis zorras no disfrutan.
  • AAYY… Por favor

El sádico y degenerado jefe comenzó a pellizcar sin compasión los sensibles pezones de Helenita. No tenía razón alguna, sólo el placer que le producía torturar a la joven y ver el insondable sufrimiento de ambas mujeres. Indolente ante las súplicas y alaridos de Helena, Sandra intercedió por su hija para que Don Ramiro la dejase descansar un poco. Se ofreció ella misma para ser torturada pero su jefe no sólo volvió a ignorarla sino que enfadado pareció endurecer su castigo sobre la indefensa muchachita.

De nuevo el desprecio, la humillación y la vergüenza; sus sentimientos y emociones no eran tenidos en cuenta. Estaban allí para complacerle, estaban allí para follar. Para follar sin descanso hasta que reventaran o sus cuerpos dijesen basta. Y ni entonces tendrían la seguridad de que las dejara...

Y entonces, algo cambió. Se había quebrado el delicado y precario equilibrio entre el miedo a sufrir un horrendo castigo futuro; y el dolor y humillación que experimentaban ahora. La agobiante tensión que progresivamente se había acumulado en la atormentada mente de Sandra; al final se iba a liberar de un modo inesperado para el viejo degenerado. Un incontenible torrente de ira irracional se apoderó de Sandra. Le cambió el semblante, su mirada de llorosa e indefensa presa acorralada se tornó dura, fría, desafiante; la sombría mirada de un depredador seguro de abatir su presa

El corazón de Don Ramiro palpitó con violencia. Había cometido un terrible error de cálculo. Se había dejado llevar por la lujuria demasiado pronto. No tenía aún a Sandra lo suficientemente controlada. Debía de haber esperado a que la monótona sordidez del trabajo diario y la suave degradación constante de la clientela la hubiesen acabado de romper en el único resquicio de dignidad que le quedaba. Pero ya era tarde. Demasiado tarde, un súbito y repentino terror le impidió reaccionar a tiempo

Con un grito de rabia lleno de odio insondable, Sandra empujó a su hija alejándola de ambos sin miramientos. Con la arrebatadora fuerza que sólo te proporciona la locura; se abalanzó sobre su jefe y le dio la vuelta

  • Te gusta joder… ¿Eh?... Te gusta dar por el culo… Te gusta follar y jugar con pollas grandes… Pues toma… disfruta de esto, cacho cabrón… Toma polla

El desgarrador grito que salió de la garganta de Don Ramiro no parecía humano. En su descontrolada furia, Sandra le había incrustado el descomunal vibrador en toda su extensión de un potentísimo envite. No solo eso, además había empezado un desenfrenado e incontenible bombeo. Don Ramiro berreaba desesperado sin llegar a articular nada legible. El salvaje ataque le había desgarrado por completo el esfínter. El dolor era insoportable y aunque trataba de escapar de las salvajes acometidas, Sandra lo tenía firmemente asido. La tremenda fuerza con la que lo sujetaba le impedía escapar a su agonía. Su irritada garganta apenas si alcanzaba a mitigar el inenarrable dolor.

  • Tápale la boca a este cerdo con algo

Helena no llegó a reaccionar. Jamás había visto así a su dulce madre. Estaba anonadada y aterrorizada ante el violento espectáculo

  • Que le tapes la boca con algo, zorra

Presa de su propia ira Sandra no medía sus palabras. Helena, nerviosa, si apenas alcanzó a traer la primera prenda que vio, un tanga. Su madre se lo arrebató con fuerza y lo introdujo sin miramientos en la boca de su jefe. Volvió a apremiar a su hija para que le trajese algo más. Helena ofuscada le trajo casi todo lo que encontró tirado por los alrededores, una falda dos blusas unas medias… Sandra le arrancó las prendas y escogió unos pantys. Los pasó frenética por la boca abierta de su jefe y los ató por detrás, en su nuca. Los gritos quedaban ahora amortiguados por la mordaza

El rostro de Don Ramiro era la viva expresión del pánico. Los ojos desorbitados, el rostro congestionado, un rictus de angustia y miedo eran la prueba palpable del tremendo sufrimiento que experimentaba. Trataba en vano de gritar y pedir clemencia o ayuda; no es que sólo se lo impidiese la mordaza, tampoco habría sido escuchado. Ahora pagaba por todas las maldades con las que se había deleitado al doblegar a sus putas. Ahora debía purgar sus faltas… Sólo deseaba que terminara pronto su expiación de pecados

La desenfrenada follada parecía no acabar nunca. Llevada por la ira irracional y no por la lujuria, Sandra embestía sin freno el sufrido y hasta ahora virginal ano de su jefe. Para desgracia de Don Ramiro aquello impedía que Sandra le diese ningún respiro. El incontenible odio acumulado no hallaba reposo ni satisfacción. Ahora que se le daba rienda suelta, las continuas vejaciones y humillaciones clamaban venganza; y aquello si apenas era suficiente para empezar a calmarla.

Helena no daba crédito a lo que veía y no se atrevía a hacer ningún movimiento no comentario. Se acurrucó en un rincón sin poder apartar la vista del dantesco espectáculo. Sólo suplicaba que la locura que se había apoderado de su mamá terminase pronto. Sin darse cuenta de ello un travieso dedito se aventuró por su bajo vientre...

Sin ser consciente de ello comenzó a acariciarse. Otro tipo locura se había apoderado de ella; la locura del placer carnal, la del instinto sexual. Ver cómo copulaban su madre y su jefe la estaban calentando de un modo inesperado. Su cuerpo se dejaba llevar por sus más bajos y rudimentarios deseos. Después del glorioso éxtasis de su primer orgasmo y del angustioso dolor que experimentó con la doble penetración; ahora su cuerpo volvía a reclamar el derecho a correrse.

Sin pensar en ello se dejó llevar por el salvaje frenesí del bestial coito que tenía frente a ella. Sus dedos se movían frenéticos. Estimulaba sin descanso el erecto clítoris que trataba de sobresalir por entre los pliegues de la vulva. Buscaba con vehemencia un mayor placer que parecía no llegar y que a la vez resultaba inevitable. Entonces cuando la tensión se hizo insoportable, una catarata manó de entre sus muslos. Su cuerpo se convulsionó en una serie de espasmos descoordinados. Una interminable corriente orgásmica la poseyó en un continuo de oleadas de salvajes. Incapaz de controlarse jadeó y gimió sin vergüenza alguna. No era ella, solo era el placer. El placer que parecía prolongarse una y otra vez sin descanso. Desfallecida se dejó caer desmadejada sobre la moqueta. Mientras se diluía en un placentero descanso vio como continuaba el furioso cabalgar de su madre

A pesar del titánico esfuerzo que suponía mantener el frenético ritmo, Sandra seguía martilleando el rendido trasero de su jefe. Don Ramiro incapaz de seguir soportando el terrible dolor, se había desmayado. Pero ello no pareció importarle a su empleada que siguió embistiéndolo con dureza. A pesar de la terrible furia que la llenaba poco a poco se iban abriendo camino entre sus pensamientos los ininterrumpidos estímulos de su clítoris. En efecto, las poderosas vibraciones de los falos artificiales no habían cesado de estimularla. Y a pesar de que la furia era dueña de sus emociones, había una importante carga de placer reprimido acumulado en su interior. Conforme la furia daba paso al cansancio, el placer se iba adueñando de ella

El desbocado cabalgar solo acabó cuando el enloquecido cuerpo de Sandra cayó colapsado por el cansancio. Completamente agotada, cayó desfallecida sobre el inconsciente cuerpo de su jefe. Su cuerpo se convulsionaba estremecido por el poderosísimo clímax. El orgasmo se había adueñado de ella por completo. Sandra estaba tan cansada que sólo podía dejarse llevar por la fuerza de sus emociones. Quizás debido a la liberación de su furia o por el agotamiento extremo debido al enorme esfuerzo realizado. El caso es que aquel fue uno de los más intensos y duraderos orgasmos de toda su vida. Que en aquellos momentos de su vida no era decir poco. Su dilatada carrera como puta le había proporcionado algunos bastante buenos, pero ninguno como aquel. Se dejó llevar por el dulce placer hacia un apacible sueño reparador

Pasados unos minutos, Helena por fin reaccionó. Aquello no debía de haber pasado. Estaban metidas en un verdadero lío. Como pudo despertó a su desfallecida mamá. Sandra estaba desorientada, como sonámbula. No recordaba lo que acaba de suceder y no entendía la angustia de su hijita. Entonces miró hacia abajo y vio a su jefe el charco de sangre que había debajo de él. Su hija la obligó a levantarse, le hablaba pero no la entendía. Para colmo de males, apenas podía sostenerse.

Helena se apresuraba a asearse y vestirse; y obligó a su madre a hacer lo mismo. Sandra poco a poco iba recobrando la consciencia y recuperándose del shock. Estaba saliendo de una pesadilla para meterse en otra peor. Tanto si su jefe se recuperaba como si no, les esperaba un futuro terrible. Debían escapar, salir del país de inmediato. Antes de que los secuaces y amigos de Don Ramiro las persiguieran. Cogió el poco dinero que su jefe guardaba en los cajones y trató de aparentar calma. Después salieron y se despidieron de Irene la secretaria. No tenían apenas tiempo, Irene no tardaría en entrar y dar la alarma

Lo que más temía Sandra era tener que ir a la cárcel. Había estado algo más de un mes en la fortaleza, la prisión de máxima seguridad del país y sabía de primera mano las horribles cosas que sucedían allí. El penal más parecía un centro de experimental de sadismo extremo que una prisión. Los prisioneros eran sometidos a torturas diariamente y pocos eran los que salían cuerdos de la infame penitenciaría. Sandra además tenía otra razón para evitar la cárcel

El general Gea, el ministro del interior, se había encaprichado de ella. Ya había sido una de sus putas favoritas cuando solicitaba los servicios de Don Ramiro. Pero cuando Sandra estuvo en la fortaleza, el general mismo, se dedicó a enseñarle todas las estancias de la penitenciaría personalmente; a pesar de que hacía unos cuantos años que dejó de ser su alcaide. Sandra hubiese preferido que no lo hubiese hecho. Si cuando solicitaba un servicio, ya resultaba duro de por sí satisfacer las sádicas demandas del general; en la prisión donde él era el rey muchísimo más. Los días que pasó entre aquellos muros fueron con mucho los peores días de su vida. Sandra no quería ni pensar lo que les podría pasar en la prisión en manos de aquel degenerado si recibían una condena larga

Afortunadamente, Sandra pudo retirar gran parte del dinero que tenía uno de sus cuentas y que al salir de la cárcel habían dejado de estar intervenidas. Debían salir del país pero cómo. La policía no tardaría en buscarlas. El aeropuerto era lo más rápido pero también lo más vigilado. Las carreteras eran más seguras pero no llegarían a los puestos fronterizos antes de que las órdenes de búsqueda y captura se hiciesen públicas… El tiempo era vital, se decidió por el aeropuerto.

La fortuna parecía sonreírles. Habían pasado ya los controles ordinarios de seguridad y estaban esperando el próximo embarque. La azafata comenzó a llamar a los viajeros del ansiado vuelo. En los televisores se comentaba el salvaje ataque que había sufrido uno de los más respetados y reconocidos hombres de negocio del país. Sandra y Helena enseñaron sus billetes y pasaportes a la auxiliar de vuelo de la puerta del avión

El oficial de policía que como era costumbre se encontraba junto a la azafata las detuvo antes de que llegasen a traspasar el umbral.

  • Un momento señoritas… Tengo que hacerles unas preguntas.
  • Pero vamos a perder nuestro vuelo.
  • No se preocupen que no lo perderán. Acompáñenme aquí, sólo será un momento

No tuvieron más remedio que seguir al agente que retenía los pasaportes. Entraron en una pequeña sala próxima a la puerta de embarque. La sala, bien iluminada, tenía una mesa sencilla y unas cuatro o cinco sillas igual de prácticas a su alrededor. Fueron invitadas a sentarse. Al otro extremo de la sala se podía ver otra pequeña puerta, pero ellos se sentaron de espaldas a la misma. El oficial salió por esa puerta y las dejó solas un momento, parecía que iba a consultar algo

  • Hombre Sandrita… ¡Qué alegría verte tan pronto! Y esta ricura que te acompaña… ¿No será tu hijita, verdad?

El suelo pareció desaparecerles debajo de sus pies… Habían caído en las manos del general Gea, el mayor sádico del país.