El acuerdo (16)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra? ¿Ver cómo enculan a su hijita?

El acuerdo 16

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

Los tres estuvieron bastantes minutos recuperándose. Los cuerpos sudados daban prueba del esfuerzo realizado. La mayoría de los mortales pocas veces podían disfrutar de un par de hembras tan hermosas. A Don Ramiro no le resultaba tan difícil, ser dueño de una cadena de prostíbulos tenía sus ventajas. Sin embargo, aún a él le costaba trabajo recordar alguna situación tan morbosa como aquella. Un par de veces se había beneficiado a unas gemelas al mismo tiempo pero nunca había desvirgado a una jovencita delante de su mamá. El simple hecho de recordarlo le envaraba su miembro que era un gusto.

Ahora se enfrentaba a un pequeño problema. No estaba seguro del paso a seguir. Bueno, él tenía muy claro lo que quería hacer. Estaba deseando estrenar el tierno y prieto culito de Helena. Pero no se decidía por la postura. Quería ver la reacción de Sandra cuando ensartara a su hijita, pero también le gustaría ver la cara de la chica. Por otra parte, no se decidía entre ensartarla él mismo o dejar que la muchacha se empalase a sí misma. Todas las opciones que se le ocurrían tenían su aliciente y morbo y no acababa de decidirse por ninguna. Por eso mientras lo pensaba con calma dejó descansar a sus chicas.

Tanto Sandra como Helena, agradecieron los minutos de respiro. Ambas estaban cansadas y doloridas. La primera porque tenía bien ensartados dos consoladores descomunales que la incomodaban muchísimo. La segunda había disfrutado de sus primeros orgasmos compartidos. Nunca había pensado que pudieran ser tan intensos y numerosos, estaba asombrada por su capacidad orgásmica. Pero además mantenía bien encajada el fiero ariete que la había desflorado. No es que la molestase demasiado, todo lo contrario, pero estaba segura de que su tierno coñito no podría soportar tantas entradas y salidas indefinidamente.

Finalmente se decidió. Si aprovechaba el espejo grande podría ver el rostro de Helenita y de Sandrita al mismo tiempo. Así que giró un poco su sillón e hizo que Sandra se quedase de nuevo de pie esta vez frente él. Después hizo que Helena se acomodase otra vez encima de él pero esta vez dándole la espalda. Ahora veía directamente el rostro de la madre y en el espejo el de la hija. Para mantener ocupada a Sandra, accionó los vibradores a baja potencia. Sin embargo dado el tamaño de los consoladores, Sandra no pudo evitar un pequeño estremecimiento por lo inesperado de su encendido.

Helena no apartaba la mirada del extraño aparato que llevaba su madre. En su cándida ignorancia se preguntaba qué es lo que la hacía estremecerse tanto. No le dio mayor importancia al cambio de postura. Antes miraba a su jefe, ahora le daba la espalda. No entendía la verdadera razón que se escondía en el insustancial cambio. Lentamente comenzó a cabalgar otra vez la infatigable polla de su jefe.

Esta vez fue Don Ramiro el que se estremeció con las dulces caricias de la sedosa vagina. Las cálidas paredes apretaban y estrujaban con fuerza su falo. Parecía más una mano que un coño. Le pareció que cuando la nena subía se lo quería llevar con ella, cuando bajaba sentía como si lo absorbieran. Los suaves y acompasados movimientos pélvicos, lo transportaban de nuevo al jardín de las delicias. Si no hubiera sido por la firme determinación que había puesto en estrenar el delicioso culito que ahora estudiaba la hubiese dejado continuar hasta el final. Verdaderamente, Helena tenía madera de amazona folladora. "Tan buena puta como su madre", pensó.

Lo único que inquietaba a la aprendiza de puta era el cansancio que suponía cabalgar a Don Ramiro. No lo había calculado pero había estado casi una hora follando antes de acabar. No se veía con fuerzas para estar otra hora entera cabalgándose aquel pollón. De momento daba gracias por permitirle un trote suave. Entonces, inesperadamente, ella también dio un respingo. Un dedo travieso se había acercado a su retaguardia y había tratado de pasar el umbral de su anito. Pero había sido rechazado...

La victoria inicial de la joven, no desanimó al viejo, todo lo contrario, lo espoleó aún más. A Helena le pareció que el tieso rabo se le envaraba aún más dentro de ella. Quizás con eso se conformase, pensó ingenua. Su madre en cambio, conocedora de las intenciones que albergaba su jefe quiso decir algo. Pero la severa mirada de Don Ramiro la detuvo. Estaba decidido y nadie lo detendría ahora. El dedo invasor se acercó por segunda vez a la indefensa puerta trasera. Por segunda vez fue rechazado. Dos intentos más acabaron con idéntico resultado. Helena seguía confiada pensando que eso sería todo

Don Ramiro cambió ligeramente de táctica. Emplearía ahora un ataque doble. La mano izquierda se lanzó en una maniobra de distracción sobre el siempre hambriento clítoris; mientras que la derecha trataría de introducir el pulgar en el obstinado esfínter. La zona estaba bien lubricada pues Sandra se había encargado de hacerlo a conciencia. Esta vez debía tener éxito. Esperó a que Helena subiera y

  • ¡AAAAHhhmmmm!

Fue más un gemido de placer que un quejido.

  • Te ha gustado ¿Eh zorra?
  • Sí… Pero es un poco raro. (Admitió Helena.)
  • Ya verás como te gusta más. A todas las putas les encanta, aunque algunas digan que no. ¿No es cierto, Sandra?
  • ¿Perdone? Es que estaba distraída
  • Sí… Ya te notaba algo abstraída. Tienes tantas cosas en las que entretenerte… Estaba diciendo que a todas las putas les encanta que las den por el culo. ¿No es cierto? Al fin y al cabo tú eres una de las mayores putas que conozco que no son pocas
  • Sí es cierto… Helena, a todas las putas nos gusta que nos den por el culo. Una no llega a ser una puta en condiciones hasta que no la dan por culo.
  • ¡Qué buena maestra eres Sandrita! Me encanta la claridad con que explicas las cosas. Párate un poquito nena déjame ver mejor tu culito sabrosón.

Helena no llegó a captar el aviso de su madre. Tampoco entendió del todo la petición de su jefe, pero obedeció dócilmente. La pronta e inocente respuesta de la joven a sus indicaciones complació a Don Ramiro. No se demoró en la exploración del negro agujerito. Ahora empezó a jugar con sus dos pulgares, los introducía y sacaba alternativamente cada vez con más prisa. Este juego iba ablandando y dilatando, poco a poco, el tierno anillo.

  • ¿Qué te pasa Sandrita? No ves que el conejito de tu nena va a pasar frío. Anda caliéntalo como tú solo sabes

Inmediatamente, Sandra se puso manos a la obra, mejor dicho, boca a la obra. Sabedora de lo que le esperaba a su hijita volvió a concentrarse en darle todo el placer posible. El tierno bollito rezumaba los abundantes jugos de las copiosas corridas. Saborear la femineidad de su hijita la abochornaba de un modo difícil de describir, si no imposible. Pero se tragó su orgullo, su rabia y su vergüenza, tenía trabajo

Los sentimientos de Helena también eran contradictorios. Se sentía profundamente cortada por tener a su mamá arrodillada frente a ella trabajándole la entrepierna. Pero por otra parte, las agradabilísimas sensaciones que aquella lengua despertaban en ella, sencillamente le nublaban el juicio. Además el inquietante pero placentero masaje anal que le proporcionaba su jefe tampoco le permitía pensar con claridad. Lo único que no lograba hacer era mirarse en el espejo. Temía reconocer a la puta que el espejo sin duda reflejaría con total y sincera exactitud. Don Ramiro se percató de ello y no desaprovechó la oportunidad de humillarla.

  • ¿Qué te pasa nenita que no paras de mirar el suelo? ¿Ves algo interesante?
  • Nnno… No Don Ramiro… No miraba nada en concreto.
  • Pues entonces, mírame a los ojos. Una zorra como tú siempre se tiene que asegurar de que su cliente disfruta con ella. Si le da la espalda, busca un espejo o se da media vuelta pero nunca deja de mirar y sonreír a su cliente. ¿Estamos?

ZAS, ZAS. Dos sonoras cachetadas, le ayudarían a no olvidar su falta y hacer lo correcto en el futuro. Helena más avergonzada que dolorida miró a su jefe tratando de contener el llanto. Al final lo consiguió. Incluso logró esbozar una sonrisita forzada

  • ¡Ay! ¡Ah! ¡Ay! Gracias… Don Ramiro. ¿Está bien así?
  • ¿Por qué me das las gracias mala pécora?
  • Por ayudarme a corregir mis faltas señor
  • De nada hija. Es por tu bien. Recuérdame que felicite a tu mamá por educarte tan rebién

Sin dejar de observar el sonrojado rostro de Helena, Don Ramiro siguió jugando con el estrecho orificio. Ya lograba introducir un par de dedos y comenzaba a probar con el tercero. Se relamía de gusto pensando en lo mucho que disfrutaría ensartándola por aquella puertecita. No obstante cada vez estaba más impaciente y a veces algún movimiento brusco incomodaba a la muchacha. Los tímidos grititos de Helena se hacían cada vez más frecuentes. Sandra intuía que su jefe pronto pasaría a acciones más serias. No se equivocaba

  • Bueno cariño vamos a sentarnos otra vez. Tengo ganas de que me cabalgues. Lo haces muy bien ¿Sabes?
  • Gracias, Don Ramiro.

El halago recibido distrajo la atención de la joven que de nuevo no comprendió qué estaba planeando su perverso jefe. Como las veces anteriores se dispuso a encajarse el siempre enhiesto mástil en su tierna concha. Don Ramiro pronto la detuvo

  • No, muñeca por ahí no. Por el otro
  • ¿Cómo?
  • Que no quiero follarte el coño preciosa. Ahora quiero follarte el culo.
  • Pero

Helena ahogó su queja en cuanto vio el serio semblante de su jefe. Estaba claro que si trataba de negarse la castigaría.

  • Pero es muy grande. No… no será fácil… me dolerá

Helena había conseguido eludir el no cabrá y el no puedo que sin duda habrían causado el enojo de su patrón pero no conseguiría enternecerle o hacerle cambiar de opinión.

  • No es tan grande. Antes dijiste lo mismo sobre tu boca y tu coñito y te la has enfundado enterita. Además no tenemos prisa. Si no entra con facilidad lo haremos poquito a poco como antes. ¿Lista?
  • Pero me dolerá mucho
  • ¡Verás como no te duele tanto zorra! ¡Métetela ya!
  • Ya… ya voy

Se habían acabado las contemplaciones. Don Ramiro estaba impaciente por estrenar el estrecho culito y no estaba dispuesto a hacer más concesiones. Helena se recolocó el ariete y trató de clavárselo. No pudo. Apenas sintió como el grueso capullo presionó su esfínter, involuntariamente lo cerró aún más impidiendo su entrada. Su jefe ignoró el intenso quejido de protesta. Colocando sus manos sobre las caderas de Helena Don Ramiro se dispuso a controlar los intentos de su inexperta zorra.

A pesar del deseo que lo dominaba Don Ramiro era muy consciente de las dificultades que entrañaba profanar el virginal recto de la muchacha. La dejó descansar un ratito antes del siguiente intento. Helena pensó que si descendía bruscamente sobre su verdugo el mal trago se le pasaría antes. De modo que se dejó caer sobre la inmisericorde estaca. El chillido se debió oír en la calle. El glande había atacado la estrecha puerta que no había tenido más remedio que tratar de abrirse para permitirle la entrada. Pero la rudeza empleada en violentarlo le provocó un agudo dolor a la joven. Afortunadamente la rapidez del envite obligó al decidido mástil a desviar su trayectoria quedándose encajado entre los carrillos de las nalgas.

  • Tranquila, muñeca, tranquila. Así es peor. Es mejor que te relajes y vayas aceptándolo poco a poco… No trates de cerrarte que es peor, te dolerá más. Hazme caso, relájate y te dolerá menos. ¿No te gusta lo que te está haciendo tu mamita en el conejito?
  • Sssí
  • Pues piensa en tu conejo y no en tu culo. Relájate… Vamos a probar otra vez con los deditos y luego volvemos a intentarlo en serio. ¿Vale?

Si Don Ramiro se mostraba ahora tan comprensivo no era porque se apiadara de la joven o porque se hubiese asustado ante su grito de dolor. El violento intento le había pillado por sorpresa y su bien más preciado no había salido indemne. Si había conseguido reprimir un quejido era más por su orgullo de macho que por otra cosa. Aprovechó el receso para calmar y consolar a su dolorido cipote. Ya tendría tiempo de hacerle pagar a esa furcia el dolor causado. En cuanto se hubo repuesto, volvió a intentarlo, esta vez se aseguraría de sujetar bien a la chica.

  • Bueno ¿más relajada ahora?
  • Sí… (Mintió Helena. Su madre la estaba haciendo una excelente comida ahí abajo pero le resultaba imposible disfrutarla ahora que sabía lo que la esperaba.)
  • Recuerda, despacio y sin prisas. No te pongas nerviosa y no trates de cerrar tu anito. Será mejor que separes tus nalgas con tus manos. Así muy bien

Este nuevo intento fue mucho más productivo. Don Ramiro fue controlando el descenso de la joven. Una vez que tuvo bien colocado el glande en la entrada del esfínter hizo que Helena fuese bajando lentamente. Los firmes músculos siguieron resistiéndose a la intrusión para martirio de la joven; pero la persistencia del viejo iba venciendo su oposición. El rostro crispado de Helena espoleó la férrea decisión de su jefe. Don Ramiro había conseguido ensanchar la entrada lo suficiente como para alojar ya casi todo el glande. Pero el prolongado esfuerzo hizo mella en la joven quien no soportando ya por más tiempo el dolor volvió a erguirse.

  • ¡Qué lástima ya lo habíamos conseguido!
  • Pe… pero duele mucho.
  • Eso es porque no te relajas. Pero una vez que entra el capullo lo peor ya ha pasado. Y ya estaba dentro del todo pero te has salido
  • Es… es que dolía mucho… perdone
  • No te preocupes, nenita, dijimos que despacito. Nos relajamos un poco y volvemos a intentarlo

De nuevo eran los instintos sádicos del viejo los que hablaban. Había sido una delicia observar cómo Helena se mordía el labio y retorcía de dolor mientras la ensartaba. Cada milímetro avanzado le habían supuesto una infinidad de agudos espasmos. El angustiado rostro que ahora veía en el espejo le confirmaba la intensidad del suplicio experimentado por la muchacha. Ciertamente Helena sabía que el alivio que ahora sentía le duraría poco y no podía dejar de pensar en el suplicio que la esperaba. Cuando Don Ramiro le indicó que ya era hora de un nuevo intento, respiró profundamente, resignada ante su destino. Volvió a separar obediente sus glúteos y se preparó sumisa a aguantar el siguiente embate.

  • ¡AAAAYYYYYYYYyyyyyymmmmm!
  • ¡Bien! ¡Oh!, no se ha vuelto a salir

¡Cómo gozaba con aquella chica! Era fantástico observar sus muecas y gestos. Su respiración agitada y la manera que tenía de arquearse tratando de eludir el punzante dolor que la taladraba. En realidad si Helena se había salido esta vez era más por deseo del viejo que por el suyo. Don Ramiro jugando con el dolor y la angustia de la joven había aflojado su presa permitiendo que Helena escapase de la inmisericorde estaca. Deseaba verla sufrir la agonía de la primera entrada otra vez

  • ¡AAAAAAAYYYYYYYYYYYY…aaaayyyyyyyy!
  • ¿Ves? ¡A la tercera va la vencida! Ya la tienes dentro
  • ¡AAAYYY! No… por favor sáquela no puedo… es muy gorda

Helena se debatía y arqueaba tratando en vano de aliviar la aguda punzada que la martirizaba. Su dilatado esfínter reclamaba urgentemente un alivio a su forzada distensión. Nunca antes se había abierto tanto. A pesar de que el glande, que ya había pasado, era más grueso que el tronco al que ahora rodeaba, aún así la distensión y el dolor eran enormes… Helena bufaba y se mordía los labios, se retorcía y debatía pero nada la aliviaba. Para colmo Don Ramiro la tenía bien sujeta de las caderas y no conseguía sacársela, si acaso metérsela más. Se dio cuenta de que con las manos en su culo apenas podía hacer fuerza de modo que quiso apoyarse en el respaldo del sillón pero otras manos se lo impidieron. Asombrada y llena de dolor buscó la causa de su frustración. Su madre, desde abajo la miraba angustiada llena de lágrimas. Sus manos eran las que la habían sujetado. Su madre parecía comprender su dolor y Helena se sintió inclinada a escucharla pero apenas podía contener su angustia. ¿Cómo podía pedirle que aguantara aquello?

Lo que Helena ignoraba era que aquello podía ser mucho, muchísimo peor. Don Ramiro no la estaba forzando demasiado. De hecho Sandra lo había visto untarse una buena cantidad de lubricante. Oh, sí podía ser bastante peor si ese cerdo así lo quisiese, muchísimo peor

  • ¡AAAAAYYYYYY… buf… aaaayyyyyyyy…buf…ay!
  • Tranquila nenita relájate y disfruta del viaje. Acabamos de empezarlo te quedan como tres cuartos de polla para ti sola.
  • Por favor, ay, por favor, Don Ramiro, ay, por favor sáquela… ay.

Helena mantenía las manos separando sus cachetes. De este modo, Don Ramiro tenía un control absoluto sobre la penetración. Podía obligarla a bajar o a subir. Hacerlo despacio o deprisa. Tenía a la joven a su merced y lo que más deseaba ahora era verla suplicar y retorcerse de dolor. Ya tendría tiempo de follársela como es debido. Claro que en ningún lugar estaba escrito que sus zorras debían disfrutar

Don Ramiro se tomó su tiempo empitonando a Helena. De vez en cuando le permitía sacarse un poco la erecta estaca para volver a clavársela otra vez un poco más hondo un poco más violentamente. Así con lacerante parsimonia fue ensartando a la desventurada muchachita. El sádico vaivén parecía no acabar nunca para la joven. A quien le parecía cada vez más gruesa y larga la verga que la atravesaba. No era una polla, era una pértiga de la que no veía el fin

Así inesperadamente, para alivio de Helena tocó fondo. Su ano rodeaba la base de la maldita polla que bien la jodía. Sus glúteos rozaban el pubis y los testículos del viejo que cruelmente la sodomizaba. Helena gimió aliviada, ya le quedaba poco. Pobre ilusa, aquello era sólo el principio, pero mejor no desilusionarla. Para soportar mejor la quemazón que sentía, comenzó a respirar agitadamente a la vez que se echó hacia atrás apoyando la espalda en el pecho de su jefe. Se ofrecía así, completamente sumisa, al hombre que la vejaba.

  • Eso es putita. Relájate y disfruta. Ya oíste a tu madre, a todas las zorras les gusta que las den por el culo. Y un putón como tú no iba a ser menos

Helena prefirió ignorar el lacerante comentario y concentrarse en soportar el dolor. Don Ramiro por su parte comenzó a jugar con sus pechitos otra vez. Ahora los podía masajear y sobar desde un nuevo ángulo y no desaprovechó la ocasión. Pronto se percató de que Helenita ya no se quejaba tanto. Ya no contraía el rostro, ni crispaba el gesto. Su respiración era cada vez más regular y en su mirada apenas se veía ya un ceño fruncido. Ahora se la veía un poco incómoda más que dolorida por el intruso que se había apoderado de sus entrañas. De vez en cuando un pequeño espasmo de dolor la recorría entera aprisionando un poco más fuerte la polla que la poseía para mayor deleite de Don Ramiro.

Sandra por su parte parecía ajena a lo que le pasaba a su hija. Seguía embelesada comiendo con gula el sabroso y sonrosado bollito de su hija. Sin embargo aquello era sólo fachada. Su jefe se había apercibido de las tímidas lágrimas que afloraron con los primeros gritos de su amada hijita. Se había dado cuenta del rostro rígido y compungido que mantuvo las manos de Helena en sus cachetes. Veía el miedo, la rabia y la pena en los hermosos ojos de su puta favorita. Sí Sandra sufría tanto o más Helena. Helena un dolor físico, Sandra un dolor más profundo, un dolor que jamás desaparecería… ¡Cielos, cómo lo disfrutaba! Ni en sus mejores sueños había pensado Don Ramiro mayor placer, mayor éxito.

  • ¿A que ya no te duele?… Zorra.
  • No… ya lo soporto un poco mejor… es algo incómodo
  • Si ya te dije que lo gozarías. Vamos, nena dale marcha a ese culito.

Helena se dispuso a cabalgar a su jefe. Pero ahora descubrió que le resultaba un poco más difícil. Si los movimientos eran bruscos pequeños espasmos de dolor se sucedían ininterrumpidamente hasta que se detenía por completo. Trataba pues de recorrer el falo despacio, eludiendo cualquier acción que despertara la angustia del desgarro. Sin embargo su jefe tenía otros planes. Al principio la dejó hacer pero pronto comenzó a exigirle un ritmo más rápido y enérgico. Gemía Helena cada vez con más fuerza, mezcla de dolor y de un extraño placer que se apoderaba de ella. No era el goce que venía de su coñito, no era de otro tipo. Era una agradable y extraña sensación que provenía de su maltratado culito. Se sentía cada vez más puta ¿como podía estar disfrutando de eso? A Helena le costaba un trabajo enorme adaptarse al cada vez más acelerado vaivén. Trataba de parar o retardar las cada vez más aceleradas estocadas de su jefe. Pero Don Ramiro parecía presa de una extraño obsesión y no la dejó. Por fin se estaba follando el ansiado culito de Helena y era una auténtica gozada, no pararía ahora. El extraño placer de verse perforada por el ano se diluía cada vez más en el intenso dolor que la potente follada despertaba en su tierno culito

Don Ramiro estaba ya fuera de sí. Embestía a su puta desde abajo con la fuerza de un taladro neumático. Era puro frenesí. El acerado pistón entraba y salía sin descanso del estrecho y cálido túnel de la muchacha ajeno a las sensaciones que la provocaban. Helena no gemía, se desgarraba la garganta en un continuo quejido que apenas aliviaba las laceraciones que experimentaba. Se contorsionaba y mecía a merced del émbolo que la empitonaba con vehemente locura. Trataba de soportar el dolor, se mordía la mano para enmascararlo. Pero era inútil, sentía como si la quemaran y cortaran en el recto. No quería evidenciar su dolor para no angustiar más a su madre y sobre todo, para no animar más a su jefe que con cada gesto crispado de dolor, parecía encenderse más.

Don Ramiro taladraba, perforaba, ensartaba con furia a aquella hembra que tanto había deseado y que por fin poseía. La poseía con fuerza, con ímpetu, con un vigor impensable para un hombre de su edad. Impulsado por la ardiente fuerza del deseo, descargaba ahora toda la tensión acumulada, toda la lascivia contenida en un frenético barrenar más propio de animales que de personas. Era una follada salvaje y brutal, ni siquiera Sandra recordaba haber visto así a su jefe. Sólo había una cosa, una sola, el deseado orgasmo. El clímax que se apresuraba raudo, con cada embate, con cada golpe de caderas. Don Ramiro no gemía, berreaba en un sordo jadeo propio de una bestia cada vez más intenso. En una de aquellas feroces estocadas, el estrecho esfínter se encogió un poco más de lo acostumbrado acuciado por uno de los ocasionales espasmos de dolor. Aquello fue suficiente para que la pistola de Don Ramiro descargara sus níveas balas en el hasta ahora inmaculado trasero. El orgasmo llegó para Don Ramiro como una liberación, un descanso, una plácida sucesión de corrientes que aliviaron la tremenda presión de la leche contenida en los testículos. Plenamente satisfecho se derrumbó sobre el sillón con una amplia sonrisa en la cara. Ahora podía decir bien alto que había sido el primer hombre de Helena.

Helena desde luego no olvidaría nunca al hombre que la desvirgó. Aliviada se dejó caer sobre el jadeante y sudoroso cuerpo de su jefe. No le importó seguir ensartada por el lacerante ariete que la había atormentado. Sólo quería disfrutar del descanso que la calma traía. Ella también sudaba, pero su sudor era frío e incómodo, producto del sufrimiento y del martirio, y no del placer. Estaba cansada, la salvaje penetración la había obligado a permanecer en una postura nada cómoda y ahora sentía algunos calambres en sus pantorrillas. Mientras recuperaba la consciencia de su estado, comenzó a sentir un cálido cosquilleo en su entrepierna.

Su madre seguía afanándose desesperada tratando de llevarla a la cumbre del éxtasis. Sin embargo al mirar hacia abajo se extrañó al ver el forzado rictus de su mamá. Sandra estaba tensa, como ida, la mirada perdida en algún lugar lejano. Su cuerpo se convulsionaba con espasmos cada vez más frecuentes e intensos. Sus manos se asían con fuerza de los reposabrazos del sillón al tiempo que se reprimía de hacer cualquier ademán. Era evidente de que trataba de contener lo incontenible. Un jadeo ahogado que nacía del fondo de su ser le dio la respuesta al enigma. Su madre se estaba corriendo. Poco después Sandra caía desmadejada sobre la moqueta. Helena leyó en el rostro de su madre, la plácida calma que viene después del éxtasis pero también encontró la vergüenza, el dolor y la humillación extrema. Pero aquello no había acabado