El acuerdo (15)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra? ¿Ver cómo humillan a su retoño?

El acuerdo 15

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

Sandra había sido testigo involuntaria de un acto que jamás quiso ni debió presenciar. Arrodillada, entre las piernas de su jefe, había tenido una magnífica panorámica del primer coito de su hijita. Don Ramiro la había obligado a mirar y ahora se reprochaba todas las decisiones que había tomado. Se maldecía una y otra vez por cada instante transcurrido desde su primera entrevista. Todos y cada uno de sus orgasmos como puta le dolían ahora como jamás imaginó. Los clientes complacidos, los servicios realizados, los halagos recibidos, el dinero ganado… Todos los recuerdos, agradables o dolorosos le quemaban como un hierro candente y la atormentaban cruelmente de un modo indescriptible. Nada tenía valor, nada tenía importancia. Su hijita había perdido la honra por su culpa. Por su mala cabeza. Si nunca hubiese visitado a aquel degenerado

El único modo en que Sandra liberaba su furia, rabia y frustración era llorando y asiendo con fuerza la pata de la mesa. Era tal la fuerza con que se asía que los brazos le dolían por la sobretensión que ejercía. Pero aquello no le importaba, lo que la martirizaba era su propia cobardía, su miedo. Pero no lo podía evitar. Recordaba vívidamente las sesiones de Sado-maso con su jefe y sus amigos. En especial las que celebraba con el general… Pero más vívidas en su recuerdo estaban las interminables sesiones en la cárcel, en la fortaleza. Allí había podido sentir el verdadero poder y degenerado placer que el general y sus amigos tenían con sus víctimas. Si las sesiones como puta ya le habían sido duras, las recibidas en el penal eran indescriptibles. Aquellos sádicos nunca se veían satisfechos con el dolor de sus víctimas. Siempre estaban dispuestos para una nueva sesión. Siempre se les ocurrían nuevas y sofisticadas formas de atormentar a los reclusos. El dolor y los gritos resonaban aún con fuerza en su mente. Apenas habían pasado unos días que abandonara la fortaleza y unas horas desde que salió de la cárcel de la ciudad

Cada vez que miraba a su hijita, recordaba las torturas y los castigos a los que había sido sometida; y a los que habían sido sometidas otras reclusas. Pero sobre todo recordaba con horror las últimas palabras que le dirigió el general cuando salió: "Ahora te vas palomita, aunque no tardaremos en vernos. Ya sabes lo que pasa tras estos muros. Y eso que te hemos dado un trato especialmente benigno, ya sabes, de amigos… Tenemos pruebas para incriminar al bomboncito de tu hijita y traerla acá y hacer que las dos paséis una buena temporada entre nosotros. Los cargos: obstrucción a la justicia y falsedad en las pruebas. Si no quieres que venga a visitarnos acá pórtate bien y no digas nada de nada nunca. ¿Entendiste? Sí seguro que sí eres bastante lista para ser puta… Pórtate bien y sólo nos veremos en mi casa. Saluda a Don Ramiro de mi parte ¿Quieres? Hasta pronto… palomita."

Allí abajo, entre las piernas de su jefe, por debajo de su hijita; Sandra lloraba amargamente sus penas y daba fe del virginal placer del que Helena gozaba. Allí abajo Sandra deseaba no haber nacido nunca

  • No… no pare ahora por favor
  • ¿Cómo que no pare? ¿Quién te has creído que eres, zorra? No eres mi amante, puta. Eres una fulana que está aquí para complacer a un cliente. Es decir, yo. Se hace lo que yo quiero que para eso te pago. Y muy bien por cierto. ¿Te has enterado puta o te hago un esquema?
  • Per… perdone, Don Ramiro… Yo
  • Te dejaste llevar, eres un zorrón y no puedes dejar de pensar en correrte. ¿Verdad? Pero no es tu placer el que interesa… ¿Sabes cuál es? ¿Sabes lo que tienes que hacer para ser una buena puta?

Don Ramiro acompañó su severo discurso con algunos pellizcos para reforzar su desagrado. Por muy joven e inexperta que fuese, debía aprender el oficio, cuanto antes, mejor.

  • ¡AY!...Tengo que… complacer al cliente… ¡AY! complacerle a usted
  • Eso es que no se te olvide. Que no se te olvide nunca. No querrás que te enseñe esta lección por las malas. Créeme.
  • No volverá a pasar ¡AAYYY! Don Ramiro, se lo prometo.
  • Eso espero. Por tu bien. Ahora a lo que iba… Te voy a enseñar una nueva posturita. Una buena zorra se ha de conocer el Kamasutra de la A a la Z, y de corrido. Como las tablas de multiplicar. ¿Entiendes?
  • Sí señor… AY… no me lastime más por favor
  • Te haré todo el daño que me parezca… Puta. Estás para eso, para complacerme como a mí me guste ¿Entiendes?
  • ¡AAAAAAAMMMMMmmmmmfffff! Síííí

Helena asentía desesperada mientras Don Ramiro le presionaba fuertemente su sensible pezón. Su jefe no daba consideración a las lágrimas ni al angustiado rostro de la joven. Una zorra no solo da placer cuando goza y se entrega a un hombre. También sufriendo puede y debe complacer a un macho exigente. Cuando una de sus fulanas vendía su cuerpo, lo vendía para todo, sin más límite que el de la vida.

  • ¡AAAYYYY! Por favor… Don Raamiro… AY no aguanto más
  • ¿No aguantas más? Aún no sabes lo que puedes aguantar niña

Don Ramiro simplemente cambió de pezón. La inocente muchacha no sabía qué hacer. No comprendía la rudeza del trato. A qué se debía tanta crueldad. Trataba de soportar el dolor lo mejor posible pero ¿cómo podía acostumbrarse a ello?

Sandra en cambio sí que comprendía lo que estaba pasando. Había conocido a demasiados clientes. Demasiados servicios. Muchos hombres, la mayoría acudían a ella para follar. Algunos, muy pocos eran unos auténticos caballeros y más que fornicar, le hacían el amor. Pero había otros pocos, otros que sólo disfrutaban con su dolor. Únicamente cuando hacían sufrir a una mujer se les ponía dura. Cuando maltrataban y martirizaban, entonces gozaban. Se deleitaban azotando, flagelando, fustigando, pellizcando, pinchando, quemando… y cientos de otras muchas ocurrencias. Aquellos hombres, aquellos seres, eran los peores, a veces ni siquiera te follaban pero siempre era un alivio terminar la sesión. Nunca te acostumbrabas a ello, simplemente lo soportabas lo mejor que podías y suplicabas que aquello acabase pronto. Y ahora, ahora Helena debía aprender el oficio y Don Ramiro la estaba enseñando. Y era un maestro muy bueno, quizás demasiado bueno….

  • ¡AAAAMMMMmmm!

  • ¿Quieres más zorrita?

  • No… no por favor Don Ramiro. Se lo suplico
  • ¿Vas a atreverte ordenarme algo más, guarra?
  • No señor… he aprendido la lección
  • ¿Vas a negarte a obedecer, zorra?
  • No, Don Ramiro, se lo prometo
  • Más vale que así sea puta. Te voy a explicar lo que vamos a hacer. Verás me voy a sentar en mi sillón y tú te colocas enfrente de mí separando bien tus piernitas. Luego te sientas sobre mí asegurándote de no dejar fuera a mi amiguito. ¿Alguna pregunta?
  • No
  • ¿No? Pues vamos

La nueva postura era especialmente cómoda para el viejo proxeneta. Prácticamente, no tenía que hacer nada salvo disfrutar. Ahora, el ritmo de la cabalgata lo pondría Helena. Él se limitaría a disfrutar del paisaje, que por cierto era espectacular. Los llorones ojitos de la joven enmarcados en aquel rostro de niña tímida lo tenían embrujado. Tampoco se podía resistir al encanto de los pechitos tiernos y bamboleantes de los que apenas había disfrutado. Esperó impaciente la llegada de su nueva puta. Helena aún estaba algo aturdida por la situación. Todo era nuevo y no acaba de acostumbrarse a los bruscos cambios con que Don Ramiro la trataba. Tan pronto era un tierno amante como un exigente y desconsiderado cliente o amo o lo que fuera. Por eso se demoró un poquito al seguir las instrucciones recibidas. Afortunadamente, Don Ramiro no parecía demasiado molesto. Su madre se había encargado de mantener calentito al sensible amiguito de su jefe

La experiencia acumulada le había dado a Sandra los reflejos necesarios para evitar la ira de su jefe. Sabía que lo que acababa de hacer, la hacía parecer como una ninfómana desesperada de sexo, pero no le importaba. Prefería mil veces ser humillada antes que su hija recibiera un solo castigo por parte de aquel degenerado. Haría todo lo posible por proteger, dentro de lo posible a su hijita. Claro que lo que ella podía hacer era más bien poco, pero no por ello dejaría de hacerlo. Así pues mientras Don Ramiro se ensimismaba contemplando la fresca belleza que emanaba del menudo cuerpo de Helenita. Su polla recibía las expertas y sabias caricias de la aterciopelada boca de Sandra. Como aperitivo no estaba mal mientras se esperaba el primer plato.

  • Tienes hambre ¿Eh? Putita, estás envidiosa de que tu hija reciba todas las atenciones y tú sólo te quedas con las sobras… Pero no te preocupes que también te tengo algo reservado para ti. Ya lo verás, no seas impaciente. Mmmm… Sigues siendo una maestra de las mamadas Sandrita… Anda sé buena y deja sitio para tu nenita que ya está lista. Ya es toda una mujer y deberías sentirte orgullosa, nos ha salido tan puta como tú.

Helena se colocó bien abierta sobre las piernas de su jefe. Estaba nerviosa, pues parecía que el humor de su patrón había cambiado. Con mucha precaución comenzó a descender acomodándose el infame falo en la tierna entrada de su coñito. Con más cuidado comenzó a encajárselo en su angosta vagina. Aún se sentía algo incómoda al aceptar el enorme pedazo de carne que la estaba enseñando los secretos del amor. Sin embargo más que dolor, lo que sentía era un enorme gusto. Le agradaba la sensación que le transmitía la distensión de los músculos vaginales. El suave roce del pene en sus labios y en su travieso botoncito la llevaba a desear más. No quería dejar de sentir las agradables sensaciones que estaba descubriendo en su primera tarde de sexo.

Volvió a sorprenderse cuando notó que nuevamente se había enfundado el duro mástil de su jefe hasta su misma base. Entre sorprendida y aliviada sonrió a su jefe, lanzando un pequeño suspiro. Don Ramiro la correspondió con tiernas y cariñosas caricias sobre todo sobre sus pechos. Pronto, comenzó a lamerlos y besarlos, dulcemente, como si fuesen un manjar reservado para ocasiones especiales. Helenita le agradeció el gesto, dejándose llevar. Cerró sus ojos y comenzó a gemir quedamente. Después de un ratito acomodándose al nuevo inquilino del bajo, Helena, comenzó unos tímidos movimientos pélvicos. Al principio solo usaba las caderas, pero pronto se acompañó de sus piernas para aumentar la amplitud del recorrido de la verga que la ensartaba. La torpeza inicial pronto se transformó en un acompasado y armónico cabalgar. Conforme se prolongaba el paseo, Helena se estaba acercando a un nuevo orgasmo… Ya hacía tiempo que había perdido la cuenta de los que tuvo. Comenzaba a preguntarse cuántos más tendría, con cuantos se conformaría su depravado jefe, cuántos más podría soportar...

  • ¿Ves putita, esta posición tiene muchas ventajas? Y parece que todas son de tu gusto… Creo que has heredado el talento natural de tu mamá… ¿Qué piensas?
  • No… No lo sé señor
  • ¿No lo sabes? Entonces, ¿no sabes si te gusta follar? A tu madre le encanta… ¿No es cierto Sandrita?
  • Sí… Don Ramiro… me encanta follar porque soy una puta.

Sandra prefirió ahorrarse esfuerzos, conocía a su jefe y sabía que no pararía de importunarla hasta que no reconociese su condición de meretriz delante de su hija. ¿Para qué malgastar saliva y rebajarse más? Lo mejor era acabar cuanto antes, más vale ponerse una vez colorada que ciento amarilla. Y más si sabes que al final te vas a poner colorada

  • ¿Ves? Helenita… ¿Y a ti te gusta follar?
  • Sí… Don Ramiro, Soy una puta y me encanta follar… como a mi madre.

El rostro de Helena, reflejaba la angustia de su orgullo herido. No podía evitar sentirse humillada y rebajada cuando reconocía su nueva condición. Le costaba trabajo decir palabras tan vulgares y soeces. Nunca había usado tantas veces seguidas términos como follar, correrse, polla y puta. Pero parecía que a su jefe le encantaba oírselo decir. En realidad con lo que disfrutaba Don Ramiro era con la angustia que se reflejaba en su bella faz. Doblegar su cándida mente hasta que asumiera que ya no era una señorita respetable sino una vulgar pendeja. Por eso de vez en cuando volvía a insistir en sus recurrentes humillaciones. Pero antes de continuar, aquella conversación le había recordado algo. Su Sandrita estaba quizás aburriéndose, ya era hora de tenerla entretenida con otra cosa

  • Sí a tu madre le encanta follar. Creo que está algo celosa por no poder disfrutar de su ración de verga. Tenemos que hacer algo para que se entretenga… ¿No crees, Helenita?
  • No sé… supongo que sí
  • Qué buena hijita eres… a pesar de ser una hija de puta… ¿Estarás orgullosa de tu nenita verdad Sandrita?
  • Sí Don Ramiro, Helena es muy buena chica

Esta vez, Don Ramiro creyó atisbar algo de rabia contenida en la voz de Sandra. Una madre siempre es una madre, si la presionaba demasiado, podría saltar y rebelarse. Debía tener cuidado… ¿o sería mejor provocarla para darle un buen correctivo?

  • Sí que lo es… no veas qué chochito tan jugoso y apretadito tiene, será una verdadera delicia para nuestros clientes. Se la van a rifar, como a ti… Pero no quiero que sigas ahí solita sin disfrutar. En aquel armario he dejado algo para ti, póntelo y vuelve pronto a la fiesta. No tardes, esto no es lo mismo sin ti

Sandra se fue hacia el armario indicado, algo inquieta. ¿Qué tendría pensado el depravado de su jefe? Cuando abrió el armario, lo que vio la dejó helada. Su jefe no podría… no, no se atrevería

  • ¿A qué estás esperando Sandrita? ¿No lo has visto?
  • Sí… sí enseguida me lo pongo Don Ramiro… No tardo… Estoo… ¿Cómo quiere que me lo ponga?
  • Como quieras cariño… como tú creas mejor… es todo para ti

Sandra se quedó paralizada unos instantes, no se lo podía creer, frente a ella había un "revienta-putas" nuevecito, y uno de los más grandes que había visto. Lo bueno que tenía el negocio de Don Ramiro, es que a los clientes a veces se les ocurrían excelentes ideas que se transformaban en grandes inventos que proporcionaban pingües beneficios. El "revienta-putas" había surgido de un comentario de uno de sus mejores clientes.

El artefacto consistía en un arnés ajustable con varios complementos. Podía utilizarse sin ningún complemento, en ese caso funcionaría como un cinturón de castidad. Pero disponía de cuatro piezas que permitían el acople de otros tantos dildos. Dildos que podían ser de diferentes tamaños y formas, por supuesto. Así podía usarse como un arnés normal y corriente o como un arnés doble, triple o hasta cuádruple. En los modelos mejorados, los arneses disponían de vibración independiente para cada consolador. Aquel modelo, Sandra aún no lo sabía, tenía vibración ajustable por control remoto.

Lo llamaban el "revienta-putas" porque la mayoría de los clientes los usaban para lo que llamaban "guerras de putas" o simplemente "guerras putas". El juego consistía en obligar a dos furcias a follar sin descanso con el aparato hasta que alguna de las dos se rindiese escocida y dolorida por el roce continuo de los falos artificiales. Por supuesto, la mayoría de los clientes solían exigir la configuración cuádruple. Tanto las que salían "victoriosas" como las que perdían quedaban seriamente afectadas. Muchas chicas acababan literalmente reventadas y no podían trabajar en algunos días. Era también muy práctico para enseñarles modales a algunas rebeldes… mejor que el látigo. De hecho la mayoría prefería una dura sesión de spanking como castigo antes que participar en una confrontación con el "revienta-putas." Únicamente una larga sesión con el incansable era más temida que él.

Nadie le tenía que explicar a Sandra los terribles efectos que aquel pérfido aparato podía dejar en una. Ella misma había participado en varias ocasiones en la "guerra de putas". De hecho había sido la campeona indiscutible durante una buena temporada, cuando estuvo solicitada por el infame general Don Francisco Gea. El general era aficionado a las sesiones de sadomasoquismo y tenía en su mansión una gran sala de torturas donde practicaba sus juegos. Tenía varias esclavas con las que entretenerse pero de vez en cuando solicitaba los servicios de las chicas de Don Ramiro. Sobre todo cuando daba alguna fiesta. Debido a esta relación comercial, Don Ramiro y el general se habían hecho grandes amigos. El simple recuerdo de los amargos servicios en casa del general y las largas sesiones con el "revienta-putas" la aterrorizaba. ¿Qué tendría pensado aquel sádico? Sea lo que fuere, no permitiría que su hija lo sufriese, no al menos en su primer día

Sandra tenía el "revienta-putas" desmotado, es decir podía elegir la configuración que deseara. Don Ramiro le había dejado el arnés y dos enormes consoladores, tamaño gigante. Como muestra de consideración le había dejado también varios botes de lubricante. Estaba claro la configuración que elegiría y cómo se lo pondría. Colocó los dos dildos en el mismo lado del arnés, sería un cinturón de castidad relleno como algunos lo llamaban. Por fuera parecería un cinturón, por dentro, Sandra tendría sus agujeritos bien ocupados. El problema vendría cuando quisiera ponérselo, los consoladores eran realmente monstruosos. Pero por mucho que le costase no dejaría ningún falo sintético por fuera, no se follaría a su propia hija

Don Ramiro estaba encantado con la ocurrencia. Durante unos buenos minutos estuvo más atento a las evoluciones de Sandra que a las atenciones de la solícita Helena. Como había imaginado, Sandra trataría de meterse los dos monstruos en sus agujeritos y ver los ímprobos esfuerzos que hacía para conseguirlo lo estaban exacerbando cada vez más. Por lo menos dos o tres veces se los sacó para aplicarles más lubricante y facilitar, dentro de lo que cabía, su inserción. Para asombro de ambos lo consiguió, antes de lo previsto. Apenas si podía caminar con aquello puesto pero lo tenía bien dentro. Parecía que Sandra se había salido con la suya y que en esta ocasión había logrado burlar las perversas intenciones de su jefe. Con lo que no contaba Sandra es que su jefe ya había previsto esta situación y que le tenía preparada una sorpresa aún más perversa

  • ¿Ya estás lista, Sandrita?
  • Sí Don Ramiro
  • Ven que te vea… ¿Los dos para ti?
  • Sí… Don Ramiro
  • Tu madre es un poco egoísta, Helenita. No te ha dejado nada para ti. Pero no te preocupes, me tienes a mí

Helena, por supuesto, no entendía nada. No había visto lo que estaba haciendo su madre, pues estaba de espaldas a esta. Bastante tenía con mantener el ritmo de su ya prolongada cabalgata. Ya se había corrido una vez con aquella polla infatigable y parecía que tampoco lograría satisfacer a su jefe cuando tuviese su siguiente orgasmo.

  • Ponte aquí Sandrita, así podrás ver cómo disfruta la zorra de tu hija. No se cansa de subir y bajar, es una auténtica amazona, le encanta cabalgar...

Sandra se colocó al lado de su jefe, enfrente de su hija como le había ordenado su jefe. Helena se sorprendió al ver el extraño modo con que caminaba su madre. Apenas si podía juntar sus piernas. Eso fue lo que le pidió Don Ramiro que hiciera en cuanto se colocó a su lado. Don Ramiro le dedicó unos minutos al esbelto cuerpo de Sandra. Con suavidad, su mano palpó los tersos y prietos glúteos. Tampoco descuidó las bien torneadas piernas y los tentadores muslos. Helena vio como su madre se estremecía con las hábiles caricias. En el fondo le alegraba que su madre disfrutara de algo en aquella tarde aciaga

Pero no eran solo las expertas caricias de su jefe, lo que excitaba a Sandra. Don Ramiro había accionado el vibrador que tenía en el recto.

  • ¿Te gusta lo que te hago Sandrita?
  • Sí Don Ramiro… mucho.
  • Entonces tendremos que darte más… Ya sabes cómo que me gusta que mis chicas se lo pasen bien

El otro vibrador empezó a funcionar estimulando su clítoris y vagina. Sus dos orificios se encontraban bien estimulados. Con esa potencia Sandra no tardaría en alcanzar un orgasmo. Los pequeños temblores, la rigidez de su cuerpo, la fuerza con que se sujetaba las manos… así se lo indicaron a su jefe. Don Ramiro, satisfecho con su obra se dispuso a disfrutar de la carrera. ¿Quién de los tres se correría antes?

Aunque Helena llevaba ya tiempo cabalgando a su exigente cliente, los ya numerosos orgasmos le permitían aguantar más tiempo. El cansancio empezaba a hacer mella en ella pero la firme estaca la traspasaba inmisericorde aumentando constantemente su calentura. Sandra en cambio, a pesar de su dilatada experiencia a penas podía ya controlar la irrefrenable fuerza que nacía de su entrepierna. Las mecánicas y regulares sacudidas se transmitían con inusitada fuerza llenando sus sentidos de lascivo gozo. Sin poder evitarlo, comenzó a jadear con fuerza… ya llegaba. "Aguanta un poco…un poco más… tú puedes… no… nooo." Un gemido sordo y ahogado y el río de flujos que recorría sus muslos certificó su intensa venida. Inmediatamente después Helena alcanzó su clímax llevada por el profundo éxtasis que se reflejaba en el maternal rostro.

Finalmente Don Ramiro, espoleado por las vehementes muestras de placer orgásmico de ambas mujeres, las imitó con inusitada fuerza. Se corrió más que abundantemente por primera vez en la hasta hoy virginal vagina. Los potentes chorros atravesaron la cerviz y alcanzaron repetidas veces el techo de la matriz, llenándola. Helena debía dar gracias de la naturaleza líquida de su espesa leche, si hubiese sido algo más consistente, la habría traspasado. Don Ramiro acababa de certificar su total y definitiva toma de posesión de Helena.

Helena extenuada se recostó sobre el agitado pecho de su patrón. Para su desconsuelo, el fiero estilete la seguía atravesando con persistencia. El poderoso ariete no perdía su fuerza y la mantenía firmemente ensartada.

Por su parte, Sandra seguía soportando las incesantes ondas de los consoladores. Los constantes latigazos de placer le habían impedido mantenerse de pie. Derrotada por la incansable e insensible tecnología yacía en el suelo. Seguía estremeciéndose en el suelo llevada por la agotadora serie de orgasmos encadenados que parecían no acabar nunca. Afortunadamente, los vibradores se pararon. Encogida sobre sí misma, en posición fetal, se dispuso a descansar, si la dejaban.

Don Ramiro, también se recuperaba del glorioso orgasmo, pocos recordaba tan buenos como aquél. Era digno de ser enmarcado. Pero la fiesta todavía no había acabado, le quedaban fuerzas más que suficientes para seguir disfrutando de sus dos zorritas. Y aún le quedaba un agujerito por estrenar