El acuerdo (14)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra? ¿Ver cómo desfloran a su hija?

El acuerdo 14

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

Después de ver el gratificante espectáculo de sus dos putitas, Don Ramiro decidió que ya iba siendo hora de pasar a algo más serio. Sin más demora se acercó a sus azoradas putitas. Ambas mujeres respiraban agitadamente como consecuencia de sus recientes e intensos orgasmos. Se colocó entre las piernas de Helena y le ofreció su manubrio a Sandra. Ésta no tardó en acogerlo en su dulce boquita. La boca de Sandra era una auténtica delicia, tan cálida, tan suave, tan acogedora… Sin embargo a pesar de las excelentes prestaciones de su furcia favorita, Don Ramiro tenía otras intenciones. Ya era hora de estrenar el tierno coñito de Helena. Sacando su cipote de la aterciopelada boca lo colocó sobre la vulva de la joven

  • Bueno no cabe dudas de que sois dos furcias redomadas. Chica eres más zorra que tu madre que ya es decir. ¿Has visto cómo tienes el chocho, niña? Si lo tienes empapado. ¡Si parece más una fuente que un coño!… ¿Te gusta follar, eh?

ZAASS

  • ¡Contesta coño!

  • AAYY… Sí. Me encanta. No lo había probado antes pero me encanta

  • Sí, no lo puedes negar. Te gusta jugar con tu conejito más que con los peluches. ¿Verdad?

ZAASS… Don Ramiro no esperó la respuesta de su zorrita. Las peguntas eran una excusa para poder humillarla y subyugarla un poco más; y ¿porqué no? hacerla sufrir un poquito… Helena estaba desconcertada, no se esperaba este trato. Pero contestó lo mejor que pudo.

  • AAYY… Sí Don Ramiro

ZAASS

  • Sí… qué. Mala putilla
  • AY Sí, Don Ramiro, me gusta follar, me gusta jugar y que jueguen con mi coñito.
  • Entonces ¿qué eres? ¿Eres una perra viciosa o una señorita?
  • Soy una… soy una zorra. Una perra viciosa hambrienta de sexo… Soy una puta desvergonzada… Una… una guarra

No le salían las palabras, le faltaba vocabulario y debía esforzarse por encontrar vocablos soeces y ordinarios. Desconsolada, Helena volvía a llorar procurando mitigar su dolor. Aquel hombre no paraba de vejarla, una y otra vez debía rebajarse y reconocer lo que no era. O mejor dicho, lo que no quería ser. Había dejado de ser una señorita, a partir de ahora, no tendría dignidad ni honra. Ahora era una fulana, una cualquiera que vendía su cuerpo, su dignidad y honor a cambio de dinero. Su jefe se lo estaba enseñando a base de bien. Don Ramiro la dejó decir todos los epítetos que se le ocurrían, para que se fuese concienciando

  • Una mal nacida calientapollas… una ninfómana desesperada por follar.
  • Eso es… eres todo eso y mucho más… ¿Verdad que sí Sandrita?
  • Sí Don Ramiro, es una golfa de primera
  • Sí una golfa. Una golfa calientapollas… Una guarra calentona… ¿Verdad que estás caliente? ¿Qué has gozado como una auténtica puta?
  • Sí… Don Ramiro, estoy caliente. He gozado como una puta
  • Ya lo creo… Pero esto han sido sólo juegos zorrita. Un pequeño calentamiento. Bueno en tu caso un buen calentamiento, vaya putones estáis hechas tú y tu madre… Ahora vas a ver lo que es bueno. Te voy a joder de verdad, vas a saber lo que es un hombre. ¿No te alegras de que te folle un hombre de verdad y no un aprendiz imberbe?

Don Ramiro volvía a su estrategia tradicional, primero humillar y avergonzar dialécticamente para reprimir y doblegar toda posible resistencia. Si conseguías reducir y eliminar la autoestima de tus hembras, entonces podrías dominarlas a tu antojo. Cualquier vejación física sólo era eficaz si se había conseguido acabar con cualquier sentimiento de dignidad o entereza. Siempre podrían alegar que fueron forzadas, pero si las sometías psicológicamente… Bueno, entonces ellas mismas reconocían su entrega, entonces eran completamente tuyas. En este caso no era necesario denigrarlas más. Pero, ¿quién no cede de vez en cuando a sus vicios? Además, nunca está de más rebajar y rendir a una furcia. Esperó paciente la respuesta de Helena

  • Sssí… su pongo que sí
  • ¿Cómo que supones? Sandrita dile a esta zorra lo que es mejor
  • E… es mucho mejor que te enseñe un hombre con experiencia… créeme.
  • Sí un hombre que ha hecho que tu madre bufara como una perra en celo… Dile quién te ha dado los mejores orgasmos de tu vida… Vamos puta, díselo… Cuéntale a la zorra de tu hija quién te hizo sentirte mujer.

Nunca venía mal reforzar la autoridad de uno, y más cuando tienes la punta de tu estaca lista para acometer y tomar un tierno y virginal coñito delante de la progenitora. El peor animal con el que te puedes enfrentar es con una madre que defiende a su cachorro. Por eso no estaba de más asegurarse de tener bien controlada a la madre antes de disfrutar de la cría. Como en todo lo demás, Don Ramiro demostraba ser un amo ladino y perverso

  • Usted Don Ramiro… hasta que no me folló no sabía lo que era una buena corrida. Vas a follar con el mejor, Helena
  • Gra..gracias, Don Ramiro.
  • De nada zorrita será un auténtico placer desvirgarte. Ahora atenta a la jugada… Ponte aquí debajo Sandrita así tú tampoco te pierdes nada y de paso me atiendes a mí y le preparas la otra entrada

Sandra obedeció y dócilmente se colocó donde se le había indicado, debajo entre las piernas de su jefe. Desde donde estaba podría observar las evoluciones de su herramienta en la tierna flor de su hijita al tiempo que podía acceder al estrecho anito de Helena. Sabía muy bien todo lo que aquel degenerado tenía pensado hacer. La iba a estrenar a conciencia. Las lágrimas brotaban de nuevo a raudales. Pero era una profesional, debía seguir trabajando. Como muy bien le había enseñado Don Ramiro, sus sentimientos, los sentimientos de una puta, no eran importantes. Lo que contaba era la satisfacción del cliente, por muy sádicos o desalmados que fuesen sus deseos.

Helenita miraba desconcertada la rápida y sumisa respuesta de su madre. Estaba realmente ofuscada, multitud de reproches, preguntas, inquietudes, miedos y temores la asediaban sin descanso. Realmente las últimas horas habían sido una fuente constante de sorpresas y vejaciones. Nunca había pensado que alguien pudiera ser tan perverso y retorcido. Ni siquiera cuando Don Ramiro le declaró sus intenciones esa misma tarde se había imaginado todo lo que ya había vivido. ¡Cómo se podría imaginar que ese pervertido la pudiese obligar a tener sexo con su propia madre! Y sin embargo… no sólo lo había tenido, sino que lo había gozado. ¿Sería cierto que era una puta reprimida? Ciertamente, por lo que acababa de hacer debía de serlo… ¡Era tan puta como la zorra de su madre! Pensó con airada dignidad. ¡Cómo había podido su madre caer tan bajo! Pero una fugaz mirada al atormentado rostro de su progenitora la hizo de nuevo sentirse culpable. Sin duda su mamá no quería aquello se había visto obligada como ella… Pero entonces ¿cómo es que había gozado tanto? Se había corrido como una perra

Don Ramiro parecía leer en la confusa mente de su zorrita. Se entretuvo un buen rato acariciando sus muslos y piernas mientras escudriñaba en su tierno rostro las mil y una dudas, miedos y reproches que albergaba. Realmente lo que más le gustaba era doblegar y dominar a sus putas; no sólo disfrutaba de ello le encantaba. Podría estar horas y horas jugando con aquellas hembras orgullosas sin descanso hasta que las quebraba por completo y les arrancaba toda su autoestima. De momento Helenita se estaba revelando como una auténtica estrella, un diamante en bruto como lo fue su madre. Y eso que sólo estaba empezando con ella. Lo iba a pasar muy bien con ella y con su madre… No había que olvidar a Sandra su mejor puta hasta el momento. Claro que las nuevas generaciones amenazaban con desbancarla pronto. Pero por el momento… "¡Cielos! ¡Qué putón estás hecho Sandrita! Así es muy bien más adentro, que tú puedes déjame bien limpio el ojete"

Una vez más Sandra demostraba su pericia en las artes amatorias. Conocía todas y cada una de las triquiñuelas que diferencian a una exquisita cortesana de una simple buscona. Y no sólo las conocía sino que las usaba y empleaba con verdadera maestría. La aparente demora en las acciones de su jefe la habían alarmado. Sabía lo retorcido que podría llegar a ser y temiendo una nueva vejación decidió que sería mejor tenerlo contento. Quizás así fuese algo más considerado cuando disfrutase de su hijita. Mientras maldecía su estampa decidió dedicarle a su jefe uno de los mejores besos negros que jamás recibiría

Helena suspiró resignada, había llegado el momento de perder definitivamente su virtud. Ciertamente jamás pensó entregarla a un viejo mucho mayor que ella. Ni que en ese momento tan especial estuviese su madre de testigo. Pero parecía que Don Ramiro no se decidía. La polla de su jefe recorría su rajita sin entrar en ella. La sensación era frustrante, por un lado su bollito hervía y las continuas pasadas de aquella verga remolona no la calmaban. Pero tampoco la satisfacían. El roce sobre sus sensibles labios era ciertamente placentero mas no lo suficiente como para saciar a su clítoris egoísta. Éste como un verdadero tirano no paraba de reclamar y exigir más caricias y atenciones. Elevándose enhiesto y orgulloso descollando entre los delicados pliegues el endurecido tirano percibía amortiguados los suaves vaivenes del deseado pistón de Don Ramiro. Pero quería más, quería sentir bien de cerca la tibia dureza de aquella tentadora barra de carne. ¿Qué hacía ahí afuera? ¿A qué estaba esperando que no entraba?

Un dedito audaz se dirigió valiente tratando de satisfacer al exigente botoncito. Pero fue interceptado por las atentas manos de Don Ramiro quien se aseguraba de no suministrarle más caricias que las que su astuta polla pudiera suministrarle. Tenía bien rodeado y asediado al reclamante clítoris, no lo dejaría escapar lo rendiría por hambre. Ningún conejo se le resistía al hábil cazador. Y este estaba cada vez más ansioso de catar su zanahoria

Helena exasperada por la recalcitrante parsimonia de su jefe intentó primero desviar la atención de su excitada entrepierna acariciando y sobando sus hasta el momento, desatendidos pechos. Pero sólo consiguió acrecentar su fiebre. Para colmo, la traviesa lengua de su madre se movía ahora descarada por los alrededores de su anito. Incrementando, involuntariamente, los efectos de la bien calculada tortura de su jefe. Desesperada, comenzó a llamar la atención de Don Ramiro. Puso en práctica todo el arsenal que toda hembra hereda y lleva impreso en sus genes para seducir y atrapar un buen macho. Pequeños ronroneos que se iban transformando en claros y desvergonzados gemidos, miradas cada vez más lúbricas y lascivas, movimientos pélvicos cada vez más descarados y provocadores… Por un momento le pareció que sus triquiñuelas surtían efecto. Don Ramiro separándole sus labios mayores colocó la punta de su capullo en la estrecha entradita

  • Uummmm… (Gimió Helena lasciva anticipándose a lo que vendría.)
  • Quieres polla ¿Verdad puta?
  • UUMMMmmm
  • Sí eres una zorra calentorra como la puta de tu madre… ¿No es cierto?
  • AAhhmmm… AAYY

Don Ramiro le dedicó un primer pellizco de advertencia.

  • ¡Contesta perra cuando te pregunten!
  • Perdón… señor…Oohhhmmm… Sí… señor
  • Sí señor ¿Qué? ¿Sí señor quiero polla o sí señor soy una zorra calentorra?
  • Aaahhmm… Sí señor soy unaa zorra y sí señor quierooomm una polla
  • Al menos eres sincera y reconoces que eres un putón verbenero. Estás más salida que el rabo de un cazo ¿verdad?
  • Aaamm Sí… por favor Don Ramiro.
  • ¿Por favor? Por favor ¿Qué? ¿No querrás mi salchicha, no?
  • Síiimm
  • ¿Sí? Pídemela. Pídeme que te folle, que te rompa el coño y te haga mujer de verdad… Vamos puta pídemelo
  • Fó… fólleme Don Ramiro

Helena no era tonta y se apercibió de lo que le estaba haciendo su jefe. A pesar de su enorme excitación, una pequeña parte de su ser pugnaba por conservar algo de dignidad. Las circunstancias la habían obligado a vender, no mejor, a alquilar su cuerpo. Pero ella no quería rebajarse a esos extremos, se había visto obligada a ceder su honra, aquel hombre la tomó… Ahora en cambio… Bueno, Don Ramiro no la estaba presionando a entregarse a él. Él simplemente se limitaba a jugar con su cuquita, pero sin mancillarla. Era ella la que le estaba pidiendo más, la que no se conformaba con aquellos juegos "inocentes". No tenía más remedio que reconocerlo era una buscona, una calienta pollas que hasta el momento no había salido del armario. Reconocer este hecho la hizo llorar amargamente. Con un hilo de voz se rindió ante los caprichos de su jefe. Pero éste no se conformó, quería más

  • ¿Cómo has dicho? No te he oído… ¿Qué quieres cariño?
  • Qui… quiero que me folle… Don Ramiro
  • Un poco más alto mi niña que ya sabes que a mi edad
  • FÓLLEME DON RAMIRO
  • ¡Ay! Hija no chilles tanto… O no llegas o te pasas… Anda dilo bien
  • Fólleme usted Don Ramiro
  • No me gustan las niñas maleducadas, ¿Cómo se piden las cosas?
  • Ppp… por favor, Don Ramiro, fólleme
  • ¿Estás segura niña? ¿Por qué quieres que te folle un viejo? ¿No quieres esperar más, a un jovencito quizás?
  • Por favor… Don Ramiro, fólleme usted, se lo suplico, no me torture más
  • No te haré nada hasta que no me expliques por qué quieres que te folle
  • Por… por… porque soy… soy una puta y necesito una polla. Necesito un hombre de verdad, un hombre que me haga mujer. Por… por favor… Don Ramiro fólleme
  • ¿No puedes esperar más mala puta?
  • Por favor, Don Ramiro, soy una guarra, una maldita puta ninfómana y solo quiero que me follen. Estoy caliente y necesito que me follen como a una zorra desvergonzada. Necesito su polla Don Ramiro, por favor fólleme… No sé qué más decirle Don Ramiro, por favor
  • Está bien mala pécora, un caballero como yo nunca desatiende las súplicas de una mujer aunque sean las de una furcia descarada como tú. De modo que quieres polla ¿Eh? Pues la vas a tener, vas a saber lo que es tener un buen rabo entre las piernas, perra. Ya veremos si te gusta lo que pides con tanta vehemencia
  • AAYY

Don Ramiro había presionado ligeramente, pero el estrecho orificio se resistió y apenas hizo otra cosa que presionar la entrada. Helena había visto las estrellas en la primera tentativa. ¿Qué pasaría cuando quisiera entrar en serio?

  • ¿Te quejas de un pequeño empujoncito? ¡Si sólo estaba tanteando la entrada! ¿Qué harás cuando lo intente de veras? ¿Quieres que te folle? ¿Todavía estas a tiempo, niña?
  • AY Sí… Por favor Don Ramiro, fólleme usted… Cualquier otro me haría más daño
  • ¡Vaya putón estas hecho, niña! Tu primer día y ya sabes cómo halagar a un hombre para que se quede satisfecho… Te has ganado un premio… ¿Quieres que lo haga despacito con cuidado o deprisa del tirón?
  • No… no sé… lo que duela menos… por favor… (El rostro de Helena difícilmente podría estar más ruborizado. Realmente se sentía complacida con aquella deferencia.)
  • Entonces despacito, sin prisas. Ya verás como te gusta… Relájate y déjame hacer, confía en mí

Sandra había escuchado y visto la degradación a la que había sido sometida su hija. Y sólo pudo llorar y lamentarse en silencio, ella misma había sido doblegada de modo similar por aquel mismo hombre. Los aciagos recuerdos de su iniciación se agolpaban ahora incrementando su tormento. Como su hija, acababa de reconocer su estatus de puta y de madre de puta. Era mejor no pensar en ello… Se concentró en la tarea que tenía por delante. Desde su posición había accedido al tierno culito de su hijita, debía seguir trabajándolo para facilitarle su seguro desfloramiento anal. Claro que tampoco podía evitar mirar cómo su jefe se estaba preparando para el asalto sobre la inexplorada vagina. El himen no tardaría en sucumbir ante el que presumía potente embate del ariete masculino

Don Ramiro se tomaba su tiempo si bien esta vez sus caricias, roces y demás atenciones ya no exasperaban a Helena. No tenía sentido martirizarla de momento, ya había rendido la plaza, sólo quedaba el acto formal de tomarla y le había prometido no ser demasiado brusco. Era hombre de palabra, por lo menos de eso presumía y lo cierto es que ni sus clientes ni sus empleados podían decir que Don Ramiro les fallase una vez que se había comprometido a algo. Cuando decía algo fuese bueno o malo Don Ramiro lo llevaba a cabo, de eso sus putas y sus clientes daban fe. Ahora se disponía a gozar de aquella chiquilla por primera vez. Le había prometido tomarla con delicadeza y así lo estaba haciendo.

Poco a poco, iba enterrando un poco más profundamente su capullo entre las cálidas y aterciopeladas paredes de la vagina. Apenas si desparecía el glande entre los dulces pliegues femeninos pero a cada intento parecía ocultarse un poco más. Cada pequeña embestida era acompañada por un pequeño gritito por parte de Helena. La penetración de momento, no era muy dolorosa pero sí algo molesta. Era el temor a lo desconocido lo que amplificaba el miedo de Helena y le provocaba los pequeños grititos. Helena, instintivamente había apoyado la palma de su mano sobre el vientre de su jefe, como si al hacerlo pudiera evitar ser embestida con fuerza. Comprensivo, Don Ramiro la acariciaba y tranquilizaba con dulces palabras

  • ¡AY!
  • Tranquila pequeña… ¿Duele?
  • Un poco.
  • Es normal no te preocupes. Al principio es un poco molesto pero es normal… Me retiro un poco… ¿Mejor?
  • Sí… mmmm
  • ¿Te he hecho daño?
  • Uy No… Me gusta
  • Te gusta ¿eh? Sí a todas mis chicas les encanta esto
  • ¡AAYY! ¿Ya?
  • No… Todavía no preciosa. Me dijiste que sin prisas
  • Uff… ¿Me va doler mucho?
  • Un poco, pero no mucho, tranquilízate. Eso es

Poco a poco Helena se iba relajando, el dulce trato que ahora le daba su jefe y la creciente excitación le estaban dando la confianza necesaria para entregarse cada vez más abiertamente. Ya no miraba tanto las evoluciones de la herramienta de Don Ramiro en los alrededores de su cuevita. Más que mirar a su entrepierna miraba el sereno rostro de Don Ramiro, la seguridad con la que se conducía le daba cada vez más confianza. Ocasionalmente, para liberar un poco su libido, de vez en cuando, arqueaba su cuerpo y echaba para atrás su cabeza

  • ¡AAAAAYYYYY!
  • Quieta, no te muevas, ya está… respira, cariño lo más difícil ya está hecho, has dejado de ser una niña, ahora eres toda una mujer. Deberías sentirte orgullosa… ¿Duele mucho?
  • No… ¡AY! Ya está toda dentro
  • No mi niña pero casi, ya queda muy poquito y lo peor ya ha pasado. (Mintió Don Ramiro, en realidad aún le quedaba por lo menos más de media estaca por meter.)
  • Uuufff. Es… es muy grande y gorda… ¿Me va a caber?
  • ¡Claro que sí putita! Y pollones muchos más grandes ya verás pero no te preocupes por eso
  • ¿Más grandes?
  • Sí… pero no te preocupes… mira te la saco un poquito para que te relajes un poco más
  • Uuff… Sí… Gracias… ¿Es sangre?
  • Sí una poquita, pero es normal… Verás como a partir de ahora todo va a ir mejor

Sandra había sido testigo de la desfloración de su hija algo que jamás pensó que llegara a presenciar. Aunque agradecía la consideración que había tenido Don Ramiro se sentía inmunda. Ella nunca debía haber estado allí. Don Ramiro nunca debió

  • ¡AAAAYYYY!
  • Dos empujones más y la tendrás enterita par ti solita. ¿Qué te parece?
  • Uff Duele es muy grande… No me cabrá toda… Sáquela por favor
  • Espera, cielo… Déjala un poquito que se acostumbre, te la saco y volvemos a probar… ¿Te duele mucho o es una molestia un poco fuerte?
  • Duele un poco pero ya menos
  • ¿Ves cariño? Si lo vas a gozar, viciosilla

Don Ramiro volvió a retirar su cipote pero no salió del todo. Antes de lo que Helena hubiese querido volvió a la carga. Menos mal que las abundantes corridas previas habían humedecido y preparado bien la estrecha cuevita y eso facilitaba la entrada del intruso. No obstante, le resultaba difícil amoldarse a las dimensiones que había alcanzado aquella verga. Apenas la tenía ensartada y se sentía llena. Y su jefe se sentía cada vez más impaciente por llenarla del todo. Pero no podía ser no le podía caber todo aquello

Helena subestimaba las capacidades de su recién estrenado coñito. Claro que no tardaría mucho en darse cuenta de todas sus prestaciones en cuanto tuviese un poco de rodaje. Don Ramiro con la seguridad de la experiencia, lo tenía claro. Le iba a clavar su estaca hasta la empuñadura. Era uno de los coñitos más acogedores y calentitos que había probado. Las elásticas paredes de la vagina le abrazaban y apretaban con fuerza. Parecían no querer soltarle la polla, ese túnel quería más. Por mucho que su dueña dijese lo contrario. Las exquisitas atenciones que le proporcionaba el delicioso chochito le estaban llevando a la locura. Para consternación de Helena, cada vez le resultaba más difícil mantener el ritmo pausado con el que había empezado.

  • Ummfff… Ummfff… Ummmffff
  • ¿Ves?... Mira hasta los huevos… La tienes toda bien dentro.
  • ¿Sí? ¿De veras?
  • ¿No lo ves? ¿Es que no la sientes?
  • Sí… Sí la siento pero no creí que cupiese toda… Me siento llena
  • ¿Te molesta, te gusta?
  • Me… gusta… Don Ramiro, se siente rico
  • Ya te gustará más ahora empezaremos el folleteo… primero despacito, luego tú misma me pedirás ir más rápido

Un suave vaivén dio comienzo a la danza de los sexos. El rítmico y cadencioso pistoneo pronto elevó el deseo carnal de los amantes. Los grititos de Helena que al principio eran pequeñas muestras de displacer e incomodidad iban transformándose progresivamente en lúbricos gemidos más propios de una hembra en celo. Incluso Sandra se fue dejando llevar por la pasión que mostraban y algunos deditos traviesos empezaron a jugar en su entrepierna. De nuevo la sala se llenó de la inconfundible melodía de la pasión y el desenfreno. Vencida ya todas las barreras, Don Ramiro tomaba plena posesión del grácil y esbelto cuerpo de Helena. Ahora era suya, ella siempre guardaría el recuerdo del primer varón que la tomó, Don Ramiro. El pistoneo cobraba fuerza conforme se llenaban las calderas del deseo, no tardaría mucho en descargar si continuaba con ese ritmo. No, era hora de cambiar