El acuerdo (13)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra? ... ¿Ver a su hijita con un hombre mayor?

El acuerdo 13

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

  • ¡Sandrita! ¡Qué alegría! Perdona que no me levante

  • ¡Mmmammmámm!

Las irónicas palabras de Don Ramiro se clavaron en ambas mujeres con cruel fiereza. Madre e hija se miraron horrorizadas por lo humillante de la comprometida situación. Helena completamente abochornada había tratado de exclamar algo pero tenía la boca llena ocupada con otros asuntos que dificultaban enormemente la dicción. De hecho la polla de Don Ramiro se había introducido más de lo esperado aprovechando el desconcierto de la joven. Pero si la hija estaba avergonzada, no menos lo estaba la madre. Ya no había nada que ocultar. Su hija sabía fuera de toda duda que su madre era una puta, tal vez una puta cara pero puta al fin y al cabo. Además se sentía horriblemente mal ya que se consideraba responsable de la situación. Si su hija estaba en esa vergonzante postura era por su culpa. Tener que reconocer que ella había contribuido a hacer de su propia hija una fulana era lo que más la martirizaba. Ambas mujeres comenzaron a llorar desconsoladas evitando mirarse a la cara, tapándose el rostro con las manos, como si al hacerlo pudieran conservar algo de su dignidad o evitar abochornar más a la otra.

Don Ramiro en cambio estaba exultante. Había conseguido exactamente lo que se proponía. Había conseguido doblegar por completo la voluntad de ambas mujeres en un único y magistral acto de refinada crueldad. Todo se había desarrollado como estaba previsto. Incluso lo más complicado, la salida de Sandra de la cárcel se había producido en el momento justo para permitir su llegada en el momento más comprometido para Helena. En su fuero interno, se felicitaba por ello. Realmente estaba orgulloso de sí mismo por su triunfo, claro que debía tener cuidado, aún no se había beneficiado a la chica. A ver si ahora que estaba a punto de lograrlo lo estropeaba todo al manifestar su alegría. Demostrando su sangre fría, se cuidó mucho de mostrar su euforia.

Madre e hija no sabían qué hacer. Ambas deseaban que se las tragase la tierra. Ambas temían los reproches que la otra les pudiese hacer pues eran culpables. Lamentaban profundamente haberse encontrado y no podían hacer otra cosa sino llorar. Don Ramiro en cambio tenía las cosas muy claras

  • Siento interrumpir este enternecedor y alegre reencuentro familiar. No todos los días sale uno de la cárcel pero les recuerdo señoritas que tienen trabajo que hacer

Madre e hija no daban crédito a lo que escuchaban. Aquel monstruo no había acabado de humillarlas quería más...

  • No os quedéis ahí paradas malditas zorras. Tú puta, dijo mirando a Helena continúa con lo que estabas haciendo. Que se enfría el pajarito. Y tú Zorra, dijo refiriéndose a Sandra, enséñale a la puta de tu hija como se hace un Streep-tease en condiciones. Está muy verde y tiene que aprender el oficio.

El cortante tono de su jefe les hizo comprender enseguida que no se andaba con bromas. No se plantearon siquiera cuestionar a su jefe, simplemente tenían que obedecer. Si no lo hacían sería muchísimo peor. Sandra sabía muy bien lo que le podría pasar si le disgustaba. Podría castigarla él mismo, o Irene, o lo que sería peor; podría cederle tal honor a alguno de sus clientes más elitistas, como el bien temido Don Augusto o el mismísimo ministro del interior, el infame general, Don Francisco Gea. Sandra no sabría decir quién de ellos podría ser más sádico o degenerado mejor sería no comprobarlo. Helena, evidentemente, no sabía lo retorcido que podría llegar a ser su nuevo jefe pero intuía por lo que acababa de ocurrir que desagradarle podría ser terrible. El severo tono de voz empleado y la dureza de su mirada se lo confirmaron.

El "pequeño" Ramirito comenzó a sentir las cálidas y suaves atenciones de Helena. Aunque inexperta, suplía su falta de habilidad con su innegable celo. Además como buena hija de puta demostraba una innata habilidad para alegrarle la vida al exigente "patroncito". Don Ramiro satisfecho con la actuación de la muchacha le mesaba dulcemente los cabellos mientras observaba embelesado la última coreografía de su zorra favorita. Sandra haciendo de tripas corazón y dejándose llevar por la inercia de la experiencia acumulada, comenzó uno de sus renombrados bailes. Muchos de sus clientes alababan la sensualidad y elegancia que transmitía cuando se desnudaba siguiendo el ritmo de casi cualquier tonada. La voz se había corrido entre ellos y últimamente, en casi todos los servicios debía incluir un Streep-tease. El mismo Don Ramiro le había pedido algunas actuaciones privadas en su despacho en varias ocasiones admirado por la increíble gracia y soltura con la que se contoneaba y bailaba.

En esta ocasión sin embargo, la danza adolecía de cierta torpeza, como si algo la impidiese demostrar todo su arte. Y es que cada vez que miraba la cínica cara de satisfacción de su jefe no podía olvidar que la boca que lo satisfacía no pertenecía a una puta cualquiera, otra compañera más. Pertenecía a su amada hijita, a la que ella misma había arrastrado a la prostitución. Un deje amargo se traslucía en cada elegante giro, en las gráciles piruetas un punzante dolor. La pena empañaba la maestría de sus movimientos. Pero aquello no parecía importarle a Don Ramiro quien conminaba a Helena a admirar las dotes artísticas de su madre al tiempo que la guiaba en su felación y la enseñaba a perfeccionar sus habilidades bucales.

  • ¿Ves cómo juega la puta de tu madre con su sostén? Tú te lo quitaste demasiado pronto… Mira cómo esconde y enseña las tetitas, no quiere vender la mercancía demasiado pronto como hiciste tú. Despierta el interés y el deseo anticipa lo que vendrá después pero sin mostrarlo, eso es lo que hace una furcia de primera y no una aprendiz de puta como tú. Y eso que se nota que está algo desentrenada pero es una verdadera artista. ¿Estás tomando nota de cómo hace un Streep-tease una verdadera profesional?
  • Iiiimmmmffffgggg
  • Es de mala educación hablar cuando se tiene la boca llena. ¿O es que no has aprendido buenos modales de tu puta madre? Para decir sí mueves la cabeza de arriba abajo así… Anda, si es lo que estabas haciendo… ¿Has visto lo bien que la está chupando la hija puta?... Porque es una auténtica hija de puta ¿Verdad? Se puede decir con toda propiedad que eres una hija de la gran puta pues hay pocas putas que sean tan zorras como tu madre… Si has heredado algo de ella vas a ser un zorrón de primera

Los lacerantes cometarios de Don Ramiro parecían no acabar nunca. No paraba de atormentarlas buscando nuevos juegos de palabras. Sabía que no eran muy ingeniosos pero sí crueles. Las lágrimas manaban abundantemente pero madre e hija se guardaban de mostrar ira o enfado. Sólo el llanto aliviaba el profundo dolor que sentían. Entre tanto la denigrante coreografía tocaba a su fin. Don Ramiro aplaudió la actuación satisfecho

  • ¡Bravo! ¡Colosal! ¡Fantástico! No has perdido tu toque pequeña. Eres la mejor

Mientras Sandra trataba de buscar una respuesta adecuada para los arteros piropos de su jefe. Don Ramiro aprovechó para hundir su estaca hasta las mismísimas amígdalas de Helena. Pillada por sorpresa y debido su falta total de experiencia en mamadas la joven no pudo evitar unas poderosas arcadas que la llevaron a sacarse el hiriente falo.

  • ¿Qué te pasa ahora zorra, no puedes hacer una mamada en condiciones?
  • Cogh…cogh… cogh… Es… cogh… es muy grande… cogh. No me cabe toda.
  • ¿Que no te cabe?... Escúchame bien zorra. Todas mis putas, todas se tragan los sables hasta la empuñadura. No miran tamaños se los tragan hasta los mismísimos huevos. Y tú no vas a ser menos así que ya puedes ir aprendiendo… Anda Sandrita, enséñale a esta hija de puta cómo se come una polla

De nuevo el miedo impulsó la dócil y rápida respuesta de Sandra. Asombrada, Helena se preguntaba qué inconfesable temor se escondía en los aterrorizados ojos de su madre. Qué asustaba de esa manera a su madre que la obligaba a obedecer las vejatorias órdenes de Don Ramiro sin rechistar. Pero se sorprendió aún más si cabe, cuando vio con sus propios ojos y con todo detalle; como su madre, centímetro a centímetro y sin parar, se engullía por completo el enorme cipote de su jefe de una sola tacada. No daba crédito a sus ojos, los carnosos labios de su madre rodeaban con ternura la enorme butifarra a pesar de la incomodidad de tener tan abierta la mandíbula. No cabía más porque no había más polla, las narices de Sandra se apoyaban en el pubis de Don Ramiro y Helena estaba segura de que su madre se podría tragar un mercancías si fuese necesario. Algo más impresionó a la joven aprendiz de puta, su madre no solo se había tragado aquella mole sino que la mantenía en sus entrañas sin pestañear al tiempo que no apartaba la mirada de su jefe.

  • ¿Tenías hambre eh Sandrita? Siempre has sido muy golosona. Te gustan más las pollas ahora que de pequeña los chupetes… ¿Has visto cómo se hace zorra? Mira a la puta de tu madre y aprende es una verdadera maestra… Fíjate bien, acomoda su garganta para evitar la angustia. Y un detalle importante que no has trabajado hasta ahora… Siempre, siempre, siempre se mira a los ojos al cliente para asegurarse de que lo estás haciendo bien. ¿Te has enterado?
  • Sí… Don Ramiro.
  • Bien pues ahora tú… Sandrita, anda, enséñala que la zorra de tu hija aún está muy verde… Cógele la cabeza para ayudarla a tragar en condiciones… Eso es… muy bien

Don Ramiro no dejaba de felicitarse por la facilidad con que había conseguido quebrar la voluntad de ambas mujeres. Parecía que por muy vejatorio que fuese el trato, ninguna de las dos se cuestionaría, ni por un momento, desobedecerle. Estaba encantado por la actuación que le estaban brindando sus chicas. Sandra como una auténtica profesional, iba aconsejado y guiando la mamada de Helena. Ésta a su vez se aplicaba diligentemente alcanzando notables progresos. Era una delicia contemplar los ímprobos esfuerzos de la muchacha por dominar sus nauseas y abarcar el pétreo mástil en su totalidad. Las pequeñas arcadas le masajeaban el capullo que era un gusto pero lo mejor era la sufrida cara de sus putas. La madre forzando la entrada cada vez más profunda del ariete obligando a la hija a mantenerlo bien alojado a pesar de sus protestas. La hija tratando de aguantar la respiración, reprimir sus arcadas y mantener el contacto visual al tiempo que se enfundaba cada vez más profundamente el estilete de carne.

Por fin tras largos y placenteros intentos los labios de Helena alcanzaron su objetivo. La enorme polla estaba bien guardada tras los labios de la joven. Don Ramiro hasta creyó ver un cierto sentimiento de logro y alivio en la cara de sus putas por conseguir complacerle. Para que disfrutaran del momento dejó que ambas mujeres repitiesen su hazaña. Después les permitió que alternativamente disfrutaran del honor de paladear y degustar su butifarra. Sandra era una buena maestra y Helena una alumna aplicada. La habilidad con que ambas estaban comiéndose su preciada herramienta era digna de elogio. No es que le sorprendiera esto en Sandra, quien había descubierto un talento innato para el folleteo y se había revelado como la mejor de sus furcias. Pero al parecer Helena había heredado las aptitudes de su madre. En muy poco tiempo estaba demostrando ser una excelente feladora. Parecían lobas ansiosas de polla. No le daban cuartel, si seguían así... ¡Malditas zorras hijas de puta! Ahora lo veía claro. ¡Querían que se corriera para cansarlo! Inmediatamente las asió del pelo deteniendo sus expertas atenciones. Si pensaban que se contentaría con una mamada iban listas

  • Quietas, gatitas, que aún queda fiesta para rato

Un incómodo rubor presidía los rostros de ambas. Sandra se había dejado llevar por la costumbre y olvidándose de todo se había dedicado a complacer a su jefe como la profesional que era. Ahora al detenerse había vuelto a recordar que no estaba haciendo un servicio como los demás, estaba trabajando con su hija. ¿Podría sentir una humillación mayor? En cambio lo que martirizaba a Helena era el terrible cosquilleo que nacía de su entrepierna y que la instaba a satisfacer al macho que tenía delante sin que nada más le importase. Guiada por su instinto había imitado todos los movimientos de su madre. ¡Jamás se habría imaginado en que su madre le pudiera dar algún día clases prácticas de sexo y mucho menos que le encantara recibirlas! Cuando Don Ramiro las detuvo antes que la vergüenza les llegó la frustración por no poder seguir gozando de su suculento rabo. Ahora cuando lo recordaban, el oprobio la infamia y la degradación que sentían eran mayores.

  • Parecéis ansiosas… ¡Claro! La una por que es su primera vez y como buena puta que es le encanta. Y la otra, como es un zorrón de cuidado, tiene ganas de recuperar el tiempo que ha estado a pan y agua… ¿No decís nada? ¿Se os ha comido la lengua el gato? No. Eso no porque lo que es la lengua la usáis muy bien… Bueno zorritas os diré lo que vamos a hacer… Tú ponte encima de la mesa bien abierta como antes. Y tú Sandra ya puedes ir preparándomela. La puta de tu hija se ha estado reservando para mí y está demasiado estrecha. A mí no me importa pero puede que a ti sí

Helena no supo reaccionar, no entendía a qué se referían las últimas palabras de su patrón. Sin embargo su madre supo captar muy pronto lo que éste le estaba pidiendo. Rápidamente condujo a su hija de nuevo sobre la enorme mesa, la recostó sobre ella e hizo que se abriera bien de piernas. Ante ella el tierno y hermoso coñito de su hija se mostraba en todo su esplendor. Nunca se le había pasado por su imaginación que alguna lo estuviese contemplando tan de cerca como ahora lo hacía. Su mente la comenzó a atormentar con recuerdos, los felices días de la infancia de Helenita. Fugaces visiones del tiempo compartido, el cambio de los pañales, los mimitos constantes, la hora del baño, los mil y un tiernos cuidados que toda madre regala a sus retoños… Y ahora… allí estaba abriendo los tiernos y carnosos labios dispuesta a entregar la honra de su hija al hombre que la prostituía. Sin querer se encontró con la aturdida mirada de su hija que todavía parecía no saber qué estaba pasando. Ese fugaz encuentro le partió el alma. Suplicando el perdón de su hija comenzó su tarea

Súbita e inesperadamente Helena compendió sobresaltada lo que pasaba. El cálido beso de su madre la transportó, en un brusco instante, de la etérea ensoñación en la que se había refugiado, a la pervertida y retorcida realidad en la que se encontraba. ¡Estaba desnuda ofreciéndose obscenamente a su propia madre invitándola a comerle el coño! ¡Y todo para complacer al viejo degenerado al que le había vendido su cuerpo! Trató de apartarse de su madre, asustada de su propia indecencia, pero ésta no se lo permitió. Quiso impedirle el acceso a su intimidad cerrando sus piernas pero era demasiado tarde, su madre estaba bien posicionada. Intentó detenerla con su mirada pero Sandra parecía absorta concentrada en lo que estaba haciendo. El duro, severo e inflexible azote del remordimiento comenzó a mortificarla con cruel fiereza.

El profundo desconsuelo que embargaba a las mujeres contrastaba con la insensible y depravada lujuria de su patrón. Nunca antes había llegado a tal extremo. Es cierto que se había beneficiado a algunas madres y sus correspondientes hijas, pero siempre había sido por separado. Primero la madre y después la hija o viceversa, jamás juntas madre e hija como en aquella ocasión. Ahora que disfrutaba con sádica satisfacción del tremendo sufrimiento de ambas lamentaba no haberlo hecho antes y en muchas más ocasiones. Se levantó del sillón para poder disfrutar mejor de la escena y poder observar con más detalle los angustiados rostros de sus víctimas. Se había imaginado que al dar por finalizada la mamada, su polla podría descansar un rato y prolongar así su placer. En cambio el depravado espectáculo del que ahora disfrutaba le estaba enervando aún más. Sintió como sus mismos testículos se le endurecían hasta alcanzar casi la misma consistencia que su sobre-endurecida verga. Estaba asombrado por la increíble consistencia que había alcanzado su miembro viril. Sería capaz de doblar una vara de acero con su polla. Sin embargo, un hecho le tranquilizaba y le permitía regodearse ampliamente con la situación, el ansiado y ahora no deseado orgasmo estaba lejos de llegar. ¡Qué agradecido estaba por las pastillas del doctor! Tendría que buscar algún modo demostrarle su gratitud por la eficacia de los comprimidos que le había suministrado...

  • "Tómate esta cápsula quince minutos antes de empezar y luego me cuentas."
  • "Yo nunca he necesitado artificios para disfrutar de mis chicas. Ya lo sabes."
  • "Antes de enfadarte… escúchame Ramiro. Llevas mucho tiempo pensando esto y estás deseando tirártelas. Además la nenita es un bombón por estrenar… Mañana en cuanto entre, vas a estar ya a mil. Con un poco de suerte le aguantas media hora o tres cuartos a lo sumo sin correrte. Vamos, un poco más que suficiente para una mamada. Luego te la follas y resulta que después de estar meses preparándolo todo; las disfrutas un par de horas y con suerte… Yo sé que aguantas mucho pero reconoce que eso te parecerá poco."
  • "Hombre la verdad es que en eso no había pensado. ¿Qué hacen las pastillas?"
  • Por un lado actúan como la viagra y te ayudarán a ponértela bien dura, ya sé que no necesitarás eso, pero un extra tampoco viene mal. Por otro, y esto es lo bueno, te mantienen excitado pero te retrasan enormemente el orgasmo. Yo las probé aquella vez que me dejaste jugar con Sandrita y tu secretaria. Y ya sabes lo que pasó..."
  • "Con que ese fue el truco… bicho tramposo. Las dejaste reventadas, hijo de mala madre y tuve que esperar dos días para poder ponerlas en circulación. Me dijeron que sólo te corriste un par de veces y que sudaron la gota gorda para conseguirlo."
  • "Ja, ja, ja… Sí estaban desconcertadas y no sabían qué más hacerme. ¡Qué tarde más buena!"

Tanto Sandra como su hija luchaban desesperadamente por dominar sus propias y amargas recriminaciones. No podían contener las lágrimas pero su amor propio las impulsaba a tratar de ocultarlas con más o menos disimulo. Sin embargo poco a poco fueron asumiendo su destino y de un modo imperceptible sus sentidos fueron adueñándose de la situación. Sandra comenzó a demostrar las excelentes dotes adquiridas con el oficio más antiguo del mundo. Manejaba su lengüecita con gran pericia. Quería preparar a su hijita para que la próxima y segura penetración le fuese lo menos dolorosa posible. Las duras e insensibles expresiones de su jefe no sólo la habían convencido de lo inexorable de la desfloración sino que además, le auguraban un trato nada delicado por parte de su jefe. Debía pues vencer sus escrúpulos y vergüenzas y esmerarse en las atenciones al coñito de su hija. Intentaba así, mitigar el daño y que Helenita al menos pudiese disfrutar en parte de la experiencia. Descubrió que si se dedicaba a ello con todas sus fuerzas el dolor y la humillación quedaban en un segundo plano y resultaban más llevaderos.

Por su parte Helena seguía luchando, intentando en vano, mantener un mínimo de dignidad y compostura. Era una batalla perdida pues su propio cuerpo había comenzado ya a traicionarla. El servicio de cortesana le había proporcionado a su madre, Sandra, un enorme caudal de sabiduría amatoria. Esta sabiduría le estaba proporcionando todas las herramientas precisas que le permitían hacer saltar por los aires cualquier resistencia que Helena le pudiese presentar. Inevitablemente las dulces, atentas y tiernas caricias de su madre comenzaban a despertar en ella sentimientos encontrados. Un cúmulo de placenteras sensaciones ascendían ahora incontenibles desde su cada vez más húmeda entrepierna. El remordimiento que inicialmente había sofocado cualquier sensación placentera; se veía ahora desbordado por el incesante caudal de besos, caricias, chupetones y demás sensuales artimañas que con tanta habilidad le prodigaba su madre. En efecto, la angustia, el dolor, la humillación, la vergüenza y demás sentimientos de culpa, habían actuado como una poderosa barrera impidiendo el paso a cualquier sensación de gozo o placer. Pero el incesante esfuerzo de Sandra iba dando sus frutos y poco a poco se iba acumulando mayor tensión en sus sensibilizadas zonas erógenas.

Cada vez le resultaba más difícil hacer oídos sordos a las continuas llamadas de atención de su libidinoso botoncito. Como en una represa la tensión sexual se estaba acumulando y lentamente el nivel de excitación crecía. Helena trataba inútilmente de contener el enorme aluvión de placer que reclamaba su atención exclusiva con creciente intensidad. No quería ceder, pero la presión en su entrepierna se acumulaba… Ya faltaba poco… "Ay… No, tengo que aguantar, no, no puede ser. ¡Pero si es mi madre! ¡Para mamá… para! ¡Por favor no sigas!" Helena trataba de reprimirse, le abochornaba sentir placer en aquellas circunstancias, le avergonzaba aún más estar entregándose a otra mujer, pero lo que la más martirizaba era tener que reconocer que lo estaba disfrutando. Pero el gozo era ya irrefrenable. Cada vez estaba más cerca del punto límite, la presa estaba a punto de desbordarse.

Arqueaba su cuerpo, apretaba los puños y se mordía las manos… el ansia crecía con fuerza irrefrenable. La corriente crecía y el muro de recriminaciones y reproches cada vez estaba más agrietado. Los quedos gruñidos, los pequeños suspiros, los jadeos ahogados…apenas si podía ya contenerse. Las manos que al principio trataban de mantenerla alejada de los labios de su madre, ahora asían con fuerza su cabeza para que no se apartara. Sandra, a la que no se le habían escapado las ya evidentes señales, redobló sus esfuerzos. Estaba pronta a conseguir su objetivo. También Don Ramiro parecía absorto contemplando la excitante danza de Helena. El sonrojo de su rostro, sus manos crispadas, el sudor de su cuerpo inquieto, imposible ya de dominar… "Ya viene, ya viene…" Parecían pensar los tres a la vez aunque con distintas intenciones y diferentes propósitos. El cuerpo tenso, el pulso acelerado, la respiración agitada…y el muro cedió.

Un torrente de placer salvaje la inundó por completo. Una vehemente explosión de sexo tensó sus músculos. Procedentes de su coñito oleada tras oleada de deleite sensual la transportaron a la gloria. Toda la tensión acumulada saltaba a hora con arrolladora fuerza. El tiempo se desvaneció, sólo existía la voluptuosa complacencia del orgasmo desbocado. Dominada por la descontrolada fuerza animal del intensísimo orgasmo, Helena, no tuvo más remedio que aliviarse liberando un sonoro y prolongado gemido. El grito de placer inundó toda la sala envolviendo a sus ocupantes y arrastrándolos en pos de más sexo.

Sandra se apresuró a sorber del tierno manantial de su hija el abundante néctar que de él manaba. Presa de aquella vorágine que se había adueñado de su hija se dejó llevar tratando de prolongar aún más su deleite. Don Ramiro por su parte no pudo contenerse más y sin preámbulo alguno empitonó con salvaje furia el indefenso trasero de Sandra. La potencia del envite fue tal que enterró todo su ariete con la primera estocada. Llevado por su desmesurada calentura comenzó un frenético y desbocado vaivén. Se la estaba follando sin compasión como un poseso.

Las salvajes acometidas pillaron desprevenida a Sandra que apenas pudo contener su desesperado grito. El intenso y agudo dolor que la taladraba sin compasión ocupaba ahora todo su ser. Se volvió buscando la mirada de su jefe tratando de conseguir algo de misericordia y alivio. Pero la determinación que vio en sus libidinosos ojos la convencieron de que cualquier súplica resultaría inútil. De pronto, como si se acabara de acordar de algo, volvió a buscar con fruición el rezumante coñito de su hija. Si Don Ramiro la estaba destrozándola ensartándola de aquella manera. ¿Qué no haría con su hijita? "Seguro que la mata si se la folla así". Prefería mil veces sufrir aquellos furiosos embates que la desgarraban el culo antes que ver a Helena martirizada por el rudo pistoneo de su jefe.

Helena veía el dolor en el crispado rostro de su madre y no alcanzaba a comprender su reacción. Ahora que parecían extinguirse los latigazos de su corrida, las renovadas atenciones maternales la arrastraban de nuevo a la lujuria y la vergüenza. De nuevo, el oprobio de sentir placer mientras su madre y ella eran humilladas se enfrentaba a la incontenible fuerza de la pasión. Quería reprimirse pero parecía que su madre adivinara en todo momento qué zonas eran las más receptivas, las más sensibles. A pesar de que ahora le resultaba mucho más difícil por el asalto que sufría por detrás; Sandra, descubría u estimulaba una y otra vez los puntos más excitados de su hijita, aquellos que la obligaban a dejarse llevar por su incontenible libido. La sala resonaba ahora con los gemidos y gritos de placer y de dolor de las dos mujeres.

Helena sintió la inexorable llegada de un nuevo e intensísimo orgasmo. Por segunda vez perdía el control de sí misma y un increíble contingente de placer se adueñaba de ella. Su cuerpo arqueado y tenso se derretía en los abundantes flujos que se desbordaban a través de su entrepierna. Tan hermoso espectáculo no dejó indiferente a Don Ramiro, quien emitiendo un salvaje y gutural grito de triunfo se descargó copiosamente. El maltrecho culito de Sandra se había ganado una buena tregua, que no descanso pues su jefe continuó bien dentro de ella. Pero Sandra no se dio respiro a sí misma y siguió castigando el endurecido y descollante clítoris de su hija. Quería asegurarse de que cuando aquél bestia la desflorase, su hija estuviese bien lubricada. Quería asegurarse de que su hija por lo menos disfrutara de algo de aquel indecente atropello. Quería… Comenzó a llorar amargamente. Lo que realmente quería era que Helenita estuviese en casa y que jamás hubiese conocido a Don Ramiro.

Don Ramiro se tomó su tiempo mientras se recuperaba. Aunque su polla seguía tan tiesa como al principio, no se podía decir lo mismo del resto de sus músculos. Estaba sudoroso, realmente había sido un polvo salvaje. El estrecho culito de Sandra era una gozada y ver los contoneos y las caritas de Helena lo habían sacado de sus casillas. Conforme recuperaba las fuerzas, las ganas que tenía por tirarse a la jovencita crecían. Por un momento se recriminó haber perdido la cabeza y descargarse con Sandra pero al corroborar la marmólea firmeza de su miembro no le dio mayor importancia. Tenía tiempo, mucho tiempo para atender a sus putitas. Ahora de hecho empezaba a apreciar el excelente trabajo oral de Sandrita, el coñito de Helena rezumaba tanto jugo que más parecía una fuente

Helena había perdido la cuenta de las veces que se había venido. Jamás pensó que el sexo pudiese llegar a ser tan placentero. Ni que ella tuviese tanto aguante. Comenzaba a necesitar un respiro entre tanto orgasmo seguido, pero a la vez le resultaba tan difícil apartarse de de los labios de su madre

Sandra comenzaba a mostrar signos de cansancio. Tenía la lengua prácticamente entumecida y tener que soportar el peso de su jefe tampoco ayudaba demasiado. Comenzó a removerse buscando una postura un poco más cómoda. Para entonces Don Ramiro tuvo una nueva idea

  • ¿No ha estado mal verdad zorritas? Sobre todo tú Helenita ¿No dirás que te lo has pasado mal?
  • No… (Dijo por fin Helena roja de vergüenza)
  • Ja, ja, ja… No sabe las veces que se ha corrido y no es capaz de darle las gracias a su madre. ¿No serás una hija puta desagradecida?
  • Gr…gra… Gracias… Mamá. (Logró decir mientras reprimía el llanto.)
  • De nada hija. (Consiguió responder Sandra con un hilo de voz.)
  • Qué recatadas os habéis puesto… Después de estar berreando como perras en celo a voz en grito. Decid lo que sois
  • Soy una puta desvergonzada Don Ramiro. (Dijo Sandra, sin pensárselo.)
  • Soy… una puta… desvergonzada Don Ramiro. (Logró repetir Helena poco después.)
  • Eso es… Muy bien. Y ¿Qué hacen las putas?
  • Follar… Señor. (Volvió a adelantarse Sandra.)
  • Follar Don Ramiro.
  • Eso es evidente… Sois dos zorras calentonas, estáis deseando verga. Pero ¿quién tiene que quedar satisfecho?
  • El cliente Don Ramiro.
  • E… el cliente Don Ramiro.
  • Bien parece que aprendes rápido Helenita… Veamos qué tal se te da eso de devolver los favores… Cómele el coño a tu madre. Anda ricura

Las dos mujeres se quedaron mirando a su jefe sin saber muy bien cómo actuar. Don Ramiro sin inmutarse se recostó en el sillón dispuesto a disfrutar de un nuevo espectáculo lésbico. Esta vez Helena sería la que debía llevar la iniciativa, pero no sabía muy bien qué hacer. Estaba asombrada por las depravadas ideas de su jefe. Ciertamente, ejercer de puta no era tan fácil como había pensado, era mucho más que abrirse de piernas. Sandra en cambio sabía demasiado bien lo que le gustaba a su jefe, pero se negaba a creer que fuese tan depravado con su hija. Lo miró buscando que se apiadara y cambiase de opinión, cuando se convenció de que eso no sucedería obedeció resignada. Se levantó y se subió a la mesa. Mirando a Don Ramiro abrió sus piernas y se colocó sobre su hija. Ahora Helena tenía una magnífica vista en todo detalle de la intimidad de su madre

Lo que inmediatamente atrajo toda la atención de Helena fue el enrojecido ano de su madre. El maltratado esfínter estaba irritado y enrojecido. Unos espesos hilos de esperma salían de él y descendían por el interior de los muslos. Helena se quedó impresionada por la enorme cantidad de los mismos. Después fijó su atención en el suculento bollito que tenía delante. Los sonrosados labios de su madre se le mostraban lozanos, frescos y jugosos. El bien presentado coñito estaba limpio de pelos, completamente rasurado lo que le daba un aspecto juvenil y lozano. Era la primera vez que Helena examinaba un coño y aunque no le resultaba extraño o misterioso, al fin y al cabo ella tenía otro, sí le sorprendía aquella nueva perspectiva. Resultaba fascinante poder apreciar sus detalles tan de cerca. Pero algo la molestaba, era el mismo coño por la que ella había venido al mundo. Ahora lo tenía que profanar al dedicarle unas atenciones que jamás pensó debería darle a su madre. La culpa y la vergüenza afloraban de nuevo.

Don Ramiro comenzó a impacientarse. Desde el sillón podía apreciar en primer plano, el rezumante y jugoso coñito de Helena. Al fondo, tras el espectacular cuerpo de la joven, el no menos tentador conejito de Sandra. Tenía ante sí a dos auténticas bellezas totalmente expuestas. Pero no se movían, no había nada de acción. La lengua de Helenita seguía si aparecer y Sandra parecía embobada esperando a su hija.

  • Vamos Zorra, no me digas que es la primera vez que ves un coño. Empieza a comértelo como tú sabes. Si algo he aprendido de las putas, es que siempre saben comerse un conejo aunque sea la primera vez que lo intentan. Si no me crees pregúntaselo a la zorra de tu madre. Empieza ya y no me hagas enfadar.

ZAASS… Un fuerte manotazo cayó con inesperada fuerza sobre la expuesta concha. Helena chilló sorprendida y dolorida. Nunca esperó que nadie la golpeara en tan sensible zona. Como en respuesta a sus pensamientos otro sonoro golpe volvió a caer en la misma zona...

  • AAYYY… Por favor Don Ramiro no me vuelva a pegar
  • Pues empieza ya mala puta. Antes de que me enfade
  • AAAYYY… Sí, ya empiezo, ya empiezo perdone usted… AAYY

Don Ramiro no dejó de azotarla hasta que no vio actuar a la boquita de la chica. Sandra había hecho ademán de tratar de detenerlo pero la dura y acerada mirada de su jefe la detuvo. En sus ojos leyó con claridad la sádica determinación de su patrón: "Adelante, zorra, atrévete. Alégrame el día puta…" Era mejor no enfadarlo más. No tuvo más remedio que soportar la visión del cruel castigo sobre la intimidad de su hijita. Aquellos azotes le llegaron al alma, preferiría mil veces sufrirlos ella antes que su hija. Pero ahora sólo podía mirar y llorar… ZAS, ZAS, ZAS.

Helena, acuciada por los incesantes y duros azotes no pudo hacer otra cosa que obedecer resignada. Cohibida y cortada por la insensible humillación a la que era sometida, comenzó a acariciar sutilmente la vulva materna con infinita ternura. Tímidamente acercó sus manos a los carnosos labios de su mamá. Con una mezcla de reverencial respeto y miedo le fue separando sus labios delicadamente. Accedió así a los pliegues más sensibles y delicados de la cuevita materna. Su lengua comenzó a aventurarse tímidamente por entre aquellos sensibles parajes. Su bisoñez evidente, el desacierto de su lengua palpable, la torpeza con que se movía manifiesta; pero no por ello dejó de intentarlo. Turbada por lo vergonzosa de la situación y nerviosa por el miedo a ser cruelmente castigada de nuevo ponía todo su empeño en satisfacer las demandas de su jefe. Le estaba comiendo el coño a su mamá y además lo estaba haciendo mal

Sandra apenas podía soportar la nueva vejación. Trató de agachar la cabeza y ocultar las lágrimas pero un gesto de su jefe se lo impidió. Aquel cerdo disfrutaba pisoteándolas y no desaprovechaba ninguna oportunidad. Hizo un amago de gemido simulado pero el serio semblante de Don Ramiro la hizo desistir. No se iba a tragar aquella bola. Sólo podía esperar a que su hija aprendiera… Claro que ella también podía guiarla y tratar de enseñarla. Con disimulo empezó a mover sus caderas ofreciéndole así a su hija las zonas más sensibilizadas de su entrepierna.

El tiempo parecía alargarse y estirarse siguiendo los infructuosos intentos de Helena. La exasperación la dificultaba hacer un buen cunnilingus, ni siquiera uno decente. Entonces sintió de nuevo las suaves manos de su madre acariciando primero su vientre, luego sus pechos. Las cadenciosos y delicadas manipulaciones de su madre tuvieron la virtud de calmarla. Imitando sus movimientos, Helena empezó a mejorar su actuación. Comenzó a apreciar los sutiles vaivenes de la jugosa vulva. Se dio cuenta de que si imitaba la ternura y delicadeza de su madre ella conseguiría estimularla adecuadamente. Dejó su vergüenza atrás y se concentró en la tarea que tenía por delante. Descubrió que lo único que tenía que hacer era seguir su instinto. Si recordaba el modo como su madre la derrotó y llevó al orgasmo

Así poco a poco, Helena descubrió el modo de satisfacer a una mujer. Sonrió cuando sintió los primeros gemiditos de su madre. Eran unos tímidos ronroneos que poco a poco fueron creciendo en intensidad. Saboreó por primera vez los dulces jugos femeninos, no le importó que fuesen los de su madre. El gusto y la satisfacción de complacer a otra mujer la embargaba. Completamente desinhibida, se había convertido en una auténtica puta.

Ahora sí que disfrutaba el viejo proxeneta. Aquellas putas llevaban el oficio en la sangre. Sí Helenita sería una golfa de primera como lo era su madre. Daba gusto verlas actuar. No estaban simulando, estaban disfrutando del sexo. Era evidente de que las encantaba follar, estaba en su naturaleza. Él sólo favorecía las circunstancias que hacían aflorar sus más íntimos sentimientos. Era un verdadero cazatalentos, descubría a una perra calentorra con sólo mirarla. Y Sandra y Helena eran dos verdaderos diamantes en bruto. Bueno Sandra ya era un diamante bien tallado, ahora tenía que trabajarse a la hija pero las perspectivas eran inmejorables. Estaba deseando estrenarla pero antes las dejaría terminar con lo que estaban haciendo. Después de todo sería de muy mal gusto interrumpir a dos mujeres tan virtuosas

Sandra por su parte había vuelto a concentrarse en dar placer a su hija. De esta manera, no sólo evitaba tener que enfrentarse a la cínica y depravada mirada de Don Ramiro. También se aseguraba de mantener la necesaria excitación en su hijita. Ahora no le resultaba tan fácil como antes, los cada vez más acertados besos y caricias de su hija la estaban calentando cada vez más y no alcanzaba a reprimir sus instintos. Estaba asombrada con la rapidez con la que Helena mejoraba en las artes amatorias. La embargó un cierto orgullo de madre al ver los progresos de su hijita. Un orgullo que a la vez la mortificaba pero el libidinoso fuego que crecía en su entrepierna pronto se adueñó de pensamiento. Como su hija se dejó llevar por la pasión desenfrenada. Sobre aquella mesa sólo se podía ver una cosa, sexo. Sexo, animal y primitivo, sin ataduras, sin restricciones, solo auténtico sexo.

Nadie hubiese podido escapar del embrujo que suponía ver el ardor con que esas dos hembras se amaban. El placer sáfico que las envolvía con tierna y salvaje intensidad las llevó en volandas a las cumbres del éxtasis. Un orgasmo eléctrico las sacudió con brutal potencia. De nuevo el tiempo de detuvo, durante unos segundos sólo existía una cosa el placer. Ambas mujeres trataron de encubrir con discreción sus copiosas corridas pero éstas no escaparon a los sagaces ojos de Don Ramiro. Era hora de intervenir más activamente, pensó