El acuerdo (12)

¿Qué es lo peor que le puede pasar a Sandra?

El acuerdo 12

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

Una vez algo más tranquilas, Sandra comenzó a reaccionar. Había matado a un hombre, cierto que era un miserable y había sido en defensa de su hija pero ante la ley … Sobre todo no debía incriminar a Helena, debía evitar que nadie relacionase a Helena con lo que acababa de suceder. Debía actuar deprisa

Hizo que Helena se marchase a casa antes de avisar a la policía. Pero antes, curó sus heridas y le proporcionó ropa nueva. Helena se deshizo de su maltrecha ropa en un contenedor cercano cuando salió de casa. Todo parecía estar claro. Aquel hombre la había asaltado y ella defendiéndose lo mató. Sin embargo cuando la policía llegó empezó a descubrir varias contradicciones. Sandra no tenía lesiones que evidenciaran el asalto y su defensa. La hora de fallecimiento del agresor no coincidía con la indicada por Sandra. Tampoco había una explicación convincente sobre el enorme retraso en informar a las autoridades ni sobre las razones por las que abrió a un desconocido. Cuando fue interrogada Sandra apenas pudo contestar satisfactoriamente al comisario por lo que fue detenida y acusada de asesinato.

Para colmo de males Sandra no informó de nada a su jefe Don Ramiro, cuando cayó en la cuenta ya era demasiado tarde. Don Ramiro se enfadó mucho con ella, si le hubiese avisado sus abogados la hubieran representado en los primeros momentos y la habrían defendido con eficacia. Ahora todo sería mucho más difícil. Sandra suponía unos buenos ingresos, su baja temporal le suponían unas considerables pérdidas que se las tendría que hacer pagar llegado el momento. El tiempo pasaba y la situación de Sandra empeoraba día a día. El fiscal no sólo incidía en las contradicciones encontradas en su declaración ante la policía sino que ahora ahondaba en el origen de los turbios ingresos de Sandra. No tardó en descubrir a qué se dedicaba realmente y en darse de cuenta de que la acusada haría todo lo posible por que sus actividades no se hicieran del dominio público. Sería muy fácil conseguir una condena, la sospechosa parecía preferirla a descubrir sus auténticas actividades laborales. Pero el codicioso fiscal no sólo buscaba un ascenso profesional, dejándose llevar por la codicia y ante la vulnerable postura de su acusada decidió embargarle todas sus cuentas con la intención de apropiarse de sus bienes tan duramente adquiridos.

Aquello supuso el desastre definitivo. Al impedir el acceso de Helena a las cuentas y a los bienes de su madre, la dejaron literalmente en la calle. Helena permaneció unos días en la casa de una de sus amigas pero no podría permanecer así mucho tiempo. No comprendía la actitud de su madre que no sólo no se defendía sino que parecía querer arruinar sus vidas. Cuando le comentó si su jefe podría ayudarlas se enfadó y la conminó a que no tuviese ningún trato con él pero no supo darle una explicación para ello. Helena estaba ahora tan desesperada como su madre y no hallaba otra salida que la de hablar con Don Ramiro

Así fue como poco antes de que comenzara la vista del juicio se acercó al despacho de Don Ramiro. Desesperada y asustada buscó la ayuda de aquel hombre contra el que le previniera su madre. Para su sorpresa, Don Ramiro no sólo se interesó por ella sino que parecía compartir su misma preocupación. Al final, siguiendo su consejo y el de sus abogados, Helena pareció encontrar una solución. Pero para ello debía trabajar para Don Ramiro. Pagar a los prestigiosos abogados que defenderían a su madre no era barato y la falta de dinero… Menos mal que Don Ramiro no sólo le adelantó el dinero para los abogados sino que también le pagaba el alquiler en una modesta pensión y sus gastos de estudiante. ¿Por qué sería su madre tan reacia a que acudiera a aquel hombre tan generoso y bondadoso? No lo entendía

Después de firmar su contrato con Don Ramiro las cosas parecieron mejorar. Los abogados traían buenas y esperanzadoras noticias cada día. Habían conseguido que Sandra saliese de la fortaleza la infame prisión a la que había sido trasladada tras los primeros días de investigación. Ahora estaba cerca de casa y Helena podía ir a visitarla con más frecuencia. Sin embargo no le quiso decir nada de su acuerdo con Don Ramiro para no disgustarla. Si los abogados tenían razón en unas semanas estarían juntas y se lo podría explicar todo

Helena pasó algo nerviosa al despacho de su jefe. Había recibido unas instrucciones muy precisas dos días antes de parte de Irene su secretaria. Debía acudir a un reconocimiento médico, a un centro de belleza, asearse en profundidad y presentarse hoy en el despacho con sus mejores galas. Don Ramiro la iba a examinar para comprobar su aptitud laboral como modelo y determinar mejor sus condiciones de trabajo. Además le comentó que probablemente recibiría noticias muy animadoras sobre la situación de su madre. Llegó más que puntual a su cita con casi quince minutos de adelanto, no quería defraudar a su jefe

  • Hola Helena llegas algo temprano ¿No crees?
  • Sí… Es que no quiero defraudar a Don Ramiro en mi primer día
  • No te preocupes que no le defraudarás. Pero tendrás que esperar unos minutos antes de que pueda atenderte.
  • Lo comprendo. No me importa esperar… ¿Tienes un vaso de agua?
  • Sí, por supuesto. ¿No quieres otra cosa? ¿Café o té?
  • No… No el agua está bien no quiero ponerme más nerviosa.
  • Tranquila, esto es sólo una formalidad. En realidad Don Ramiro ya te ha contratado así que no tienes nada que perder

Los pocos minutos se le hicieron eternos a Helena que apenas si podía contener sus nervios. Sus ojos recorrieron varias veces la habitación donde esperaba mientras Irene continuaba trabajando con total indiferencia. De vez en cuando le pareció descubrir una extraña mirada en la secretaria como si esta la observara y la evaluara de algún modo inconfesable. Pero no le dio la mayor importancia. Entonces, repentinamente la voz de Don Ramiro se oyó por el interfono.

  • Irene ¿Ha llegado la señorita Helena?
  • Sí Don Ramiro lleva unos minutos esperando.
  • ¿Cómo? Hágala pasar inmediatamente, debió usted avisarme.
  • No quise interrumpirle
  • Bueno, bueno, no importa, hágala pasar. Y no olvide avisarme la próxima vez. No quiero hacer esperar a mis entrevistas de hoy
  • Sí señor, descuide.
  • Ya puedes pasar Helena. Al parecer estaba impaciente por verte.

Llena de desasosiego, Helena traspasó el umbral. Cierto que no era la primera vez que lo hacía pero su instinto le decía que hoy no sería como las otras veces

  • Helena. ¡Cuánto me alegro de verte! Estás deslumbrante
  • Gracias, Don Ramiro. Yo sólo he seguido sus instrucciones.
  • Pues lo has hecho realmente bien. Estás preciosa, realmente eres una mujercita muy linda. Lo cual te viene muy bien en tu nuevo oficio. Seguro que estás deseando saber en qué consiste realmente.
  • Pues, la verdad es que sí… Nadie ha sabido explicarme qué tengo que hacer.
  • Eso es porque he querido hacerlo yo personalmente. Verás yo dirijo una agencia de escorts ¿Sabes lo que es eso?
  • No
  • Señoritas de compañía, modelos de alto estanding

El rostro de Helena reflejaba a la vez su desconcierto y su temor. Empezaba a sospechar cuál era su verdadero oficio. Resulta que las habladurías y chismes que habían llegado a sus oídos sobre los negocios de Don Ramiro eran ciertas.

  • Hablando en plata: putas de lujo. Mis chicas son las mejores y más finas prostitutas de todo el país. Y hoy vamos a evaluar cómo te desenvuelves en los aspectos básicos de tu oficio.

Helena a penas supo reaccionar. Las directas palabras de Don Ramiro la habían dejado muda. Una cosa es que te insinuasen a qué se dedicaban algunas de las modelos de Don Ramiro y otra muy distinta que te dijeran que habías firmado un contrato como meretriz. Helenas empezaba a comprender las reticencias de su madre pero no había marcha atrás. Llevaba meses cobrando anticipos de sus servicios como modelo… bueno de sus servicios como puta.

  • Yo… bueno… yo. No
  • ¿No te irás a echar atrás?
  • No… sólo es que yo verá… Nunca pensé en esto… Me pilla por sorpresa.
  • Lo comprendo querida. Por eso antes de que empieces a trabajar en serio quería adiestrarte personalmente.
  • Pero usted me habló de confidencialidad y que podría terminar mis estudios… (Logró decir juntando las pocas fuerzas que le quedaban tras el jarro de agua fría que acababa de recibir)
  • No te preocupes por eso, niña. Sabes que soy hombre de palabra y cumplidor. Reservaremos tus servicios para nuestros mejores clientes, lo cual no sólo significa discreción asegurada sino elevados ingresos. Además tendrás un horario de trabajo muy flexible lo que te permitirá continuar con tus estudios. Aunque francamente, no creo que los vayas a necesitar
  • Es… está bien. ¿Qué tengo que hacer?
  • ¡Vaya! Chica tienes agallas.
  • No puedo hacer nada por evitarlo, cuanto antes asuma mis responsabilidades mejor.

Don Ramiro miró asombrado por un instante los decididos ojos de Helena. Aquella muchacha demostraba mucha más entereza y determinación que muchas otras jóvenes de más edad. No tardaría en descubrir que Helena simplemente estaba venciendo su miedo y su vergüenza lanzándose hacia adelante. Pero no cabía duda de que tenía ante sí a una verdadera mujer, sin importar lo que dijese su carnet de identidad, Helena era valiente y decidida. Los duros meses anteriores la habían forjado y endurecido ante la adversidad. ¿Tendría el coraje suficiente? Pronto lo comprobaría

  • Está bien, Helenita. Quítate la ropa quiero verte como viniste al mundo.

Helena comenzó a desnudarse sin dudarlo un instante. Pronto se quitó la chaquetilla corta que llevaba y comenzó a desabrocharse la blusa

  • Así no. Quiero que bailes y te quites la ropa. Que me hagas un Streep-tease. ¿Comprendes?
  • Sí…sí, perdone. ¿Sin música?
  • Improvisa… Seguro que una chica como tú sabe vender sus encantos

Torpemente, Helena comenzó a mover su esbelto y juvenil cuerpo siguiendo los compases de una melodía imaginaria. Pronto descubrió que centrándose en el ritmo de la música dejaba de pensar en lo que estaba haciendo. Comenzó poco a poco a mostrarse más desinhibida y su baile comenzó a tornarse más armonioso y fluido a la par que sensual y ardiente. Sus caderas, sus brazos y piernas describían armoniosas formas que no hacían sino despertar los más bajos instintos de quien la observaba con febril lujuria. Don Ramiro no tardó en recordar otra danza efectuada en similares circunstancias por otra escultural mujer. Sí el baile de Helena le recordaba mucho al de Sandra. Helena era un poco más menuda y sus pechos mucho más pequeños pero por lo demás la figura de la joven no tenía nada que envidiar a la de su hermosa madre. Sus bien torneadas y largas piernas, su vientre plano, sus anchas caderas… todo en ella revelaba la sensualidad de una verdadera hembra. La tersura y suavidad de su piel que lentamente, poco a poco, se iba mostrando más abiertamente atraía poderosamente la atención del viejo.

Don Ramiro no podía apartar ni un instante su libidinosa mirada de la joven, la deseaba. La deseaba desde el mismo instante en que poseyó a su madre. Había reprimido sus lascivos deseos durante mucho tiempo, esperando el momento propicio para hacerla suya y ahora por fin la tenía delante suyo desnudando su virginal cuerpo. Se relamía de gusto pensando en lo sabrosos que serían los bamboleantes y firmes pechitos que tan grácilmente se movían siguiendo la sensual coreografía de su dueña. Ya se imaginaba besando y abrazando su cándido y menudo cuerpo, saboreando su firme y flexible talle, degustando su frescor juvenil

No, no, debía contenerse, dominar su excitación y calmarse. No debía echar a perder los largos y elaborados planes que había maquinado para conseguirla, en un irreflexivo acto de pasión. No, era mejor disfrutarla a fuego lento, sin prisas como hizo con su madre… Consiguiendo sobreponerse a la fascinante y sensual coreografía de Helena. Se aferró a los reposabrazos de su sillón y tener así, sus manos alejadas de su exaltada entrepierna. Como si le hubiese adivinado sus pensamientos o descubierto su maquiavélica táctica, Helena parecía prolongar su danza más y más. La libido de Don Ramiro crecía incontenible dentro de él ante las cada vez más gráciles evoluciones de su escultural figura.

En realidad Helena solo estaba tratando de retrasar lo inevitable y buscaba en vano la forma de conservar sus braguitas. Por fortuna aquello lejos de molestar a su patrón le estaba encandilando de un modo incomprensible para ella. Por fin se despojó de la última prenda, aquella que tapaba su más íntimo tesoro. Pero lo hizo de espaldas a Don Ramiro, mostrándole la firmeza y redondez de sus prietas nalgas. Lenta y cadenciosamente se fue volviendo para enfrentarse con la mirada de su jefe. Quería mostrarse segura de sí misma, demostrarle a aquel viejo degenerado que si se había desnudado era porque se había comprometido al firmar su acuerdo con él. Pero que de ningún modo era una cualquiera. Se había visto obligada a prostituirse pero nadie le arrebataría su dignidad… ¡Ah! La ilusión de la juventud

  • ¿Le ha gustado?
  • Sí… no ha estado mal para ser la primera vez. Claro que tendremos que pulir algunos detalles pero en general ha estado bien

Don Ramiro no dejaba de asombrarse ante el desparpajo y descaro que mostraba la muchacha. Aquello era muy interesante, sería un verdadero placer quebrar su voluntad. Si esta jovencita se pensaba que le bastaba con abrirse de piernas y mostrar su conejto para conseguir el trabajo estaba muy equivocada

  • Está bien acércate quiero examinarte más detenidamente

Helena obedeció aunque sabía lo que aquel hombre quería de ella. La iba a sobar y examinar sin pudor todo el tiempo que le diese la gana. Después, supuso la desvirgaría y así acabaría todo. Pronto Don Ramiro la sacaría de su error...

De momento pareció centrar su atención en sus estilizadas piernas, las recorría con suavidad, comprobando la firmeza de sus juveniles músculos. Luego pareció cambiar de centro de atención. Se levantó y se puso detrás de ella. Comenzó entonces a recorrer muy suavemente, con la yema de los dedos, su firme vientre. Seguidamente fue la espalda la que recibió las atenciones de aquellas manos inquietas. Don Ramiro se cuidó mucho de acercarse a las zonas erógenas más evidentes, es decir los pechos y la vulva. Por el contrario parecía deleitarse comprobando con exasperante parsimonia la firmeza de su tono muscular y la sedosa suavidad de su piel. La delicadeza con la que los expertos dedos de su jefe la recorrían comenzaba a turbar los pensamientos de la joven. ¿Cómo podía estar gustándole aquello? Cuando las sabias manos de Don Ramiro se acercaron a sus tiernos pechos, los pezones se izaron enhiestos y duros desafiando a la gravedad. Helena apenas consiguió morderse los labios y reprimir un primer gemido de placer. Para dominar su turbación y evitar sonrojarse más cerró sus hermosos ojos. Una media sonrisa en el rostro del viejo daba cuenta de su primera victoria.

  • No estás nada mal niña. Quizás un poco escasa de delantera pero eres joven seguro que te tienen que crecer un poco más a poco que te parezcas a tu madre.
  • Gracias Don Ramiro… Sí seguro que me crecerán
  • Siéntate en la mesa y muéstrame tu tesorito.

Helena no tardó en obedecer, estaba ligeramente sonrojada. No solo porque se mostrase abiertamente ante un hombre sin la titulación médica, sino porque aun recordaba las caricias del viejo. Y no solo las recordaba sino que las echaba de menos, eran tan agradables. Se recriminó esos pensamientos y tomando dominio de sí misma, logró fijar su mirada desafiante en los ojos de su jefe.

Don Ramiro no dejó de admirar la fortaleza de la joven, era orgullosa y obstinada; mejor, así la disfrutaría más. Había algo realmente excitante en la descarada pose de la muchachita. Completamente abierta de piernas, sujetándoselas por los tobillos, para dejar claramente expuesto el tierno tesorito que albergaba entre sus muslos. La completa indefensión de su vulva contrastaba vivamente con la firme dureza de los verdes ojos. Estos le miraban provocadoramente, sin pestañear; desafiándolo, incitándolo a sostener la mirada o a desviar la atención a la jugosa golosina que se encontraba más abajo. Don Ramiro le sostuvo la mirada, tratando de encontrar en ella un resquicio del autentico amor propio de la joven, de hallar el punto débil que la haría completa e irremisiblemete suya. Tenía una amplia y magnífica vista de la joven, digna de unas cuantas portadas; dedicó su tiempo a disfrutarla y memorizarla. Luego se aproximó a la joven con calculada cautela. Sin apartar por un momento, la mirada de los retadores ojos de la joven. Buscaba un signo aunque pequeño de debilidad y por un instante dudó de poder encontrarlo. Hasta que sus manos casi rozaron el interior de los expuestos muslos. Entonces casi de un modo imperceptible Helena vaciló y desvió un poco su mirada hacia su intimidad. De nuevo una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Don Ramiro. Aquella hembra era de las que le gustaban a él, se resistían a caer pero ninguna se le escapaba, tarde o temprano caían. Cuanto más tardaran más le gustaban y esta prometía unas buenas horas de diversión

Una vez ganado el duelo de las miradas Don Ramiro con simulada indiferencia volvió a pasear sus dedos y su mirada por entre los sensibilizados muslos. Trataba de aparentar la rigurosa profesionalidad de los ginecólogos. Pero un incipiente bulto convenientemente simulado en su entrepierna indicaba lo contrario.

  • Te lo han dejado muy bien en el centro de belleza, como a mí y a mis clientes nos gustan. Limpio de molestos pelitos. Casi pareces una muñequita. ¿Fue idea tuya dejarte esta matita en tu monte de Venus?
  • Sssí… (Logró decir Helena con algo de aprensión temiendo haber disgustado a su jefe después de haberle escuchado)
  • Te queda muy bien, me gusta. Una matita bien cuidada como la tuya puede ser muy sugerente.
  • Gracias Don Ramiro.
  • No las merece… Veamos qué se esconde tras estos labios

Los seguros dedos de Don Ramiro separaron delicadamente los sensibles y tiernos labios. Se le ofrecía así una perfecta panorámica de la dulce y anhelada cuevita. Una ligera humedad daba prueba de las exitosas manipulaciones realizadas sobre la joven. Allí, taponando en parte la apetitosa entrada se hallaba una fina barrerita de tejido. El himen, la irrefutable evidencia de la pureza de la joven.

  • No tienes mucha experiencia en estos temas, eso salta a la vista.
  • Nnno… Ya se lo dije, soy virgen.
  • Bueno eso lo arreglaremos enseguida. ¿Verdad?

Don Ramiro no esperó respuesta era una pregunta retórica, en su lugar buscó un poco más arriba en el rinconcito donde los labios escondían el sensible botón del placer femenino. No le resultó difícil encontrarlo y con suaves rocecitos lo fue despertando, haciendo que creciera y se endureciera. Sabía muy bien lo que ello significaba, su putita no podría resistirse al enorme placer que su traicionero clítoris podría proporcionarla. Helena se removió incómoda tratando de esconder su renovada excitación.

  • ¿Te molesta lo que hago?
  • No… no… (Confesó Helena ruborizándose visiblemente.)
  • ¿Te gusta entonces?
  • Sssí… se puede decir que sí. (Logró decir tratando de negar lo evidente y dar su brazo a torcer.)
  • Sí este es el botoncito mágico. Si sabes mimarlo en el momento justo ninguna hembra se resiste a su llamada… Mira
  • Uummm.
  • Lo estás gozando ¿Verdad putita?

Don Ramiro como hiciera con su madre iba doblegando la voluntad de la joven empleando poco a poco términos cada vez más despectivos. Nunca le había fallado es técnica y no la iba a cambiar ahora. Su zorrita empezaba a estar a punto de caramelo era hora de dar el siguiente paso

  • Lo estás gozando ¿Verdad putita? (Volvió a repetir con más insistencia)
  • Sí… Sí… Don Ramiro. (Acertó a contestar Helena.)
  • Bien, eso me gusta. Que mis putas disfruten con su trabajo. Pero no es el placer de mis zorras lo que me interesa. Lo que una buena fulana ha de hacer es satisfacer a su cliente. ¿Entiendes?
  • Sí… satisfacer al cliente.
  • Eso es mis putas hacen de todo para complacer a los clientes. No lo olvides. Si alguna vez recibo alguna queja ten por seguro que te enseñaré a ser complaciente. Y créeme no te gustará. Bien veamos. ¿Qué es lo que tienes que hacer?
  • Com… complacer a los clientes, señor. (Helena apenas pudo reprimir las primeras lágrimas no había contado con la humillación que suponía reconocerse como puta.)
  • Eso es aprendes rápido zorrita. Como tu madre… Bueno tú ya has tenido tu parte ahora me toca a mí gozar un poco. Recuerda ahora yo soy tu cliente

Don Ramiro retrocedió y se sentó sobre su sillón recostándose para hacer más evidente la enorme erección que palpitaba desde hacía tiempo en sus pantalones. Helena pareció no reaccionar. Por un lado la molestaba que aquel hombre la hubiese dejado así en el comienzo de una creciente calentura por otro no acababa de comprender lo que se esperaba de ella. ¿No se la iba a tirar? Helena se había hecho a la idea de que aquel viejo la iba a poseer encima de aquella inmensa mesa. ¿Qué quería entonces?

  • Vamos ven. ¿A qué estas esperando zorra?
  • Yo… no sé… (Comenzó a reconocer mientras se acercaba.)
  • Es verdad niña. Es tu primera vez. Te ayudaré un poco… Mira… ¿Sabes lo que es esto?

Helena no pudo evitar sorprenderse ante la visión de la herramienta de su jefe. Había visto algunas fotografías y dibujos en los libros de ciencias sobre todo. Y también en alguna que otro foto porno pero jamás había visto uno al natural. Nunca pensó que pudieran ser tan largos y gruesos… Las venas de la base parecían querer reventar. Sin embargo logró reponerse y contestar:

  • Sí…Un… pene.
  • ¡Qué fina nos has salido! Esto querida niña es una polla, un cipote, una verga y muchos otros nombres que ahora no vienen al caso. Este es el miembro con el que los machos follamos y jodemos a las putas como tú. Es por lo tanto tu principal centro de atención y preocupación. Debes aprender a manejarlo con dulzura y delicadeza, debes llegar a amarlo quererlo y adorarlo pues es tu fuente de ingresos y razón de ser. ¿Has comprendido?
  • Sí… sí.
  • Bueno tócalo. Quiero que compruebes su tamaño, su grosor, su dureza… Has de aprender a manipularlo

Helena aún desconcertada obedeció y se arrodilló entre las piernas de su jefe. Tímidamente con las manos temblorosas sus manos asieron la base del falo. Lo notó grueso, cálido y enormemente duro. Era increíble la enorme tensión que seguramente albergaba en su interior. Al mismo tiempo que se asombraba por las dimensiones y estado de aquella polla su coñito volvió a traicionarla humedeciéndose un poco más. ¿Cómo podría desear ser penetrada por semejante monstruo? ¿No sería una buscona sin saberlo? Casi irreflexivamente dirigió una mirada y una risita nerviosa a su jefe.

  • Está caliente y duro
  • Eso es porque le gustas. Pero no te hagas muchas ilusiones le gustan todas las hembras que se le ponen por delante. Anda recórrelo, tócalo todo de arriba abajo. Despacio con suavidad… Eso es… Muy bien… Aprendes rápido zorrita… Te gusta mi herramienta. ¿Habías visto antes una?
  • No… sólo en fotografías pero no es lo mismo
  • No claro… esto es mucho mejor. ¿Verdad?

Don Ramiro no se cansaba de mirar la creciente turbación de la muchacha. Poco a poco la estaba obligando a reconocer su nuevo estatus social como puta de lujo. Y no solo eso, también la estaba haciendo creer que era una viciosa depravada. Que si se había mantenido casta hasta entonces, había sido más por las circunstancias de la vida que por sus virtudes personales. Helena no le miraba ya a los ojos desafiante como antes, su mirada retadora iba cediendo terreno poco a poco conforme asimilaba su nueva condición. Ahora parecía absorta contemplando el enorme falo que tenía entre manos. Una nueva sonrisa se dibujó en el rostro de Don Ramiro.

  • Eso es putita… Muy bien… Un poco más de práctica y aprenderás a hacer una buena paja. Ahora pasemos a algo nuevo… Comienza a usar tu linda boquita
  • ¿Cómo?
  • Que me hagas una mamada zorra ignorante… Perdona putita… No estoy muy acostumbrado a mujeres tan novatas como tú… Lo que tienes que hacer es besarla tiernamente. Primero por la base, luego por el tronco hasta llegar al capullo

Helena siguió obedientemente las instrucciones de su jefe. Le resultaba extraño besar esa mole de carne pero al mismo tiempo hacer aquello despertaba un curioso y placentero nerviosismo en su conchita. Poco a poco se iba acostumbrando a las diferentes texturas del falo incluso a la pegajosa humedad que comenzaba a brotar de su capullo. Don Ramiro la conminó a sacar su lengua y a recorrer con ella cada centímetro de su superficie. La enseñó a combinar la acción de su lengua juguetona con la de sus manos. Más que eso descubrió que no debía desatender los testículos. Aunque evidentemente Don Ramiro empleó otra expresión mucho más vulgar. Para aumentar su desánimo parecía que conforme sus movimientos se iban haciendo más y más fluidos y armoniosos más disfrutaba ella de sus progresos. Era como si deseara ser puta, como si todo lo que a ella la importaba fuese complacer a aquel hombre que la había sojuzgado con un contrato. No, eso no podía ser no podía disfrutar de aquello. Se había visto obligada, lo había hecho por salir de aquella situación por ayudar a su madre

  • Muy bien cariño vas a ser muy buena en esto… Tienes talento natural. Ahora vamos a hacer algo nuevo. Vas a abrir tu boquita y vas a introducirte la puntita como si quisieras chuparla. Pero sin usar los dientes. ¿Eh? Nada de dientes. Igual que un chupa-chup de ahí le viene el nombre… Vas a hacerme una mamada… Vamos Putita.

De nuevo Helena actuó sin pensar. Llevada por su instinto siguió al pie de la letra las instrucciones de su jefe. Su lengua recorrió toda aquella verga desde las pelotas hasta el mismísimo capullo con total dedicación. Después al llegar a su objetivo comenzó a darle pequeños y cortos besitos al capullo. Con cada besito sus labios se iban abriendo más y más para abarcarlo más completamente. Pronto sus labios abarcan todo el perímetro de su polla y el sensible capullo quedó encerrado en la boca de Helena a merced de su inquieta lengüecita. Comenzó Helena entonces a saborear plenamente los salados jugos masculinos, desagradándole al principio pero acostumbrándose poco a poco a su textura, olor y sabor. ¿Sería que cada vez era más puta o era el reflejo natural de una hembra al estar con un macho?

Don Ramiro apoyó una de sus manos en la nuca de la joven para guiar mejor sus movimientos. Helena seguía dócilmente las indicaciones de su jefe bajando y subiendo por aquel duro mástil engullendo en cada bajada un poco más de la sabrosa carne. Conforme abarcaba un poco más de carne Helena comenzó a incluir entre sus movimientos la succión para mayor gozo de su dueño. Aquella puta primeriza estaba chupando y saboreando con creciente y verdadero deleite su primera polla. Don Ramiro estaba en la gloria

Una lucecita de color ámbar iluminó el interfono del despacho. Irene le comunicaba la llegada de una nueva visita. Sin decir palabra Don Ramiro autorizó su entrada accionando un botón. Sin hacer ruido una hermosa dama traspasó el umbral y se acercó con cierta inquietud a la mesa. Desde la puerta no pudo apreciar nada extraño pero conforme se acercaba a la mesa era evidente de que alguien más se encontraba con Don Ramiro. La mujer vaciló al percatarse de la otra presencia pero con un gesto Don Ramiro la conminó a acercarse. Cuando alcanzó la mesa, el horror, la vergüenza y la sorpresa se dibujaron en su rostro

  • ¡Sandrita! ¡Qué alegría! Perdona que no me levante