El acuerdo (11: El asalto)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

El acuerdo 11 (El asalto)

¿Qué es lo peor que le podría pasar a Sandra?

  • Firme aquí señorita y verá como muy pronto todo se arreglará.
  • ¿Está usted seguro Don Ramiro? Yo

La joven no pudo reprimir su llanto. La tensión de los últimos meses la tenía al borde de la desesperación y necesitaba desahogarse. Don Ramiro con paternal gesto se acercó a la muchacha y la consoló abrazándola tiernamente. Dejó que la jovencita llorase sobre su hombro al tiempo que la calmaba y animaba dulcemente. Cuando esta comenzó a recomponerse y dominar sus emociones volvió a su sillón.

  • No se preocupe señorita Aguirre. Todo saldrá bien. Contrataremos a los mejores abogados y muy pronto podremos sacar a su madre de la cárcel y recuperar su dinero.
  • El dinero… no importa. Yo lo que quiero es… que saquen a mamá es inocente. Don Ramiro, usted lo sabe.
  • Sí, hija, ya lo sé. Por desgracia es más difícil convencer al tribunal que convencerme a mí. Pero no se preocupe más has actuado valientemente y has hecho lo correcto. Muy pronto nuestros abogados convencerán a los magistrados de la inocencia de tu mamá. De momento no te preocupes de nada, vete a casa y descansa. Mañana ponte guapa como si no pasara nada al medio día tendrás noticias mías y seguro que serán buenas noticias.
  • Gra… gracias Don Ramiro. Yo le estoy muy agradecida.
  • No las merece. Cuando salgas Irene mi secretaria te dará algunas instrucciones pero sobre todo ten confianza. La inocencia de tu madre pronto quedará demostrada. Yo también la aprecio mucho ¿sabes?

Helena Aguirre salió del despacho arropada por sentimientos contradictorios. La angustiosa situación en la que se encontraba parecía tener una salida esperanzadora. La amabilidad con la que la trataba el jefe de su madre y la seguridad que le transmitía al hablarle sobre la resolución de su proceso judicial, llenaban su corazón con la cálida ilusión de la esperanza. Si Don Ramiro tenía razón su madre sería exonerada de todas las falsas acusaciones y recuperarían lo que por derecho les pertenecía. Aunque lo de menos era el dinero. Lo que verdaderamente deseaba con todas sus fuerzas era volver a estar con su madre.

Mientras regresaba a casa, comenzó a repasar otra vez los sucesos que la habían llevado a aquella situación desesperada. ¿Cuánto tiempo hacía? Haría cosa de más o menos un mes… Sí todo comenzó el día en que estuvo de compras con su madre

  • ¿Sandra?
  • Sí es aquí pero ha salido.
  • Verá es que había quedado con ella pero me he acercado un poco antes por si pudiese atenderme. ¿Me hace el favor de abrirme?
  • Tendrá que esperar un poco, no creo que tarde.
  • No me importa esperar, si me hace el favor la esperaré dentro.
  • Está bien, no creo que le importe.

Unos minutos más tarde el desconocido se acomodaba en medio de la sala mostrando una actitud nada tranquilizadora. Helena se preguntaba qué asuntos tendría que tratar con su madre, una cotizada modelo, con aquel energúmeno que se pavoneaba en su casa como si fuese el dueño. Era un hombre de mediana estatura y bastante fuerte. Debería rondar la treintena y por la indumentaria que llevaba su sueldo no debería ser muy elevado. Lo más llamativo era su actitud prepotente y orgullosa. En su modo de hablar se traslucía un cierto desprecio hacia su madre. Como si ésta le debiera dinero o algún tipo de favor. Helena comenzaba a preguntarse si el haberle permitido la entrada sin el consentimiento de su madre no le acarrearía algún tipo de problemas. Muy pronto lo lamentó de veras

  • Vaya, vaya. No se está nada mal en esta choza ¿eh ricura?
  • No… la verdad es que es muy acogedora y es muy céntrica todo te pilla muy cerca.
  • Sí sobre todo "acogedora" es se debe coger muy bien aquí.
  • ¿Cómo dice?
  • Que se está muy bien aquí, se pueden hacer muchas cosas divertidas… Oye, ya que estamos aquí los dos… podíamos aprovechar bien el tiempo, ya sabes
  • No sé a qué se refiere… mi madre llegará pronto.
  • ¿Sandra es tu madre? ¿Y tú estás aprendiendo el oficio no?
  • No he venido de visita estoy estudiando.
  • Pues yo te podría enseñar un montón de cosas interesantes, muñeca.

La actitud de aquel desconocido no solo la desconcertaba, era cada vez más amenazadora. Helena no comprendía el doble sentido que tenía su interlocutor, pero su lenguaje corporal y la lascivia con que la miraba no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. Cuando inesperadamente, se levantó y se abalanzó sobre ella; éstas, se hicieron evidentes. El desconocido le tapó la boca ahogando el desesperado grito de la joven. Rápidamente sin darle tiempo a reaccionar le destrozó la blusa y le rompió el sostén liberando sus tiernos y núbiles pechitos. Aprovechó los jirones para inmovilizarla y dejarla indefensa. Helena se debatía inútilmente tratando de apartar a su agresor que empezó a manosear y sobar los suaves y sabrosos pechitos de la muchacha preso de una febril determinación. La delicada piel de la jovencita se le ofrecía ahora totalmente expuesta, sólo tenía que alargar su mano y tomarla. ¡Qué tersa! No recordaba unos pechos tan firmes y tan redonditos, quizá por poner alguna pega un poco pequeños

Sin dudarlo un momento comenzó a besar y acariciar los deliciosos manjares que tan a mano tenía. Pronto comenzó a jugar con los indefensos pezones que no tardaron en erizarse y elevarse duros y firmes sobre sus sonrosadas aureolas. El desconocido sonrió satisfecho ante la involuntaria respuesta fisiológica de Helena. Erróneamente la atribuyó a la libido de la joven. "Sí esta es tan puta como su madre. Seguro que ya está empapada." En respuesta a sus pensamientos deslizó su mano hacia su vientre buscando el botón de su pantalón. Helena chilló desesperada al tiempo que se revolvía con furia al adivinar sus intenciones. Un sonoro bofetón le cruzó de nuevo el rostro, un hilo de sangre daba prueba de la contundencia de su agresor.

  • Escúchame bien, puta. No me engañas con tus mojigaterías. Si no te callas ahora mismo te reviento a hostias. Vamos a pasar un buen ratito juntos. De ti depende que te sea agradable y placentero o no. A una zorra calientapollas como tú no le costará calentarse y atender a un hombre como es debido. ¿Entendiste? ¡Cállate!

Pánico, era lo que se dibujaba en el rostro de la joven. El terror se apoderó de ella impidiéndole responder nada coherente. Al mismo tiempo la vergüenza de verse expuesta ante aquel desconocido la retraía y coartaba. No sabía qué hacer a dónde mirar sólo deseaba escapar de aquella pesadilla abrir los ojos y descubrir que era un mal sueño. Pero ya tenía los ojos abiertos y la picazón y el dolor que sentía, muy reales.

El agresor, por el contrario, estaba encantado. No iba a acostarse con una puta, en su lugar iba a disfrutar de un tierno bomboncito; y lo mejor de todo, gratis. "Si no sabía a qué se dedicaba su madre peor para ella… Dos fuertes bofetadas tranquilizarían a la muy guarra… Seguro que era tan puta como su madre… Si no ¿por qué estaba en su picadero?"

Se abalanzó de nuevo sobre su presa, esta vez se dirigió resueltamente hacia los pantalones de la joven y los desabrochó. Pareció cambiar de idea y caprichosamente comenzó a jugar otra vez con sus temblones pechitos. Sin embargo, en esta ocasión no fue tan "considerado" como antes. Ahora no los besaba y acariciaba como antes, ahora también los mordía, apretaba y estrujaba. "¡Mira qué flanes más sabrosos tiene esta furcia! ¿Y estos botoncitos?" Helena trataba de ahogar sus gritos de dolor, cerraba sus ojos y apretaba los dientes tratando de darle así escape a su desesperación. Pero su agresor comenzó a retorcer y pellizcar sus pezones con saña y no tuvo más remedio de gritar.

  • ¿Te duele preciosa? ¿Eh? ¡Contesta!
  • ¡AAAYYYY! Sí mucho.
  • Esto es para que aprendas y sepas lo que te espera si no colaboras. ¿Entendiste zorra?
  • Sí… sí señor.
  • Hasta las putas más tontas aprenden cuando se las trata como es debido. Veamos ahora qué clase de puta eres tú.

Con rudos y secos tirones el desaprensivo logró quitarle los ajustados vaqueros. Pudo entonces apreciar las firmes y bien torneadas piernas de su víctima. Sólo las delicadas y blanquitas braguitas de algodón de su presa ocultaban el seguramente jugoso tesorito de su entrepierna. Pronto lo descubriría

Entre tanto, la luz del raciocinio parecía filtrarse por entre las densas tinieblas que el pánico desplegaba en la aterrorizada mente de Helena y un fugaz y lúcido pensamiento la instó a seguir luchando contra su agresor. Sin pensárselo dos veces comenzó a revolverse y a patalear con todas sus fuerzas. Lo inesperado del ataque y la vehemencia de las patadas sorprendieron a aquel desaprensivo. Por pura casualidad logró acertarle en las partes más sensibles de la entrepierna del hombre que no pudo sino encogerse de dolor. Tan inesperado éxito, asombró a la propia Helena que llevada por los hábitos adquiridos por su buena educación desde la infancia; se disculpó con un cándido perdón. Supo reaccionar a tiempo y antes de que su agresor se recuperase del golpe comenzó a deshacerse de los jirones que la maniataban. Los apresurados nudos no eran muy firmes y poco a poco Helena comenzó a liberarse. No obstante su agresor poco a poco iba recuperando la compostura por lo que debía darse prisa si quería escapar de aquel monstruo. Los nervios comenzaron a jugarle una mala pasada y los progresos por liberarse parecían haberse detenido. Helena decidió escapar y salir a la calle así como estaba antes de que se recuperase del todo. Prefería sufrir la vergüenza de que la viesen medio desnuda antes de permanecer con aquel desalmado que tal vez la asesinara después de violarla. Sin embargo apenas se incorporó cuando las fuertes manos de su agresor la sujetaron por los tobillos. Esto y la inercia de la incipiente huida la lanzaron contra el suelo. Apenas tuvo tiempo de medio poner sus aprisionadas manos para protegerse del golpe. Su agresor no perdió el tiempo.

  • Con que queremos jugar ¿Eh? Yo te enseñaré lo que es bueno

El congestionado rostro de Helena, le ardía por lo fuertes bofetones que recibía. Una lluvia de golpes se descargaba incesante. No solo la golpeaba el rostro, sus pechos y vientre también recibían su despiadada ración. En sus hermosos ojos bañados en lágrimas, se reflejaban el terror, el dolor y la desesperación… Sus gritos no solo eran ignorados sino que espoleaban la irracional furia que se había apoderado de aquel desconocido. Quien se había resuelto con sádica saña a doblegar la voluntad de la joven. La haría pagar muy caro su rebelde determinación. Ya lo creo que lo pagaría

  • Cállate maldita zorra calientapollas… Cállate ya.
  • AAYYY sí por favor no me pegue más… AAYY… No me pegue por favor.
  • Yo te enseñaré a

El desconocido no pudo terminar su frase. En sus fríos y crueles ojos se reflejó por un instante la incredulidad de la sorpresa, el repentino y atávico temor a la muerte. Luego, una mirada fría pero sin vida daba cuenta del súbito e inexorable destino que le había alcanzado. Su cuerpo inerme cayó sobre Helena que apenas reaccionó conmocionada.

  • Helena… Helena ¿Cómo estás? Ya pasó todo… Ya pasó todo.

Sandra había llegado inesperadamente. Se sobresaltó al oír el tremendo jaleo que se escuchaba tras la puerta de su apartamento y más al reconocer los desesperados gritos de su hijita. Instintivamente asió el primer objeto punzante que encontró, unas tijeras, y sin pensarlo un momento se las clavó con todas sus fuerzas al sinvergüenza que asaltaba a su hija. Madre e hija se abrazaron largo tiempo presas de los histéricos nervios que las atenazaban

Pero lo peor aún no había pasado, tendrían que venir cosas peores