El acertijo de las reinas 1

Capitulo 1: Mudanzas (parte 1 de dos)

Dieciocho años atrás

“S iento que ha pasado tanto tiempo desde la última vez que prepare maletas, no recuerdo ni el porqué, ni a donde me dirigía… hoy lo hago a mi nuevo hogar, mi padre dice que es por mi bien, aunque lo he notado un tanto extraño, quizás triste, debe ser por el hecho de que no viviremos más juntos, en fin, tú sabes como es él.

Mi amor, te escribo esta carta para decirte que te extraño de sobre manera, le he pedido a mi padre que te entregue el diario, así como mi nueva dirección. Cariño, siempre te estaré esperando, te amo.

Ate: Tu querida señorita Rey”

Ella termino de empacar y de esta manera guardó la carta en el pequeño libro, no sin antes besarla y bañarla en su perfume favorito, él, tomó este, y con lágrimas amenazantes de fluir, ayudó a su hija para subir el equipaje en el coche.

La joven miraba por la ventana con una sonrisa, siempre fue muy risueña, sin embargo, el brillo de sus ojos se había esfumado… su sonrisa estaba vacía, no se daba cuenta, pero poco a poco perdía la memoria y adquiriendo una enfermedad en el corazón, que si era tratada oportunamente, le podría prolongar la vida, pero no su mente… ella jamás volvería a ser igual.

“Darío Rey” el nombre de su padre, ese nombre que la condeno un año atrás, sería el mismo que quizás podría ayudarle a salir de esto. Él poseía un hospital general, con una clínica especializada en psiquiatría, “El lirio blanco”

¿Quién diría que algún día necesitaría asistencia de su padre como psiquiatra?

Llegaron a la entrada directa de la clínica, el más grande orgullo de Darío Rey, “mi única buena creación” las mismas palabras que aquella noche le gritó a su hija, hoy las recordaba con dolor, rabia… con arrepentimiento…

Ella se dedicó a mirar los jardines, aún que era una clínica, era poseedora de unos jardines bellísimos, árboles, matorrales, un pequeño lago, rosales, orquídeas y lirios… una fuente de piedra coronaba el centro del camino, lo que al verla, hizo que sus ojos se abrieran como platos, se encontró anonadada y entró en un estado de ausencia total… existía, pero no estaba.

Cinco años antes.

“Debó apurarme si quiero llegar a casa y realizar la cena para antes de las siete” pensaba ella mientras corría a la entrada de la clínica y así poder salir hacia su destino.

Era tanta tu adrenalina y velocidad, que no le dio tiempo de reaccionar y terminó chocando con un cuerpo ligeramente mas bajo que el de ella… de pie se encontraba una mujer, una señora para ser mas específicos, que tenía una cara que hacia notar la gracia que le causaba aquella escena, cuando la señorita Rey reaccionó, le ayudo a levantarse a su victima, y fue cuando se percató de una mirada tan profunda como el mar… se sonrojo un poco y se notó nerviosa sin razón alguna.

“De haberme dicho que conocer al nuevo socio de papá, me daría a conocer a este ángel, me habría arreglado con mas entusiasmo” pensaba al detallar aquel rostro tan limpio, esta demás mencionar que se encontraba plenamente embobada con aquella figura… “hasta su sombra es linda…”

-       Disculpa, pero mi madre y yo debemos retirarnos. –dijo con una leve sonrisa.

-       ¡Oh! Claro yo… ah… lo, lo siento, yo, también ya me retiraba ah… -entre titubeos y sonrojos, estrechó torpemente la mano de aquella mujer- soy la señorita Rey – miró en dirección a esos ojos que le tenían en las nubes.

-       Mucho gusto, soy Miriam de Castilla.

-       ¿De Castilla? Así que, ¿usted es la esposa de Armando Castilla? El nuevo socio de mi padre…

-       En efecto jovencita, pero es cierto, debemos retirarnos.

Al emprender su camino, la señorita Rey se quedo ahí, viéndoles retirarse, siguiéndole el paso con la mirada, a esa figura que le parecía tan… interesante… les vio hasta desaparecer en las puertas de entrada de la clínica, se sentó un momento en el borde de la fuente y una leve sonrisa se le dibujo mientras jugaba con el agua. “Jamás olvidare esta fuente, gracias a esos ojos, gracias a ese accidente…”

Cinco años después.

-       ¿Por qué me traes aquí? – preguntó sin inmutarse.

-       Hija es lo mejor, aquí podrán atenderte y podré tenerte cerca…

-       ¡No! ¡No quiero que me encierres en este lugar! ¡No puedes hacerme esto!- le gritaba a su padre a todo pulmón, su compostura se perdió apenas comenzó a esbozar aquellas palabras.

Sus movimientos eran cada vez mas bruscos, se sentía desesperada, de un momento a otro recordaba algunos momentos de cinco años atrás, otros mas cercanos, y su estado actual… comenzó a hacerse preguntas que terminó gritando “¿Por qué? ¿Por qué fuiste tan negligente conmigo? ¿Por qué todo había terminó así?” Las cuestiones eran cada vez mas, pero no encontraba ninguna razón a ellas… cada segundo poseía menos respuestas a todo.

Darío intentaba calmarla sin éxito alguno, ella llorada con tal sentimiento, que parecía írsele la vida en ello, y él presenciaba una vez más, la razón por la cual estaba convencido de internar a su hija.

Ella empezó a gritar con miedo, él bajó del auto y se dirigió corriendo para traer a dos enfermeros que le ayudaran a trasladarla. Entre tanto, la joven Rey trataba de quebrar el vidrio de la ventana, lo golpeaba con tanta fuerza, que logró estrellarlo, sin embargo desistió al sentir un dolor incontenible en la muñeca derecha.

Los enfermeros intentaban sacarla, al verlos ella se tiró entre los asientos quedando en posición fetal, llorando… lastimada… consiente…

-       Déjenme… - dijo entre sollozos- ¡Déjenme! – Ordenó al sentir los brazos que deseaban sacarla- ¡Déjenme ahora mismo! – imploraba en llanto.

-       Señorita no se resista, ¡por favor!- pedía uno de ellos, mientras que en forcejeos la cargaban.

-       ¡Papá! ¡Papá no dejes que me lleven! ¡No los dejes! ¡Ayúdame!

Él sentía el corazón destrozado, ya era suficiente con sentirse culpable, ahora la tenía ahí, rogando, llena de miedo… le veía patalear por su libertad, un choque de sentimientos lo invadió repentinamente, rabia, dolor, impotencia, y esperanza…

-       Perdóname hija…-dijo en un susurro, que acariciaba el viento.

Cerró sus ojos, y mordió su puño tratando de aguantar el llanto.

La sedaron una vez adentro, atendieron su muñeca y le colocaron un férula,  por la mañana le harían los exámenes correspondientes, y de esta manera se le asignaría, una habitación, así como un doctor quien siguiera su caso, puesto que Darío no deseaba hacerlo… “no podría ser profesional, se trata de mi hija…” argumentaba él.

le tomaba de la mano y le regalo un beso en los labios, esos labios que podría pasar besando todo el tiempo. Me sonríe ampliamente, yo me pierdo en su mirada, es tan bello pasar el atardecer a su lado… ¡Me quemo! ¡Amor! ¿Amor donde estas? No respiro... hay demasiado humo, me duele todo ¡¿Dónde estas?!

Despierta llena de pánico, respira con dificultad y de nuevo el llanto, buscó su cuerpo instintivamente, pero después se dio cuenta del lugar en el cual se encontraba, otra vez el mismo sueño, otra vez esa sensación de vacío…

Eran esos momentos, en los que sentía la crueldad en toda la extensión de la palabra… cuando la lucidez volvía a ella. Un dolor único y profundo la invadía… “Mi amor…” repetía en sollozos, en posición fetal, le calaba hasta los huesos todo lo sucedido, lloró hasta olvidar su propio nombre, y de nuevo ese sentimiento de enajenación, ese sentir, de ser parte de nada.

Cuando por fin se calmó, inspección el lugar en que estaba, cada detalle, camilla, color, forma, persona, ruido, olor… de pronto, el dolor de su muñeca se hizo presente, obligándola a quejarse de tal, sin embargo no se movía en lo absoluto, se encontraba notablemente cansada, deseaba dormir y no soñar, o simplemente dormir para no despertar jamás….

Estaba sentada en la camilla, dentro de la sala de urgencias, con la cara entre las piernas, respiraba serena y su mente en blanco… de nuevo en shock. La sonrisa falsa aparecía en esos labios rosados y delgados, su mirada se hacia vacía y al levantarla, parecía perdida en el horizonte frente a ella, una sombra se posicionó en su rostro, y comenzó a cantar casi en susurros…

Por amor al arte, dejaron de escribirse historias,

para contarte, se secaron los mares de sueños,

para despertarte, por amor al arte...”

Diez años más tarde.

Alicia, era una pequeña de nueve años en el orfanato de Santa Cristina,  que no podía conciliar el sueño, se encontraba ansiosa, ya que al amanecer sería su onceavo aniversario, ya quería comer pastel, quebrar un piñata, abrir obsequios, jugar con sus compañeros, en fin, toda la emoción que podía tener una niña de su edad, apunto de cumplir un año más, y con la hiperactividad que cargaba.

-       Mañana es el día, en que las niñas nos hacemos más lindas Leonarda – Abrazaba a su leona de peluche, mientras le susurraba en el oído- tal como no dice la madre superiora Esther- hizo una pausa y suspiró levemente- quizás así nos adopten…

La pequeña solo tenía dos fervientes sueños, Ser adoptada y ser enfermera, tal como la madre Esther.

Cada vez, desde los últimos tres años, ella le prometía, a la mujer que siempre sería su madre, que quien le adoptara, tendría tanto cariño, como jamás le pudo dar a ella, sin embargo, nadie le podría arrancar de su corazón nunca.

La madre superiora, tenía deseos de adoptar a la pequeña, ya que, además de que le vio nacer, los niños mayores a diez años, difícilmente eran adoptados, y al cumplir los quince, estos eran trasladados a una organización gubernamental, donde les daban preparación técnica, techo y dinero, pero escasamente conocían lo que era una familia, quienes lo hacia, eran los sobrevivientes, de mas de veinticuatro años, ya que los demás no llegaban a esta edad, por drogas, asesinatos, encarcelamiento, suicidios, etc. Pero naturalmente, esto no podía ser el futuro de Alicia…

La mañana tan esperada llegó, la niña se levantó apenas abrió los ojos, acomodo su cama, colocó a Leonarda en las almohadas como siempre, cepilló sus dientes tratando de no hacer mucho ruido y no despertar a los demás niños, se bañó y vistió con el uniforme gris que plancho la noche anterior, sus zapatos negros azabache boleados, con calcetas largas y blancas, y un broche de color rojo que le regaló el padre Sebastián el año pasado.

En la cocina le esperaban el padre y Laura la cocinera, con un desayuno exquisito; Laura le extendió un paquete con un volumen considerable, Alicia lo abrió con ansias, se trataba de un hermoso suéter de color rojo carmín, la niña no paraba de abrazar y agradecerle el presente a aquella mujer.

-       Bien, pues yo te tengo un regalo que sé, te fascinará – Dijo el padre levantándose de si asiento y dirigiéndose al lugar de la niña – No es por hacer menos el presente de Laura ¿de acuerdo? – menciono con una pequeña sonrisa.

-       ¡Ah no! – Objetó la mujer – ya lo dijo, ¡no trate de arreglarlo! – bromeo, al tiempo que los presentes rieron.

Él sacó un sobre de sus hábitos, y le sonrió ampliamente a la pequeña, ella boquiabierta, abrió los ojos como nunca lo había hecho, y en sus labios se asomo una luna en cuarto menguante, a la par que sus pupilas se dilataban de emoción.

-       Este sobre, contiene tus documentos originales, esto lo vas a guardar tú, Alicia, desde ayer por la tarde, eres una niña, oficialmente adoptada.

Estaba que no cabía de la emoción, se lanzó a los brazos del padre, no sin antes tomar aquel sobre azul, no paraba de darle las gracias, indudablemente, ¡era el mejor regalo que cualquiera le pudo haber dado!

Se separó abruptamente de él y pregunto por la madre Esther, deseaba darle la noticia, festejar con ella, decirle lo feliz que estaba, pero no obtuvo respuesta.

-       Mejor apúrese niña, que escuche que ellos llegarán a las doce del medio día – le dijo la cocinera.

Con una sensación de ligera tristeza, terminó de comer, para después hacer sus maletas, al terminar sentía que era el viaje de su vida, y simplemente ¡Lo era! Guardó todo, hasta la ultima foto, hasta el ultimo recuerdo, todo, absolutamente todo era esencial para ella.

Estaba lista, y solo faltaba una hora y media para las doce del medio día, por lo cual, se dedicó a despedirse de todos, tratando de encontrar a la madre superiora, pero no halló ni un rastro de ella…

A las doce en punto se encontraba estacionado un coche negro azabache, brillante como recién pulido, del cual bajaron una pareja, y una joven alrededor de cinco años más grande que Alicia… era su nueva familia.

La pequeña miraba por la ventana del automóvil en movimiento, como se veían pasar los árboles, en aquel camino de tierra, y observó al frente, por el retrovisor, como la mirada de sus ahora padres, demostraba complicidad, cierto dejo de felicidad, y después a su nueva hermana, una joven atractiva, aunque algo arrogante, podía notar en su mirada que no era mas que una adolescente que le faltaba compañía.

“Quizás esa sea la verdadera razón por la cual me han adoptado …” fue lo que le cruzó tanto la mente como el corazón, por alguna extraña razón, no se encontraba convencida de su nuevo hogar, además del sentimiento de nostalgia que le invadía, por no haberse podido despedir de la madre superiora…

Llegaron a una casona, en las afueras del pueblo, a principios del bosque que llegaba a la carretera, no era una casa de ricachones, si no, algo sustentable, sin llegar a la riqueza, aunque muy bonita la verdad. Era una fachada de madera lacada, pintada de café, con detalles en ladrillos color crema, y otros tantos en metal verde brillante.

En aquel momento nevaba un poco, por lo cual, el bosque que rodeaba aquel nuevo hogar, se veía de una manera mágica, casi de cuento.

En ese momento, un sentimiento reconfortante le invadió hasta colársele por los huesos. Corrió al lado de Sofía, su nueva hermana, quien llevaba sus maletas a dentro de la casona.

-       Alicia – dijo la mujer.

-       ¿Sí señora Cuellar?

-       Oh por favor, llámame Lizbeth, o si pudieras… mamá…

Le dijo al tiempo que se inclinaba para poder quedar a su altura. Lizbeth Cuellar, una mujer alta, delgada, de cabello castaño claro pero sin llegar al rubio, una cara estilizada casi en punta, ojos grandes y una mirada penetrante que podría petrificar a cualquiera, era la flamante esposa del abogado penalista Cristopher Cuellar, el único de su rama en el pueblo, lo cual lo hacia el hombre mas conocido del mismo.

-       Gracias, Lizbeth… - la pequeña lanzó una sonrisa tímida ante tal suceso.

Entraron en la casona, y lo primero que hicieron fue mostrarle su nueva habitación a la pequeña, quien notó lo vacía que se encontraba la alcoba, no tenía cortinas, pero si persianas, no poseía cobertores, pero si unas sabanas y un par de almohadas. “se ve cómodo, seguro las nuevas almohadas le gustarán a Leonarda”

-       ¿Qué es eso? –preguntó Sofía

-       ¿Qué es qué? – ingenua dudo Alicia.

-       Niñas mejor dejen la plática para después y coman por favor.

-       Es que quiero saber que es eso que trae en el cuello papá.

-       Oh… es una cadena que me dio mi mamá antes de morir.

-       Pues ya no se encuentra aquí ¿verdad? Quítatela.

-       Sofía…

Su padre le replicó el comportamiento, aunque algo palidecido, ya había visto esa cadena, pero prefirió no comentar nada, y que si en algún momento Alicia se desprendía de aquel collar, sería a decisión propia, dado que se trataba del último regalo de su madre.

Por su parte, Alicia tenía un tanto de miedo, un miedo recién desarrollado hacia una persona, que no conocía en lo más mínimo, pero que le recordaba tanto, a Carmen…

Dos años atrás

-       ¡Eres fea como una lagartija! ¡Y tu mami no murió, te abandonó en este cuchitril!

Alicia estaba arrinconada y rodeada por otras tres niñas, Greta, Luciana y Carmen, quien le gritaba para tenerla aún mas asustada.

Carmen era una niña, un año mayor que Alicia, pero jamás fue destacada académicamente, educada y mucho menos “la preferida” de las madres, por lo cual trataba en la medida de lo posible de hacerle la vida de cuadritos a Alicia.

Un año después, ella fue adoptada, pero en vez de alegría, la pequeña Alicia, quedo con una depresión constante….

Dos años después.

“¿te extraño sabes?” miró fijo la comida, pero no tenía hambre, aquel recuerdo le perturbo, y removió cosas que creyó nunca existieron… “¿Qué habrá sido de ti?”