El accidente

Aunque esa persona te vuelva loca todo se puede esfumar

Lágrimas, resbalan por mi cara para suicidarse a través de la barbilla. Algunas las atrapa esa mano que provoca que me estremezca, otras no. Busco a mí alrededor, solo ella y yo, ocultas tras las montañas que nos proporcionan esa fortaleza que escasea.

-¡Mientes!- Escapa de mis labios.- No es verdad lo que dices.

Otra vez la mano recoge las lágrimas, pero yo retiro la cara, no quiero que me toque, ha recorrido muchas veces mi cuerpo y ya no será acariciado, no lo soporto.

Me levanto.

-¿Dónde vas?

Me voy.

-¿¡Dónde vas!?

No huyo, solo me muevo momentáneamente para ser libre, para no derrumbarme. Aunque lo pienso muy convencida mi corazón no se lo cree, a él no es fácil engañarle, igual que no le pude engañar hace mucho.

Los primeros rayos de sol despuntan por los grandes edificios de la ciudad, en el momento que cojo el autobús de todos los días. Las mismas caras de sueño me saludan por costumbre, por solidaridad rutinaria. Me faltan caras que ya han echado a volar y encuentro nuevas, pero todas ellas con sueño e incluso legañas. Mis ojos somnolientos se posan en una cara nueva que resalta por encima de todas las demás a pesar de las ojeras y los cabellos desordenados. Sonrío. Me devuelve la sonrisa, pero una sonrisa tímida que apenas se ve. Casi no me fijo en ella, pues clavó la vista tanto en el suelo del bus que podría ver como pasa el asfalto muy deprisa y también como se para de repente lanzándonos por encima de los asientos hasta la parte delantera.

-Si quieres te acompaño al trabajo.

-No hace falta Cris.

Sentadas en una cafetería cualquiera, charlamos con el café matutino. Una mano encima de la mesa de da fuerzas para enfrentarme a un posible ascenso en la empresa, o un despido. La otra, por debajo, me hace débil, muy débil.

Llevo todo preparado: organigramas, presentaciones, bases de datos y el sabor de sus labios en los míos. Me desenvuelvo muy bien, domino a la perfección la presentación y durante la reunión no titubeo ni un instante, me siento flotar por encima de sus cuerpos mortales. Manejo los hilos de sus ideas a mi antojo y al acabar una pequeña ovación me asegura el éxito, no hay duda, habrá ascenso.

-Hola Ana.

-Hola cariño, ¿dónde estás?

-Estoy en el centro de compras, ¿y tú? ¿Qué tal la reunión?

-Sigo en la oficina –miento,- aún nos queda un par de horas más –vuelvo a mentir.

-Entonces me quedaré un rato más de compras.

Dispongo todo para la noche que tengo pensada, velas champan, fresas con nata; la noche perfecta. Preparo todo y la vuelvo a llamar.

-¡Hola! ¿Has salido ya de la reunión?

-Si, ya he vuelto a casa.

-¿Como ha ido? ¡Cuéntame!

-Ven a casa y te cuento.

-Iba ya de camino, tardo diez minutos.

-Bien.

Impaciente espero, me entretengo contando telarañas, pensando en lo feliz que soy y no pensando cuando acabará, odio pensar en el final. El timbre de abajo me saca de mi ensoñación, abro y doy luz a la habitación. Preparo las fresas y el champán, y abro a los delicados nudillos que golpean la puerta. Le tiendo a ella un pañuelo de seda negro que le digo que se ponga en los ojos y cuando ya no puede ver nada la paso dentro de la casa. La conduzco al centro de la habitación donde recibe todas las sorpresas que había preparado, champán, fresas con natas, velas y por fin lo más anhelado, la hago mía, me hago suya, nos fundimos en un infinito placer que nos transporta a un mundo sin fin de sensaciones y termina acabando, devolviéndonos a la fría habitación.

-Me han dado el ascenso cariño.

-Te quiero.

Sigo lejos de ella y ya se ha hecho de noche aunque hace rato que se hizo de noche en mi corazón. Busco en las montañas, en los valles, entre las nubes la solución pero no la hallo. Por mucho que busque mi corazón no se recompone, solo se hace más trizas, añicos.

Alguien se mueve a mi espalda y se acerca. Se que es ella pero no quiero verla

-¿Quieres que me vaya?- Me pregunta. Si hubiera una respuesta fácil a esa pregunta no estaría en la situación en la que estoy.

-No puedes irte, solo tenemos un coche

-Puedo bajar a pie.

-Es una buena caminata y no está muy bien indicado.- Me giro con lo s ojos llorosos para hablarle a la cara.- No te preocupes, déjame un poco de tiempo para pensar y nos marcharemos.

Sigue quieta, de pie, mirándome con el perdón pintado en su cara. Entonces soy yo la que se mueve, me alejo un poco más, no quiero que me vea hundida, apenas puedo soportar su mirada. ¿Cuándo fue la primera vez que la besé? ¡Ah si! A galope entre una amistad y algo más.

-Será mejor que me vaya, no queda mucho tiempo para que amanezca y tú deberías descansar.

Como tantas otras noches, me había quedado en su casa, viendo una película e intentando que lo que había surgido como una amistad de mutuo apoyo, pasase a ser algo más. Como tantas otras noches no me había atrevido.

-Si quieres puedes dormir aquí, mañana te duchas y te pones algo mío, tenemos casi la misma talla.

-No, prefiero irme a casa y ponerme algo adecuado, me da la sensación de que va a ser un día importante en el trabajo.

-Como quieras.- Baja la mirada, conteniendo algo que no consigo descifrar. Mi corazón da un vuelco y oigo a mi voz decir:

-Cris… -pero mi raciocinio se impone, dejándome los ojos húmedos y el alma quebrada.

Ella mira mi boca que se ha quedado abierta y entiende, hay un cambio, algo en su interior se agita. Con un dedo tapa mi boca, ya no hace falta decir más, y con la otra mano agarra la hebilla de mi pantalón, deshaciéndose del cinturón con una destreza desconocida para mí. Atónita, me quedo sin palabras, no se que decir, no puedo decir nada, sus labios tapan mi boca.

Hasta la luna me mira con rabia y yo no le puedo devolver la mirada de lo avergonzada que estoy. Sus ojos me dicen que yo me lo he buscado y es que en cierta medida así ha sido. Debería poner orden en mi cabeza, pero no hay tiempo, algo tiene que surgir de mí y alguien espera que sea algo bueno. Y llega el momento. Introduzco las llaves en la cerradura que hasta ella me lo pone fácil, demasiado fácil. Las luces están apagadas, solo un resplandor se expande por las paredes de una tele demasiado baja para escucharla. El salón tiene un aspecto fantasmagórico con las cortinas iluminadas por el azul de la caja tonta y los miles de resquicios que hacen sombra. En el sofá yace una figura inmóvil, tapada por una manta poco andrajosa, tal vez por los años, tal vez por el uso, no me acuerdo y no quiero acordarme en ese momento. Me inclino sobre la figura y le doy un delicado beso en la mejilla, se despereza levemente y me mira con los ojos hinchados de tanto llorar, se me parte el corazón porque se que es por mi culpa.

-¿Acabas de llegar del trabajo?- Asiento con la cabeza.

-Venga, vamos a la cama- le sugiero.

Pero no se mueve y empieza lo inevitable, lo que lleva latente hace más de dos meses y hace que todo se tambalee, como se tambalean las siguientes horas que acaban con un portazo. En la mesa las velas están consumidas y la cena fría. Curiosamente llega a mi mente la segunda vez que la vi, entre sueños, entre pesadillas también

-No tardará mucho en recuperar la conciencia.

-Es Ana como se llama, ¿no?

Ese es mi nombre, al menos lo recuerdo, pero ¿dónde estoy? Pierdo la noción otra vez.

Abro los ojos poco a poco pero no veo nada, la luz me ciega. Apenas distingo una silueta que se mueve a los alrededores de mi cama. Una voz me llama desde lejos y hago un esfuerzo sobrehumano para distinguirla.

-Hola, ¿estás despierta?

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?

-En el hospital.- Fijo mis ojos que por fin ven, en la chica, que me resulta familiar y me da la noticia. Atónita intento decir algo, pero no me sale la voz. Empiezo a recordad lo que hago allí y quién es esa chica. Se me suceden unas imágenes que pasan muy deprisa. El autobús, la chica nueva, el freno irremediable y lo que supuse que vendría después, el hospital.

-Me salvaste.

-¿Qué?- Le pregunto aún aturdida.

-Cuando el autobús tuvo el accidente me cogiste, impidiendo que me estrellara- <<¡vaya!>> me sorprendo, <>.

-Pero

-Tranquila descansa, ya habrá tiempo para preguntas cuando te hayas recuperado del todo.- Se inclina y me da un beso en la frente, un beso de hermanita, ¿o tal vez no?

  • Por cierto, no se tu nombre.

-Me llamo Cristina- me contesta.

El sol ha escapado. Él lo tenía fácil, nadie le apunta. Yo, sin embrago, no me he movido, tengo los músculos entumecidos y el alma ya no está conmigo, también me ha abandonado. Vuelvo a la tienda y a la hoguera que está encendiendo Cris. Cenamos algo rápido y entramos en calor gracias al fuego reconfortador, todo en el más absoluto silencio, no hay palabras que decir que no sean redundantes, ya está todo dicho.

Llega el momento de partir, estoy demasiado cansada para conducir y mis ojos se inundan por segundos. Aún así he de conducir de vuelta a casa. Como puedo me calmo y tomo el volante. A mi lado se sienta ella, con cara de tristeza y un poco de culpabilidad

-Será un viaje largo, duérmete si quieres.

-Prefiero darte conversación para mantenerte despierta- me contesta.

-Yo no quiero hablar Cristina- le digo usando su nombre completo a sabiendas,- además no podría dormirme aunque quisiera, mi cabeza ahora es un torbellino de pensamientos.

El silencio que se impone entre las dos es suficientemente pesado como para romperlo con banalidades.

-Podemos seguir quedando. Me gustaría tomarme un café contigo de vez en cuando.

-No quiero tenerte a medias- le contestó rápidamente,- si no te puedo tener para mi, es mejor no verte más, dolerá menos.

Las lágrimas fluyen hasta mis ojos y siento como la vista se me va haciendo cada vez más borrosa. Sacando fuerzas de donde ya no quedan consigo calmarme y retomar el control de mi misma. Una vez más Cris intenta mantener una conversación conmigo, pero una vez más yo le digo que no quiero hablar, pero ella insiste y entonces es cuando mi interior se remueve y explota. Los gritos se suceden unos tras otros y ella, que ya ha soportado mucho, que ha sido durante mucho tiempo la victima, decide no tragar más y se une a los gritos. Lo que llega a continuación es inevitable. Unos faros enormes salen de la nada, fugaces como son las imágenes que se suceden por las ventanillas. Pero segundos después las imágenes están cambiadas, ya no se lo que es cielo y lo que es tierra, y aún así no siento dolor, mi corazón ya ha soportado demasiado dolor y se niega a aceptar más. Curiosamente mi mente entra en paz, no le atormentan los pensamientos y todo está en calma.

De nuevo esa luz blanca que lo inunda todo, molesta y no deja abrir los ojos del todo. De nuevo esa voz que resuena a los lejos, que apenas se oye y es amortiguada con un pitido constante. Y de nuevo la pesadez en todo el cuerpo que apenas deja mover un músculo y paraliza todo.

Se que es eso lo que está sintiendo ella, yo ya lo he sentido antes, pero esta vez es por mi culpa y no puedo hacer nada. Las tornas han cambiado, ella está en la cama del hospital y yo soy la que la cuida, pero esta vez sabiendo que todo quedará cuando acabe el hospital, que ya no habrá más porque todo se ha agotado, se han agotado todas las posibilidades. Y aunque en mis ojos ella pueda leer esperanza, en los suyos solo leo decepción, y eso me quiebra el corazón.