El abuso de María
Un capo de la mafia, somete a una pareja a un juego para pagar las deudas contraídas. Es obligada a todo delante de su marido.
Me presentaré. Mi nombre es Francisco, y desde hace muchos años, he trabajado para la familia de don Paolo.
Don Paolo había muerto hacía dos meses. A partir de ese momento el dueño del imperio que dejó su padre sería Don Tomás.
La historia se desarrolla en un pueblo pueblo de Italia compuesto por 20,000 habitantes., dominado por una familia que aporta protección a los vecinos del lugar.
Si algo había tenido don Paolo, es que jamás necesitó la violencia para hacerse respetar entre sus subditos. Durante sus más de 80 años de vida, bastaba con que alguien se enfrentase a él, para que su existencia fuese imposible en el pueblo. Si era el propietario de un negocio, el rumor de que don Paolo estaba enfadado, era suficiente para que nadie entrase a comprar en su tienda, y por lo tanto, era la ruína del comerciante. Los pillajes, incendios, destrozos, quedaban para padrinos de otros lugares.
Don Tomás, era igual de serio que su padre, pero el haber nacido niño rico le hacía ser un hombre caprichoso, acostumbrado a tener todo lo que quería.
Juan y María, forman un matrimonio, de unos 35 años cada uno. Tienen un niño de 5 años. Poseen un negocio en el centro del pueblo, en el cual ambos trabajan.
María es una mujer de 1,65, rubia, ojos azules, formas redondeadas y muy bien proporcionada.
Una mañana, fuímos mandados por don Tomás, a la tienda de Juan. Les recordamos que debían la cuota de tres meses. Juan se excusó, diciendo que llevaban una mala racha, con muchos gastos. No obstante, se le prorrogó el plazo a una semana más.
A la semana siguiente, Juan sabía que aún no había reunido el dinero, así que optó por ser él quien llamase a don Tomás para decirles que necesitaba un poco de tiempo más. La respuesta fue clara. Juan, estas cosas no se hablan por teléfono. Quiero que esta tarde, os paseis por mi casa, tu mujer y tú, y lleguemos a un acuerdo para el pago de la deuda.
Juan se quedó muy aliviado por las palabras tranquilizantes de don Tomás. Sin duda alguna, había forma de solucionar esto sin problemas. Este hombre, era como su padre. Siempre dejaba una puerta abierta para poder solucionar las cuestiones de los habitantes del pueblo.
A las 8 de la tarde, el timbre sonó en casa de don Tomás. Eran María y Juan, que pretendían negociar la forma de pago.
Juan dialogó con el jefe, y le comentaba sus dificultades de las últimas semanas. Una enfermedad de su hijo, un problema en el local, la furgoneta del reparto. Todo había venido en poco tiempo y habían dinamitado sus excasos ahorros.
Como bien sabeis, dirigiendose a Juan y María, mi padre, don Paolo, jamás empleó la violencia, pero siempre era respetado, y todo el mundo pagaba sus deudas. La vuestra está ya vencida, así que pretendo cobrarla.
Para realizar el pago, voy a proponer un juego. Quiero que María esté con mis hombres y conmigo, y que tú lo veas. Por supuesto, no será una violación. Ya sabes que la tradición de la familia no es violenta. No haremos nada que ella no nos permita hacer, pero si no llega hasta el final de lo que nosotros deseemos, el trato se romperá. Por tu parte, quiero que estés presente, y veas el espectáculo. Para evitar numeritos, permanecerás atado a una silla, con la boca amordazada.
La pareja estaba perpleja y yo, que me encontraba allí, en medio de la situación, pensé que saldrían corriendo de la sala, pero no fue así.
Por favor, don Tomás, yo le prometo que en un mes tendrá todo el dinero, se lo juro. María no decía nada, sólo dos grandes lágrimas rodaban por su cara.
Juan, se ha terminado, dime si acetais o no, no se discuten mis propuestas.
Podemos darle una contestación mañana, preguntó Juan, buscando formas de conseguir algún tiempo extra.
No, decididlo ahora, salid fuera y lo hablais entre vosotros. Quiero una respuesta en 10 minutos. Sino os podeis marchar.
Hicieron lo que les dijo y empezaron a hablar. Ambos sabían que irse en esos momentos salvaría la reputación de María, pero sería el fin de su negocio en la ciudad, y deberían marchar a otro lugar. Todo lo que tenían estaba allí, incluso la vida de su hijo. Juan no paraba de llorar y su mujer, ahora más serena, le dijo que lo mejor era aceptar, que serían sólo unas horas, y despues, todo habría terminado.
Volvieron a entrar dentro de la sala, donde estábamos los cinco hombres. Juan preguntó que debían hacer. Don Tomás tomó la iniciativa y le indicó a que silla tenía que dirigirse para ser atado, lógicamente, con su consentimiento. No se iba a hacer nada que ellos no quisieran, o se negasen a hacer.
María no paraba de llorar mientras veía como iban atando a su marido. Cuando estaba totalmente inmovil, don Tomás se dirigió a ella, e intentó secarle una de las lágrimas que le caían por sus mejillas. Con un gesto de inercia, apartó la cara, y el jefe sonrió. No te preocupes, que todo lo que hagamos aquí esta noche, será con tu consentimiento.
En la sala, había entre otras cosas, una mesa enorme. Sacó una silla, y señaló a María que se apoyara en ella para subir encima de la mesa.
María me pareciá realmente preciosa. Tenía un aire muy sensual. Sin vestir ropa cara, su estilo era excitante. En esos momentos llevaba una camiseta de tirante azul celeste, un pantalón tejano y unos zapatos de vestir blancos, de medio tacón..
Antes de subir, don Tomás le pidió que se quitase los zapatos, a lo que obedeció sin rechistar.
Un sonido de música de discoteca empezó a sonar en el salón. Bueno María, queremos un strep tease. Que sea sensual, erótico. María bajaba la cara, y movía lentamente las piernas, intentando llevar forzadamente el ritmo de la música. De una forma rápida, algo que me sorprendió, se quitó la camiseta, dejando un sujetador blanco a la vista de todos los asistentes. Su piel era blanca, y sus costillas se marcaban por debajo de sus carnes.
Intentaba moverse. Cuando veía a Juan, como la miraba, su tristeza aumentaba. Don Tomás, le dijo que le gustaría que se quitase el pantalón. Ella estaba avergonzada, pero desabrochó sus jeans y estos cayeron al suelo. Fuí yo quien los recogí y los aparté de la mesa. No estaba acostumbrado a ver estas cosas, y aunque me daban mucha pena la pareja, reconozco que comenzaba a excitarme ver a María con su tanga y sujetador.
El tanga era negro, y medio transparente. Eso permitía ver las formas de su coño, con el pelo corto, en forma de rectángulo, siguiendo la comisura de los labios vaginales. Ella al notar las miradas, puso sus manos delante de su coñito.
María seguía llorando en silencio. Me gustaría tener tu sujetador, dijo nuestro jefe. A ella le costaba quitarse más ropa. No sabía como evitarlo, en realidad, sólo sabía que no había más posibilidades. Intentando llevar el ritmo de la música, se quitó el sostén. Lo seguía teniendo en la mano, aferrándose a su dignidad. Fuí yo quien lo cogió, dejándolo junto al resto de la ropa. Instintivamente, sus manos fueron a tapar sus pechos.
Bueno María, ya estás más ligera de ropa. No me gusta donde están esas manos.
María, queremos verte, por favor. Retira tus manos. Ella, obligada por las circunstancias, se puso firme, en postura militar, mientras todos admirábamos su cuerpo.
Bueno, sólo nos queda una prenda. Te la vas a quitar? En esos momentos oímos a Juan que valvuceaba como podía e intentaba negar con la cabeza. Ella sólo lloraba, ahora con mucha fuerza, hasta que se desplomó.
Don Tomás, le pidió que se sentara en la mesa y así lo hizo. Comenzó a besarla por la cara hasta llegar a los pechos.
La tumbó en la mesa. Era enorme, habrían entrado allí varias mujeres como ella. Él le pidió que enseñase su coño a todos los hombres que había ahí. Ella sujetaba firmemente su tanga e intentaba tapar la parte delantera, que se transparentaba.
María, separa tus piernas, y enseñanos tu rajita. Tuvo que repetírselo varias veces, hasta que al final, con un dedo, movió la parte lateral del triángulo de su braguita, y enseñó sus encantos a todos los que allí estábamos.
Me dejas que te lo toque? Ella, al escuchar la pregunta, volvió a taparse.
No pasa nada, preciosa, no te preocupes. A ver, me gustaría que te quitases el tanga. Ella no decía nada. Sólo agarraba las cuerdas laterales de su braguita, mientras podíamos contemplar el resto de su cuerpo y la semitransparecia de este.
María, quiero que sepas, que cuando sueltes tu tanguita, te lo quitaremos. Si dejas de sostenerlo, será la señal para hacerlo., porque estarás de acuerdo.
Juan veía la situación, y supongo que deseaba que no lo soltase nunca. María no miraba a la cara. Estaba tumbada en la mesa, agarrando la última prenda que le quedaba. Las lágrimas caían sobre la mesa, que se iba mojando poco a poco. Ella sólo negaba con la cabeza. Don Tomás le recordó que sería una pena que su hijo se quedase sin poder tener una vida digna, ya que sus padres perderían su negocio. En estos momentos, María, levantó las manos, poniendolas detrás de su cabeza. Era la señal, tenía via libre para quitarle la braguita.
Don Tomás se las bajó lentamente. Ella colaboró, subiendo un poco el culito, cuando iba bajando por esa zona. A los pocos segundos, estaba totalmente desnuda.
María, vamos follarte, nos la vas a chupar y tal vez,algo más que recordarás toda tu vida.
Ya estaba despojada de toda dignidad. Separó las piernas, mientras el jefe le acariciaba por todos lados. Bajó a su rajita, que estaba húmeda. Le pasó los dedos por el clítolis, y se los introdujo hasta dentro de la vagina. Otros hombres se dirigieron a tocarle los pechos. Alguno le acariciaba el pelo, en señal de posesión.
Despues de eso, se desnudó y dijo que sería él quien estrenaría a la chica. Ella no miraba. Le habría gustado tener alguna barra para sostenerse, pero estaba sóla en la mesa. Sólo podía cerrar los puños y no mirar a quien la follaba. Don Tomás empezó a clavársela. Ella gritaba de dolor, pues no estaba demasiado lubricada. Le besaba los pechos. Ella se negaba con su pensamiento, aunque con su cuerpo poco podía hacer. La excitación del jefe iba en aumento. Sus tetas, aunque pequeñas, se movían al unísono. De repente, un gran chorro de leche entró en su vagina, tanto, que parte se salía por encima de su coño.
La bajaron de la mesa, la hicieron ponerse en otra mesa más pequeña, a cuatro patas. Uno de los hombres se bajó la bragueta, mientras que el otro le tocaba por detrás. El de delante, se sacó su polla y la metió en su boca. Los otros dos hombres, al unísono, le tocaban cada uno un pecho. Por su parte, el de atrás, palpeó su chochito, lo separó y se la metió. Ella era una autómata. No se movía, las embestidas del de atrás le permitían mover la polla delantera que tenía en su boca. Pronto, su boca se llenó de blanco. Este se apartó, ya había terminado, pero el de detrás siguió embisiténdola. Realmente era una escena bonita, ver a una mujer no profesional haciendo esas cosas.
Me tocó el turnoa mi, pero no me apetecía mancillar más a esa pobre mujer, por lo cual, decidí no hacer nada.
Don Tomás, al ver esto, se echó a reir y dijo. Entonces, tu puesto que lo ocupe su marido.
Bajaron a María y la dirigieron hacia Juan.
En esos momentos le desataron. El lloraba. Le pidieron que se quitase los pantalones y ordenaron a María que le hiciera una mamada. Ella estaba sentada, pero la volvieron a poner a cuatro patas, y de nuevo, otro de ellos empezó a metérsela por detrás.
El marido no podía correrse. Ella si hacía ahora un esfuerzo un poco mayor, al ser su marido a quien le hacía el francés. Supongo que por la excitación del momento, mi compañero se corrió enseguida. Don Tomás dijo que si no se corría, no habría trato. Entonces dijo que prefería hacerle el amor.
Hacer el amor? Que palabra tan bonita cuando estás en medio de una orgía rió el jefe.
Está bien, se la vas a meter, pero por el culo. María, vuelve a la mesa pequeña, y ponte de rodillas.
Ella suplicó, indicando que era virgen por detrás.. Pero la decisión estaba tomada. Juan sacó su polla, que era aún más grande que la del resto de los hombres, y se la clavó. María dió un grito que se debió oír en medio pueblo. Don Tomás, sacó de nuevo su polla y se la metió por la boca. Juan por su parte, iba excitándose cada vez más. María, con gestos de dolor, aguantaba sus brazos encima de la pequeña mesa. A los pocos minutos, Juan tuvo una corrida espectacular. Prácticamente a la vez don Tomás se corrió en su boca.
Don Tomás se acercó a Juan y le dijo: Por esta vez, la deuda está pagada. Espero que el próximo mes no falles puesto que no creo que ya me sirva volver a follarme a tu mujer.
La pareja salió de la casa. Era mejor que nadie se enterase de esto. Habían pagado una deuda, y sólo había que seguir luchando para poder pagar con dinero las siguientes.