El ABUELO ROSENDO y su NIETA TETUDA

Nerea es una preciosa adolescente pelirroja que no quiere irse de vacaciones con su familia. Sus padres le permiten quedarse cerca de sus amigos, pero no están dispuestos a dejarla sola. La chica tendrá que pasar los próximos días en casa de su abuelo; un viejo rudo que acepta el trato a regañadient

Nerea está en una edad difícil. Acaba de sufrir una transformación física y mental que no le permite encajar en el mundo del mismo modo que lo hacía hasta ahora. Sus referentes han ido cambiando a medida que se adentraba en la adolescencia. El indiscutible rango que ostentaban sus padres ha caído en barrena y ahora, todo lo que dicen parece carecer de crédito.

Sus amigos coronan la cúspide de su jerarquía existencial, y la amistad y el amor son los valores que rigen su vida presente. Por eso, a medida que se aproximaban las vacaciones, la chica fue pronunciándose en contra de acompañar a su familia en la salida anual de cada verano, a bordo de aquella autocaravana que tanto veneran sus padres.

“Dos semanas soportando a papá, a mamá y a ese crío mimado en un espacio tan pequeño, lejos de mis amigos, de la civilización, en plena montaña... !Me muero!”

La negociación fue dura, pero, finalmente, acordaron que la niña se quedaría en casa de su abuelo. Está un poco apartada del centro, pero siempre podrá coger el bus y acercarse.

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-lunes 3 julio-

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Rosendo vive a las afueras de Fuerte Castillo; en el pueblo rural donde se criaron el padre de Nerea y el tío Alberto. Eran tiempos más sencillos: los niños jugaban a pelota en la calle, montaban en bicicletas BMX, se liaban a pedradas con los vecinos… No tenían pequeñas pantallas donde evadirse de la realidad.

Se podría decir que Villaloda era casi el culo del mundo, pero, con el paso de los años, la capital ha ido creciendo y no es un disparate pensar que, tarde o temprano, su radio engullirá a esa menuda población envejecida.

Nerea deja caer su maleta al lado de la cama de invitados y suspira hondamente. Aquel anticuado papel pintado de la pared la transporta a otra época. Se siente rara instalándose en la habitación donde dormía su padre cuando era niño.

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NEREA:       No sé cómo puedes vivir sin WIFI, yayo.

ROSENDO: ¿Sin qué?

NEREA:       Déjalo. Es largo de explicar.

ROSENDO: A ver: emmm… … Tienes toallas limpias… … aquí; las blancas, ¿vale?

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Ni la simpatía ni la amabilidad son los puntos fuertes de ese hombre, pero tiene buena disposición y pone de su parte. No es propenso a entablar conversación ni a establecer el más mínimo contacto físico si no es para dar collejas a sus hijos.

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NEREA: Ya te digo; y eso no es lo peor. Por la noche se ponían a retozar tras la cortina.

BEA: Juas-juas… … ¿Es que no hay paredes?… … Bueno, no, claro.

NEREA: !Qué va, tía! Su cama está encima de la cabina y solo hay una triste cortinilla.

BEA: Qué poca intimidad; para vosotros también, digo.

NEREA: Al apestoso de mi hermano le da igual, pero yo soy una señorita, así que…

BEA: Bueno… … por suerte, te has librado este año.

NEREA: No lo sabes bien. Odio dormir con ese renacuajo hiperactivo.

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Bea y Nerea se balancean sutilmente en sus respectivos columpios, dejando caer sus frases sobre la gravilla.

A pocos metros, Mario y Javi se sabotean y se pelean para hacerse con el único monopatín que tiene esa pandilla tan juvenil.

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BEA: ¿Y tu abuelo? Nunca me has hablado de él.

NEREA: No hay mucho que decir. Es un viejo… … viejuno.

BEA: No seas cruel. Puede que haya tenido una vida que flipas.

NEREA: Qué va. Ni siquiera ha ido a una guerra. Solo podría hablar de la mili.

BEA: Igual era un fuker de joven.

NEREA: Ni de coña. Creo que nunca tuvo una novia que no fuera mi difunta abuela.

BEA: Hablando de novios…

NEREA: No empieces otra vez. Quiero mucho a Javi, pero te juro que nunca, nunca…

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Nerea ha susurrado esta última frase a la vez que le imprimía una urgencia muy imperativa teñida de rechazo.

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Rosendo lleva años jubilado, y, desde que murió su mujer, casi siempre está solo. No tiene amigos y tampoco se plantea si los necesita o no; su orgullo no se lo permite.

Nunca tuvo inquietudes por viajar ni por probar cosas nuevas. Es propenso a la rutina, y siente rechazo por el mundo exterior: demasiados cambios a peor, muchas necesidades innecesarias, excesivas presiones por no quedarse atrás…

No se alegró cuando su hijo le endosó a Nerea. Una cosa es ver a los nietos los fines de semana, y otra muy distinta es tener a esa niña metida en casa durante una quincena. Se consuela pensando que ella no es tan cansina como Jesús. No requiere de atención, no es ruidosa, no ensucia… No es demasiado habladora y eso le resulta ventajoso; aun así, se siente un poco incómodo compartiendo su humilde morada.

Le gusta soltar el ojete y apretar cuando le viene un buen pedo; eructar con fuerza después de una buena comilona; gritar a todo pulmón como preámbulo de sus estornudos… Pero en presencia de Nerea se sentirá demasiado cohibido.

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ROSENDO: Voy a hacer algo para cenar, que ya es hora. ¿Todavía eres vegetariana?

NEREA: Hasta el día que me muera, yayo.

ROSENDO: Te vas a quedar así de pequeña si no comes carne.

NEREA: ¿Es que no te has dado cuenta de cuánto he crecido últimamente?

ROSENDO: Nananana. Serás enclenque y enfermiza.

NEREA: La abuela Carmen comía mucha carne y mira.

ROSENDO: Eso no tiene nada que ver y lo sabes. No seas impertinente.

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  • ¿Sí?

  • A hola. Bien, bien. Por aquí todo bien, todo correcto.

  • Ay mamáah, no me seas tan moderna.

  • No. A mí no me gusta ese YouTuber.

  • Aha… … mmmmh… … mmmh. Entonces cuidado con los toros. No vaya a ser que…

  • No. No le hago enfadar. Va bastante a su bola y yo a la mía.

  • Que nooh. Que no saldré por las noches, tranquilaaaah.

  • Ayyyy. No seas tan pesadaaah.

  • Ya lo seeé.

  • Nada. No sé.

  • Ha cogido algo del huerto, creo. Pimientos, tomates… algo está haciendo para cenar.

  • Ya se lo digo… … pero me dice que no necesita ayuda; que limpie solo lo que ensucie.

  • No. Ya hablaré con papá mañana.

  • Nooh. Con Jesús todavía menos.

  • Ay no sé, mamá.

  • No me molestas, pero es que me pides que te cuente cosas y…

  • Valeee… … Seré buena.

  • Que síiíií. Ya se lo diré.

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Nerea cuelga su móvil. Está sentada en el sofá del comedor frente a un vetusto televisor de tubo catódico. La calidad de la imagen es bastante insultante para el espectador, pero, de todos modos, la programación tampoco está a la altura. Desde la cocina le llega un olor apetitoso y sus tripas se revelan.

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Otra cosa no, pero bajo la apariencia de aquel rudo abuelo calvo y un poco barrigón se esconde un buen cocinero; alguien para quien los "mmm" de su nieta son suficiente reconocimiento. Los pensamientos de Nerea huyen mientras saborea ese manjar:

“Sería ideal que me gustara él: Bea y Mario, Javi y yo. Pero es que no. No me atrae en absoluto. Tanto que lo quiero...”

La tele está emitiendo una película judicial de los años noventa. Comparada con el cine actual, el ritmo de la mayoría de películas que se producían en esa década resulta muy lento, y la muchacha hace rato que ha perdido el hilo argumental.

Inmersa en sus propias reflexiones, suspira y mira a su anfitrión. Es la tercera vez que los ojos de abuelo y nieta coinciden, accidentalmente, en aquel trasfondo silencioso donde solo se escucha el interrogatorio del abogado defensor. Eso la violenta un poco a Nerea, pero no quiere darle importancia:

“Son cosas del azar. Solo es el yayo”

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A D:  Entonces… … ¿Qué es lo que le paso por la cabeza en esos momentos?

TOM: Pensé en algo que me dijo una vez el coronel Murphy.

A D:  ¿De qué se trata?

TOM: Un accidente es posible, dos es coincidencia, tres es una declaración de guerra.

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Nerea levanta sus cejas. Parece como si el soldado Tom quisiera decirle alguna cosa.

Como si tuviera vida propia, la última albóndiga de tofu escapa del acoso de ese despiadado tenedor, y se precipita al suelo. La chica se agacha para recogerla, descubriendo, ahí debajo, algo que la sobrecoge sobremanera.

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-martes 4 julio-

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B: !Pero ¿qué dices, Nerea?! !Me estás tomando el pelo!

N: Cállate, Bea. Te he dicho que no gritaras. Te lo juro: la tenía dura como una piedra.

B: Pero, ¿cuántos años tiene tu abuelo?

N: Setenta y tantos. No sé.

B: Yo pensaba que a esa edad… … Joh… … ¿Y seguro que era por ti?

N: Claro que sí. Ya te he dicho que me estaba mirando todo el rato.

B: Pero a lo mejor salía algo en la tele que…

N: Que nooooh. Que era un juicio. No había mujeres. Solo gordos y soldados viejos.

B: Estoy flipando. ¿Y tú qué hiciste?

N: Pues disimular todo lo que pude, pero ya sabes que me pongo roja como un tomate.

B: ¿Y él? ¿Qué hizo él cuando te agachaste a por la albóndiga?

N: Tardó en reaccionar, pero luego movió las piernas y se tapó con la servilleta.

B: ¿De verdad fue tan evidente?

N: Te lo juro, tía… … Nunca pensé que mi yayo pudiera mirarme con esos ojos.

B: Pero, ¿qué llevabas puesto? ¿Acaso ibas en plan zorrón?

N: No0h. A ver: hace calor. Llevaba unos pantalones muy cortos, pero estaba sentada. Una camiseta de tirantes ancha… … pero claro… … no llevaba sujetador.

B: Ahí lo tienes; con estas tetorras que me llevas…

N: !Joder, tía! Que no me salían los pezones ni nada, ¿eeh?

B: Pero es que estás muy buena, Nerea. Sino pregúntaselo a Javi.

N: Calla, calla. Míralo. Cada vez que mete una canasta me mira para ver si lo he visto.

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Unos pasos forestales guían a Rosendo a través de la zona más boscosa de Villaloda. Bronco, con su inherente entusiasmo, le trae su palo una y otra vez para que se lo vuelva a lanzar. Esta excursión forma parte de la rutina diaria del viejo desde que se jubiló, hace ya bastantes años. Le sienta bien andar y lanzar ramas con ambos brazos; subir montes, respirar aire puro…

Anda un poco preocupado por el incidente de ayer con Nerea. El modo en que su nieta se ruborizó, tras recoger la albóndiga, no deja lugar a las dudas sobre lo ocurrido; y es que los pantalones cortos de felpa que suele llevar Rosendo, en verano, son de una tela muy fina, y no le proporcionaron la cobertura necesaria para atenuar el efecto de tan inusitada erección.

“¿Cómo pude ponerme tieso después de tantos años? !Qué vergüenza! !Qué bochorno! Sí mi hijo llegara a enterarse...”

A estas alturas de su vida, ya se consideraba desactivado. Su recogida y solitaria vida de ermitaño nunca le había desmentido, y así fueron pasando días, meses, años… Pero entonces llegó Nerea; con su virginal belleza pecosa; con aquellas turgentes tetas recién llegadas; con unos pantalones de pijama demasiado cortos; con ese modo tan despreocupado de andar por casa, ajena a su propio encanto juvenil…

“No será nada. Seguro que no se lo cuenta a José. En cualquier caso, yo lo negaría todo”

La chica se ha ido temprano, hoy, y seguramente pasará el día fuera, con sus amigos. Le dijo que no la esperara para comer.

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Bea y Nerea se han acercado en bus hasta Villaloda. Son uña y carne; sobre todo ahora que han acabado las clases, y que Marta y Verónica se han ido a un campamento de verano.

Mientras esperan a los chicos, ellas juegan con Bronco en el jardín de Rosendo, junto a una casa vieja y necesitada de una mano de pintura.

Bea, con su característico pelo verde, está sentada sobre una losa de piedra, apoyada en la pared.

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NEREA: Ya verás, ese sitio es la caña. El canal está asfaltado y tiene buenas bajadas.

BEA: ¿Es por donde cruza la autopista? El puente ese, ¿no?

NEREA: Sí. Por ahí… … … Suerte que no pega mucho sol, hoy. Sino, acabaríamos fritos.

BEA: Javi se trae la bici para hacer acrobacias; a ver si te impresiona.

NEREA: No, porfaaah. En serio: me da pena.

BEA: ¿De verdad que no te gusta nada? Vale que está un poco barrilete, pero…

NEREA: No es por eso; palabra. Es amable y divertido, pero no siento nada de eso por él.

BEA: Bueno. Mientras no coquetees con mi Mario seguirás con vida.

NEREA: No. Tampoco es mi tipo; no te preocupes.

BEA: ¿Entonces, quién? ¿Es que no te apetece dejar de ser virgen?

NEREA: Sí, claro, pero no me voy a pillar al primero que babee por mí.

BEA: ¿Al primero? Si todos babean por ti. Hasta los profesores; !hasta tu abuelo!

NEREA: !Cállateee petardaaah!

BEA: ¿Qué pasa? Si me has dicho antes que no estaba en casa, ¿no?

NEREA: Ya, pero no quiero que digas estas cosas en voz alta… … Qué vergüenza, tía.

BEA: Vergüenza él. No tienes la culpa de que sea un viejo verde. Tú no te pones caliente con tu abuelo.

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Bea percibe alguna cosa extraña en su amiga. Le sorprende su mutismo y el modo en que ha bajado la mirada. Nota cierto espanto en su quietud.

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-!Nerea!- pronuncia con un tono más imperativo que interrogante.

-¿Qué?- responde levantando la vista con expresión cambiante de curiosidad.

-No te pone tu abuelo… … ¿no?- pregunta con un enfado desfocalizado.

-Pero, ¿qué dices? !Claro que no! Si es un viejooooh- protesta ruborizada.

-Entonces, ¿por qué…? En serió: ¿por qué te pones roja? ¿Por qué te ríes así?-

-¿Me río cómo? Qué vaaah. No me estoy riendo, ¿vale?- declara muy incómoda.

-Te ríes así cuando mientes, Nerea. Tía. !Te conozco desde párvulos!- dice indignada.

-Shhhhh… … Cállate… … Cállate de una vez. No es eso; te lo prometo. Solo es que…-

-Pero no te quedes callada. !Dime algo!- exige Bea desesperándose por momentos.

-No sé… … Me da morbo. Me sentí muy incómoda, ayer, pero la verdad es que…-

-Me estás asustando. No me lo puedo creer- se lamenta con las manos en la cabeza.

-Yo tampoco, de veras. Júrame que no se lo dirás a nadie- suplica juntando sus palmas.

-¿Que no diré el qué? ¿Que te pones húmeda pensando en la polla de tu abuelo?-

-Tú no lo entiendes. No es que quiera follar con él. Solo es que me pongo cachonda cuando lo pienso. No lo puedo evitar. Es como… … un susurro lujurioso que me habla desde la parte más sombría de mi subconsciente- admite levantando la mirada.

-¿Ya empiezas a filosofar? Solo te falta escribir un poema. Ya me lo imagino: "El trabuco viejuno de mi abuelo" divagaciones fálicas, por Nerea Tenorio-

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Un sonido percutido se cuela desde la ventana abierta del lavabo, justo encima de ellas, y se clava en el pecho de Nerea como una sonora flecha de pánico. Las dos han mirado hacia arriba bruscamente en un fútil intento de revelar su origen.

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-¿Yayo? Yayo, ¿estás ahí?- pregunta la chica con voz temblorosa.

-Has dicho que no estaba- susurra Bea sacudiéndose las culpas.

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Nerea hace unos mudos gestos desquiciados, desencajando su rostro, mientras su estupefacción se disfraza de incredulidad. De repente, corre hacia el interior de la casa.

Bea se levanta lentamente sin abandonar su ubicación. Mira hacia la ventana hasta que ve cómo su amiga se asoma.

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-Está aquíiíií. Está en casaaa- susurra Nerea con toda su urgencia.

-Pero ¿nos ha escuchado? ¿y ese ruido?- pregunta con los ojos muy abiertos.

-La fregona está en el suelo. No creo que se haya caído sola-

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La chica mira a su espalda, fugazmente, para asegurarse de que Rosendo no se acerque y pueda escucharla. Tiene las dos manos en la cara y finge que se arranca la piel facial con las uñas.

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-A lo mejor ha sido un corriente de aire, tía- sugiere Bea con esperanza.

-Pero mira los árboles- señala Nerea rebatiéndola -No se mueve ni una hoja-

-Amorsitooh- escuchan ambas desde lejos -¿A qué estáis jugando?-

-A nadaaa- contesta la peliverde -Por fin llegáis… … ¿Dónde estabais?-

-Perdidos- responde Mario -Nos has apuntado mal la dirección, cosita-

-No me llames así, tonto- protesta con fingida irritación.

-¿Dónde está Nerea?- protesta Javi andando al lado de su amigo.

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Rosendo observa, tras la cortina, cómo se aleja esa pandilla de adolescentes con andares juguetones e inquietos: Javi monta en su bici de trial, y no para de intentar piruetas a unos metros; Mario estaba haciéndole cosquillas a su novia mientras esta montaba en su monopatín, pero terminan por caminar cogiditos. Nerea, en cambio, anda un tanto cabizbaja y pensativa.

Ese viejo llevaba tiempo sin inquietarse por nada ni por nadie. Desde que su equipo bajó a segunda ni siquiera mira el futbol. Bronco nunca le disgusta, y la relación que tiene con sus hijos es de mucha independencia recíproca. Años atrás, solía discutir con su mujer, pero ahora… Por eso se ha sobrecogido tanto al escuchar la turbadora charla de Nerea con su amiga punky, y por eso su susto ha sido mayúsculo cuando, sin querer, ha tirado la fregona.

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“Casi me pilla espiándolas. Aunque luego me viera en la cocina: dudo que confíe en la discreción de su secreto. Seguro que sospecha que lo he escuchado todo”

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Ya no ve a los chicos, pero sigue con la mirada fija en los grandes árboles que delimitan los márgenes del canal; tras los huertos que, uno tras otro, se alinean detrás su casa.

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“¿Qué demonios tiene esa niña en la cabeza? ¿Es que está enferma? Lo mío es bochornoso, pero entra en la lógica del instinto. Al fin y al cabo, Nerea es fértil, joven, saludable y muy hermosa; la naturaleza no entiende de moral ni de consanguineidad. ¿Pero qué deseo podría despertarle un viejo como yo?”

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Nerea ya está regresando. Llega sola, con pasos lentos, preocupada por lo que ha pasado con Javi. El chico ha intentado besarla cuando estaban en el canal. Ha sido incómodo, y puede que se trate de un punto de inflexión que rompa una de sus mejores amistades.

El sol está próximo a las montañas del horizonte, y ciega un poco la visión de la muchacha cuando ya está a pocos metros de la casa de su abuelo. De pronto, sus percances amistosos quedan relegados a un segundo plano.

“Qué corte me da ver al yayo, ahora. Estoy segura de que antes nos ha escuchado. Es que... !¿Por qué me pasan estas cosas?!”

Nada más cruzar el umbral de la puerta principal, la nariz de Nerea se mueve y olfatea la sabrosa cena que le espera.

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-Hola, yayo. Ya estoy aquí- anuncia mientras se asoma a la cocina.

-Ah, Nerea. ¿Tienes hambre?- pregunta con toda naturalidad.

-Pensaba que no, pero… Ha sido oler un poco y…- pronuncia con chistosa entonación.

-Claro que sí. Estás delgada. Tienes que comer más- dice dándole la espalda de nuevo.

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Ese reproche llega en forma de cumplido a los oídos de la chica, pues tiene cierto complejo con el tamaño de su culo y el grosor de sus muslos. Todo parece bastante normal y liviano:

“Es posible que la fregona se cayera sola y que el yayo no haya escuchado nada. Prefiero creer eso. Lo contrario es más vergonzoso de lo que puedo asumir”

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-miércoles 5 julio-

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Antes de decidir que ropa ponerse, Nerea mira por la ventana. El cielo está despejado y se puede augurar un día aún más caluroso que el de ayer. También tiene en cuenta que hoy no tiene previsto ir a Fuerte Castillo, pues Bea no está en la ciudad. Se ha ido, con su hermana y con Mario, a un festival punkarra que hacen en Augusta. Javi le ha llamado para quedar, pero ella le ha dado largas diciéndole que tenía que ayudar a su abuelo en casa.

“¿Qué será lo que hace el yayo todo el día? Como no he parado mucho por aquí... Ni idea. Puede que hoy lo averigüe”

La chica está tardando demasiado en escoger modelito. Suele ponerse lo primero que pilla; pero, ahora, tiene todo su vestuario veraniego sobre la cama y, aun así, le cuesta decidirse. Se sorprende a sí misma buscando la combinación más atrevida. El estupor le estalla en la cara al advertir sus verdaderos motivos.

“¿En serio estoy haciendo esto por el yayo? ¿Es que quiero volver a ponerle cachondo?”

No consigue hallar una respuesta negativa para esa pregunta. Ha quedado paralizada y boquiabierta. Sus ojos, redondos como platos, no ven nada cegados por un grueso velo de vergüenza. Intenta encontrar alguna justificación; un argumento que legitime su propósito, pero, en su lugar, solo tropieza con la certeza de que su abuelo nunca sería capaz de ponerle un dedo encima. Aquella sentencia es como una carta blanca para su descaro. Se pone caliente solo de pensarlo.

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Rosendo está trabajando en su huerto. Durante el verano, suele levantarse pronto y afrontar esas tareas antes de que el sol le castigue con demasiada dureza. Luego desayuna para, después, se dedica a sus tareas de carpintero. Aun estando jubilado, le gusta trabajar la madera para mantenerse ocupado. Se hace sus propios muebles y, puntualmente, recibe algún que otro encargo de vecinos o conocidos.

Justo cuando vuelve a ponerse en pie, rotando su espalda para cargar una pesada caja llena de tomates, un mal gesto pone fin a su movilidad dolorosamente. Aquellos frutos maduros ruedan en todas direcciones, escapando de su lastimado recolector.

“!NOh! !Otra vez no! !Maldita sea mi espalda! Dios bendito. !No me puedo mover!”

Aún de rodillas, intenta incorporarse, pero una aguda punzada le somete, autoritariamente, desesperándole por momentos.

Como si de un ángel pelirrojo se tratara, su nieta hace acto de presencia en el jardín trasero de la casa:

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-Yayo, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?- pregunta asustada viéndolo en el suelo.

-NoOh. No puedo moverme- protesta con rabia contenida -Ayúdame a ponerme en pie-

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Nerea lo intenta, pero no tiene mucha fuerza. Sus patosos intentos no dan resultado, y no solventan esa cómica situación.

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-No te muevas, yayo. Voy a buscar ayuda. No tardo nada- dice marchándose con prisas.

-No. Nerea. No te vayas- le implora con una voz que rezuma dolor.

-He visto antes a un vecino en el jardín de al lado. Le diré que nos eche una mano-

-!NoOoh! !Por Dios! A él noOoh- dice sin que nadie escuche su ruego mermado.

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La relación vecinal de esos dos se deterioró hace muchos años, cuando Carmen aún vivía. Ahora, ni se hablan ni se saludan.

Después de golpear, con puño cerrado, la tierra húmeda recién regada, Rosendo se fija en la temeraria vestimenta de su nieta.

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“¿Dónde va esta niña así? !Si se le salen las nalgas! Esos minitejanos no son de su talla”

Don Jaime no tarda en aparecer. Es un hombre que duplica el peso de Nerea. No es desacertado pensar que será de gran ayuda.

A medida que sus socorristas se acercan, el bochorno del viejo se incrementa debido al top blanco que lleva la chica. Es muy pequeño; demasiado escotado, y su sutil transparencia revela, con toda evidencia, que esos precoces pechos adolescentes no gozan del amparo de sujetador alguno.

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JAIME: Vamos, Rosendo. Deje que le ayude.

NEREA: Me lo he encontrado así. He intentado levantarlo, pero…

JAIME: Tú tranquila, cariño. Has hecho bien en pedirme ayuda.

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Tragándose su orgullo, Rosendo se deja auxiliar en silencio. Su corpulento vecino es unos diez años más joven que él y, pese a un considerable sobrepeso, goza de buena forma física. Le sujeta fuertemente por las axilas y lo levanta sin ayuda.

La niña, queriendo ser partícipe del rescate, agarra el brazo de su abuelo y le coge de la mano al tiempo que empiezan a caminar a través del jardín. Esos lentos movimientos no son tan cuidadosos como deberían, y el trayecto se convierte en un calvario para el viejo.

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JAIME: Así que eres su nieta. No te había visto por aquí.

NEREA: Solo estoy pasando unos días mientras mis padres están de viaje.

JAIME: Nunca en mi vida había tenido una vecina tan guapa, y mira que soy mayor, ¿eh?

NEREA: Gracias.

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La chica no está acostumbrada a que un hombre tan mayor la piropee de una forma tan abierta. Dado que Jaime les está haciendo un favor, opta por aceptar el cumplido sin aludir a las lascivas miradas que le está profesando aquel insolente gañan de tres al cuarto. Es evidente que la inaudita brevedad de ese modelito veraniego es el culpable de la atención que está recibiendo Nerea; eso junto con su infartante cuerpo adolescente.

Paso a paso, consiguen llegar al interior de la casa. Rosendo intenta resistir con aplomo, pero no puede evitar emitir doloridas quejas cargadas de resentimiento.

Finalmente, don Jaime reclina a su vecino sobre la cama, acomodándole en una postura indolora con varias almohadas.

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JAIME: Ahí lo tiene, campeón. Ya no tenemos edad para según qué cosas, ¿eh?

NEREA: No te metas con mi abuelo. Para la edad que tiene está en buena forma.

JAIME: La momia de Tutankamón también se conserva bien para la edad que tiene.

NEREA: Y Mónica Bellucci pasa de los cincuenta y todavía está buena.

JAIME: Tú sí que está buena, muñeca.

ROSENDO: !Ya te puedes ir, Jaime! No sé qué demonios estás haciendo aún aquí.

JAIME: Pero si he venido a ayudarle.

ROSENDO: Yo no te he pedido nada. Y tú no has venido a ayudarme. Has venido a babear por mi nieta. No te da vergüenza importunar así a una niña tan joven a tus años. Te pido que te marches ya de mi casa. No eres bienvenido.

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Don Jaime mira a Nerea y esgrime una mueca chistosa mientras señala al afectado.

Ella mantiene su cara de estupor para no darle más cuerda a ese sinvergüenza. Sabe que, si Rosendo no estuviera incapacitado, se levantaría y echaría de su casa a aquel patán engreído, pero que, ahora mismo, el viejo solo puede verbalizar su desprecio.

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JAIME: Bueno preciosa. Me voy antes de que a esta momia le dé un jamacuco.

NEREA: Bueno. Pues muy bien. Pues adiós.

JAIME: Si te aburres mucho aquí, pásate a verme y hacemos algo que esté bien.

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Don Jaime se marcha con esta última frase tendenciosa mientras señala a la muchacha con los dos índices a la vez. No recibe más respuesta que la cara de extrañeza de Nerea: con la mandíbula floja y el ceño fruncido.

Cuando ese vecino indeseable ya ha abandonado la escena, la chica mira a su abuelo, boquiabierta, y encoge los hombros.

Rosendo no tarda en regañarla:

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R: ¿Cómo vas así vestida? ¿Es qué no te da vergüenza? ¿Luego pasa lo que pasa?

N: !Eh! !Alto! !Qué yo me visto como me da la gana!… … Si no me grita mi padre…

R: !Pero ponte sostén por lo menos! ¿Tú te has visto?

N: No pensaba salir de casa, hoy. !Pero buenOh! No tengo por qué darte explicaciones.

R: Vale. Vale. Vale. Vale. No vamos a discutir sobre esto. No te diré nada más.

N: No te preocupes. Si no tengo que salir otra vez a rescatarte del fango de tu huerto no me verá nadie más que tú con esta pinta tan indecente.

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Tras su airado reproche de despedida, la moza regresa a su habitación y se sienta otra vez frente a su escritorio. Ojeando su dibujo inacabado, suspira y descarta incluir a Bronco en el paisaje.

“De todos modos, no se me dan bien los perros, ni los gatos”

Por ello había salido al jardín hace un rato: para localizar a ese gran dogo que nunca está donde se le espera. Lo hubiera usado de modelo, en el improbable caso de que se estuviera quieto. De pronto se le enciende una bombilla. Sabe de alguien que sí tiene que guardar reposo.

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“Toc - toc - toc”

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La chica golpea la puerta ya abierta del cuarto de su abuelo. Rosendo la ignora y sigue buscando, sin éxito, una postura adecuada que le libre de ese incómodo dolor.

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NEREA: Yayo… … ¿Me dejas que te dibuje?

ROSENDO: !Noo! Por Dios. Dibuja una cosa más bonita. No a mí.

NEREA: Noh. Te prefiero a ti. Tienes muchas arrugas y una expresión muy auténtica.

ROSENDO: No estoy para dibujos, niña. Lo que necesito es que me traigas las pastillas.

NEREA: ¿Qué pastillas? ¿Es que ya tienes unas pastillas para el dolor de espalda?

ROSENDO: Sí. En el armario del cuarto de baño. Las del pote gris.

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Nerea se dirige al lavabo sin soltar su libreta de dibujante. Cuando ya tiene las pastillas, se fija en la fregona. Sufre una pequeña arritmia cardíaca cuando evoca lo que ocurrió ayer, en ese mismo escenario.

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-Toma, yayo- dice, ya de vuelta, con la pastilla en una mano y un vaso de agua en la otra.

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Sin mediar palabra, el viejo traga el comprimido y se bebe toda el agua. Ni siquiera mira a su nieta cuando pone el cristal sobre su mesilla de noche; dejando a la chica con la mano alzada en espera de recuperarlo.

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-No te enfades, yayo. Siento haberte gritado. Ya sé que soy tu invitada y que tú preferirías no tenerme aquí; que te gusta estar solo. Sé que nos estás haciendo un favor, y siento no haber sido muy agradecida, pero ahora todo es diferente. Estás lisiado y voy a cuidarte. Te haré la comida, limpiaré la casa, te daré medicinas…-

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Ante tan elocuente disculpa, Rosendo vuelve a premiar a Nerea con su mirada. La exultante belleza de la muchacha le conmociona de nuevo: esa mirada tan limpia de ojos verdes, esas pecas tan bien dispuestas que certifican la autenticidad del rojo de sus cabellos, esa boquita que todavía no ha conocido a ningún pintalabios… Esos pechos tan notorios que contradicen su carita de niña, ese ombligo travieso que se asoma impunemente, esos muslos carnosos que humillan a unos shorts completamente sobrepasados, esos pequeños pies descalzos… Resopla:

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ROSENDO: No estoy lisiado, tonta. Soy delicado de la espalda; solo eso. Me pasa a veces.

NEREA: Entonces… … ¿No quieres ir a ver al médico?

ROSENDO: Eso nunca. Detesto a los matasanos. Solo necesito un poco de reposo.

NEREA: Perfecto. Así podre dibujarte. Tengo mucho talento, ¿sabes?

ROSENDO: Te he dicho que no. No soy un buen modelo.

NEREA: Como no puedes levantarte no podrás impedir que te retrate.

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El rostro del abuelo se contrae contenidamente para expresar su enfado frustrado, pues se sabe incapacitado para detenerla.

Nerea es una gran artista: escribe, canta, toca la guitarra… pero lo que más bien se le da es el dibujo. Es capaz de plasmar, con pocos trazos, la esencia de todo aquel que posa para ella.

Rosendo no se siente muy cómodo al principio, pero no tarda en resignarse. Su nieta le ha sacado los zapatos y los calcetines y ha preparado un poco la escena liberándola de algunas prendas descuidadas y de alguna que otra bolsa de plástico.

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-Te lo regalaré. Así siempre tendrás un recuerdo de los días que pasamos juntos-

-Mientras no me pidas que te dibuje yo a ti…- contesta resoplando.

-Oye… Ja, jah- susurra lentamente -Pues esa es una gran idea- admite entre risas.

-Ni lo sueñes. Antes te canto el Despacito- replica sin perder nunca la seriedad.

-Uiuiui, ¿Qué ha sido eso?- pregunta sonriente -¿Has hecho una broma, yayo?-

-¿Qué? Yo no hago bromas- niega algo contrariado.

-¿Lo ves? Es lo que tiene el dibujo. A mí me da mucha serenidad-

  • … … Ni que lo digas… … Ha sido coger el lápiz y convertirte en otra…-

-Tú también eres distinto, ahora. No te conocía una palabra que no fuera un reproche-

-¿Qué dices? No seas exagerada- se queja algo molesto.

-"Tienes que comer carne - No te da vergüenza vestir así - Estás demasiado delgada…"-

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Nerea, sin levantar la vista del papel, sigue con su repertorio de protestas susurradas mientras, arrugando su frente, mimetiza el enfado que conllevan con su rostro pecoso.

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-"Yo no te he pedido nada - Vete de mi casa - No eres bienvenido…"-

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Rosendo queda pensativo. Puede que la niña tenga razón.

“¿En eso me he convertido? ¿En un viejo amargado?”

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NEREA: Y vas ahora y me sueltas una broma… … … !Mira! Ya está.

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Se levanta jovialmente y, tras arrancar la hoja, le entrega su creación. El anciano no da crédito. No esperaba nada parecido.

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ROSENDO: !Pero, ¿qué demonios?!… … ¿Cómo has hecho esto? ¿Qué clase de lápiz…?

NEREA: No es un lápiz. Es carboncillo. ¿Te gusta?… … No lo toques que mancha.

ROSENDO: Pero, ¿cómo es posible? ¿Dónde has aprendido a hacer esto?

NEREA: Lo he aprendido por mi cuenta. Tengo un talento natural.

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El abuelo no consigue salir de su asombro. No es un dibujo complicado; es en blanco y negro, pero tiene una gran gama de grises. Nerea ha captado las líneas con una simplicidad pasmosa.

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-Pero… … Es genial… … Si no has tardado nada. ¿Cómo lo haces tan rápido?-

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La muchacha se encoge de hombros, y sonríe halagada. Recupera el folio y lo deja, cuidadosamente, encima de esa mesa de factura propia. Acto seguido, le entrega el blog y el carbón a su abuelo, quien no entiende el propósito de dicho gesto.

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-Ya sé que no te quedará tan bien como a mí, pero me hará ilusión-

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La chica se encarama sobre el colchón invadiendo el espacio vital del viejo. Sin dejar de sonreír, se apoya en la ventana adoptando una bella pose artística.

La proximidad entre modelo y dibujante es tan patente que los pies y las piernas de la moza tocan, despreocupadamente, las respectivas extremidades de Rosendo.

Él hace un pequeño amago para rechazar ese contacto, pero pronto desiste de su iniciativa. No está acostumbrado a tocarse con nadie; nunca lo hace. Por ello le impresiona la desinhibición de su nieta en ese aspecto.

El abuelo mira el papel en blanco; mira aquel mineral negro en su mano y mira a la musa que tan alegremente intenta inspirarle, alumbrada generosamente por la inclinada luz de la mañana. Se ve abrumado por el reto que se le plantea. Siente como si tuviera que replicar la Capilla Sixtina con una brocha gorda.

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NEREA: No te preocupes, yayo. Yo no sé hacer muebles como tú.

ROSENDO: No solo eres una gran artista, sino que tú misma ya eres una obra de arte.

NEREA: Desde luego… … el dibujo transforma a las personas.

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Nerea le guiña el ojo, pícaramente, destartalando su temple. Puede que la niña tenga razón, puesto que él nunca hubiera imaginado que esas palabras melosas pudieran salir de su boca.

Rosendo calla para no soltar más sandeces, y emprende los primeros intentos de captar una mínima esencia de su nieta. Más que un reto, pronto queda claro que se trata de una quimera.

La vergüenza no tarda en apoderarse del rostro del viejo, quien se asusta del monstruo que está creando.

Nerea, de reojo, consigue percatarse de esa cómica reacción, pero intenta tener paciencia antes de desvelar el estropicio. Cuando ya percibe que la rendición de su retratista frustrado es inminente, decide abordarle para ojear el resultado de tan fatídico intento. El estallido de su carcajada es ensordecedor.

Lejos de sentirse herido, Rosendo tiene otras preocupaciones:

“!NO! !No puedo permitirme otra erección, ahora! No me puedo mover y si me tapo con algo será todavía más evidente”

La muchacha sabe muy bien lo que hace. Ese pernicioso flirteo, disfrazado de confianza familiar, no entraña riesgo alguno para ella, pero, aun así, no puede evitar que su pulso se acelere y que un sofoco morboso empiece a humedecer sus partes íntimas.

Este miércoles pintaba aburrido sin sus amigos, pero, casi sin proponérselo, se ha vestido con su ropa más sexy y ha terminado jugueteando con su abuelo, en la cama, sin parar de rozarse, de reír y de forcejear:

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ROSENDO: !Ayayayay! !Nereaaah! Que me duele la espalda.

NEREA: Pues dámelo. Dame el dibujo, yayo.

ROSENDO: !Que noOh! Tengo el derecho a no regalártelo.

NEREA: Pero si yo te he dado el mío. No seas malo0O.

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Se veía venir: en un gesto que pasa por ser accidental, la chica se ha apoyado en las partes íntimas de Rosendo revelando una dureza inaudita, y su incuestionable erección ha quedado patente.

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-!Pero buenooOh! -protesta ella fingiendo ofensa y enfado -¿Otra vez, yayo?-

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El viejo no sabe cómo reaccionar ni que cara poner. No tiene excusa y no sabe qué decir.

Su nieta se recoge y, adoptando, de nuevo, su liviana expresión comprensiva y sonriente, se levanta de la cama.

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NEREA: Será mejor que me marche. No quisiera ponerte todavía más malito.

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El pelo liso de Nerea deja entrever una mirada sugerente mientras se aleja con pasos pausados.

Rosendo está atónito. No se le ocurre una sola palabra que pueda atenuar semejante bochorno. Se siente vapuleado por la situación y, por unos momentos, se olvida de su dolor de espalda.

“¿Es que lo ha hecho a propósito? No es posible. Su ropa, sus risas, sus gestos, sus bromas, sus roces...”

Sabe que Nerea se pone cachonda cuando piensa en la polla empalmada de su abuelo, y está claro que es buena conocedora del fervor incestuoso que le provoca, pero no es solo eso: ella sabe que él lo sabe, y él sabe que ella sabe que él lo sabe. Aquellas ideas envenenadas intentan enfermar su mente, pero:

“Hay ciertas cosas que nunca podrían ocurrir. Entonces... ¿a qué ha venido todo este numerito? ¿Puede que sea una... ... calientapollas?”

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Reina un día tranquilo en Villaloda. El canto de los pájaros y algún que otro ladrido son los únicos sonidos que se cuelan por la ventana de la habitación donde reposa Rosendo, postrado en la cama por su agudo dolor lumbar. Las pastillas para calmar el dolor le han dado somnolencia, y se está echando una larga siesta. Cuando por fin despierta, escucha el rumor acuático de la fregona escurriéndose en el cubo, pero no puede ver lo que pasa:

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-¿Nerea? ¿Qué estás haciendo?- pregunta con un tono sonoro, estirando el cuello.

-Estoy fregando la casa, yayo. Creo que ya le tocaba- responde ella desde lejos.

-Déjalo. No tienes por qué limpiar mi suelo. Eres mi invitada- señala algo incómodo.

-Tengo que hacer algo- dice sonriente, asomándose por el umbral -Si no me aburro-

-¿Es que no vas con tus amigos, hoy?- continúa él con su voz protestona de siempre.

-Me han abandonado. Están fuera- le explica mientras regresa a sus quehaceres.

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Rosendo nota una opresión en el pecho cuando recuerda el vergonzoso incidente fálico de antes. Quisiera que se tratase solo de un sueño de su siesta. Intenta cambiar de postura, pero tiene pocas opciones entre las que elegir. No es un tipo sedentario y le cuesta guardar reposo. Tras una honda inspiración, realiza un largo suspiro al tiempo que le llega de nuevo la voz de su nieta:

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-¿Cómo va tu dolor de espalda?- pregunta apareciendo en el cuarto de nuevo.

-Mal. Creo que hoy no podré moverme ni un poco- admite desolado.

-¿Quieres que te traiga la tele aquí para que no te aburras?-

-Pues, mira… Mejor que mirar al infinito… Aunque pesa un poco-

-Yo puedo con eso y con más. Bueno, contigo no he podido antes. Ja, ja, jah-

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Bronco inclina la cabeza y le observa desde fuera. Ese animal no suele guardar quietud ni aguantar la mirada, pero, de algún modo, parece entender lo que le ocurre a su amo, pues Rosendo nunca está tumbado en la cama en pleno mediodía.

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-A ver si te compras una tele plana, yayo- dice ella cargando con ese trasto.

-Ponla encima de este mueble- le ordena señalando una mesita a los pies de la cama.

-Ya está. A ver… ¿El enchufe? Espero que llegue el cable de la antena. Toma el mando-

-Gracias, pequeña. Eres un ángel- dice al tiempo que se pone otro cojín tras la espalda.

-No, si para cuando yo me vaya, ya te habré convertido en un hombre amable y todo-

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Nerea le saca la lengua en un gesto infantil que no deja a su abuelo indiferente. Acto seguido, sale otra vez de la habitación. Desde fuera, continúa hablando sin dejar de fregar el suelo:

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NEREA: Ahora haré la comida y, por la tarde, te ayudaré a limpiarte.

ROSENDO: No creo… … No creo que eso sea necesario. No estoy tan sucio.

NEREA: Tienes la ropa sucia de barro. Hace calor y seguro que ayer no te duchaste.

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Ahí le ha pillado. Rosendo es bastante higiénico, pero cuando uno se acostumbra a vivir solo termina por adquirir cierta desidia en la pulcritud de su casa, e incluso en la higiene propia.

“Nadie ha tenido que limpiarme desde que era un bebé. No puedo consentir que esa niña tenga que hacerlo ahora”

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  • Hola mamá. ¿Qué tal?

  • Andaaa. Sí que estáis yendo lejos, esta vez. ¿Ya os entendéis con la gente?

  • Ya me conozco yo el inglés de papá… … y tú eres aún peor.

  • Le ha dado un tirón y no puede levantarse de la cama.

  • No. Estoy aquí con él. Lo estoy cuidando. Se ve que le ha pasado otras veces.

  • Sí. Ja, ja, jah. Se porta bien, aunque le gusta mucho protestar.

  • Bueno… Toma unas pastillas, pero no quiere ir al médico.

  • Ya hemos comido. Ahora estoy limpiando su habitación y bueno… … la casa entera.

  • Ah. Hola, papá.

  • Que no. No lo voy a dejar abandonado al pobre. Me ocupo de que no le falte de nada.

  • Qué pesado, ¿eh? Espera que te lo paso.

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Nerea le entrega el móvil a su abuelo, quien se estaba mostrando ajeno a esa conversación. Tras una expresión de sorpresa, Rosendo lo agarra como si se tratara de un artilugio de procedencia extraterrestre. Finalmente se pronuncia:

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  • Hola… … ¿José?

  • No.

  • Sí.

  • Alubias.

  • No.

  • Vale.

  • Sí.

  • Ahá.

  • Adiós.

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Nerea, con su brazo estirado, recibe su teléfono en una postura completamente estática. Su rostro paralizado refleja una extrañeza que pide a gritos una explicación:

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NEREA: Pero, yayo… … ¿por qué eres tan frío con tu hijo? ¿Es que no le quieres?

ROSENDO: No soy frío. Es que no me gusta hablar por teléfono. No es lo mío.

NEREA: Nooh. No es solo eso. Yo sé cómo es vuestra relación. A penas habláis.

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La chica recupera el trapo y el espray multiusos y prosigue con la limpieza. Le está sacando el polvo a los muebles, y ahora se entretiene con un vetusto espejo que cuelga de la pared.

Rosendo finge que mira la tele, pero no le saca los ojos de encima a su nieta mientras ella hace sus labores.

A pesar de las ásperas críticas que ha recibido, Nerea no se ha quitado ese provocativo modelito que lleva de cabeza a su abuelo; ni siquiera se ha dignado a ponerse un sujetador que atenúe el voluptuoso balanceo de sus tiernas tetas al tiempo que se emplea, con el paño húmedo, sobre cada uno de los muebles que pueblan la estancia de aquel anciano impedido.

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-Creo que has hablado más conmigo en tres días que con él en tres años-

-Tenemos personalidades de difícil encaje. Tú no puedes entenderlo- dice resignado.

-No, no puedo entender que mi padre haya salido normal con un padre como tú-

-Cuando él era pequeño, todo era muy diferente. Yo fui un buen padre. Severo, pero…-

-Ya verás cuando se lo cuente. Ja, ja, jah- dice riendo con malicia.

-¿Cuándo le cuentes el qué?- pregunta él ostensiblemente nervioso.

-Nonooh… Eso nooh… !Vamoos!… Me refiero a lo del dibujo, las bromas, la cháchara…-

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NEREA:      ¿De qué tienes miedo?

ROSENDO: ¿Qué? No sé a qué te refieres.

NEREA:      Pues te has puesto muy tenso cuando he dicho que se lo contaría.

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El viejo no quiere contestar a eso. No puede creer que Nerea pretenda indagar en aquel turbio asunto incestuoso.

“¿A qué juega esta niña? ¿Es que disfruta incomodándome? ¿De verdad quiere que hablemos del tema?”

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NEREA: Entonces… … ¿Se lo puedo contar?

ROSENDO: ¿El qué?

NEREA: … … … Que se te pone dura cuando me tienes cerca.

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Rosendo palidece. Guarda silencio y dirige su mirada hacia el horizonte a través de la ventana. Sus cejas enfrentadas se empujan la una contra la otra revelando arduas contradicciones.

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-No te enfades, yayo- dice con voz alegre -Es algo natural. Deberías sentirte orgulloso-

-!¿Cómo puedes decir eso?!- pregunta con una extrañeza exaltada.

-Nonoh. No me refiero a que sea conmigo. Digo que: a tus años… … yo pensaba que…-

-… … Yo también lo pensaba- admite con un tono más rebajado y enigmático.

-¿Pensabas que eras… … estéril?- se aventura ella sin mucha fe en esa terminología.

-Se dice… … impotente. Si yo fuera estéril, tú no existirías- dice negando con la cabeza.

-Anda, es verdad. Te debo la vida. Tendré que pensar en un modo de agradecértelo-

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Nerea ha pronunciado esa última frase con una voz demasiado sinuosa. No para de contonearse mientras limpia; cuidando su particular coreografía para que resulte cotidianamente seductora.

Deja libre de supervisión a su abuelo para que este pueda mirarla impunemente. La niña no necesita ver sus ojos para saber hacia dónde están enfocando, y siente cómo esas pupilas de la tercera edad recorren su joven cuerpo adolescente.

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NEREA: Bea dice que estoy muy buena, y que hasta los profesores babean por mí.

ROSENDO: No hagas mucho caso a esa moza. Tiene muy mala pinta. No me cae bien.

NEREA: ¿Por qué? ¿Por su ropa rasgada? ¿Por el color de su pelo? ¿Por sus piercings?

ROSENDO: ¿Sus qué? Me da igual. No me gusta cómo se ve y no me gusta cómo habla.

NEREA: Pero ¿cuándo has escuchado tú hablar a Bea?

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El mutismo de Rosendo resulta más revelador que cualquier respuesta que pudiera verbalizar.

Nerea inspira hondamente asimilando la indiscreción de aquel diálogo íntimo con su amiga, en el jardín. De pronto se siente más desnuda. Tenía sospechas al respecto, pero, hasta ahora, se había aferrado con todas sus fuerzas a la idea de que su abuelo no las había oído. Su vergüenza sube la apuesta de esa jugada indecente que está llevando a cabo.

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NEREA:      ¿Y cuándo la has visto?

ROSENDO: … … Ayer. Cuando os fuisteis hacia el canal con esos chicos.

NEREA:      Es mi mejor amiga. Si la conocieras, te gustaría. Aunque no tanto como yo.

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Nerea levanta la cabeza y mira a Rosendo de reojo; de un modo un tanto altivo; con una seriedad que esconde la broma del doble sentido. La manera de desprenderse de aquel paño amarillo expresa un punto y final para tan sugestiva sesión de limpieza. Sin mediar palabra, la niña sale de la habitación.

La polla del abuelo lleva mucho rato basculando entre distintas erecciones. Si ese pedazo de carne tuviera entidad propia, se sentiría como un venerable anciano que hubiera permanecido montado en una trepidante montaña rusa durante horas.

“No lleva ni tres días aquí y ya ha puesto mi vida patas arriba. Mi lesión no es culpa suya, pero, ahora mismo, mi espalda es la menor de mis preocupaciones”

Rosendo dedica unos pensamientos a sus hijos, a María, al pequeño Jesús… Se sirve de los sentimientos que alberga por sus descendientes para abrazar los valores familiares que tanto necesita en estos momentos de debilidad y confusión.

Quiere que su nieta lo deje en paz de una vez, pero, al mismo tiempo, desea que regrese junto a él de inmediato.Tenso y contrariado, intenta incorporarse, pero ese dolor agudo, en la parte inferior de su espina dorsal, lo mantiene inmóvil.

Un sonido mojado vuelve a sugerirle inquietos interrogantes desde la otra punta del pasillo. Nerea ha encontrado una palangana gris y la ha llenado de agua. Pretende poner la guindilla a su jornada de limpiadora hogareña:

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-Te toca- afirma la chica, tras su reaparición, sin dar cabida a réplicas.

-Ya te he dicho que no es necesario- protesta cruzando los brazos a modo de protección.

-No me hagas enfadar, yayo. Tienes la ropa llena de barro seco- dice señalándolo

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No le falta razón, pues en el blanco de su camiseta vieja resalta la mugre que ha recogido cuando el lumbago lo ha derribado.

Nerea, tras dejar el recipiente en el suelo, coloca una mesilla junto a la cama para que soporte dicha carga. Acto seguido, mete en remojo una suave esponja naranja que llevaba en la mano y se dispone a sacarle la prenda superior a su abuelo.

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-No, de verdad, Nerea. Esto no…- pronuncia sin demasiada convicción.

-A ver, yayo. ¿Te crees que voy a dejarte ir así? ¿Cómo un vagabundo?-

-¿Ir a dónde? !Si no voy a levantarme!- exclama con desespero.

-No me seas inmaduro. De todos modos, te voy a limpiar el cuerpo, así que…-

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La convicción de la niña consigue doblegar la resistencia del viejo quien, en un momento de debilidad, permite que las ganas de ser tocado por su nieta le hagan bajar los brazos; o, en este caso, subirlos.

Nerea consigue desnudar el torso de Rosendo tras sortear ciertas dificultades posturales. El rubor de su pecoso rostro va fluctuando a medida que traspasa, una tras otra, todas aquellas prohibitivas líneas rojas: de vestuario, gestuales, verbales, físicas… Cada una más transgresora que la anterior. Se siente temeraria recorriendo ese pernicioso trayecto de tan incierto destino.

Cuando esta mañana ha escogido su breve atuendo veraniego, en ningún instante contemplaba la posibilidad de llegar tan lejos; pero las circunstancias imprevistas de esta peculiar jornada se han ido alineando a favor del mandato lujurioso que tan morbosamente la ha cautivado. Está cachonda perdida y no quiere dejar de jugar con su abuelo.

Nerea ha empezado a usar la esponja húmeda y un paño seco para limpiarle los pies y las pantorrillas, pero, a la hora de acceder a los muslos, se encuentra con el impedimento que representan esos pantalones pirata beis:

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ROSENDO: No, eso sí que no. No te atrevas.

NEREA:      A ver, yayo. ¿Es qué no llevas gayumbos?

ROSENDO: Sí. Pero… … se trata de mi ropa interior.

NEREA:      Pero si los he visto tendidos. Son más largos que un bañador.

ROSENDO: Puede, pero no hay ninguna necesidad de…

NEREA:      Vas a pasarte muchas horas tirado sobre la cama. Estarás más cómodo si…

ROSENDO: Ya me los quitaré luego.

NEREA:      !Pero si no te puedes mover! Anda. Déjame a mí.

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Rosendo vuelve a ceder y colabora a regañadientes. Levanta el culo para que su nieta le asista en ese declive indumentario.

Nerea estaba equivocada: no se siente más cómodo; no es una cuestión física, pues es la vergüenza la que fastidia su sosiego.

El cuerpo de aquel anciano dista mucho del que un día fue. No solo ha perdido el cabello de su cabeza; su vello corporal también ha mermado en gran medida, y los pocos pelos que conserva son canosos y mal repartidos. Ha menguado en estatura y en masa muscular. Esas carnes, que antaño habían configurado una digna apariencia, ahora son fofas y colganderas. Su espalda se ha ido curvando, y sus proporciones han malogrado su armonía a lo largo de numerosas décadas.

Los dedos mojados de la niña están trepando demasiado arriba:

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ROSENDO: Cuidado, Nerea.

NEREA:      !Tranquilo, yayo! !Que no te la voy a tocar! No creo que la tengas tan larga.

ROSENDO: Entonces… … creo que puedes dejarlo ya.

NEREA:      !Relájate! No hay nada peor para el dolor de espalda que estar tan tenso.

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Se sienta a un lado de la cama y, con una actitud muy serena, prosigue con sus labores de cuidadora ubicadas ya en el pecho:

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-Creo que ya puedo…- dice incómodo, intentando relevar a su enfermera.

-Deja, tonto. Tú acomódate; que te sirva de algo tenerme aquí-

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Tras su oposición inicial, Rosendo siente que ha cumplido con la mínima pudicia requerida, y opta por dejarse cuidar. Ya le ha causado una gran impresión que su nieta le tocara sus extremidades inferiores, pero las sensaciones que le abordan ahora le transportan a otro nivel. Si bien la muchacha usa la esponja mojada de agua caliente, sus dedos y el torso de su mano no dejan de rozarle la piel gratamente.

Es lo más parecido a una caricia que aquel viejo ha recibido en la última década. Ya hace veinte años que su matrimonio perdió, definitivamente, la ternura física y, ya con la ausencia de Carmen, el carácter rudo de Rosendo le ha mantenido totalmente aislado en ese aspecto. Dicha barrera parecía del todo infranqueable, pero los encantos de Nerea, junto con su jovial confianza familiar, han derretido su armadura de frialdad.

Las gotas que se deslizan por su cuerpo hasta alcanzar el colchón plasman metafóricamente esa fundición.

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-¿Te gusta, yayo?- pregunta Nerea percatándose del embobamiento del septuagenario.

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Rosendo mira los ojos verdes de su nieta, pero no contesta, solo recupera el gobierno de su expresión para que su gozo no sea tan evidente.

Con gestos coquetos, la moza empieza a usar su otra mano, ya sin el paño, para acompañar a la esponja con un trazo dispar. Cuando la punta de esos deditos alcanza la cima de tan arrugado pezón, el anciano nota su primera contracción fálica.

Hace rato que su recato moral lucha contra esa calentura; ha intentado vetar las miradas lascivas y los pensamientos impuros, pero, en estos momentos, ya ha perdido aquella cruenta batalla. La rendición del veterano guerrero se constata cuando, por fin, se permite mirar a Nerea sin reparos ni censuras.

Unas eventuales salpicaduras han mojado el fino top blanco de la niña dotándolo de una transparencia muy notoria. A raíz de ello, los pezones de aquella pelirroja adolescente se expresan con total desinhibición, desafiando la decencia de esa escena tan equívoca.

“¿Es qué no se da cuenta de que se ha mojado las tetas? ¿Ha sido un accidente o lo ha hecho a propósito? No creo que sepa cómo se ve ahora mismo”

Nerea saca una goma elástica de su muñeca y, con gestos naturales, levanta los brazos para hacerse una cola. Parece un crimen oprimir esos preciosos cabellos rojos, pero trata de ser práctica. Su belleza facial, ahora más despejada, confirma unos sublimes contornos tersos tan pálidos como pecosos. Aquella incontestable juventud se contrapone al recuerdo que Rosendo conserva del decaído rostro de su difunta esposa.

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NEREA: ¿En qué piensas, yayo? Estás muy callado.

ROSENDO: … … … Me estaba acortando de tu abuela.

NEREA: ¿Es que te recuerdo a ella?

ROSENDO: Nooo. Precisamente… … eres completamente opuesta.

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Nerea no deja de mojar suavemente el torso de su abuelo con movimientos lentos y sinuosos sin olvidar ningún rincón.

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-¿Es que ella no era tan guapa?- dando por sentada su incontestable belleza.

-Carmen fue la mujer más guapa para mis ojos cuando estaba enamorado; de joven-

-¿Y los últimos años? ¿No era lo mismo?- pregunta con un hilo de voz.

-No. Piensa que estuvimos más de cincuenta años casados- responde sosegadamente.

-Waaah. !Cincuenta! Más de tres veces mi vida- exclama mirando hacia arriba.

-Engordó, se arrugó y cogió muy mal carácter. Tú eres todo lo contrario-

-¿Porque tengo buena figura y soy muy joven y amable?- pregunta tendenciosamente.

-Eres un encanto; y tan hermosa que casi no lo puedo soportar- admite atormentado.

-Levanta los brazos, yayo… … … así… … … Creo que se a lo que te refieres-

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Rosendo no quiere que la charla siga por ese camino y calla. Su atención frente a tan inquietante secuencia recae en las travesuras digitales de aquella niña, quien, después de tropezar de nuevo con ese grueso pezón, lo pellizca suavemente sirviéndose de tres de sus dedos. Dicho jugueteo se prolonga inmoralmente sin que el anciano sea capaz de ponerle freno. Finalmente, Nerea se desentiende de él y da media vuelta para volver a empapar la esponja en la palangana.

La polla del viejo ya se ha desperezado del todo, aunque está tan pegada a su cuerpo que no llama demasiado la atención. La posición de la chica no incluye esa vergonzosa protuberancia en su ángulo visual, y el color oscuro de la tela ayuda a que dicha erección no sea tan escandalosa.

Todo cambia cuando Nerea dobla su pierna para ponerla encima de la cama, y vira encarándose a su abuelo. Se dispone a mojar la única parte seca de ese tronco que todavía resulta visible: la piel más cercana a la goma de los gayumbos.

Para tal cometido, la muchacha ha prescindido de la esponja. Después de abandonarla dentro de del barreño, se ha enjuagado las manos y se ha enfocado hacia su objetivo. Sus intrépidos dedos mojados no tardan en profanar los límites que tan laxamente intenta delimitar la goma dada de sí de esa prenda interior.

“Esto... Esto NO... !Dios mío!... Me la ha tocado”

En un gesto intrusivo, Nerea ha recorrido la piel del bajo vientre de su ancestro. En circunstancias normales, dicho movimiento no hubiera tenido mayores consecuencias, pero el pene de Rosendo ha adquirido tanta longitud que aquel glande tumefacto se ha encontrado con el revés digital de esas frías manitas limpiadoras.

La chica sigue actuando con toda normalidad ante la parálisis muda de su abuelo. Lejos de amedrentarse por lo embarazoso de la situación, vuelve a efectuar una friega parecida. Esta vez, ha descartado cualquier sutileza, y su tacto ha alcanzado la base de esa larga trayectoria fálica. Algo contrariada piensa:

“¿Qué es lo que estoy haciendo? ¿Acaso me he vuelto loca?”

Rosendo abre la boca para emitir algún vocablo que termine con esta pervertida actuación, pero, antes de articular ningún sonido, siente como Nerea le agarra la polla delicadamente.

La mirada de la chica supervisa el bulto que deforma la tela de los calzones. Su rostro parece ajeno a la trascendencia de sus movimientos; como si lo que ocurre no tuviera nada de especial; como si ese contacto no afectara al bochorno de su propio abuelo.

El viejo está buscando la manera de justificar esa escena en pro de la higiene que le está procurando su nieta hasta que, de pronto, nota como Nerea le baja los gayumbos. Aquel cuerpo caduco se contrae provocando un pinchazo lumbar que lo somete de nuevo; acompañándose de un dolorido quejido:

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ROSENDO: Aahay.

NEREA:      Pero no te muevas, yayo. No ves que estás inválido.

ROSENDO: Nerea… … Por favor… … ¿Qué es lo que me estás haciendo?

NEREA:      ¿Cómo que qué hago? ¿A ti qué te parece? Te estoy limpiando.

ROSENDO: Noo. Esto no lo puedes hacer.

NEREA:      Claro que puedo. Tus partes… … nobles son las que más requieren higiene.

ROSENDO: No. Pero eso no…

NEREA:      Anda. Cállate. No me vengas ahora con vergüenzas de niño pequeño.

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La condicionada oposición de Rosendo se achanta ante la vehemente actitud de su nieta que, con ciertos esfuerzos, rebaja esa última prenda superando la fricción que ofrece el peso del anciano contra el colchón que lo sustenta.

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-Caramba, yayo. La tienes muy dura- observa sonriente.

-Es qué… … yo no. no puedo… … no es algo que. que yo…-

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La risa de Nerea se vuelve sonora al tiempo que esa ventosa diversión se escapa entre sus dientes y por su nariz. Vuelve a estar ruborizada y algo nerviosa. Siente que su fiebre lasciva cabalga desbocada sobre un frágil escenario que podría romperse en cualquier momento; pero el miedo a las consecuencias de esta locura no logra coger las riendas de su motricidad ni frenar esa perniciosa deriva.

La chica ha cogido una pastilla de jabón que permanecía sumergida en el agua del cubo, y se ha untado las manos con ella. Acto seguido, se apodera de los colganderos huevos de su abuelo y empieza a jugar con ellos, provocando un poco de espuma que ameniza tan peculiar manoseo.

Rosendo se ha rendido a unas añoradas sensaciones que le trasportan a los tiempos en que el hombre todavía no había pisado la luna. Nunca creyó que, a estas alturas, algo así pudiera volver a su vida. No deja de mirar a su nieta, embobado, mientras respira hondo.

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NEREA:      Así… … ahora tienes los huevetes bien limpitos.

ROSENDO: Gracias… … Gracias, Nerea … … De verdad.

NEREA:      De nada, yayo. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.

ROSENDO: Entonces… … no le cuentes a tu padre lo que estás haciendo.

NEREA:      ¿No quieres que le cuente que te he limpiado tus partes íntimas? ¿Por qué?

ROSENDO: Esto… … Esto es algo muy personal. Me da vergüenza.

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La niña enjabona ese duro pedazo de carne mientras habla. Se acaba de impregnar las manos con la viscosidad jabonosa de la pastilla, de nuevo, y sus dedos resbalan a medida que oprimen el enrojecido rabo de su abuelo.

Aquel portentoso trabuco, espumoso y reluciente, se sirve de los generosos rayos solares que se cuelan por la ventana para exhibirse con todo su esplendor. Un grosor irregular, junto con esas venas colapsadas y de gran relieve, le dan un aspecto grotesco y deforme.

Morado, rojo, azul, pálido… La paleta de colores que pinta tan singular erección podría interpretarse como un fenómeno alarmante, pero, ahora mismo, ni Nerea ni Rosendo parecen demasiado interesados en diagnosticar una patología fálica.

La chica lleva un rato navegando a la deriva en medio del temporal, pero intenta tomar consciencia de lo que hace:

“Le voy a hacer una paja al yayo. ¿En serio? ¿De verdad voy a hacerlo?”

La razón queda relegada frente al imponente mandato de tan autoritario calentón, y ese masaje a dos manos se desentiende de las ambigüedades que aún pudiera albergar adquiriendo un sentido explícitamente masturbatorio.

Nerea se incorpora para adoptar una postura ventajosa a la vez que ejecuta movimientos más contundentes y repetitivos.

Rosendo no da crédito a lo que está pasando:

“!Me la está pelando! !Mi nieta me la está pelando! OO0Oh... Nereaah”

Se avecina una contienda épica, pues ese vejestorio lleva décadas sin correrse.

Nerea no ha calibrado la dificultad que entraña ese desafío. Aun así, su feroz determinación juega a su favor.

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NEREA: ¿Te gusta esto, yayo?… …hhh… … ¿Te gusta lo que te hago?

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Rosendo no consigue contestar, y se limita a poner cara de susto mientras observa ese glutinoso trajín manual.

Nerea se siente algo torpe y decide apoyar una de sus manos en la cama para poder efectuar sacudidas más rápidas con la otra. A pesar de que es la primera vez que toca una polla, la aprieta con fuerza como si estuviera acostumbrada a hacer pajotes.

Se la menea frenéticamente hasta que le duele el brazo. Nada más detenerse para descansar, la moza nota como fluye la sangre por esas hinchadas venas azules. Con la respiración acelerada, vuelve a dirigirse a su abuelo:

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NEREA: Quiero que te corras… … hhh… … yayo. ¿Lo harás por mí?

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Sigue manteniendo su silencio, pero, esta vez, Rosendo ha asentido frunciendo el ceño para aceptar el reto.

Mientras observa cómo su nieta reemprende la acción, fija su mirada en aquellas jóvenes tetas mojadas que se columpian al ritmo del movimiento de esa colérica paja incestuosa. Alarga el brazo para tocarlas, pero apenas las roza.

Nerea se percata de las pretensiones de su abuelo, y se aviene a colaborar. Con unos rápidos movimientos manuales, libera una teta tras otra subiéndose el top; una prenda elástica que queda relegada por la pálida voluptuosidad de la niña.

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NEREA: Ahora, yayoh… … hhh… … Aquí las tienes… … Tócamelas.

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Nerea adapta su postura para facilitarle el acceso.

Rosendo no tarda en sopesar aquellas generosas redondeces tan turgentes. No puede moverse demasiado, pero eso no le frena.

“Qué tetas tan gordas. ¿Cómo es posible? !Si todavía es una niña!”

Fruto de ese obsceno ajetreo, algunos mechones pelirrojos consiguen escaparse de la goma que los oprimía para dejarse caer sobre el rostro de la muchacha. Ella no les hace ningún caso y sigue con su indecente cometido.

Siente cómo los dedos gruesos de Rosendo buscan sus duros pezones, dando algunos rodeos por su suave geografía mamaria, para terminar jugando con ellos efusivamente.

La mirada de la chica se debate entre el objeto de sus trabajos manuales y el pasmado rostro de Rosendo.

En un momento dado, nota cómo aquellas manos de piel curtida empiezan a recorrer sus desinhibidos muslos e intentan apoderarse de sus nalgas por debajo de ese pequeño short.

“El abuelo me está metiendo mano. Me toca el culOOO. Qué raro que lo siento. Este morbo me está poniendo mala”

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NEREA: ¿Te gusto, yayo?… … hhh… … Dime que te gusto.

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Por cuarta vez, Rosendo es incapaz de emitir una respuesta para las puntuales preguntas de su nieta; pero esta vez tiene una razón de peso. Algo se está removiendo intensamente desde sus entrañas de un modo que ensordece sus sentidos y su raciocinio.

“Me vengo. Ahora sí que me viene. DIOS. ESTOY EN LA GLORIA”

Aprieta las piernas, con sus bóxers ya por las rodillas, para intentar dar más tensión, si cabe, a su herramienta viril, y terminar de trepar a la cima de ese clamoroso orgasmo que tanto se está haciendo de rogar.

Finalmente, consigue pronunciar un gemido roto que da voz a un brutal desahogo estremecedor.

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ROSENDO: !oOo0h!… … !DiOooOs mioOh!… … !aaaah!… … !yaaaaah!

NEREA:      Vamos, yayoh… … hhh… … !Dámelo!… … hhh… … !!Dámelo todo!!

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Nerea se da cuenta de lo que ocurre, y apunta aquel cañón cárnico hacia ella misma, a modo de suicidio. Teme que el pozo esté seco cuando, después de tres violentas contracciones fálicas, no emana ese deseado néctar albino.

Finalmente, el semen caducado de Rosendo empieza a brotar con una presión inaudita que incluso llega a emitir sonido. Una gran cantidad de chorros lechosos embadurnan la cara y las tetas de una nena que no da crédito a tan caudaloso premio.

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-Perooh… … Yayoo0h… … hhh… … ¿Esto qué es?- protesta empapada.

-Ufff… … hhh… … Tú lo has querido, pequeña- contesta él al borde del desmayo.

-Pero es que…-

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Parece como si ese viejo hubiera estado ahorrando esperma durante décadas para derramarlo hoy sobre su querida nieta.

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[EL ABUELO ROSENDO Y SU NIETA TETUDA] [1/3]

-por GataMojita-