El abrigo

Encuentro por casualidad a mi vecina de enfrente, a la que vi desnuda por la ventana. Y la sigo, para llevarme una sorpresa calentísima

Solo había salido de casa para bajar el vidrio al contenedor. La temperatura había mejorado y era lo que podríamos llamar una agradable mañana de diciembre, soleadita. Desde la calle, terminada mi cívica tarea, levanté los ojos hacia la ventana del tercero del edificio frente a mi casa. Desde que, días antes, vi a aquella diosa exhibir sus tetas para mí, no fantaseaba con otra cosa que volver a contemplarla, sin éxito.

Y la fantasía se hizo realidad al otro lado de la calle. Del portal de la casa salió la diosa. De arriba a abajo, perfecta. Una boina ideal, de tejido beige, que contrastaba a las mil maravillas con su pelo moreno. Gafas de sol, de estrella de cine, aunque la mañana no estuviera tan Paula, pero que le daban un aire irresistiblemente misterioso. Un abrigo precioso por encima de la rodilla, a juego con la boina, cerrado por un cinturón anudado descuidadamente que invitaba a tirar de él y descubrir tesoros. Un breve fragmento de pierna, enfundado en medias casi invisibles. Y por debajo de la rodilla, unas botas a la moda que la hacían ser la imagen de la perfección. El abrigo, por supuesto, marcaba de manera inconfundible el par de tetas que yo había visto. Y un culo estupendo.

Salió con decisión del portal y se encaminó hacia el centro. Pensando con la polla más que con otra cosa, decidí seguirla. Un camión de reparto de Mahou estuvo a punto de terminar con mi aventura, se ve que la sangre había abandonado mi cerebro en busca de otros alojamientos. Sorteé el atropello y empecé a seguirla a una distancia prudencial. Me había transformado de voyeur en stalker. Aquel par de tetas me hacían perder el sentido.

No fue difícil seguirla, aquel estilazo dejaba huella. Bastaba con seguir el rastro de hombres y mujeres que, a su paso, iban girando la cabeza para contemplarla en su marcha. En más de un caso, para disgusto de sus acompañantes, parecía el meme típico. Pero aquella figura era un imán para cualquiera que tuviera sangre en las venas y en la polla y alma en el cuerpo.

Después de un cuarto de hora de persecución, llegamos a una esquina donde se encontró con otra mujer. O debería decir con otro monumento. El contraste entre las dos era llamativo, pero la proximidad entre ellas hacía que saltaran chispas. O quizá yo estaba alimentando fantasías. La recién aparecida era un poco más alta, algo más joven, rizosa y con el pelo más claro. Llevaba un abriguito negro muy entallado, que marcaba una delgadez en la que destacaban un buen par de tetas. No eran las de mi diosa, pero el contraste con la cinturita hacía difícil apartar la vista. Piernas preciosas enfundadas en medias negras y zapatos de tacón no exagerado.

La distancia social impidió que el saludo fuera más próximo, pero la actitud de sus cuerpos revelaba al espectador atento, es decir yo, que allí pasaba algo. Confiado en mi anonimato y en la mascarilla, me acerqué a ellas. Qué ojazos tenían, ahora que podía distinguirlos. Los de la diosa eran marrones, del color que yo recordaba en sus pezones gloriosos. Los de su amiga azules como el río más helado. Pero brillaban con algo que al instante identifiqué como la lujuria más desenfrenada. Yo no era el único allí con ganas de follar. Y tampoco el único que le había visto las tetas a la diosa… El juego había comenzado...

Echaron a caminar hacia la puerta de El Corte Inglés, al otro lado de la calle. Las seguí, a una distancia discreta. No podía oír su conversación, pero la amiga de la diosa tenía un lenguaje corporal que yo interpreté como desafiante. Mi diosa caminaba imperturbable, con un movimiento de culo tan hipnótico como el de sus tetas.

El inicio de la sesión de shopping fue bastante decepcionante. En la zona de oportunidades, la amiga compró un cojín barato. Extraña compra, pensé, sobre todo cuando le dio la bolsa, grande, a mi diosa. Después fueron hacia una zona apartada, ropa deportiva. El misterio continuaba. Hablaron con un dependiente y la diosa se desabrochó el abrigo. Reconocí el jersey rojo, pero no alcancé a ver si lo llevaba sin sujetador como el otro día. No era la misma falda, pero era igual de corta que el otro día. El dependiente tuvo que disfrutar del espectáculo, porque cuando se marchó a buscar las prendas que le habían pedido, marcaba un importante bulto en su entrepierna.

Volvió, ya sin estar empalmado, y le entregó las prendas a mi diosa, indicándole dónde estaba el probador. Por la forma en que le miraba el culo, le había gustado lo que había visto. La mirada de su amiga, por otra parte, no era menos interesada. Por un momento, me estaba volviendo un psicólogo: el que mira las reacciones de los demás cuando una belleza entra en una sala. Pero también le miré el culo y me sorprendió que se fuera con la bolsa del cojín al probador.

Me puse a mirar palos de golf con naturalidad, cerca del probador, y oí que llamaba a su amiga Candela. Ella entró también en el probador y salió al poco tiempo con la bolsa del cojín, que ahora parecía más abultada. Mi diosa, a la que oí llamar Lucía, no tardó en salir, con el abrigo perfectamente abrochado otra vez con aquel nudo displicente. Le dio las prendas al dependiente y pidió que se las enviaran a casa. Candela, mientras tanto, parecía revolver en la bolsa del cojín. Cuando vi asomar el jersey rojo dentro de la bolsa, quedé desconcertado.

Las dos se encaminaron hacia las escaleras mecánicas y yo fui detrás de ellas. No podía estar sucediendo lo que creía. Dejé que me cogieran una cierta ventaja, ocho o diez escalones. Las botas de Lucía seguían como al principio, pero desde mi posición no veía ni rastro de la falda que había visto antes. Candela, como en un descuido, movió la parte de atrás del abrigo de Lucía y lo levantó. Los muslos de Lucía quedaron expuestos, envueltos en medias de esas que uno solo piensa que salen en las películas de mujeres fatales. El encaje a medio muslo que estaba viendo anunciaba a los cuatro vientos que, en efecto, la falda de Lucía había desaparecido. Miré hacia atrás. Tres escalones por detrás de mí, un hombre de bastón también hacía contemplado el espectáculo. Mirándome con ojos socarrones, levantó su bastón como si estuviera empalmándose. Yo estaba ya morcillón, mi polla empezaba a acumular sangre.

Llegamos en nada a la planta principal. Lucía y Candela empezaron a pasear por la zona de perfumes. Me coloqué en un pasillo paralelo a ellas, para poder mirar desde otro ángulo. Candela se detuvo en el puesto de Dolce & Gabbana. El cartel clásico con Laetita Casta seguía allí, con sus tetas espectaculares embutidas en una blusa negra. Qué apropiado, con la de pajas que me habré hecho yo con ella. Candela le pidió una muestra de perfume a la encargada, que tenía un culo estupendo, por cierto, de esos metidos en un pantalón ceñido que tan cachondo me ponen. Pero no debo distraerme.

Candela cogió la muestra y le dijo a Lucía que se abriera el abrigo un poco, para ponerle el perfume en el cuello. Mi diosa se apartó, enloquecedoramente sexy, los cuellos del abrigo y nos mostró una piel perfecta. Candela le aplicó el perfume, Lucía lo olió y Candela invitó a la chica a acercarse a olerlo. Lo que habría dado yo por esa invitación. Porque acababa de descubrir otra cosa. Debajo del abrigo al que tanto se acercaba la chica, ya no había jersey rojo, como yo había deducido tras ver la bolsa. En ese preciso instante empecé a empalmarme del todo. Noté cómo mi polla comenzaba a hincharse, a ponerse gorda, a agarrar textura. Yo había visto esas tetas y no podía dejar de imaginarlas debajo del abrigo.

La visión de la chica oliendo a Lucía era realmente excitante. Me acerqué con naturalidad, a tiempo para ver su melenita rubia acercarse a Lucía muy peligrosamente. Podría jurar que Candela se relamió al verlo. Cuando pasaba junto a ellas, Candela dejó caer la bolsa “del cojín” delante de mí. Lucía se sobresaltó y casi chocó con la chica de Dolce.

Yo, caballeroso, me agaché a recoger el contenido que se había desparramado por el suelo. El cojín no se había molestado en salir, pero todas mis sospechas aparecieron ante mis ojos. Un jersey de cuello de cisne rojo que todavía conservaba el calor de su propietaria, una faldita negra plisada… y unas braguitas ideales. Intimissimi, brasileña, Pretty flowers, en negro y marfil. Las reconocí al instante, la semana pasada se las había comprado a mi mujer, para que se las pusiera cuando folláramos.

Candela se ocupó de recoger el jersey, mientras yo cogía la falda. Pareció pasar por alto las braguitas. Todo transcurrió en un instante. Extendí la mano y las cogí. Era un sueño: estaban mojadas por dentro. Mis dedos reconocieron esa humedad al instante: sabía perfectamente dónde y cómo se produce, la huella innegable de la excitación sexual de una mujer. Candela miró para Lucía y en ese momento enloquecí. En un gesto rápido, deslicé la prenda preciosa dentro de la manga de mi abrigo. Estaba robando unas bragas usadas de mi vecina…

Me levanté con naturalidad, como si nada más hubiera caído, y lo mismo hizo Candela, con bastante más agilidad que yo, propia de una tigresa. Me dio las gracias con una voz que era un puro canto de sirena, disculpándose por su torpeza. Estoy seguro de que debajo de la mascarilla había una sonrisa irresistible y unos labios perfectamente pintados. Seguí mi camino, antes de que descubrieran que estaba empalmado y que había robado las bragas de Lucía.

Si hubiera tenido dos dedos de frente, me habría marchado. Pero estaba pensando con la polla. Llevaba todo el día pensando con la polla. No pensaba en otra cosa que en espiar a Lucía. Me había obsesionado tras verla por la ventana. Tuve la suficiente cordura de sacar la braguita de la manga para guardarla en un bolsillo interior. Pero cometí un error: olerla antes de guardarla.

El perfume del sexo de Lucía era embriagador. Fueron dos segundos, no más, pero estaba percibiendo una feminidad apabullante. Una hembra espectacular, joven, llena de deseo… Había quedado atrapado. No podía marcharme. Me di la vuelta y las vi encaminarse hacia el ascensor. Cogí la misma ruta y vi que se paraban a esperarlo. Era el ascensor panorámico, el que sube al piso quince del centro comercial con unas vistas espectaculares, todo cristal.

Me acerqué casualmente a ellas, para coger el mismo ascensor. En ese momento, se dieron la vuelta con rapidez. Lucía tropezó conmigo y pude sentir lo mullido de sus tetas debajo del abrigo. No sé si ella sintió el bulto de mi polla. Se alejaban sin remedio del ascensor, yo no podía cambiar de rumbo. Mi cacería había fracasado. Reuní todas mis fuerzas para no mirar atrás y me puse a esperar con resignación el ascensor.

Llegó. Ya que había perdido, subiría a la última planta a tomarme algo al Club Gourmet. Podía pasar también por lencería, a ver si encontraba alguna sorpresa para mi mujer. De perdidos al río, pensé. Entré en el ascensor y marqué el 15. Me asomé a la cristalera para ver las decoraciones navideñas y no fui consciente de que alguien se acercaba con velocidad al ascensor.

  • ¡Espera!

Yo ya había oído esa voz hacía poco. Me giré y pulsé sin pensar el botón de mantener abierta la puerta. Una pierna preciosa enfundada en una media negra fue lo primero que vi. Levanté la vista y me encontré con Candela, que me sonreía con sus ojazos, mientras hacía a Lucía un gesto para que se apresurara.

La forma de caminar de Lucía era hipnótica. No había manera de resistir la visión de los bultos preciosos que se formaban bajo su abrigo. Y cada vez que su pierna aparecía entre los faldones, era un relámpago en una mañana Paula. Entró en el ascensor y solté el botón. Las puertas empezaron a cerrarse.

  • No te importa que subamos, ¿verdad? Mantendremos todas las distancias posibles

  • Por supuesto, con lo que tarda en volver este ascensor, no hay que perder tiempo. ¿A qué piso van?- Uy, qué formalito. Nosotras vamos al mismo que usted - y la forma en que lo dijo equivalió a desabrocharse dos botones de su blusa para ponerme incómodo -, al último.

El ascensor empezó a subir. No era rápido, pensado para disfrutar de las vistas, hacia las que desvié la mirada.

  • Lo que usted - dos botones menos - quiere ver está aquí dentro

Volví la mirada hacia ellas. Lucía estaba plantada delante de mí, de espaldas a la puerta. Las piernas estaban firmes sobre el suelo, sus botas las estilizaban y le daban un aspecto fantástico. Y el abrigo con su cinturón anudado… Antes de que yo tuviera ocasión de decir nada, Candela tiró del cinturón, rompió el nudo gordiano y exhibió a Lucía ante mí.

El telón se había corrido y la Venus aparecía ante mí, una nueva Friné. Las medias eran, en efecto, de encaje. No había liguero, pensé decepcionado, pero pronto lo olvidé. Porque no había nada más. Las tetas de Lucía, enormes, preciosas, tan colgantes como las había visto desde la ventana, estaban ante mi. Nada de sujetador, por supuesto. Tenía un tipo estupendo, de chica que hace deporte. Y una finísima tira de vello púbico perfectamente recortado. A un metro delante de mí, estaba el mayor espectáculo del mundo.

Mi polla se precipitó hacia delante, chocando con la cremallera. No recordaba una erección tan bestialmente rápida en mucho tiempo. No estábamos más allá del tercer piso y estaba completamente empalmado mirando a Lucía, ante la atenta mirada de Candela. Cualquiera habría podido mirar desde la calle hacia el ascensor y, con sus paredes de cristal, gozar del espectáculo. Pero nunca estamos atentos a las cosas buenas de la vida.

  • ¿Le gusta lo que ve? - el tono de voz de Candela era puro desafío, con su “usted” arrebatadoramente provocador

  • Mucho - respondí, tocándome sin darme cuenta la polla

Y era verdad. Las tetas de Lucía eran un prodigio. Eran redondas, eran grandes, pero eran pura proporción. Nada había en ellas de fofo o de innecesario, su cuerpo trabajado era el marco perfecto para aquellas dos delicias. Su cintura no era la más fina del mundo, claro, pero un par de tetas como las que estaba contemplando no podían sostenerse en cualquier cuerpo. El suyo se estrechaba sinuoso un poco por encima de su ombligo y se volvía a ensanchar con una cadera (y un culo que yo no veía en este momento) perfecta.

En su piel no había lunares. Tenía un tono suave y un ombliguito profundo que no pude imaginar de otra manera que encharcado por mi semen. Y si seguía bajando, una fina tira de pelitos morenos, un precioso senderito de vello público me conducía a lo que ya daba por supuesto que era un coño jugosísimo. ¿Estaría mojada? No pude preguntarme otra cosa, porque, en su postura, sus piernas estaban separadas y me incitaban a arrodillarme ante ella y comer.

Todo esto sucedió en un par de pisos, entre el tercero y el cuarto. El ascensor seguía subiendo lentamente y yo me relamía bajo la mascarilla.

  • Apártese - me dijo Candela, y obedecí.

Dejé mi sitio junto a la cristalera exterior y me desplacé hacia la puerta, sin quitar la vista de Lucía. Candela la empujó hacia la cristalera, hasta que sus tetas quedaron aplastadas contra el vidrio. Candela me miró con sus ojos encendidos.

  • Cuéntanos, Lucía

  • El cristal está frío. Muy frío. Y eso hace que mis pezones se pongan muy duros

  • ¿Se imagina sus tetas desparramadas contra ese cristal?

  • Perfectamente - contesté yo sin pensarlo mucho

  • ¿Cómo está tu coño, Lucía?

Los dos seguimos con la mirada la trayectoria de su brazo hacia su entrepierna.

  • Caliente. Mojado

  • ¿Quiere comprobarlo, señor?

Me moví como un autómata hacia ellas. Debíamos de estar entre el octavo y el noveno piso. Candela hizo que Lucía se girara y me mostrara de nuevo su desnudez.

  • Ofrécele tu mano, Lucía

La más sensual de las aristócratas francesas del XVIII no habría extendido mejor su brazo. La mano que acaba de acariciar su más precioso secreto estaba ante mí. La cogí suavemente, intentando no parecer demasiado excitado. Su mano era suave, una mano acostumbrada a trabajar con materiales delicados… Por un momento, tuve un flash de Lucía diseñando lencería y probándola sobre el cuerpo de otras diosas… Su mano era caliente y esto hizo que mi polla siguiera su camino hacia la dureza del titanio.

Incliné mi cabeza, en un estúpido galanteo, y acerqué su mano a mi nariz. Y a mi boca. Olía a sexo. Respondiendo a mi pregunta, estaba mojada. Aquella situación no era un chantaje. Era un reto al que Lucía se entregaba en cuerpo, qué cuerpazo, y alma… Su excitación multiplicó la mía. Cerré los ojos para captar el perfume de su sexo. Era diferente a cualquier otro que yo hubiera percibido, era suave y misterioso… No pude evitar besar su mano.

  • ¿Qué hace, caballero?

Candela me soltó un guantazo que rompió mi hechizo.

  • Se mira, pero nada más… por ahora. Lucía, abróchate, que vamos a llegar al piso de arriba y si te ven así van a pensar que eres una golfa. Vamos al Rincón Gourmet a tomar algo y luego pensamos qué haremos. Invita usted, por supuesto.

Cada “usted” de Candela me excitaba de una manera nueva, mi polla daba un salto. Ahora me habría gustado ponerla sobre mis piernas y azotar su culito respingón, mientras Lucía, desnuda, contaba en voz alta los azotes con displicencia, después de haberle bajado las bragas, blancas por supuesto, hasta medio muslo. Entre el cuerpo de Lucía y el alma de Candela, me estaban volviendo loco… No se podía estar más caliente que yo.

Llegamos a nuestro piso con el tiempo justo para que Lucía se recolocara el abrigo. Llevó su mano a su boca, bajo la mascarilla, y la lamió suavemente mirándome a los ojos. Ya no era solo una cuestión de cuerpo, ahora me iba a calentar ella también con el alma. Decididamente, me estaban volviendo loco.

Las dejé pasar y Candela no desaprovechó la ocasión para sobarle el culo a Lucía al pasar delante de mí. Esta vez, sin mirarme. Era su juego y yo no era más que un accidente. ¿Lo era?

Las seguí hasta el Rincón Gourmet y Candela le pidió al camarero una mesa con vistas. Casualmente, era la más apartada. El juego seguía.

  • ¿Qué tomaremos? - preguntó Candela con total naturalidad

  • Champán para los tres, si os parece bien - respondí yo. Viendo la calidad de la ropa que llevaban (o no, en el caso de Lucía), la bebida tenía que estar a la altura. Asintieron - Pol Roger, traiga la botella, que hoy es un día especial.

Había decidido jugármelo todo. Aunque mi reacción natural habría sido huir de aquellas dos sirenas y no meterme en líos, estaba atrapado en su red. Candela se subió al taburete y el cruce de sus piernas fue magnífico. Largas, bien torneadas, asomando descuidadas bajo el abriguito, dejando ver una blonda de encaje a medio muslo que reforzaba mi empalme. Ni yo ni el camarero dejamos de apreciar el espectáculo. Estaba como un pan.

Y qué decir de Lucía. Ella no se había sentado, simplemente había apoyado su perfecto culo en el taburete y seguía de pie. Traviesa, había abierto un poco el cuello del abrigo y me enseñaba nuevos centímetros de su piel, los mismos que conservaban el perfume de antes. Cuando el camarero trajo la botella, repartió su atención entre el escote de Lucía y las piernas de Candela. Llenó las copas y nos dejó solos.

  • Brindemos por nuestro nuevo amigo… ¿Cómo se llama, caballero?

  • Roberto, y después de lo que hemos compartido, creo que podemos tutearnos, Candela

Cuando pronuncié su nombre, pareció sorprenderse y los ojos de Lucía se iluminaron con una sonrisa socarrona.

  • No necesito presentarte entonces a Lucía, imagino

  • Hagamos las cosas bien, encantado

Y ella entró al trapo. Me ofreció su mano de nuevo. La que había acariciado su coño. En la que perduraba el olor de su sexo. El mismo olor que yo había aspirado de sus bragas, esas que guardaba en el bolsillo de mi camisa. Y ahora volvía a embriagarme.

  • Vamos a tener que quitarnos las mascarillas para beber. Roberto, mira para otro lado, y nosotras haremos lo mismo cuando tú bebas.

Ese era el trato y lo acepté. Mejor jugar en el anonimato. Candela, poco después, empezó a rebuscar en la bolsa del cojín. Le tendió el jersey y la falda a Lucía y a mí me dio el propio cojín, de un terciopelo extraño.

  • Qué extraño, parece que hemos perdido algo

  • Ah, ¿si?

  • Lucía, ¿te acordaste de ponerte bragas para salir de casa?

  • Ya sabes que sí, las que tú escogiste para mí. Nada de suje, bragas bonitas, como a ti te gusta.

Decididamente, estaba asistiendo a una nueva partida de un juego que parecía repetirse. Era la Champions de dos seductoras, de dos jugadoras al más alto nivel. Me di cuenta de que no tenía ninguna oportunidad de marcar las reglas. Por mucho champán, por mucho desafío que pusiera, mi única oportunidad (¿de qué?) residía en seguir la corriente. Preparado para remar, entonces...

  • ¿Quién sabe dónde habrán terminado esas braguitas, tan monas como eran? - se preguntó lastimera Candela, clavando su mirada en mí.

Candela recogió todas las cosas de nuevo en la bolsa y tomó un sorbo de champán. Lo apreció y decidió premiarme por mi buen gusto.

  • ¿Qué te pareció lo que viste en el ascensor, Roberto?

  • Maravilloso

  • ¿Querrías volver a verlo?

  • Sin duda

  • La verdad es que son unas buenas tetas, ¿no te parece?

  • Espectaculares

Candela extendió el brazo y empezó a acariciar la teta izquierda de Lucía desde el exterior del abrigo. Lucía cerró los ojos inconscientemente, no podía disimular que le estaba gustando. Mi polla, a estas alturas, tampoco se molestaba en disimular y yo no paraba de acariciarme por encima del pantalón mi nabo empalmado. Candela disfrutaba, qué duda cabía.

  • ¿Quieres acompañarme?

  • ¿A Lucía no le importará?

  • No - contestó la propia Lucía, mirándome con su habitual mezcla de desafío y deseo

Yo también extendí el brazo y me centré en su teta derecha. El tacto del abrigo era suavísimo, me imaginé que transmitía cada caricia a la propia teta. No tuve ninguna dificultad en localizar su pezón. Lo notaba, duro como la piedra, bajo la lana. Acaricié lo mejor que supe, porque sabía con quién me estaba batiendo. Las caricias duraron breves segundos, hasta que Candela nos ordenó volver a la normalidad.

Rellené las copas de champán, bebimos con nuestro ritual de anonimato y entonces fue Lucía la que pasó al ataque.

  • Candela también tiene unas tetas estupendas, ¿sabes?

  • De eso no tengo pruebas todavía, solo tu palabra

  • Candela, no dejes a Roberto con la duda

Candela no parpadeó. Qué ojazos tenía… Muy despacio, se desabrochó el abrigo para nosotros. Era el más sensual striptease que se pudiera imaginar en un centro comercial. Lucía y yo nos la comíamos con los ojos, golosos. Bajo el abrigo llevaba un vestido negro realmente ceñido, con un sencillo cuello blanco. Qué paradoja, una prenda tan recatada que resultaba tan sensual.

Con naturalidad, desabrochó el último botón y apartó el abrigo. Candela tenía un tipazo, verdaderamente. Y sabía lucirlo. El vestido se ajustaba perfectamente a su cinturita de avispa y era lo suficientemente largo para cubrir medio muslo y suficientemente corto para anunciarme las medias de encaje, de seductora, que llevaba ella también.

  • ¿Qué te parecen sus tetas, Roberto?

  • Me parecen bonitas. No son tan espectaculares como las tuyas, eso sí

  • Pero son muy firmes, ¿sabes? - ahora era Lucía la que llevaba la iniciativa - Fíjate

Y añadió el gesto a la palabra. Sin cortarse, empezó a tocarle las tetas a Candela delante de mí. Sus manos las envolvían y mi polla exigía salir de su confinamiento cada vez con más fuerza. Mi cuerpo no podía resistirse a aquel show.

  • ¿Sabes cómo se llaman los sujetadores que solo envuelven la mitad de abajo, Roberto?

  • Balconette - de otra cosa no sabría, pero de lencería tenía nociones

  • Míralo qué enterado… Pues esos son los que le gustan a Candela, que le dejen la mitad de las tetitas al aire, redonditas… Es un poco zorra, le gustan esas cosas

Con su dedo, trazó perfectamente el perfil de las dos tetas, redondas en efecto. No eran las tetazas de Lucía, pero el material que se intuía allí debajo era de primerísima calidad. Me habría encantado poner mis manos allí, sentir era carne abombarse bajo el vestido, propulsada por la lencería. Pero estaba claro que ahora no era mi turno de jugar. Volvía a ser un espectador sumiso.

Terminamos el champán, pedí la cuenta y el camarero vino raudo para cobrar. Cuando empezó a teclear el precio, Candela abrió fugazmente el abrigo de Lucía. ¿Pudo ver sus tetas? Seguro que sí, porque tuvo que repetir dos veces la marcación. Cuando estuvo listo, pasé la tarjeta y le miré a los ojos con comprensión.

  • ¿No dejas propina, Roberto? - preguntó Candela

  • Ya la he tenido, muchas gracias, de las mejores que recuerdo. Espero que vuelvan pronto con nosotros - estaba claro que el camarero había gozado de la visión de las tetas de Lucía

andela rompió la distancia social para acariciar la mascarilla del camarero, siguiendo la línea de su boca como si quisiera que chupara su dedito. Estoy seguro de que intentó usar su lengua con ella.

  • Vamos a comprar lencería, parejita…

Y por el tono con el que pronunció la última palabra, un escalofrío recorrió mi espalda.

Salimos, obedientes, del Rincón Gourmet siguiendo a Candela hacia la sección de Lencería. Yo iba el último, llevando la famosa bolsa, y aprovechaba para disfrutar las vistas. Sus culos meneándose al caminar eran todo un espectáculo y estoy seguro de que más de uno las fue siguiendo con la mirada.

No había nadie cuando llegamos. Candela se dirigió hacia los expositores del fondo, donde estaban las marcas caras: Agent Provocateur, Chantal Thomas, Lise Charmel… Parecía que sabía lo que buscaba. Se volvió hacia mí con sus ojos chispeantes

  • ¿Qué escogeremos para Lucía, Roberto?

  • Algo espectacular, como ella - de perdidos, al río

  • ¿Alguna marca en concreto?

  • A mí me gusta mucho regalar Lise Charmel - la idea de Lucía envuelta en aquella lencería de lujo resultaba realmente excitante y mi polla seguía fuera de control

  • No tienes mal gusto, no

Lucía estaba callada, extrañamente sumisa. Quizá era el papel que tenía que adoptar en el juego de hoy. Quizá Candela y ella ya lo tenían acordado todo. ¿Qué me importaba a mí?

  • Buenos días, ¿puedo ayudarles en algo?

Los tres nos giramos. Una dependienta se había acercado a nosotros. La verdad es que tenía el tipo perfecto para estar en aquella sección. La sencilla blusa blanca no servía para ocultar un estupendo par de tetas, que casi se salían por la abertura de la chaqueta. El pantalón, ajustado, marcaba unas piernas perfectas. El letrerito con su nombre, Paula, era una excusa como otra cualquiera para mirarle el escote.

  • Ay, sí, gracias por venir a ayudarnos. - contestó Candela al instante - Estos dos parecen tontos, no llevan ni un mes juntitos y se les ha ocurrido que quieren comprar lencería estupenda para celebrarlo… Y ahora que llegan aquí, no saben ni lo que quieren

  • Pues estoy a su disposición para ayudarles en todo lo que haga falta

  • Él no es capaz siquiera de calcular la talla de sujetador y ella no se la quiere decir, así que tienes que echarnos una mano

Lucía y yo estábamos un tanto fuera de juego en aquella conversación. Candela cogió del brazo a Lucía y la llevó hacia Paula, de tal manera que quedaba de espaldas hacia el resto de la tienda, enfrente de ella.

  • ¿Qué talla crees que usa? - y a la pregunta unió el gesto de abrir la parte superior del abrigo

Las tetas de Lucía reaparecieron en todo su esplendor, para gran alegría de mi polla que volvió a transformarse en un ariete. Si eran llamativas en todo momento, en aquel instante eran espectaculares. Los pezones habían multiplicado su tamaño, por el frío o por la excitación del juego, y eran más bastante más grandes que un Conguito de los buenos y del mismo color. Las areolas también habían ganado espacio y ocupaban una parte considerable de las tetas. Joder, qué imagen. No la olvidaré en la vida.

Yo estaba pendiente de las tetas, pero Candela estaba lanzada a por Paula.

  • ¿Qué opinas?

  • ¿Puedo hacer una comprobación? - Paula no parecía cortarse

  • Por supuesto - y esta vez fue Lucía la que contestó. Por primera vez, pude notar que no era capaz de controlar su excitación. Estaba cachonda. El juego la arrastraba.

  • Vamos a ver el volumen…

Las manos de Paula se posaron en las preciosas tetas de Lucía. La envidia me rompía por dentro, eso era lo que yo deseaba. Sus palmas las envolvieron y empezaron a calibrar su peso.

  • Son estupendas, no pasa a menudo material de semejante calidad por mis manos - me miró y sus ojos transmitían una sonrisa entre burlona y cachonda - 100, ¿verdad?

  • Correcto - dijo suavemente Lucía

  • Vamos a ver ahora la copa

Rodeó a Lucía y dejó sus espléndidas tetas ante nuestros ojos. Se colocó detrás de ellas y ahuecando las manos las colocó debajo. Con un gesto deliberadamente lento, las levantó y pareció considerarlas.

  • Desde aquí mejores incluso, es impresionante. Copa E

La imagen era espectacular. Estábamos en la sección de Lencería del Corte Inglés, a plena luz, y una desconocida estaba magreando a mi propia desconocida, a Lucía, a la reina de mis obsesiones voyeurísticas, como si fuera el show erótico más caliente por el que pudiéramos. Creo que ahí Candela se calentó, finalmente. Se acercó a mí y empezó a acariciarme la polla por encima del pantalón

  • Estás durísimo, Roberto - me susurró

  • ¿Cómo quieres que esté?

  • No la tienes muy grande, me parece - malmetió malvada

  • Pero la uso bastante bien, ¿sabes?

  • Cómo te gustaría demostrárnoslo, ¿verdad?

Paula abandonó su sesión de caricias y Lucía volvió a abrir los ojos que, inconscientemente, había cerrado. Cerró el abrigo, privándonos del espectáculo.

  • 100 E, con esas características tengo preciosidades

  • Nos gustaría algo de Lise Charmel - tercié yo, para intentar mantener la ficción - en rojo

  • Es una pena que el Soir de Venise se me haya terminado porque le iría de maravilla, es una preciosidad. Vamos a ver el Splendeur Soie.

Se inclinó para abrir un cajón y la curva de su culo no nos pasó desapercibida a ninguno de los tres. Ni una señal de ropa interior. ¿Modelo invisible o la vendedora de lencería sin bragas?

  • Espera, - dijo levantándose de pronto - necesito otra comprobación.

Sin cortarse, ella misma metió sus manos debajo del abrigo de Lucía y empezó a jugar con sus pezones. Lucía no pudo contener un gemido. Yo ya no me cortaba y me estaba acariciando el rabo sin moderación. Candela respiraba pesadamente como si le estuvieran comiendo el coño.

  • ¿Te gustaría metértelos en la boca, Roberto? - susurró Candela a mi oído

  • Y que tú empujaras mi cabeza…

  • Duros, realmente duros - terció Paula -. Esto puede ser un problema con sujetadores demasiado ligeros…

Sus propios pezones eran el ejemplo de lo que contaba. Era imposible no verlos, intentando huir de debajo de la blusa. Se inclinó de nuevo, abrió el cajón y extrajo un sujetador sensacional

  • Sujetador en satén de seda con tul bordado. Tirantes bordados. Nudo satén, joya de strass Swaroski.

  • Es perfecto, ¿no te parece, Roberto? - Candela volvía a tomar la iniciativa

  • Es justo lo que buscábamos, Candela - aquí todos podíamos revelar identidades

  • ¿Parte de abajo? - preguntó Paula, maliciosa

  • Danos tu opinión

Y de nuevo Candela volvió a abrir el telón. No fue ostentoso, fue seductor. Apartó el abrigo a un lado y nos reveló aquella tirita de vello púbico con la que yo me excitaba tanto. Sus caderas suaves, carnosas, femeninas. No podía más. No sé cómo estarían ellas, pero mi nivel de excitación era insoportable.

  • ¿Puedes darte la vuelta, por favor? Gírate un poco, necesito ver cómo estás por detrás…

De cine, iba a decir yo, pero decidí que era el momento de mirar y nada más. Y de seguir tocándome la polla. Ya no me importaba que nos pillaran. Si el juego era calentarme como un cerdo, lo estaban logrando. Metí la mano en el bolsillo de pantalón y empecé a masturbarme.

  • Te irán de maravilla estos shorties con ese culito estupendo que tienes. Serán como una segunda piel, ya verás qué suaves. Y el encaje es elegantísimo. Incómodos para salir de casa, lo mejor para no salir de la habitación…

  • ¿Puede probarlo? - preguntó Candela, lanzando el órdago

  • Lo siento, no se permite probar lencería

  • La pagaremos por adelantado y nos llevaremos el mismo conjunto en otros dos colores, y un par de camisones - tercié yo

  • En ese caso… puedo hacer una excepción

Paula miró alrededor, se aseguró de que no había nadie y le tendió el conjunto a Lucía. Nos llevó hasta el probador y se plantó en la puerta.

  • Supongo que queréis entrar los tres. Yo cuidaré para que no venga nadie. Luego os paso el ticket

  • Añade un liguero. - dijo Candela mientras seguía a Lucía al interior - Paga Roberto

La cortina del probador se cerró tras ellas. Estoy seguro de que Paula estaba sonriendo bajo la mascarilla. Hice un ruidito raro con la boca, que reflejaba mi derrota. Paula se alejó hacia la caja, dejándome solo con mi orgullo maltrecho, con mi calentón arruinado, con la sensación de haber sido manipulado…  Le tendí la tarjeta de crédito a Paula y pagué como un caballero. Ella me devolvió un papel con su número de teléfono.

  • Ya les daré yo el regalo, descuida. Pero llámame, quiero que conozcas a mi pareja, me parece que nos vamos a divertir juntos... Nadie te va a ver ahora. Sácate la polla y termina tu paja, vamos. Me parece que te lo has ganado.

Con el calentón que arrastraba, no dudé. Me bajé la cremallera, me saqué la polla y le di unos cuantos meneos rápidos y fuertes. Paula no me quitaba ojo.

  • ¿Te correrás para mí?

No necesité más incentivo. Mi semen salió en cuatro chorros gordos que cayeron al suelo, delante de la propia Paula. Su mano en el bolsillo me indicaba que ella también necesitaba aliviarse. Nos miramos a los ojos cargados de vicio…

Me despedí de Paula y me alejé de allí. De pronto, recordé las bragas de Lucía en el bolsillo del abrigo. Había valido la pena.