El abogado de mi esposo PARTE 2

Pablo, esposo de Melisa, tras ser encarcelado, se ve obligado a contratar los servicios legales de Marco, excelente abogado y exnovio de Melisa. Incapaz de discutir la excelente labor de su abogado, pronto descubrirá que recuperar a su esposa le costará tanto o más que recobrar la libertad.

Estimados nuevos lectores, para mayor entendimiento de la historia, los invito a leer el primer relato de esta serie "El abogado de mi esposo"  https://todorelatos.com/relato/177561/  ¡Disfruten!

La mañana siguiente desperté sola en la cama donde me había quedado dormida junto a Marco. Su semen reseco aún se notaba en mi cuerpo desnudo e, inmediatamente, recordé lo sucedido la noche anterior. El hecho de saber que mi esposo nunca se enteraría, me permitió afrontar el post-infidelidad de manera más tranquila. ¿Culpa? Por supuesto, no dejaba de ser un grave error lo que había sucedido. Aun así, tenía claro que jamás se lo hubiera confesado a mi esposo. ¿Arrepentimiento? Bastante menos, soy una mujer joven cuya sexualidad está a flor de piel y la satisfacción sexual aún sigue siendo una prioridad. Imposible arrepentirse cuando se disfruta tan intensamente. Claro, no era con mi esposo, pero la intimidad que alguna vez tuve con Marco facilitó la locura de aquella noche. Sinceramente, no me arrepiento de nada de lo que hice ni de nada de lo que dije. Creo que, en vez de arrepentimiento, sería más correcto preguntar su sentí vergüenza. La respuesta es sí, un poco, creo haberme descontrolado. ¿Errores? ¡Varios! El beso inicial en la mesa del comedor, aceptar la hospitalidad por la noche y, sobre todo, tener relaciones sin preservativo. Este último el más grave. ¿Por qué? Porque a mi esposo, Pablo, lo obligaba, sin excepciones, a usar condón para tener relaciones conmigo. Con Marco, en cambio, no me importó que no lo usara. Solo me conformé con que no se corriera dentro.

Tras el revoloteo de dudas, preguntas y recuerdos, me levanté de la cama y tomé una ducha necesaria para despertarme y asearme. Salí de la ducha, me sequé y me vestí con la misma ropa del día anterior puesto que, debido a la situación, no había llevado ningún recambio. Salí de la recamara y vi a Marco en el comedor. La mesa estaba servida, café y panqueques de desayuno.

- Buen día, Melisa. Te preparé el desayuno. -  Dijo Marco sonriéndome apenas me vio salir del dormitorio.

Descalza, pero vestida, me dirigí hacía Marco y dándole un beso en la mejilla le respondí:

- Buen día, Marco. Eres muy tierno, muchas gracias. ¡Muero de hambre!

Marco se encargó de no hacerme sentir incomoda después de lo que había pasado entre nosotros. Como el caballero que es, no hizo referencia a lo sucedido, ni a las locuras que dije e hice. Me habló y trató como si nada hubiera pasado la noche anterior.

- ¿Como estas? ¿Como te sientes? -  Me preguntó mientras me vertía café en la taza.

- Relajada y… satisfecha, muy satisfecha. -  Le respondí mirándolo a los ojos sonriendo mientras cortaba el primer trozo de panqueque.

Se notaba mi relajamiento, mi muy buen humor, mi tranquilidad y seguridad en esa casa. Sin embargo, si bien mi confianza en Marco era absoluta, necesitaba escuchar de su boca que lo sucedido la noche anterior no trascendería.

- Marco, el motivo por el cual me siento tan bien hoy, es por lo que pasó anoche. Créeme que no me arrepiento de nada de lo que pasó, ni de lo que dije, ni de lo que hice. Tengo una sola preocupación que me apremia. No quiero que Pablo se entere, por favor.

- Melisa, tú me conoces y me sorprende que me digas algo así, pero te respondo. Por el respeto y cariño que te tengo, pierde cuidado que lo de ayer se queda aquí entre nosotros. Lo dije anoche y lo reafirmo hoy, de esto nadie se enterará.

- No tengo dudas. Creo ciegamente en tu palabra. Gracias, cariño. - Le dije posando mi mano sobre la suya.

Después de aquel día, mi relación con Marco siguió como si nada hubiera pasado. Absolutamente nada cambió, ni el estilo de trabajo, ni el trato entre nosotros, ni la voluntad de compartir tiempo juntos. Por supuesto, que lo acontecido aquella noche había quedado en el recuerdo.

Pasaron los días y las semanas, y las visitas a mi esposo ya habían comenzado. Se trataba de dos visitas mensuales, de una hora cada una, separadas ecuamente cada dos semanas, cuya fecha y hora debía coordinarse con Pablo y con la administración de la cárcel. Hasta ese momento, todas se había llevado a cabo con suma normalidad. A mi esposo no se lo notaba físicamente demacrado, pues él ya era bastante flaco y el tiempo en la cárcel no le afectó negativamente. Mentalmente, se lo notaba cansado pero voluntarioso, faltaban menos de cuatro meses para su juicio y su casi segura excarcelación. Sin duda, el hecho de verme a mi lo ayudaba a sobrellevar la angustia.

Mi próxima visita a mi esposo estaba agendada para el día viernes 29 de julio a horas 19:00. Aquella mañana, alrededor de las 9:00, como de consueto, me dirigía hacía la casa de Marco para iniciar nuestras labores para la defensa de Pablo. Ya estaba en el taxi, cuando sonó mi teléfono y conteste:

- Hola Melisa, soy yo, Marco. Antes que llegues a mi casa, necesito que traigas una muda de ropa para esta noche. Me invitaron a una cena de negocios y avisé que asistiría contigo. Acompáñame, por favor.

- Marco, pero la visita a mi esposo, es hoy a las 19:00 y dura una hora, ya ha sido agendada.

- No te preocupes, la cena comenzará a las 20:30. Puedes visitar a Pablo ya lista para el evento, te paso a buscar de la cárcel a las 20:00, en cuanto acabe tu cita y vamos directo a la cena. Por favor Melisa, necesito que asistas, es importante para mí.

Con toda la ayuda que Marco nos estaba brindando en el caso de mi esposo, ¿Había manera de negarle un favor? Además, de la manera que él lo había planificado, no debía cancelar los planes con mi esposo. Claro, debía explicarle que haría después puesto que me vería vestida de manera formal, pero no era un problema que no tuviera solución. Al fin y al cabo, no había nada de malo en ir a cenar con Marco.

- Claro Marco, no te preocupes. Volveré a mi casa a sacar el atuendo adecuado. Tardaré un poco más de lo previsto.

- Gracias, Melisa. No te preocupes, tomate tu tiempo.

Pedí al chofer del taxi que diera vuelta atrás, me dirigí nuevamente a mi casa, saqué la ropa adecuada para una cena de negocios y en el mismo coche me dirigí a la casa de Marco nuevamente. Llegué antes de lo previsto, eran alrededor de las 11:00.

Dejé mi ropa en el cuarto extra del penthouse de Marco, donde dormí la última vez que pasé la noche en su casa. Trabajamos, almorzamos y alrededor de las 17:45 pm empecé a alistarme. Sabía que tardaría aproximadamente una hora en hacerlo, y tendría exactos quince minutos para alcanzar el reclusorio, donde me vería con mi esposo a las 19:00. Entré al cuarto, tomé una ducha caliente y me vestí con la ropa que había preparado. Se trataba de un vestido aprieto, largo y negro, con la espalda descubierta y con un nudo elegante en la parte frontal. El escote, recubierto de encajes, era bastante pronunciado. Dejaba al descubierto todo mi pecho y dejaba entrever la silueta de mis senos. En la parte inferior, una abertura desde la base del vestido hasta mi entrepierna que me permitía lucir mis piernas bronceadas al caminar y al sentarme. Para los pies, había escogido unos tacones altos y abiertos, con cierre de hebilla a la altura de los tobillos. La espalda descubierta y el escote pronunciado no me permitieron utilizar bracier. Lo aprieto del vestido que entallaba mi figura y marcaba mis glúteos al caminar, me obligó a utilizar una tanga-hilo para disimular mi ropa interior bajo el vestido. Mi cabello lo peiné con un moño alto y algunos mechones cayendo sobre mi cuello. Un brazalete, un collar largo hasta la entrada de mi escote, pendientes largos y un bolso pequeño fueron los accesorios que escogí para la ocasión.

Salí del cuarto alrededor de las 18:30. Tenía mis zapatos y mis aretes en la mano, los cuales no había logrado ponerme. Para los zapatos pediría ayuda a Marco, desde mi posición cerrar la hebilla no me resultaba fácil. Para los aretes, necesitaba un espejo más grande, como el que Marco tenía en el baño de su cuarto. Marco estaba en la cocina, apoyado con su trasero sobre el mesón del lavaplatos, sin polera y con un pantalón de tela ligero. Estaba mirando su celular con la cabeza gacha.

- ¿No te alistas? - Le pregunté sin poder despegar mi mirada de su pecho y brazos.

Marco levantó la mirada, me vio de pies a cabeza y exclamó:

- ¡Wow! ¡Te ves fabulosa!

- ¡Tú también! Con ese torso desnudo estoy segura que atraerás las miradas de todos en la cena, sobre todo las esposas de tus colegas. -  Le dije entre risas con tono irónico.

Rió y me respondió:

- No te preocupes, me vestiré mientras tú visitas a tu esposo. Una hora es tiempo más que suficiente para mí. Ahora me podré una polera, te acompaño y vuelvo a alistarme.

- Necesito usar el espejo grande de tu baño y necesito que me pongas estos zapatos que no logro cerrar la hebilla. - Le dije mientras lo agarré de la mano y le hice entender que me siguiera.

Por la confianza que me había transmitido y concedido, entré a su cuarto sin ningún titubeo. Me senté en la cama, crucé mi pierna derecha sobre la izquierda y le alcancé mis tacones.

- Ayúdame por favor, la hebilla es muy pequeña y no logré embocar el cierre. - Le dije mientras le señalaba la hebilla.

Marco tomó los zapatos y se arrodilló al pie de la cama, quedando a la altura de mis piernas. Tomó el pie de mi pierna derecha, me colocó el zapato y cerró la hebilla. Apoyé el pie derecho en el piso y, sin que me permitiera cruzar mi pierna izquierda sobre la derecha, tomó mi otra pierna. Al estirarla para facilitarle el trabajo, la abertura de mi vestido dejó al descubierto por completo mis piernas, dejando entrever incluso mi tanga. Marco claramente la vio, pero sin comentar nada, estiro por completo mi pierna, me puso el tacón y lo ajustó rápidamente. Él, aun arrodillado, sin dejar que mi pierna apoyase sobre el suelo, manteniéndola estirada pero ya entaconada, la abrió ligeramente e hizo que apoyara mi tobillo sobre su hombro. Desde aquella posición en el piso, levantó lentamente su mirada, recorriendo lentamente la longitud de mi pierna sobre su hombro, pasando por mi ropa interior ya completamente visible en esa posición y llegando hasta mis ojos. Mientras una mano sostenía mi pie, la otra recorría y acariciaba mi pierna. Acercó su boca a mi tobillo que apoyaba sobre su hombro y besándolo sensualmente me dijo:

- Tienes unas piernas perfectas. ¡Qué sexy eres Melisa! ¡Qué mujer eres Melisa!

Su tacto y sensualidad eran encantadores. No puedo negar que pensé en dejarme llevar, pero no era el momento. Faltaban veinte minutos para la visita con mi esposo y no podía llegar tarde.

Levanté suavemente mi pierna de su hombro y la apoyé en el piso. El movimiento me llevó a abrir más las piernas dejándole una vista directa de mi tanga. No me importó, fueron unos segundos y no era nada que Marco no conociera. Me levanté de la cama, me agaché hacia Marco aun arrodillado, y dándole un beso en la mejilla la dije:

- Y tú eres verdaderamente encantador Marco.

Se me hacía tarde, aun necesitaba ponerme los aretes. Fui hacia el baño, me acerqué al espejo grande perfectamente centrado encima del mesón del lavamanos, me recliné sobre el para tener una vista más cercana y me dispuse a ponerme el primer arete. Marco apareció parado bajo el dintel de la puerta del baño que había dejado abierta y se quedó viéndome con atención. Mientras aun batallaba con el pendiente, el mismo reflejo del espejo me permitía ver como Marco admiraba mi vestido, mi figura y, sobre todo, mi culo, pues la posición reclinada lo resaltaba aún más en aquel vestido aprieto.

- ¿Te gusta? - Le pregunté buscando su mirada a través del reflejo.

- Si supieras cuanto… - Respondió sin despegar su mirada de mi culo.

- Me refería a mi vestido... - Le dije entre sonrisas.

- ¡Ah! Si claro, te queda muy bien. Lo luces de maravilla. – Contestó riendo mientras ahora se concentraba en mi batalla con el pendiente.

Finalmente tenía puesto el primer pendiente, faltaba el segundo. En la misma posición, proseguí:

- ¿Se nota mi tanga?

Marco volvió a posar su mirada otra sobre mi culo:

- En la posición que estas ahora, sí, bastante. Pero en tu postura normal, no se nota casi nada, tal vez un poco cuando caminas…

- Es porque el vestido es muy aprieto, ¿Crees que sería mejor que me la saque y vaya sin ropa interior? – Repliqué aun inclinada sobre el mesón del lavamanos.

- Yo considero que es sexy. No se marca tanto como para considerarse vulgar. Además, tú sabes que las tangas me encantan, y nadie las luce como tú.

- La dejo entonces. - Le respondí guiñándole el ojo.

Ya había acabado con los pendientes, al fin los tenía puestos los dos. Recobré mi postura erguida y me dispuse a darme los últimos retoques de maquillajes y peinado antes de salir. Marco aun me admiraba desde la puerta del baño.

- ¿Puedo tocar tu tanga con mis manos? Ese hilo que usas ahí debajo es tan sexy que me provoca tocarlo. – Me preguntó casi avergonzado.

No me sorprendió su pregunta. A Marco realmente le gustaba que las mujeres usasen ropa interior provocadora y sexy. Prueba de ello era la gran cantidad de lencería femenina que me regaló cuando éramos novios.

Busqué su mirada a través del reflejo, luego me concentré en su erección claramente marcada en su pantalón de tela y, sin dejar de ver su pene, le respondí.

- Ven, pasa tu mano y tócala. Pero me prometes que luego nos vamos, ya son las 18:45, estamos sobre la hora.

Marco se acercó. Mientras yo seguía mirándome al espejo, posó su mano sobre la parte baja de mi espalda y empezó a descender lentamente hasta sentir la parte superior de la tanga. Se detuvo ahí por algunos segundos, tocando y jugueteando. Sentí como su mano siguió el camino hacia abajo, llegando hasta uno de mis glúteos, apretándolo y masajeándolo de tal modo que sus dedos llegaban a rozar con mi sexo.

- ¡Es diminuta! - Exclamó mientras me seguía tocando el culo y sus dedos rozando mi coño.

Yo seguía ahí parada frente al espejo, alistándome para ir a encontrarme con mi esposo, mientras Marco detrás mío me tocaba el culo a su gusto y placer. No puedo negar que la situación, los toqueteos y la erección de Marco, habían empezado a excitarme. Mis pezones me delataban, ya duros y marcados por sobre el vestido.

- ¡Ahora si estoy lista! – Exclamé

Me di la vuelta, quedé mirando hacia Marco y mi espalda reflejada en el espejo detrás de mí. Él estaba muy cerca mío, tanto que no puede evitar sentir su pene erecto contra mi vientre. Marco seguía tocándome el culo, esta vez desde una posición diferente. Su mano pasaba por mi cadera hacia mi espalda y su mano se posó en mi glúteo. Me apretaba fuerte desde la parte inferior, desde donde su palma envolvía el glúteo y sus dedos llegaban a tocar mi coño, el cual masajeaba esporádica y disimuladamente. Me acercaba hacia él y, poco a poco, se adueñaba de mi culo, de mi vestido, de mi tanga, ¡De mí! Sus manos sobre mí, sentir su pene duro conta mí, saber que yo lo estaba provocando, saber que Marco se excitaba tanto de solo verme y manosearme, me estaba excitando cada vez más.

No quería hacer nada de lo que me podría arrepentir. Se me hacía tarde para la visita a mi esposo, pero mi excitación acrecentaba cada vez más y ya empezaba a actuar por impulsos causados por las pulsaciones en mi sexo. Lo miré a los ojos, sin despegar mi mirada de la suya, posé una mano en su pecho y la otra la introduje lentamente en su pantalón y bóxer. Debido al pantalón de tela, mi mano llegó con suma facilidad hasta su pene. Aun mirándolo a los ojos, pero sin emitir palabra, envolví esa verga potente en mi mano y la empecé a masajear lentamente:

- ¿Entonces? ¿Te gusta? – Le pregunté mientras seguía masturbándolo.

- ¿Me hablas de tu tanga? ¿De Tu vestido? ¿Si me gusta tocarte? O, ¿Te refieres a lo que me haces ahora? – Me respondió evidentemente desconcentrado por el placer que estaba sintiendo.

Sentía como mi sexo expulsaba flujos vaginales, empapando la tanga que llevaba puesta. Seguía masajeando su pene desde la base hasta la punta, envolviéndolo suavemente y moviendo mi mano lentamente de arriba abajo. Acariciaba sensualmente su pecho musculoso desnudo y, sin perder contacto visual con él, proseguí con mi pregunta, la que Marco había interrumpido. Completé la parte faltante de la frase, la que no había explicitado, la que Marco no había entendido.

- ¿Te gusta lo loca que me vuelves?

La pregunta lo había excitado aún más. No me lo dijo textualmente, pero sentí como su pene pulsaba en mi mano.

- Quiero sentir cuanto te enloquezco. Quiero sentir cuanto me deseas. -  Me respondió.

Posó ambas manos sobre mi culo, me sostuvo con fuerza desde la parte inferior, me levantó y me sentó sobre el mesón del lavamanos que estaba detrás mío. Debido a la posición, me vi obligada a abrir mis piernas para que Marco quedase parado en el medio, enfrente mío y pegado a mi cuerpo. La abertura de mi vestido dejó al descubierto la totalidad de mis piernas y mi sexo, ahora escondido únicamente tras la tanga cada vez más mojada.

Viéndome de piernas abiertas sentada sobre el mesón, y con mi sexo cada vez más a su merced, Marco posó una mano sobre la tanga, la corrió a un lado y empezó a masajearme los labios vaginales, que ya estaban completamente mojados. Al sentir el roce de sus manos, instintivamente, abrí mis piernas aún más y le dije:

- ¿Ahora si sientes lo loca que me vuelves? ¿Sientes cuánto te deseo?

Su pantalón y bóxer habían caído al piso. Su pene erecto quedó libre, a la altura de mi coño mojado. Yo seguía sentada en el mesón con las piernas abiertas las cuales sobresalían por la abertura de mi vestido negro. La tanga aun corrida hacia un lado, dejaba mi coño libre, mojado y deseoso del hombre que estaba en frente mío. Ambos sabíamos lo que estaba por suceder y no había vuelta atrás.

- ¿Tienes preservativo? - Le pregunté

Marco solo se limitó a disentir con la cabeza.

Era increíble como con Marco el uso de preservativo se había vuelto en algo secundario para mí, cuando con Pablo no solo era prioritario, sino que indispensable.

Sabía que faltaban escasos diez minutos para las 19:00, pero yo estaba demasiado excitada y no estaba dispuesta a perder esa ocasión. Lo miré fijamente, rodeé su cuello con un brazo, y con la otra mano agarré su pene duro y lo apoyé en la entrada de mi sexo empapado. Me abrí de piernas aún más, acerqué mi coño hacia a su pene para que sienta mi humedad y entre jadeos le dije:

- Marco ya no resisto, necesito sentirte dentro, necesito que me cojas, aunque sea solo por un momento. Solo tenemos 5 minutos, mi esposo me espera.

Marco agarró mis caderas e introdujo su pene lentamente hasta el fondo de mi sexo, mientras ambos observamos la penetración.

- ¡¡¡Ahhhh!!! - El primer y leve gemido que salió inevitablemente de mi boca.

El placer que me producía ese pene duro dentro de mí, era inconcebible. Agarrado de mis caderas, Marco movía las suyas generando un incremento de intensidad paulatino en sus embestidas. Mis gemidos seguían el mismo patrón, pronto se tornaron en gritos.

- ¡Ahhh siii! ¡Ahhh siii! Marco, ¡¡¡siiii!!! – Gritaba.

No era solo yo quien se lo pedía a gritos, ¡Era mi cuerpo! Una de mis manos seguía rodeando su cuello, la otra se había posado sobre su pecho y abdomen. Tocarlo era un deleite, pues debido a la fuerza que estaba ejerciendo, sus músculos se habían tensionado sintiéndose aún más duro y voluptuoso. Su penetración ya se había vuelto potente, digna de ese macho, tanto que, sin siquiera darme cuenta, sus embestidas me hicieron retroceder sobre el mesón hasta que mi espalda chocó con el espejo que había detrás. La retrocesión provocó que mi coño quedara muy alejado del pene de Marco, el cual, tras un movimiento de cadera brusco, Marco salió involuntariamente de mí. Al sentir su verga fuera, recobré por unos segundos el sentido de conciencia que había perdido mientras Marco me cogía.

- Marco, tenemos que irnos, ya voy diez minutos tarde, mi esposo me espera.

Marco me miró, agarró la mano con la que le tocaba el abdomen e hizo que la posara sobre su pene.

- ¿Sientes lo mojado que está? – Me preguntó. - Esos son tus fluidos.Así de mojado esta tu coño. – Añadió.

Mi mirada se dirigió instintivamente hacia su pene tras la pregunta. Su pene estaba literalmente chorreando, había gotas de mis fluidos vaginales que chorreaban desde la punta hasta la base de su pene. Con unas de sus manos levantó mi mentón para que mi mirada se dirigiera hacia él nuevamente. Me hizo sentir las pulsaciones de su pene que yo seguía sosteniendo en mi mano y, mientras intercambiábamos miradas, prosiguió:

- ¿Sientes lo duro que está? Pues, ¡Es por ti! Ahora quiero que me sigas mirando a los ojos y me digas que lo que tienes en tu mano no lo deseas dentro tuyo. Mírame a los ojos y dime que, en este momento, tu prioridad no es que te siga cogiendo.

Sus palabras lograron romper el último resquicio de inhibición que me quedaba. Como en aquella noche, me llevó exactamente al lugar donde él quería. El placer, la lujuria, la pasión y la desinhibición me invadieron, sabía exactamente lo que tenía que hacer.

Cogí el teléfono de mi bolso que estaba a mi lado y marqué el número del reclusorio.

- Buenas tardes, habla Melisa Sandoval, pido gentilmente que me comunique con el recluso Pablo Campero, por favor. – Dije a la voz masculina que contestó el número que había discado.

- Aguarde en línea. - Contestó el interlocutor sin demasiada educación.

Mientras hablaba por teléfono y esperaba que mi esposo conteste, con la mano que me quedaba libre, me deshice rápidamente de mi tanga y la dejé caer al piso. Marco seguía mirándome, sin entender lo que sucedía.

- Hola, ¿Melisa? - Escuché por el teléfono. Claramente era la voz de Pablo.

- Hola Pablo. – Contesté.

- Melisa, ¿Como estas? ¿Ya vienes? Te estoy esperando…

- Mi amor, tuve un imprevisto.Hoy no llegaré a la visita.

Sentí como el pene de Marco se volvía aún más duro en mi mano. Evidentemente, ese breve diálogo fue suficiente para que, ahora sí, entendiera lo que estaba sucediendo. Mientras sostenía el teléfono, seguí mirando a Marco a los ojos y moví mis caderas hacia adelante, permitiendo recobrar la cercanía entre mi sexo y su pene. Recliné mi espalda por completo hasta apoyarme contra el espejo. Levanté mi pierna derecha por encima del mesón hasta apoyar mi pie entaconado sobre su hombro izquierdo. Mi pierna izquierda, doblando la rodilla, la apoyé sobre el mismo mesón.

- ¿Qué sucedió? ¿Te encuentras bien? -  Me preguntó Pablo preocupado a través del teléfono

Marco no tardó en aprovechar y disfrutar de la situación. Con una mano agarró mi pierna derecha que apoyaba sobre su hombro, sosteniéndola de mi tobillo. Con la otra mano, agarró mi pierna izquierda sosteniéndola de la misma manera. Separó mis piernas al máximo y con una sola embestida, invadió mi sexo nuevamente. La mano con la que no sostenía el teléfono, la posé sobre su pecho intentando apaciguar la potencia de ese macho. Todo fue en vano, su potencia era imparable y el tacto de sus músculos solo acrecentaba el placer.

- No te preocupes, estoy bien. Es solo que tengo que asistir a una cena de negocios a la que Marco me invitó y, con lo mucho que nos está ayudando en tu caso, fue difícil decirle que no. – Le respondí mientras Marco me penetraba e intentaba contener los jadeos y gemidos

- Entiendo… -  Me respondió Pablo con voz desconsolada. - ¿Estás con Marco ahora? - Siguió preguntando.

Yo seguía echada sobre el mesón del baño de Marco, despeinada, con las piernas entaconadas al aire, sin ropa interior, dejándome coger por otro hombre mientras sostenía una conversación telefónica con mi esposo. El placer causado por la penetración se estaba volviendo insostenible, se estaba apoderando de mí y no sabía por cuanto más tiempo iba a poder sostener la conversación telefónica.

- Si, Marco está aquí, al frente mío, ocupado con su trabajo. - Le contesté cínicamente a mi esposo mientras Marco me miraba a los ojos y me cogía.

Mi cinismo, a Marco le encantaba, le excitaba mucho. Sus embestidas eran cada vez más potentes, a tal punto que el ruido del choque de nuestros cuerpos con cada penetración era audible a través del teléfono. El aumentar de su potencia, acrecentaba mi excitación e, inevitablemente, aumentaba el tono de mis gemidos, para ese momento prácticamente incontenibles.

- ¿Qué son esos ruidos, Melisa? - Preguntó Pablo escuchándome gemir y los ruidos que mi cuerpo y el de Marco producían.

La situación era ya indisimulable.

- No es nada Pablo, no te preocupes. Ahora tengo que colgar, te llamaré mañana. Besos. -  Le dije mientras cortaba la llamada sin siquiera permitir su respuesta.

Dejé caer el teléfono sobre el mesón, apoyé mis dos manos sobre el abdomen y pecho de Marco y empecé a liberar lo que había tenido que retener durante mi conversación con Pablo:

- ¡¡¡Ahhh siii!!! Qué rico coges, Marco. ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! - Gemí mientras gritaba el nombre de mi amante.

- Eso, déjate llevar, grita todo lo que quieras, ¡Grita y gime mientras te cojo! – Replicaba mientras abría aún más mis piernas con sus manos.

Esta vez no fue solo su penetración lo que me enloquecía. No era solo su pene en mi coño mojado y la vehemencia de sus embestidas. Esta vez, la situación jugaba un rol importante en mi excitación. Estar gritando de placer en la casa de Marco; que me coja así mismo, vestida, entaconada, peinada y maquillada; que me lleve a preferir renunciar a mi visita con mi esposo que no veo hace cinco meses, solo para que me siga cogiendo; que hable por teléfono con mi esposo mientras me coge, sin importar el riesgo de que se dé cuenta. Todos factores que aportaban lujuria al momento, y que me estaban llevando al éxtasis, Marco lo sabía y se aprovechaba.

- Si Melisa, sigue así, olvídate de la cita con tu esposo, olvídate de tu esposo. ¡Ahora eres mía!

- ¡Ahhh, sí! ¡Marco, sí! Soy tuya, solo tuya. ¡Soy tu mujer, tu hembra, tu puta!

- ¡Eres mi puta! Prefieres que te coja a ir con tu esposo, ¡Eres mi hembra!

- Es porque me das demasiado placer. Sigue cogiéndome por favor no pares, te lo suplico, ¡Dame más, dame más duro!

- Tu cuerpo te delata, estas por llegar al orgasmo, tu coño esta literalmente chorreando y me suplicas que no pare de cogerte. Sigue pidiéndome más.

- Marco te suplico, hazme llegar al orgasmo como solo tú lo lograste en mi vida. Preferí quedarme aquí solo por esto. Solo para que me sigas cogiendo. Te imploro, no me dejes así ahora, no me dejes chorreando. Cógeme duro sin parar, cógeme hasta el orgasmo. ¡Lo necesito!

Marco aumentó la potencia y velocidad de sus embestidas. Se propuso cogerme hasta el orgasmo y lo iba a lograr.

- ¡Ahhh sí! ¡Siii! ¡Siii! Más por favor, no pares, ¡Siii! Lo voy a tener, no pares… ¡¡¡Ahhh!!! Lo tengo, lo tengo, ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Ahhh, siii!!!

Por supuesto que lo iba a lograr, por supuesto que iba a lograr hacerme llegar al orgasmo. Marco me cogió hasta hacerme llegar al orgasmo. Tiré mi cabeza hacia atrás, cerré los ojos y dejé que el placer se apoderara de mí.

- ¡Marco! ¡Marco! – Gritaba mientras aun disfrutaba del intenso orgasmo que acababa de tener.

Marco seguía sosteniendo mis piernas abiertas y me miraba disfrutar y entregarme a él. Sus embestidas se habían detenido y su pene descansaba dentro de mi coño. Yo abrí los ojos, liberé mis tobillos del agarré de sus manos y apoyé mis piernas en el piso. Marco sacó su pene de mi sexo y, ostentando su potente erección, se separó de mí. Me levanté, quedando parada en frente de él, tan cerca que su pene lo sentía a la altura de mi ombligo. Me arrodillé en frente de él, quedando su pene a la misma altura que mi rostro. Desde mi posición arrodillada, busqué su mirada hasta encontrarla. Su pene se interponía en nuestra línea visual, aun así, logramos establecer contacto visual.

- Ahora quiero que tú disfrutes. Quiero que llegues al orgasmo y disfrutes tanto como yo. - Le dije.

Terminé de pronunciar esas palabras, miré su imponente erección a escaso centímetros de mi rostro, e introduje esa verga en mi boca para chuparla con vehemencia. Marco deshizo pro completo mi moño, y con la palma de su mano agarró mi nuca

El espejo ahora solo reflejaba la figura varonil, erguida y superior de Marco, con su mano posada en la parte trasera de mi cabeza para empujar mi cabeza hacia su pene, procurando que lo reciba hasta el fondo de mi boca. Yo dejaba guiarme, abría mi boca para permitir que Marco lograse lo que se proponía, para que se adueñase de mi boca como lo hizo con mi sexo. Estaba dispuesta a seguir arrodillada durante el tiempo que fuese necesario, hasta el momento que Marco llegase al orgasmo.

Dejó de empujar mi cabeza, sacó su verga de mi boca y la sostuvo con su mano. Apoyó su pene en mi rostro y, con la mano que lo sostenía, lo restregaba por toda mi cara. Mientras lo hacía, me miraba desde su posición y dejaba entrever pequeñas muecas de placer mientras emitida suaves gruñidos.

Me excitaba sentirme tan suya, me excitaba sentir su pene duro en mi cara, me excitaba sentir que ese macho estaba a punto de explotar. Seguí arrodillada y, mientras él seguía cubriendo cada centímetro de mi rostro con su pene, le dije:

- Marco, ¡Córrete! Córrete en mi cara cuando quieras. – Le dije, asegurándolo.

Marco se separó ligeramente, envolvió su pene con su propia mano y empezó a masturbarse a la altura de mi rostro. Apuntaba su glande para asegurarse que su semen cubriera mi cara por completo. Su respiración se aceleraba cada vez más.

- Conseguiste que cancelara la cita con mi esposo, peor aún, conseguiste que me dejara coger por ti mientras hablaba con mi esposo por teléfono. Hiciste que te implorara para que me des un orgasmo y ahora me tienes aquí arrodillada, esperando y pidiendo tu semen en mi rostro. ¡Eres un macho Marco, eres mi macho!

Sabía que la crudeza de mis palabras a Marco le excitaría. Su masturbación era cada vez más intensa, la cabeza de su pene ya chocaba con mi cara.

- Dame tu semen caliente, dale a tu puta tu semen caliente. Estoy aquí para que me llenes de semen, cúbreme toda la cara, descárgalo todo. ¡Dámelo, dámelo todo!

Marco ya no resistió, acercó su pene hasta que su glande apoyó en mi cara. Empezaron a saltar chorros de semen, yo me quedé quieta, y Marco, en el éxtasis de su orgasmo, movía su pene para asegurarse que el semen cubriese cada centímetro de mi rostro. La cantidad de semen fue, como siempre, descomunal. En mi frente, en mis mejillas, en mi nariz, en mis labios, en mis cejas, en mis pestañas, en mi cabello y hasta en mi boca. Literalmente, su semen había caído por todos lados.

Con su semen aun en la cara, arrodillada frente a ese pene que aún no perdía la dureza y del cual escurrían gotas de semen, lo miré a los ojos y le dije:

- ¡Marco, no dejes de hacerme tuya nunca!

Marco acercó su pene goteando a mi boca, hizo que la abriera y descargó las últimas gotas en mi lengua.

- Melisa, a partir de hoy serás mía ¡Solo mía!

Continuará...

Espero que les haya gustado. Recibiré con gusto cualquier comentario, crítica constructiva o cumplido aquí o en mi correo: m_s_10_85@hotmail.com