Él a Ella
Primera parte de una historia real en Alemania
Él a Ella
Experiencia absolutamente real que tuve con una mujer divorciada alemana en Núrnberg
Ella intentó besarle, pero él no la dejó. Besó las comisuras de sus labios suavemente, como acariciándolas, soplando con delicadeza. A continuación pasó a la sensible zona de su nuca, que acarició con ambas manos mientras besaba los lóbulos de sus orejas, poniéndole la piel de gallina. Ella emitió un suspiro de excitación cuando él comenzó a bajar con besos delicados sobre su cuello, donde se entretuvo unos segundos hasta llegar a sus pechos, con los pezones ya erguidos por la excitación y las caricias previas de él. Besó y dio suaves lametones a la parte exterior de ambos pechos, pero sin tocar el pezón ni la areola, notando la impaciencia de ella. Él también deseaba atacar sus deliciosos pezones, pero quería que ella acabara pidiéndoselo, o mejor rogándoselo, ya que sabía que la sensibilidad de ella en los pezones era muy alta, y ya le había proporcionado más de un orgasmo de esa manera. Estuvo así varios minutos, hasta que su propio deseo pudo más, y se metió el pezón izquierdo de ella en su boca, saboreándolo mientras realizaba breves succiones que arrancaban los gemidos acompasados de ella. Tenía un suave sabor salado, pero era delicioso, o al menos así se lo había parecido siempre a él. Sus gemidos le excitaron aún más y succionó con más fuerza, haciendo que ella arqueara su cuerpo. Su propia excitación iba en aumento, y abandonó el pezón izquierdo para prestar atención también al derecho, lanzándose sobre él con más avidez y voracidad si cabía. Ella gemía de placer, extasiada, con los ojos cerrados, y mientras le daba rápidos lengüetazos que alternaba con breves succiones, se llevó la mano a su pene, que presentaba una fuerte erección. Comenzó a masturbarse lentamente, pero se dio cuenta de que se correría de inmediato y aún no era el momento, con lo que cambió su entrepierna por la de ella. Sin abandonar su pecho, acarició su vulva por encima, con la palma de la mano abierta, notando su humedad. Su boca también se ocuparía de ello, pero todavía no. Volvió a centrar toda su atención en el pezón derecho, totalmente erguido y lleno de su saliva. Volvió nuevamente al izquierdo, pero siguió pellizcando y torturando el otro con sus dedos. Su corazón estaba muy acelerado por la tremenda excitación que sentía. Ella le advirtió con voz entrecortada que se correría si seguía así, dejando en sus manos que él decidiera si la haría correrse de esa manera o preferiría seguir recorriendo su cuerpo con su boca. Él lo pensó un momento. Muchas veces lo había hecho de esta manera, tocándose mientras lamía sus pezones hasta que ella comenzaba a gritar, preludio del inminente orgasmo, y él, sin dejar de chupar sus pechos ni un solo instante, se masturbaba hasta hacer que los orgasmos de ambos coincidían. Él, en el momento de correrse, chupaba aún con más fuerza, lo que aumentaba el placer de ella. A él le encantaba hacerlo de esa manera, ya que desde siempre había sentido una especial atracción por el pecho femenino, como pasaba con la mayoría de los hombres. Decidió hacerlo una vez más así, ya que consideraba que se lo había ganado. Pese a que él también estaba disfrutando mucho, decidió no correrse aún, y esperar a hacerlo cuando de ocupara de su vulva, su siguiente objetivo. Así, comenzó a succionar alternativamente ambos pezones de manera continuada, aguantando su propio deseo de masturbarse hasta correrse, mientras ella gritaba su nombre al sobrevenirle un fuerte orgasmo. Él bajó su mano hasta su vulva, que comenzaba a chorrear flujos, y no pudo resistir la tentación de, abandonando un pecho, llevarse la mano a la boca y saborearlos un instante, anticipándole lo que le esperaba a continuación. Ella cerró finalmente los ojos, extasiada, para a continuación alzarse de la cama y darle un fuerte beso en la boca. Pero rápidamente, y sabiendo lo que venía ahora, volvió a tumbarse en la cama ahora sí, totalmente relajada tras el reciente orgasmo.
Él la miró a los ojos durante un tiempo, acariciando sus mejillas con la cara externa de su mano, sonriendo suavemente. Cuando ella cerró los ojos, él supo que ella le estaba avisando de que volvía a estar lista para experimentar otra vez el placer máximo, y el la besó. A continuación bajó con besos rápidos sobre sus pechos, entreteniéndose esta vez lo mínimo en ellos. Un suave lametón en cada pezón, que volvió a poner el cuerpo de ella en alerta, y bajó hasta su vientre, donde metió la lengua en su ombligo, lamiéndolo suavemente y mirándola lascivamente, tratando de hacerle ver una vez más lo que iba a hacerle una vez que bajara hasta su destino final, su vagina. Ella alzó su estómago para hacerle salir de su ombligo y forzarle e bajar cuanto antes a su sexo, mientras abría más las piernas para facilitarle el trabajo. Bajó besando y lamiendo hasta el sexo, pero, en vez de centrarse en él, como hacía en otras ocasiones, decidió rodearlo por el momento, lamiendo la parte interna de sus muslos durante varios minutos, sintiendo cómo ella se iba excitando y se impacientaba cada vez más, deseando que él se lanzara a devorar su vulva. Él también lo ansiaba, pero siguió torturándola durante varios minutos más, y cuando vio que sus flujos comenzaban a salir, abrió sus labios con ambos dedos e introdujo un dedo en la vagina, hasta que localizó el clítoris, que pellizcó suavemente haciendo que ella diera un chillido y le pidiera más. Inmediatamente introdujo su lengua en la vagina y comenzó a mover velozmente su lengua sobre ella, mientras sujetaba sus nalgas con fuerza para evitar que sus espasmos le hicieran daño en la nariz. Utilizó la misma técnica que había aprendido de una amigo, trazar velozmente con su lengua en el clítoris todas las letras del alfabeto, si bien era cierto que nunca había podido llegar más allá de la L, ni con ella ni con ninguna otra con anterioridad, y no hacía falta explicar la razón. Cuando iba por la I, notó sus convulsiones y se limitó a trazar la siguiente letra hasta que ella se vino en su boca. Alberto se centró entonces en tragar todo el flujo que pudiera, a sabiendas de que era prácticamente imposible, mientras ahora sí, rápidamente echaba mano a su pene y se masturbaba con rapidez para, en apenas unos segundo, comenzara correrse coincidiendo con los últimos gritos de Brigitte. Los gemidos que salían de su propia garganta eran extraños, ya que mientras se corría no quería apartar su boca de su vagina, succionado con mayor fuerza aún y tragando el fruto de su corrida con glotonería. Mientras ambos recuperaban la respiración normal tras sus respectivos orgasmos, Alberto sintió otra puntada de excitación al saber que podría disponer de ese cuerpo y esa manera de hacer el amor, que era de las que más le gustaba, siempre que quisiera.