Él

Así se siente tenerlo entre las piernas, es como tener encima el cuerpo ardiente del demonio cosiendo alas en tu espalda invitándote a volar.

Tiene una habilidad especial para volverme loca, hay un breve momento en donde siempre siento que estoy muriendo, ese instante en que no sé si estoy tocando el cielo o estoy ardiendo en las llamas del infierno. Y es que así se siente tenerlo entre las piernas, es como tener encima el cuerpo ardiente del demonio cosiendo alas en tu espalda invitándote a volar.

Sus dedos tienen la maestría de un violinista, cualquier parte del cuerpo que sus dedos recorren se convierten en suyas, cada botón del que se deshacen, cada roce de su piel con la mía van provocando diminutas chispas. Sus manos recorren mi espina dorsal con la delicadeza de una pluma y cuando llega al principio de mis nalgas se regresa siempre hasta los hombros. Me desespera. Su boca realiza siempre el mismo recorrido. La seda de sus manos cambia entonces por la aspereza de su barba que se acompaña de sus labios, la humedad de su lengua y la rudeza de sus dientes. Para ese momento mi entrepierna lo suplica, siento ya su humedad y la forma en que palpita al ritmo de su respiración.

Después se deja caer sobre mí. El simple peso de su cuerpo hace que el mío se estremezca, ni siquiera necesita tocarme para enloquecerme. Su boca encuentra la mía y en ese beso me roba el aliento, un par de gemidos y el alma. Succiona mi labio inferior como si tuviera hambre de él, introduce su lengua húmeda y caliente en la mía como si quisiera encontrar el más oscuro de mis secretos, sin saber que mi más oscuro secreto ya es suyo, estas ganas inmensas de cogérmelo que me persigue a todas partes, que no me deja dormir y a veces me impide respirar.

Continúa su travesía rosando su pene contra mi vagina, pero no lo introduce, me castiga dejándome sentirlo cerca, lo siento enorme, caliente y durísimo... Mi cadera comienza a moverse por instinto, buscándolo, intentando ensartarlo sin pedirle permiso, pero no me deja, le gusta siempre tener el control. Besa mis pechos uno a uno, no existe parte de mi piel que se atreva a descuidar, succiona uno de mis pezones, después el otro, sus dientes los jalan ligeramente y mientras estira mi pezón izquierdo, siento su pene caliente dentro de mí, lo deja ir sin avisar, sorprendiéndome, haciéndome lanzar un grito ahogado mientras arqueo mi espalda.

Lo siento dentro, el calor de su respiración me quema el cuello, lo envuelve y me contagia... Empiezo a arder. Entonces comienza el infierno. El aliento del diablo desparramándose por mi pecho, su lengua caliente envenenando mi boca, y su pene firme rosando los bordes de mi vagina que escurre, que lo abraza y lo aprisiona. El vaivén es lento pero firme, su movimiento es constante, el ritmo de su cadera es perfecto y cadencioso. La fuerza con la que empuja hace que sus testículos golpeteen mis nalgas, el sonido es delicioso. Siento sus manos alrededor de mi cuello, me toma por la nuca y pega su frente a la mía, clava en mí sus ojos grandes y llenos de pasión. Verlo a los ojos hace todo más intenso, su mirada me calienta más que antes y mi cuerpo comienza a moverse a su ritmo, empujo mi cadera contra la suya y lo siento profundo, mis gemidos son ya incontenibles y su movimiento no para nunca.

Se sale y en un movimiento hábil me pone de espaldas, su barba en mis hombros otra vez, ahora mi piel está más sensible y receptiva que antes, su saliva me arde y estoy tan excitada que quiero estallar. Aferro fuerte mis manos a la sábana y lo espero, lo espero ansiosa, mientras él pasa su nariz por mi espalda, mi cintura, la cadera y en medio de las nalgas. Separa mis piernas un poquito y mete su nariz en medio de mis piernas, es increíble como ese simple gesto hace que mis músculos se tensen y mi respiración se agite aún más, entonces siento su lengua, un lengüetazo rápido que me nubla la vista y en menos de dos segundos su pene de nuevo, me embiste por la espalda en un movimiento fuerte, mis nalgas se acomodan a él y mientras pasa una de sus manos para tocar mis senos, su boca muerde mi oreja, sigo sientiendo su respiración caliente y escuchándola de cerca, murmura cosas que no entiendo y gruñe cerca de mi oído, porque ese hombre no gime, gruñe como una bestia, es salvaje como un animal.

Mi cuerpo ya no soporta más ese cúmulo de sensaciones, me enloquece, me atrapa, me envuelve, me eleva y me azota... Todo al mismo tiempo. Estoy a punto de explotar, me muevo más rápido contra su pene, mi respiración se agita aún más y siento sus dedos clavarse en mis caderas, se mueve rápido, duro, sin piedad... Mi cuerpo se tensa, mi piel se eriza, transpira, esta caliente y mojada, mi vagina palpita al ritmo de mi respiración, siento de pronto unas ganas inmensas de gritar, exploto por completo y ahogo mi grito en la almohada. Él no deja de moverse, mi interior aún se contrae y de pronto lo siento derramarse dentro mío. Se tumba sobre mí y besa de nuevo mi cuello, exhala fuerte en mi oído devolviéndome la vida y se desprende al fin de mí.

Estar entre sus brazos es el cielo y el infierno. Después de acariciar el paraíso sigue el abismo de su ausencia. El sonido de su respiración se reemplaza por un silencio que asesina. La tensión del cuerpo se convierte en dolor, esa clase de dolor que al momento de sentirse trae los recuerdos de su causa, se lleva el calor de su cuerpo y en su lugar queda el frío de la soledad. Después de llenarte la vida, llenarte el cuerpo y hundirte en el placer, se va. Te deja vacío el espacio entre las piernas y helada la habitación.