Él

Consta de 2 partes, la de Él y la de Ella, que los disfruten.

La noche caía, una noche perfecta, perfecta para nosotros dos. Llovía pero las nubes parecían respetar a la luna, que acariciaba mimosa sus cabellos y su cara, bajando por su cuello y bordeando sus hombros, sus brazos, su cintura y sus piernas.

Ahí parada, parecía una estatua, una bellísima estatua cubierta por una fina tela, la cual tapaba poco, pero lo justo para dejar a la imaginación volar.

Me acerqué a ella, por detrás, silencioso, intenté que no se diese cuenta, pero ella sabía qué hacía, y donde estaba.

No me importaba.

Cuando llegué hasta ella, la miré, permanecía quieta, mirando hacia la luna con los ojos cerrados, como si sintiera los tibios y cálidos abrazos que la noche le brindaba. Comenzó a llover.

Mas no me importó. Ella sonreía al sentir las gotas sobre su escultural cuerpo.

Desde mi posición, detrás de ella, me acerqué hasta su cuello, dejando pequeños y cálidos besos, que contrastaban con las frías gotas de lluvia, haciendo que se le erizara la piel.

La fina tela quedó empapada en pocos segundos, y su sostén negro como la noche que nos arropaba se transparentaba, reteniendo sus senos.

Comencé a acariciarla, primero el cuello, luego fui bajando, su escote pronunciado, me permitía adentrarme, poco a poco, fui rozando sus pechos, grandes pero firmes. No llegué mas allá, quería saborear el momento un poco más, subí las manos hacia sus hombros, y con mimoso cuidado, hice descender su empapado vestido, que quedó a sus pies, al cual pronto acompañó su sostén. No llevaba nada más.

Fui acompañando a las gotas de lluvia y deslicé mis manos por su cintura, sus caderas, sus piernas, luego adelanté mis manos, y rocé su monte, jugueteando con el poco vello que allí había, la oí suspirar, me gustó, pero seguí hacia arriba. Su vientre, su pecho, sus pechos, me detuve en ellos, ésta vez más pausadamente. Ví que ella aún mantenía los ojos cerrados, de manera que cambié de postura, me puse frente a ella y mientras amasaba con cuidado sus sabrosos pechos, le proporcionaba pequeños besos en el cuello, en el lóbulo de la oreja, en los labios, en el cuello de nuevo, y comencé a bajar. Quería saborear tan fantásticos manjares que se me ofrecían. Mientras lamía y succionaba un pezón y con una mano acariciaba su otro pecho, la mano que quedó libre comenzó a bajar lentamente por su vientre, hasta llegar a su entre pierna, cálida y húmeda a la vez, y comencé a acariciarla, muy lentamente.

La fina lluvia me parecía el ingrediente perfecto para acompañar tan suculento plato, y sus gemidos y suspiros eran música para mis oídos.

Para estar más cómodos, puse mi negra capa en la hierba, y la acosté sobre ella, no sin antes pedirle, que siguiera con los ojos cerrados.

Me encantaba su expresión, de paz y tranquilidad, mezcladas cada vez más con el deseo y la excitación.

Me coloqué sobre ella, cuidando no lastimarla, y la miré, su cabello color fuego resplandecía con la luz de la luna, sobre las gotas de lluvia, la dulce expresión de su cara, sus labios entreabiertos, y sus suspiros por mis caricias. Mientras la observaba seguía con mis caricias, en su bajo vientre, y ella se retorcía de placer, pero aun quedaba mucha noche.

Comencé a incrementar el ritmo de mis caricias, introduciendo a veces uno de mis dedos dentro de ella, mientras que con el pulgar acariciaba su clítoris, así cuando veía que ella se excitaba demasiado, bajaba la intensidad, sabía que eso la volvía loca, y me encantaba.

Tras repetir esto varias veces, volví a probar su piel, sus pezones, enhiestos me esperaban, y los lamí y los mordí, como si de una bestia hambrienta se tratara. Subí por su cuello y le di varios mordiscos sin llegar a hacerle daño. Sus gemidos iban en aumento, mientras la mordía, volví a internar dos de mis dedos dentro de ella, moviéndolos con furia.

Y cuando estaba a punto de alcanzar su tan ansiado orgasmo, paré en seco.

Abrió los ojos, recriminándome con la mirada, mas por contestación, sólo sonreí, y la besé y sus labios me parecieron de miel. Mi lengua batallaba por enterrarse en su boca, mientras la de ella hacía lo mismo por entrar en la mía, nos faltaba el aire, pero dentro de ese beso apasionado, nada más importaba.