Ejercicio placentero

Ir al gimnasio los sábados puede ser muy placentero.

Habíamos coincidido en el gimnasio más de una vez, sobre todo los sábados. La primera vez que me llamó la atención yo estaba haciendo bicicleta y él pasó por delante mía, haciendo que mi vista se fuera detrás de su culo. Cuando se dio la vuelta y ya que no había mucha más gente por allí me miró y noté como se me subían los colores. Fue una mirada penetrante y que se sostuvo más de lo que me hubiese gustado para haber podido pasar desapercibida.

A partir de entonces noté que empezábamos a coincidir más a menudo hasta que un día él se sentó en la bicicleta de al lado. Yo con la música puesta seguía pedaleando y mirando al frente, intentando parecer relajada, pero mi ritmo cardíaco en la pantalla decía otra cosa. Noté su mano en mi hombro y me quité un auricular.

  • Perdona pero quería saber que música escuchas

¿Por qué me preguntaba eso? Me había cogido totalmente fuera de juego y no sabía que hacer. Le contesté e intente seguir a mi ritmo pero me tenía desconcentrada, así que paré y prácticamente salí corriendo al vestuario. Me di una ducha y me fui a casa más tranquila. Pero la misma situación se volvió a repetir unos días después y ésta vez no me dejó huir. Nos presentamos y estuvimos un rato hablando del gimnasio. Pasados otro par de días ya teníamos nuestros números de teléfonos y ya me había sacado la información suficiente para saber que no tenía pareja. Desde entonces nos escribíamos a través de una aplicación del móvil a menudo.

Como cada sábado por la mañana, nos vimos por allí y nos saludamos. Era al medio día cuando se fue a hacia los vestuarios. Yo estaba haciendo bicicleta cuando pasó por delante y mis ojos volvieron a irse a su trasero. Seguí allí un rato escuchando música hasta que vibró el móvil y vi que tenía unos mensajes. Miro y sale su nombre. Pone: “para que lo veas mejor” y debajo una foto de su culo, sin nada de ropa de por medio. Por el fondo imagino que está en la ducha.

  • ¿Y que te hace pensar que quería verlo?

  • Que siempre se te van los ojos

  • Habrá sido coincidencia alguna vez

  • No creo en las coincidencias. Seguro que te mueres de ganas de tocarlo

  • Más quisieras

Volvió a enviarme otra foto. Esta vez salía también su espalda y estaba un poco girado.

  • Tus pulsaciones te delatan

Entonces me di la vuelta y estaba justo detrás mía, vestido y con una sonrisa de oreja a oreja. Dejé de pedalear y me levanté. Esta vez me había pillado y daba igual lo que dijese, había visto mi reacción ante las fotos. Menos mal que la humedad de mi entrepierna no era notable. Tenía que huir de allí como fuera.

  • ¿Crees que por dos fotos voy a tirarme a tus brazos?

  • Por dos fotos no, por esto sí. - Y me cogió la mano y la colocó en su trasero. – Ves, te morías de ganas. Solo hay que ver como me lo agarras, porque yo ya te he soltado la mano.

Ni siquiera había sido consciente de que ya no me sujetaba. Bajé la guardia un momento y él aprovecho para pegarse más a mí. La bicicleta me impedía echarme para atrás así que me tenía acorralada. Le miré a los ojos y noté una de sus manos en mi cintura. Miró alrededor y me susurró al oído “hoy apenas hay gente por aquí, y si nos vamos al baño”. Aquello no era una pregunta precisamente. Se apartó un poco de mí y fuimos hasta la puerta de los baños.

  • ¿Que tal si mejor nos vamos a tomar algo fuera?

  • ¡Y quedarme con este calentón!, me dijo mientras guiaba mi mano a su entrepierna

Me metió en el baño de las chicas que estaba vacío y nos metimos en la última ducha. “Ahora me toca a mí comprobar algunas cosas” me susurró al oído mientras me besaba el cuello. Se me erizó la piel y mi entrepierna se mojó aun más. Él metió la mano y sonrió al ver lo húmeda que estaba. Yo aproveché para bajar su chándal y coger su miembro con mi mano. El bulto que había notado antes no le hacía justicia. Aunque no muy larga, era muy gruesa y con un buen par de huevos. Me puso contra la pared y me quitó la camiseta. Tanteó el sujetador por detrás con las manos pero no encontró el cierre. Fui yo la que me quité el cierre que estaba por delante, dejando al descubierto mis pechos. “De los que me caben en la mano, justo como me gustan”. Le quité la camiseta antes de que pudiera tocarlos. Me pegó más contra la pared y me quitó el resto de la ropa, deshaciéndose él también de la suya. La puso a un lado y me dio la vuelta poniéndome de cara a la pared. Me sujetó las manos a la espalda haciendo que mis pezones despuntaran con el frío roce de los azulejos. Un mordisco en el cuello fue lo que precedió que me clavara su estaca en mi interior. Emití un suave gemido que se vio ahogado por el sonido del agua. Había abierto el grifo para que el agua aplacara mis gemidos.

El agua corría por nuestros cuerpos mientras él me penetraba una y otra vez, cada vez más profundo. La sacó y me dio la vuelta, me levantó una pierna y volvió a penetrarme. No estuvimos mucho porque en esa posición era algo más difícil. Escuchamos otro grifo abrirse en una de las duchas cercanas y me subió sobre él. Mis piernas se agarraron a su cintura como pudieron y mis brazos a su espalda. El morbo a que pudieran pillarnos me puso aun más y mi húmedo cuerpo recibía cada vez más abierto al suyo. Estaba a punto de llegar al orgasmo cuando sus embestidas se hicieron cada vez más rápidas, aun soportando mi peso. Mis uñas se clavaron a su espalda y me corrí en el instante en el que vi su cara, mezcla del dolor y del placer.

Casi sin haber terminado del todo me sacó de su interior y me hizo arrodillarme en el suelo mirándole. Gotas de agua caían en mi cara, mezcladas con la leche que emanaba de su cuerpo. Exhausto se apoyó en la puerta para recuperar el aliento. Me quité el semen sin que él dejara de mirar como acariciaba mi cuerpo. Se acercó a mi y me dijo al oído “Me estas poniendo otra vez pero si nos quedamos aquí nos van a ver a la hora del cierre. Así que te espero fuera para invitarte a comer”. Me acerqué a su oído yo esta vez y le susurré “solo si incluye el postre”. Él tan solo sonrió mientras se vestía y salió de la ducha.

Me quedé un rato bajo el agua caliente hasta que noté los dedos arrugados. Salí de la ducha y me cambié de ropa al lado de las taquillas. No entró nadie hasta que terminé de vestirme, cuando se acercaba la hora del cierre. Antes de salir del vestuario llamé a una amiga con la que había quedado por la noche para anular mis planes.

Él me estaba esperando fuera pacientemente. Al salir me agarró de la cintura y me guió hasta su coche.

  • ¿Dónde me vas a llevar a comer?

  • Me has dicho que querías postre, así que te voy a llevar al lugar donde se sirve el mejor postre de toda la ciudad. Mi casa.

Esbocé una sonrisa y puse mi mano sobre su entrepierna. Él se puso nervioso y dijo que eso lo desconcentraba. Yo en cambio seguí frotándola y metiendo la mano bajo el chándal. Cuando llegamos al semáforo ya la tenía fuera mientras le masturbaba. Aumentó su desconcierto cuando notó que mi otra mano estaba por dentro de mi pantalón.

  • ¡Mira que eres mala! Así que no puedes esperar a llegar a casa. Te vas a quedar sin comer si sigues así y vas a tener que pasar directamente al postre.

  • ¿Queda mucho para llegar? Es que tengo mucha hambre.

Fue aparcar, me relamí los labios y me agaché a comérsela. Él cerró los ojos y se echó hacia atrás, pero solo me dejo un rato. Después me la quitó de la boca y salimos del coche. Le seguí hasta el portal, después al ascensor, entramos a su casa y terminamos en el dormitorio.

  • Así que aquí es donde nos vamos a tomar el postre, ¿no?

  • ¿Qué te parece?

  • Es bonito. Tiene personalidad. Pero lo que más me gusta es el cabecero de la cama.

  • Sabía que esto te gustaría.

Me fui hacia él y lo tumbé en la cama. Me puse encima y lo besé. “Mira en el primer cajón” me dijo al oído. Me incorporé un poco y lo abrí. Allí había desde preservativos a esposas, cuerdas, una venda para los ojos, lubricante, aceites, velas y hasta un látigo. Aquello me dejó de lo más sorprendida. Así que le gustaban esas cosas, igual que a mí. Cogí la venda de los ojos y se la puse. Él no dejaba de sonreír. Después cogí las esposas y le inmovilicé las manos en el cabecero de la cama. Lo miré así atado y me entraron muchas ganas de jugar con él. Le mordí los labios y el cuello y seguí bajando. Tenía que haberle quitado la camiseta antes de esposarlo. Se la levanté y empecé a recorrer su torso con mi lengua. Cuando llegué a su parte de abajo, aquello ya tenía vida propia. Así que se los quité y me puse a tomarme mi postre. Primero despacio, después un poco más deprisa. Mientras disfrutaba con él me fui quitando la ropa. Como me gustaba escucharle suspirar y gemir. Era un sonido tan placentero. Seguí y seguí hasta que noté que él estaba a punto. Entonces paré en seco y me acerqué a su oído.

  • No quiero el postre tan pronto

  • Que te gusta ser mala conmigo. Te voy a tener que dar un escarmiento.

Y dicho esto se quitó las esposas y la venda y me giró hasta ponerse encima de mí. Cogió las cuerdas y me ató las manos a la cama, una en cada esquina. Después hizo lo mismo con los pies. Yo ya estaba desnuda, así que le fue fácil. Me puso la venda en los ojos con una sonrisa. “Ahora te vas a enterar”. Esas palabras solo consiguieron ponerme más cachonda. Notaba mi entrepierna chorreando y esperaba que a él no le importara. Desde luego conmigo no necesitaría usar lubricante. Le notaba recorrer mi cuerpo pasando la lengua por todas partes, menos por donde estaba deseando que las pasara. Pasó del lóbulo de mi oreja derecha al cuello, de ahí hasta el pecho pero sin rozar siquiera los pezones, bajo hasta mi ombligo y se dedicó a juguetear en mis muslos. Mis piernas se tensaban para abrir más las piernas, pero él no rozaba mi sexo. Eso me estaba matando lentamente. Tanto que no pude evitar suplicarle que me masturbara de una vez. Pero no me hacía caso.

Noté algo en mi boca y por el sabor supe lo que era. “Chupa bien gatita, que pronto vas a recibir tu postre”. Chupé sin parar hasta que me la quitó de la boca, me desató las piernas, me quitó la venda de los ojos y se subió a la cama. Me penetró con fuerza y empezó a envestir violentamente. Se apoderó de mis pezones con sus manos y empezó a pellizcarlos. Eso aún me excito más y aprisionándolo entre mis muslos me corrí gimiendo sin parar. Sin darme tiempo a descansar, se acercó a mi boca y descargó toda su leche sobre ella, dejando gotas en mis mejillas.

No había estado nada mal el postre, pero aun me debía una comida, y me la pensaba cobrar.