Eh!!!

Caro, la mujer de mi empleado...

-Eh!!! Que seco que sos…. Por lo menos hacé el ruido del beso, solo apoyas la cara para saludar

Quien así dijo, en medio de una sonrisa, es Caro, la esposa de Darío, mi empleado.

Hice un gesto de yo no fui, levanté mi vista y vi a Darío sonriendo jocoso.

La próxima vez que nos encontramos fue en su casa. Yo había ido a llevarle unos papeles al marido que no estaba. La saludé depositando mis labios en sus mejillas de manera suave mientras mis manos se apoyaban sobre sus brazos.

-Así esta mejor? Pregunté con timidez.

-Va mejorando, podría ser mejor.

Creo que me puse colorado, o me vi superado por la situación.

Caro es muy joven, al igual que su marido, y yo ya soy un hombre maduro, aunque bien conservado gracias al gimnasio continúo. Mi pensamiento al toque fue te estas poniendo viejo e imaginando cosas.

Para colmo Caro estaba con un vestido de algodón pegado al cuerpo que marcaba sus formas por demás generosas. Sin ser extremadamente linda, tiene unos rasgos agradables, buenos pechos y unas caderas alucinantes.

Prácticamente me escapé.

Llegué a casa con los ratones hurgando por toda mi mente y una excitación creciente. Busqué a mi esposa sin preámbulos en medio de la cocina, la bese, a acaricié, la incliné sobre la mesa, la penetré con fuerza y cabalgamos un rato largo en busca del placer mutuo.

El siguiente encuentro también fue en su casa. Fui temprano. Toque el timbre y después de un tiempo prolongado apareció Darío. Me disculpe por despertarlo.

Nos sentamos en sillones enfrentados a charlar cuando apareció ella enmarcada en un camisón de algodón que insinuaba todo.

-Buen día al que interrumpe – dijo en medio de una sonrisa.

No supe que decir, aunque intenté una disculpa.

Me sacó de la situación embarazosa ofreciéndome un café.

Por el rabillo del ojo la miraba mientras lo preparaba. El batido del café instantáneo movía sus senos libres bajo la tela. Intentaba concentrarme en la charla con Darío, de quien adivinaba un gesto divertido.

Caro trajo las tazas y se sentó sobre las rodillas de su marido. La corta prenda dejaba ver sus muslos. Mientras charlaba movía sus piernas y yo vislumbraba o imaginaba su sexo desnudo.

Me sentía incomodo. La charla versaba sobre las tensiones del trabajo.

-Debes estar todo contracturado- dijo ella

-Creo que sí- contesté

-Caro, hacele unos masajes – casi ordenó Darío

-No, está bien- dije

-Porque no? Estoy a punto de recibirme por lo que podes estar tranquilo que no te voy a hacer daño.

Yo estaba seguro que sabía de kiniesología, mi miedo pasaba por lo que ya empezaba a experimentar.

Se levanto de su posición, me invito a que me saque la camisa y dando vuelta una silla me obligó a sentarme mirando el respaldo.

Comenzó un masaje suave sobre mis trapecios ayudada por un aceite mentolado, recorrió tranquila mi columna, realizó movimientos circulares sobre mis dorsales… Cerré mis ojos y me deje llevar, sentí sus manos en mi cuello que subían a las sienes. Uno de sus muslos rozaba mi cadera.

Miré a Darío, lejos de sentirse incomodo parecía disfrutar la situación.

Caro rodeo mi cuerpo y se colocó por delante atacando nuevamente mis músculos trapezoidales. Cuando bajo por la columna su cuerpo se acerco demasiado a mi cara, sentí el calor de sus senos palpitar ante mi boca.

Mi mente iba del placer a la incertidumbre.

-Estas todo contracturado, vení a la cama para que pueda trabajar mejor-

Su voz me despertó y me hundió en el pavor; tenía una erección que no podría disimular.

Sin darme tiempo a pensar me tomo de la mano y me llevó hasta el dormitorio, aflojo mi cinto, hizo fuerza para bajar mis pantalones y me recostó boca abajo en la cama matrimonial.

Percibí que Darío ingresó al dormitorio y tomaba asiento en una punta del cuarto preparándose para seguir de cerca el trabajo de su mujer.

Cerré nuevamente mis ojos pensando que Caro había visto mi erección al bajar mis pantalones sin decir una palabra.

Vertió aceite en mis piernas y comenzó el masaje en mis pies, se detuvo largo rato en mis tobillos y avanzó a las pantorrillas. Cuando llegó a mis muslos tuve miedo de correrme, deslizó sus manos en mi entrepierna y con dedos ágiles retiró mi boxer para acariciar mis nalgas.

Aquello era demasiado.

A horcajadas se puso sobre mi cuerpo y volvió a mi espalda.

Efectivamente estaba desnuda, tal como supuse. Sentí el bello de su pubis y el flujo de su excitación sobre mis ancas.

Poso sus labios en mi cuello, me lamió la oreja, mientras yo me dejaba hacer sin esbozar ningún movimiento. Me sentía transportado al reino del placer.

Me dio vuelta y mordisqueó mis tetillas, busco mi boca para apagar los gemidos inevitables; con su mano derecha tomo mi sexo y lo introdujo en su vagina mojada y caliente iniciando un movimiento rítmico. Sus mulos se contraín y sentía las paredes de su pubis presionando mi masculinidad. Sus manos tomaron mis brazos imponiendo un sometimiento al que me entregué sin resistencia.

Darío se acerco tan despacio que no lo sentí. Ya desnudo le entregó su pene para que Caro lo lamiera, solo lo sacaba de su boca para gemir, para gritar.

La sentí correrse varias veces y cuando inevitablemente me vine, soltó a su marido, se deslizó hacia abajo y tomo los restos de mi esperma con su boca.

Caí en un letargo, mientras que a mi lado Caro, insaciable, daba cuenta de su joven esposo, olvidando mi presencia.

Había algo de violencia en la posesión y cuando llegaron al orgasmo al unísono, sus bocas se entrelazaron anunciando el agotamiento de la lucha.

Me levanté despacio, tome mi ropa y los dejé solos.

Estaba exhausto.

Mi mente ya soñaba con el próximo encuentro, en donde de dominado pasaría a dominador.