Efímero I

Cuanto peso y fuerza puede poseer la soledad, que nos aplasta cual gravedad hacia el fondo de nuestros más oscuros y terribles pensamientos.

Cuanto peso y fuerza puede poseer la soledad, que nos aplasta cual gravedad hacia el fondo de nuestros más oscuros y terribles pensamientos.

Así empezaba el libro que estaba escribiendo “Efímera”, la historia trataba de una chica llamada Effy, solitaria y vacía, que deseaba con todo su ser amar y ser amada. La describía como la chica de mis sueños, totalmente imperfecta y adorable.

Effy amaba leer y chasquear los dedos. Amaba sentarse en la acera y mirar a los niños jugar. Siempre tenía hambre, era divertida y alegre. Y tan solitaria. No miraba a los lados al caminar, sus ojos fijos en sus zapatos, como si tuviera miedo de que alguien pudiera leer en ella lo que ella no quería notar. Que estaba vacía, que la felicidad que le ofrecía el mundo es transparente, que cura, pero no sana.

Ella tenía el cabello castaño y ondulado, usaba vestidos de verano y sus ojos oscuros se aclaraban con la tristeza. Su color favorito era el turquesa y podía percibir auras e intenciones.

Effy y yo éramos iguales en algo, ambas estábamos completamente solas. Ella encerrada en papeles amarillentos, creada con tinta china forjada con mis dedos. Y yo ocultada entre libros viejos que ya casi no se vendían. Yo la amaba, pero ella no lo sabía.

– Tienes que salir más, Anne – decía Miquel, un viejo veterano de la guerra, que solía comprar libros sobre jóvenes de la mala vida – no puedes quedarte encerrada en la librería, te vas a arrugar, como tus libros – sé que intentaba ser amable, pero la realidad era demasiado espantosa para mí, los libros me ofrecían seguridad, el mundo real no.

– Lo tomaré en cuenta – le respondí, igual que siempre, ofreciéndole una sonrisa y la factura.

Me senté detrás del mostrador, como todos los días y observé la calle por el enorme ventanal que estaba junto a la puerta. Effy adoraría sentarse afuera y mirar como los niños saltaban la cuerda. Una sonrisa asomó mis labios. El día estaba un poco flojo, no estaba mal tomar un poco de aire.

La brisa me acarició el rostro y el cuello. Me senté en una silla que había colocado hacía muchos años atrás, cuando la máquina de café aun funcionaba y los clientes solían sentarse y hablar durante horas sobre las dictaduras de antaño y como se estaba empezando a poner de moda de nuevo.

– Si te fijas bien, tiene encanto – decía una señora pisoteada en abrigos, con el calor que hacía. La acompañaba un muchacho, de 15 años, quizás, que ponía los ojos en blanco con cada oración que decía, al parecer, su madre.

– Buenos días joven – me saludó – ¿Sabe si la librería está abierta ya? – preguntó con aire aristocrático.

– Sí – me apresuré a decir mientras le abría la puerta.

– ¿Eres tú la dueña de este lugar? – preguntó mirándome de arriba abajo.

Yo asentí, orgullosa, de mi pequeño logro, el único de toda mi vida. Mi librería.

– ¿Buscaba algo en específico? – pregunté.

– Mi hija cumplirá años pronto y ama esto – dijo señalando los libros – quisiera comprar una colección de algún poeta o algún escritor famoso, no lo sé – el desdén se percibía a kilómetros.

– No le haga caso – dijo el muchacho – a mi hermana no le gusta nada que sea conocido – poniendo los ojos en blanco nuevamente – ¿Tendrá algo que esté cerca de ser inédito?

– Eso es casi imposible – dije riendo – ¿Cuándo cumple años la chica? – pregunté, teniendo una idea increíble.

– Dentro de siete días – dijo la señora.

– Tendrá un libro inédito para esa fecha – aseguré.

La oportunidad era imperdible, podía vender mi libro entonces, solo hacía falta terminarlo.

Esa misma noche le di vida a Effy y empecé a aventurarme con ella.

«Nunca te enamores de un personaje ficticio, menos de uno creado por ti. Esa era la primera regla. Escribía sobre Effy como si ella existiera, porque para mí así era. En mis letras la podía tocar y besar. Por eso decidí sacarla de esa jaula de papel.

– ¿Eres real? – le preguntaba.

Ella negaba, sonreía y los hoyuelos en su rostro me hundían en un agradable dolor.

– No te vayas nunca – le suplicaba.

Estaba sentada en mi escritorio, escribiendo y Effy me rodeaba con sus brazos, de pie, detrás de la silla donde yo estaba.

– ¿Qué pasa si juntas dos soledades? – Me susurraba al oído - ¿Qué pasa si dos corazones vacíos se unen?

– Se produce un caos en el universo – le respondí – y qué es el amor si no un terrible caos.

– ¿Qué es el amor? – preguntó sentándose sobre el escritorio.

– El amor es mirarte cuando me sonríes – le confesé – pudiera mirarte todos los siglos del universo y multiversos y todo lo que haya existido y existirá.

Ella se sonrojaba – eres encantadora cuando te lo propones – dijo.

– La inspiración me pone encantadora – le dije, levantándome y besándola.

– Puedo saber lo que piensas – confesó con picardía – deseabas hacer eso desde hace mucho tiempo – dijo jugando con su pulgar en mis labios.

– Entonces sabrás lo que quiero hacer ahora – le dije, mordiendo su pulgar.»

Cerré el tintero y suspiré, recostándome en la silla. Volvía a estar sola. Pase mis manos por mi cara, caliente. Serían las tres de la mañana cuando decidí descansar, enfriar mi cuerpo y dormir unas cuatro horas antes de empezar a trabajar.

«– Effy – le decía – debo dormir, tengo que trabajar – le suplicaba.

– Solo será un momento – decía ella mientras besaba mi vientre – no dejes de mirarme»

Ella se sentía tan real, tan palpable, podía sentir su respiración en mi piel, su cabello haciéndome cosquillas y sus besos en partes donde nunca me habían besado antes.

Abrí los ojos cuando apenas el sol se asomaba, la cama fría no me permitía salir de ella. El reloj apuntaba las 6:04 am, pestañeé, recordando lo que había pasado, o no había pasado. No me importaba.

La campanilla de la puerta sonó cuando terminaba de cepillar mis dientes. Miquel siempre venía muy temprano a conversar conmigo y resultaba interesante escuchar cómo se había roto ambas piernas en una misión suicida y éstas le habían crecido a los pocos meses. Como las iguanas, decía.

Debería dormir un poco más, señor Miquel – le reprochaba a modo de broma.

– Ya dormiré bastante cuando me muera – respondió mientras sacaba otra silla y colocaba el periódico bajo su brazo – Ustedes los jóvenes solo piensan en dormir y comer, revolcarse entre sí y seguir durmiendo – exclamaba – ya nosotros, los de antes, solo queremos estar vivos y despiertos, porque tememos no despertar más si llegamos a dormir, el presente ya no nos quiere, Anne. Vive, deja de fantasear, aprovecha tu juventud.

– Pensaba en arreglar la máquina de café – le dije cambiando el tema – tal vez eso vuelva a atraer más clientes – sus ojos se iluminaron.

– Pues a mí sí que me va a atraer – dijo sonriendo – sobre todo si vuelve a venir esa señora elegante que vino el otro día.

– ¿Elegante? – Le pregunté sorprendida – sudaba a chorros con el disfraz que traía.

– Nunca te había escuchado hablar así de tus clientes – me reprochó fingiendo sorpresa.

– Le venderé mi libro – le dije emocionada – quería un libro inédito, es mi oportunidad de surgir como escritora – agregué divertida.

– Mucha suerte con eso – dijo sincero.

« – ¿A dónde iremos hoy? – Preguntó tomando mi mano – quiero conocer dónde trabajas.

– Esta es mi librería – le dije señalándole el lugar.

– Es hermosa – dijo mirando las estanterías y tocando varios tomos de poesía.

– En tus ojos un misterio – recité – en tus labios un enigma, y yo fijo en tus miradas y extasiado en tus sonrisas (1) – ella me sonrió.

– Pasas demasiado tiempo aquí – dijo.

– Si no lo pasara, no podría permitirme el aprendizaje para crearte – me justifiqué.

– No te vayas nunca, Anne – dijo tomando mi rostro en sus manos.»

– ¿Por qué te noto tan triste hoy? – preguntó Miquel.

– Estoy enamorada – le dije – pero no es un enamoramiento real – le expliqué.

– No existen los enamoramientos reales – dijo él y yo lo miré confundida – enamorarse viene a ser lo mismo que una ilusión, no lo ves realmente – explicó – ves lo que sientes y cuando dejas de sentirlo… ya no ves nada y nada que sea real puede desaparecer de esa forma.

– Entonces, solo estoy enamorada y es algo que va a desaparecer aunque no lo quiera – le dije mirando a través de la ventana.

– No es real y no quieres que desaparezca, interesante – comentó.

– No quiero que desaparezca, pero lo hará en algún momento, por el simple hecho de que no es real – dije suspirando – lo hará en exactamente cinco días.

– Impresionante tal análisis – dijo Miquel – tal vez corras con la suerte de que, en lugar de desaparecer, solo tome impulso para expandirse.

– Eso es imposible, solo logrará romperme.

Miquel me miraba extrañado, lo sabía. Él nunca me había visto hablar con alguien o conocer a alguna otra persona, no sabía que mi enamoramiento era una fantasía, una historia que acariciaba mis puntos débiles y me tocaba con la pasión que solo puede existir en la perfección del subconsciente.

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