Efecto dominó: Sara (2)

Sara, es sin saberlo, mi Pigmalion sexual

Efecto dominó: Sara (2)

Dedicado, con afecto, a Moonlight.

Sara había cambiado de posición y tumbada sobre su vientre seguía durmiendo con placidez. La mañana se desperezaba y una franja de sol, muy tenue, amanecía sobre las redondas colinas de sus glúteos dándole un bonito tono dorado que resaltaba el bronceado de su piel y contrastaba con la blancura de la franja apenas más ancha que el canal que los separaba y que delimitaba el espacio que había sido protegido por el bikini. Cerrado ventisquero donde nunca daba el sol, sus piernas, apenas entreabiertas, me mostraban la semipenumbra de su sexo que tantas delicias me habían hecho disfrutar durante la noche. Quizás, como el arpa del poeta que espera la mano que arranque la nota dormida en sus cuerdas, su sexo espere la caricia que arranque el suspiro o el gemido. Sin embargo, de momento, yo solo quería mirarla.

Ella me lo había dado todo a lo largo esa noche. El hombre que yacía en su cama, a su lado, nada tenía que ver con el se acostó con ella. El día es muy diferente de la noche y yo, en ese momento, había amanecido. Con cada caricia había arrancado una inhibición, con cada beso, un complejo y con cada masturbación o felación había añadido una faceta nueva a ese diamante en bruto que era mi vida sexual. A cambio, según sus propias (y muy peculiares, cabe decir), palabras, yo le había dado cariño. Según ella, yo había sido" cariñoso hasta cuando das por el culo, pero sin empalagar". Así es Sara, siempre ha sido así y por eso o se le quería o se le odiaba. Nunca se molestó en desmentir a los que afirmaban que era lesbiana sin más argumentos que su forma de vestir o hablar. Después afirmaron que era bisexual y ella me confesó, en una de las pausas que nos permitimos durante la noche, que tuvo alguna exploración en su juventud con una amiga, pero que, aunque le gustó, no era su palo. Yo me he quedado convencido de ello, como también estoy convencido de que ha tenido una vida plena, a su más puro estilo. Ambos coincidimos en que la vida nos había regalado esa noche, y a mí ese regalo me había abierto un horizonte nuevo, no se si mejor o peor, pero si más amplio. Y en ese punto, retomé el hilo de mis recuerdos como para reafirmarlos y grabarlos en mi memoria para siempre


Poco a poco, Sara se fue tranquilizando, me miró, besó mis labios con dulzura y se deshizo de la falda que aún permanecía enrollada en su cintura, tomó mi cara entre sus manos sin dejar de mirarme a los ojos, se sentó y me hizo poner de pie para despojarme de mi slip con mayor facilidad, tomó mi polla y le dio varios suaves besos en el glande, yo no se como aguantaba aun. Me pidió que me sentara, ella se arrodilló entre mis piernas y tomó mi polla con sus dos manos que, con las palmas estiradas, componían un gesto como de oración que me enterneció y excitó más todavía, subía y bajaba ambas manos muy despacio mientras de nuevo daba pequeños besos en la punta. Me dolían los testículos, no podría aguantar mucho más. Por fin, Sara decidió que había llegado el momento y, tomando mis huevos, fue tirando de ellos hacia abajo liberando así el glande sin dejar de besar la punta de mi polla, delicadamente se lo introdujo en la boca y comenzó a succionar muy suavemente al mismo tiempo que iba dando pequeños y delicados toques con su lengua, su cabeza inicio un movimiento lento, subiendo y bajando, que cada vez introducía un poco mas de mi polla en su boca, el avance era mínimo pero placentero. Yo había sobrepasado el séptimo cielo hacía ya mucho tiempo. No hablaba, no podía hacerlo, solo jadeaba y acariciaba su cara. Sara ya había completado con su boca el largo periplo en que había convertido aquella mamada y desde ese momento sus movimientos dejaron de ser divinamente lentos para ir adquiriendo más velocidad y convertirse en un frenético vaivén que, pronto, se hizo irresistible… Sacando fuerzas de donde no las tenía conseguí decirle que no podía aguantar mas y que me iba a correr, pero ella lejos de sacarla de su boca, se limitó a mirarme, sonreír con picardía y seguir con aquella fantástica mamada que arrancó, de lo más profundo de mí, un orgasmo como no recordaba haber tenido en los últimos años. Mi semen inundo su boca, sus labios en ese momento apenas abarcaban la punta de mi polla, como una ventosa, e iba tomando toda la leche que, en sucesivas descargas, yo le iba dando; sin dar una mínima muestra de desagrado o incomodidad se tragó toda mi corrida y dedicó un mas que considerable tiempo a la limpieza de mi glande con su lengua al tiempo que acariciaba mis huevos como si fuesen el más delicado de los objetos, cosa que agradecí, pues aunque liberados de su carga, seguían doloridos.

Sara se sentó a mi lado y, sin dejar de acariciarme, me besaba la cara y labios. Me resultó extraño notar mi propio sabor en su boca, pero no me importó; a esas alturas de la noche, mis eternas inhibiciones se habían ido al carajo y ojala que no volvieran nunca.

Allí estábamos los dos, completamente desnudos, acariciándonos como si lo hubiésemos hecho un millón de veces. Se apartó un momento de mí, tomó las copas y me alargó la mía. Así estuvimos durante no sé cuanto tiempo, muy juntos, paladeando el licor. Pensando. Mirándonos sin decir nada, esperando yo no sabía qué. Ella extrañamente tranquila, y yo

Le di el último sorbo a mi copa y la miré, ella me miraba también, expectante, y entonces creí comprender.

  • Sara – dije - ¿hay un hueco para mí en tu cama? Juro que inmediatamente pensé: Por favor, que no diga ‘creí que no me lo ibas a pedir nunca’

Y no lo hizo. Seguía sin ser convencional. Solo sonrió, me tomó de la mano y me condujo hasta su habitación. Allí, delante de su cama, me abrazó. Y la abracé de nuevo. Y la besé. Y me besó. Y me acarició y yo la acaricié. Y de nuevo mis labios buscaron sus pechos y mi mano su coño, y otra vez mis dedos jugaban con su clítoris, y otra vez pude sentir la deliciosa humedad de su vagina. Sara jadeaba de nuevo y mordisqueaba mi cuello, sus manos se paseaban desde mi espalda a mi culo mientras las mías seguían acariciando su coño como si no quisieran hacer otra cosa nunca más.

  • ¿Sabes que me gustaría? – me dijo en un jadeante susurro.

  • ¿Qué? – contesté casi en el mismo jadeo

  • Que me lo comas. Que hagas que me corra con tu lengua.

La llevé hasta el borde de la cama y la tumbé, ella abrió sus piernas ofreciéndome a la vista y al gusto lo que ya había tenido al tacto. Abrí sus labios y acaricié con el dedo los inferiores, ella suspiró suavemente y con sus manos mantuvo abiertos los superiores, besé su sexo, besé su vagina igual que besara su boca, llegando con mi lengua a todos los rincones a donde podía alcanzar al tiempo que mi nariz rozaba ocasionalmente su clítoris. Sara movía lenta y rítmicamente su pelvis; suaves jadeos, suyos y míos, eran toda nuestra banda sonora. Introduje un dedo en su vagina al tiempo que daba un fuerte lengüetazo en su clítoris. Pareció como si su cuerpo hubiese sido atravesado por una fuerte descarga eléctrica; mi cuerpo reaccionó casi de la misma manera al darme cuenta de que mi dedo y mi lengua se habían convertido en preciosos instrumentos de placer para Sara, que abría su coño todo lo que podía para que yo no tuviera ni la más mínima dificulta en darle el placer que ella deseaba y yo quería darle. Mi boca se inundaba con sus jugos, deleitándome. Me concentré en su clítoris, ahora hipersensibilizado, alternando suaves caricias con la punta de la lengua, fuerte presión de toda la lengua y pequeños tirones con mis labios que le arrancaban gemidos que me enardecían todavía más. Su pelvis subía y bajaba y todo su cuerpo se retorcía presa de un frenesí que no había tenido ocasión de disfrutar nunca y que me estaba excitando sobremanera, tanto que temí correrme de nuevo, por lo que me concentré aún más en tironear su clítoris, duro como un garbanzo. Varios minutos estuve torturándolo, hasta que en un determinado momento dio un fuerte gemido, casi un grito, agarró mi cabeza con sus manos apretándola contra su sexo, sus piernas se abrían y cerraban contra mi cara, su espalda se arqueó hasta lo imposible y volvió a relajarse para, inmediatamente, incorporarse a medias y volver a caer, todo ello sin soltar mi cabeza. Mientras tanto, yo insistía en mis caricias con la lengua y en la penetración con dos dedos. La intensidad del orgasmo fue decreciendo hasta que con un ¡Aaaahhh! ¡Jodeeerrr! se derrumbó en la cama, exhausta. Yo, sobre ella, besando su vientre y acariciando sus pechos; mi cara empapada de sus fluidos y mi boca y nariz llenos de su sabor y olor.

Sara no me dio tregua, ni yo la quería. Me tumbé a su lado para seguir acariciándola mientras recuperaba el aliento, pero ella debió considerar que ya tenía aliento suficiente porque tomó mi polla, la presionó como comprobando su estado y se montó sobre mí, luego, muy lentamente, como había hecho con su boca antes, se la fue introduciendo en su coño, muy despacio; bajaba un poco y volvía a subir para enseguida volver a bajar haciendo un recorrido ligeramente mayor. Pero yo no estaba para muchos juegos en esos momentos, así que tiré de ella para pegarla a mi cuerpo, la abracé con fuerza al tiempo que de una embestida la penetraba completamente y giraba nuestros cuerpos hasta quedar encima de ella. Lejos de poner objeción alguna, Sara, me abrazó con sus piernas y brazos, pegó su cara a la mía y, con la respiración aún entrecortada, me descolocó momentáneamente al decirme algo típico de ella: "¡Joder, como te huele la boca a coño!" No tuve tiempo de contestar ni de reír, mi boca ya estaba siendo invadida por su lengua y yo, gustoso y más salido que la nariz de Cyrano de Bergerac, me apliqué en la faena de darle a Sara algo de lo que me había pedido, quería hacerla sentirse mujer, como ella quería. Yo en ese momento me sentía muy capaz y muy deseoso de demostrárselo.

Cuando me corrí dentro de ella, Sara había tenido dos orgasmos, uno casi inmediatamente, replica casi exacta del anterior y el otro junto con el mío, mucho más corto pero igualmente intenso. Yo, ¿qué decir? No podría describir ni por aproximación todas las sensaciones que experimenté al ver la pasión con la que Sara me abrazaba y me pedía más, como clavaba sus uñas en mi espalda durante sus orgasmos o como apretaba mi culo para sentirme más profundamente. Cada marca de sus manos en mi cuerpo es un premio para mí. Nunca ninguna mujer me había devuelto tanto.

Agotada y medio dormida, Sara me dijo: "Si fumara, ahora sería el momento" Quise retirarme de encima de ella para dejarla dormir pero abrazándome más fuerte y casi en un susurro me pidió: "No, no me la saques todavía"

En algún reloj sonó una sola campanada. Debía ser la media de alguna hora. Pensé que debería dormir, pero preferí volar.