Efecto dominó: Sara (1)

Un asunto familiar me brinda la oportunidad de iniciar una etapa de mi vida totalmente diferente, sin premeditación y con acontecimientos encadenados. ¿Que había cambiado en mí?

Efecto dominó: Sara (1)

Cuando me desperté ya había amanecido y, a la suave luz que se tamizaba a través del visillo de la ventana, pude contemplar el cuerpo desnudo de Sara echado sobre su costado izquierdo, de espalda a mí y exponiendo a mis ojos su culo rotundo; su pierna derecha flexionada y la izquierda totalmente estirada dejaban entrever someramente su sexo, lo suficiente para que mi cuerpo reaccionara casi de inmediato; decidí, sin embargo, dejar que siguiera durmiendo, pues, durante la noche, la había despertado en dos ocasiones y ella a mi en una tercera. Mientras la contemplaba, repasé los acontecimientos ocurridos durante la noche


Mis hermanos y yo habíamos venido al pueblo con el fin de realizar unos trámites legales con referencia a la casa que mis padres tenían allí; llevábamos varios días en el pueblo al cual había vuelto después de algunos años de ausencia y por los motivos citados, pero no había tenido la oportunidad de moverme por sus calles y bares, ya que las diversas gestiones y tareas las teníamos que hacer en otras localidades más o menos cercanas; una vez terminados los trámites, no era necesaria la presencia de todos los hermanos para lo que aún quedaba por hacer , por lo que se decidió que, estando yo en mi periodo de vacaciones, me quedaría hasta tener solucionado todo el asunto.

El día que mis hermanos se fueron era un viernes, así que por la noche decidí salir a dar una vuelta y cenar algo a base de tapas y alguna picada, pensando que, precisamente por ser viernes, encontraría más animación de la que hubiera encontrado cualquier otro día de la semana laboral. Sobre las diez de la noche me dirigí a un bar en la parte nueva del pueblo que, creía recordar, solía estar muy animado y donde no sería difícil encontrar algún conocido, pues tampoco me apetecía estar solo. Tuve suerte; aunque la animación aún no estaba en su apogeo, si pude distinguir, sentadas en la barra, a dos conocidas, Sara y Verónica, esta última, de cara a la puerta, por lo que me vio y reconoció al instante, haciéndome gestos para que me acercara hasta ellas, cosa que hice. Ambas son, aproximadamente, de mi edad (yo tenía en aquel momento 53 años) y ambas soltera (yo estoy casado); Sara y yo nos conocemos de siempre y hemos crecido en el pueblo hasta que yo lo abandoné cuando no había cumplido los 18 años, después solo nos veíamos si coincidíamos en vacaciones, que yo aprovechaba para ver a mis padres; Verónica, sin embargo, era una amistad más reciente, ya que ella no nació en el pueblo sino que se trasladó allí, una vez terminada la carrera, para establecer un negocio; yo la conocí a través de uno de mis hermanos y, aunque no mantenemos contacto habitualmente, nos saludamos con afecto en las ocasiones en que coincidimos. Después de saludarnos e interesarnos por los respectivos estados de salud y familiar me ofrecieron quedarme con ellas para tomar unas tapas y unas cervezas, cosa que acepté y que dio lugar a un agradable par de horas de bromas y comentarios jocosos más o menos subidos de tono. Alrededor de la una de la madrugada Verónica anunció que se iba a dormir, pues iba a pasar el fin de semana a su pueblo natal con su madre y quería irse temprano, por lo que tendría que madrugar, así que nos despedimos con un beso y prometiéndome que me llamaría el lunes para vernos y seguir charlando.

Al quedarnos solos Sara y yo me enteré de que ella había llegado ese mismo día por la mañana y solo para pasar el fin de semana, pues el domingo por la tarde se iría, ya que el lunes debía reincorporarse al trabajo.

Tomamos una copa más (ya habíamos pasado al whisky) y Sara propuso irnos, así que pagué y salimos del bar camino del pueblo; al llegar a la plaza nuestros caminos se bifurcaban, por lo que había llegado el momento de separarnos, aunque debo reconocer que la idea de irme a dormir tan temprano y solo no me parecía muy halagüeña.

Te invitaría a una copa en casa – dije – pero me temo que no hay nada, ni una mísera cerveza tan siquiera.

Yo si tengo para tomar algo, así que, si te apetece

Pues si, la verdad, porque sueño es que ni por asomo tengo – dije aceptando la invitación.

Llegamos a su casa, me condujo al salón, sacó una botella de whisky y dos vasos y me pidió que fuera sirviendo dos copas mientras ella se quitaba los zapatos, que la estaban matando, y se ponía un poco más cómoda ( en ese momento llevaba un conjunto vaquero y un jersey bastante grueso). Serví dos generosas raciones en los vasos (Sara era muy buena bebedora y había tumbado a mas de uno) y conecté la televisión para hacer tiempo. Mi vaso andaba ya mediado cuando regresó Sara con señales evidentes de haber pasado por la ducha y luciendo un atuendo bastante diferente del que había llevado hasta unos momentos antes: una falda plisada, bastante corta, y una holgada camiseta metida dentro de la falda; también me resultó evidente que no llevaba sujetador, asunte este que, unido a los ya lógicos efectos del alcohol, hizo que me planteara cuestiones que hasta ese momento había obviado; no obstante, y para no desbaratar la joven noche, me abstuve de demostrar mi incipiente calentura y compuse mi mejor cara de póker al tiempo que le tendía su vaso; yo estaba sentado en un sofá, situado frente al televisor y con mi brazo izquierdo estirado sobre la parte superior del respaldo, ligeramente girado hacia una butaca, a la izquierda del sofá, donde confiaba que Sara se sentaría, pudiendo, así deleitarme con la visión de sus más que apetecibles muslos, pero, para mi sorpresa, vino a sentarse a mi lado, justo en el espacio delimitado por mi brazo, lo cual tampoco me pareció mal; chocó su vaso con el mío y bebió un largo sorbo (debo decir que ambos bebíamos el whisky sin hielo), me preguntó si ponían algo interesante en la tele y contesté apagándola porque, la verdad, era soporífera; ella se levantó y puso música (desde que había vuelto de cambiarse hablaba poco), girándose hacia mi me dijo: "Ven, vamos a bailar". "¿Bailar? – dije yo – Hace por lo menos treinta años que no bailo".

A lo que ella repuso "Eso es como montar en bicicleta, nunca se olvida". No teniendo más argumentos y nada que objetar, me despojé de mi cazadora y me acerque hasta ella, la tomé de la cintura y me dispuse a simular que bailaba, ella llevó sus brazos hasta mi cuello y pegó, mucho, su cuerpo al mío; sentía su pecho en mi pecho y mi temperatura experimentó un aumento de varios grados, lo cual repercutió ostensiblemente en mi polla que, en justa compensación, ella debía sentir en su pelvis, aunque no hizo gesto de que le molestara; mis manos, inquietas, cambiaron ligeramente de posición, la izquierda bajó unos centímetros deteniéndose justo encima de su culo, como emboscada y esperando su oportunidad; la derecha decidió subir hasta su espalda para aumentar la presión de nuestros pechos; ella correspondió acercando su cara a la mía y haciendo un agradable contacto; así nos mantuvimos durante un tiempo, ambos quizás esperando a que el otro hiciera el siguiente movimiento; yo, a esas alturas, ya estaba convencido de que según que movimiento hiciéramos, la noche acabaría con fuegos artificiales. Decidí saber que terreno pisaba y estreché mi abrazo, ella apretó aun más su pelvi contra la mía, mis manos bajaron, las dos, hasta su culo, ella mordisqueó el lóbulo de mi oreja, yo aparté mi cara y busqué sus labios, casi al mismo tiempo que ella buscaba los míos; nuestra respiración era ya un poco más acelerada; mi mano derecha abandonó con desgana su culo y subiendo hasta su nuca la agarró con fuerza al tiempo que mi lengua intentaba una profunda exploración de su boca, cosa harto difícil ya que su lengua enredándose en la mía le dejaba escaso margen de maniobra, y a mi cada vez me importaba menos la exploración; con los labios entumecidos y la lengua exhausta nos separamos y nos miramos; en sus ojos detecté algo más que deseo, que había mucho, algo muy cercano al cariño sino era eso; fuere lo que fuere me gusto y me desarmó, fui consciente de que, a partir de ese preciso instante, conseguiría de mi lo que quisiese. Sara seguía mirándome y con voz ligeramente jadeante me dijo: "Hace mucho tiempo que te tengo ganas". Me limité a besarla suave, muy suave, en los labios, muy despacio, casi sin rozarlos y a cada pequeño beso la punta de su lengua acariciaba delicadamente los míos, que, sin darme cuenta, acabaron intentando atrapar aquella huidiza delicia. Sara separó su cuerpo del mío, su rostro estaba deliciosamente arrebolado; tomo mi mano y me llevó de nuevo al sofá mientras Julio Iglesias se quejaba desde lector de CDs de que era un hombre solo, cosa que a mi, en ese momento, me importaba más bien poco.

Una vez en el sofá, volvimos a fundirnos en un largo y profundo beso, su respiración era muy agitada y la mía no le iba a la zaga, mis manos, lejos de permanecer ociosas, recorrían su cuerpo como buscando un lugar donde pararse, hasta que, quizás más consciente, la derecha decidió posarse y tomar posesión de sus pechos, los apreté delicadamente y los acaricié en todo su perímetro, ella me lo agradeció con un fuerte suspiro y un suave gemido; decidido a subir el volumen de sus gemidos me apoderé de uno de sus pezones y tiré de él suave pero con decisión y el efecto fue inmediato, aumentaron el volumen y frecuencia de sus suspiros y gemidos; mi excitación aumentaba en la misma proporción; ella no paraba de besarme y acariciar mi pecho por encima de la camisa, yo liberé su camiseta e introduje mi mano por debajo buscando sus pechos y acariciándolos directamente, sin tela de por medio; Sara, impaciente, se quitó la camiseta y yo pude extasiarme en la contemplación de aquellas dos maravillas, tan impropias de la edad de Sara por su firmeza y dureza, sus aureolas no eran grandes en exceso, cosa que me gustó, y sus pezones, duros de excitación, eran como dos aceitunas que se mostraban orgullosos y desafiante; besé aquellos suaves y duros pechos, chupé con fruición aquellos deliciosos pezones, los lamí una y otra vez, los acaricié con mi lengua, amasé y sopesé sus senos, metí mi cara entre ellos apretándolos contra ella para hacer el contacto mas intenso, todo ello con los gemidos de Sara como música de fondo y yo cada vez mas excitado.

Por los altavoces, Julio Iglesias rogaba que no se acabara la noche y tuve que unirme a sus súplicas, yo también quería que aquel momento fuera eterno, una noche larga, larga como el tallo de una rosa, ¡joder, Julio, como te explicas!

Hasta ese momento Sara había estado muy pasiva, solo suspiraba, gemía, me besaba y me dejaba hacer, pero, sin aviso previo, su excitación me arrolló, comenzó a desbrochar mi camisa con una ferocidad que temí por ella, me la quitó y la arrojó al otro lado del salón, me empujó contra el apoyabrazos del sofá y ahora fue ella la que tironeaba y pellizcaba mis pezones, poniéndome a mil; se echó sobre mi y comenzó a succionarlos como si le fuese la vida en ello, yo continuaba acariciando los suyos, pero cada vez más descontrolado, su excitación era tanta y tan contagiosa que llegue a temer que terminaría corriéndome como un colegial, ya que llevaba una temporadilla de abstinencia.

Me dio un momento de respiro cuando su atención se centro en desabrochar mi cinturón, lo que hizo a gran velocidad, procediendo luego a quitarme el pantalón, que también arrojo lejos desparramando las monedas que llevaba; tampoco me importó. Aproveché ese momento para intentar tomar la iniciativa o, al menos un poco de control, así que me incorporé y ahora fui yo quien la empujó tumbándola en posición similar a la que yo había mantenido hasta ahora, pasé mi brazo izquierdo bajo su espalda y el otro recuperó sus pechos, mis labios se desplazaban de su boca a sus pezones y luego hacían el camino inverso, mi mano derecha se metió, debajo de la falda, que aún conservaba, y acariciaba sus muslos con gran deleite para el resto de mi cuerpo, Sara acariciaba mi polla por encima de mi slip muy despacio pero muy fuerte, creo que ni se daba cuenta ya que estaba como expectante y pendiente de los movimientos de mi mano derecha que ya, sin dudarlo, se dirigió a su pubis descubriendo que Sara no solo había decidido olvidarse del sujetador, sino que sus braga muy posiblemente le hacían compañía; abarqué todo su pubis con mi mano y ella me animó haciendo una suave presión en mi pene y separando sus piernas todo lo que daba de sí el espacio en que nos movíamos; mientras la besaba, o mas bien devoraba sus labios, acariciaba su coño y el dedo medio comenzaba a separar sus labios; el vello estaba muy mojado, anticipando la exquisita humedad que ya mi dedo estaba constatando, entrando fácilmente en su vagina; Sara apretó su abrazo y gimió, con voz llena lascivia me dijo "Haz que me sienta más mujer de lo que nunca me he sentido"; como no tenía referencias de cuan mujer se había sentido hasta ese momento, juro que puse muchísimo interés en conseguirlo y darle lo que me pedía; mi dedo salió de su coño reclamando ayuda y el índice se unió a el para sepultarse de nuevo en la humedad resbaladiza de su intimidad; Sara movía sus caderas arriba y abajo, buscando mis dedos, mientras el ritmo de la mano con que apretaba mi polla se aceleraba significativamente; mi mano en su vagina se mecía en dos movimientos simultáneos, metiendo y sacando mis dedos mientras en un vaivén de muñeca, mi pulgar y meñique tanteaban y acariciaban alternativamente su clítoris y ano; Sara arqueó su espalda, sus manos, abandonando lo que hacían, se aferraron con fuerza a la que torturaba su coño apretándola contra el, soltó un fuerte y largo gemido, su cuerpo subía y bajaba rítmicamente para ir relajándose lentamente: me había regalado su primer orgasmo

Continuará… si así lo quieren.