Efecto boomerang
Es curioso como te puede sorprender la persona que tienes a tu lado, como te crees dominar la situación y sin darte cuenta ésta se te vuelve en contra.
Esta noche estas radiante y no es que siempre haya admirado tu belleza, pero después de una semana en las islas, evadida del estrés cotidiano que ya hacía mella en tu rostro y el descanso bajo las palmeras de estas playas de ensueño hace que el bronceado haga relucir tus ojos de una manera extraña y sensual. Estamos cenando en aquel restaurante libanés que tanto nos gustó el día que desembarcamos. Tu llevas puesto el vestido blanco que te deja la espalda libre e intenta ocultar, sin apenas conseguir, tus pechos dorados por el sol. Un collar de bisutería hace conjunto con las innumerables pulseras que adornan tus muñecas y tintinean al movimiento de tus manos mientras hablas y ríes. Te has engominado el pelo hacia atrás intentando que el calor acumulado después de tantas horas de sol en tu piel se disipe. Ese punto de insolación consigue que tu rostro luzca como nunca. Yo escucho, sonrío y juego a mirar más allá de tu escote, intentando adivinar el efecto de la brisa nocturna sobre unos pezones que imagino rosados y firmes. Tu fantaseas sobre lo a gusto que te sientes en esta isla y cuanto necesitábamos estos días de evasión. Salimos del local intentando disimular el efecto de las dos botellas que se habían vaciado. Tú sigues hablando alegremente y de tanto en tanto te acercas para morderme el cuello y susurrarme obscenidades al oído, yo me hago el duro y te sujeto para evitar que los tacones sucumban a las inclemencias del asfalto, siento tu piel tersa apenas oculta por la fina tela que te cubre.
Recorremos el barrio latino a esas horas en que la gente busca en las calles olvidar sus penas. Paseamos por las aceras saturadas de prostitutas que utilizan la falta de pudor y la desvergüenza para atraer los clientes. Un grupo de tres nos rodean, nos ofrecen los más siniestros y descarados servicios. Tú te haces la ofendida con gracia, rechazando cualquier propuesta, yo río y contemplo como eres capaz de dominar la situación incitándome a rechazarlas, yo prefiero dejarte hacer. Al seguir nuestro camino necesitas hacerte la ofendida, me juzgas y culpas mi supuesta cooperación con aquellas mujeres, crees que me hubiese gustado practicar sexo con las tres y eso te ofende. El enfado apenas dura dos calles y vuelves a ser la misma. Al doblar la esquina nos encontramos con aquel hombre, un tipo alto, negro como la noche, de aspecto cordial y mirándonos con una sonrisa de complicidad nos asegura que un rato en su local es lo que necesitamos para tener una noche fantástica. Yo me resisto pero me dejo llevar por ti y entramos con la excusa de echar un vistazo. El hall del local es una tienda repleta de escaparates donde se muestran los más extraños artilugios del mundo del sexo. Pasamos un rato imaginando e intuyendo el uso de esos aparatos cuando te das cuenta que detrás de unas gruesas cortinas de terciopelo negro hay un espectáculo. Veo que te alejas y miras a través del tejido. En el escenario, un hombre desnudo, musculado, armado de un miembro enorme, erecto, intercambia posturas con dos rubias de grandes pechos y labios lascivos. Diversos hombres y alguna que otra pareja contemplan expectantes. Tu mirada vuelve de nuevo sobre ese miembro que ahora se introduce en el sexo de una de sus compañeras.
Un tipo delgado se acerca a ti y te invita a pasar, te asustas, retrocedes y girándote me encuentras sonriéndote. Vienes hacia mi indicándome que nos marchemos, se te nota incómoda y perpleja. Yo te acompaño disfrutando el momento, haciéndote alguna indicación con sorna. Tú te enojas ante mi comportamiento y es entonces cuando se dispara dentro de tu cabeza una especie de resorte, te aborda la imagen de ese miembro penetrando su presa, te invade el morbo y el deseo de continuar mirando, me obligas a dar media vuelta y nos perdemos en la semioscuridad de la sala .
El espectáculo es un tanto grotesco y aunque los espectadores gritan y animan sin pudor, tú te sientes un poco avergonzada. Una de las rubias posa de rodillas con el gran miembro de su acompañante en la boca mientras la otra rubia le introduce la mano y parte del brazo en su vientre. Los tres se mueven y gimen con sonoridad a tan solo unos metros de nuestra mesa. Algo en tu cabeza te empuja a mirar, algo en tu vientre se calienta de una forma extraña. Sientes como el chico te mira y al cruzar las miradas sonríe. El mantiene la mirada fija en ti mientras en ese momento las dos rubias se pelean por introducir su miembro en la boca, él te sigue mirando, tú te ruborizas cada vez más, yo disfruto con la situación. El joven me mira ahora a mí, pidiéndome permiso, se libera de sus compañeras de fatigas y baja del escenario alargándote la mano. Tú no sabes que hacer, te agarras al asiento mientras repites una y otra vez que no, que te deje. Él insiste, el público te anima, tú me miras buscando ayuda, yo sonrío pero no hago nada. Indignada, avergonzada, atemorizada extiendes la mano y te dejas guiar. Subes al escenario, intentas mirar pero unos focos te deslumbran, solo alcanzas a oír los gritos de ánimo.
Sobre el escenario hay una especie de cama adornada con una colcha de raso rojo, te dejas guiar de la mano hasta ella siguiendo la estela de unos glúteos firmes y musculazos. Se da la vuelta y te acerca hacia él, notas su mirada clavada el ti, notas su miembro rozándote el vestido. Sientes fuerzas de flaqueza, te cuesta reaccionar, de repente el revés de unas manos acarician tus hombros, giras la cabeza y descubres otro hombre, también desnudo, a tu espalda. Comienzan a rodearte, uno te acaricia, el otro conduce tus manos para ser acariciado, notas una piel tersa, brillante el público pide más.
Un tirante del vestido se desprende dejando libre y visible parte de tu seno, intentas remediarlo pero tus manos están atrapadas, sujetas por las muñecas, todo intento es inútil. Sigues obligada a palpar a tu contrincante, su pecho, su abdomen, sus muslos, tus manos resbalan por su cuerpo. Las manos del otro lo hacen por el tuyo. El otro tirante cede y el vestido se ve precipitado al abismo. Tu cuerpo queda desnudo delante de dos desconocidos y de un publico que no resiste permanecer sentado, solo un triangulo de tejido blanco protege tu sexo. Intentas escapar, miras hacia mí y me encuentras encajado en mi asiento, disfrutando con la situación de impotencia en la que estás sumergida, te enojas y te revuelves, tus rivales me miran y al no recibir respuesta te afianzan con fuerza. Todo empieza a ponerse tenso, mueves la cabeza mientras gritas, uno de ellos anuda tus muñecas a tu espalda mientras el otro se arrodilla y muerde tus pezones, lame tus pechos y dirige su lengua por tu vientre. Instintivamente juntas las piernas, con fuerza, con temor, con pánico. La boca se dirige a tu cadera, muerde con suavidad la carne y consigue atrapar con los dientes el cordón de la única prenda que te cubre, estira con fuerza y te despoja del poco pudor que te queda. Lágrimas incontroladas borbotean de tus ojos, un llanto convulsivo rompe el ritmo de tu respiración. Te vuelves y me buscas, me encuentras calmado en mi asiento, la desdicha aumenta, el temor crece, la impotencia se hace insoportable. Comienzas a gritar, a moverte, pero es inútil tus gritos se ven ahogados por el bullicio del público, tus movimientos solo sirven para excitarles aún más. Nadie se imaginaba que esta noche iban a poder contemplar semejante espectáculo. No entiendes que haces allí, como has podido llegar a esta situación. Una gasa fina es introducida en tu boca ahogando el único recurso de protesta que te queda. Amordazada y maniatada caes en el lecho, tus dos captores se abalanzan sobre ti como depredadores encima de su presa.
El ambiente generado por el público se caldea, yaces indefensa sobre la cama, las manos atadas a la espalda impiden que tus pechos encuentren refugio, los muslos apretados intentan mantener a salvo tu sexo. Notas unas manos extrañas, aprietan con lascivia tu carne, sientes un siniestro deseo en tus captores, temes que esas manos y esos dientes intentes arrancarte la piel, la angustia invade tu cuerpo, un sexto sentido te sigue marcando mi presencia.
En tus rodillas se depositan dos manos, insisten en doblegar los músculos que mantienen tus piernas juntas y firmes, un fuego se enciende en tu vientre y crece al tiempo que un aliento cálido recorre tus muslos. Conoces su destino, intentas resistirte nuevamente pero hace ya rato que las fuerzas te han abandonado. Arqueas la cabeza hacia atrás dejando libre un quejido, notas como unos dientes juegan con tu sexo, muerden tu clítoris con suavidad, las piernas caen sin fuerza a los costados dejando libre todo lo que guardabas con tanto pudor.
Notas la lengua húmeda, que busca, que roza, que acaricia. Sientes otra lengua, otros dientes en los ya erectos pezones. El fuego que destroza tu vientre es ya incontrolable, no sabes en que momento toda la rabia, ira, odio se han convertido en excitación, lascivia, deseo incontrolado.
Aprietas los parpados y los puños, con tanta fuerza que sientes las venas reventar. No entiendes lo que está pasando, no comprendes como es posible que el ahogo de cinco minutos atrás se convierta en semejante pasión. Tu cuello sigue arqueado, tu garganta tensa, los quejidos fluyen por ella de una manera armónica. Llegas a creer que tus pechos y tu sexo puedan estallar formando un conjunto inseparable con ambas lenguas.
Has de evitarlo, no has caer en este juego de sumisión. Tensas los brazos, retuerces las muñecas, el tejido cede, las manos se liberan, luego los labios. Te levantas, apartas de ti los dos cuerpos, los observas, dos cuerpos fibrados, desnudos, con dos hermosos miembros erectos. Tu mirada se desvía encontrándose con la mía. Tus cejas se fruncen, tus labios se aprietan. Te diriges hacia mí con un caminar lento pero firme, te inclinas, tus manos en mis rodillas, tus rodillas en el suelo. Liberas mi sexo oprimido y lo observas mientras lo introduces en la boca, atraviesa los labios, los dientes, acaricia la lengua y se pierde en las profundidades de tu garganta. Comienzas una danza suave y profunda. Mis manos buscan tu pelo, me anclo en él y empujo, con fuerza, con pasión. Tú te liberas mientras te incorporas, me besas en los labios, diriges mis muñecas a la espalda y las encadenas con el pañuelo que pende de tu cuello. Te sitúas delante de mí, me miras, fijamente, levantas la mano y golpeas mi rostro con ella. Me miras, vuelves a golpear, con fuerza, con rabia, sientes dolor en tu mano, siento mi cara estallar. Viene la tercera, el impacto hace retroceder mi cabeza, un hilo de tinta roja recorre mis labios, el fuego de tu vientre ha invadido tus ojos, el odio y el rencor controlan tus movimientos. Tu cuerpo se aleja al ritmo de tus caderas. Te arrodillas en la cama, sitúas uno de los cuerpos entre tus piernas, te ruboriza mirarle, hay poco que necesites de él. Ocultas su rostro con la colcha y valoras el miembro que sujeta tu mano, un miembro erecto, fuerte, de exhibición. Un miembro profesional, difícil de abarcar con la mano. El glande terso, grande, acoplado a un tronco marcado por unas venas en forma de estrías terminando en un pubis carente de bello en el cual confluyen las marcas de unos abdominales casi perfectos. Diriges el glande hacia la entrada de tu vientre. Lo notas caliente, el glande hinchado roza tus labios desprendiéndose un escalofrío. Dudas, no te crees capaz, me miras, mantienes los muslos tensos, me revuelvo en la silla, siento como pierdo el control, percibo como tú lo ganas, no puedes ser capaz, solo era un juego, nunca tendría que haber llegado tan lejos. Sigues mirándome, las rodillas tensas, tu mano asiendo con fuerza esa daga y esa daga intimidando tu sexo. Todo se nubla, solo percibes mis ojos desesperados, y te dejas, de desplomas, destensas los muslos, sientes como el glande se abre camino a través de tu sexo, como roza el clítoris y se hincha con el roce de las paredes de tu vientre. Notas como llega al final, todo está borroso, la sequedad comienza a pasar, notas como un río de flujo nace de tus entrañas humedeciendo el entorno, vuelves a tensar los muslos y remontas hasta el inicio. Un jadeo rompe tu garganta. Mueves las caderas, percibes el acople perfecto. Nuestras miradas se vuelven a encontrar, los papeles han cambiado, yo me revuelvo desesperado, tú disfrutas la venganza. Te aprietas los pezones con los dedos, jamás me apartas la mirada. Vuelves a dejarte caer, con fuerza, con rabia, hasta sentir el golpe contra su pubis, notas que el roce calienta cada vez más tu vientre, un caldo tibio recorre tus muslos.
Una mano firme se fija en tu nuca, te empuja hasta llegar al rostro de tu contrincante separado por el tejido de la colcha. Te revuelves, te giras y observas como el otro miembro se acerca, te señala, te intimida, pensabas que no podía haber más, no era cierto. Vuelves a mirarme, sonríes, una sonrisa malévola, te relajas intentando mitigar el dolor y te dejas penetrar. Notas el tanteo, te preparas, recibes un golpe seco al tiempo que liberas un quejido de dolor, me miras y dibujas una sonrisa irónica en tu cara. El intruso tantea el acople y vuelve a la carga con otra andanada. Otro aullido de dolor que se mitiga con la satisfacción generada por el rencor hacia mí. Y entonces, la tercera, sientes como el pubis que soporta ese miembro golpea con fuerza tus glúteos, como se restriega contra ti buscando el acople. Quedas satisfecha confirmando que la tensión de tu carne, tensa en un inicio por la presencia de tus invitados, se mitiga y el dolor remite dejando paso a un extraño placer saturado de morbo y pasión. La mano libera el cuello y junto a su compañera sitúa las tuyas en la espalda arqueándola hacia detrás, tus pechos quedan altivos, soberbios, tus pezones señalan a la concurrencia sin pudor. Las otras dos manos se anclan sobre tus caderas iniciando un balanceo suave, rítmico, estudiado... Uno de los intrusos sale mientras el otro penetra, un segundo de descanso y cambian los papeles. Bolas de billetes golpean tu cuerpo, ojos expectantes te desean, crees llegar a oír el chirriar los sus dientes por querer probar tu carne. Tu público espera el desenlace, dos hombres de exposición corriéndose descontroladamente sobre tu cuerpo sediento de placer. Aplauden y silban calificándote con adjetivos que jamás habías oído y que ni mucho menos nunca hubieses permitido, pero ahora esto te excita aun más. Empiezas a notar el ritmo acelerado de tu oponente debajo de la colcha de raso, comprendes que ha llegado el momento en que debe estallar, dudas y te invade la tentación de retirarte para que todos puedan contemplar la fuente de semen golpeando tu pubis y que todo tu publico de baja estopa te valoren por haber sido capaz de extraer placer a un profesional sobrado de sexo. Pero este es tu momento, se te antoja tuya esa sensación, quieres acapararlo todo, deseas sentirlo Lo notas, notas como el glande se hincha en lo más profundo de tu vientre, como estalla, notas los espasmos de su miembro al ritmo de su respiración e incluso imaginas como se mezcla su semen con tu ya abundante flujo, te crees llenar de ese brebaje. Esto te excita aún más. Continúan los gritos, esta vez más subidos de tono, no has dado a tu público lo que tanto deseaba y esto les molesta. Te dejas llevar a ritmo de los golpes incontrolados pero constantes que sientes en tu espalda, me miras por última vez, esta vez sin rencor, sin odio, esta vez con dulzura, es solo un momento pero te desborda el deseo de tocarme. Alargas la mano e imaginas acariciar mi rostro, tus ojos se clavan en los míos, dos lágrimas recorren tus mejillas reclamándome. Siento el deseo de estar ahí, de sentir ese aliento de pasión en mis labios, que tu cara se refugie en mi pecho mitigando los gritos de placer.
El desenlace se aproxima, mi imagen se desvanece, tus ojos se cierran y te aborda el orgasmo, primero suave, como si lo sintieses desde afuera, como si fuese otra persona la protagonista, tiende a aumentar a medida que lo sientes, crece y sigue creciendo, no puedes evitar gritar y retorcerte como si el mismísimo diablo estuviese accediendo a tu sexo desde el estómago. Le coges las manos con las tuyas y las sitúas sobre tus pechos, les obligas a que hundan sus uñas en tu piel, fuerzas a que te arañen, necesitas terminar sintiendo dolor en tus senos, exhaustos ya de tan increíble combate, notas los pezones tan duros que temes lleguen a quebrarse. Sospechas que es el orgasmo más largo e, incluso, intenso que jamás has experimentado. Te desplomas exhausta sobre el cuerpo prácticamente inmóvil de tu primer oponente, el segundo continúa golpeándote sin piedad aumentando el ritmo cada vez más, haciendo estremecer todo tu cuerpo, notas tus pechos calientes e hinchados y como el clítoris desprende un placer prácticamente irreconocible. Regresas a la tierra mientras recobras la compostura, vuelves a recordar mi presencia, me miras triunfante mientras intentas disfrutar de los últimos espasmos que se mitigan lentamente, adviertes mi cara desencajada y esto te provoca un macabro placer. Te falta la respiración, desplomada sin fuerzas y anclada todavía al miembro que ha poseído tu sexo, quedas a merced y capricho del que todavía está disfrutando de ti. Al borde de la inconsciencia, notas como se retira y como un líquido caliente y viscoso golpea tu espalda, solo un momento, los primeros espasmos porque rápidamente te vuelve a penetrar para que sea tu cuerpo quien absorba el resto del elixir y del placer conseguido. Los gritos son incontrolados, la concurrencia, satisfecha, vitorea y silva alejados hace tiempo de sus butacas, intentan abordar el escenario. Los billetes siguen cayendo sobre ti. Jamás te habían dicho tantas barbaridades y mucho menos nunca hubieses sospechado que las recogieras con tanta excitación. Una de las manos libera tu cadera y comienza a recorrer tu espalda para después buscar tu boca e introducir los dedos en ella. Tus labios resecos lo agradecen, tus ojos se anudan con los míos, tu lengua lasciva golpea aún más mi orgullo recogiendo y saboreando el tibio caldo. Te incorporas, los cuerpos te liberan, intentas recomponerte, como intentando que todos los órganos de tu vientre encuentren de nuevo su sitio. Recoges unos cuantos billetes. Las piernas prácticamente no te responden, notas un dolor, una molestia en tu vientre, con esfuerzo consigues que las caderas extasiadas te dirijan hacia mí. Sientes como un hilo húmedo aflora de tu sexo y empieza recorrer tu muslo. El recorrido se te hace interminable, dudas de poder sobrevivir sin desplomarte a esos pocos metros que nos separan.
Los gritos no cesas, te animan, te exigen que yo sea el próximo, que me arranques todo el placer. Llegas a mí situando tu maltrecho sexo delante de mis ojos y me lanzas los billetes arrugados a la cara. Me miras nuevamente con desprecio, esta vez algo fingido. Recorres tu muslo recogiendo el semen que fluye de tu sexo y me obligas a saborearlo, quieres hacerme participe de la experiencia a la que te he obligado a someterte. Te arrodillas ante mi, suavemente pasas la lengua por mis labios, saboreas la sangre que no deja de fluir, arañas mi pecho con tus dientes y sin perder tiempo pero con suavidad vuelves a proteger mi miembro con tu boca, otra vez hasta la garganta, otra vez y otra. La respuesta no se hace esperar, el glande se hincha acoplándose perfectamente a las paredes de tu traquea, llega el orgasmo, y tragas, aprietas hasta tocar mi pubis con los labios, la segunda andanada ya entra directa. Te notas ahogar, te falta el aire pero no pretendes ceder, si ha llegado tu hora tiene que ser en ese momento, quieres fundirte conmigo así y ahora. Tu boca se llena, mi miembro eyacula sin cesar, vuelves a tragar sin ceder ni un solo centímetro, no pretendes dejar escapar ni una gota de mi semen, esta noche estás saturada de este brebaje pero el mío lo valoras por encima de todo. No puedes más, te retiras, el aire encuentra de nuevo el paso hacia tus pulmones y los satura, como si fuese la primera vez que respiras. Dejas a la lengua las últimas caricias mientras deshace el camino hasta mis labios, los besas y dirigiéndolos hacia mi oído me preguntas si estoy satisfecho. Te incorporas recogiendo el vestido olvidado a mis pies y dando media vuelta desapareces de la sala, así, desnuda, altiva, triunfante, sintiendo el eco de los últimos vitoreos que te dedican aquellos que todavía no se han dado cuenta que en escenario ya se desnuda la protagonista del siguiente número, una joven entrada algo en carnes que amortiza unos pechos postizos manoseándolos y enseñándolos a la concurrencia fija del local. Tengo que esperar a que un empleado de seguridad venga en mi ayuda y me desate. Me arreglo un poco la ropa y me dispongo a salir siguiendo tu rastro y tu olor. El empleado introduce en mi bolsillo los billetes arrugados y me ruega que te los entregue y señala que no recordaba un espectáculo tan interesante y a la vez tan lucrativo desde hacía tiempo. Salgo rápido, evitando a los clientes que se acomodan en los pasillos, atravieso las tupidas cortinas de terciopelo negro y aparezco en el hall. Tú estás allí, vestida, mirando interesada unas fotos colgadas de la pared, tu aspecto vuelve a ser el de siempre, nadie podría advertir en ti el episodio que acabas de protagonizar . Te rodeo con mis brazos, te dejas besar el cuello y me sugieres dulcemente tomar algo en algún bar, yo sonrío, vuelvo a besarte y muy juntos desaparecemos entre la multitud que recorre las calles.