EFEBOTRON 2º -.- El jefazo y la nena en la ciudad

Villaloda ha dejado de ser el infierno particular de Germán. Parece que la dulce Inés a sanado todos los traumas que aquel hombre maduro arrastraba desde su tierna infancia. Puede que haya llegado el momento de profundizar en ese romance intergeneracional y, de paso, obtener una sabrosa venganza.

- Un elefante en la habitación -

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El agradable frescor de la mañana acompaña a Germán en su espera. No deja de mirar el reloj del salpicadero de su BMW, a una distancia prudencial del lugar donde ayer se citó con Inés.

Después del descabellado encuentro que tuvo con esa niña, sus vetustos perjuicios contra el pueblo que lo vio crecer están patas arriba, y el apellido Aguilar ha dejado de ser una dolorosa espina clavada en su memoria.

Finalmente, asistió a la lectura del testamento, por la tarde. El bueno de don Arturo no era tan malo, después de todo, pues, muy en el fondo, guardaba ciertos sentimientos que, de haber sido conocidos, bien seguro hubieran propiciado una relativa reconciliación familiar antes de que a ese viejo le llegara la hora.

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Hijo: sé que he sido un mal padre para ti; desde que llegaste a este mundo hasta el momento de mi partida. Me quedo corto si digo que fui injusto al culparte de la muerte de tu madre, y soy consciente de que, en gran parte, los problemas que has tenido desde tu más tierna infancia han sido culpa mía: de mi falta de cariño, de mi terquedad, de mi explícito favoritismo hacia tu hermano Jorge… He tenido noticias de tu lejano éxito y, con el tiempo, he asumido mi responsabilidad en los infortunios que te castigaron en tu etapa de Villaloda, pero mi orgullo...

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“Sí. Tu ORGULLO. A buenas horas. ¿De qué me sirve tu arrepentimiento ahora? ¿Por qué has tardado tanto?”

Con lágrimas en sus ojos, Germán está volviendo a leer, por enésima vez, esa dichosa carta póstuma que tan tarde ha llegado a su vida. En ella, su padre relata, con detalle, lo mucho que siente haberle fallado, y cuanto lamente haberle perdido y no haber intentado recuperarlo cuando todavía podía hacerlo.

Con la intención de que su hijo se reconcilie con el pueblo, don Arturo le ha dejado su casa. Ese hombre tenía la esperanza de que, con los años, las heridas que ahuyentaron a Germán de Villaloda cicatrizaran y le permitieran volver al sitio que un día fue su hogar.

“No pienso volver a poner los pies en esa casa. Nunca superaré la infelicidad que habitaba entre aquellas paredes; a no ser que...”

Sin pestañear, Germán apunta su mirada hacia el instituto Prudencio Bertrana. Ese escenario abandonado le aterrorizó, ayer, cuando dio con él de improviso; pero hoy le resulta un sitio acogedor y estimulante. Lo mismo le ocurre con las calles colindantes, con el cementerio donde reposa su padre, con el apellido de su archienemigo…

“Resulta que esa nena, sin siquiera quererlo, está consiguiendo cerrar mis heridas mejor que el paso del tiempo, mejor que cualquier carta o cualquier testamento”

Germán vuelve a mirar el reloj. Ya son las nueve y cuarto e Inés no se ha presentado. Empiezan a invadirle las dudas:

“¿Habrá tomado consciencia del disparate que cometió ayer? ¿Me habrá perdido el respeto a raíz de las explicaciones de su padre? Puede que ese hijo de la gran puta me haya ridiculizado, hasta lo indecible, relatando cada una de las humillaciones a las que me sometió, junto a sus esbirros. Cabe la posibilidad de que incluso haya inventado mentiras ruines para asegurarse de dejarme por los suelos”

La angustia que le estaban inoculando aquellas crueles ideas se disipa en cuanto Inés aparece, andando con prisas, por la acera más cercana al lugar donde ayer la perdió de vista. Al no ver a nadie, la chica se detiene y ojea sus alrededores. No tarda en advertir la llegada de ese ostentoso cochazo de gama alta.

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-¿Dónde estabas?- le pregunta ella con una sonrisa.

-Esperaba al final de la calle, por si había alguna clase de problema-

-¿Pero qué problema quieres que haya? ¿Es que temes que te tienda una trampa?-

-No olvido que eres una Aguilar. No me fío- sin mirarla mientras habla.

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Una vez que Inés ya ocupa el asiento del conductor, y tras cerrar la puerta, la niña se ata el cinturón de seguridad. Si bien hoy viste un poco más recatada, su breve estilo veraniego no es muy distinto al que el que lucía ayer. Su top de tirantes no es tan ajustado, ni sus pantalones tan indecentemente cortos, pero eso no consigue atenuar ni un ápice de su desinhibido atractivo adolescente.

El coche emprende la marcha al son del suave sonido de ese sutil motor alemán. Germán mira a su joven acompañante; parece no hacerse a la idea de que esté realmente ahí.

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GERMÁN: ¿Qué quieres hacer? ¿Todavía quieres conducir este coche?

INÉS: Síiíií. Esto sería lo más.

GERMÁN: ¿Qué le has dicho a tus padres?

INÉS: Ya sabían que tenía planes con Itziar, Gloria y Alicia, así que…

GERMÁN: ¿Volvisteis a hablar de mí con Fabio?

INÉS: No quiso contarme mucho. Creo que se avergüenza de haber sido un abusón.

GERMÁN: No me sorprende. Menudo ejemplo te daría.

INÉS: Dice que eran otros tiempos; que era lo normal en aquellos entonces.

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Germán arruga su frente como si no comprendiera el sentido de ese pobre subterfugio. Un poco indignado, cambia de marcha, bruscamente, para acelerar. Conoce un sitio apartado, no muy lejano, donde aquella nena podrá manejar su auto sin obstáculos.

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INÉS: Alicia se ha enfadado conmigo.

GERMÁN: Por haberla plantado por mí.

INÉS: En parte. Sigue sin fiarse de ti. Tiene tu matrícula apuntada.

GERMÁN: ¿De verdad se la apuntó?… … Creo que es una buena amiga.

INÉS: Es la mejor. Pero… … tiene sus cosas, no te creas.

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Alicia y algunas de sus mejores amigas ya está de camino, en tren, dispuestas a pasar un día de compras en Fuerte Castillo. Han cogido un buen sitio de cuatro asientos encarados en el mismo compartimiento.

El silencio es esquivo cuando se junta esa pandilla, o parte de ella.

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GLORIA: Pero ¿cómo es ese tipo?

ALICIA: Ya te lo explicará ella cuando la veas.

ITZIAR: Tiene que estar muy bueno para que nos haya plantado precisamente hoy.

ALICIA: Pseeeh.

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La chica no ha querido dar detalles acerca de la avanzada edad del nuevo amigo de Inés. Ni siquiera les ha hablado del cochazo que conduce o del elegante traje que vestía. No está muy conforme con la espantada de su amiga, pero no quiere atizar la ofensa o la preocupación en el resto del grupo.

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GLORIA: ¿Y si nos llama su madre? En teoría está con nosotras, ¿no?

ALICIA: Si me llama a mí diré que está contigo, y si te llama a ti dile que está conmigo. Si por mala suerte, Lucía hace una segunda llamada a otra de nosotras, ya estaremos con el móvil apagado, supuestamente, por falta de batería.

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No es la primera vez que esas niñas urden una estratagema para eludir el protector control parental.

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Las nubes dominicales que entristecían el cielo en la jornada funeraria de ayer parecen haberse dado por vencidas. Un radiante sol estival ha inaugurado la semana con la intención de perpetuar su reinado hasta el próximo otoño. No obstante, la temperatura no es tan agobiante como en pasadas fechas, y se está muy bien por las calles de la capital.

Inés ha pasado un buen rato poniendo a prueba la paciencia de su instructor de conducción, con su caótico pilotaje, en las inmediaciones asfaltadas de un polígono industrial abandonado. Luego, ya en Fuerte Castillo, han desayunado en un exclusivo local a primera línea de mar. Durante la excursión posterior, por el paseo marítimo, han estado hablando de sus respectivas cosas evidenciando las realidades antagónicas que les definen:

*Germán comenta los distintos criterios que lo enfrentan con sus socios a la hora de gestionar negocios internacionales que llegan a mover millones de dólares y miles de empleos.

*Inés le explica las peleas que tiene, con las niñas de su clase, a raíz de sus lenguas viperinas. A la que le habla de recuerdos más lejanos, no tarda en relatar anécdotas de su infancia.

A su alrededor, no son pocos quienes se fijan en tan peculiar pareja. La chica sigue la vigente moda juvenil con su atrevida indumentaria veraniega, mientras que su acompañante, a su lado, viste un traje negro, esta vez sin la chaqueta puesta. Lleva una camisa blanca de manga corta anudada por una de esas imprescindibles corbatas que siempre lo acompañan.

Inés camina cogiéndole del brazo con un gesto al que Germán no consigue acostumbrarse. No puede obviar aquel íntimo acercamiento al tiempo que intenta dar sentido a sus frases.

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GERMÁN: ¿Me parece a mí o la gente nos mira?

INÉS: Deben de pensar que soy tu hija, pero como paseamos lento y agarraditos…

GERMÁN: Creo que estás sembrando una duda razonable.

INÉS: ¿Te importa mucho? ¿Te sientes incómodo?

GERMÁN: Si me conocieras bien sabrías que me da igual lo que piense la gente.

INÉS: Hablando de lo que piensa la gente: ¿Qué pensaste cuando me viste?

GERMÁN: ¿Ayer? ¿Sobre el maletero de mi coche?

INÉS: Xiii.

GERMÁN: … … Pensé en… … ¿Conoces la metáfora del elefante en la habitación?

INÉS: Me suena, pero nunca he entendido de que va.

GERMÁN: Se refiere a una evidencia muy notoria de la que nadie de los presentes quiere hablar, aunque sea tan… … tan invasiva y manifiesta como lo sería la presencia de un elefante en tu cuarto.

INÉS: ¿En mi cuarto? No sé si cabría. Ja, jah ¿Y cuál es esa evidencia tan evidente?

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Germán guarda unos instantes de silencio mientras se cruzan con una pareja de ancianos que los juzgan con la mirada. A pesar de ser lunes, esa ruta que delimita la playa siempre tiene afluencia de transeúntes. Con un tono más discreto, se explica:

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GERMÁN: Tú eres el elefante en la habitación.

INÉS: !Oye! Que estoy hecha un figurín. ¿Tú me has visto?

GERMÁN: ¿Has oído algo de lo que te he explicado?

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La chica es consciente de lo poco perspicaz que ha sido su berrinche, e intenta reflexionar acerca de la analogía que le propone su maduro interlocutor.

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GERMÁN: A los hombres suelen gustarnos las niñas demasiado jóvenes. Sobre todo, ahora que crecéis como crecéis y vestís como vestís.

INÉS: Tenemos todo el derecho.

GERMÁN: No te digo que no, pero eso no nos inhibe, a nosotros, de nuestros instintos.

INÉS: Pero no sois animales. No tenéis que comportaros como si lo fuerais.

GERMÁN: Nunca lo haría. Tú misma hiciste alusión a lo educado que soy.

INÉS: ¿Entonces?

GERMÁN: Eres el elefante en la habitación porque, cuando estás cerca de un hombre: sea el gordo de tu profesor, sea el vecino cincuentón que te encuentras en el ascensor, sea el padre de tu amiga, sea el revisor del tren, sea tu médico... Todos piensan en que estás buenísima y en cómo les gustaría follarte.

INÉS: !Anda! !Pero que exagerado eres!

GERMÁN: ¿Es que no te das cuenta? No eres una chica del montón, y lo sabes.

INÉS: Claro que lo sé. Me encanto.

GERMÁN: Tú sabes que estas MUY buena. Tu profesor sabe que estás MUY buena. Tú sabes que tu profesor te desea y tu profesor sabe que tú sabes que te desea, pero nadie puede decir nada al respecto. Él tiene que contenerse y disimular sus miradas. Está obligado a asistir a clase cada día, a estar cerca de ti, a sufrir en silencio. Ni siquiera puede quejarse, como lo hacían antaño, de tu manera de vestir porque lo tacharían de retrograda machista; no puede admitir que le mata que vistas tan corta porque entonces todo el mundo lo tomaría por un pervertido pedófilo. Pero se muere cada vez que ve cómo se asoman tus nalgas por fuera de tus shorts, cada vez que se fija en la notoriedad de tus jóvenes tetas adolescentes marcándose en tu ropa ajustada, cada vez que mira tus preciosos ojos azules y pierde los papeles.

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Inés escucha ese chocante monólogo con la boca abierta.

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INÉS: Menuda película te estás montando. ¿Todo esto viene por lo que te conté del profesor al que echaron por mi culpa, el curso pasado?

GERMÁN: ¿Fue él quien dijo que había un elefante en el aula en lugar de disimular?

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Sin detener su paso tranquilo, la niña queda pensativa. Mientras su olfato se impregna con el olor salado del mar y sus oídos perciben el sonido estereofónico de unas olas sutiles, se da cuenta de la razón que lleva su apuesto acompañante.

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INÉS: Puede… … En realidad… … puede que lo hayas clavado más de lo que crees.

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Como dice Germán: siempre supo que le gustaba a don Bartolo igual que sabe que le gusta al resto de profesores. Vuelve a mirar a ese elocuente orador, con el ceño fruncido:

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INÉS: Yo no te conté que era gordo. ¿Cómo lo has sabido?

GERMÁN: Lo he adivinado. Solo era un ejemplo hipotético.

INÉS: ¿Como lo de mi vecino cincuentón o el padre de mi amiga?

GERMÁN: Ahí lo tienes.

INÉS: No digo que no haya casos puntuales, pero no a todos os pasan estas cosas. No creo que todos los tíos seáis tan salidos como mi profe, o como tú.

GERMÁN: Y yo no creo que no sepas los estragos que generas, continuamente, en el género opuesto. Dices que todos los niños están locos por ti, ¿no? No creo que solo busquen notoriedad, como me dijiste ayer.

INÉS: Pero es normal que en la pubertad… Estamos muy revolucionados.

GERMÁN: Te equivocas si piensas que a la mayoría se nos va la calentura. Lo que ocurre es que muchos se conforman con una pareja estable y… … follable, aunque se haya perdido la magia hace años; aunque nunca haya existido magia alguna.

INÉS: Que triste. Yo no quiero acabar así. Yo tendré una vida muy amorosa.

GERMÁN: Tú llenarás de dolor y de ansiedad los corazones de muchos hombres.

INÉS: !Ala! Ni que fuera un… … ¿cómo es?… … un súcubo.

GERMÁN: No, eso no, pero tú misma admitiste que eres un poco… calientapollas.

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Una mueca de disgusto deforma, abruptamente, la expresión del rostro de la muchacha. Detiene el paso y protesta:

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INÉS: Woooh… Suena peor en boca de otro. Esto solo lo puedo decir yo misma.

GERMÁN: Como quieras, pero te digo yo que cualquier tipo casado mataría por poder cambiarte por su mujer, y que cualquier soltero, por más años que tenga, mataría por poder gozar de ti y de tus turgentes carnes. Da igual que aparente ser respetable, serio o educado.

INÉS: Entonces, ¿matarás a quien yo te diga para poder follarme?

GERMÁN: Tú solo dame un nombre.

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Complacida, Inés reprende la marcha, arrastrando con ella a su falso sicario. Cerca de ellos, unos niños pequeños gritan competitivamente mientras persiguen un balón fugitivo.

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INÉS: ¿Pensaste todo esto en el momento en que me viste por primera vez?

GERMÁN: ¿Qué?

INÉS: Toda tu explicación viene de una pregunta muy simple.

GERMÁN: Claro que no. No pensé en nada de esto. Solo intento explicarte la sensación que tuve cuando te vi reclinada en el maletero del BMW; la percepción de que me había encontrado con algo muy gordo; algo tan impresionante que alteraba mi pulso; algo sobre lo que ni tan siquiera podía pronunciarme, pues tenía que ser educado y fingir que no había un elefante junto a mi coche.

INÉS: Wah… Sigue sonándome fatal. ¿No podría ser… una gacela o… una yegua?

GERMÁN: No me lo he inventado yo. Es un modismo inglés.

INÉS: Me da a mí que contigo aprendería muchas palabras nuevas y… … cosas.

GERMÁN: Es posible que yo desaprendiera mucho si me quedara a tu lado.

INÉS: Emmm… … ¿Eso es un insulto? ¿Acaso mi ignorancia es contagiosa?

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Germán niega con la cabeza ante la fingida ofensa de su joven acompañante. Suspira y procede a subsanar ese equívoco.

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-Desaprendería a cumplir los horarios de mi apretada agenda, a dar prioridad a los negocios antes que a las personas, a cerrarle la puerta a quien amenace mi cordura…-

-¿Es que yo amenazo tu cordura?- buscando sus ojos con tan luminosa mirada.

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Germán desatiende a la muchacha y gira levemente su cabeza. A lo lejos, ya vislumbra el destino de su caminata.

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GERMÁN: ¿Ves ese edificio tan curvado que se inclina sobre el mar?

INÉS: No me digas que es ahí donde te hospedas.

GERMÁN: Sí que te lo digo. Estoy en la mejor suite del mejor hotel de Fuerte Castillo.

INÉS: No se puede decir que seas un tipo de gusto sencillos, ¿no?

GERMÁN: No, no. No te creas. Lo que ocurre es que tenía muchas dudas acerca de cómo podría afectarme este viaje, así que decidí darme un trato especial.

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A estas alturas, Inés ya es buena conocedora de la relación tan difícil que tenía Germán con su padre y con el pueblo que tanto lo maltrató en su solitaria niñez y en su tormentosa pubertad. No necesita más explicaciones acerca de las reservas de ese forastero para con aquella visita después de tantísimos años.

Una pausa dialéctica, que dista mucho de ser incómoda, deja lugar a los lejanos graznidos de las gaviotas, a joviales gritos infantiles, al sonido del mar, a la calidez de esa brisa veraniega…

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Uno de los empleados del señor Armando aguarda, resignado, a que su jefe termine con su videoconferencia al otro lado de ese ostentoso escritorio de reluciente madera de pino. Están en un piso superior del edificio más emblemático de El Libertador, una lejana ciudad de más allá del atlántico.

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ARMANDO: No lo sé, Emilio. Tiene que llamarme de un instante a otro.

EMILIO: No podemos permitir que se salga con la suya. Esta vez no.

ARMANDO: Ya conoces a Germán. Siempre va un paso por delante.

EMILIO: Somos un equipo, no nos puede pisotear como a la competencia.

ARMANDO: Lo malo es que, si vamos a juicio, tiene las de ganar; como siempre.

EMILIO: Ni siquiera la muerte de su padre parece haberle ablandado un poco.

ARMANDO: Me gustaría poder decirte que podemos prescindir de él, pero…

EMILIO: Entonces… Lo dejo en tus manos. Será mejor que trates tú con él.

ARMANDO: Esta misma tarde te llamo y te cuento el resultado de nuestra charla.

EMILIO: Estaré a la espera. Dime algo, sobre todo. Va: hasta luego.

ARMANDO: Sí, sí. Adiós.

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Roberto no se atreve a mediar palabra. Tras finalizar la conexión, don Armando ha quedado muy pensativo y ausente. Puede que no sea el mejor momento para que ese jefazo atienda las superfluas peticiones de uno de los muchos contables que laburan a su cargo. Antes de que su jefe se digne a mirarlo, el tono estándar de un móvil irrumpe en la escena. Se trata de Germán, quien llama a su socio desde casi diez mil kilómetros.

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Inés nunca imaginó que podría sentir vértigo a través de la ventana de una habitación, pero la altura de ese faraónico hotel, tan emblemático en la fisionomía costera de Fuerte Castillo, está desafiando su concepción del espacio.

Desde casi doscientos metros de altura, la inmensidad del Mediterráneo se manifiesta ante ella solo unos instantes antes de que sus asombrados ojos celestes se fijen en el imponente relieve urbano de la capital a través del cristal contiguo.

Ese inédito punto de vista ningunea cualquier trascendencia que pudieran tener sus problemas en el día de hoy.

Tras un hondo suspiro, ojea la impoluta clase que tiene el interior de la suite preferente donde se encuentra. Puede que no sea el sitio más acogedor en el que ha estado, pero sin duda, sí que es el más elegante: parqué de madera gris, blanco roto en las paredes, algún que otro cuadro conceptual dando un contrapunto de color… amplios espacios sin columnas, grandes ventanas cuyos cristales juntan el suelo con el techo, decoración minimalista, calidad perceptible en el diseño y en los materiales…

El sonido de la puerta tensiona la serenidad de su solitaria calma. No tarda en advertir la presencia de su anfitrión.

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INÉS: ¿Cómo ha ido?

GERMÁN: No muy bien. Es posible que terminemos en juicio.

INÉS: !¿No me digas?! ¿Tan mal?

GERMÁN: Es diferente cuando se trata de negocios. Nadie irá a prisión por algo así.

INÉS: ¿Entonces?

GERMÁN: Cada uno de nosotros luchamos por nuestros intereses y, a veces, ir a juicio forma parte de nuestra rutina laboral, aunque se trate de mis socios.

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Germán se desabrocha la camisa. Tiene previsto darse una buena ducha antes de ponerse más cómodo.

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INÉS: No veas el lavabo. Me he pegado el mejor baño de mi vida.

GERMÁN: Estamos en un hotel de cinco estrellas. No hay más.

INÉS: En Dubái y en otros sitios hay de siete, ¿no?

GERMÁN: Hay distintos criterios alrededor del mundo. En Europa el máximo son cinco.

INÉS: Aah… … ¿Te espero aquí?

GERMÁN: Como prefieras. No me molestarás hagas lo que hagas. Mientras no te vayas…

INÉS: Ni loca me voy de aquí. Ja, ja, jah. Aprovecharé para hacer una sesión de fotos para impresionar a mis amigas.

GERMÁN: Ten cuidado si las publicas. Puede que no quieras que las vea según quién.

INÉS: Naaah. No te preocupes. Mis padres no tienen Instagram.

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Con una sonrisa despreocupada, Germán desaparece de la estancia principal para tomar una placentera ducha. El lavabo no es demasiado hermético, pues solo una pared, que no alcanza el techo, protege la intimidad de su usuario.

Inés sabe que, en ese contexto, tendría una buena acogida si se quitara la ropa y se encontrara con su nuevo amigo en el lado más húmedo de la estancia. Aun así, tiene miedo. En contra de lo que dicen las habladurías, solo ha estado con un par de chicos y el resultado fue bastante nefasto en ambos casos. No tiene la seguridad que transmite con su actitud y con su manera de vestir. Además: tratándose de un hombre tan mayor, se siente un poco amedrentada, y teme que ese pueda ser su más sonada decepción en el mejor de los escenarios.

Por su lado, Germán no se siente mucho más tranquilo. Está convencido de que la nena que lo espera al otro lado, a su temprana edad, ya debe estar más experimentada que él mismo. Le preocupa que la timidez y las inseguridades que lo han azotado durante tantos años todavía puedan tener el poder de estropearle la velada. Entre burbujas, intenta relajarse:

“No pasa nada. Le gusto, le gusto mucho. Tengo un buen cuerpo, un gran cipote, un aguante envidiable... Tenemos tiempo, intimidad, el mejor sitio disponible...”

Mientras se enjabona, se ve reflejado en uno de los muchos espejos que le rodean. A pesar de haber padecido vigorexia a lo largo de bastantes años, realizarse en tantos aspectos de su vida le ayudó a verse mejor y, a día de hoy, tiene una fiel percepción de su musculada condición.

La lejana voz de su conciencia intenta poner algún pero a lo que puede estar a punto de ocurrir, pero sus argumentos moralistas no terminan de sustentarse, y no logran contrapesar las viciosas motivaciones que lo emocionan ahora mismo.

“La trataré con más ternura y respeto que cualquier chaval de su edad. No se trata de una niña virgen o demasiado ingenua para saber lo que hace. No hay ninguna mentira que pueda ensuciar nada de lo que pase entre nosotros”

Tras secarse, regresa junto a Inés, en la estancia principal. Una toalla blanca, anudada a su cintura, es su único atuendo. Ella sigue admirando las vistas, hasta que finalmente se voltea:

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INÉS: ¿Ya estás aquí?

GERMÁN: Sí. Relajado y aseado.

INÉS: ¿De veras?

GERMÁN: … … … … No. Para nada.

INÉS: Ja, ja, jah… … ¿Y eso?

GERMÁN: Bueno… … lo de aseado sí.

INÉS: Ya te he entendido, tonto.

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La sonrisa de la chica resulta balsámica para el nerviosismo de ese tipo. Sin ninguna intención de vestirse, Germán se sitúa al lado de Inés para vislumbrar el vasto horizonte marítimo que se abre frente a ellos. Ella ha dejado de compartir el interés por dicho paisaje azulado y se centra en repasar el torso de su galán.

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INÉS: ¿Cómo un hombre de negocios llega a ponerse tan cuadrado?

GERMÁN: Lo hice para contrarrestar los traumas que tuve en mi juventud. Me fui con muy poca autoestima, y supongo que…

INÉS: ¿Tengo que agradecérselo a mi padre?

GERMÁN: ¿Tú? Sería yo quien tendría que agradecérselo, ¿no?

INÉS: Tú puedes agradecerle que me engendrara a mí, y yo le agradeceré que, por su culpa, hoy me voy a acostar con el más corpulento de los empresarios.

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En ese preciso instante, los dos se dan cuenta de que la última frase de la niña acaba de anunciar, formalmente, lo que hasta el momento solo era una sospecha velada.

Se abre un silencio un poco incómodo que perdura hasta que, a los pocos segundos, Germán decide aliviar la tensión con su faceta más bromista:

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GERMÁN: Perdone, jovencita. Creo que tiene una idea muy equivocada acerca de la naturaleza de nuestra amistosa relación.

INÉS: Perdone, señor Barreño Deplástico, no quería malinterpretarle. Ja, ja, jah.

GERMÁN: ¿Recuerdas cuando me tratabas de usted?

INÉS: Tengo memoria de pez, pero de eso solo hace un día, así que…

GERMÁN: Es verdad. Ahora mismo se están cumpliendo veinticuatro horas desde el momento en que te vi, con Alicia, sacándote fotos junto a mi coche.

INÉS: Ya te digo.

GERMÁN: ¿Qué es lo primero que pensaste tú en cuanto me viste?

INÉS: Emmmh… … … … No pensé en ningún elefante, eso seguro.

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La chica flexiona su figura mientras bromea. Anda descalza, sobre aquel amable parqué de auténtica madera, pero aún viste la misma ropa con la que ha salido de casa; aunque todavía no se ha dignado a enfundarse el sujetador.

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GERMÁN: Te pusiste a la defensiva, eso lo recuerdo bien.

INÉS: Sí… … Me sentí… … amenazada.

GERMÁN: ¿Y luego?

INÉS: Luego me di cuenta que no eras tú el malo de la película; que era yo quien se extralimitaba apoyándome en tu coche.

GERMÁN: ¿Y luego?

INÉS: Luego comprendí, poco a poco, que eras un tipo… … muy correcto.

GERMÁN: ¿Y luego?

INÉS: Que tenías muchas heridas del pasado.

GERMÁN: ¿Y luego?

INÉS: Que debajo de tu traje escondías unos músculos de acero.

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Germán se aproxima un poco, con cada respuesta, al tiempo que rebaja el tono de su reiterada pregunta. Inés ha dado un paso atrás, inicialmente, pero su retroceso se ha estancado en pro de ese tendencioso acercamiento libidinoso.

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GERMÁN: ¿Y luego?

INÉS: Que besas muy bien.

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Su diferenciada estatura se hace más patente con la extinción de la escasa distancia que les separaba. Consciente de ello, Inés se sube al escalón que remarca los límites de la estancia. Un palmo de altura, por un par de palmos de oscura superficie alicatada son suficientes para encumbrar a la chica en el borde del abismo, pues la peculiar arquitectura de ese edificio hace que la habitación sobresalga de la vertical del hotel para adentrarse en el espacio marítimo. Incluso la pared cristalina que asegura la posición de la niña articula cierta inclinación hacia el exterior.

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GERMÁN: ¿Y luego?

INÉS: Que tienes una polla que quita el aliento.

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Como si fuera un actor más de tan indecente escena, la toalla que cubría las partes nobles de ese hombre se da por aludida y se desploma sobre el suelo, dejándolo completamente desnudo.

A pesar de no tener una erección demasiado consistente, Germán ya no alberga temor alguno acerca del efecto que sus nervios pudieran infringirle a su ya infranqueable virilidad.

En el mismo momento en que los labios de Inés se topan con los de él, sus frías manitas se apoderan de dicho miembro viril en una maniobra ciega que pronto se ve condicionada por un abrazo.

La presión de las manos del nudista recae en esas apetitosas nalgas descaradas, aún enfundadas en escuetas texturas tejanas.

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-Hoy sí te quitarás la ropa, ¿no?- pregunta Germán sin interrumpir sus besuqueos.

-No lo sé. Es que soy muy… … mMmh… … muy vergonzosa- responde ella entre risas.

-¿Vergonzosa tú? No me hagas reír- un poco perplejo.

-!No! En serio. Nunca lo he hecho con la luz encendida-

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Sintiéndose insegura, Inés voltea la cabeza para percatarse del vertiginoso acantilado vidrioso que se abre bajo sus pies.

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-!Pero qué miedo!- protesta asustada -Me tiemblan hasta las piernas-

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Cual heroico caballero, Germán la coge en brazos como si de una recién casada entrando en su casa se tratara. La conduce a la cama y la arroja con cierta vehemencia en una maniobra poco meditada, pues la firmeza de ese colchón no termina de amortiguar la caída de la chica de la mejor manera posible.

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-!Auu!… … Me vas a matar- protesta ella un poco dolorida.

-Si te mato, me haré necrófilo para poder consumar nuestro romance-

-Menudo romántico estás hecho- dice mientras se sienta sobre sus pies, de rodillas.

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INÉS: Túmbate… … bocabajo.

GERMÁN: ¿Por qué bocabajo? No voy a poder verte.

INÉS: De eso se trata. Ya me verás cuando yo lo quiera.

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El hombre obedece sin demasiados reparos. Ya tumbado, advierte cierto movimiento ajeno sobre ese colchón tan firme. No está acostumbrado a que nadie pueda verle desnudo, aun así, no le cuesta combatir aquella frágil sensación mediante la seguridad que le da tener un cuerpo tan cultivado.

Una inesperada frotación mamaria acaricia su espalda al mismo tiempo que las cosquillas del pelo rubio de Inés enriquecen la percepción de esa mimosa presencia femenina. Germán cierra los ojos para centrarse en tan deliciosos roces cutáneos mientras, tras de sí, dichos restriegos se vuelven más y más notorios.

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INÉS: ¿Te gusta? ¿Te gusta lo que estoy haciendo?

GERMÁN: Eres… … eres una delicia… … Inés.

INÉS: Lo sé. Ya puedes sentirte afortunado.

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Germán disfruta de ese ejercicio sin ninguna prisa. Inés pasa a usar sus manos para ejecutar un masaje con connotaciones de magreo. Ya completamente desvestida, la chica empieza a sentirse verdaderamente cachonda, y no se disgusta cuando su suertudo acompañante se da la vuelta.

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INÉS: Menudo mástil más tieso tenemos aquí.

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Escondido entre el cuerpo de su amo y la cama, el pollón de Germán ha ido fortaleciéndose con cada roce, con cada cosquilla, con cada uno de los suspiros de su masajista. Ahora que ha salido a la luz, su alarmante estado pide protagonismo a gritos. Inés no resulta indiferente a dicha petición y, desde el lado derecho de la cama, no tarda en atender a ese poderoso falo.

Mientras observa cómo la moza juega con su nabo, Germán se sobrecoge al vislumbrar, por fin, la sublime desnudez de su invitada. No tenía dudas acerca de su joven belleza, pero nunca hubiera imaginado que esta pudiera mejorar tanto en ausencia de tan sugerentes atuendos veraniegos.

Alarga su mano para alcanzar el contorno de una de las nalgas de Inés hasta que, boquiabierto, contempla como empieza a devorarle la polla. La chica se inicia saboreando aquel glande palpitante, con cierta delicadeza, pero pronto se empeña en engullir gran parte de la longitud de ese duro pedazo de carne.

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GERMÁN: Inés… … hhh… … oOh… … Dios mío.

INÉS: Gmmnh… … ¿Es que ahora eres religioso?… … Mjmhg.

GERMÁN: Puede que… … oOh… … puede que esté empezando a serlo.

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Las escépticas creencias de aquel ateo empedernido se tambalean frente a sensaciones tan celestiales. Inés le parece un ángel etéreo de dorada cabellera, y el despejado cielo que la ilumina, tras de sí, no hace más que reafirmar esa percepción.

“Gracias Fabio Aguilar. Gracias por engendrar a esta niña tan divina para mí”

Mientras la chica le come los huevos, Germán siente como sus traumas de juventud viran a su favor; como si hubiera cambiado el viento que le frenaba, para llenar unas velas que ahora le propulsan a través de un placentero mar agitado.

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INÉS: Mghbmn… … No puedo más… … hhh… … estoy demasiado caliente.

GERMÁN: … … ¿Es que tienes… … tienes fiebre?

INÉS: Cállate.

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La niña se monta encima de su maduro anfitrión con imperativas ansias lujuriosas. Mediante serpenteantes movimientos, empieza a restregar su chocho empapado con ese largo trabuco babeado.

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INÉS: Tú me avisas si… … si ves que vas a… … a correrte… … Sobretodo.

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Germán asiente algo atemorizado, pues ni siquiera se había planteado la posibilidad de penetrar a la muchacha sin condón. No obstante, no osa contradecirla y se presta a dicha maniobra sin rechistar.

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-oOoOh… … ooOOh- gime ella mientras lo acoge -Pero que polla más gorda tienes-

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Los lentos contoneos de la moza se van acelerando a medida que su lubricación se torna más generosa. Inés se incorpora en un estéril intento de domar su alborotado pelo rubio.

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INÉS: Síiíií… … síiíií… … Así… … Asíiíiíi.

GERMÁN: hhh… … hhh… … hhh…

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La tímida y reservada condición de Germán nunca le ha permitido gemir en ninguna de las situaciones que han turbado su sosiego; sea el dolor, la alegría, el placer… Se limita a disfrutar del entusiasmado galope que modula su exaltada acompañante.

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INÉS: Qué bieeeen… … oOh… … hhh… … qué bieeen… … Síiíiíh…

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La muchacha, desatada como nunca, se siente llena con esa potente erección profanando sus partes más íntimas. Hace rodar sus nalgas encima de su amante mientras, sin dejar de jadear, amasa sus voluminosos pectorales.

Por su parte, Germán tampoco se refugia en la pasividad, e interacciona con ella tanto como puede. Más allá de su limitado empuje pélvico, usa sus grandes manos para reconocer las inquietas redondeces de Inés, y llega, incluso, a intentar acelerar el ritmo de los rebotes del culo de la chica contra él.

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INÉS: Síiíií… … Máaás… … Máaás… … hhh… … Fóllame… … Fóllameeeh.

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Las jóvenes tetas de la niña no dejan de botar al fogoso ritmo de las envestida que le profiere a ese jubiloso inversor. Germán siente la imperiosa necesidad de apoderarse de ellas y estrujarlas de nuevo.

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INÉS: oOh… … CuidadoOh… … no tan fuerteeh…

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La dolorida fragilidad de esa queja no hace más que estimular el deseo de su agresor. Apenas se está cumpliendo el primer minuto de trajín genital y aquella entusiasmada contienda sexual ya se ha perfilado como el mejor polvo de sus vidas.

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INÉS: Síiíií… … !Qué bien!… … hhh… … !!Qué bieeen!!

GERMÁN: oOh… … !Pero qué buena… … que buena estás!

INÉS: Lo sé, lo seeeé.

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La chica no suele tener unos orgasmos muy asequibles, pero la atípica situación que la rodea parece acelerar el agrietamiento de su equilibrio emocional, y ese frenético galope ya se anuncia como el artífice de una inminente explosión de placer.

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INÉS: oOh… … OoOh… … mmh… … hhh… … mmh… … Ya empiezaah… … yaah… … síiíií…

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Contraviniendo sus ansias más instintivas, Inés detiene sus desenfrenados movimientos en un fútil intento de posponer su estallido. Aquel suspense fugaz no hace más que darle más relevancia, si cabe, a tan explosivo gozo.

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INÉS: Síiíiíií… … me corroooh… … me corroooh… … yaaaah.

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FABIO: No lo sé, Lucía. No me parece bien que vayan solas.

LUCÍA: Son cuatro. Cuidarán unas de otras. Ni que fuera una salida nocturna.

FABIO: ¿Es que no hay tiendas aquí, en el pueblo?

LUCÍA: No tiene nada de malo que pasen el día en Fuerte Castillo. No se trata solo de ir de compras. Quieren conocer sitios nuevos y hacer cosas que no se pueden hacer en este pueblucho. ¿Es que no puedes entenderlo?

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Los padres de Inés discuten, en la sobremesa, sobre lo apropiado de la excursión que creen que está haciendo su hija. Si bien todavía no la dejan salir por la noche, Lucia intenta impedir que su marido le corte las alas a la pequeña de la casa.

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LUCÍA: Si no las dejamos salir del pueblo, acabarán por odiarlo.

FABIO: Yo la puedo llevar de viaje, si lo que quiere es ver mundo.

LUCÍA: ¿Con su padre? ¿Es que no sabes nada de los adolescentes?

FABIO: Cariño, el mundo está lleno de depredadores y ella es solo una niña.

LUCÍA: Esto no se lo digas más, ¿me oyes? Ya te lo he escuchado demasiadas veces. Si vuelves a decirle que es solo una niña, puede que se empeñe en demostrarte que te equivocas… … y lo hará de un modo que no te va a gustar.

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Contrariado, Fabio arruga su frente e intenta gestionar el peso de ese aviso con tintes de amenaza. Puede que su mujer esté en lo cierto y que deba soltar un poco de sedal disciplinario para que este no se rompa. Inés todavía es una chica decente y no quisiera que se descarriara por el mal camino como ya lo han hecho, para disgusto de sus padres, algunas de las hijas de sus colegas.

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INÉS: Síiíiíiíh… … fóllameeh… … hhh… … ooOh… … Síiíiíiíh.

GERMÁN: Hhh… … hhh… … hhh… … hhh…

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Inés ha adoptado una postura perruna mientras, a su espalda, ese fornido hombretón la azota con fuertes empujes pélvicos. El manubrio enrojecido de Germán entra muy hondo en el caliente cuerpo de la chica, quien, después de un buen rato, ya vuelve a ver la luz al final del túnel.

Por su lado, el dichoso huésped de esa lujosa habitación está alcanzando cotas inéditas de euforia en su carácter sereno. Es consciente de que su joven amante ya se ha corrido, y presiente, por el tono de sus gemidos afirmativos, que un nuevo advenimiento orgásmico está a punto de desbordarla otra vez. Por si fuera poco, está percibiendo la inminencia de su propio derrame, fruto de la duradera confabulación de su organismo.

Momentáneamente, opta por reclinarse sobre la muchacha y apoderarse de sus tiernas tetas, con ambas manos, pues nota que esa apoteósica coyuntura carnal está llegando ya a su fin y quiere aprovecharla al máximo.

Alentado por la inminencia de lo inevitable, se exclama:

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GERMÁN: Inés… … hhh… … Inés… … Aaaah… … casi… … casi me vengo.

INÉS: Un poco máaás… … oOh… … un pocoOh… … Síiíiíh… … Yaaah.

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Germán intensifica su ya agitado vaivén consciente de que está a punto de matar dos pájaros de un tiro. Esos sonoros choques cutáneos son el único ruido que, rítmicamente, acompaña a tan desinhibidos gemidos.

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INÉS: WoOh… … DioOos… … jodeeer… … aAh… … aaah… … fuaaah…

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Inés se debilita víctima de una arrolladora sensación que parece fundir sus entrañas en la más placentera solución.

Nada más tomar consciencia de la consumación del segundo orgasmo de la niña, su principal instigador siente cómo su valiosa contención varonil se rompe, y cómo su impaciente virilidad se le escapa con gran presión.

Germán ha tenido tiempo de desenfundar su pollón para regar el culo, la espalda y el pelo de Inés, quien, después de hacer un amago a la hora de voltear la cabeza, decide mirar al frente para que ese torrencial flujo albino no mancille su carita angelical.

Derrotada por tan gozoso cansancio, Inés se desploma sobre la cama mientras todavía nota como las persistentes eyaculaciones de su amante siguen derramándose encima de ella.

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- FRÍA VENGANZA -

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Mientras el vocal de la vista judicial repasa las alegaciones de cada una de las partes, el pensamiento de Germán huye de tan farragosas constataciones. Puede que su cuerpo permanezca en esa sala institucional; junto a sus socios, asesores y el personal jurídico; pero su mente se encuentra en lo alto de aquel hotel, sobre el mar, hace poco más de una semana, con Inés… Cientos de kilómetros y de horas no pueden obrar el olvido desde ese huso horario opuesto, en el hemisferio sud.

La poca prudencia de la chica, a la hora de publicar sus fotos en las redes sociales, propició que su padre terminara por percatarse su escapada. Inés confesó su desobediencia, e incluso llegó a señalar la compañía del conocido como Gërmen Fecal; aun así, siempre ha negado que tuviera relaciones íntimas con él.

Aunque no era eso lo que buscaba cuando estaba con la niña, a Germán le produce una gran satisfacción la herida vengativa que le ha asestado a tan despiadado abusón, pues, por mucho que Inés lo niegue, tiene la certeza de que Fabio sabe lo que ocurrió, realmente, en ese lujoso hotel.

“La venganza es un plato que se sirve frío”

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CAZAFANTASMAS

-Cuento de hadas-

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En la zona más accidentada de la costa de Los Santos, un agitado mar cantábrico golpea con fuerza el rompeolas que protege la ciudad. En estos lares norteños están acostumbrados a las inclemencias meteorológicas; aun así, este ventoso martes nublado no es muy propio del presente mes de agosto.

Germán mira el reloj, por enésima vez, e intenta calibrar su dilatada espera. Se siente extraño: nervios, nostalgia, miedo, impaciencia, esperanza…

“¿Qué son diez minutos después de más de veinte años?”

Con motivo de arreglar el papeleo resultante de la muerte de su padre, ha quedado para reunirse con su hermano Jorge. El sitio elegido no es aleatorio, pues aquí se finiquitó su truculenta amistad a raíz de una ardua discusión donde salieron a la luz demasiados trapos sucios y demasiada mugre fraterna.

Sintiendo las leves salpicaduras marítimas en su cara, Germán suspira muy hondo. Ha dejado de andar de un lado al otro para apoyarse en esa barandilla de pierda gastada que tantas décadas lleva protegiendo a los peatones ocasionales de los peligros de aquel pequeño abismo costero. Ensimismado, nota la empatía del mal tiempo mimetizándose con su abrupto estado de ánimo.

“Por lo visto, mi zona de confort abarca todo aquello que no tenga que ver con el ayer”

Ha aprendido a desenvolverse con soltura y entereza en multitud de escenarios hostiles: en los negocios, en los juzgados, en sus retos físicos, en el esfuerzo de su constante aprendizaje… Pero cada vez que se enfrenta al pasado le sobreviene una flojera amedrentada que resucita sus pretéritas inseguridades.

Inesperadamente, alguien le aborda a su espalda:

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JORGE:      Germán.

GERMÁN:  Jorge, ya empezaba a pensar que no aparecerías.

JORGE:       Lo siento. He tenido que atender un asuntillo de última hora y…

GERMÁN:  No te preocupes. No voy con prisas.

JORGE:       Ya veo… … Dime: ¿por qué elegiste, precisamente, este sitio?

GERMÁN:  Me pareció bien retomarlo donde lo dejamos.

JORGE:       ¿Es que quieres seguir con nuestra discusión?

GERMÁN:  No, no. No. Creo que no quedó nada en el tintero, ese último día.

JORGE:       Sí. Dijimos demasiadas cosas; aunque lo peor fueron las formas.

GERMÁN:  Creo que podemos pasar página; aparcar el pasado y hablar del presente.

JORGE:       Sí… … Acompáñame. Vivo muy cerca de aquí.

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Los años no han tratado bien a Jorge. Sobrepeso, calvicie, arrugas, encorvamiento… Es el fiel contrapunto al buen envejecer de su hermano pequeño. Su éxito laboral tampoco es muy boyante; no en vano, la herencia que está apunto de percibir ni siquiera cubrirá la totalidad de sus deudas.

Mientras andan por la calle, camino a su casa, Jorge se fija en la elegante figura corpulenta de Germán y le golpea el pecho.

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JORGE:       ¿Es que te has hecho culturista? ¿Dónde está el enclenque de mi hermanito?

GERMÁN:  Ese era Gërmen Fecal: encarnación de la debilidad acomplejada. Como Peter Parker o Bruce Wayne, me he convertido en alguien diferente.

JORGE:       ¿Eres un superhéroe? Vaya tela. Eso es algo que has conservado de tu niñez. Recuerdo tus colecciones de comics y tu afición por todos aquellos personajes sobrenaturales. Pensé que ya lo habrías dejado atrás.

GERMÁN:  De lo que tuve, retuve… … Tú en cambio, eres como Superman: naciste ya con superpoderes, pero te has vuelto todo un Clark Kent.

JORGE:       Ese, por lo menos, seguía teniendo pelo y no estaba gordo cuando se quitaba la capa y dejaba de combatir a los malos. Y dime: ¿cuál es tu supernombre?

GERMÁN:  Te lo podría decir, pero, entonces… … tendría que matarte.

JORGE:       No recordaba que fueras tan chistoso. ¿Será verdad que has cambiado?

GERMÁN:  Te lo puedo asegurar… … ¿Y tú? Salta a la vista que ya no estás tan en forma, pero ¿todavía ligas tanto o ya has encontrado a tu criptonita?

JORGE:       Mi criptonita se llama Silvia y me espera en casa. Ahora la conocerás.

GERMÁN:  ¿Finalmente te casaste?

JORGE:       !En el año dosmil! Dios mío. Parece que fuera ayer. !Cómo pasa el tiempo!

GERMÁN:  ¿Tuviste hijos?

JORGE:       Tres niñas. Y yo que solo quería un hijo varón.

GERMÁN:  !Treees!… … Me siento el peor hermano del mundo.

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El divorcio de Germán con su familia ha sido total y absoluto a lo largo de las dos últimas décadas. Ese gélido silencio parental se prolongó hasta el día de la noticiable muerte de don Arturo.

Después de andar unos minutos, comentando distintos aspectos de sus vidas sin profundizar demasiado, los hermanos Barreño se adentran en el portal de un grisáceo edificio de grandes dimensiones para llegar a la puerta del ascensor.

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JORGE:       ¿Una casa en primera línea de mar? ¿De veras?

GERMÁN:  Sí. Es de nueva construcción, lujosa, tecnológica… pero fría y vacía.

JORGE:       ¿Nunca has intentado formar una familia?

GERMÁN:  No. Como cualquier superheroe que se precie, soy un tipo solitario.

JORGE:       ¿Qué me dices de Robin?

GERMÁN:  Robin solo era un sparring dialéctico para dar fluidez a la narrativa.

JORGE:       Y… … ¿cómo era?… … ¿Mary Jane?

GERMÁN:  Ella solo adquiere trascendencia como a elemento desestabilizador: cuando Peter no puede tenerla, cuando la secuestra el malo, cuando tienen crisis…

JORGE:       Claro. Ella no tiene superpoderes. No querrás que formen equipo.

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Mientras ascienden hasta la planta superior, continúan con aquella frívola charla dándole matices metafóricos.

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GERMÁN:  ¿El villano de mi vida?… … No sé. ¿Te acuerdas de Fabio Aguilar?

JORGE:      Ese tipo te dio bien, ¿eh?… … Siento no haber tomado cartas en el asunto.

GERMÁN:   Tú estabas en la cúspide de la popularidad. ¿Para qué ensuciarte las manos?

JORGE:       ¿Vas a volver a fustigarme con eso? ¿No habíamos pasado página?

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Ya fuera del ascensor, Germán sonríe condescendientemente.

“Jorge tiene razón: hace mucho tiempo de aquello; demasiado”

Cuando entran en el piso, la charla se vuelve convulsa:

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GERMÁN:  Ya pasé cuentas con él. Me ha denunciado, pero no tiene base.

JORGE:       Esperaespera… … !¿Qué?!… … ¿Es que le diste de hostias a Fabio?

GERMÁN:  Noooh… … Ni siquiera le vi cuando volví a Villaloda.

JORGE:       ¿Entonces? ¿Qué hiciste para que ese tipo quiera llevarte a juicio?

GERMÁN:  Nada que él pueda demost...

SILIVIA :      ¿Quién va a ir a juicio?

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Ambos enmudecen en cuanto Silvia hace acto de presencia. Se trata de una mujer amable que le dedica la mejor sonrisa a su cuñado como muestra de bienvenida. Tras unos protocolarios besos, Germán no puede evitar sentir una relativa decepción al ver a esa mujer de mediana edad: escueta estatura, rollizo perfil, melena castaña y lisa, atuendos de andar por casa…

“¿Qué es lo que esperaba? ¿Una modelo de casi cincuenta? Ya no estamos en el instituto”

Jorge solía conseguir a las chicas más guapas en su juventud. Era un Casanova que hacía rabiar de celos a su hermano menor, pero la presente realidad poco tiene que ver con la de esos días.

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GERMÁN:  Nada, nada. No nos hagas caso. Estábamos de broma.

SILVIA :         A ver si, ahora que por fin te conozco, tendremos que ir a visitarte a la cárcel.

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Tras esa mujer, se asoma, tímidamente, una niña de trs anys.

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-Hola, pequeña-   dice Germán mientras se inclina para sortear a Silvia.

-Es muy vergonzosa-   le aclara Jorge desde un segundo plano.

-Mira, Emma-   le dice Silvia con tono infantil   -Este es tu tío; el hermano de tu padre-

-¿Dónde están las otras?-   pregunta el invitado, lleno de curiosidad.

-Leire está en música-   contesta la mujer   -Tiene oxo anys-

-Y Belinda… … vete tú a saber-   admite el hombre de la casa, resignado.

-¿Es la mayor?-   se interesa Germán.

-Sí, sí-   le contesta Jorge   -Acaba de cumplir quince. No creo que llegues a verla hoy-

-Mira las fotos-   sugiere Silvia   -Estas de aquí son las más recientes-

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Germán obedece a su anfitriona y ojea las imágenes enmarcadas que cuelgan de la pared del salón. La calidez familiar que se ilustra en tan amorosas instantáneas, rebosante de complicidad, amenaza la ventajosa posición que ese atento espectador creía tener respecto a cualquier comparativa referente al contexto vital de su hermano.

“Tengo mejor planta y me veo más bien, soy muy rico y exitoso; pero en el fondo de mi corazón...”

La envidia incipiente de Germán se interrumpe en cuanto ve una foto donde Belinda sale especialmente favorecida.

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SILVIA :  Esta es de hace poco, de cuando fuimos al parque temático.

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[EFEBOTRON] 2/6

-por GataMojita-