Educando como sumisas a las hijas de mi jefe 11

Mi secretaria y su compañera mulata se convierten en las maestras sexuales de las hijas de nuestro jefe y estas parecen agradecer ser sus mascotas. PENÚLTIMO RELATO DE LA SERIE, incluye lésbico, Pony girls, exhibicionismo, un poco de todo

La presencia de Paula en casa añadió la dosis de picante latino que nos faltaba en nuestro día a día, dotándolo de música, risas y más variedad de sexo. Por ella resultó algo normal escuchar cumbias, merengues y reguetón por la casa,  pero también que entre la mulata y mi gordita se creara una sana y morbosa competencia.

Competencia o pique, en el cual rivalizaban a ver cuál de las dos tenía una idea más disparatada que realizar con las hermanas. Curiosamente, mientras Isabel usaba casi en exclusiva a la pequeña, Paula elegía siempre a Eva para dar rienda suelta a su imaginación. La mayoría de las veces, las ideas de esas dos eran de carácter jocoso y hasta se podía decir que las ideaban a propósito para poderse tirar a sus preferidas sin que ninguna pudiera sentirse desplazada.

Un ejemplo de esa indolora contienda establecida entre mis empleadas y amantes fue una mañana en las que Isabel me llamó para que sirviera de árbitro porque según ella, la colombiana era tramposa por naturaleza.

―¿Qué vais a hacer?― pregunté descojonado al verla ataviada con botas altas, unos pantalones de equitación totalmente pegados y una gorra de jockey.

―Esa zorra hispana y su montura se han atrevido a retarnos a una carrera por el jardín.

No hizo falta que me aclarara a quien iba a montar cada una de ellas y deseando ver como habían engalanado a las dos hermanas, acepté de buen grado participar y siguiéndola por el pasillo, fuimos en busca de las otras tres participantes.

Tal y como había imaginado, la gordita se había reservado a Natalia para ella, al ver a Paula sujetando del bocado a Eva.

―Veo que habéis pensado en todo― comenté al fijarme que llevaba además de llevar una mordaza en la boca, le habían colocado un complejo sistema de correas que recorría su cuerpo el cual tras alzarle los pechos se introducía entre las nalgas para darle así una mayor apariencia de realidad.

―Si, mi señor. Como esta potranca es inexperta, la tengo que llevar bien sujeta― en plan profesional contestó la colombiana y haciendo gala del dominio que tenía sobre la rubia, con la fusta que tenía en la mano descargó un ligero correctivo sobre sus ancas.

Eva relinchó al sentir el cuero golpeando su trasero, pero rápidamente adoptó una pose orgullosa ante mí y demostrando la fidelidad y el amor que sentía por su jinete, meneó alegremente la cola que llevaba incrustada en el ojete.

«Quien lo hubiese dicho hace unos días. Está encantada con ser la mascota de la mulata», pensé mientras fijaba mi atención en Natalia.

La menor de las hermanas estaba igualmente espectacular. A los arneses que había visto en Eva se les añadía un corpiño de cuero que hacía todavía más evidente su carácter sumiso y entregado.

A su lado Isabel permanecía en silencio a que terminara mi inspección y al ver que me entretenía sacando el plugin anal que llevaba adosado la cola, comenzó a informarme de las condiciones de la carrera:

―Las jinetes tendrán que dar dos vueltas al chalet a lomo de sus monturas mientras ellas gatean sin que puedan levantarse.

―¿Cuál es el premio?― pregunté descojonado al observar la excitación que lucía en los ojos de las cuatro.

―La pareja que pierda deberá servir a la que gane durante todo el día y a modo de escarnio, la jinete vencedora sodomizará a su oponente mientras esta le come el coño a las dos yeguas.

La expresión de lujuria de las hermanas me reveló que estaban encantadas con el juego y por ello dándolo por bueno, pregunté cuando y donde iba a empezar la carrera.

―Antes debemos calentar un poco para evitar lesiones― contestó Paula mientras se bajaba el pantalón.

Como si fuera algo pactado, Isabel la imitó y ambas se sentaron sendas sillas con las piernas abiertas. Las hijas del jefe se acercaron a ellas y posando la cabeza sobre sus muslos, dejaron que sus dueñas les quitaran la mordaza para acto seguido y sacando la lengua, empezar a recorrer con una insana determinación el sexo de ambas.

Las risas de la gordita al ser objeto de las caricias de Natalia nada tenían que envidiar con los suspiros de placer que Eva consiguió rápidamente provocar en la colombiana. He de confesar que la imagen me comenzó a poner bastante bruto, pero interesado en como iba a terminar todo aquello, lo único que hice fue acomodar mi erección bajo el pantalón para evitar que me doliera.

―No sé cómo la zorra de tu hermana y la inútil de su jinete se han atrevido a retarnos― susurró Isabel al tiempo que presionaba con sus caderas la cara de su montura.

Ésta, en plan juguetón, replicó:

―Yo tampoco, mi señora. Usted es la mejor y encima ha escogido la potra más joven y atlética.

Con tono engreído y molesto, Eva contestó:

―Soy más rápida y fuerte que tú y encima Paula pesa menos. Claramente mi dueña se va a follar a la tuya.

La mulata, muerta de risa, besó a su rendida enamorada diciendo:

―Con una yegua como tú y mi señor mirando, no podemos perder. Es más, estoy tan segura de nuestra victoria que desde ahora te digo que dejaré que me prepares el culo de esa foca antes de que se lo rompa.

―¿Me has llamado foca?― aulló indignada la aludida mientras obligaba a Natalia a profundizar sus caricias atrayendo su cabeza con las manos.

―Si, delgadita mía. Te sobran al menos cinco kilos. Pero no te preocupes con la dieta de ejercicio que te voy a poner, los bajas en una semana.

Creí que esa andanada sobre su aspecto físico iba a molestar y mucho a mi secretaria, pero comprendí que Isabel no estaba acomplejada en absoluto cuando tomando sus pechos entre las manos, respondió a Paula:

―No dices eso cuando me ruegas por las mañanas que te deje a mamar de mis moles.

Los ojos de la morena brillaron intensamente al ver que su oponente se pellizcaba los pezones y lamiéndose los labios, le hizo ver que era genuina la atracción que sentía por ella. Ese gesto diluyó la tensión entre ellas y viendo que, como dos hembras en celo, se lanzaban una sobre la otra a besarse con pasión, lo aproveché para tomar a las hermanas de los bocados y llevándolas hasta donde habían dibujado la salida, les dije:

―Veis lo duro que es el trabajo de un amo… vuestras maestras se han olvidado de mis niñas y como las putas que son se entretienen entre ellas. Os propongo darles una lección. Haced la carrera y la que gane las tendrá a las dos durante una semana a su entera disposición.

Las caras de las hijas del jefe brillaron ante semejante premio y sin que yo les tuviese que explicitar que la competición seguía siendo a gatas, tanto Natalia como Eva se pusieron a cuatro patas.

―Preparadas, listas…. a correr― vociferé iniciando la competición.

Mi grito alertó a las otras dos de lo que ocurría y llegando hasta mí, me preguntaron porqué las había hecho correr solas a sus mascotas. He de confesar que me sorprendió comprobar que lejos de mostrarse contrariadas con el cambio que había introducido en su plan, se lo tomaron a bien e incluso mostraron abiertamente sus preferencias.

―Va a ganar mi puta. Es mucho más ágil que Eva― comentó Isabel mientras se ponía a jalear a la morenita.

―Te equivocas, vamos a tener que obedecer a mi zorrilla durante una semana porque tiene mucho más fuelle y se cansará más tarde― replicó Paula mientras se ponía a aplaudir a la mayor de las hermanas.

Como arbitro imparcial de la contienda, confieso que me daba igual la que ganara y que tampoco tenía una favorita. Por ello, la salida de Natalia al sprint me consiguió engañar al llevarle a la rubia al menos tres cuerpos a la mitad de la primera vuelta.

―A tu jaca le pesa el culo y va a perder ― comentó eufórica mi secretaria al ver que en la meta su preferida seguía ganando por bastante a Eva.

«No lo tengo tan claro», pensé hipnotizado con el bamboleo de los pechos de las participantes al gatear, ya que durante esa última parte la menor de las hermanas había perdido bastante de su ventaja.

La que no albergaba duda alguna sobre quien iba a ganar era Paula, la cual estaba segura de que su patrocinada iba a conseguir remontar y alzando su voz, le pidió un esfuerzo diciendo:

―Cariño, ya la tienes. Un esfuerzo más y podrás abusar de Isabel durante siete largos días.

La rubia al escuchar a su maestra fijó la mirada en el trasero de su hermana y se obligó a marcar un ritmo superior al de ella, de forma que se iba reduciendo la distancia entre ellas cuando de pronto desaparecieron por segunda vez tras la casa.

Observando de reojo a Isabel y a la colombiana, supe que ambas estaban excitadas con lo ajustado de la carrera y que ninguna de las dos tenía la plena confianza sobre la ganadora y por ello mientras estaban esperando que salieran no hacían más que picarse entre ellas diciendo como una iba abusar de la otra usando a su preferida.

―Creo que las hermanitas han decidido lo contrario― comenté al ver que aparecían por la vereda al trote, sin prisas y lo que es más importante, sin competir entre ellas.

―Zorra, ¡corre! ¡Todavía la puedes ganar!― gritó Paula a Eva.

La rubia sonrió al escuchar a su patrocinadora, pero lejos acelerar redujo su velocidad y alzando sus patas, marcó su paso con elegancia. Natalia no solo la imitó, sino que demostrando que se habían aliado en contra de sus maestras sacó la lengua a mi secretaria mientras feliz relinchaba.

―¡Debes cancelar la carrera! ¡Están haciendo trampas!― alzando la voz y sintiéndose burlada se quejó mi gordita.

―No solo eso, ¡debes castigarlas por desobedientes! ¡Eso no es propio de buenas sumisas!

Despelotado de risa, contesté:

―Tampoco el quejarse ante su amo.

Tanto mi secretaria como la mulata palidecieron al comprobar que ya había fallado a favor de las hermanas y por eso se mantuvieron en silencio mientras cruzaban la meta. Las hijas de nuestro jefe con una sonrisa de oreja a oreja llegaron a mí y con tono travieso, reclamaron su premio.

Viendo el cabreo de la mulata y de mi secretaria, ni lo dudé y accediendo a las pretensiones de las muchachas, les otorgué poder sobre sus maestras durante el tiempo prometido.

Dando saltos de alegría, Natalia y Eva demostraron su satisfacción mientras las otras dos se iban encabronando por momentos.

―Mi señor, ¿entonces podremos hacer uso de ellas indistintamente y cómo queramos durante una semana?― preguntó la pequeña.

―No― desternillado respondí: ― Sería injusto, seréis las dueñas absolutas de una de las dos.

―Entonces, elijo a Isabel― ingenuamente contestó Natalia.

Corté de plano la satisfacción de la gordita, soltando una carcajada y sin dejar de reír,  le hice saber que hubiese permitido eso, si hubiesen ganado justamente, pero dado que habían hecho trampas, yo elegía la distribución de las parejas.

―Paula te obedecerá a ti y la puta con kilos de más a Eva.

Isabel bufó cabreada al escuchar el modo en que me había referido a ella, pero tragándose el orgullo y sin elevar el tono de su voz, me replicó:

―Aunque a veces no lo entienda e incluso me parezca injusto, lo que mi amado dueño y señor decida, yo lo obedeceré.

Tras lo cual, con gran teatralidad se arrodilló frente a la mayor de las hermanas adoptando la postura de esclava de placer y le dijo:

―Señora, mi amo me ha entregado a usted y mientras no me reclame de vuelta, soy su humilde esclava… ¿en qué puedo servirla?

Asumiendo que esa rendición melodramática escondía una velada crítica a mi persona, no pude ni quise quejarme porque el deber de una sumisa no es estar de acuerdo con su dueño sino el acatar sus órdenes sin rechistar y eso fue lo que Isabel había hecho.

La mulata imitó a su compañera y cayendo postrada ante Natalia, a regañadientes aceptó su autoridad diciendo:

―Como humilde sierva de mi señor acepto su voluntad y me pongo en manos de quién él decida.

Implícitamente, Paula estaba reconociendo que no le gustaba esa decisión y recordando el comportamiento racista que había tenido con ella lo comprendí plenamente. Ese menosprecio no pasó inadvertido para la chavala, pero lo raro fue que lejos de enfadarse, Natalia se lo tomó a cachondeo y señalando la entrepierna de su hermana, le dijo muerto de risa:

―Ves esa almeja paliducha, quiero que le saques todo el jugo.

A la mulata le extrañó que la morenita no quisiera abusar de su nuevo poder y sin llegárselo a creer, se agachó ante Eva y dio un primer lametazo entre sus pliegues mientras su nueva dueña le comentaba que se lo tomara con tranquilidad porque tenía una semana para disfrutar de raciones extra de conejo.

Esa amenaza provocó una reacción doble en Paula. Por una parte era evidente que le hubiese apetecido caer en manos de la mayor, pero al escuchar a la pequeña insinuar que la iba a obligar a degustar su coño, algo en ella hizo crack y contra su voluntad sintió que su sexo se anegaba.

Esa imprevista calentura se hubiese visto quizás cortado de cuajo si hubiese advertido que Natalia se estaba atando un arnés a la cintura mientras ella daba buena cuenta del flujo de su preferida.

―Putita, me encanta que seas tú quien me lo coma primero― oyó a Eva decir.

Esa frase sonó a música celestial a los oídos de mi dulce negrita y con el corazón a mil por hora, se lanzó en picado a complacer a la que consideraba su mascota sin saber que al cabo de un par de segundos la pequeña de las dos se iba a acercar a ella por detrás.

―Para ser tan negra, tienes un buen culo― a modo de advertencia Natalia le dijo mientras usaba sus manos para separarle los cachetes y antes de que pudiera prepararse, de un certero pollazo, clavó los veinte centímetros de grueso plástico que tenía adosados en el interior de su coño.

Afortunadamente ese trabuco halló su sexo ya parcialmente lubricado porque de no haber sido así, esa violenta incursión podía haberle provocado daños mas graves que el dolor que la taladró al absorber ese ataque.

―¡Hija de tu puñetera madre! ¡Me has hecho daño!― gritó indignada.

Esa queja produjo el efecto contrario. Si bien había sido proferida para hacer notar su descontento y que tuviese cuidado, lo que realmente hizo fue azuzar el morbo que le daba a Natalia el follarse contra su voluntad a Paula y acercando su boca al oído de esta, le recordó que el día que las presenté, la colombiana no solo la había golpeado, sino que había abusado de ella.

―Te lo merecías, ¡puta!― respondió la de Cartagena.

La joven soltó una carcajada al escuchar ese renovado insulto y girándose hacia mí, con los ojos, pidió mi permiso para educarla.

―Es tuya durante una semana― fue mi respuesta.

La piel cobriza de Paula perdió parte de su color al escucharme. Pero se volvió fantasmagórica a continuación al sentir el brutal escozor de una imprevista nalgada en su trasero mientras oía a su oponente:

―Gracias, mi señor… ¡se la devolveré sin daños permanentes!

Temiendo por su integridad al saber que estaba sola ante ella y que en modo alguno podía enfrentársela, se abstuvo de quejarse por mucho que le jodiera ese azote. Lo que reconozco que no esperaba fue que Eva se contagiara del espíritu vengativo de su hermana y tomando de la melena a Isabel, la pusiera a cuatro patas frente a mí.

―Demuestra que sabes mamar, además de hablar― le soltó con tono duro.

Mi querida y fiel gordita sonrió al ver el bulto de mi pantalón y acercando su boca, bajó mi bragueta tirando del mecanismo con los dientes. Ni que decir tiene que para entonces y después de tanto tiempo ejerciendo de mirón, mi pene estaba duro y listo para recibir sus caricias. Caricias que no tardé en experimentar porque abriendo sus labios en plan goloso Isabel se lo metió hasta el fondo de su garganta.

Apenas se lo había incrustado cuando de pronto y sin previo aviso, Eva la empaló usando un enorme cipote de plástico que había sacado del armario.

―¡Dios!― aulló pensando que le había rasgado por completo el ojete.

He de decir que personalmente sentí pena de mi secretaria al observar el diámetro que le había insertado en el culo.

«¡Qué animal!», murmuré para mí justo antes de ver que cogiendo otro todavía mas grande se lo metía en el coño.

Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando a mi lado escuché otro grito igual de desgarrador y al girarme, de pronto descubrí que Natalia había premiado a la mulata con el mismo tratamiento.

La perversión de las hijas del jefe no quedó ahí y cambiando de posición a sus víctimas, las pusieron una al lado de la otra y las obligaron a que cada una se dedicara a forzar a su compañera con los dildos que tenía insertados.

Tras observar que tanto Isabel como Paula seguían fielmente sus instrucciones y que ambas estaban siendo violadas por sus dos agujeros, sonriendo las hermanitas se giraron hacia mí y que al unísono me dijeron:

―Ahora que estas dos guarras están ocupadas, ¿podemos sus niñas mimarle a usted?

Despelotado asumí que había creado dos monstruos,  monstruos sumisos que preferían ser mías a actuar en plan dominante. Y por eso, ¡accedí!

-Venid a mí, zorritas.

Las hijas del jefe se lanzaron a mis brazos llenas de felicidad.



Después de años escribiendo en Todorelatos y haber recibido casi 25.000.000 de visitas, he publicado otra novela:

La mayoral del Fauno y sus dos bellas incondicionales

Sinopsis:

Huyendo de una fama indeseada y con dinero en el bolsillo, Manuel Castrejana llegó a República Dominicana. Allí se enamoró de sus gentes y de su exuberante naturaleza y por ello no dudó en comprar El Fauno cuando lo conoció, aunque no tenía experiencia en campo y menos en una finca tan grande y complicada como aquella. Tras dos años de pérdidas, el cura le aconseja contratar a Altagracia Olanla, la hija del antiguo mayoral.

Desesperado accede a dejar en su mano la hacienda sin saber que la presencia de esa mujer se extendería a su alrededor impregnando hasta el último aspecto de su vida.

Empieza a sospechar que no fue buena idea y que los antepasados de Altagracia habían sido los reyes inmemoriales de todo ese pueblo cuando descubre que la joven viuda intenta recuperar formas y normas de otra época y que todos los empleados la tratan con un respeto cercano a la idolatría. Sus dudas se intensifican cuando la mulata descubre a Dulce, una de sus criadas, ofreciéndosele sexualmente y en vez de regañarla, hace la vista gorda asumiendo que era lógico que la chavala viera en él a la reencarnación del Fauno.

Ya solos, Dulce le informa que Altagracia le ha pedido convertirse en una de sus dos incondicionales. Al preguntar que quería decir con ello, la muchacha le explica que las incondicionales son las mujeres que el pueblo yoruba regala a los dueños de la Hacienda en señal de respeto y que su función es mimar y cuidar al Fauno en todos los aspectos incluidos el sexual...

Y como siempre os invito a dar una vuelta por mi blog.