Educando como sumisas a las hijas de mi jefe 10

Suponía que las hijas de mi jefe no aceptarían de buen grado competencia, pero nunca me imaginé descubrir al llegar a la casa con la mulata que esas dos eran racistas. Pensé en castigarlas, pero no tuve que intervenir al reaccionar Paula a los insultos saltando sobre ellas.

Con Paula derrengada sobre un sofá, pregunté a Isabel qué había pensado hacer con ella y mi gordita, muerta de risa, comentó que llevárnosla a casa. La idea me resultó atrayente y a pesar de que no sabía cómo iban a reaccionar las dos hijas de mi jefe al saber que tenían competencia, accedí a que nos acompañara. Mis sospechas no tardaron en verse confirmadas cuando al llegar a la mansión esa noche, nos abrió la puerta Eva y en su cara descubrí el disgusto que la presencia de Paula le provocaba.

No queriendo entrar al saco, obvié su gesto y le pregunté por su hermana.

-Natalia está preparando la cena- contestó mientras me saludaba de un beso en la mejilla.

-Llámala, quiero presentaros a Paula- repliqué señalando a la mulata.

Su respuesta fue una muestra más del modo tan arcaico en el que habían sido educadas esas dos y es que demostrando un racismo beligerante, la morena se atrevió a comentar que no le parecía bien que hubiese invitado a cenar a una negra. El tono despectivo que usó mientras señalaba a mi más reciente adquisición me cabreó, pero asumiendo que a buen seguro la otra también sería poco menos que miembro del Ku Klux Klan esperé a que llegara. Tal y como había anticipado, la menor resultó tan supremacista como Eva y señalando a la recién llegada, preguntó en qué jaula la íbamos instalar porque un mono no se merecía compartir cama con ellas.

-Retira eso- rugió Paula en cuanto escuchó ese insulto.

-No obedezco a un orangután- añadiendo más leña al fuego, replicó la joven.

No me costó notar que la mulata estaba que se subía por las paredes y por eso cuando me miró pidiendo ayuda, creí que lo más conveniente era que ese tema se resolviera entre ellas y así se lo dije. La sonrisa de Paula al obtener mi permiso me hizo recapacitar sobre lo acertado de mi decisión, pero antes de poder rectificar vi que se lanzaba sobre ella. Natalia no supo reaccionar ante ese ataque y en cuestión de segundos, yacía en el suelo llorando.

Comprendí por la violencia con la que la joven había defendido sus derechos que no era la primera vez que lo hacía y que era algo a lo que se había tenido que enfrentar desde niña.

Al ver a su oponente en el suelo, Paula se giró hacía su hermana. La hija mayor de mi jefe, totalmente aterrorizada, se fue a esconder tras de Isabel y esta, reponiéndose de la sorpresa, intentó calmar a la mulata pidiendo paz entre ellas. Paula no parecía dispuesta a hacerlas y eso, me obligó a ejercer de árbitro.

Acercándome a ellas, les ordené que dejaran de hacer tonterías y que se dieran la mano. Reconozco que no supe prever la determinación de la morena. Por ello me pilló desprevenido que aprovechara que Eva le extendía la mano para tirar de ella y tomarla entre sus brazos. Tan sorprendida como yo, la niña pija no pudo hacer nada más que separar sus labios al notar la lengua de la mulata forzando su boca.

«¡Joder con la chavala!», exclamé en mi mente al observar que no contenta con besarla, Paula le magreaba con descaro el trasero.

Supe que mi novísima amante deseaba dar una lección a la hija de mi jefe y divertido, impedí a Isabel acudir en su ayuda.  Llamándola a mi lado, observé junto a ella como Eva intentaba infructuosamente zafarse de Paula.

-¿No deberíamos intervenir?- me preguntó al ver que la mulata riendo le desgarraba la blusa a nuestra sumisa.

Mas interesado en la escena que en contestar, senté a Isabel en mis rodillas y mientras admiraba el violento escarmiento al que estaba siendo sometida Eva, me permití el lujo de pellizcar los pezones de mi gordita. Ésta dio un largo gemido al sentir mis dedos castigando sus pechos y vio una orden en esa caricia.

-Mi señor es muy malo- comentó mientras me bajaba la bragueta.

Confieso que me alegró darme cuenta de lo bien que nos compenetrábamos y por eso no dije nada cuando levantando su trasero, se dejó caer sobre mi miembro.

-Me encanta sentir que me empalas- susurró en mi oído mientras los labios de su sexo se abrían para acoger en su seno mi pene.

Soltando una carcajada, la azucé a seguir espiando cómo la mulata daba cuenta de los pechos de su adversaría y que, sin perder el tiempo, usaba su manos para terminarla de desnudar.

-¿Crees que hacemos bien?- me respondió un tanto preocupada por no impedir que Paula violara a la hija de nuestro jefe.

-Mírale la cara- señalé mientras incrementaba el ritmo con el que me la follaba.

Isabel se unió a mí riendo al observar en el rostro de nuestra sumisa una expresión inequívoca de lujuria y que, donde debía haber asco o temor, solo se veía deseo.

-Será puta. ¡Está cachonda!- rectificando gritó mi gordita.

Su exabrupto llamó la atención de Natalia. Alucinada dejó de llorar al ser testigo de la claudicación de Eva.

-No me lo puedo creer- masculló al observar que ya en pelotas su hermana no se negaba a arrodillarse ante Paula y que tampoco se rebelaba cuando levantándose la falda, le ponía el chumino en su cara: -¡Eva! ¡Esa zorra es negra!

Sonriendo mientras la lengua de la mayor de las hermanas se sumergía entre los pliegues de su sexo, la mulata le respondió:

-Yo que tú iba a por un cepillo de dientes porque cuando acabe,  serás tú la que me lo coma.

Esa amenaza la dejó paralizada al ser proferida por la misma mujer que la acababa de tumbar de un solo golpe y con lágrimas en los ojos pidió mi auxilio.

-Será mejor que te vayas haciendo a la idea porque Paula ha venido para quedarse- contesté descojonado mientras montaba a Isabel.

La gordita que hasta entonces no había dado su opinión sobre el tema, apoyó mis palabras diciendo:

-Tanto tu dueño como yo hemos estado con ella ¿Te crees acaso mejor que nosotros dos?

Temblando como un flan, miró hacía donde la mulata disfrutaba de las caricias de su hermana y sintiendo que esa unión era contra natura, insistió pidiendo mi ayuda. Cabreado hasta decir basta, me levanté dejando a Isabel insatisfecha y tomando del pelo a la hija mayor de mi jefe, la llevé hasta Paula y retirando a Natalia, le exigí que no parara de comerle el conejo hasta que la que llamaba “orangután” se corriera un par de veces.

El temor por fallarme fue mayor que el “repelús” que le daba el complacer sexualmente a un miembro de otra raza. Por ello, llorando a moco tendido, sumergió la cara entre los muslos de esa mujer y sacando la lengua, cató brevemente el sabor agridulce del coño de la morena. El aroma que desprendía era más intenso que el de Isabel o el de Eva, pero muy a su pesar tuvo que reconocer que lo le repelía.

Al verla agachada y con su culo en pompa, decidí darle un nuevo motivo para seguir obedeciendo que a la vez fuera gratificante para mí.

-Demuestra a tu nueva amiga que te he educado bien y que sabes comerte un chumino- le ordené mientras le bajaba el short y dejaba su pandero totalmente expuesto.

-Si mi señor- gritó al sentir que mi verga se abría paso en su interior rellenando por completo su propio sexo.

Ya no tuve que insistir. Aleccionada por mis enseñanzas, Natalia comprendió que no podía llevarme la contraria y cambiando de chip, comenzó a explorar con un genuino interés la biología y naturaleza de esa espectacular mulata. Al cabo de un par de minutos, durante los cuales mi joven sumisa se afanó en satisfacer mi orden mientras ella era objeto de mi lujuria,  escuché un gemido de placer Paula.

-Sigue, oblígala a correrse- exigí a mi montura premiándola con un azote.

Mi insistencia no tardó en dar sus frutos y producto de tantos y tan continuados lametazos, la morena intensificó su gozo y dando un grito que resonó por la casa, se corrió.

-Mi señor, yo también lo necesito- pidiendo mi autorización para llegar al orgasmo, sollozó Natalia.

-Y yo- escuché decir también a Isabel.

Reconozco que había estado tan concentrado en disfrutar y hacer gozar a Natalia y a Paula que no me fijé en lo que ocurría con las otras dos. Fue entonces cuando descubrí que Eva al quedar liberada se había lanzado en picado entre las piernas de Isabel y mientras su hermana se comía el coño de la mulata, ella hizo lo mismo con el de mi gordita.

-Sois unas putas- alcancé a decir antes que mi cuerpo dijera basta y mis huevos descargaran su blanca esencia en el interior de la hija de mi jefe.

Al sentir las andanadas en su vagina, Natalia experimentó un renovado éxtasis y cayendo desplomada sobre el suelo, volvió a correrse. Confieso que fui un tanto hijo de puta, pero viendo que estaba totalmente exhausta no solo no me compadecí de ella, sino que abusando del poder que ellas mismas me habían otorgado exigí a Paula que se ocupara de ella.

-¿Qué quiere que haga?- me preguntó.

Despelotado de risa y mientras abría un cajón y sacaba un arnés con pene adosado, repliqué:

-Te podría decir que la amaras, pero como sería mentira y encima sonaría cursi, ¡quiero que le des por culo!

-Si lo deseas, nosotras podemos servir de ayuda- interviniendo,  Isabel comentó.

Aunque la gordita se había dirigido a mí, Paula creyó que se lo decía a ella y mientras se ajustaba el instrumento alrededor de la cintura, riendo contestó:

-Me encantaría. No sería bueno ni conveniente estropear el culito de este putón y que luego Fernando se cabree al no poder usarlo.

Todos excepto Natalia reímos la ocurrencia y aunque una de las que más se rio fue Eva, he de decir que también fue la primera en acudir donde la aludida se mantenía a cuatro patas.

-Mi señor, ¿puedo preparar a la putilla?- con tono lascivo me preguntó al tiempo que con los dedos le separaba los cachetes del trasero.

Sin esperar mi respuesta, escupió en el rosado ojete de su hermana...

---------------CONTINUARA------------